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jueves, 25 de noviembre de 2021

Les Replicants: s l e e p / p a r a l y s i s / d ae m o n 金縛り鬼 // Cualquiera Puede Hacer Esto // Leñadores666: Leñadores666 // Bondage: 2010-2019

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de noviembre del 2021.)

Varias han sido las oportunidades en que me he referido a Les Replicants como una de las propuestas más interesantes aparecidas en la escena peruana independiente de fines de los 10s. La última de estas ocasiones se dio a raíz de Ser/Ver, mini-álbum del 2020 que le dejaba en posición expectante. A éste, no ha tardado gran cosa en sucederle s l e e p / p a r a l y s i s / d ae m o n 金縛り鬼 -un largo que, lejos de corregir los poquísimos defectos de su predecesor y/o aumentar sus muchas virtudes, transmuta dramáticamente el registro de la dupla.

A todo esto, es válido preguntarse si sigue siendo Les Replicants un dúo. Porque en s l e e p / p a r a l y s i s / d ae m o n 金縛り鬼 vuelve a brillar por su ausencia Luz Cáceres a.k.a. Luxsie, y a ocuparse Walter Arellano del íntegro de la chamba. Con dos de dos, encima consecutivas, la pregunta por la ex Taneli Lucis al inicio de este párrafo se justifica plenamente. Cual fuere, la respuesta no implica en sí misma demérito alguno, como tampoco lo comporta el radical giro maniobrado respecto de Ser/Ver.

Tras surcar el elaborado maridaje entre notas etéreas, drone music, ambient de baja fidelidad y lecciones de renovación lisérgica dictadas por Loop, Spacemen 3 y los primigenios Primal Scream; el replicante Arellano reorienta la proa de su nave hacia esa zona liberada que habitan por igual el bliss pop y el post rock. Füxa, A Silver Mt. Zion, Flying Saucer Attack, Windy & Carl... Aún cuando podría argüirse que el grupo/solista pierde al dejar atrás el ácido coctel alquímico de su primera etapa a favor de una aleación menos multiforme, ello no es necesariamente verdad.

Por desgracia, en este esfuerzo de Les Replicants sí que lo es. Cuando s l e e p / p a r a l y s i s... despega de la mano de “3 3 3 3 3 3 3 3 3”, queda en evidencia el casi traumático golpe de timón en el historial de la banda/entidad. Arellano apuesta por una travesía de taciturnos encajes, de elegíacas urdimbres. Las sonoridades que pueblan el tema privilegian por igual la delicadeza y la armonía, la quietud y la duermevela, el retrofuturismo del post rock y las laxas vibraciones elongadas del bliss pop. Hasta ahí, todo bien. 

Las dudas comienzan a surgir cuando agoniza “d i m m e d v i s i o n”. A pesar de su angélica aura de embelesamiento, sientes cierta somnolencia debido a la falta de mayores vueltas que diferencien con claridad cada episodio de la jornada. Cuando ganas la orilla de “l i q u i d i n d u c e d c o m æ”, ya tienes buen rato devanándote los sesos pensando cuánto más va a estirarse un plástico que pudo haberse adecuado al formato del anterior, y que no consigue eludir el tedio y la monotonía que le acaban devorando. Decepcionante este s l e e p / p a r a l y s i s / d ae m o n 金縛り鬼, pero no por ende malo -regularón, nomás. Primer tropezón en la marcha de Les Replicants, todavía se pueden realizar las enmiendas necesarias para remachar el barco.

El más modesto repaso a su nómina, inaugurada en diciembre del 2011 con un four-way CD en el que metían mano Procrastinación 1 Yo 0, Angkor Wat, Juan Sáyago y Sparx; basta para corroborar que LaFlor Records se ha constituido en otra admirable trinchera de resistencia sónica contra la pasteurización de la música pop que el mainstream espolea. Amparada en una monolítica ética de trabajo y de activismo DIY, esta label celebra sus diez años de creación con Cualquiera Puede Hacer Esto, deliciosa recopilación que recorre el espectro global de su oferta.

