(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 27 de noviembre de 2024.)
Anunciada la salida de un nuevo opus de
Seefeel (30/8), nadie pareció alimentar ingenuas expectativas sobre si el
célebre acto conseguiría rubricar una reinvención acorde con su background. Los
días de gloria ya habían quedado muy atrás, y ni el epónimo regreso del ‘10 ni
el ¿single? del ‘21 -al alimón con KMRU- fueron capaces de la proeza. Tampoco existía
la obligación de, aunque tal vez sí el compromiso de ofrecer un puñado de
canciones que refinase la brillante fórmula aplicada en Quique (‘93) y
metamorfoseada en Succour (‘95).
La prudencia quedó justificada tras escuchar Everything Squared, que al menos oficialmente no figura como EP. El vinilo se queda a
poco de rebasar la barrera de la media hora, duración que para compañeros de
viaje como Autechre sería insuficiente a fin de considerarle álbum regular, y los
capítulos que le vertebran apenas alcanzan la media docena. Pese a ello, ES
se afana en sostener la calificación estándar de la agrupación, revisitando las
mayores virtudes de ésta al proponer permutaciones interesantes del output que
le identifica. Y lo consigue. Quizá de ahí la abstención de añadir el
calificativo “extended play”.
Nada más comenzar a desgranarse “Sky Hooks”, el
cúmulo de evidencias que avala esa opinión dispara las gráficas. El bruñido
aislacionismo hibridado del primer post rock y de la vanguardia electrónica de
los aurorales 90s brota embebido en un embriagador flujo de dosificadamente silencioso
misterio, aludiendo a la vez a (Ch-Vox) (‘96) y a los maxis de la era
Too Pure. Erosionado por la belleza armónica (“Antiskeptic”), rítmico y
melodioso (“Multifolds”), arrullado por las voces estranguladas de Sarah
Peacock (“Lose The Minus”); el sonido Seefeel se muerde la cola en nuevo
intento por reverdecer laureles. Aunque el objetivo ulterior no es satisfecho, la
performada simbiosis de visos cristalinos/hipnóticos/dionisíacos obtiene el
aprobado con creces.
Hacia el final, la asociación pone el ojo en
el tribalismo escuezante de Succour. Atiborrados de acompasadas
atmósferas de aspereza ambient, “Hooked Paw” y “End Of Here” son los mejores
números de la rodaja, picando hasta caer cerca de los altos registros de
abstracción metasónica exhibidos treinta años atrás. Sobre todo “End...”, que
culmina echando mano no sé si de cornos digitales o de auténticos elefantes
barritando sin cesar. Everything Squared gana así una mención honrosa de
la que su predecesor no puede jactarse -ser jornada heredera de los mayores
descubrimientos de Seefeel.
El único inconveniente es que esa misma
jornada la firma Seefeel -que ha sufrido la baja de Kazuhisa Iida, quedando
reducido a trío: los históricos Sarah Peacock y Mark Clifford, acompañados
desde el ‘21 por el japonés Shigeru Ishihara.
Amo:Mi:Walkman, Windsurf Holograma, Remis Espacial. Entidades todas pertenecientes a las nuevas camadas de músicos
independientes surgidas en Argentina, traspuesto el umbral del segundo decenio
del siglo XXI. Aún está por verse si sus pares comparten con ellas la política
de un ADN abierto/osmótico, sobre todo en lo que concierne a las dos últimas,
si bien la respuesta asoma afirmativa. Otrosí, hay un par de instancias adicionales
en que coinciden estos tres nombres: el lugar de residencia (la localidad de Muñiz,
en Buenos Aires) y la colaboración de dos de sus militantes en el plástico Vida
Espacial.
De Remis Espacial y Windsurf Holograma (que
entiendo todavía se halla en activo), Germán Magnaghi es quien se encarga de
sintes y secuencias, amén de la guitarra y la voz. Del unipersonal electro Amo:Mi:Walkman,
Pablo Morán se ocupa del percutado mástil de cuatro cuerdas, e igualmente de la
guitarra. Vida Espacial, acreditado a Ger Espacial + A:M:W, aprovecha la
experiencia de ambos artistas en gamas como el dream pop imbuido de Baja
Fidelidad, el indie amateur presto a jugar con tecnología casera, el avant pop,
la experimentación psico-iterativa. Su metodología intuitiva y su brevedad han
concitado en torno a este debut, lanzado a fines de septiembre, cierto interés
en los dominios de la escena alternativa gaucha.
Aunque puede parecer confusa la suma y/o
interacción de estos códigos, el resultado se acomoda gracias a la actitud
lúcida, lúdica y naif que ha sintonizado el tándem Morán-Magnaghi. Vida
Espacial es un sucinto compendio de estados de ánimo casi-por-completo sincronizados
a las vetas artísticas que atraviesa. La vocación exploratoria se patentiza en el
modo cómo se trastea con programaciones y sintetizadores, efectos y filtros -me
recuerda un poco la fresca dinámica del unigénito epónimo de Electro-Z, más allá
de lo cual no cabe establecer otra comparación. “Sinceridad Invisible”, por
ejemplo, pinta como grabada a bordo de una nave espacial de utilería. Otro
tanto podría asegurarse de “Estacionado” o esa delicia que es “Una Flor”, lo
que además de avalar la inclinación inquisitiva hacia las herramientas
digitales de hoy, permite apreciar las inequívocas raíces indies del CD.
Por supuesto, el rock a secas no está
excluido. No obstante, sí he de admitir que no cuenta con mucho espacio -por
aquí “Sensación”, por allá el hidden track “Eterno”. En todo caso, un dream pop
harto tamizado trashuma estos canales lo mismo que otros de hálito minimal pero
de bullente inventiva: “Más Y Más”, “Amor, Llévame” (más no fi que lo fi, en
realidad), “Pasó El Tiempo”, “Simple”... Un largo de calidez y de proximidad
con el/la oyente, como pocos que de entre las nuevas hornadas han florecido en
este 2024 que ya se va. Parejo en su cotidianeidad y emotivo en su cercanía.
Sólo la relectura de Charly García me ha
dejado algo perplejo. La deconstrucción de “Demoliendo Hoteles” practicada por
Magnaghi y Morán cumplimenta el cometido de desmarcarse radicalmente del
original, pero el reacomodo de la letra a la nueva melodía termina
desorientando al más hincha. Y eso que, del bigote bicolor, nunca lo he sido.
