martes, 31 de diciembre de 2024

LoProfundo: LoProfundo // La Garúa: Motor De Sombras // Ionaxs: Oopart

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de diciembre de 2024.)

Cosa hará de unos tres años, volví a tener noticias sobre Kiko Monzón, ex integrante de Nudo De Espejos. Reportándose desde Bilbao (España), el sanmiguelino acababa de lanzar Huitlacoche, debut de Visoki Napon junto a Jon Fernández -acompañados en la jornada por el baterista mexica Esau Nava. Un estreno de inquieta versatilidad, cuya reseña puedes leer aquí. El último 15 de octubre, Monzón publicó material inédito bajo el bisoño rótulo de LoProfundo (sic). Lo curioso es que también aquí milita su partner de Visoki Napon.

¿Cambios? Sí, muchos, todos en directa relación con la(s) música(s) abordada(s) utilizando la nueva identidad. En cuanto a ésta, LoProfundo ¿fue?/¿es? una suerte de alineación temporal, que debe su ¿fugaz? existencia a las circunstancias. En octubre del ‘22, abrió puertas la asociación cultural Obrador, en la capital de Vizcaya. Semanas antes de la apertura, ambos músicos fueron comisionados para la presentación de aquella tarde/noche. Después del respectivo brainstorming, Fernández y Monzón optaron por la confección de una única pista epónima de 32 minutos, que mutase sin sosiego.

La sobriedad antes que la solemnidad. El acto de repentizar antes que el de “florear”. LoProfundo inicia su ¿unigénito? viaje echando mano de un audio de trazos ambientales, donde ruidos pedestres como el de la lluvia, el de las campanas o el del zumbido del servicio eléctrico son menos notorios que sus correspondientes ecos. Al ingreso de la primera guitarra, emerge una música de incómoda opacidad, como la del post punk de corte clásico. Al de la voz, cierto dramatismo de ribetes post rock, masajeado por percusiones minimales. Éstas se irán apagando al aproximarnos a los 8 minutos.

Una ominosa, adictiva fusión de dark rock y reverberación dub asienta sus reales hasta que, sin aviso, el uppercut de una insólita marejada neopsicodélica le manda a la lona. Lejos de desbocarse, el agitado oleaje va deconstruyéndose con mesura hasta transformarse “LoProfundo” en un cocktail de trip hop sublimado, orlado otra vez de dub. Traspuesta la barrera de los 25 minutos, el registro salta hacia la electrónica de fisionomía rave -levemente frenética, sí, aunque a cientos de kilómetros del hedonismo trance o goa. Pocos minutos después, sampleos de ladridos reconducen el track hacia la calma, esta vez en clave pseudo litúrgica; para finalmente acabar mordiéndose la cola.

Escaso, pues, es el detritus sonoro que tienen en común LoProfundo y Visoki Napon. Esta última entidad prefería/prefiere el space rock y los tintes psicodélicos de vieja escuela, además de una inocultable tendencia hacia el noise rock. Acaso sea el post de Labradford o de Windsor For The Derby lo único de lo que ambos integrantes apertrechan una y otra faceta. Por otro lado, y más allá del acentuado rush final, no encuentro mayor parecido entre lo etiquetado como LoProfundo -tremenda proteicidad susceptible de encomio- y lo que se entiende por “evento rave” (quizá en algunos puntos determinados, nunca duraderamente). Produce el vizcaíno Unai Mimenza, quien ya había hecho lo propio con Huitlacoche.

Tantos calendarios se han quemado desde Panza De Burro Thunder Blues (‘13), de La Garúa, que ya se había dejado de esperar sucesor. El entusiasmo por la continuidad de grupo y obra se fue diluyendo con el discurrir del tiempo, no así el recuerdo de su elogiado e inmenso debut. Pero está visto que, en la escena independiente peruana, todavía las cosas se dan cuando lo dictan los condicionantes antes que cuando éstas son planificadas. Para ejemplo, el reciente Motor De Sombras (Mönte Paganö/Tóxico Records): grabados/mezclados/masterizados sus ocho surcos en el ‘18, tuvo que esperar 72 meses para verse por fin editado en físico, añadiéndose para la ocasión dos piezas más -que por ello son descritas como “bonus tracks”.

Si hay que resumir las razones por las que Panza De Burro... es aplaudido hasta ahora, éstas se abroquelan alrededor de dos frentes, el técnico y el sónico. Con respecto al primero, sobran mayores comentarios ante el background de los músicos: Marcos Coifman (Reino Ermitaño, El Cuy, Necromongo), Miguel Ángel Burga (3AM, Espira, Ácidos Acme, Culto Al Qondor, tropecientas mil referencias más) y Alonso Guerrero Camuzzo (Argul). Todos ellos duchos en lo concerniente a géneros pesados entre los que se pueden contar la psicodelia, el heavy psych, el doom metal o el stoner.

Con respecto al segundo frente, PDBTB enhebraba discursos de la misma manera que lo hace Motor De Sombras, casi todos enumerados en el párrafo anterior: secciones enteras de lisergia sesentera/setentera se trenzan con un blues que es simultáneamente pericia y aconchasumadramiento. Tercia un stoner de alta densidad y de construcción monolítica, e incluso ramalazos de un subversivo psych punk garagero. Constreñidos a un mismo espacio bajo presiones dignas del núcleo interno sólido de la Tierra, en Motor... estos ingredientes dan forma a un magma sónico que no sólo reedita los picos de su predecesor, sino que además supera la valla impuesta por éste.

Aún no consigo mapear la geografía completa de la placa. Durante sus primeros 24 minutos y sencillo, describe ésta una cierta estructura cíclica: del callejero y achuchado blues psicodélico no-hendrixiano, la terna salta a terrenos que casan heavy en fase psicótica y punk rock contundente, para luego entregarse a acrisoladas y báquicas sesiones donde son aún más favorecidas las improntas desértica y de carretera inherentes a tal amancebamiento de estilos. Siendo “Conductor Oscuro” y “El Gusano” exponentes del primer tramo de esa estructura, lo son del segundo “Llévame” y “Ciudad Motor”, y del tercero “El Mar” Y “Comebrea”. El ciclo se rompe con “Acelerador”: exceptuándole, es el blues enteógeno en mayor o menor variante el que se posesiona de la restante “El Viaje”, así como de los “bonus tracks” (“Quiero Más” y “Veredas”).