Ésta germina y se desarrolla principalmente en torno a cuatro vetas: el post hardcore, el indie, el fastcore y el post rock. Por supuesto, existen permutaciones entre estos estilos, una de las cuales es la que más réditos artísticos ha reportado al sello -el indie/post hardcore. Procrastinación 1 Yo 0 (“Dos”), los desbandados Un Viejo Arcoíris (“Lo Hice Sin Pensarlo”) y Fiesta Bizarra (“Oh Summer Summer”), que rompen los fuegos del muestrario; se cuentan entre sus cultores, como asimismo Way 98 (“Dreaming”) y los ma-ra-vi-llo-sos Angkor Wat (“Cómo Construir Un Universo Que No Se Haga Pedazos Dos Días Después”, casi al finalizar la reproducción).

Otra de esas permutaciones es consecuencia del acoplamiento entre el post rock y el indie, permutación de la que menudean ejemplos antologados aquí: Incendios Forestales Del Viejo Continente (“Haru Ora Ora”), Avida (“Modo Dios”), Juan Sáyago (“Las Nubes No Son Del Cielo”), LÖRI (“Luna Roja / La Dicha De Lo Banal”), el cuarteto afincado en Massachusetts Dios Trio (“Japan”, interesante despliegue de urgencia y virtuosismo). Por otro lado, el fastcore se mimetiza con una poca de grindcore y otra de thrashcore en un segmento nítidamente perfilado de Cualquiera Puede..., donde la velocidad maníaca/sobrehumana linda con un tipo de ruido tan pestífero como insanamente sentido. Exponentes de esa puntual barbarie son Poncho Negro (“Algún Día Seremos Imperturbables”), el combo argentino Ostende (“Palabras, Palabritas (A Los Conservadores)”) y Kuroneko (“Cuántas Veces”).

Por todo lo expuesto, es lógico inferir que tal vez sea el indie el mayor protagonista no sólo de esta placa panorámica, sino de las producciones de LaFlor -habida cuenta de ser ésta, junto a la del stoner, la estética que más fácilmente se ha integrado al vocabulario pop contemporáneo. A las fusiones ya revisadas, hay que sumar los vasos comunicantes que tiende el indie hacia el pop, como en “Pigmalion” de POLVOS y en “Es De Lamentar Que La Tradición Sea Utilizada Como Guía Irrefutable Hacia La Belleza Y La Perfección” de Moholo Nagy. También, aditar las expresiones de ascendencia bedroom pop, como “Hueles A Que Me Vas A Romper El Corazón En Un Millón De Pedazos” de (la célebre identidad de Bruno Cuzcano) y “El Amor Real” de Muñeca Globo (donde asimismo Cuzcano participa); y hasta las menos contaminadas, del tipo Cometa A La Deriva (“Rosé”) y Muchacha Punk (“Demi”).

La explosiva “Pando” de Parahelio, en versión actualizada del corte cedido para el three-way CD 7000 Metros Sobre El Nivel Del Mar (2017, con los chilenos Droste y los ecuatorianos Escape From The Machinery), es la única representante del post rock presente en el volumen. Esta situación la hace prácticamente una excepción, como acontece además con “Madrugada” de FM (insólito dark pop) y el surco homónimo de No Somos Lo Que Fuimos. Quien argumente que este último tiene tanto de indie como de hardcore e incluso de punk, debe igualmente admitir que, a diferencia de los primeros nombres mencionados; NSLQF parte del hardcore punk para trasladarse al indie.

Sustancioso artefacto que invita a descubrir y a deleitarse con los testimonios que saca adelante la excelente escudería limeña. Pese a la dificultad de los años pandémicos (los que ya hemos sorteado y los que aún tenemos por delante), espero que esta gente no tire la toalla.