La primera certeza que nace en mi mente tras
escuchar muchas veces Songs Of A Lost World es que éste es/será el
último trabajo de The Cure. El primero en 16 años, luego de dos entregas asaz
discretas (The Cure en el ‘04 y 4:13 Dream en el ‘08), lo nuevo
de La Cura cobija diversos humores -el de la reivindicación, el del propósito
de enmienda, el de esa “tercera madurez” desde la que lo único que necesitas es
despedirte dando todo lo que queda de ti, sin guardar más para el resto del
camino. El de quien pone orden en la propia casa, de la mejor manera posible,
antes de marcharse definitivamente.
¿Cómo podrían entenderse de otra manera
líricas como “This Is The End Of Every Song That We Sing” (la primera
línea de “Alone”), “I Lose My Reason Whеn I Fall Through The Door/Endless
Black Night Lost In Looking For More/At Least I Know Now How I Lose It
Before/One Last Shot At Happiness?” (la estrofa postrer de “Drone:
Nodrone”), “It's All Gone, It's All Gone/Nothing Left Of All I Loved/It
All Feels Wrong/It's All Gone, It's All Gone, It's All Gone/No
Hopes, No Dreams, No World/No, I Don't Belong/I Don't Belong Here
Anymore” (parte del coro de “Endsong”)? ¿Cómo interpretar en otro sentido
la evidente denominación del acetato? Para cualquier persona nacida antes del
cambio de siglo, en más de un modo éste no es el mundo al que vinimos. Las transformaciones
se producen demasiado rápido, muchas veces desconcertantemente. En ese
contexto, un 33 como el que acaba de publicar The Cure suena en efecto a procedente
de un mundo que ya no existe, que se perdió (¡la portada reproduce parte de una
escultura reducida a cascajo, por todos los cielos!). SOALW reposa
incluso en sus canciones más rockeras (“Drone: Nodrone”, “A Fragile Thing”). Maneja
intros que rozan lo interminable, lo infinito. Atesora la majestuosidad
imperturbable, el resuello crepuscular, la senescencia elegíaca, la melancolía
del adiós (que esta vez sí parece conclusivo). Refuerza la idea el saber que se
trata de composiciones que Robert Smith ha ido armando desde hace muchos años -cinco
de las cuales, registradas en directo el año pasado, son añadidas como bonus
tracks a la versión digital de Songs...
Más allá de eventuales divergencias en el
criterio valorativo, la abrumadora cantidad de reseñas ha traído a colación la
imponente estela de Disintegration (‘89), señalando que Songs Of A
Lost World es el mejor disco de The Cure desde Bloodflowers (‘00),
el único otro gran título que ha firmado el legendario grupo británico durante la
presente centuria. La referencia es parcialmente correcta: por cuanto Disintegration
fue la piedra de toque que ha fijado para siempre esencia y talante de Cure,
siendo la proximidad o lejanía de posteriores álbums respecto suyo lo que les
avala o descalifica, es claro que Songs... evoca los reflejos del doble
del ’89. Pero lo es más que en sus surcos resplandece con mayor fuerza la
impronta de Bloodflowers. Si en Disintegration se contrae Smith sobre
sí mismo, y cosecha las virtudes señeras del periodo “oscuro” de la banda insuflándolas
de sensibilidad pop, en Bloodflowers consigue replicar la faena
cambiando de circunstancias, leguaje y dimensiones. Si Bloodflowers es
una vivificante transustanciación de Disintegration, Songs... lo
es asimismo del LP del ‘00.
(Esto aparte, nadie ha subrayado el
ascendiente de cortes como “A Fragile Thing” o “All I Ever Am”, que sutilmente
se remonta a los tiempos de The Head On The Door (‘85). El detalle es
importante, ya que The Head... inicia la etapa clásica más pop de La
Cura, precisamente honrando sus fundaciones dark -algo que luego ensayaría y
potenciaría Disintegration, rodeado de fasto y esplendor.)
Songs Of A Lost World no es sólo otra
urgente variación azarosa de Disintegration o de Bloodflowers,
empero. Este último ayudó a los súbditos de la Rubia Albión a ingresar con buen
pie en el nuevo milenio, aupado por el uso de la tecnología que se convirtió en
viral hasta en el mundillo del pop mainstream, sin renunciar a la esencia que de
Cure codificase Disintegration. Songs... se decide por procedimientos
cuasi orquestales. Rara vez el piano deja de estar presente a lo largo de sus
casi 50 minutos. Otro tanto se puede decir del acordeón (“Warsong”), de las
cuerdas... Todo ello, en funciones complementarias a las del grupo, conformado
actualmente por Simon Gallup (bajo), Roger O'Donnell (teclados), Perry Bamonte
(guitarra y teclados), Jason Cooper (batería), Reeves Gabrels (guitarra) y
Robert Smith (guitarra y voz). La ejecución de cada track se aprecia tanto
mejor en la Deluxe Edition, que circula con un segundo compacto enlistando
las correspondientes versiones instrumentales.
¿Es entonces Songs Of A Lost World una
nueva obra maestra de The Cure, a poco de arribar al medio siglo de existencia
(lo hará en 2028)? Conjeturo que sería equivocado pensar en esos términos. Podría
ser, pero The Cure no necesita de una “nueva obra maestra” que añadir a las ya
consignadas en su palmarés. Lo que necesitaba -y ha hecho- es alzar la voz y
los puños gritando “¡Todavía estoy aquí!”, con un “Mad Bob” superlativo a quien
los lustros no le han apagado/alterado la voz. Ese tremendo testimonio, que representa
a una vieja escuela que se niega a desaparecer sin llamar al orden a la
muchachada que ha crecido obliterada por el mito del Fin de la Historia,
imparte de paso una lección al basurero en que se ha convertido el pop
contemporáneo -hábitat de monetizados exhumadores/recicladores de décadas
anteriores, de trapperos, de indietontolones.
Como se ha dicho antes un par de veces, a
todo gran campeón le queda siempre una última pelea en su interior, no importa
lo añoso que esté. De corazón, espero que sea éste el caso de Robert Smith y
collera, pues han arriesgado en este esfuerzo volúmenes fantásticos de
integridad, sinceridad, ética -y quién sabe si serán capaces de volverlo a
hacer. Ocurre con los verdaderamente grandes, y The Cure tiempo hace que es uno
de ellos. Como también se ha dicho ya de otros pocos de sus colegas de armas en
el discurrir de la Historia, “nosotros les debemos todo, y ellos no nos deben
nada”.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de junio de 2024.)