Considerando tanto Panza De Burro Thunder Blues como este Motor De Sombras, creo que ya me puedo arriesgar a afirmar que la íntima razón por la que me engancha La Garúa es su magnífica reinvención de la totalidad del legado de La Ira De Dios. Otro de los proyectos de Burga, LIDD pasó por diferentes etapas entre Hacia El Sol Rojo (‘03) y Perú No Existe (‘12), como testimonian los EPs editados extemporáneamente en el ‘20. Decir que LG las condensa todas es una opinión subjetiva y absolutamente discutible. Como fuere, lo que queda claro es que quienes disfrutaron del primer álbum quedarán ahítos/as con el segundo. Y que, donde esté, al viejo Kowalski le arrancará más de una sonrisa escuchar a estos granujas.

Me ha dejado pensando el último largo en estudio de Ionaxs. Precedido por NUBSTAR: Selecciones Vol. 1, esférico que inaugura nueva línea de lanzamientos Chip Musik consistente en panorámicos de nombres que acreditan amplio prontuario editorial, Jorge Rivas O’Connor parece haber sobrellevado una drástica metamorfosis; más que cualquier otra sufrida durante sus 21 años de labor artística -pero acaso no del todo inesperada.

Acrónimo imperfecto de “out of place artifact” (¡ajá!), Oopart (22/11) abandona casi por completo esas zonas francas que el individualista visitase continuamente desde que saltara al ruedo con 0.05 MG (‘03), y que han sido exploradas sin cesar por la escudería Chip a lo largo de sus 17 años de vida: a saber, las electrónicas post IDM y post rave. Que el álbum inicie con “Hipernova”, gaseoso ambient de 60 segundos de extensión, es revelador a este respecto. Durante los siguientes nueve surcos menudearán los intros aquietados de similar ascendencia, rasgo que asoma largamente meditado.

Por supuesto, ello no quiere decir que Ionaxs haya dado luz verde a un disco rebosante de ambient. Lo que sí ocurre es que esa estética se convierte en el compacto estrato sobre el cual cada número es levantado. Tras la obertura, “Anticitera” se ve recargado de programaciones y decorados que guiñan al primer Seefeel (el más volátil), dirección que no llega hasta el final del canal -vira éste hacia un post rock más corpóreo, en sintonía con Sigur Rós o Explosions In The Sky. Los motivos melodiosos e intimistas que libera “Ecopoiesis” en su tramo postrer ven extendida esa estela en la robusta “Numen”, pero ni aquí ni en su precedente son éstos los que dominan las subacuáticas atmósferas, pues ambas composiciones se hallan montadas sobre endoesqueletos de pulcras secuencias downtempo.

Podría afirmar también que la segunda variedad más cultivada en Oopart es la del post rock, y que tanto ésta como la del ambient suben sus bonos cuando más se echan de menos las programaciones. Si bien lo segundo es corroborable, no necesariamente lo primero. Aunque “Inmarcesible” incide de nuevo en las tersuras hídricas y se prodiga en ornamentación, y “Flor Lunar” posee una naturaleza oceánica/abisal/azul, “Panspermia” luce atributos jazzy de refrescante asincronía. De modo que no es una regla estricta. La epilogal y deliciosa “Desde El Cielo Más Pálido”, por su parte, debe ser lo más ambient synth/lo más 80s-en-clave-sci-fi/lo más dreampunk que alguna vez haya firmado Rivas O’Connor.

Sólo en la dupla de temas “Aetherium” y “Paralaje Estelar”, siento todavía vivito y coleando al viejo Ionaxs -el de armazones brillosos, el de ángulos y rebotes imposibles, el de pulsiones digitales copiosas en color. Si fue un guiño de despedida o no, sólo Jorge puede esclarecerlo. De cualquier modo, el binomio -que debiera tal vez haber quedado en un único tema equivalente a la extensión de ambos- sólo matiza/contrasta este extraño LP de Ionaxs (¡qué manera de exprimir el diccionario a la hora de los bautizos!). Ignoro si es una excepción, y tampoco sé si será a partir de ahora la regla en el universo creativo del limeño. No es mal CD, pero acusa ausencia de una mayor firmeza, o bien de una mayor fermentación. Muchas de las dudas que Oopart planta, se despejarán con la siguiente entrega.

Hákim de Merv

jueves, 26 de diciembre de 2024

Juan Nolag: Past/Future // Solenoide: Solenoide // Calefactor: Desrealizaciones

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 18 de diciembre de 2024.)

Past/Future debe ser el primer título en la producción de Nolag que noto reflexiona sobre la cotidianeidad humana partiendo de aquello que ésta crea/concibe como cultura, antes que de su vida interior. La introspección había sido la perspectiva por la que se decidiese el chaplín de Juan Esquivel en el primigenio Echoes EP (‘18), y se había mantenido así hasta Fragmentos, mini-LP resultado de su experiencia vital durante los días duros de la pandemia del COVID-19. Editado casi exactamente dos años después (se adelantó dos días), esto ha cambiado con el nuevo material.

Primer largo en sentido estricto, Past/Future parece refrendar la alteración volcándose absolutamente hacia el imaginario retrofuturista del que se nutre su estética. Me explico: Juan Nolag ha empleado desde siempre la textura que proveen sintetizadores y teclados de los 80s, herramientas que conllevan inherente un plus sci-fi. El modo en que opera la Ficción Especulativa consiste en normalizar elementos futuristas para contar historias o describir situaciones adscritas a esas realidades eventuales posibles, siendo poquísimas las oportunidades en que estos medios se convierten en fines y continúan teniéndose en pie. Algo similar ha ocurrido en el caso que nos ocupa.

¿Y entonces... funciona? Curiosamente, sí. No siendo más que un simple aficionado al género, me he sentido a gusto entre sus añejas postales de la Guerra Fría, sus inteligencias artificiales autoconscientes, sus postreras noches desperdiciadas junto a quien no volverás a ver, sus ilusorias velocidades. Porque, más allá de los relatos que inmortalizan los grandes hitos de la Ciencia-Ficción, sus escenarios y modos permanecen (o no), se retroalimentan (o no), evolucionan (o no); fascinando siempre a quienes habitamos en su pasado (o el pasado de alguna de sus dimensiones paralelas).

