miércoles, 26 de septiembre de 2018

Catch The Breeze: Glow

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de septiembre del 2018.)

De las cosas que menos pueden discutirse acercándonos ya al final de la segunda década del siglo XXI, es el enunciado referido a que, en la era de las fronteras estilísticas borradas por el sincretismo al que ha accedido la música pop contemporánea; la novedad viene siendo dictaminada por las permutaciones inéditas entre géneros/subgéneros pre-existentes. Aún queda pendiente, por donde se mire, el mapeo pormenorizado de las muchas ramificaciones que el árbol del pop actual ostenta: chillwave, footwork, vaporcläsh, future funk, tripgaze, seapunk, gazewave, global bass, witch house...

Y junto con las de carácter estético, también cayeron las limitaciones de tiempo y espacio, pero esto ya es una verdad de perogrullo. Actualmente, se sube a la Red un disco en Ulan Bator, y a los pocos segundos es reproducido en las antípodas. Si ése es el caso de Mongolia, de Dinamarca ni hablemos.

O mejor, sí, hablemos. Desde la tierra del desventurado Hamlet y del licor de cereza, hace poco llegaron noticias sobre el álbum debut de Catch The Breeze. Cualquiera que posea un conocimiento elemental del shoegazing, sospechará -justificadamente- que los tiros del trío de Copenhague van por ese lado. La admiración de estos daneses hacia Slowdive y “Catch The Breeze” -una de las más conocidas canciones de los dioses del también llamado baggy- es cuestión confesa. Su historia, sin embargo, no empieza sólo en esas coordenadas.

CTB se forma en la capital de Dinamarca durante la primera mitad del 2014. Aage Hedensted Kinch (voz, guitarra) Lars Madsen (bajo) y Andreas Bungaard (batería) venían de tocar en Yellowish, quinteto que se acababa de disolver en los albores del mismo año y que alcanzó la nada despreciable edad de 16 calendarios. Lo primero que publica el recién fundado terceto es un mini-álbum epónimo, con cinco surcos muy marcados por el viejo post punk ochentero y por el shoegazing. La compenetración entre ambos códigos es tan profunda, que cabe hablar de un nuevo (sub)género en relación a este modesto título -postpunkgaze. En una eventual antología del grupo/(sub)género, debería figurar por lo menos uno de estos tracks: “Reunite Your Forces” y/o “When The Sparks Fly”.


La banda se ha tomado su tiempo para regresar al ruedo, pues desde entonces no editó nada sino hasta este 2018. Adelantándose por los pelos a la aparición de Glow, se lanzaron los singles virtuales “Paper Lanterns” (enero) y “Fields Of Sunrise” (febrero). Aunque en sus minutos el aroma del shoegazing es más fuerte, estos sencillos no dejan de incorporar otros colores -el indie, sobre todo.

Glow (marzo) atenúa y diversifica las proporciones en que se reparten los ingredientes que componen el sonido Catch The Breeze. La terna modera levemente el predominio conferido al shoegazing y al post punk. De este último, sobreviven las melancólicas guitarras atmosféricas y las enérgicas líneas de bajo; del shoegazing, los landscapes radiantes y la intensa, cegadora distorsión cortesía de la pedalera. Ramalazos de post rock, trazos de indie y hasta pequeños pases de new wave son adosados según lo requiera la ocasión -tal es el principal aporte de Glow en términos de innovación respecto de su pasado. “Paper Lanterns”, por ejemplo, recuerda en algo a combos como The American Dollar (lástima que su video, maravillosa viñeta aguamarina de amaneceres/atardeceres, no sea reflejo cabal de los paisajes que sugiere el corte). En tanto, “The Hill” y la delicada “Sister Winter” no esconden cierta afinidad con el indie más clásico.


Todo ello no hace menos cierto, no obstante, que la hegemonía en CTB la detenta el postpunkgaze. Desde que Glow se apertura con “So Loud”, quedan en evidencia los principales caminos que parece siempre recorrerán los triates. En esa misma línea están la briosa “Enemy”, la ya mencionada “The Hill” y el otro single de la placa, “Fields Of Sunrise” -que guarda dentro de sí una inquietante, tensa performance de Andreas Bungaard a las baquetas.