Habitualmente inclinada hacia sintetizadas
alofonías de resolución estándar o borrosa, no deja de ser insólito encontrar cada
tanto en la nómina de Poxi Records un proyecto como Sacharias. Es cierto,
figura también allí Talismán, pero ésa es otra de las contadas excepciones dispuestas
a refrendar la regla. De cualquier forma, y pese a divergencias de estilo, este
misterioso individualista observa el principal distintivo estético de la independiente
santiaguina -el lo fi.
Fin, al que todo sindica como debut del
acto, se construye a partir de guitarras y de sencillos patrones rítmicos
programados utilizando una drum machine. Las primeras tienden a ser acústicas,
lo que facilita dotarlas de texturas inmersas en consabidas transparencias
polucionadas, no comportando su electrificación mayor obstáculo para ello;
mientras que los segundos, sin ralentizarse hasta alcanzar marbetes tan “escabrosos”
como el de la balada, vagan pedestremente lejos del medio tiempo.
Una cosa no quita la otra, por supuesto.
Sacharias no prescinde de instrumentación más tradicional, como lo demuestran
las baterías de “Espejo”, “Puerta Roja”, “Dame” o el track titular. Eso, para
no explayarme en el concurso de bajos, pianos, armónicas o saxofones; también hallables
en la travesía. A decir verdad, dichas participaciones contribuyen a realzar el
excéntrico perfil insular del unipersonal -bastante inasible por cuanto el lo
fi determina el enfoque de su acercamiento, no los géneros revisitados.
Quizá sea eso lo que más llama mi atención en
Fin: blues primordial, enteogénesis rítmica, power chords noventeros revestidos
de delay... No son éstos los territorios que frecuenta la Baja Fidelidad. De
esta guisa, viñetas como “Fin”, “Seremos”, “Ritmo 77” o “El Viaje De Ali”
revelan fantasmales guitarras lisérgicas, picapedreras percusiones de tangencial
corporeidad rockera, vocalizaciones que franquean el dintel de lo puramente
ambiental. Extrañas fisionomías las que confiere el registro a sonoridades usualmente
embebidas de precisión y nitidez luminosas.
Una curiosidad de cassette. Dependiendo de
los oídos que seduzca, puede mostrarse fascinante y/o intoxicante. Que sienta
más lo primero, sin embargo, no significa que a ratos no experimente lo
segundo.
Dos años después de su adictivo Soul's Whisper (‘21), The Slow Voyage entrega tercer esfuerzo en largo, bautizado
epónimamente. Eyectado en junio del ‘23, este nuevo álbum parece encaminado a
asentar definitivamente el polvo que levantara el cuarteto cuando su estreno
impactase el pétreo continente de venerables géneros rock soliviantados sobre recias
eléctricas y tormentas galvánicas de amperaje devastador.
¿Cómo así? Si en Time Lapse (‘17) había
lugar para discursos graníticos como el stoner o el space, entre otros, con Soul’s Whisper la cosa fue decantándose hacia los sonidos más cercanos al
psicodelismo sesentero y setentero. Para The Slow Voyage, ese proceso busca
cerrarse dando lugar a una rodaja cuyas raíces se hunden en la época dura del
rock ácido. A este respecto, la descripción provista por el grupo de Freddy
Lepe y Rodrigo Salamanca es más que reveladora: “...un magnífico impulso que se
asoma hacia el misterio de la existencia, el azar que palpita en cada ejercicio
musical, transita entre golpes y rasgueos que delatan cualquier intento fallido
de mantener la calma”.
Esa ascendencia psicodélica dice presente
desde “Mi Mente”, apertura del CD, y sobrevuela a éste incluso cuando TSV
cambia de registro en la postrer “Eyes Dub”. Como sucedía asimismo en Soul’s...,
la agrupación reserva la última tajada del pastel para delicias jamaiquinas,
aunque siempre en inquebrantable sintonía dubidélica. Añadiría que, esta vez,
también solar. The Slow Voyage es psicodelia de carretera, de fortísimas
conexiones con inmensidades desérticas, diurna y sumamente distendida. Sea en
la resplandeciente laxitud de “Great Day” o de “Let Me”, sea en el trote
milimétricamente cuadrado de “No Control” o de “Don’t Forget”, la naturaleza
dispersamente apolínea de la banda baña de luz casi cada rincón de la placa.
Durante muchos minutos, este The Slow
Voyage me ha recordado varios pasajes de Vanishing Point (1971), clásico
de culto para el subgénero road movie que pone en entredicho muchos de
los conceptos sobre los que se suele construir la idea -aceptada, bendecida- de
“normalidad”. Por eso me irrita un poco “Moonless Night”, que considero la
canción menos lograda del disco. No sólo su nombre desentona con el aura del
esférico, sino que suena fundada sobre los exactos opuestos que dan vida a
éste. La única que pondría en alerta al héroe Kowalski.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 8 de febrero del 2023.)
LOS DISCOS PERUANOS DEL 2022 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (III)
Que la crisis de forma y contenido que en nuestros
países soporta el (caduco) modelo neoliberal, ha radicalizado las opiniones en
torno suyo a favor y en contra, es una descripción que difícilmente puede
ponerse en entredicho. Con mayor razón en el Perú, donde el encono ha crecido a
pasos agigantados desde principios de la década pasada, permeando todos los
aspectos de la vida cotidiana. Qué mejor prueba de ello que la largada en falso
del álbum póstumo de Varsovia, a fines del ‘20.
En efecto, por esas fechas se hizo pública
una versión de Diseñar Y Destruir que no contaba con el visto bueno de
Fernando Pinzás y Dante Gonzáles, los dos tercios del grupo que mantenían poder
de decisión en todo lo relacionado a éste. Había factores de carácter artístico
que ya no avalaban, por supuesto, pero la razón de fondo se relacionaba al
hecho de que las tomas entonces difundidas habían sido grabadas con el concurso
de Carla Vallenas, segunda frontwoman de Varsovia y fuente constante de
fricciones debido a irreconciliables posturas políticas. A Gonzáles y a Pinzás,
que no son excluyentemente de izquierda, les molestaba sobremanera legar el
testamento de la banda con las vocales de alguien abiertamente fachoderechista
-que, verbigracia, se negaba a seguir cantando “Cardenal En El Infierno” en las
tocadas.