Por eso me ha imantado Past/Future. Me encanta su primera sección, en la que el synth pop, la new wave y el minimal synth se zambullen hasta el tuétano en la nostalgia más dulce; fundiéndose en un retrofuturismo ochentero que purga el cyberpunk de sus predicciones sci-fi a la vez que antepone las sonoridades analógicas envasadas en medios tempos: “What Do You Regret About?”, “Those No Fear Moments”, “Goodbye Summer Girl”... Y me fascina su segunda parte, que mantiene el timing pero como si no, porque el arsenal tecnológico del tecladista de Catervas se afana prodigándose maravillosamente en vertiginosos arreglos y en aceleradas ambientaciones que trascienden el aliento narrativo para incidir en las formas: “A Dream About The Future”, “Speed Is An Illusion”, “Bittersweet Destiny”.

Ideal para fans de Castlebeat, Trans Active Nightzone y sobre todo Droid Bishop; Nolag ha conseguido en Past/Future invertir sutilmente procedimientos y renovar interesantemente las facciones de su sonido. Bonito lío en el que se ha metido, empero. Como sucede con la mecánica transformada en metafísica, el medio transmutado en fin tiene un incierto periodo de existencia funcional. Lo que suceda en adelante, aún dependiendo exclusivamente de su talento, es un misterio.

La promesa del extended debut hecha realidad. Música que enternece, que sacude, que abrasa, que escarcha. Música que es fragor transformado en melodía, que es sublimidad devenida en ruido. Música que se contradice desde su naturaleza aporética misma, y que se reafirma desde cada una de sus paradojas. Música luminosa y profusamente conmovedora, a despecho de sus recurrentes figuras algentes e imponentemente nocturnas. Música dolorosamente vital, de frecuencia y energía idénticas a las que ofrendasen sus veteranos mayores, hace poco más de tres décadas...

Solenoide se estrena en 33 rpm con muy poco que objetar y muchísimas virtudes que ponderar. Entre ellas, las relativas a los principales logros concluyentes del shoegazing, que ya se venían poniendo en práctica desde su primerísimo Casa De Islandia EP (‘23) y que aquí ascienden a altitudes extremas. Cierto, el extended ha sido incorporado al 100% en el track list del largo, que ha reemplazado la edición de un segundo EP del que probablemente también se haya repescado todo el contenido (testeado en directo al menos unas cuatro o cinco ocasiones). Sin embargo, no es menos cierto que esa incorporación ha sido hecha con tino cuando menos plausible.

La primera mitad de Casa... EP da la bienvenida en Solenoide, y no queda sino envidiar a aquellos/as que no han escuchado previamente ni “Cartarescu” ni “Casa De Islandia”. El emotivo sosiego que emana de ambas canciones te habla de una fortaleza decibélica que no se apresura en mostrarse, de una otoñal estoicidad pop con que pacientemente capturar en instantáneas/urdir preciosas viñetas de atardeceres infinitos, envueltas en distorsión y melancolía. Algo más de empuje y locura es añadido en las subsiguientes “Diamante Azul” y “Nunca”, moviéndose el centro de gravedad del filón dopamínico del ethereal noise -Slowdive en sitial de honor, Bowery Electric, Swallow, Half String- a la esquina más quemada y avezada -Lush, Pale Saints, visiblemente My Bloody Valentine en “Nunca” y sus dos guitarras que parecen cuatro-. Sin dejar de susurrar a nuestros corazones, claro.

“Espejo” y “Maquillaje”, este último de temática LGTBIQ, son cortes en que el quinteto limeño se despercude por completo. No sólo las eléctricas de los Óscares Chávez y Contreras economizan recursos y rebanan como navajas de rasurar, sino que los bajos de Laura Rosales y de Héctor Espinoza y las baquetas de Renzo López acceden a la palestra para protagonizar momentos verdaderamente estelares, sobre todo López. Entre ambos números, media “Centinela”, perteneciente a la primera etapa de la banda y adecuadamente recuperada como el delicado e interminable adiós de un onírico episodio noctívago. Quizá su impacto se hubiera potenciado más aún situándole incluso luego de “Sonqo”, pista insular en el todavía corto repertorio de Solenoide. “Corazón” en quechua, “Sonqo” se sale raudamente del molde baggy acogiéndose a la tradición 80s de pop exquisito y sofisticado, lo que algunas voces han tomado como licencia para hablar de un álbum de tesituras post punk (no coincido): The Church, The Chameleons, los Talk Talk del perfecto The Colour Of Spring...

La placa dispone hacia su final la segunda mitad de Casa De Islandia EP: “Tiananman” y “Macabea”. Surcos ambos que reconducen al grupo al redil del shoegazing, del primero siempre es menester elogiar su fantástico “cambio de paso”, cortesía de la admirable técnica de Renzo. Sin negarse a la percusión de golpe inquieto, “Macabea” despide a este Solenoide en olor a almíbar y a tormenta marina. Y a literatura. Culmina así una jornada brillante, con Espinoza y Rosales compartiendo/intercalando minutos frente al micrófono, producida nuevamente por el enorme Mario Silvania, grabada en Estudio Tamboril de Christian Vargas y en Studios Audioqubo de Juan Esquivel, mezclada por este último y masterizada por el batero de Slowdive Simon Scott. En portada, repite el plato Paul Lazarte. Candidatazo a disco del año.

Alentadora irrupción la de Calefactor en la escena independiente de experimentación electrónica. Tras del seudónimo se esconde un joven y entusiasta Luis Vásquez, que cuenta ya con determinada experiencia investigando/interrogando sonidos de síntesis y procesos digitales, background al cual el explorador suma sus almanaques de aprendizaje como nativo digital. El primer canal que publicara, “Pieza Para Corto”, se subió a Internet en el ‘18, en fecha significativa para el antifujimorismo (5 de abril).

Desrealizaciones es la puesta de largo de Vásquez (27). Colgado en la veintena de agosto, el artefacto compila una mano de composiciones que el capitalino ha ido desarrollando desde hace bastante tiempo, según expone en la sumilla de BandCamp -lo cual debe ser verdad, considerando una aventura anterior etiquetada bajo el mote de Industria Del Terror, de raíces más audiovisuales y emocionales que del abolengo industrial que su nombre involuntariamente sugiere.