Con la mágica “Sleepwalker”, entras en el segmento epilogal del disco, dominado por atmósferas mucho más densas, cuando no oscuras; pero no por ello afines al dark. Todo lo contrario, estas composiciones remiten al hábitat preñado de nostalgia, de agrupaciones pertenecientes al revival shoegazing del nuevo milenio (tipo VHS Dream). A esas direcciones señalan tanto “Sleepwalker” como “Dazed”. Más aún que los del post punk de vieja escuela, son éstos los espacios donde descuellan las letras que aluden a la insatisfacción propia y lo difíciles que son las relaciones con los demás. Y si por ahí encontraste vestigios de ansiedad, todos ellos se difuminan con el cierre, un baladón que responde al nombre de “Starlight”: solemne sin ser reluctante, es un poderoso medio tiempo de reverberante sensibilidad líquida -recordatorio feliz de los días en que el dream pop acaparaba los reflectores de la crítica especializada. El arrullo encantador con que rubrica Glow su buena estrella.

PD: El amigo y colega Fernando Rivera, que hace poco también ha reseñado esta obra sonora, ha corrido la voz sobre el proyecto paralelo de Hedensted, Mixtune For Cully. Puedes escucharlo aquí.



Hákim de Merv

jueves, 20 de septiembre de 2018

Desert Gang: Demo EP // Rito Verdugo: Cosmos // Artaud: Cábala

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 12 de septiembre del 2018.)

Por decir lo menos, es particularmente llamativa la rapidez con que la costa norte del país se está consolidando como plaza fuerte de nuestra geografía rockera independiente. A los de Fiesta Bizarra, Entre Asteroides y Ancestro; se hace ahora necesario sumar el nombre de Desert Gang. Este trinomio comparte géneros con los dos últimos, pero, a diferencia de ellos y de FB; no pertenece a la escena trujillana. Jonathan Segura (bajo), Cristhian Sarmiento (batería) y Francisco Vascones (guitarra) son naturales de Nuevo Chimbote (Provincia del Santa), Ancash -en el límite departamental con La Libertad.

Como lo demuestra su primer lanzamiento, Demo EP (2018), a estos porteños les fascina cultivar una tremenda fijación por el clásico sonido pesado de fines de los 60s y principios de los 70s. Desde el scratch que le imprimen a “Sombras”, hasta la calculadamente avejentada carátula -ya un lugar común entre los exponentes stoner rock y de territorios cercanos (los extraordinarios colochos Red Sun Cult son un clarísimo ejemplo)-, se respira un indiscutible saborcillo oldie. En efecto, y por afinidad, lo más cerca que se halla DG de sonar stoner es “Set Me Free”: el grupo prefiere imbuir a éste y al resto de temas de un embriagante feeling heavy psych setentero -que evoca el debut epónimo de Black Sabbath, jirones del mejor Hawkwind, el lado más blues de Led Zeppelin y Grandfunk...

Cuatro canciones concebidas sobre la laboriosa performance de Vascones y Segura, digna de dragones de silicio ocre enroscados en una danza/lucha elíptica. La mención honorífica va para ellos en lo que atañe a este cumplidor ejercicio de power blues (lo otro que de power tiene el trío). Un diligente inicio de gustillo añejo.


Otros que también le entran al stoner rock y a la estética heavy psych son los capitalinos de Rito Verdugo. Formados en el 2014 y bautizados así recién el año pasado, editaron en julio de este 2018 su referencia discográfica inaugural, Cosmos. Oportunidad tuve de escucharles en directo en el Hensley de Monterrico, la misma noche que tocaban Culto Al Qondor y La Ira De Dios, y el nombre se me quedó pegadazo.

Llenas de un groove ácido, las pistas de Cosmos descienden de zappeos en clave de psicodelia garagera. A ese contexto específico, la banda ha trasladado riffs hegemónicamente metálicos. Así, la apariencia de RV es la de un imponente panzer, pero la inaudita agilidad de su sección rítmica, que pisa a fondo el pedal a pesar del tonelaje de sus robustos graves; le convierte en un tanque ligero de combate, adecuado para blitzkriegs de pelaje doom y/o en LSD.