“El único valor de Oasis es que termina siendo una urgente advertencia sobre los peligros del rock ‘puro’. Ser un autor puro es lo más difícil, ya que su música tiende a ser la más accesible y comercial”. Estas palabras, enunciadas por mi gran amigo Sebastián Pimentel, corresponden a un artículo desmitificador sobre los mancunianos más sobrevalorados de la Historia; redactado en 1998 para una publicación de cuyo nombre no me da la gana de acordarme.

Hoy, los purismos están en franco proceso de acelerada extinción. El dictamen de Pimentel ha terminado siendo profético, si bien por razones distintas a las que su autor consigna. Quién podría imaginar entonces que, veintitrés años después, viviríamos en un mundo totalmente interconectado, sin las vanguardias que impulsaron la evolución de los movimientos culturales y artísticos del siglo XX... abocados los/as creadores/as artísticos/as a experimentar las cruzas en apariencia más improbables.

En todo esto me ha hecho pensar el debut homónimo de Leñadores666, sexteto del que forma parte un animador histórico de la movida nacional, Óscar Reátegui (T.S.M., Dios Hastío). Como ya sospechas, lo de L666 limita con el purismo, punk en este caso. Y he ahí el primer problema que se aparece: donde actualmente las haya, a las nuevas hornadas punk rock no se les ocurre ni por hueveo alentar cierto parecido con sus pa(d)res del estallido ’77. De hecho, plantearse la cuestión está fuera de discusión. Ello es lo que hace, sin embargo, Leñadores666: re-crear lo que ya en 1979 la aguerrida Lydia Lunch definía como “un recalentado acelerado de tópicos riffs de Chuck Berry”.

¿Ser ortodoxamente punk es, ergo, un atavismo en pleno siglo XXI? Pues si un discurso tan manoseado como el gothic viene reverdeciendo laureles gracias a un proceso de desafectación que le ha otorgado nueva vida convertido en minimal goth, no queda responder a esa interrogante sino afirmativamente. Desde que la “Intro” de Leñadores666 apresura las notas de “Frustración”, no suena otra cosa que punk rock (ejem) “clásico”. Esto es, derivativo, añoso in extremis, por espacio de casi una hora. Y ése es el segundo problema que afrontar: los doce primeros números tienen una duración promedio razonable para ser punk, quedándose el decimotercero a segundos de arribar a los ¡¡¡21 minutos!!! ¿Es éste, por ventura, un número que proponga alguna novedad? No: es una colección frankensteiniana, con sonido paupérrimo, de tomas fragmentarias en vivo y ensayos de algunos canales previos -incluye una de las canciones reproducida al revés.

Una postal adjunta al ejemplar que recibí del CD afirma que éste recoge “toda la tradición oral de los trovadores pastrulos de San Martín De Porres”. Supongo que algo de cierto tendrá ese aviso, porque las letras de varias de sus tonadas -“Adicción”, “Sharon Love”, “Frustración”- podrían llegar a ser hasta bizarras si no fueran extremadamente ridículas: “...Frustración, Frustración/Que Me Aplaste Un Camión...”, “...Mientras Cae La Brisa/Ama A Tu Nodriza...”, “...¡Homenaje A La Mujer Maravilla!...” (la peor de todas). Lo que podría resaltarse/rescatarse de la ejecución del conjunto queda empañado por estos abundantes deslices.

Un estreno que deja muchísimo que desear -tal vez puedan salvarse “Todo Llega A Su Fin” y “Sábana Azul”, esencialmente por méritos que atañen a sus respectivas líricas, las únicas que no merecen el vilipendio del resto.

Días después del artículo que escribí el año pasado sobre Rip Off Records, la independiente trujillana enfocada en grind/drum’n’punk/fastcore/electrónica de bulla extrema puso a la venta un cassette recopilatorio de Bondage. Las circunstancias -un cuadro agudo de stress- me impidieron tener noticia de éste y otros trabajos patrocinados por la plataforma de Javier Panter y Mila Celis, y luego la hoja de ruta que seguí me eyectó hacia coordenadas bien distantes de las que frecuenta ROR. Se justifica, así, dedicarle algunas líneas a una producción que lleva más de doce meses circulando -bueno, es un decir: los 30 ejemplares del tape, que venían acompañados de un pin y un fanzine con letras y fotos, hace rato se agotaron.

