(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 28 de septiembre del 2022.)
A despecho de sus ya más de cuatro décadas de historia, el dark rock -dark-gothic, para más inri- sigue reverdeciendo de cuando en cuando laureles. Que lo diga si no el darkwave, ¿subgénero? ¿estética? que de un tiempo a esta parte ha reflotado las mayores revelaciones de la sonoridad oscura que caracterizase a los primeros 80s, levantando de paso muchas escenas do quiera éste recala -con la (¿honrosa?) excepción de Perú, que a mediados de los 00s terminó de exprimir el imaginario darkie hasta secarlo.
El EP de hace un par de años me permitía hablar de un purismo elástico, razonable. En Vigilia, ese purismo hegemónico se ha vuelto menos dúctil, más acerado. Lejos ya de las influencias post punk -la única que persiste es la de Joy Division, que igual puede leerse como antecedente dark-; Franco Reyes (guitarrista), Mauro Rojas (vocalista), Francisco Cerda (baterista) y Sebastián Gonzáles (bajista) se ponen bajo el signo de La Cura más siniestra y del tenebrismo liviano de Skeletal Family. En lugar de convertirles en un pesado tanque blindado, ese ajuste les reditúa el atributo de la serenidad, sin por ello descollar distantes. Al contrario, números como “Asesinos”, el vigor trepidante de “Joane Florvil”, “Cuerpos Digitales”, “Imagen”, “Ciudades Fantasmas” y “Bernardo” son expeditas muestras de una presteza oscilando suntuosa entre el darkwave y el gothic pop.
La cadencia ronroneante del bajo, el corte gélido de la eléctrica, la insistente parquedad de las baquetas; eran cualidades que ya se destacaban en el extended previo. Aquí son reeditadas, lo mismo que el hermanamiento que presumo existe entre el ADN de los sureños y el de sus desaparecidas contrapartes peruanas: Bajo Sospecha, Sor Obscena, el extinto lado ochentoso de Catervas, Danza Rota, La Devoción, Cenizas, Textura...
La primera vez que mis tímpanos recorrieron Flores Plásticas, éstos le encontraron algo de semejanza con el Hulahop (1997) de Mercromina, banda ibérica muy subvalorada y apenas conocida en estas regiones del globo (aún cuando es descendiente directa de ese grupazo que responde al chaplín de Surfin’ Bichos). Hoy, ese parecido se ha diluido al mínimo, pero al principio surgió espontáneamente; siendo gradual y bastante arduo el proceso de su desvanecimiento. La conexión se presenta debido a que ambos trabajos se valen a partes iguales del indie y de esa zona liberada donde se entreveran el shoegazing y el output alternativo de los 90s inclinado hacia el ruido guitarrero. A diferencia de los de Albacete, mejor dispuestos a la sofisticación del dream pop, los porteños/penquistas se abandonan al irredento influjo del tosco noise rock.
El periplo de Flores Plásticas, entonces, se acerca de continuo más al cajón de sastre alternativo usamericano de copiosos niveles decibélicos. Tras el relativamente calmo despegue de “Robot (De Juguete)”, el Big Muff comienza a azotar los amplis con potencia extrema en las fragorosas “Tragaluz”, “La Noche” y “Cabeza De Muñeca”; esta última una llameante acometida a lo Porno For Pyros circa ’93. Junto a la arrojada “Distorsión”, “Cabeza...” enfatiza esta similitud farrellesca merced a las gritantes vocales del ex Lisérgico. Y aunque en “Amatista” raciona el quinteto las energías, el espíritu colectivo mostrado hasta este punto permanece indómito.
Correcto arranque de Jurel Sónico (voz y guitarra) al lado de Los Impuros -Tomás Pérez en la teba, Joaquín Roa y Ricardo Cepeda en guitarra y coros, Mort en el bajo-, grabado en Concepción entre febrero y abril del año en curso. Manríquez firma todas las composiciones.
Hákim de Merv
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