Nueve proyectiles a cual más pulido y calibrado que el anterior -podría enumerar “Prisionero”, “Cosmos”, “Esclavo”, “Inerte” y seguiría echando de menos el impacto y la absorción atómica de los demás. Aniquilador estreno del cuarteto que componen Álvaro Gonzales (segunda guitarra), Rodrigo Chávez Garcés (guitarra y voz), Luis Rodríguez Chávez (batería) y Carlos Del Castillo (bajo); mismo que abrirá para Earthless, tótem absoluto de la escena stoner mundial, en su visita de noviembre próximo.

El perfecto revés del extended de Desert Gang -como para escucharles uno tras otro, en una dirección u otra.


Actualmente residiendo en Lima, Erick Baltodano (guitarra) es originario de Trujillo. La semilla de Artaud se plantó en la capital de La Libertad, y por lo tanto adscrito a esa región debería considerarse el grupo que fundase al lado de su hermano Boris (bajo).

En un inicio power trío -completaba la alineación Jorge Ramírez (batería)-, Artaud, cuyo alias homenajea al padre del teatro moderno, el francés Antonin Artaud; debe haberse nucleado en un punto entre el 2012 y principios del 2013. En marzo de ese último año se graba su single primerizo Triángulo, autosindicado como demo, y para diciembre del mismo 2013 se redondea el espléndido mini-álbum El Nuevo Evangelio De Artaud, con Rhomán Urquizo reemplazando a Ramírez (catalogándosele asimismo de demo).

Un lustro después, Erick Baltodano, único sobreviviente de la formación original -Boris pasó a las filas de Ancestro, que ya ha merecido sendas reseñas en este blog-; recupera a Artaud con el que debe considerarse su primer tomo en regla, elegido entre tres finiquitados en el 2017, cada uno concebido por formaciones diferentes. Cábala, grabado en Lima en octubre pasado con Baltodano en guitarra y theremin, el mexicano Martín Escalante encargado del saxo, Juan Francisco Ortega en el teclado, el The Terrorist Collective y ex Cholo Visceral Israel Tenor acreditado en “machete” y a las baquetas, y el reconocido músico Teté Leguía (Gomas, Tanuki Metal Yonin Plus, Space Bee, Trío Nuna y un fantastillón de experiencias más; incluso lleva adelante un proyecto asociado a Escalante que ya cuenta con un registro epónimo) en el bajo; ha sido publicado en físico, lo mismo que el Cosmos de Rito Verdugo, por Necio Records.

Álbum conceptual de dos movimientos sin pausa, Cábala “cuenta” en sus 27 minutos y tanto la historia de dos caballos: “Cábala” y “Réplica”. El primero es una bestia joven, dueña de su destino y de su vida. El segundo es un animal viejo, próximo a morir, resignado ante la certeza de su desaparición y sereno ante la perspectiva de unirse a la tierra sobre la que cabalgó toda su existencia. El disco no tiene voz ni letras, pero ambos relatos no las necesitan.

Si antes Artaud se valía del revival psicodélico impulsado por el stoner con el cambio de siglo, ahora se ha liberado de esa constante para dar lugar a una jornada invadida de improvisación. “Cábala” son 20 minutos y pico de un caos desbocado, como corresponde a su protagonista, que en su galimatías no conoce de límites ni restricciones. Esto no es jazz, ni psicodelia, ni space; sino los tres a la vez, y más. Ya sea que galope enloquecido o se detenga brevemente para ramonear, el saxo de Escalante siempre está ahí -alcanzando el paroxismo supremo cuando ulula hasta emular el desesperante chirrido de un caballo relinchando.

“Réplica” son casi 7 minutos de improvisación más reposada, como corresponde a su protagonista, y abunda en formas más reconociblemente rockeras. Sus medios tiempos se adaptan al trote regular que cabe esperar aquí, o al menos así lo parecen después de la virulenta intensidad de su predecesor. Las revoluciones bajan progresiva aunque imperceptiblemente, hasta que el track se extingue en medio de sonidos extraídos de la naturaleza -que, en realidad, lo han acompañado todo el tiempo: el gorjeo de los pájaros, el sonido del viento, el golpeteo incesante de la lluvia, el fragor del trueno, etc.

