jueves, 6 de febrero de 2025

Something Obscura: The Sorrow We Share / Dark Ages // Los Pinglos: Y La Chica De Pronto Flotó // Mauricio Moquillaza: Mauricio Moquillaza //Super Fuzz: Super Fuzz EP // Plastical People: Ritmo Natural EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 29 de enero de 2025.)

LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (I)

Tras de su literal resurrección a comienzos de década, el dark-gothic perucho ha avanzado con lentitud, aunque uniformemente. Lejos de los días de su reinado (que va de la segunda mitad de los 80s a los albores del siglo XXI), el sonido oscuro por antonomasia ya no produce cuantitativamente lo que antes. Tanto mejor, porque de ese ahora modesto caudal, algunos pocos nombres merecen ser inmolados en la hoguera.

Algunos otros pocos no, y ése es el caso de Something Obscura. Publicado su primer extended play en el ‘18 (A Real Place In A False Broken Mirror), al frente del proyecto unipersonal se pone un ¿multi-instrumentista? oculto bajo el indescifrable seudónimo de Nonn Loop. El nom de guerre abunda en jornadas de longitud recortada, siendo la excepción a esa regla su puesta de largo Only The Pain Can Cure Us (‘20), respaldada por el sello especializado InClub Records. Por medio de esa circunstancia fue que las lúgubres andanzas del músico llamaron mi atención.

En 2024, Loop rompió su media editorial despachando online dos trabajos en modalidad 33 rpm. Éstos son The Sorrow We Share (23 de mayo) y Dark Ages (25 de diciembre), quedando el último como el menos extenso de la dupla. La concisión es algo que agradecer en el background de SO, con tracks que van de los dos minutos a poco más de 5, cuadrando así rodajas a disfrutar durante espacios de tiempo razonables. Por supuesto, ésa no es la única cualidad a favor del individualista.

Los aciertos cruciales que han posibilitado el resurgimiento del dark-gothic en predios nacionales se vinculan directamente a una reformulación austera de sus lugares comunes. Fue precisamente la falta de mesura y una debilidad por la ampulosidad “escénica”, vicios impuestos desde la movida gothic usamericana, lo que terminó boicoteándole y despedazándole hasta la ridiculización. Visos de esa reorientación son perceptibles en Putzy, en Eviterna, en los fugaces Specto Caligo, en Something Obscura.

Para The Sorrow We Share, las influencias determinantes de Nonn son el Cure clásico del período negro (“A Wrong Step”), algo del Xymox correspondiente al Subsequent Pleasures EP (“Memory Of You”) y los Mission sin las alharacas en que acabaron cayendo. “Foreign Voices” y “Echoes & Light” apenas insinúan penumbra (incluso el primero podría catalogarse como proto dream pop). De la mano de “Rain”, el CD se hunde en las oquedades de un gothic que es a partes iguales denso y ágil. Cierto que a veces se le olvida frenar y me recuerda los peores momentos del último decenio de la pasada centuria (“Faith & Distance”, “Burn The World”). Felizmente, los canales rescatables son más: el dark con sobreabundancia tecladística de “Eyes In The Night”, los ingrávidos fogonazos electroacústicos de “Our Hands”, el majestuoso vuelo crepuscular de una eléctrica en llamas de “The Morning Has Come”...

En Dark Ages, el abanico del pantone cambia un tanto -y no precisamente para bien. Andrew Eldritch y sus Sisters Of Mercy destronan a Smith, Moorings y Hussey; posicionándose como el tótem a tributar (al punto que “Libertad” es una extremadamente sutil deconstrucción de jirones del clásico “Alice”). Esto se traduce en un opus que se maneja en velocidades como las del medio tiempo o de los 3/4, cuyas espesuras apagan/sepultan/empantanan los resplandores relativamente cálidos de TSWS (“Bridge To Nowhere”). Gothic hasta la médula, sepulcral y lastimero (“Al Final”, “Erase Our Pain”, “Fear To Live”), Dark Ages pone igualmente de relieve el mayor hándicap de Loop: la voz.

