viernes, 26 de julio de 2019

Silvania: Las Naves Vuelven A Dejar Atrás Los Puertos (I)

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de julio del 2019.)

INTRO: EL SUEÑO AEROSTÁTICO QUE SE HACE REALIDAD

"Veinte años después de Naves Sin Puertos, su último álbum en estudio, la música que Mario y Cocó firmasen como Silvania sigue siendo fuente de unánimes asombro y admiración; reclutando nuevos adeptos en distintas partes del mundo. A ello contribuyó ciertamente su residencia fija en España, pero también el prodigioso talento que con generosidad la dupla desplegó en cada entrega, vertebrando una trayectoria signada por proteicas habilidades para evolucionar y mantenerse en las primeras filas de la vanguardia sonora durante casi una década”.


Parte del texto que redacté para la excelente compilación ¿Cuánta Distancia Hay Entre Tu Alma Y El Sol? Un Tributo A Silvania (Trilce Discos, diciembre pasado), el párrafo anterior sintetiza -nunca lo suficientemente bien y sólo de manera parcial- todo lo que representa para propios y extraños la obra del binomio peruano más extraordinario en la historia del pop contemporáneo. Una obra que, abandonado el célebre alias, se consideraba suspendida indefinidamente debido a las andanzas de los queridos Ciëlo y de otras interesantes identidades simultáneas en que ambos personajes se involucraron antes y a la par: Ysabel Telegram, DJ Galax, Girls On Film, el disco Radio al alimón con el español Prozac, Antártica -suspensión fracturada en dos por el breve paréntesis que comportó Campos De Espirales, Árboles Y Secuencias Posibles (2006), cuyo output fue concebido para la instalación con que la artista Virginia Calvo se enrolase en una exposición colectiva del proyecto Land-Art (1999).

Una obra que se pensó cerrada, como asimismo la de Ciëlo y compañía, cuando Cocó fue asesinado en Madrid, el 28 de septiembre del 2008.


Esta década que ya vive sus últimos meses ha sido propicia, no obstante, para la resurrección de algunas de las alineaciones más visionarias de la música pop. Seefeel volvió del Otro Lado con un esférico epónimo en el 2010 (Warp Records), y lo mismo hicieron tanto Slowdive (Dead Oceans, 2017) como My Bloody Valentine (MBV Records, 2013, aunque aquí el título se ciñó a las siglas). Al margen del nombre que llevará el nuevo álbum (Todos Los Astronautas Dicen Que Pasaron Por La Luna), el retorno de Silvania venía craneándose desde mediados del 2018, confirmándose con la aparición de no poco material de estreno. Mario, quien regresó al Perú por primera vez en el 2010 y que a partir del 2017 vive ininterrumpidamente en Lima, manifestó su decisión de continuar con la trayectoria del dueto dorado luego de superar agudos cuadros de depresión. Además, él y Cocó se hicieron una promesa respecto de su pasión por la Música, que el también fotógrafo desea honrar (“Mario, si algún día yo falto o si tú faltas, esto tiene que seguir”). Su faceta artística y creativa, para más señas, ha entrado en ebullición después de algún tiempo: previo a los surcos lanzado a modo de anticipo, durante el 2018 produjo dos magníficos trabajos -Persōna de Laikamorí e In Event Of Moon Disaster de Blue Velvet (disco nacional del año para mí)-, y se encuentra haciendo otro tanto con el segundo larga duración de los pasqueños Felyno.


El segundo hálito de Silvania le transformó en trío. Mario convocó a Antonio Ballester (Blue Velvet) y a Rolando Serra. La formación, que complementó temporalmente Tatiana Beaumont, lanzó en noviembre el sencillo D. En la fecunda discografía de la otrora dupla, no es inédito que el nombre de la entrega se abstenga de aludir a las pistas que ésta cobija -ahí está Aero 7” (Stereophonic Elefant Dance Recordings, 1996), y “M Flux” e “I Ambal”. Así, D 7” nos regala “Gene” y “A Coco”, las primeras composiciones que ven la luz en doce años...

