(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de noviembre del 2016.)
Con la edición de
los debuts tanto de El Jefazo como de Ancestro, se termina de evidenciar el
giro que ha dado un sector importante de la escena independiente nacional,
hacia estuarios largo tiempo sin surcar. Ciertamente, un regreso hacia estilos
muchos de ellos pre-existentes al apocalipsis punk -viraje que no sólo se está
produciendo en nuestro país.
Y es que hoy ya no
es inusual encontrarse con grupos que enarbolan el estandarte de músicas
sísmicas, hercúleas, pétreas. Pareciera que, de pronto, la psicodelia, el space
rock, el doom metal y el prog hubieran vuelto a reverdecer laureles; insuflados
de nueva vida gracias al stoner rock. Pareciera, sí, aunque ese soplo no es ni
tan repentino: recuerda que, en la década pasada, fuimos testigos del
surgimiento de La Ira de Dios (de Miguel Ángel Burga) y de Serpentina Satélite
(de Carlos Mariño, Félix Dextre y Aldo Castillejos), combos insulares en cuanto
a su filia por los sonidos lisérgicos de los últimos 60s y los primeros 70s. La
Ira... iría más lejos todavía, evolucionando hacia el stoner y el space de
Hawkwind y Motörhead, en una trayectoria -reconocida incluso en países de
feligresía rock exigente como Alemania- que cuenta con media docena de discos
publicados.
Estos sonidos
telúricos, macizos hasta la hipérbole, de volumen y superficie monumentales; no
son producto, sin embargo, de un mero rejunte de todas las influencias citadas
en el párrafo anterior. Claramente, el conjunto termina avasallando mucho más
que la suma de sus componentes. Medios tempos en cámara lenta, el bajo haciendo
exasperante gala de una gravidez lerda, voces melodiosas pero quebradizas (o
metálicamente compactas hasta el fárrago), las guitarras casi subterráneas (con
acoples o sin ellos). Con estas herramientas, grupos como Flor De Loto, Búho Ermitaño o Stonearth (¡¡¡de Arequipa, papacho!!!) construyen jammings sin final
visible/audible, con espacio para solos de una pretérita soberbia, que devienen
en indescifrables laberintos de basalto... Todo ello, especulo, sumido en
pródigas dosis de alcohol y de cannabis indica/sativa.
Supercaos
(Paraguay), Yajaira (Chile), Fuzzly (Brasil), Dragonauta (Argentina)... Éstos
son sólo algunos de los nombres que hoy azotan América Latina desde similares
coordenadas, ejem, “estilísticas”. No puedo hablar en profundidad por los
hermanos países, salvo acaso Chile (Hielo Negro, Apocalipsis, Vago Sagrado,
Nubosidad Parcial, Platillo Volador...), pero en el Perú, estas formas de hacer
música sincronizan espontáneamente, gracias a su peculiar genealogía; con
experimentos como el efímero proyecto Shambhala, con adalides metálicos como
Nocturno (de Heinz Wuttig y Félix Dextre), y con power tríos de dieta entre
hard rock y funk, como Stretch It To The Limit -de quienes no se ha sabido nada
después del debut Zombie “Extraterrestre”
Ryan (2014)-.
Semejante capacidad
de apertura, felizmente, no ha impedido la aparición de tres vertientes
decantadas según qué bandas hayan decidido darle más pesó a qué variables; de
entre todas las accesibles al conjunto entero. Están las que se encuentran
cómodas con el rótulo de “progresivo”, aún cuando el estilo de Van Der Graaf
Generator y King Crimson sigue cargando con el sambenito de “música
pomposamente hueca”. Allí dicen presente Cholo Visceral y Virgen Sideral (de
Paul Saavedra y Nagel Díaz).