Sospecho que no ha sido directa inspiración para Artaud, pero de todas maneras crucial, así que apunto el hecho: tanto en su propio BandCamp como en el de Necio Records, Baltodano consigna un fragmento del poema “Balada Para Un Caballo” de nuestro aedo Jorge Pimentel, que rematará estas líneas. La glosa calza tanto con la obra sonora como con la portada -ideada por Erick, quien produce junto a Camilo Uriarte (El Aire). Tumultuoso y levantisco, pero sobre todo inusual debut.

“Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo
me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefiero ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar
hacia la vida, para mantenernos unidos y vencer,
para no estar solos, para volvernos verdes-azules-amarillos
anaranjados-rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco”.


Hákim de Merv

jueves, 13 de septiembre de 2018

Wilder Gonzales Agreda: Violahorizontes // Galactic Seed: Sonidos Del Sol

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 5 de septiembre del 2018.)

Si bien lleva unos 24 años en la brega, Wilder Gonzales Agreda apenas ha alcanzado la mitad de ese tiempo haciendo uso de su nombre civil para publicar referencias discográficas. Fue en el 2006, si la memoria no me falla, que salen con este crédito tanto el Cantos Electrónicos Para Mamá EP como el Freedom. En el pasado, reviviendo si acaso efímeramente, duermen Avalonia, Fractal, Azucena Kántrix, The Electric Butterflies, The Peruvian Red Rockets, Martelenor y otros actos que atestiguan su participación -o fueron fundados por él.

Sorprende por tal motivo que Violahorizontes (2018), primer artefacto de remezclas en este casi cuarto de siglo que el no-músico ha dedicado al pop de vanguardia, no sólo esté centrado en deconstruir las composiciones firmadas como WGA; sino también en emprenderla exclusivamente contra las que han aparecido desde el Lima Norte Metamúsica (2014) en adelante, lanzadas vía edición física u online. Detalle sintomático, pues explicita la coincidencia de percepciones entre emisor y receptores -a Lima Norte... se le considera la jornada a partir de la cual Wilder se reinventa, generándose ahora la impresión de que lo propio se inclina a pensar el autor.

Algunos atributos de Violahorizontes invitan a compararle, desde un estricto enfoque formal, con el Delay Tambor (1995) de Silvania. Primero, ambos son discos de remixes, pero a la vez incluyen números de estreno. Segundo, ambos escarban en las piezas originales hasta lograr sustraer rasgos recónditos sobre los que practicar masajeos transversales a éstas (no todo volumen de similar cariz cumple con este objetivo). Y tercero, aunque existe una pulsión marcial innegable en algunas reversiones del DT -sobre todo en la de Locust-, ésta planea más vigorosamente en Violahorizontes, aún en los temas nuevos. Empiezo por éstos últimos, ya que uno de ellos sube el telón.

¡Estoy Vivo CSM!” y “Mensajes Tántricos” comparten una espina dorsal rítmica cuya secuenciación, por contraste con las espirales matemático-caóticas que ofrece Gonzales Agreda cuando recurre a la programación digital, luce bastante orgánica. A pesar de ello, mientras que “¡Estoy Vivo CSM!” cuaja en un corte de dimensiones definidas, taxativas, reales; “Mensajes Tántricos” se convierte en un estupendo ejercicio de electrónica ensimismada, etérea, difusa hasta lo abisal -que al terminar se desdibuja un poco. Por otra parte, “Surrounded By Social Climbers/Feeling Much Better Alone” es el track que más se aplica a franquear los caminos recorridos por el norconeño desde el 2014 hasta el presente.

En cuanto a las remezclas, se ha echado mano de material listado en el LNM (“All I Want”), en el Scala Mega Hertz (2016, “Will Volador”) y en el Paraísos, Revoluciones Y Tú (2017, “Revolución Crisálida”, “Serendipity”); así como del single “Música Anticorrupción” (2015), motivo de dos remixes. Precisamente es uno de éstos, a cargo de Takeshi Muto (alias de Rómulo Del Castillo, peruano radicado en USA co-fundador de Schematic Records y responsable además de Phoenecia, Soul Oddity y Metic), el que se erige como la más marcial e intrépida de las relecturas. Otras menos osadas y más cercanas al ambient son, en ese orden, “All I Want” (a manos de Ian Masters, bajista y cantante de los legendarios Pale Saints), “Will Volador” (j̶o̶z̶e̶f̶a̶l̶e̶k̶s̶a̶n̶d̶e̶r̶p̶e̶dr̶o̶, peruano de nacimiento pero radicado en Bélgica, alumno del recientemente fallecido Glenn Branca) y “Serendipity” (por el neozelandés Sam Hamilton, chequea el “I Ching techno” de su Super Positions -2017-). Absenta decimonónica para los tímpanos.

