En el Perú, quienes
ya habíamos saltado a la cancha al promediar los 90s -bueno, bueno, es un
decir- evocamos muchos nombres cuando alguna voz amiga recuerda a la escena
chilena de esos días. Y entre todas esas referencias, la de Christianes no nos
es desconocida. Su único álbum, Ultrasol
(1996), fue bien recibido entre los pocos que pudimos escucharle bajo estos
cielos. Dos años después, nos llega tardíamente la noticia de la disolución de
la banda y del debut artístico de uno de sus miembros fundadores, Cristián
Heyne.
Mi primera vez con Shogún se postergó hasta el 2002. Para entonces, Heyne -aún hoy no me queda claro si es el único conductor del proyecto o si hay más involucrados- ya tenía editados cinco títulos, entre los cuales sobresalía Demonio (1998). Aplicarle a este disco tuvo el mismo efecto que el de una revelación, máxime en el contexto del pop latinoamericano. Desgraciadamente, los demás registros de Shogún estaban entonces inubicables en la Red. Hoy, la situación es la misma en el mundo real: si bien llegué a Santiago De Chile esperanzado en encontrar e hincarle el diente a la mayor cantidad de trabajos de este acto, apenas pude hacerme de sólo uno.
Disco doble para
más señas, La Rata (2004) es la
¿feliz? confirmación de lo que pudieron atisbar mis orejas en Demonio. Aunque no he tenido el gusto de
conocer a Heyne en persona (durante mi estadía en Santiago, me contó mi amiga
Claudia Trejos que se lo cruzó una vez en el supermercado), el tipo debe ser
todo un caso: no me sorprendería saberlo medio angustiado, seco hasta la
rudeza, quizá algo autista. Suelen ser éstas las características que dan forma
a la otra cara de los genios, aquella que sólo sublimada/estetizada se revela a
través de la obra de arte.
Digo esto porque en
Demonio, en La Rata, probablemente en toda su discografía; Shogún se muestra
dueño de su propio planeta en el universo de la música electrónica. Sus temas
pueden ser brevísimos o luengos, e igual sonar despojados de ese angst tan
identificado con las músicas de raigambre digital, aún de las más brutotas
-léase salvajes. Heyne dispone de las herramientas del género de manera que
poco falta para que éstas no suenen a tal. Tras mucho escucharle, comienzas a darte
cuenta de que el autor ha logrado tremendo grado de originalidad en sus
planteamientos sonoros: eso puede deberse a la cristalización de una
creatividad insaciable, pero también al géiser resultante de emociones
inusitadamente intensas en cantidades exponenciales. En este músico chileno de
avanzada, creo que ha pesado lo segundo mucho más que lo primero.
Texturas
laberínticas envueltas en distorsión, ésa que tan pronto te taladra los oídos
como desaparece para dejar paso a patrones rítmico-sonoros planos... Climas de
permanente semi-penumbra, entre pulsantes y mortales, en los que se reinventa
la tecnología pero que también dejan colar una guitarra tan minimalista como
intangible... Shoegazing derretido en el microondas para experimentar con el
ambient, con el techno, con el pop, con el sampler de garage... Si hubiese que
hacer algún parangón con la escena internacional, se me ocurre que tal vez lo
más parecido a Shogún es el aislacionismo de los primeros 90s. Ello, sin
embargo, sería más una coincidencia de postulados que de estéticas. Menos
polémico es proponer que el artista practica una suerte de indie-core
magnético, desolador, con arisco y a la par impecable diseño de sonido.
Sospecho que con
Heyne podría seguir escribiendo indefinidamente. Podría hablar de sus
prolongados sondeos emocionales, de su modus operandi y su envidiable muñeca
para la post-producción artística, del acerado filo de espada que tienen sus creaciones,
de sus veladas agresividad y calidez, de su rara habilidad para hibridar colores
eléctricos y electrónicos; y no acabaría rápidamente. Eso, para no extenderme
con el Heyne productor -un esmerado estudioso de Eno, Melero, O'Rourke y
Santaolalla; que ha puesto su firma en discos de (entre otros) Javiera Mena,
Gepe, Denver, Glup!, y Camila Moreno. Mejor me voy a lo seguro recomendando sin
el menor pudor cualquier capítulo del aún inconcluso libro de Shogún: no tienen
pierde.
Hákim de Merv
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