Ya en The Sorrow..., era evidente que lo mejor que el responsable de Something Obscura tenía no era exactamente su set de vocales. Faxeando modos, inflexiones y color de Eldritch, como hicieran las huestes góticas de los 90s; se notaba allí que al autor le iba mejor siseando antes que engrosando/impostando la voz. En Dark Ages, a Nonn Loop se le siente demasiado cerca del líder de los de Leeds. Para su suerte y la nuestra, el repertorio de SO tiende al fulgor instrumental en proporciones generosas.

Se han arremolinado circunstancias muy particulares alrededor de Los Pinglos, gestores de un long play que ha llamado mucho la atención de los medios el año pasado. Empecemos por allí: Y La Chica De Pronto Flotó es el debut, si bien éste ve la luz pública un cuarto de siglo después del nacimiento del acto. Tres de sus integrantes originales provienen de Argot, de corta existencia en las postrimerías de los 80s: Alfredo Berrios (guitarras, bajo), Roberto Gálvez (voz) y el tecladista Joni Chiappe, a quien siempre se le recuerda por haber participado en Jas. El cuarto integrante original, Carlos Saavedra (voz), también hacía música en la misma época junto a Ignacio López -escudados ambos bajo el chaplín de Modus Vivendi-.

Pese a su accidentada trayectoria, que incluye hiatos prolongados y un deceso (el de Chiappe, en el ‘23), el terceto sobreviviente puede jactarse entonces de tener recorrido y experiencia. Poniendo en juego ambas cosas, el estreno de Los Pinglos se entrega a un pop de accesos levemente lisérgicos, cuando no folkies o de raigambre blues. Ninguna de estas pinceladas, como tampoco las de una tímida electrónica (“Duele Esta Sal”), llega a ser sustantiva. Si algo es notorio en la ejecución de YLCDPF, es que ésta se consolida gracias al indie. De allí su retórica intimista, como en “Diosa Pagana” o en “Allá”. De allí su esteticismo pedestre, como en “Terco Hasta Los Huesos” o en “Me Baño Antes De Dormir”. De allí, finalmente, los destellos con que entreve referentes tan disímiles como Cowboy Junkies (una bastante empalagosa “Flechas Ciegas”) o Electro-Z (una correcta “Eguren Se Llevó A Mi Chica”).

En contadas ocasiones, la terna rebasa la barrera del medio tiempo. A la ya mencionada “Duele Esta Sal”, tal vez podría sumarse “La Fiesta Del Fin”, de prestancia más rockera. La norma son canciones tipo “Solitud”, “Los Bañistas” o “Azafrán”, que pueden sumarse a casi todas las antedichas en la misma línea indie. No todo es olor a rosas, sin embargo: musicalmente, Y La Chica... invoca cierta frescura, algunos de sus segmentos lucen bien enhebrados, y la participación del fallecido Chiappe llega a deslumbrar. Estas ventajas se ven algo mancilladas por vocalizaciones que no siempre dan la talla. Ocurre en “Los Bañistas”, en “Azafrán”, en “El Cimarrón”. En esta última (la apertura), escucho además rimas de un nivel demasiado elemental, que a estas alturas de mi vida se me hacen más que indigestas y que cabría no esperar de gente que pregona veteranía.

Habría que ponerse a verificar quién canta en qué canción y quién compone cada una, para separar y delegar funciones. Tres vocalistas que asimismo son compositores es cifra más que suficiente para que sólo se pare delante del micro el más capo, sólo se siente a componer el más entendido, etc. Bueno, dos en realidad -el tercero era el difunto ex Jas. Al final, y esto también cuenta, la balanza se inclina en favor de Los Pinglos gracias a un par de temazos muy por encima del resto: “Toribio X” y sobre todo “Tu Barco En El Mar”. Sin pretensiones, poniendo toda la carne en el asador, con un Chiappe superlativo; el miserabilismo que exudan sendas arquitecturas sonoras es desarmante, imponente, acongojante. Sin requerir de muchas vueltas, de esta pareja sale por lo menos un nuevo clásico del rock independiente peruano. Lo que se dice sacar la casta, puta madre.