¿Y qué es Bondage? Aparte de la primera y más evidente acepción del sustantivo, ligada a las prácticas BDSM, éste designa al proyecto unipersonal del liberteño Juan Carlos Paredes Jara. Bondage se granjeó cierta repercusión merced a un epónimo mini-LP facturado en físico a través de Discos Invisibles, hace siete años. Con código de catálogo “diso022”, el esférico reeditaba su ópera prima -también epónima, 2012, vía la desaparecida Prison Thatt Records-, y le complementaba estrenando tres composiciones más una versión live interpretando “Ghost Rider” de Suicide. Se habló por aquellos días de un sonido deudor del synth punk, etiqueta que también cultivaran los finiquitados Varsovia en Recursos Inhumanos (2014). Posteriormente liberó Bondage una nueva referencia discográfica (2019), otra vez desde el regazo de Discos Invisibles, que no he podido degustar.

2010-2019 arrambla completo el mini-álbum del 2014 en la primera cara de la cinta, rescatando en la segunda dos cortes no repescados del epónimo del 2012 (“Zombie Hardy Cum”, “My Boy Operated”), otros dos de un “pre-álbum” sin denominación oficial colgado el 29 de mayo del 2013 (“Tu Vida Y Mis Susurros”, “Hustler Blanco”), y dos lados B inéditos hasta el 2020 (“Castigos” y “Atardecer”). En el desván, se quedan por ahora los remanentes: “Contigo”, “Cerebro”, “Soñando Contigo”, “Oraciones Porno” y su single virtual del 2015 “Vendidoh”.

Es verdad que lo de synth punk le cae a Bondage como pedrada en ojo tuerto. Las sistólicas crepitaciones del teclado, las llanas percusiones seriadas, el cavernoso reverb de niveles potencialmente malignos, la terriblemente atroz ausencia de limpidez en sus grabaciones; todo ello remite por igual a los días fundacionales en que los teclados empezaron a adecuarse a la minimal estética DIY diseminada gracias al escupitajo punk. Por asociación de ideas, estas características también remiten a Suicide, el legendario dúo neoyorquino precursor en el uso altamente expresivo -hiriente, dramático, desespera(nza)do- de las nuevas tecnologías que estarían a disposición de músicos y no-músicos conforme avancen los años. No es equivocado alegar que el crujiente pitido de “Tu Vida Y Mis Susurros”, por ejemplo, le convierte en el “Ghost Rider” del individualista norteño.

El output del acto, sin embargo, no queda encorsetado por estas influencias. Paredes Jara experimenta con el noise de garage (“Hustler Blanco”), transforma el synth en proto-industrial del más escarapelante (“Zombie Hardy Cum”), fuerza a este último hasta convertirle en antífona que preludia al Apocalipsis (“Castigos”). Sus viñetas insinúan visiones a cual más pesadillesca del horror que se oculta en la fresona cotidianeidad auspiciada por la mass media y el desfile de imágenes technicolor con que se/nos acuna. Es la de Bondage una música intensa y caótica (“Adentro”), de ofídica performance vocal, sintetizada/recuperada a partir de huaycos anti-rockistas de ruido analógico en permanente colisión (“Algo”), que no defrauda ni cuando acomete formas más o menos convencionales -el rock’n’roll lyncheano de “My Boy Operated”. Puede que sea ésa su mayor fortaleza: un pavor por los lugares comunes, reconvenido en la búsqueda disciplinada de aquello que todavía no identifica pero sí intuye -vg. el harsh grind de “Instrumental” o el psicótico pigfuck de “El Fin De Nuestros Afanes”. Sumamente laudable.

Eso sí, me sigue pareciendo desordenado el cover de Suicide en directo.