Mediando el retorno de la gritante original
Sheri Corleone (quien vivió una estadía en Países Bajos), casi dos años después
de aparecida la versión apócrifa culmina Varsovia el “rework” de las canciones reunidas
en DYD, escritas entre el ‘15 y el ‘17 -esto es, a renglón seguido del estreno
Recursos Inhumanos (‘14). Ello ha comportado la resurrección temporal del
trío para compromisos promocionales del disco, finalmente colgado en octubre
del ‘22 en el BandCamp de Buh Records -que también se ha encargado de la edición
vinílica. Descontando el affaire de la voz, las modificaciones practicadas son si
bien pequeñas, importantes.
El track list esgrime ahora un orden muy
distinto. Al opus, además, se le han adjudicado ornamentos de sesgo EBM,
industrial y hasta proto-trance; lo que redunda en una galvanización más
intensa, en una musculatura más recia, en un imaginario más oscuro. Considerando
que lo de Varsovia fue siempre synth punk, estas adiciones nimban a Diseñar Y Destruir de una aureola de tirantez levemente angustiosa, catapultando su
retórica a niveles hiperbólicos. Ni siquiera en “Obedecer Sin Cuestionar”, en “Diseñar
Y Destruir” (guitarra de Óscar Reátegui, de Dios Hastío) o en “Hablemos Claramente”
(que samplea un discurso de Juan Velasco Alvarado); donde el synth punk que
guiñaba a Suicide en Recursos... luce más nítido, éste permanece
inmaculado. La filiación electronic body music va en ascenso desde el minuto
cero, con las violentas secuencias martilleantes de Gonzáles y los tumultuosos
sintes incendiarios de Pinzás, terminando por llevar al terceto a las puertas
mismas del género en la despedida con “Torres De Tensión” (que tiene idénticamente
aristas a lo Ibiza). Impávidamente machacón y dantesco, el sonido industrial hinca
el diente en la apocalíptica “Cuerpos Anestesiados”, en la sepulcral “Palabra
Del Demonio”, en la densa y sórdida “Gallinazos”. Corleone ofrece una performance
tortuosa, siniestra y enajenada en estas piezas, correspondiendo así al
esfuerzo de sus cofrades.
Mención aparte merece “Entre Velas Encendidas”.
Cierto, puede reseñarse influenciada por los primeros actos EBM. La lastimera/quejumbrosa
entonación que Sheri reserva para sus líneas le ubican, empero, más próxima a una
tentativa electro-dark -probablemente, lo más cerca que ha estado nunca Varsovia
del dark-gothic.
Esta sordidez, esta opacidad, no son gratuitas.
Cuando escudriñas sus letras y los tópicos que aborda, notas que Diseñar Y
Destruir no sólo es el postrer suspiro de Varsovia. Es asimismo el
exorcismo de toneladas de mala vibra sedimentadas en las generaciones a las que
les tocó vivir, bien en cancha bien en tribuna, la década dura del terrorismo
en el país -los 80s. Una década donde la nación fue constantemente disputada, y
más a menudo desgajada, por las fuerzas armadas y las organizaciones
subversivas; en el marco de la guerra interna de baja intensidad que
(mal)acostumbró a la población civil -tanto urbana como rural- a habitar el
submundo de apagones, atentados y crónica zozobra existencial. Ése que millennials
y centennials ignoran con el mayor de los desparpajos. Lástima que sea éste el
adiós definitivo para Varsovia. La suerte, sin embargo, ya estaba echada en el ’17,
cuando la terna se disolvió de facto. Con Vallenas fuera de órbita, Dante y
Fernando se dedicaron a sus respectivos proyectos de vida, sin perder la
complicidad indispensable para por fin hacer realidad este acetato.
Un EP como el jugado por Hunters Of The Alps para
saltar el año anterior a la arena de las escenas independientes de sabor patrio,
es menos infrecuente de lo que pudiera pensarse. Más extrañas son las coyunturas
que han rodeado a este ni-tan-nuevo alias y determinado el sino que ha discurrido
en su ruteo.
El rostro tras HOTA es el de Mario Giancarlo
Garibaldi, compatriota emigrado a Miami. He leído que el a.k.a. nace
como tándem en el ‘12, acompañado por entonces Garibaldi del también peruano
Jorge Velásquez. Se dice que la dupla tuvo cierto rodaje en tierras septentrionales,
lo que se me hace difícil de creer, toda vez que el extended ha sido presentado
con bombos y platillos como el debut absoluto del hoy unipersonal. La
presentación en sociedad, pues, ha sido diferida durante dos lustros.
Today Mañana EP, deslicé al iniciar
este comentario, es menos insular de lo que sus circunstancias podrían denotar.
Su pathos es idéntico al del genial Parallel Time EP de Blind Dancers,
por citar un caso siempre a la mano. Siendo el músico un migrante, es bastante
predecible que su ópera prima rezume esa nostalgia propia de quien ha vivido
largos años lejos de la querencia/del terruño que le vio nacer. Lo que no
siempre sucede es que esa añorante tribulación sea versificada en viñetas de
pop exquisito, elegante y dinámico.
De “Miedo” a “Moment For Forgiveness”, me muevo en senderos dominados por un
pop nostálgico de estupenda manufactura. Esa morriña se revela utilizando varias
caras. La de los medios tiempos como “Moment...” (que conecta con la esencia de
Peter Green y sus Fleetwood Mac) o “Tormenta” (de imponentes cortinas de
teclados), es una de ellas. Otra es la de melodías de una vitalidad a la usanza
del pop que sobrevivió sin inclinarse hacia el rock alternativo/grunge ni hacia
el shoegazing, hasta que al promediar los 90s Garbage le dio el tiro de gracia,
como “Cul De Sac” (guiñazos a The Ocean Blue) o “Tatuada” (buen trabajo de
secuencias). Y otra más podría ser esa mezcla de estilizada electro-bossa nova y
lounge pop que Garibaldi se saca de la manga para apechugar la relectura de “Costumbres”,
original de Juan Gabriel y popularizada tiempo ha por Rocío Dúrcal.
A pesar de la diversidad de semblantes acreditada
por Hunters Of The Alps, nada en la puesta de corto tiene pierde. Esto se debe
a que el gran elemento unificador del extended es el excelente color de voz de
Mario -la manera en que las vocales logran adaptarse a cada track de Today
Mañana EP me inspira la imagen de un PedroPiedra de raíces peruanas.