Lo insólito no es que una obra promedio de WGA me haya dejado patitiesas las neuronas, sino que lo haya conseguido la otra reversión de “Música Anticorrupción”, subtitulada ‘Dj Miami’s Verdecito Remix’ y perpetrada por el gran José Javier Castro (El Aire). Llena de programaciones sabrosonas y ornamentación dubidélica, debe ser lo más cerca que alguien ha hecho sonar al buen Wilder del Laika tipo “Let Me Sleep” o “If You Miss”, o del Mouse On Mars del Idiology (2001) -exótica electropicalia de duermevela.


No suelo ser amigo de las sustituciones de nombre que sólo se limitan a optar por un idioma distinto. Asumo que las razones son las mismas por las que otros músicos/no-músicos mudan de seudónimo -a saber, inauguración de una nueva etapa, trastoque de integrantes, deceso de alguno/a de ellos/as. Pero qué quieres, no me cuadra... se me antoja indigerible.

Hacia la segunda mitad del 2015, fecha en que se sube al BandCamp de Chip Musik el extended Trascendental, Óscar Cirineo todavía llevaba adelante su proyecto unipersonal como Semilla Galáctica. Entre aquel upload y este exacto día en que me lees, ocurrieron dos hechos a subrayar. El primero es la salida (en buenos términos) de la nómina Chip, algo cantado toda vez que Trascendental EP no se colgara únicamente en la cuenta de la netlabel. El segundo es el abandono, en algún momento entre el 2017 y lo que va del 2018, del a.k.a. de “Semilla Galáctica” y la adopción del de “Galactic Seed”. Valiéndose de esta nueva denominación es que, tras más de dos años y medio, Cirineo reaparece con el larga duración Sonidos Del Sol.

El de la chapa es el más notorio de una serie de cambios que ha efectuado el individualista, a juzgar por los resultados exhibidos en el álbum. Es un disco extraño este SDS. Galactic Seed lo empieza muy lejos del IDM/post IDM que lo identificase en los tiempos del Tecnología Desconocida (2012). El ambient de surcos como “Levitacija” y “Meraki” se siente extático, abstraído, extasiado, absorto... De secuencias y compases marcados, ni medio beat. Nada. Por más que, súbitamente, “Glide Down” conjure el background de Semilla Galáctica y comienza a agitarle; la gracia dura lo que el tema mismo, y luego “Secret Nature” vuelve a las coordenadas de los primeros minutos.

Hasta el final, Galactic Seed será presa de la irresolución. No se decide a ser una cosa (ambient reconcentrado y soñador) o la otra (IDM/post IDM y braindance oscuros, de ritmos descoyuntados). O ambas. Intenta esto último, sí, como en “Infinite Energy”, que tiene la síncopa y la atmósfera divorciadas por más de 120 segundos; o como en “Aeropuerto Futuro”. Empero, le falta perseverancia y vuelve a hesitar en su performance para la placa.

La experiencia y las apariencias señalan que será muy determinante, y para mal, la sobrevivencia de ese cúmulo de dudas en el futuro. Pero, por raro que suene, Sonidos Del Sol no es tibio o malucón; sino bien cumplidor. Su estética díscola no le veda ser al mismo tiempo un disco apolíneo, exceptuando al dionisíaco, casi fúnebre “Sibilino”. Por asociación de ideas, me remite a la corona solar, ese campo de la atmósfera superior de nuestro sol cuyas distorsiones incuantificables aseguran los hombres de ciencia producen in situ severos desgarrones del continuum tiempo-espacio. Tal vez sea el efecto de garrapatear, usando sonidos y procesos de mezcla, la coloración acústica y luminosa que puede extractarse de instrumentación eminentemente electrónica. Tal vez sea un je ne sais quoi fruto de emular, como ha descrito el propio Óscar sin mencionarle, la vieja costumbre apache de poner la oreja en el suelo y alcanzar a escuchar ahora todas las músicas del mundo. O tal vez sea la consecuencia no prevista de esa indefinición sónica, bañada de cegadora fosforescencia solar. Litio en gotas oftálmicas, a lo Looper (2012) -cuántas lagunas le faltan todavía llenar al saber y a la técnica humanos.