Más que precisar una influencia en concreto -recordemos que la edición completa del Miel Nube Hiel EP (2010) ponía de relieve cierta predilección por Los Belking’s en los bonus tracks-, la encantadora “Gene” se ve empapada de una añoranza dirigida justamente al sonido de la escena peruana que existió en los 60s. Ocupando la guitarra coordenadas entre los grupos instro-garage-surf y los músicos comparativamente más accesibles de lo que hasta ahora se conoce como “nueva ola”, “Gene” evoca con mucho romanticismo una playa de vívidos colores que laten hasta convertir a todo el lienzo en irreal, mientras que gracias a ese colateral efecto de onirismo la límpida voz de Mario parece querer convertirse en impalpable.

En lo tocante a “A Coco”, podría aventurar que su letra debe ser por extensión silábica el haiku definitivo de Silvania, superando en ese sentido a “Maldoror” y a “Hélice”. Con dos líneas repetidas en tres puntos distintos (“El Sol Saltó En Un Árbol/Y Después Todo Fue Pájaros”), el efecto iterativo repleta el esmerado entramado de pulsaciones rítmicas y de cuerdas reverberantes en modo pincel, dibujando e igualmente entintando una viñeta que bien podría haber rubricado el último This Mortal Coil premunido de ligero aumento distorsivo. No será la única ocasión en que Mario aludirá al insigne colectivo, como podrá verse más adelante.

BREVE INTERLUDIO A MODO DE HOMENAJE

Sin proponérselo y en conjunto, ya que cada “lado” tuvo distinta fecha de lanzamiento, D 7” apareció días antes de la rodaja que orquestase Trilce Discos para honrar merecidamente al tándem maravilla. En loable esfuerzo, ¿Cuánta Distancia Hay Entre Tu Alma Y El Sol?... reúne a 15 combos que asumen el compromiso/desafío de dar vuelta a los grandes clásicos de nuestros coterráneos. Dos de ellos son españoles (Uke y Linda Guilala), uno es argentino (Rol Lux) y el otro es ecuatoriano (Sexores); compartiendo los demás no sólo la misma nacionalidad que Cocó y Mario, sino también el pertenecer en abrumadora mayoría a este milenio -los más antiguos son Catervas (nacidos en 1991) y Theremyn_4 (fundado en el 2000).

¿Cuánta Distancia... se manufacturó en formato CD, con el empaque a escala 45 rpm. A que arte exterior e interior sean de una calidad “rotoscópica” delectable (las fotografías pintadas apuntan a la técnica de films como Waking Life y A Scanner Darkly), debe sumarse el que cada banda venga (re)presentada con una tarjeta que consigna los créditos de rigor, y el que se adicione una postal del mismo tamaño que el empaque donde figuran agradecimientos y unas roñosas palabras que jamás le harán justicia a las dimensiones épicas alcanzadas por los limeños luengos años residentes en España.

Salvo Rol Lux, DJ rioplatense cuyo aporte a “Raymi I” es asaz discreto, multitud de escuchas pueden encontrar/develar tal o cual matiz en cada remake/remodel inserto en el compacto. Circunstancia feliz que va convirtiéndose de a pocos en marca de la casa, pues sucedió lo mismo con Hasta El Fin: Tributo A Voz Propia (2016). El fan de Silvania notará, eso sí, la casi exclusiva incidencia de las relecturas en el extended Miel Nube Hiel (Experience Records, 1992) y los discos En Cielo De Océano (Elefant Records, 1993) y Paisaje III (Elefant Records, 1994). Dejemos que éste y otros detalles, positivos y negativos, sean objeto de descubrimiento por parte del público.

ESTACIÓN TRANSATLÁNTICO

The Colors Of The Sunset EP se libera el 20 de marzo del calendario en curso. La sensación que causa es la de haberse decidido por efectuar algunos cambios con respecto al D 7”. La ¿caja de ritmos? que se agita en la apertura “She Rises” no señala en sí misma ninguna novedad. Los seguidores del duette sabemos que éste empezó a transformarse a partir del Paisaje III, cuando obtiene un sonido personal hibridando el susurro ensordecedor del shoegazing y el integrismo sintético/sincrético de la vanguardia electrónica noventera. Después del Paisaje III, nada sería igual, pues el grupo se adentró en las espesuras ambient a punta de post house y de IDM.