Hákim de Merv

jueves, 11 de julio de 2019

Stereolab: Cobra And Phases Group Play Voltage In The Milky Night

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 3 de julio del 2019.)

Algunas lunas han navegado el firmamento desde que se anunciara -febrero del año en curso- la reunión de uno de los más grandes actos aparecidos en los 90s. Ello aunque, valgan verdades, nunca hubo separación oficial. Stereolab, la mítica formación capitaneada por el inglés Tim Gane y la francesa Lætitia Sadier, da por concluido el hiato que observó a partir del 2009; con una serie de presentaciones que ha arrancado el 10 de mayo en Bruselas y terminará los días 18 y 19 de octubre en San Francisco. Si bien de momento no se insinúan intenciones de volver al estudio, ni planes de seguir tocando en vivo más allá de las fechas señaladas, tampoco se ha negado esa posibilidad.

En cambio, se ha anunciado en el site oficial la reedición doble y limitada (250 ejemplares en CD, el doble en vinilo) de siete de sus trabajos en estudio, reedición que ya ha empezado con Transient Random-Noise Burst With Announcements (Elektra, 1993) y Mars Audiac Quintet (Elektra, 1994). Crucemos los dedos, entonces, esperando que alguien se apiade y les proponga tocar a posteriori en Latinoamérica -mientras aprovechamos la buena nueva redactando la memorabilia de rigor: Cobra And Phases Group Play Voltage In The Milky Night (Elektra, 1999), el pico más alto de su seminal tríada noventera, cumplirá en pocas semanas 20 años de editado.


Para quienes nunca tuvieron el gusto, que asumo son los menos, Stereolab se nuclea alboreando la última década de la pasada centuria. En un inicio quinteto, el alias parecía destinado a engrosar el pelotón de alineaciones que, aupadas por la consagración del noise melódico que supuso el espaldarazo del dream pop y del shoegazing; tomaban nota de lo hecho por demiurgos como The Jesus And Mary Chain y My Bloody Valentine a fin de probar suerte con su propia lectura del Ruido. Las primeras escaramuzas del grupo, guarecidas por la égida de Too Pure y repescadas en la compilación Switched On Stereolab (1992), están marcadas por una guitarra cuya presencia insistente durará hasta el debut en regla (Peng!, mismos año y sello). Lo interesante del combo mayoritariamente británico radica en que abandona más o menos rápido el manual de estilo y experimenta amalgamando a éste efluvios de tesitura pop que se llevan bien con la Distorsión siempre que ésta no los devore. El indie que germina entre fines de los 80s y principios de los 90s, por ejemplo, es un elemento en activo desde el nacimiento de Stereolab cuyo peso molecular irá creciendo en sucesivas entregas; permitiendo el ingreso del pop frambuesa a la retórica del conjunto. Mucho más adelante, lo mismo ocurrirá con el binomio easy listening/batchelor pad, paladeado precisamente en el mini-album The Groop Played ‘Spage Age Batchelor Pad Music’ (Duophonic Ultra High Frequency Disks, 1993).


En subsiguientes esfuerzos -Transient Random-Noise Burst With Announcements, Mars Audiac Quintet, Music For The Amorphous Study Body Center (1995)-, la banda simultáneamente asimila y fisiona ecos de Can, el pop hi fi de los 70s, el timing de John Cage para el Silencio, el ubicuo “Hallogallo” de Neu! -materia prima de muchos géneros y miles de composiciones-, el exotismo easy listening de Juan García Esquivel... Placas todas que le reditúan a los cinco residentes de Londres inusual notoriedad en un contexto que empieza a desgarrarse producto de la fractura de aquella dialéctica que ¿Brian Eno?/¿Peter Gabriel? resumiera(n) magistralmente en el aforismo “la vanguardia de hoy es el pop del mañana”. Bancos de pruebas donde ensayar un sinnúmero de ideas sonoras, Stereolab queda fogueado/expedito para las hazañas que le convertirán en una de las sociedades más dúctiles en el panorama pop de fin de siglo.