Hákim de Merv

jueves, 6 de septiembre de 2018

Tobías Alcayota

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 29 de agosto del 2018.)

Sé que las generalizaciones suelen ser, casi siempre y en cualquier ámbito del saber/quehacer humano, espada de dos filos. Me arriesgo así y todo con una, que he meditado bastante: en la historia de la música pop independiente chilena, debería haber unos cuantos párrafos dedicados al “G-6” de los 90s. Supersordo, Yajaira, Pánico, Tobías Alcayota, Congelador, Shogún: buena parte del desarrollo que el pop mapocho más interesante experimentase en lustros posteriores, hunde las raíces en el legado de una -o más- de estas bandas. Cada cual en lo suyo, editaron discos fabulosos durante la década previa al cambio de milenio, que fertilizarían el detritus sónico del que ha emergido la próspera escena sureña de nuestros días entre Arica y Magallanes. De prácticamente todos esos alias, ya se ha escrito antes en este espacio.

Lo que apenas han esbozado esas mismas palabras, sin embargo, es el talante de un grupo como Tobías Alcayota. En hipotética justa por el título del “G-6” más inclasificable, el trío santiaguino formado en 1992 al interior de las aulas del colegio San Gabriel gana la carrera de punta a punta. Un minuto de música extraído de cualquiera de sus trabajos aparecidos entre 1999 y 2004 puede ilustrarlo sin mayores complicaciones: adicto a las frecuencias agudas/chirriantes, inclinado a despedazar la más insignificante línea melódica que se le ponga al frente, presto a burlar nuestras expectativas amparándose en la dicotomía contemplación atonal/descarga vipérea; TA ha sido luengo tiempo un estado de imaginación inventiva en incesante ebullición. En sus momentos más apacibles, los chilenos suenan a post rock angustiado, frenético, torturado. En sus momentos más enajenados, a crispante electrofolk experimental propiciatorio de malos viajes.

La historia online coincide en que si bien 1992 señala la largada para los capitalinos, 1996 es la fecha del debut oficial, producido de modo independiente: Alzamiento Del Día Vivo Por Una Luna Nueva Y El Que Tiene Un Ave Dentro-Fuera Yace. Este título no se encuentra disponible en Internet, salvo un par de tracks en la cuenta SoundCloud del terceto (“El Pequeño De Ser”, “Pedro Habla (Fragmento)”), y es lo suficientemente esquivo en los programas de intercambio de archivos como para tirar la toalla en una. Quienes lo han escuchado, aseguran que es un sugestivo primer intento, notoriamente delimitado por el esquema bajo-batería-guitarra. No tengo ninguna certeza sobre esa afirmación, pero lo cierto es que Alzamiento... llenó los ojos y oídos de Pánico, el bandón de Eddie Pistolas, Carolina 3 Estrellas, Tatán Cavernícola y Juanito Zapatillas; cuyo sino iba entonces en ascenso -la consagración definitiva llegaría con Rayo Al Ojo (1998). El entusiasmo del cuarteto franco-chileno se tradujo en un contrato con Combo Discos, plataforma del tándem Pistolas/3 Estrellas creada exclusivamente para editar y distribuir las propias placas, lo que convierte a Tobías Alcayota en el primer fichaje del sello ajeno a Pánico y amplifica su modesto alcance en el circuito off-mainstream. Para 1999 sale a la venta Omi, segundo round de la terna y grabado por Francisco Strauss, y el resto es crónica de dominio común -en el 2008, es ungido por la Rolling Stone como el quincuagésimo mejor disco chileno de todos los tiempos.