Pero algo es distinto. Quizá sea esa arista sobrenaturalmente cargada de tenue androginia de la que Cocó era responsable, y que ahora ya no está. Su ausencia metamorfosea los brochazos de este nuevo Silvania, al que ahora se le siente más cerca de Ciëlo. El acariciante ruido que mana en “She Rises” se enrosca sobre lo que parecen ser ritmos seteados que invocan tangencialmente a la Vieja Guardia del synth pop, específicamente a aquellos de sus avezados que se arriesgaron a ir un poco más allá y sentaron las bases para lo que después sería otro punto de partida en la génesis del techno. Sorpresa y admiración nos golpean cuando averiguamos que son capas de guitarras tratadas, un poco a la manera de Lovesliescrushing y del Spectrum del Soul Kiss (Glide Divine) (Silvertone Records, 1992).


De otro lado, “La Playa Del Olvido” se balancea sin miedo sobre una red sonora impregnada de saudade, cuya eléctrica tributa en más de un movimiento a Los Belking’s -esos cuatro muchachos de Lince que hoy son considerados a nivel mundial como la segunda mejor banda pop instrumental de todos los tiempos. El surrealismo estelar de sus texturas combustiona a “La Playa...” meciéndole entre el post punk y el shoegazing de principio a fin -sin embargo, no le bastan los casi tres minutos y medio del track, y salta sin descanso a “Los Amantes De La Luna”. Es ésta una canción más afín a lo mostrado en el single, llena de ornamentaciones sidéreas loopeadas hasta la epopeya -el licuefacto audioplasma de atmósferas que invitan a la sensual inmersión en serenas masas acuosas, que predisponen a la lúdica meditación de las cosas que son/que una vez han sido/que en el futuro serán...

CONCLUSIÓN PROVISIONAL

A día de hoy, el último episodio en la historia de este reentré se escribió hace once jornadas, al anunciar el BandCamp oficial de la agrupación el que tal vez sea el postrer adelanto de la nueva placa: Y El Satélite Se Fue, voceado como extended play, si bien podría considerársele sencillo -consta de dos números muy distintos entre sí, lo que se traduce proporcionalmente en el saldo artístico que cosecha cada uno.

Llego aquí al pasaje más difícil de este testimonio. Miro hacia atrás, en dirección a todo lo que se ha editado bajo el nombre del primer seudónimo que adoptasen Mario y Cocó, y no veo nada que pueda reprochársele desde un enfoque artístico. Nada, salvo quizá “Avalovara”, incluido en el single homónimo (Elefant Records, 1995). El resto de su producción sónica, varios lustros después, perdura maciza e impecable. Por eso me trastorna admitir que “Mozart” podría convertirse en el único paso verdaderamente en falso en el historial inmaculado del cuarteto-dúo-terceto. En mi modesta opinión, la idea central de “Mozart” no ha logrado desplegar todo su potencial: a diferencia de Ciëlo, su filia a partes iguales electropop y synth ha encarnado en una melodía simple pero no efectiva, sino efectista. No sé si tenga que ver el hecho de que, de todo el nuevo repertorio de Silvania, “Mozart” es la única composición en que Mario comparte créditos. Creo que le faltan unos grados más de producción, y es todo lo que diré al respecto.

En la otra esquina, “Caroline Estación Transatlántico” es de una exquisitez narcótica, de una placidez sensorial como la que puede degustarse en los volúmenes clásicos de Mario y Cocó. Desde el detalle inicial de vinílico scratch, hasta el sampleo epilogal de “The Lacemaker” de This Mortal Coil (he ahí un nuevo guiño al metagrupo de las mejores épocas de 4AD), asistimos al desarrollo de una pieza arropada de paisajes tan hermosos como frágiles y quebradizos. Tranquilamente pasable como track perdido del glorioso Paisaje III, la interacción entre diferentes capas de guitarra genera el efecto de unos oleajes de fantasía, el marco idóneo para que un Mario en estado de gracia invoque a través de su letra a Caroline Crawley. No en vano, el genial músico dedica tema y portada a quien protagonizase con su diáfana y cálida voz delicados óleos como “Mr. Somewhere”, “Late Night”, “Help Me Lift You Up” y “The Lacemaker”; todos del Blood (4AD, 1991). La cantante británica, no es ocioso acotarlo, falleció joven aún tras larga y penosa enfermedad (octubre del 2016).