Al voltear la quincena de abril del ‘22, se dispuso
online un nuevo esfuerzo discográfico de Ayahuaira, agrupación que practica un
black metal de letras abrumadas de referencias a la cultura y mitología
quechuas provenientes de Huancayo. Esta particularidad le imprime un fortísimo
aire tribal al incontenible aluvión de graves imperceptibles y de eléctricas que
se precipitan raudas hacia riffs iterativos y trémolos apuñalados de reverb y
distorsión, así como al titánico dique de los consabidos blast beats a los que es
tan afecto el subgénero de nórdica procedencia. En consonancia con éste, los
integrantes del juninense comando metalero se esconden tras crípticos seudónimos:
Ochoja (primera guitarra), Sajgra (voz), Chopjas Atipac (bajo) y Mapache
(batería y segunda guitarra).
Qarqaria, no obstante, viene
a ser el cuarto acápite en la carrera de una sociedad que se cristalizó en 1999.
Dicha carrera empezó un año después con el demotape El Poder De La Divinidad,
siguió en el ‘02 con la maqueta El Dominio De La Verdadera Fuerza Suprema,
y esperó por Wanka Bélica hasta fines del ‘11. Se trata, en consecuencia,
de un itinerario de prolongados silencios -que en 23 años de desplazamiento
sólo ha conocido cuatro paraderos.
Como si la falta de periodicidad le pasase
factura al cuarteto, la primera mitad de su nuevo larga duración está reservada
para el respectivo “reacondicionamiento físico”. La breve intro acústica de
ribetes folk de “Lucanamarca Masacre” se desvanece rápidamente ante la
irrupción de la electricidad conducida vía una pesada guitarra que no llega a estar
demasiado tupida. Los efectos tipo metralleta al anochecer del canal se hacen
eco de la barbarie de los hechos ocurridos en la localidad ayacuchana del mismo
nombre (abril del ‘83). Con “Guerrero De Barro”, el black metal pisa más firme,
aunque todavía sin la contundencia exigida. La que sí adquiere mayor
protagonismo es la voz de Sajgra -una voz que ha superado cientos de veces los
límites de enrojecimiento y sangrado, que luce hoy raspante y chillona, de
igual modo que apenas descifrable. En “Qanpeq Taki Onkoy”, los cuatro disminuyen
un poco las revoluciones, mientras que en “Mensajero De La Muerte” la tropa
alternativamente se emputa y se atempera, dosificando tempos y encajando cuñas.
A partir de “Aynis”, el combo wanka asume
control completo de sus capacidades, a la par que incrementa las alusiones al
imaginario quechua-pagano-diabólico en las líricas que dispara. No hay que
olvidar la feroz militancia anticristiana del black metal, que subsecuentemente
abunda en reivindicaciones paganas, cuando no satánicas. Los blast beats a velocidades
lindantes con el hardcore son la norma, pero Ayahuaira gusta de contrastarles empleando
nodos de inflexión para la indesmayable marcha, como sucede en “Ayachaquinan”.
El cenit de Qarqaria llega con la canción homónima, dedicada a la
maligna criatura mitológica que adorna la carátula del CD -y que no es otra que
aquella conocida en el sur altoandino como jarjacha, el demonio del incesto.
Ayahuaira homenajea a uno de sus principales
referentes folklóricos, Los Kjarkas, ensayando una metálica variante de “Vientos
Del Sur”. Razonablemente respetuosa del original, la versión concluye la
travesía propuesta en Qarqaria. Ojalá no tengamos que esperar una década
o más para su sucesor. La edición física en compacto corre por cuenta de la
independiente capitalina Austral Holocaust Productions.
Alejandro Sarmiento estudia composición musical
en la PUCP. Estuvo antes en Marbette y actualmente integra Superyó, alineaciones
ninguna de las cuales había escuchado hasta ahora ni tan siquiera de oídas.
Tampoco el nom de guerre de Gacelasheladas -pero la aparición de su primer
EP, Lo Difícil De No Pensar, le puso de todas maneras bajo el radar.
Como sucede en el caso de los Chinese Park,
Gacelasheladas lleva algún tiempo grabando y subiendo a Internet algunas de sus
composiciones. La primera de ellas se cuelga el 30/03/20, cuando la pandemia
del COVID-19 ya estaba declarada, y se había decretado en el Perú la emergencia
sanitaria (“Ay Sí, Ay Sí, Todo Me Pasa A Mí (Lo Fi Remaster)”). De los cuatro
cortes adelantados, sólo vale la pena mencionar éste y “No Sé Nadar, Pienso
Violeta”. Los restantes, publicados durante el ‘21, suponen coqueteos con el
trap francamente inmamables. En todo caso, ninguno ha sido repescado en el esférico.
Lo Difícil De No Pensar EP, ergo, se compone
de cuatro rounds no editados previamente. Cuatro pistas en las cuales Gacelasheladas
retoma el camino de los dos primeros singles virtuales. Pop con mayúsculas, que
rebota entre varias salientes y camaleónicamente adopta el aspecto de éstas. “Gripe”,
para empezar, es una demostración de lúdico lo fi, hiriente y doloroso. El
contraste con “Surfeando Sin Olas En Italia” o “Copo” es más que palpable, si
bien ambos números han sido cortados según diferentes moldes: pese a su
vitalidad, el primero no es demasiado colorido, sobre todo tras la metamorfosis
hacia el college rock usamericano noventero (concretada antes del minuto y medio).
El segundo, en cambio, es la balada de cierre; y por lejos el asalto más dilatado
del plástico.
El indie pop de “Otoño, Amsterdam Está Sola +
Boxtel”, en tanto, se esfuma conforme la canción se “aflamenca”; antes de
transformarse en lo que podría describirse como bedroom pop aderezado por Fernando
García Escaró (a) Garzo (Metamorphosis, Radiación Selenita, Plug-Plug). A pesar
de las disparidades, el artefacto completo funciona como banda sonora para las clásicas
fogatas de campamento a altas horas de la noche. Aceptable, y suficiente por
ahora. Edita Anti Rudo Records.
Bien distintas unas de otras, de las tres facetas
bajo las que José Rodríguez publica documentos sonoros, sin duda Aloysius Acker
es la que más satisfacciones le ha reportado. Entre EPs, mini-LPs y placas de
largo aliento; esta identidad suya lleva ya ocho títulos a cuestas, algunos más
redondos que otros, algunos más conmovedores que otros. El último de éstos, un
mini-álbum eyectado en primera instancia a través de SuperSpace Records, posee un
nombre lo bastante hermoso como para inscribirle en la maravillosa tradición
del primigenio post rock británico.