De principio a fin, Desrealizaciones es un vendaval de chirridos informáticos. La brevísima apertura de “Inundación”, 42 segundos, tiene la complexión de un ambient concebido en el seno del ruido digital que implosionó durante los 90s. Los dos siguientes capítulos, “Compu2000” y “Compu2001”, integran una larguísima suite de aproximadamente 23 minutos de extensión. La reventazón de contaminantes texturas electrónicas al por mayor no se manifiesta desde el arranque, ni es constante, aunque se siente en estado latente del primer minuto al último. Cuando el crescendo le entrega el estrado, este cúmulo de atmósferas convulsas responde alternativamente al influjo de un IDM flamígero de hechura Autechre circa ‘95 y al rugido de un drum’n’bass en clave de demencial breakcore. Que tal cosa sea posible se debe tanto a una cierta afinidad natural entre ambos estilos como a la flexibilidad que ha alcanzado el input del unipersonal.

Más que prolongaciones de temas precedentes, “Después De Morir” y “Rotafono” responden a la tónica general del acetato. El huracán de imperfección binaria que envuelve estos rounds finales ahora se acomoda más al intelligent techno de los 90s y, en parte, a la electrónica post rave que dominó el último decenio del siglo XX. En el caso de “Después De Morir”, ese IDM de hiperkinéticas evoluciones geométricas queda uncido al Aphex Twin de estocadas como “Start As You Mean To Go On” o “Wax The Nip”. Mucho más reposado, “Rotafono” opta por un IDM eufónico, en la línea de unos Global Communication y en comunión con el último Aphex que valió realmente la pena (el del doble Drukqs).

Más que llamativa la propuesta de Calefactor. Desrealizaciones le posiciona -en el buen sentido del término- como infrecuente diletante, al modo de otro individualista de polendas en esa franja liberada que es la electrónica nacional del nuevo siglo: Prado. Lo sugerente en Vásquez es que, pese a los grados mayúsculos de abstracción que alcanza, su alias no prescinde de la fibra emocional inherente a los referentes noventeros de pro. Ésa es la ventaja que por ahora le posiciona en lugar expectante.

Hákim de Merv

jueves, 19 de diciembre de 2024

Trampaluz: Un Espacio Sin Sol // Lluvia Ácida: Puntarenazo // Brown Sur: Nada Es Imposible

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 11 de diciembre de 2024.)

Ha sido un calendario jodidamente prolífico para Trampaluz. En abril, mayo y agosto, el unipersonal de Fernando Arce liberó a través de la peruana Chip Musik los LPs La Memoria Inerte, La Rutina Inversa - Remezclas y El Espíritu De Un Momento. En simultáneo, el mapocho se sirvió de los bytes de su BandCamp para lanzamientos de minutaje recortado: Sin Nombre EP (enero), La Sombra En La Ola EP (junio) y Secuencia Temporal EP (octubre). Todos atenidos a esa vieja máxima del post rock que apunta a retratar para la posteridad sorpresivos picos de estamina, latigazos de iluminación zen, inopinadas conjunciones/combinaciones de disposición emocional y circunstancias vitales.

Por supuesto, el proceso de “documentar la inspiración” no garantiza per se la calidad de la obra de arte -sea que hablemos de un disco, de un libro, de una pintura, de un film. La tropa post rock no era inmune a resbalones o pasos en falso, ni durante los 90s ni después. Corresponde a cada quien asignar un juicio de valor según los propios parámetros, así como fundamentarse en ellos al escoger para sí la jornada más cara de un/a artista determinado/a. Ésa es la razón por la que elijo Un Espacio Sin Sol, que Fernando editase vía Chip en septiembre.

Lenguaje afín al del post, los cincuenta y tres minutos más monedas de Un Espacio... son dominados por el bliss pop. Su fisionomía oscila, por ende, entre el éter y el harsh noise. Más allá de la fluctuación, el sonido se desborda como si se tratase de un río carente de orillas -visibles, al menos. A veces, el anegamiento se percibe como riada inmensa (“Antiguo Espacio Aéreo”). A veces, se intuye como estuario de proporciones titánicas (“Un Océano Sin Luz”). Sea una imagen o la otra, la crecida de Trampaluz avanza caudalosa sin ser por necesidad perjudicial. En ello tienen que ver sus atmósferas disciplinadamente caóticas (“A Través De La Superficie”), sus programaciones sencillas más no minimales (“Tormenta En Cámara Lenta”, “Alcance A La Deriva”), sus eléctricas que funcionan como crochés (“Continuos Ascensos Y Descensos”).

Cierra Un Espacio Sin Sol la versión de un tal proyecto Óxido de “Un Momento De Daño Profundo”, y un remix que éste acomete de “Llevado Sobre Las Olas”. Me quedo con la primigenia toma de “Llevado...”, incluida en el CD, al ser la primera vez que escucho a Trampaluz rozar la rítmica del jungle: no un acercamiento frontal, sino tenue, lo que confiere cierto cariz exótico al bliss que aquí iza Arce. Es la variedad de Windy & Carl, con todo, el input que prefigura los cauces surcados por la rodaja -uno que hace pensar por igual en Lovesliescrushing y en Flying Saucer Attack, uno que habla de geografías inmateriales, dejadas atrás en riberas que estas aguas no volverán a bañar.

13 meses se han desgajado desde la aparición de Puntarenazo, el último testimonio de Lluvia Ácida, cuyo concepto de fondo es precisamente la primera manifestación anti-pinochetista realizada en territorio chileno -y más concretamente, motivo de orgullo para los/as magallánicos/as, en Punta Arenas. Con Pinochet in situ. Me hubiera gustado comentarle en su momento o a poco de eyectarse, pero todavía no terminaba de asimilar las dos antologías que la dupla subiese a YouTube Music en modalidad playlist. Siendo el suyo un nom de guerre que lleva tres décadas a cuestas, siempre es un placer repasar su extensa discografía a través de sustanciosas recopilaciones, y vaya que tanto Antología I (1996 - 2007) como Antología II (2007 - 2021) lo son (equivalentes cada una a un tríptico).

La demora de mi parte ha tenido sus ventajas, no obstante. Además de cumplirse en febrero de este año cuatro décadas del acontecimiento, decisivo en el camino de la reconquista de la democracia, Puntarenazo ha hecho las veces de revulsivo en sectores de la población chilena partidarios de la dictadura militar 1973-1990. Sectores que han reaccionado acorde, convirtiéndose en significativo indicador, pues uno/a creería que éstos debieran haber visto disminuir sus mesnadas con el tiempo. Aquí aporto algo de mi cosecha personal: de todos los/as amigos/as y conocidos/as que he hecho en el hermano país, por redes o visitándoles, he conectado con el 100% de ellos/as gracias a la Música. Y el 99.99% son, sino simpatizantes de izquierda, decididamente anti-pinochetistas. Pese a ello, lejos de traducirse estas cifras en su mengua, la derecha facha no ha decrecido; entorpeciendo el avance de la nación sureña.