Así van las cosas en el universo Silvania, con la perspectiva de que mejoren todavía más. Al decir de “Mozart” que “...podría convertirse en el único paso verdaderamente en falso...”, expreso una posibilidad, no un hecho. El que aún se continúe trabajando con miras a finiquitar las tomas definitivas para el álbum (falta la masterización final, por ejemplo), así como el retraso en la fecha inicial de salida (2 de julio, cumpleaños de Cocó), son signos reconfortantes de lo alto que se están poniendo la vara los músicos -no se podía esperar menos de quienes ahora tiene la misión de mantener un prestigio que difícilmente alguien puede atreverse a cuestionar.

La segunda parte de esta nota, cuando por fin sea de dominio común el nuevo plástico de Silvania.


Hákim de Merv

jueves, 18 de julio de 2019

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 10 de julio del 2019.)

El bedroom pop en el Perú está viviendo al máximo los días de efervescencia de un nuevo big bang, propulsado por toneladas de newtons que vienen liberando desde el 2018 novísimos seudónimos de músicos realmente jóvenes, y asimismo acicateado por el éxito de nombres como Ducktails y Unknown Mortal Orchestra. Uno de estos proyectos es , unipersonal tras el que se mimetiza un mancebo bastante introvertido de nombre Bruno Cuzcano. Entiendo que ha nacido en el año del Jubileo, de manera que hablamos de un “da-sein” correspondiente a las generaciones aún bisoñas del Tercer Milenio, con el potencial todavía intacto y presto a ser descubierto.


Amante de la Telecaster, pero por ahora aferrado a una Squier 51 modificada, este zagal posee un repertorio salvaguardado a partir del 2012. Qué tanto de ese primer material se ha reciclado en/ha servido de base para su ópera prima, Vetpan (2017), o para aportar en el debut y despedida de su combo anterior Tipor Teselar (Fundamental, confeccionado en el 2016 pero recién hecho público en agosto del 2018); eso sólo puede decirlo él. Lo que sí me siento en condiciones de afirmar es que, tras cuatro volúmenes publicados bajo la sílaba Rü, aquello que ha mantenido el control del gobernalle es esa saludable vocación diletante tan intrínseca al cosmos del bedroom pop. Y es que, siendo una estética perteneciente al siglo XXI, ahíta de nostalgia (no por quimérica menos infrecuente, “¿Cómo es posible que sienta nostalgia por un mundo que no conocí?”, se pregunta Gael García Bernal/Ernesto ‘El Che’ Guevara ante la ciudadela de Macchupicchu -Diarios De Motocicleta, 2003-); la del bedroom pop se define no tanto por un sonido como sí por una manera de encarar, en la teoría y en la práctica, el proceso creativo. No sorprende, entonces, que la “música de dormitorio” acredite la suavidad atmosférica del dream pop, la suficiencia lacónica del lo fi, y hasta el tosco rebverb de la psicodelia; entre otros ingredientes.

La música de Rü es, pues, multiforme. Además del Vetpan, editó durante el 2018 los discos Terodesu (enero) y Vix Parvam Stillam (“susurro” en latín, octubre). Si este último dispusiera de edición vinílica, podría ser calificado como el gran álbum doble y conceptual del bedroom pop peruano. En todos ellos, el muchacho se ha conducido por caminos disímiles: puede sonar a pop sin más, a post punk atiborrado de contundencia (“Encontraste Basura”), a dark ligerito (“Fanta Roja”), incluso y no-pocas-veces a vaporwave (“Para Dormir 1”). Ese escanciar liberador me trae a la memoria la obra de Calvin Johnson, mito del indie usamericano más insobornable y figura decisiva para el surgimiento de la escena de Olympia, protagonista de aventuras -The Halo Benders, Dub Narcotic Sound System, Beat Happening, The Microphones' Singers, The Hive Dwellers- cuya diversidad es como mínimo refrescante.