Algo de eso tiene, pero Last Seconds Of A Cloud no sólo se alimenta de este detritus. Desarrolla AA aquí prolongaciones
hacia el bliss pop y, en menor medida, el shoegazing. El magma que de esa
conjunción brota es procesado por el autor manejando copiosamente motivos
lánguidos/laxos. De este modo, la impresión general es la de estar ante el
registro más apacible editado a la fecha por la factoría Acker.
En los cuatro tracks de Last Seconds...,
pues, se revuelven y maridan el baggy y su pariente/descendiente más cercano
-el bliss. En “Moonlight Monologue” y en “The Sky Is Still Sleeping”, la
natural aleación se transforma en inmaculado ambient etéreo de estructuras
líquidas. En “A Bird Freezing To Death” y en “Last Seconds Of A Cloud”, se acrisola
además la vertiente inglesa del post rock de los 90s -léase Insides, la
evolución de Main posterior al Motion Pool (1994). Previsiblemente,
estos dos últimos números son los que asimilan grabaciones de campo proporcionadas
por Anamorph Experimental Music, artista vienesa que ya antes había colaborado
con otro unipersonal perucho -el arequipeño La Vie.
Cualquiera de los temas recogidos en LSOAC
atestigua la mirada serena, la actitud contemplativa, el impulso minimal que
presidiese el espíritu del artista durante la creación y grabación de los mismos
-que éstos formasen parte de un único volumen, como afirma Rodríguez en la
sumilla de BandCamp, es meramente incidental. O tal vez mandato del Destino, en
su infinita sabiduría.
Profundamente comprometida con el shoegazing
y el post IDM, es desconcertante encontrar en la plantilla de una independiente
identificada con las “vanguardias sónicas” a un proyecto como Domingo. José
Miranda Espinoza es quien se parapeta tras ese nombre -que es también suyo-, y
lo hace dando pie en bola a un extended de indie pop erigido con pocos recursos
y mucha fibra emocional. Desconcertante, pero también emocionante, porque habla
de una saludable ausencia de prejuicios en quienes dirigen la escudería -y
quizá augure una apertura de Chip Musik hacia este rango de sonidos.
Miranda Espinoza es una persona ya algo mayor,
que compone desde el ‘92 y ambienta desde el ‘01. Esto último está en directa
relación con su perfil laboral: “comunicador audiovisual, diseñador sonoro y
acústico de profesión”, reza la escueta biografía de su cuenta SoundCloud. Es
también padre de dos hijas, que participan respectivamente en voz (Loreto) y
viola (Danitza) en algunas canciones del extended de estreno, y a quienes éste va
dedicado. Una sola mirada a la portada basta para darse cuenta del denominador
común afectivo que enmarca estas cinco composiciones. “Vuelve A Ser Lunes”, “Después
De Que Alguien Ya Cruzó”, “One More Time”, “Con Globos De Color” y la pieza epónima:
cinco lienzos de líricas reflexivas y melancólicas, como espejos donde auscultar
y sobre todo desterrar desengaños, sobrecogimientos, íntimas cobardías. Un puñado
de cantatas que ha necesitado siete años para cobrar definitiva forma,
entre Valpo y Lima.
A través de algunas de sus variantes, el
indie rock que restalló en los 90s y llegó indemne a principios de los 00s es
el factor sónico constante en Tarde Para Regresar EP. Hay algo de lo fi
elemental (“One More Time”), algo del Pavement más huevero y naif (“Tarde Para
Regresar”), algo del pop agridulce de los escoceses Camera Obscura (“Vuelve A
Ser Lunes”), e incluso declaraciones de amor a la superlativa tradición indie
surgida en España durante la última década del siglo XX (“Con Globos De Color”).
Sólo por un momento, esa atmósfera relajada y
slacker cede ante la irrupción de una tonalidad divergente. Ya el scratch con
que empieza y termina “Después De Que Alguien Ya Cruzó” indica un retroceso
mayor, hacia esos 80s en que The Cure abandonó el dark y finiquitó su traspaso
al pop dulce de The Head On The Door. “Después De Que Alguien...”, de
hecho, se parece ligeramente a “The Exploding Boy”, enérgico B-side de la época
THOTD -para ello complotan el acabado rústico del track y su uso extensivo
de una drum machine.
Se nota que la producción del EP ha sido cuidadosa
y esmerada, detalle que no entra en conflicto por fuerza con el aire desprolijo
del registro. Al contrario, lo sostiene y reafirma. Así es la música de
Domingo, que ha anunciado su primer álbum e incluso ha lanzado ya single de
adelanto (“Ha Salido El Sol”).
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 28 de septiembre del 2022.)
A despecho de sus ya más de cuatro décadas de
historia, el dark rock -dark-gothic, para más inri- sigue reverdeciendo de
cuando en cuando laureles. Que lo diga si no el darkwave, ¿subgénero?
¿estética? que de un tiempo a esta parte ha reflotado las mayores revelaciones
de la sonoridad oscura que caracterizase a los primeros 80s, levantando de paso
muchas escenas do quiera éste recala -con la (¿honrosa?) excepción de Perú, que
a mediados de los 00s terminó de exprimir el imaginario darkie hasta secarlo.
A los muchachos de Parasomnia les ha tomado
poco menos de un bienio firmar el debut en largo. Luego del epónimo extended
play que les diera a conocer, los santiaguinos se han movido sin descanso, fogueándose
en directo o aupando cualquier iniciativa proveniente del próspero circuito
darkwave mapocho. Y aunque su estreno en corto daba cuenta de no poco talento, era
bastante claro que el siguiente paso a encarar debía ser sí o sí hacia adelante,
despejando cualquier duda que echase sombras de más sobre el porvenir de los chilenos.
El EP de hace un par de años me permitía
hablar de un purismo elástico, razonable. En Vigilia, ese purismo hegemónico
se ha vuelto menos dúctil, más acerado. Lejos ya de las influencias post punk -la
única que persiste es la de Joy Division, que igual puede leerse como antecedente
dark-; Franco Reyes (guitarrista), Mauro Rojas (vocalista), Francisco Cerda
(baterista) y Sebastián Gonzáles (bajista) se ponen bajo el signo de La Cura más siniestra y del tenebrismo
liviano de Skeletal Family. En lugar de convertirles en un pesado tanque blindado,
ese ajuste les reditúa el atributo de la serenidad, sin por ello descollar
distantes. Al contrario, números como “Asesinos”, el vigor trepidante de “Joane
Florvil”, “Cuerpos Digitales”, “Imagen”, “Ciudades Fantasmas” y “Bernardo” son
expeditas muestras de una presteza oscilando suntuosa entre el darkwave y el
gothic pop.