Contradictorios los antecedentes de Mauricio Moquillaza de que disponía. Por un lado, tengo presente su participación en Mensajes Del Agua: Nuevos Sonidos Desde Perú Vol 1 (‘22), que justamente abría con su “Carácter Transitorio” -melodiosa composición de ambient que se balanceaba al filo del ruidismo con equilibrio admirable. Por otro lado, le escuché una performance en la huaca Mateo Salado, de la que poco me faltó para salir aplastado por el tedio -a decir verdad, hubiera terminado así de no ser porque me interesaban mucho los grupos que se subirían a tocar luego de él.

Ergo, me decidí a escuchar su homónimo debut apertrechado con no escasa prudencia. Compruebo gratamente que, o Moquillaza no estuvo inspirado en aquel directo, o lo suyo son las realizaciones en estudio. Este LP tiene los minutos justos para apreciarlo en lo que mejor sabe hacer -modulaciones ambientales que se mueven flotando/navegando en completa libertad, sin curso premeditado, acunadas por vibraciones randomizadas, intermitentes figuras de teclados y/o sintetizadores, loops incesantes y un pathos acuático en principio no tan evidente como a partir de la segunda mitad del acetato.

Otro rasgo a destacar es que los cuatro surcos de Mauricio Moquillaza prescinden de las secuencias. No las urgen. Al ser piezas de un analógico ambient modular, el leitmotiv se halla signado por el azar, por la improvisación. Trátese de texturas tupidas hasta el grado de la pavimentación (como ocurre en “----”) o de veloces pulsos que digita sin sosiego el autor (todas los demás), la electrónica fluye aquí más que correr. Sucede en “-”, donde compartimenta la distorsión hasta transformarla en una herramienta iterativa más. También en “--”, cuyo timing se desboca hasta sincronizar espontáneamente con las vanguardias noventeras que más indagaron en el Ruido.

Y acontece, cómo no, en “---”. Pese a su aliento más mesurado, el corte rebosa color, aunque hacia el ocaso corra en paralelo al noise. El guiño no debe ser gratuito, porque en la epilogal “----” las atmósferas se tornan ruidosas en extremo, a despecho de lo cual la melodía se da maña para filtrarse por entre sus grietas y dar paso libre a sonoridades que remiten a antiguos videojuegos. Ése es otro plus de Moquillaza a ponderar, acaso el más importante: no es la suya una electrónica empecinada en zambullirse al interior del Ruido. El músico le mide, se acerca a, se aleja de. Siempre depende de si lo encuentra lo suficientemente maleable como para servirse de él, con el único fin de envolver/abrillantar las euritmias que edifica. Su música es principalmente, pues, melodía de una belleza increpante, arisca, casi hipnótica.

Debe ser cuestión generacional -léase “ya estoy inevitablemente mayor”- el que no logre computar por completo el rollo de Super Fuzz y alineaciones similares. En algo se parece al espíritu huevero y desenfadado de los músicos adscritos a la generación Scott Pilgrim -película o cómic, según prefieras-, pero ni siquiera ésta era tan deliberadamente inepta o primariosa. Posiblemente sea ésa su peculiaridad más identificatoria: la inhabilidad intencional medible en terabytes.

Super Fuzz EP no es el primer material que ha editado este grupo, pero sí el primero que he audicionado. Muy probablemente, será además el último. Su “dialéctica” utiliza la distorsión y la perentoria brevedad punk, aunque por duración cabría decir hardcore. No obstante, del género moldeado por Dead Kennedys o Bad Religion no existe ni media micra de ascendencia. Sí hay espacios, en cambio, para sintetizadores. Esto, sumado a la necesidad prácticamente patológica de saltar de un lado a otro -también probable herencia punk-, termina por modelar una musicalidad (ejem) “sui generis”.