De otro lado, el método de trabajo de Cuzcano es el comúnmente asociado a presupuestos exánimes, lo que constituye en sí mismo un aliciente para atizar la creatividad: la textura/tersura de sus tracks nunca abandona por completo el sabor de la Baja Fidelidad y todo lo que ésta acarrea. Sea que se acerque al math rock o al dream pop, sus íntimas letras oscilan entre contemplativas y crípticas (como sacadas de un diario privado), su compromiso con la ética “do it yourself” es a prueba de balas, persiste en obsesionarse con el delay y el reverb... De ahí que su modus operandi me remita igualmente a otro tótem tutelar del panteón independiente de la Unión Americana: Daniel Johnston (sin las connotaciones religiosas que hicieron de éste presa de la psicosis paranoide).

Multi-instrumentista, compositor, productor y editor de su propia música; ha construido una identidad que pareciera en perpetua mutación conforme vas asimilando sus títulos. Hay, sin embargo, dos constantes que no sé si el capitalino ha (a)notado -sospecho que sí.

Una de ellas es el funk. No como lenguaje palpable y explícito, sino como ¿pulso?/¿latido?/¿hálito? sobre el que se aúpan muchos cortes que esencialmente son otra cosa (“Más”, “Cidio”, “Súcubo”). A veces, esta presencia fantasma puede llegar a volatilizar los surcos, convirtiéndoles en vivaces hits hiperfestivos de indie pop, como ocurre con “Maaaaal” o “Ruido”. A veces (las menos), este groove incorpóreo degrada sus revoluciones hasta acercarse al soul lo más que se lo puede permitir un alias de bedroom pop (¿“No Sirvo”, scratching artificial incluido, será un guiño a Shy Girls?).


La otra constante de Cuzcano parece ser una debilidad declarada por el modo de cantar/pronunciar de grupos y artistas japoneses, que colma muchas de sus piezas. Notorias sobre todo en las canciones del Vetpan, también en tracks como “El Infierno” aparecen estas inflexiones del limeño que cabalgan entre la vocalización y la fonética niponas.

Lo último lanzado por el individualista apareció en enero de este 2019: Patético (EP). Ignoro el por qué de los paréntesis, dado que es efectivamente un extended -sobrepasa apenas la barrera de los once minutos. En entrevista para el programa El Amplificador, de RadioDialNet.com, ha explicado el tímido músico que le bautizó así porque las melodías allí recogidas le sabían a torpeza y a ridiculez. Sinceramente, más tiene que ver el motivo con las circunstancias en que fuera grabado el EP, glosadas en su BandCamp: “Compuesto, grabado, mezclado y masterizado por mí con audífonos, porque mis papás no se fueron de la casa en toda la semana, salvo por algunas dos horas, en las que aproveché para grabar las voces xddd”. Por lo demás, se trata de cuatro pistas, todas ellas cantadas y premunidas del adverbio “tan”. Con equipamiento exiguo, Rü consigue darle brillo, matizado pop y actitud slacker a medios tempos como “Tan Morado” y “Tan Loco”, al punto de atreverse a sonar por primera vez baladesco. “Tan Vacío” retoma la senda de ese aliento/pálpito funk que siempre le ha acompañado (¿sin advertirlo?), dejando para el cierre con “Tan Huevón” la síntesis lúdica de los principales elementos -distensión y emotividad- que han presidido Patético (EP).

Además de Bruno, en vivo Rü es Ángel Mejía (bajo, también toca en los hoy populares Suerte Campeón), Gerardo Castillo (guitarra) y Sergio Maldonado (batería de Tipor Teselar). En estudio, Rü sigue siendo propiedad exclusiva de Cuzcano, pero éste ya no toca sólo en Rü. A principios del mes pasado, su nuevo grupo se estrenó con el single “El Amor Real”, adelanto de un extended que próximamente será colgado en plataformas digitales. Este grupo, Muñeca Globo, se complementa con Cinthya Miranda (con quien Cuzcano grabase dos canales del Vix Parvam Stillam) y Adrián Aragón (quien proviene de las filas de Almagenta, banda psicodélica que a pesar de su corta existencia ya cuenta con una tetralogía de álbums enteros).