Colgado a fines de octubre del ‘23 y apuntalado por la Fundación Cultural de Punta Arenas, Puntarenazo (Pueblo Nuevo) narra los hechos acaecidos antes/durante/después del singular episodio histórico, en orden cronológico y de primera mano. Para validar lo primero, basta conocer el desarrollo del incidente, fácil de googlear y de corroborar. Para lo segundo, Héctor Aguilar y Rafael Cheuquelaf han compilado multitud de declaraciones de los protagonistas puntarenenses del suceso, así como grabaciones radiales y televisivas de aquel entonces. De este modo, la placa inicia situando al/a la escucha en la XII Región de Chile, la más austral no sólo de la república, sino también de Sudamérica. Amén del color de la ciudad y de la época, “Magallanes 1984” ofrece una muestra de la música que cultivará LlA en este trabajo, acaso el más dilatado de toda su trayectoria: forjado sobre las bases de una electrónica naturalista que el binomio cincela desde hace por lo menos tres lustros, el synth templado y austero del esférico se acomoda de tal forma que conecta sin sobresaltos con un ambient polimórfico, si bien existe cierta recurrencia comprensible hacia climas oscuros. Eventualmente otros visos se harán presentes -como el trip hop (“Resistencia”) o el proto industrial (“El Cabildo”).

Fragmentos de emisiones radiofónicas propaladas durante esas horas de zozobra se intercalan así con declaraciones que muchos años después, y tras el regreso al orden democrático, brindasen algunas de las personas que integraron la a todas luces espontánea manifestación contra la Junta Militar presidida por Pinochet. Espontánea, sí, en la medida en que involucró a ciudadanos/as de diferentes preferencias políticas, profesantes de distintos credos, militantes en diversos sindicatos y movimientos estudiantiles, provenientes de todos los estratos sociales. Los nombres de Marcos Buvinic, Omar Lavín, Carlos Mladinic, Manuel Rodríguez y Jorge Murillo se suman  a  otros  tal  vez menos patentes,  pero   que  asimismo   dan   fe  del  estado  de cosas -compartido en las demás regiones de Chile- que impulsó al pueblo de Magallanes a plantar cara al fallecido dictador, culpable de innumerables casos de violación de derechos humanos.

De esta guisa, Lluvia Ácida teje un relato del Puntarenazo revisitado desde una cuidada perspectiva histórica, que también contempla -cómo no- las reacciones en su contra por parte de simpatizantes locales del régimen (“Refugiados En La Catedral”). Relato esforzadamente matizado por un synth casi nunca pop -el dark ambient al que se acerca el tándem Aguilar-Cheuquelaf aflora sutilmente en “Gritos En La Plaza”, coronado por segmentos de una pulsante thrilltrónica que recuerda el score de la presagiosa Contagion (‘11), y detona en toda su lúgubre densidad en “El Bombazo”. “La TIFA”, que alude a la tarjeta identificatoria del personal perteneciente a las fuerzas armadas, atenúa el impacto del número anterior proponiendo una larga suite de ambient semi acústico; como mullendo la ruta de la solemne melodía de “Requiem Por Fátima”, compuesta en memoria del atentado contra la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Punta Arenas (e inspirada parcialmente en el tema central de la película Schindler’s List).

Puntarenazo termina diciendo “Nunca Más”, guiñando casi imperceptiblemente a la chacarera sin abandonar su codificación synth, que aquí se halla más cerca que nunca de acceder a la categoría pop. Otro capítulo indispensable en el luengo andar de Rafael y Héctor, quienes no sólo se comprometen con su medio ambiente, sino además con su historia (cf. el documental El Camino De La Memoria, de Cheuquelaf). Bajo ningún concepto ya, debe considerárseles sólo músicos, y con esto no creo estar diciendo nada nuevo.

No corrió mucho tiempo antes de que Brown Sur entregara sucesor de su versátil debut, Histeria Del Mundo (‘23), replegando el abanico de éste para avigorar las resonancias del siguiente paso. Nada Es Imposible es un mini-álbum donde Francisco Lillo Ortega y Claudio Lavin vierten ideas de manera más puntual respecto del estreno, cuya envoltura psicodélica admitía sonoridades de variopinta raíz: big music, pop/rock, indie... Precisamente es esta última aquella por la que el dueto ha decidido decantarse, al menos circunstancialmente.

No es una elección excluyente, obvio, aunque sí son notorias las cribas que permiten acceso a estilos que no se estrellen contra ese cajón de sastre en que ha devenido el indie rock de los 10s en adelante. Para muestra, la apertura “Relato”, cuyo robusto registro de paso suave concede libre albedrío a una guitarra de volátil incandescencia y a unas baquetas de laxa serenidad, mientras el spoken word divaga en medio de landscapes desérticos y algo surreales.

De similar acabado imponente también participan el cierre “Elixir”, “Aguacero” y “Nada Es Imposible”, si bien en estos dos últimos canales Brown Sur asoma mucho más sincronizado con un rock agreste y achorado. En tanto el track epónimo abre con un airado riff de grecas metálicas, bajando las lecturas de adrenalina pero no las de intensidad, a la par del incremento de sampleos varios; “Aguacero” tiene una mayor constancia en ese sentido, preocupándose de mantener el flirteo entre la mancuerna santiaguina y el folk.

No siendo Nada Es Imposible un plástico de muchas entradas (7), sólo queda pasar revista a aquellas en que es justamente el folk el actor principal. “Artefacto”, “Cerco” y “Pajarillo Verde” comparten dicha característica. El intro acústico de la primera declara esa predilección, sostenida incluso después de enchufarse, y otro tanto ocurre con “Cerco”. Previsiblemente, la expresión más acabada del contubernio entre indie y folk es “Pajarillo Verde”, todo un ejercicio de timing folkie muy en la onda del fantástico rock mestizo que inundase la región en los 90s -ayuda, claro, que se trate de una canción ajena (Cecilia Todd), extraída del repertorio de música autóctona de Venezuela.

Hákim de Merv

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Seefeel: Everything Squared // Ger Espacial + A:M:W · Viaje Espacial // The Cure: Songs Of A Lost World

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 27 de noviembre de 2024.)