Hace algunos momentos, definía a TA como “un estado de imaginación inventiva en incesante ebullición”. Más allá de la licencia literaria, alguna vez sus miembros, que han sido los mismos durante 26 años; decidieron explicarse utilizando palabras equivalentes. En la contratapa de Algo De Noche En La Isla, su álbum del 2002, puede leerse:

“Tobías Alcayota es generado a través de_
Marcelo Peña_teclados, guitarra eléctrica, voces y coros, tabla hindú, viola, ruidos electrónicos, tarka, tubocobrecaña.
Jorge Cabargas_programaciones analógicas y digitales, batería acústica, darbuka, pandero, tarka, voz lejana.
Jorge Cabieses_bajo eléctrico, teclados, zampoña, tarka, puña, cuncuna, flauta dulce, tumbadora, flauta doble, voz hablada”.

Ya entonces los músicos se describían como partícipes de una sola entidad metafísica, talentosamente chiflada y maniática, acaso por hallarse permanentemente urgida de esa expresividad emocional que doy fe la ha embargado desde Omi (descárgalo aquí); y para la que (aún) no hay género conocido adaptable. La cantidad de instrumentación que la cita consigna habla por sí sola de lo obsoletas/minimizadas que habían quedado las herramientas utilizadas en el disco del ’99, sólo tres años antes -flautas y teclados, sí, como también ocarinas y los órganos Antonelli y Bontempi de que disponían en el colegio para las clases regulares de música. Omi mantiene el formato digamos “a lo power trio” de Alzamiento Del Día Vivo..., pero su actitud es de clara apertura al empleo de sintetizadores y demás adminículos consustanciales a la música electrónica.


Porque la permanente impaciencia de Tobías Alcayota le exime de adecuarse o pertenecer genuina y respectivamente a una escena o a una generación. Si bien este personaje de singular nombre, que ha ido asentando su corporeidad con subsecuentes entregas para trascender leitmotivs meramente eufónicos, puede haber empezado a respirar tomando como base el proceso compositivo del indie; no suena como tal sino de modo harto accesorio. Los días ‘contrapsicodélicos’ del Omi hicieron que se le comparase con imperdonable ligereza a The Red Krayola, cuando sólo se trataba de una fase en la evolución colectiva: la idea de esta “psicodelia-a-la-contra”, más cerca del proto post rock de Bastro y/o del lo fi de Sebadoh, era autoprocurarse un shock de éxtasis sensorial que empujase al abandono de todo residuo de conciencia racional. Con Algo De Noche En La Isla (descárgalo aquí) se inaugura un período dominado por metodologías kafkianas y automatismos dadaístas, que se extendería hasta Desfachatez, Lo Juro, El Último Suspiro (2004); y en el que quedaría de lado cualquier vestigio de ese sonido ácido que les inspirase desde los tiempos en que se hacían llamar Los Zapallines (dedicados a relecturas lisérgicas de Led Zeppelin).


Pese a que Desfachatez... precede la separación de Cabargas/Peña/Cabieses, que sólo se revelaría temporal cuando se publica Maleza Bar en diciembre del 2015, desde un inicio Tobías Alcayota ha tenido buena estrella. Cuando cabros chicos, se zambullían en las tocatas organizadas en el Taller Sol. Allí conocieron a gente como Entreklles y Supersordo. Su primer directo lo dieron en el centro cultural PanAm al lado de Niño Símbolo, proyecto paralelo de Rodrigo Rozas (a) Katafu, guitarrista de Supersordo. Ya agrupados, en 1995 participan del concurso de bandas del programa televisivo Extra Jóvenes, conducido por Marcelo Comparini y Verónica Calabi; que hacen suyo a fin de año -la escena, que puede verse en el mediometraje documental Tobías Alcayota (2015), muestra igualmente a un público escolar confusamente entregado a quienes los reflectores apuntan (no precisamente ídolos pop). Fue durante la competencia que conocen a Arturo Lovazzamo, de Culebra (subsidiaria de BMG), y a través de él a Claudio Fernández, vocalista de Supersordo. En marzo del 2001, los triates actúan junto a nada menos que Los Jaivas, para el sitio web ChileRock de la Radio Universidad de Chile. Un encuentro del que guardan el mejor de los recuerdos, gracias a las declaraciones del pianista/tecladista Claudio Parra: “Tobías Alcayota te lleva por esos paisajes misteriosos en los que uno no se atreve a meterse”.