El tópico de las líricas se halla asimismo
vinculado al de los avances respecto de Parasomnia EP. Las figuras en
que abunda actualmente la prosa del hoy cuarteto están más enraizadas en torno a las
nuevas dimensiones que la tecnología digital ha instaurado en la vida humana
(cf. “Imagen”). Se percibe, pues, una mayor firmeza en este apartado: todavía falta
una pizca de sutileza, de sublimación, pero esa meta se vislumbra ahora mucho
más cercana. La evidencia asoma clara al aparecer de pronto el remanso del CD,
en la segunda parte. “Gritar Gritar”, “Es Destrucción” y sobre todo “Humo”, que
califica como el quejumbroso mid-tempo baladesco de Parasomnia; disminuyen las
revoluciones en comparación con el resto del repertorio. Por suerte, la entrega
es la misma.
La cadencia ronroneante del bajo, el corte
gélido de la eléctrica, la insistente parquedad de las baquetas; eran cualidades
que ya se destacaban en el extended previo. Aquí son reeditadas, lo mismo que
el hermanamiento que presumo existe entre el ADN de los sureños y el de sus
desaparecidas contrapartes peruanas: Bajo Sospecha, Sor Obscena, el extinto
lado ochentoso de Catervas, Danza Rota, La Devoción, Cenizas, Textura...
Referente ineludible en la movida
independiente de Gran Valparaíso, tenía en carpeta escuchar de todas maneras la
première de Jurel Sónico al lado de Los Impuros, editada físicamente por
la estupenda label española Hotel Records en julio. El alias artístico de
Claudio Manríquez acreditaba el suficiente trajín -el año pasado con Hammuravi,
el anterior con Adelaida, mucho más atrás con Mowasee y Lisérgico- como para
prestarle oídos a esta nueva incursión sónica. Y sí, se trata de un debut interesante,
que te exige algo de paciencia y también de preparación.
La primera vez que mis tímpanos recorrieron Flores Plásticas, éstos le encontraron algo de semejanza con el Hulahop
(1997) de Mercromina, banda ibérica muy subvalorada y apenas conocida en estas
regiones del globo (aún cuando es descendiente directa de ese grupazo que
responde al chaplín de Surfin’ Bichos). Hoy, ese parecido se ha diluido al
mínimo, pero al principio surgió espontáneamente; siendo gradual y bastante
arduo el proceso de su desvanecimiento. La conexión se presenta debido a que ambos
trabajos se valen a partes iguales del indie y de esa zona liberada donde se
entreveran el shoegazing y el output alternativo de los 90s inclinado hacia el
ruido guitarrero. A diferencia de los de Albacete, mejor dispuestos a la
sofisticación del dream pop, los porteños/penquistas se abandonan al irredento influjo
del tosco noise rock.
El periplo de Flores Plásticas, entonces,
se acerca de continuo más al cajón de sastre alternativo usamericano de copiosos
niveles decibélicos. Tras el relativamente calmo despegue de “Robot (De Juguete)”,
el Big Muff comienza a azotar los amplis con potencia extrema en las fragorosas
“Tragaluz”, “La Noche” y “Cabeza De Muñeca”; esta última una llameante acometida
a lo Porno For Pyros circa ’93. Junto a la arrojada “Distorsión”, “Cabeza...”
enfatiza esta similitud farrellesca merced a las gritantes vocales del ex Lisérgico. Y aunque en “Amatista” raciona el quinteto las energías, el espíritu
colectivo mostrado hasta este punto permanece indómito.
“El Blanco Ya No Es” inaugura una segunda
mitad más variopinta en lo que al registro de JS&LI atañe. El hito que comporta esa canción, por ejemplo, anuncia una baja abrupta de esteroides -que
irá revirtiéndose si bien no sostenida, sí progresivamente. Si “El Blanco...” tiene
la fibra de un parsimonioso movimiento acústico, ocurriendo lo propio con la
otoñal “Sin Dormir” (que preludia el fin de la jornada), a través de la trilogía
“Salix”-“Temporal”-“Volcano” el combo recupera posiciones gracias tanto a las
paredes electrificadas de tres guitarras como a la solidez de un bateo contenido/sobrio/ejemplar.
“Volcano” y su casi nula fidelidad, en particular, me sabe a pista paradigmática
de toda la placa pese a su coqueteo ulterior con el stoner: es el de Flores
Plásticas un indie rock bullicioso, envuelto en lienzos negros.
Correcto arranque de Jurel Sónico (voz y guitarra)
al lado de Los Impuros -Tomás Pérez en la teba, Joaquín Roa y Ricardo Cepeda en
guitarra y coros, Mort en el bajo-, grabado en Concepción entre febrero y abril
del año en curso. Manríquez firma todas las composiciones.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 31 de agosto del 2022.)
Bajo estos cielos estrellados, muchas son las
historias incógnitas de grupos y solistas dignas de mejor suerte que aquella
que el mainstream les asigna desdeñoso. La de The Spiracles es una de ellas,
contada como entre gallos y medianoche, acaso aún susceptible de ser recuperada
con no poco trabajo. Pongo aquí mi grano de arena, centrándome en el presente y
aludiendo ocasionalmente a un pasado que todavía se advierte neblinoso.
En febrero de este año, TS lanza un 7”
virtual en el que participa invitada Sabina Odone, ex cantante de Supernova, alineación
teen pop mapocha de cierta popularidad durante el cambio de milenio. Con imagen
remozada y performance harto más madura, la italo-chilena hace gala de una templada
ductibilidad al acompañar el delicado balance entre indie, shoegazing y pop que
ofrecen los peruanos en “Suburbios Raros” -canción que ellos mismos consideran
les trae de vuelta tras dos años en mutis y convertidos ahora en binomio.
Es precisamente el single el formato que más
han explotado los Espiráculos en sus once años de carrera. Desde “Fireflies”, contundente
baggy con que debutan en el ‘11, hasta el sencillo estival del ‘22; su
singladura abarca una decena de publicaciones entre demos, mezclas alternativas
y remixes varios. De ahí que se eche de menos la presencia de estos
lanzamientos en los recuentos que suelen abundar en diciembre, habida cuenta de
su copiosa producción. Claro, existe la posibilidad de que se deba a la discreta
calidad de la música liberada, pero definitivamente no es ése el caso.