Están también las
que se inclinan más por el stoner rock, como Ancestro, Stonearth, Spatial Moods
y El Jefazo. Y, por supuesto, las hay con devoción por referentes noventeros de
estética brutal: Búho Ermitaño, El Cerebro De Gregorio Samsa, Rapa Nui... Lo
interesante es que ninguno de estos nombres se priva por completo de usar
elementos que son de uso común al interior del contingente. Grupos hermanados
en un magma cataclísmico, un géiser de alcance dantesco, sin etiqueta definida.
Alguien querrá hablar de post stoner, pero no es éste un discurso sonoro
superado por esta tropa. Yo propondría, modestamente y desde luego que sólo
para efectos prácticos, el marbete de “meta stoner”.
En el discurrir del
Tiempo, han coincidido tanto los referidos debuts de El Jefazo y Ancestro, como
la edición del segundo disco en estudio de Cholo Visceral. Estos últimos han
acumulado suficiente kilometraje -grabaron el año pasado un recomendable
registro titulado Sesión Diamante,
bajo el sello Diamonds And Knives Records- como para elaborar un trabajo
bastante más denso que su ópera prima.
Efectivamente, Vol. II destila una oscuridad malsana.
La espiritualidad del disco es asfixiante, dejando apenas margen para respirar
de vez en cuando -si puedes, sal a la superficie a reconfortarte en el halo
cósmico que permiten respirar los contados segmentos de inspiración andina. El
resto del tiempo bucearás en engrudo... lastrado por piedras en los pies y en
la espalda, mientras te aplasta la escucha de temas como “10 Años De Terror” o “Jarjachas”.
Olvídate del primer disco y su cuota jazz, del que sólo sobrevive el pulso
improvisatorio. La única luz que verás será la del fuego que te envolverá hasta
rostizarte -los cholos más viscerales que nunca: Arturo Quispe, Manuel
Villavicencio, Joao Orozco, Israel Tenor, Max Vega, Nagel Díaz (sí, el de hace un
rato) y Silvia Tello (¡¡¡en el theremin!!!).
El homónimo disco
de El Jefazo debe contarse entre lo mejorcito que está saliendo del continente
en la actualidad. Tracks como “Estampida”, “Megalodonte” y “El Cañón De La
Eternidad” descerrajan una marea de doom psicótico, conciso pero flamígero, con
una mala onda/vibra que se hace proverbial. Visiones de los abismos terráqueos
interiores, cuyas simas son pesadillescos océanos de ácido... Colisiones
incesantes entre las baquetas y las líneas de bajo... La terna conformada por
Carlos French (bajo), Bruno Sánchez (guitarra) y Renán Monzón (batería);
arranca con pie derecho gracias a un disco que debe ser lo más cerca que se ha
hecho aquí al subgénero stoner conocido como “sludge”.
Con el debut a
punto de lanzarse en formato físico, los trujillanos de Ancestro no se quedan
atrás para nada. En El Regreso De Los Brujos, el principio básico, fundamental, de su arquitectura; es el riff
convulso y desértico. Herramienta indispensable, pero no única: los teclados de
incierta psicodelia te catapultan violentamente a territorio metal, sin
privarte de las delirantes alucinaciones consustanciales a los placeres del
ácido. Sonido seco, cíclico, como corresponde a las proximidades de la urbe de
residencia de Rodrigo Rodríguez (batería), Diego Cartulin (guitarra) y Boris
Baltonando (bajo): la ciudad de Trujillo, al norte del país, rodeada por los
inacabables desiertos costeños. Lóbregas fantasmagorías hard, ambientes entre
místicos por su infinita letanía y satánicos por su atmosférica penumbra...
Otro trío que se las trae.
Si lo tuyo es
aquello que el gran Lou Reed llamaba “the wild side”, una llamada al dealer,
cortinas cerradas y todo listo. Si no lo es, pero al igual que truly yours eres
un melómano contumaz, advertido quedas -la oportunidad que no tuve, carajo
(ahorita me quito a curarme del sustazo).
Hákim de Merv
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