El problema radica en que no importa si se conjura al indie, al punk o al lo fi. Características como el desparpajo o la conchudez pueden encontrar matices favorables, siempre y cuando acompañen canciones que no son una puya en sí mismas/hacia sí mismos/contra el resto. Desde el primer minuto de “El Matón”, es evidente que el vocalista no va a demostrar ni siquiera mínimas aptitudes en ningún momento. Terminado el asalto inaugural, me quedo pensando en si es una marca de estilo o si sólo se trata de este combo, que no ha tenido mejor idea que reclutar a un cantante medio idiota.

“Kick Ass”, dedicado al superhéroe del film del mismo nombre, arroja luces al respecto. Para cuando llego a instancias finales como “Mal Gusto” o “Metamizol”, saco en limpio que la voz podría no ser más idónea para las historias que cuenta Super Fuzz, y sobre todo la “gracia” con que éstas son relatadas. Mal consuelo. Por más que lo intento, no puedo apartar la imagen de burla para con el/la escucha, de autoparodia, de impericia izada con orgullo. Esto último ya ha sido antes motivo en torno al cual se han constituido otros géneros o subgéneros. Nunca, NUNCA, en los niveles de bufonada chirigotesca mostrados por SF.

Egg punk, he leído en algún sitio. No lo creo. El huevo al menos tiene albúmina. Si antes a nadie se le ha ocurrido, prefiero acuñar una ¿nueva? etiqueta: tontipunk. A su costado, el denostado chiquipunk de los 00s luce firmado por John McEntire.

Simpática banda, Plastical People. Sexteto formado por Octavio Urbina (guitarra), Santiago Huamán (guitarra), Walter Cuba (sintetizadores), Jorge Delgado (voz), César Barba (batería) y Vladimir Andrei (bajo); ya contaba con un extended play autotitulado (‘17) y un largo (Moverás Tus Pies, ‘22), antes de que apareciese Ritmo Natural EP en febrero último. Si bien Plastical People tenía una onda a lo synth ochentoso, en Moverás... la agrupación comenzaba a mutar hacia un output más de resonancias 70s. La intuición ya avisaba que los próximos tiros irían por ahí.

Como suele ocurrir en estos inciertos tiempos entre los conjuntos pop, la actitud de Plastical People es despreocupada pero cómplice, fiestera pero confesional. En resumen, indie. Ése, con todo, es su talante. Su sonido, por otra parte, sólo accesa a ese marbete fortuitamente. Bonitos arreglos de sinte de por medio, el alias suena deliciosamente groovy, sin empalagos/remilgos ni excesos de sacarosa. Más aún, la música de PP sigue el faro de un electrofunk revigorizado, con arrestos de -aghhhh- música disco. No iba a ser gratuito que cada tanto apareciera en la mente la imagen de los Daft Punk extraída de su ulterior Random Access Memories (‘13).

Ejemplo palmario de lo último es “Piedra Espinal”, junto a un discreto Diego Dibós (TK). También el brioso pop discotequero de “Ritmo Natural” y el festivo hedonismo un tanto desaforado de “Besos Finales”, donde colabora en gran nivel la novel cantante un-pelín-sobrevalorada Clara Yolks, en plan consonante con lo que hiciese antes de ella Diana Flores.

Sin embargo, no todo es groove en estado puro. En el extended se planta de igual modo “Shock En Mi Costa”. Si bien se suma a la celebración saltimbanquera y asaz emocional, “Shock...” no deja de hacerlo nimbado de un hálito de sugestiva lipemanía -que no se condice con el futurismo que pregona su video. De esta guisa también pueden encontrarse algunos brochazos cuando te aplicas seriamente a pelar la oreja con cada uno de los números de Ritmo Natural EP. Lindo episodio. Directo, sin dobleces, divertido, emotivo y con bastante fuelle. Si hasta parece que tuviese Plastical People más recorrido del que efectivamente acredita, aunque eso podría ser un side effect de los añejos discursos a los que profesa devoción.

Hákim de Merv

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