Anunciada la salida de un nuevo opus de Seefeel (30/8), nadie pareció alimentar ingenuas expectativas sobre si el célebre acto conseguiría rubricar una reinvención acorde con su background. Los días de gloria ya habían quedado muy atrás, y ni el epónimo regreso del ‘10 ni el ¿single? del ‘21 -al alimón con KMRU- fueron capaces de la proeza. Tampoco existía la obligación de, aunque tal vez sí el compromiso de ofrecer un puñado de canciones que refinase la brillante fórmula aplicada en Quique (‘93) y metamorfoseada en Succour (‘95).

La prudencia quedó justificada tras escuchar Everything Squared, que al menos oficialmente no figura como EP. El vinilo se queda a poco de rebasar la barrera de la media hora, duración que para compañeros de viaje como Autechre sería insuficiente a fin de considerarle álbum regular, y los capítulos que le vertebran apenas alcanzan la media docena. Pese a ello, ES se afana en sostener la calificación estándar de la agrupación, revisitando las mayores virtudes de ésta al proponer permutaciones interesantes del output que le identifica. Y lo consigue. Quizá de ahí la abstención de añadir el calificativo “extended play”.

Nada más comenzar a desgranarse “Sky Hooks”, el cúmulo de evidencias que avala esa opinión dispara las gráficas. El bruñido aislacionismo hibridado del primer post rock y de la vanguardia electrónica de los aurorales 90s brota embebido en un embriagador flujo de dosificadamente silencioso misterio, aludiendo a la vez a (Ch-Vox) (‘96) y a los maxis de la era Too Pure. Erosionado por la belleza armónica (“Antiskeptic”), rítmico y melodioso (“Multifolds”), arrullado por las voces estranguladas de Sarah Peacock (“Lose The Minus”); el sonido Seefeel se muerde la cola en nuevo intento por reverdecer laureles. Aunque el objetivo ulterior no es satisfecho, la performada simbiosis de visos cristalinos/hipnóticos/dionisíacos obtiene el aprobado con creces.

Hacia el final, la asociación pone el ojo en el tribalismo escuezante de Succour. Atiborrados de acompasadas atmósferas de aspereza ambient, “Hooked Paw” y “End Of Here” son los mejores números de la rodaja, picando hasta caer cerca de los altos registros de abstracción metasónica exhibidos treinta años atrás. Sobre todo “End...”, que culmina echando mano no sé si de cornos digitales o de auténticos elefantes barritando sin cesar. Everything Squared gana así una mención honrosa de la que su predecesor no puede jactarse -ser jornada heredera de los mayores descubrimientos de Seefeel.

El único inconveniente es que esa misma jornada la firma Seefeel -que ha sufrido la baja de Kazuhisa Iida, quedando reducido a trío: los históricos Sarah Peacock y Mark Clifford, acompañados desde el ‘21 por el japonés Shigeru Ishihara.

Amo:Mi:Walkman, Windsurf Holograma, Remis Espacial. Entidades todas pertenecientes a las nuevas camadas de músicos independientes surgidas en Argentina, traspuesto el umbral del segundo decenio del siglo XXI. Aún está por verse si sus pares comparten con ellas la política de un ADN abierto/osmótico, sobre todo en lo que concierne a las dos últimas, si bien la respuesta asoma afirmativa. Otrosí, hay un par de instancias adicionales en que coinciden estos tres nombres: el lugar de residencia (la localidad de Muñiz, en Buenos Aires) y la colaboración de dos de sus militantes en el plástico Vida Espacial.

De Remis Espacial y Windsurf Holograma (que entiendo todavía se halla en activo), Germán Magnaghi es quien se encarga de sintes y secuencias, amén de la guitarra y la voz. Del unipersonal electro Amo:Mi:Walkman, Pablo Morán se ocupa del percutado mástil de cuatro cuerdas, e igualmente de la guitarra. Vida Espacial, acreditado a Ger Espacial + A:M:W, aprovecha la experiencia de ambos artistas en gamas como el dream pop imbuido de Baja Fidelidad, el indie amateur presto a jugar con tecnología casera, el avant pop, la experimentación psico-iterativa. Su metodología intuitiva y su brevedad han concitado en torno a este debut, lanzado a fines de septiembre, cierto interés en los dominios de la escena alternativa gaucha.

Aunque puede parecer confusa la suma y/o interacción de estos códigos, el resultado se acomoda gracias a la actitud lúcida, lúdica y naif que ha sintonizado el tándem Morán-Magnaghi. Vida Espacial es un sucinto compendio de estados de ánimo casi-por-completo sincronizados a las vetas artísticas que atraviesa. La vocación exploratoria se patentiza en el modo cómo se trastea con programaciones y sintetizadores, efectos y filtros -me recuerda un poco la fresca dinámica del unigénito epónimo de Electro-Z, más allá de lo cual no cabe establecer otra comparación. “Sinceridad Invisible”, por ejemplo, pinta como grabada a bordo de una nave espacial de utilería. Otro tanto podría asegurarse de “Estacionado” o esa delicia que es “Una Flor”, lo que además de avalar la inclinación inquisitiva hacia las herramientas digitales de hoy, permite apreciar las inequívocas raíces indies del CD.

Por supuesto, el rock a secas no está excluido. No obstante, sí he de admitir que no cuenta con mucho espacio -por aquí “Sensación”, por allá el hidden track “Eterno”. En todo caso, un dream pop harto tamizado trashuma estos canales lo mismo que otros de hálito minimal pero de bullente inventiva: “Más Y Más”, “Amor, Llévame” (más no fi que lo fi, en realidad), “Pasó El Tiempo”, “Simple”... Un largo de calidez y de proximidad con el/la oyente, como pocos que de entre las nuevas hornadas han florecido en este 2024 que ya se va. Parejo en su cotidianeidad y emotivo en su cercanía.

Sólo la relectura de Charly García me ha dejado algo perplejo. La deconstrucción de “Demoliendo Hoteles” practicada por Magnaghi y Morán cumplimenta el cometido de desmarcarse radicalmente del original, pero el reacomodo de la letra a la nueva melodía termina desorientando al más hincha. Y eso que, del bigote bicolor, nunca lo he sido.

La primera certeza que nace en mi mente tras escuchar muchas veces Songs Of A Lost World es que éste es/será el último trabajo de The Cure. El primero en 16 años, luego de dos entregas asaz discretas (The Cure en el ‘04 y 4:13 Dream en el ‘08), lo nuevo de La Cura cobija diversos humores -el de la reivindicación, el del propósito de enmienda, el de esa “tercera madurez” desde la que lo único que necesitas es despedirte dando todo lo que queda de ti, sin guardar más para el resto del camino. El de quien pone orden en la propia casa, de la mejor manera posible, antes de marcharse definitivamente.