Hákim de Merv

jueves, 11 de julio de 2019

Stereolab: Cobra And Phases Group Play Voltage In The Milky Night

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 3 de julio del 2019.)

Algunas lunas han navegado el firmamento desde que se anunciara -febrero del año en curso- la reunión de uno de los más grandes actos aparecidos en los 90s. Ello aunque, valgan verdades, nunca hubo separación oficial. Stereolab, la mítica formación capitaneada por el inglés Tim Gane y la francesa Lætitia Sadier, da por concluido el hiato que observó a partir del 2009; con una serie de presentaciones que ha arrancado el 10 de mayo en Bruselas y terminará los días 18 y 19 de octubre en San Francisco. Si bien de momento no se insinúan intenciones de volver al estudio, ni planes de seguir tocando en vivo más allá de las fechas señaladas, tampoco se ha negado esa posibilidad.

En cambio, se ha anunciado en el site oficial la reedición doble y limitada (250 ejemplares en CD, el doble en vinilo) de siete de sus trabajos en estudio, reedición que ya ha empezado con Transient Random-Noise Burst With Announcements (Elektra, 1993) y Mars Audiac Quintet (Elektra, 1994). Crucemos los dedos, entonces, esperando que alguien se apiade y les proponga tocar a posteriori en Latinoamérica -mientras aprovechamos la buena nueva redactando la memorabilia de rigor: Cobra And Phases Group Play Voltage In The Milky Night (Elektra, 1999), el pico más alto de su seminal tríada noventera, cumplirá en pocas semanas 20 años de editado.


Para quienes nunca tuvieron el gusto, que asumo son los menos, Stereolab se nuclea alboreando la última década de la pasada centuria. En un inicio quinteto, el alias parecía destinado a engrosar el pelotón de alineaciones que, aupadas por la consagración del noise melódico que supuso el espaldarazo del dream pop y del shoegazing; tomaban nota de lo hecho por demiurgos como The Jesus And Mary Chain y My Bloody Valentine a fin de probar suerte con su propia lectura del Ruido. Las primeras escaramuzas del grupo, guarecidas por la égida de Too Pure y repescadas en la compilación Switched On Stereolab (1992), están marcadas por una guitarra cuya presencia insistente durará hasta el debut en regla (Peng!, mismos año y sello). Lo interesante del combo mayoritariamente británico radica en que abandona más o menos rápido el manual de estilo y experimenta amalgamando a éste efluvios de tesitura pop que se llevan bien con la Distorsión siempre que ésta no los devore. El indie que germina entre fines de los 80s y principios de los 90s, por ejemplo, es un elemento en activo desde el nacimiento de Stereolab cuyo peso molecular irá creciendo en sucesivas entregas; permitiendo el ingreso del pop frambuesa a la retórica del conjunto. Mucho más adelante, lo mismo ocurrirá con el binomio easy listening/batchelor pad, paladeado precisamente en el mini-album The Groop Played ‘Spage Age Batchelor Pad Music’ (Duophonic Ultra High Frequency Disks, 1993).


En subsiguientes esfuerzos -Transient Random-Noise Burst With Announcements, Mars Audiac Quintet, Music For The Amorphous Study Body Center (1995)-, la banda simultáneamente asimila y fisiona ecos de Can, el pop hi fi de los 70s, el timing de John Cage para el Silencio, el ubicuo “Hallogallo” de Neu! -materia prima de muchos géneros y miles de composiciones-, el exotismo easy listening de Juan García Esquivel... Placas todas que le reditúan a los cinco residentes de Londres inusual notoriedad en un contexto que empieza a desgarrarse producto de la fractura de aquella dialéctica que ¿Brian Eno?/¿Peter Gabriel? resumiera(n) magistralmente en el aforismo “la vanguardia de hoy es el pop del mañana”. Bancos de pruebas donde ensayar un sinnúmero de ideas sonoras, Stereolab queda fogueado/expedito para las hazañas que le convertirán en una de las sociedades más dúctiles en el panorama pop de fin de siglo.