Ese primer contacto con una agrupación de la talla de Los Jaivas y esa buena estrella les resultaron favorables tanto en Algo De Noche... y en Desfachatez... como en Antimateria (también 2004, descárgalo aquí), Sorte (2003, seis anónimos instrumentales desérticos en los que de cuando en cuando se cuela la voz contante de un hombre que agoniza) y Cráter Imaginario (2003, recoge la sesión de radio ofrecida en el programa Interfase de Radio Beethoven, con material compuesto ex profeso para la ocasión). A partir de Algo En La Noche..., el componente rockero disminuye en beneficio del electrónico, y también de dosificadas persianas sonoras que remiten a la fusión latinoamericana y a la tradición vernácula chilena -mismas que adquirirán mayor protagonismo a posteriori: “Feria Amallac”, “Queltehue”, “Cabalgata Morada”, “Merkén”, “Llamita”...




Pero por encima de todo, el elemento clave en la constitución del carácter de TA es el método. De éste, ya destaqué su rasgo central, prominente esencialmente tras el Omi. Es 100% intuición. Un instrumento x es descontextualizado, más aún si su origen es autóctono, para subsumirlo a un modus operandi surrealista: los sonidos se aprecian ejecutados por el subconsciente, libres de pensamientos encorsetados, huyendo de la lógica generativa. Principio básico en la composición conjunta es la manipulación no convencional -si delirante, mucho mejor- de todos los materiales a disposición. Negando además la jerarquización, abrazando la horizontalidad y la consonancia en el trabajo al interior del trío, sin olvidarse del ludismo inherente al ritual de esta vívida comunión.

Con un epígrafe como ése, Desfachatez, Lo Juro, El Último Suspiro -descárgalo aquí- es un manifiesto anuncio de la disolución del combo. A pesar de ser ambos del 2004, Desfachatez... es un disco más sombrío y simple que Antimateria, estando este último levantado en torno al clarinete, a secuenciadores, a cajas de ritmo y a flautas altoandinas. Escuchar repetidas veces el séptimo lance del trinomio deja la impresión de habérsele concebido concienzudamente como la arremetida final, al menos durante un buen tiempo. Por eso, muchos nos sentimos reconfortados con el regreso a través de Maleza Bar. Y aunque ahora los santiaguinos se lo toman más calmadamente, reuniéndose cada vez que las circunstancias lo permiten, sin que haya presiones externas o internas para lanzar nuevo disco o presentarse en vivo; lo concreto es que Tobías Alcayota ha salido de sus cuarteles de invierno tras 11 años de hibernación.

Maleza Bar -descárgalo aquí- es el típico disco de retorno, luego de un hiato que asomaba inacabable, sin la nerviosidad ni la demencia de las jornadas que le antecedieron. Disiento sobre la opinión referida a que el grupo suena más maligno que antes -para mí, la forma más pura de maldad es la asociada a la locura, pocas veces audible en este regreso (“Nada Más Importa”, “Maleza Bar”). En todo caso, un símil admisible es el del Joker dando sus primeros pasos tras un dilatado intervalo de catatonia, como en el cómic/la película animada Dark Knight Returns (“Microondas Sumergidos”). O el de “un Christian Death bailable” (“Carne, Harina Y Suelo”, “Halógena”), que el propio grupo ha propuesto. Lo que sí se infiere fehacientemente de los nuevos temas, es que la conexión telepática está intacta, así como la organización nivelada, la hermandad y el psicótico sentido del humor que comparten Marcelo y los dos Jorges (ese guiño malsano y deforme al vomitivo “Corazón Mágico” del inane de Django en “Jabalina” es impagable). No podía esperar que fuese de otro modo, si la música es su principal estimulante.


Con un directo confirmado para octubre en Santiago De Chile, aún quedan muchos enigmas por descifrar sobre Tobías Alcayota. El origen de su nombre, por ejemplo, fluctúa entre la semi-castellanización de la frase “To Be As El Coyote” y el dragón Tobías del fenecido programa infantil chileno Pipiripao (parecido al peruanísimo Los Spuercartonicómicos de Ricky Tosso en los 80s). Otros los absuelve el jugoso documental de Francisco Schultz. Y otros más, tal vez, sean absueltos tras la degustación continua de sus discos. En última instancia, no podría aseverarlo del todo.


Hákim de Merv