¿Cómo podrían entenderse de otra manera líricas como “This Is The End Of Every Song That We Sing” (la primera línea de “Alone”), “I Lose My Reason Whеn I Fall Through The Door/Endless Black Night Lost In Looking For More/At Least I Know Now How I Lose It Before/One Last Shot At Happiness?” (la estrofa postrer de “Drone: Nodrone”), “It's All Gone, It's All Gone/Nothing Left Of All I Loved/It All Feels Wrong/It's All Gone, It's All Gone, It's All Gone/No Hopes, No Dreams, No World/No, I Don't Belong/I Don't Belong Here Anymore” (parte del coro de “Endsong”)? ¿Cómo interpretar en otro sentido la evidente denominación del acetato? Para cualquier persona nacida antes del cambio de siglo, en más de un modo éste no es el mundo al que vinimos. Las transformaciones se producen demasiado rápido, muchas veces desconcertantemente. En ese contexto, un 33 como el que acaba de publicar The Cure suena en efecto a procedente de un mundo que ya no existe, que se perdió (¡la portada reproduce parte de una escultura reducida a cascajo, por todos los cielos!). SOALW reposa incluso en sus canciones más rockeras (“Drone: Nodrone”, “A Fragile Thing”). Maneja intros que rozan lo interminable, lo infinito. Atesora la majestuosidad imperturbable, el resuello crepuscular, la senescencia elegíaca, la melancolía del adiós (que esta vez sí parece conclusivo). Refuerza la idea el saber que se trata de composiciones que Robert Smith ha ido armando desde hace muchos años -cinco de las cuales, registradas en directo el año pasado, son añadidas como bonus tracks a la versión digital de Songs...

Más allá de eventuales divergencias en el criterio valorativo, la abrumadora cantidad de reseñas ha traído a colación la imponente estela de Disintegration (‘89), señalando que Songs Of A Lost World es el mejor disco de The Cure desde Bloodflowers (‘00), el único otro gran título que ha firmado el legendario grupo británico durante la presente centuria. La referencia es parcialmente correcta: por cuanto Disintegration fue la piedra de toque que ha fijado para siempre esencia y talante de Cure, siendo la proximidad o lejanía de posteriores álbums respecto suyo lo que les avala o descalifica, es claro que Songs... evoca los reflejos del doble del ’89. Pero lo es más que en sus surcos resplandece con mayor fuerza la impronta de Bloodflowers. Si en Disintegration se contrae Smith sobre sí mismo, y cosecha las virtudes señeras del periodo “oscuro” de la banda insuflándolas de sensibilidad pop, en Bloodflowers consigue replicar la faena cambiando de circunstancias, leguaje y dimensiones. Si Bloodflowers es una vivificante transustanciación de Disintegration, Songs... lo es asimismo del LP del ‘00.

(Esto aparte, nadie ha subrayado el ascendiente de cortes como “A Fragile Thing” o “All I Ever Am”, que sutilmente se remonta a los tiempos de The Head On The Door (‘85). El detalle es importante, ya que The Head... inicia la etapa clásica más pop de La Cura, precisamente honrando sus fundaciones dark -algo que luego ensayaría y potenciaría Disintegration, rodeado de fasto y esplendor.)

Songs Of A Lost World no es sólo otra urgente variación azarosa de Disintegration o de Bloodflowers, empero. Este último ayudó a los súbditos de la Rubia Albión a ingresar con buen pie en el nuevo milenio, aupado por el uso de la tecnología que se convirtió en viral hasta en el mundillo del pop mainstream, sin renunciar a la esencia que de Cure codificase Disintegration. Songs... se decide por procedimientos cuasi orquestales. Rara vez el piano deja de estar presente a lo largo de sus casi 50 minutos. Otro tanto se puede decir del acordeón (“Warsong”), de las cuerdas... Todo ello, en funciones complementarias a las del grupo, conformado actualmente por Simon Gallup (bajo), Roger O'Donnell (teclados), Perry Bamonte (guitarra y teclados), Jason Cooper (batería), Reeves Gabrels (guitarra) y Robert Smith (guitarra y voz). La ejecución de cada track se aprecia tanto mejor en la Deluxe Edition, que circula con un segundo compacto enlistando las correspondientes versiones instrumentales.

¿Es entonces Songs Of A Lost World una nueva obra maestra de The Cure, a poco de arribar al medio siglo de existencia (lo hará en 2028)? Conjeturo que sería equivocado pensar en esos términos. Podría ser, pero The Cure no necesita de una “nueva obra maestra” que añadir a las ya consignadas en su palmarés. Lo que necesitaba -y ha hecho- es alzar la voz y los puños gritando “¡Todavía estoy aquí!”, con un “Mad Bob” superlativo a quien los lustros no le han apagado/alterado la voz. Ese tremendo testimonio, que representa a una vieja escuela que se niega a desaparecer sin llamar al orden a la muchachada que ha crecido obliterada por el mito del Fin de la Historia, imparte de paso una lección al basurero en que se ha convertido el pop contemporáneo -hábitat de monetizados exhumadores/recicladores de décadas anteriores, de trapperos, de indietontolones.

Como se ha dicho antes un par de veces, a todo gran campeón le queda siempre una última pelea en su interior, no importa lo añoso que esté. De corazón, espero que sea éste el caso de Robert Smith y collera, pues han arriesgado en este esfuerzo volúmenes fantásticos de integridad, sinceridad, ética -y quién sabe si serán capaces de volverlo a hacer. Ocurre con los verdaderamente grandes, y The Cure tiempo hace que es uno de ellos. Como también se ha dicho ya de otros pocos de sus colegas de armas en el discurrir de la Historia, “nosotros les debemos todo, y ellos no nos deben nada”.

Ya no.

Hákim de Merv

jueves, 28 de noviembre de 2024

Entre Rejas Y Concreto // Vrianch: Rutas Electrónicas Para Sintetizadores Móviles

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 20 de noviembre de 2024.)

Al aproximarse la quincena de octubre último y procediendo de manera completamente independiente, los músicos César Aguirre (El Balcón Rojo) y Dante Gonzáles han orquestado y manufacturado la compilación Entre Rejas Y Concreto. Editada en formato cassette, abroquela ésta ocho asaltos de proyectos cuya forja es más o menos reciente, aparte de los pertenecientes a los responsables de la misma -por partida doble, en el caso del ex Varsovia.