Y si con Emperor Tomato Ketchup (Elektra, 1996) pasaron de quinteto a sexteto -mismos integrantes desde el Transient... a excepción del bajo, pero a la sazón el line up clásico de Stereolab: Lætitia Sadier y Mary Hansen en voz, Tim Gane (guitarra y sintetizadores, entre otros), Andy Ramsay (batería), Richard Harrison (en reemplazo de Duncan Brown) y el multi-instrumentista Sean O’Hagan (Microdisney, The High Llamas, Turn On)-, reduciendo a mínimos históricos su veta noise gracias al indesmayable funk futurista desplegado por el mugiente bajo acrobático de Harrison...


Y si con Dots And Loops (Duophonic Ultra High Frequency Disks, 1997) giran en redondo hacia la electrónica más exquisita y los soundtracks cosecha 70s, accediendo a que se cuelen de paso el free jazz, el lounge, la bossa nova (influencias con que ya se habían atrevido en el The Groop Played...); variables acrisoladas en un retrofuturismo de primer orden...


...pues con Cobra And Phases Group Play Voltage In The Milky Night, producido 50/50 por dos monstruos de la música contemporánea (John McEntire y Jim O’Rourke, nada menos), la música de la agrupación alcanza su punto culminante en una jornada cuyo lustre todavía refulge veinte años después.

A propósito de The First Of The Microbe Hunters (Elektra, 2000), un año más tarde condensé en el dossier de rigor para la legendaria revista Caleta todo lo que representaba el Cobra And Phases... con la frase “...el morphing como una de las bellas artes”. Dieciocho calendarios después, aquella unidad sintáctica permanece vigente. CAPGPVITMN es en la práctica un lúdico e inmenso tour de force, exquisito, vigorizante, lleno de color y desparpajo. Difícil trazarle una cartografía: bebe tanto del indie como del post pop, del easy listening como de la electrónica (si bien ésta aparece calculadamente racionada), de la tropicalia como del muzak de vanguardia. La apertura “Fuses”, para más señas, se vislumbra concebida por un Esquivel del siglo XXI -bronces que se atropellan tratando de emular la pulsante y deliciosa glosolalia que nos procura Lætitia Sadier.


15 pistas distribuidas en casi 76 minutos. Mientras éstos se desgranan, ésas se suceden cambiando de registro sin concederte reposo. La ambientación de “People Do It All The Time”, segunda parada del esférico, está presidida por un groove trópico-erótico. Acaso “People...” tenga en común con “The Spiracles”, “Infinity Girl”, “Strobo Acceleration” o “Blips Drips And Strips”; una índole pop que les aproxima al oyente mucho más que el resto de tracks, pero cada uno posee su propia sorprendente coloración, para la que cabría aventurar nuevas etiquetas híbridas -el picoteante swing tapatío de “Infinity Girl”, el minimalismo carioca de “Blips...”, el sprinter motorik de “Strobo...”, la bossa exoplanetaria de “The Spiracles”.


La rodaja, pues, fluye en un inacabable morphing de herraje analógico y registro digital; quién sabe si acicateada por un bajo que asciende a medular, convertido en tren-bala negro cual noche sin estrellas. Este proceso no sólo se da de canción en canción, sino incluso dentro de una misma canción. En efecto, determinados números devienen materialmente distintos. Otros no permiten hablar de trasmutación, sino de reemplazo por aquello que venía gestándose en el subsuelo del tema y que de pronto emerge hacia la superficie, haciendo más justo utilizar la palabra “anamorfosis” antes que el vocablo “metamorfosis”. Muestras evidentes de una y otra mecánica hay varias. Los vientos de la samba transdimensional “The Free Design” le convierten en un emotivo guiño a “Dancing Queen” de ABBA. El atmosférico soul al ralentí de “Italian Shoes Continuum” se transforma a los dos minutos y medio, gracias a una efímera descarga noise, en un stonazo reberv mambo que acerca a Stereolab a las trombas rítmicas de epopeya que desatase Laika -otro ‘must’ indiscutible para la genealogía avant pop de los 90s- en su fabuloso Silver Apples Of The Moon (1994). El punzante medio tiempo ultrasónico de la magnífica “Puncture In The Radar Permutation” es eyectado hacia el infinito gracias a masivas inyecciones de dub narcótico, proporcionadas por una coquetona marimba y una seductora sección de cuerdas. El loopeo de lumínica fantasmagoría funk que dispara “Op Hop Detonation” le convierte en una lección de space age pop, a disfrutar mientras se viaja a través de la fibra óptica... Y así podríamos seguir con cada canción de este monumento sónico.