Conscientes o no de estas ausencias, de
cualquier forma los guitarristas y miembros fundadores del conjunto Enrique Medina
y Luis Alberto Rodríguez (ex Resplandor) matan dos pájaros de un tiro festejando
el décimo aniversario de su extended play How Things Went Well When I Met
You (2012), convirtiéndole para la ocasión en un disco largo adicionando algo
de ese material disgregado en 45s. Fabricada en acetato y comercializada por la
británica Spinout Nuggets, el lado A de esta reedición alberga el track list
original del EP, reservándose el lado B para algunas piezas remozadas y otras
que no tanto.
“Almost Everything (Alternate Mix)”, por
ejemplo, es repescada tal cual se editó en el ‘17. Por su parte, “Mikonos
Ambient” (‘16), que comparte con “Almost...” una mayor incidencia en las programaciones;
se cuela dotada de una nueva mezcla, implementada en el ‘21. De otro lado, la
calidez pop a lo The Sundays de la rebautizada “No Mercy” -“Mercy” en la
edición del ’12- es remixeada por Juan Nolag y por José Mendocilla (acreditado
en programaciones para la toma oficial de “Mikonos...”). Figuras en ascenso en
el panorama electro nacional -Nolag es el celebrado alias individual de Juan
Esquivel, actual tecladista de Catervas, mientras que José Mendocilla ha sobresalido
en Da Lupune mucho más que en Neon Dominik-, sus reconstrucciones respetan
bastante la sensación de filigrana flotante que desprende la composición
primigenia. El remix que de “End Of The Affair” acomete Zero83s redondea la
cuota de canales nuevos adicionados por la banda en este vinílico reissue.
Resta mencionar un par de cosas, por ahora. Al
dúo peruano se le nota muy complementado con Sabina Odone. Por ningún lado
sería mala idea que se le incorpore definitivamente a un combo que ha tenido alineaciones
sumamente cambiantes a lo largo de su existencia -en sus filas han militado
Verónica Grados (quien ahora tiene en June un proyecto de raíces folk), Nicolás
Ojeda, Aracelli Fernández, Jason Fashe (Catervas, Vorace) y Romina Roggero
(Dispositivo Sueños), entre otros. Dicha continuidad puede ayudar a estabilizar
una asociación capaz de firmar rodajas como How Things Went... o la
notable Last Night I Dreamt About You (2014, que me los hizo conocer); y
sutiles espejismos hechos canciones como “Hot Day”, “Fireflies” y “Beneath A Sky Of Stars”.
Sobre todo de los 10s en adelante, venimos
siendo testigos del sostenido crecimiento de un pop nacional con derecho a reclamar
esa denominación sin sonrojarse. Un pop independiente con mayúsculas, cuyas
creaciones se valen por igual de la simpleza más enternecedora y del detallismo
electrónico más frondoso. Un sonido que ha demostrado poder ser comercial, sin necesidad
de entregarse a los clichés a que son tan afectos el establishment y su público
pavlovianamente condicionado. Es decir, NO Libido, NO Mar De Copas, NO Amor Suicida, NO La Liga Del Sueño. Entidades como Satélite Menor, Lynejami, Marfilia,
Club Del Fin Del Mundo, Dead Pop o El Estéreo Tipo han llegado para engrosar el
catálogo de ese pop dulce pero no empalagoso/efectivo sin ser machacón/cristalinamente
naif que antaño practicaran Madre Matilda, El Diario De Hank, Detrás Del Sol o
El Tercer Acto.
Otro nombre a considerar en tal sentido es
Silveria, la dupla formada por Natalia Vajda (de los excelentes Mercury Toys) y
Noelia Cabrera (Kusama, The Underground Parties, los notables Blue Velvet). El tándem
tiene pocos años de nucleado, pero ya se ha metido por los palos en el lado
correcto del regimiento pop nativo con sus singles del ’21, “Suspiria” y “Volver”
-recogidos en el Futura EP, editado por A Tutiplén Records hace tres
meses.
Todas las reseñas que se han escrito sobre Futura
han hecho hincapié en las raíces ochenteras de la música de Silveria. Aunque esa
observación no es errónea, sí peca de parcial. Nada más arrancar “Espiral”,
surco de apertura del esférico, se percibe un output flexible y veloz, lo suficientemente
oscuro/elástico/sintético/sofisticado como para identificar prontamente influencias
de cepa 80s y 90s. Las líneas de bajo remiten a la que debe considerarse sin
discusión “la década maravillosa”, en tanto la profusión de secuencias y la
dosificada distorsión aplicada traen a la mente nombres noventeros como Curve, la
cara más accesible de Nine Inch Nails -pensemos en clásicos como “Closer” o “Piggy”
antes que en “Mr. Self Destruct” o “Terrible Lie”, por favor- y Garbage (lo ubicua
que se ha vuelto la impronta del acto de Butch Vig y Shirley Manson en el patio
del pop contemporáneo).
La brevedad del EP complota para que los
números se identifiquen más con determinados colores, en lugar de acrisolarlos
todos. Así, mientras “Espiral” y el single “Suspiria” están muy cerca de las
estéticas que eran pan de cada día hace cuatro decenios (después de un largo
intro de minuto y medio, “Suspiria” se deschava tributando por igual a Echo And
The Bunnymen y al primer New Order), “Cadillac” y el 45 “Volver” prefieren
mimetizarse con la última década del siglo anterior (“Cadillac”, es más, me
hizo alucinar con lo que habría hecho un grupo como el de Trent Reznor sustituyendo
a éste por el Perry Farrell del Jane’s Addiction clásico). El acierto definitivo
es no perder nunca de vista el punto medio entre la melodía bien trabajada y el
hedonismo con que ésta se recubre, haciendo factible que casi cada tema del
extended pueda escucharse tantas veces como bailarse en discotecas.
Acabo de teclear “casi”. No me convence el
cierre de Futura EP, asignado a una versión de “Volver” subtitulada ‘Ira
Zema Remix’. La perpetra una tal Ira Zema Vera, que supongo se llama así en
honor a Irasema Dilián, gran actriz brasilero-italiana perteneciente a la época
dorada del cine mexicano. Su remezcla favorece estructuras rítmicas que se asemejan
excesivamente a las de esa plaga de nuestros días que es el fétido reggaetón.
Paso en falso que empaña, sin difuminar, los altos réditos que Silveria obtiene
con este estreno en corto. Produce Nicolás Miranda (Mercury Toys, Theremyn_4).