Considerando el ascendiente de vieja escuela que acreditan ambos asociados, el muestrario se halla previsiblemente consagrado a la música electrónica de añejo cuño. Matizada de continuo, la principal cepa de la que parten casi todos los involucrados es el vetusto synth ochentero. Sólo existen dos excepciones, que brotan directo y sin escalas de la composta del primer industrial: Humano De Hiel (“Infección Y Meditación”) y Camisa Negra (“La Fuerza Del Trabajo”). Distingue a HDH una feroz ausencia de programaciones, vacío ocupado por primitivas resonancias maquinales y por ¿efectos? de teclado que emulan rayos positrónicos. Nimban a CN, asimismo, la purga de todo vestigio de secuencia y unas ominosas asperezas creepies -de las que abundan numerosos ejemplos en la tradición local de noise industrial (Pychulator, el primer Maximum Terrorem, Error Genético, et al).

Sindicado el synth como el nutriente más profuso de Entre Rejas Y Concreto, los antedichos matices se encargan de atenuar o recargar esta plétora, dependiendo del sino que ha elegido cada grupo o individualista. Así, El Balcón Rojo se aleja de ese código gracias a la concepción tosca y picapedrera de su austero registro (“Baila Mi Esclavo”), y a sus machacantes percusiones industriosas y deformadas voces (“Orden De Exterminio”). De otro lado, Avenida Militar testea en “Eje Central” estructuras proto EBM, más inclinadas al synth que concibiese en los 80s Chris & Cosey -en lo que podría tipificarse como una versión daltónica del synth clásico, por enfatizarse la iteración de un leitmotiv sónico en detrimento de las variaciones practicadas encima suyo, invirtiendo la figura del ostinato.

Ya que hablamos de los ex Throbbing Gristle, se hace igualmente eco de ellos Dante Gonzáles en su faceta de Inversor Demente. Con dos jabs encajados en Estudios Embriológicos De Deformaciones: Compilación De Ambient/Industrial/Noise Peruano (1997) y un EP de aparición extemporánea (Ununtrium), ID echa mano del voluminoso archivo encarpetado que custodia desde sus días aurorales. Algo evidente toda vez que tanto “Población Contaminada” como “Pasaje Tingua” se desmarcan de cualquier mácula de industrial/techno industrial/post industrial desplegada en sus obras publicadas. La marcial secuenciación en “Población Contaminada” da lugar a un minimal synth de visos extraterrestres, orlado de harta polución sonora ambiental. En tono más moderado, con mucho color, singulariza a “Pasaje Tingua” la recontextualización de grabaciones de campo a modo de sampleos (genial detalle el del afilador de cuchillos).

Extraído del debut solista del mismo nombre (2001), aún no recuperado en digital, Gonzáles baja el telón de Entre Rejas Y Concreto con “Diseñar Y Construir I”. Aquí se hace notorio el camino que el linceño ha transitado en solitario -el de un synth impecable y apolíneo, movedizo e infatigable, 100% fundado sobre la tecnología y la sci fi. Cierre perfecto de un panorámico que pudo haber sido bastante más copioso -apenas 29 minutos, sólo seis participantes. Para comprar la cinta, contactar directamente con Dante o con César.

Año fructífero en remixes para Vrianch. No sólo ha remezclado referencias masivas y/o de dominio común como Julieta Venegas (“Eres Para Mí”), Magneto (“Vuela Vuela”, en realidad no es suyo) o... ¡Lucía Méndez! (su olvidado hit ochentoso “Margarita”). También colgó en la veintena de abril un Remix Album que de álbum exhibe bien poco, con apenas tres surcos. Lo bueno es que para dos de ellos pone en práctica la técnica del mashup: el kraftwerkiano “Autobahn” es filtrado por la voz de Janis Joplin, mientras que Shocking Blue -aunque más parece haber sido reciclado el cover de Bananarama- se acompaña en “Venus” de los Clan Of Xymox. El corte restante es de Trueno, mocoso argentino que las pega de hip hoper sin mucha fortuna (“Real Gangsta Love”).

¿Y material fresco? Desde luego. Rutas Electrónicas Para Sintetizadores Móviles sale el 1ero de mayo. El mini-LP fue construido sampleando guiones de films, grabando sintetizadores en un editor de audio multipistas, amañando las voces con software de libre acceso, y recurriendo parcialmente al uso de la Inteligencia Artificial. Esto último es interesante, en el contexto de una andadura que tiempo atrás ya tendía naturalmente a mezclar géneros sin preocuparse mucho por su compatibilidad, al aperturar márgenes para interrogar el papel que un individualista de la talla de Víctor Chang confiere a la herramienta que mañana llegue acaso a ser el summum por antonomasia de la randomización.

¿Premunido de qué estilo(s), pues, encara Vrianch este REPSM? Habiéndose servido Chang de casi cualquier tendencia sónica dentro del universo electro, curiosamente Rutas Electrónicas... me da la impresión de ser un volumen bastante mesurado, a años-luz de la rozagante polivalencia que otrora destilaban trabajos previos. No cae el mini-álbum en la monotonía, sin embargo, debido a su milimétrico balance entre el ambient y el pop. Si bien un tanto reduccionista, ese curso de acción atestigua la persistencia del bifrontismo que nada más nacer abrazó Víctor como signatura identificatoria: mirar tanto al underground como al mainstream para aprovechar lo mejor de ambos mundos.

¿Significa esto que ahora a Chang le ha dado por el ambient pop? Nones. Sólo uno de los dos barnices adquiere relevancia estelar en cada canal, manteniéndose el otro en honrosos segundos planos. “Policlínico Peruano Japonés”, “Vuelta A Casa (Room)”, “Estancia”, “Los Sueños De La Sangre”: bullen la rítmica deconstruida, la iluminación ambiental, la cuantiosa tímbrica pop. A grandes rasgos, podría arriesgar que “Estancia” y “Policlínico...” son dominio de un synth lustroso y pródigo, en tanto que a “Los Sueños...” y “Vuelta...” les impele un ambient de inequívoco talante contemplativo. Queda escrito, empero, que esos predominios no vedan la presencia de los contrarios. Escrupuloso y detallista esfuerzo del limeño residente en Piura.

Hákim de Merv