Dos canales me merecen una mención especial. “Blue Milk” fue muy criticada en su día debido a extensión -sobrepasa bastante los 11 minutos- y cariz -capas varias de ruido in crescendo que asfixian paulatinamente los vibrafónicos motivos iniciales, mismos que prometían una suite de pop sofisticado-. Hoy se pondera su semejanza, obviamente salvando las distancias, con las creaciones firmadas por Steve Reich y por los Sonic Youth post Washing Machine (Geffen, 1995). “The Emergency Kisses”, de otro lado, es mi favorita del CD: un tres cuartos de ensoñador clavinet (el equivalente a un clavicordio eléctrico), presto a introducir ingentes dosis de una melancolía como pocas veces se ha visto en la obra de Stereolab. Después de un tiempo hipnotizado por el embeleso francófono de Lætitia Sadier, el track vira hacia el funk de cuatro sobre cuatro, hasta que decide retomar la performance inicial dotándola de una suntuosidad épica, versallesca -genialidad pura.


Como se suele decir en estos casos, ¿qué queda más allá de la cumbre, sino la cuesta abajo? Todavía el sexteto tendría pólvora para dos largos bastante buenos como The First Of The Microbe Hunters y Sound-Dust (Elektra, 2001), aunque en modo alguno comparables a su consagrada trilogía de los 90s. Con menos suerte correrían los eventuales Margerine Eclipse (Elektra, 2004; puesto a la venta tras el lamentable deceso de Mary Hansen), Chemical Chords (4AD, 2008) y Not Music (Duophonic Ultra High Frequency Disks, 2010; lanzado tras la disolución de facto). Sin ser malos, estos últimos son bastante discretos en relación a los mejores discos de la banda. Sin embargo, la magnificencia de la terna ETK-DAL-CAPGPVITMN y el recuerdo de plásticos tan originales como Mars... y Transient Random-Noise... siempre es combustible para una segunda vida. Una en la que el ahora cuarteto -Sadier/Gane/Ramsay/Simon Johns, por fuera les sigue apoyando O’Hagan- pretende reverdecer laureles. Talento y oficio, la mancuerna creativa de Stereolab tiene de sobra: mientras Lætitia ha estrechado lazos artísticos con el italiano Giorgio Tuma (un par de singles brillantes y la colaboración “Maude Hope” inserta en el último disco del peninsular, This Life Denied Me Your Love), Tim ha logrado lo que nadie hasta ahora -llevar el viejo kraut rock al siguiente estadio evolutivo gracias al F-A-N-T-Á-S-T-I-C-O trío binacional Cavern Of Anti-Matter (junto al alemán Holger Zapf y al inglés Joe Dilworth).

POST-DATA

Mes y rotaciones atrás, perdí a mi viejo luego de una penosa y fulminante enfermedad. Para entonces, llevaba casi noventa días sin escribir por voluntad propia. En medio del desconsuelo por su deceso, mi hermano del alma Sebastián Pimentel me ofreció fortaleza y apoyo, y el acicate necesario para salir de mis cuarteles de invierno: “Honra a tu padre con el don de la palabra, que es tuyo”. Estas líneas, escritas tras cuatro meses de ausencia, van dedicadas a la memoria de papá, Edmundo Gárate Terrones (21/01/37 - 09/06/19).

Hákim de Merv