Y si con Emperor Tomato Ketchup (Elektra, 1996) pasaron de quinteto a sexteto -mismos integrantes desde el Transient... a excepción del bajo, pero a la sazón el line up clásico de Stereolab: Lætitia Sadier y Mary Hansen en voz, Tim Gane (guitarra y sintetizadores, entre otros), Andy Ramsay (batería), Richard Harrison (en reemplazo de Duncan Brown) y el multi-instrumentista Sean O’Hagan (Microdisney, The High Llamas, Turn On)-, reduciendo a mínimos históricos su veta noise gracias al indesmayable funk futurista desplegado por el mugiente bajo acrobático de Harrison...


Y si con Dots And Loops (Duophonic Ultra High Frequency Disks, 1997) giran en redondo hacia la electrónica más exquisita y los soundtracks cosecha 70s, accediendo a que se cuelen de paso el free jazz, el lounge, la bossa nova (influencias con que ya se habían atrevido en el The Groop Played...); variables acrisoladas en un retrofuturismo de primer orden...


...pues con Cobra And Phases Group Play Voltage In The Milky Night, producido 50/50 por dos monstruos de la música contemporánea (John McEntire y Jim O’Rourke, nada menos), la música de la agrupación alcanza su punto culminante en una jornada cuyo lustre todavía refulge veinte años después.

A propósito de The First Of The Microbe Hunters (Elektra, 2000), un año más tarde condensé en el dossier de rigor para la legendaria revista Caleta todo lo que representaba el Cobra And Phases... con la frase “...el morphing como una de las bellas artes”. Dieciocho calendarios después, aquella unidad sintáctica permanece vigente. CAPGPVITMN es en la práctica un lúdico e inmenso tour de force, exquisito, vigorizante, lleno de color y desparpajo. Difícil trazarle una cartografía: bebe tanto del indie como del post pop, del easy listening como de la electrónica (si bien ésta aparece calculadamente racionada), de la tropicalia como del muzak de vanguardia. La apertura “Fuses”, para más señas, se vislumbra concebida por un Esquivel del siglo XXI -bronces que se atropellan tratando de emular la pulsante y deliciosa glosolalia que nos procura Lætitia Sadier.


15 pistas distribuidas en casi 76 minutos. Mientras éstos se desgranan, ésas se suceden cambiando de registro sin concederte reposo. La ambientación de “People Do It All The Time”, segunda parada del esférico, está presidida por un groove trópico-erótico. Acaso “People...” tenga en común con “The Spiracles”, “Infinity Girl”, “Strobo Acceleration” o “Blips Drips And Strips”; una índole pop que les aproxima al oyente mucho más que el resto de tracks, pero cada uno posee su propia sorprendente coloración, para la que cabría aventurar nuevas etiquetas híbridas -el picoteante swing tapatío de “Infinity Girl”, el minimalismo carioca de “Blips...”, el sprinter motorik de “Strobo...”, la bossa exoplanetaria de “The Spiracles”.


La rodaja, pues, fluye en un inacabable morphing de herraje analógico y registro digital; quién sabe si acicateada por un bajo que asciende a medular, convertido en tren-bala negro cual noche sin estrellas. Este proceso no sólo se da de canción en canción, sino incluso dentro de una misma canción. En efecto, determinados números devienen materialmente distintos. Otros no permiten hablar de trasmutación, sino de reemplazo por aquello que venía gestándose en el subsuelo del tema y que de pronto emerge hacia la superficie, haciendo más justo utilizar la palabra “anamorfosis” antes que el vocablo “metamorfosis”. Muestras evidentes de una y otra mecánica hay varias. Los vientos de la samba transdimensional “The Free Design” le convierten en un emotivo guiño a “Dancing Queen” de ABBA. El atmosférico soul al ralentí de “Italian Shoes Continuum” se transforma a los dos minutos y medio, gracias a una efímera descarga noise, en un stonazo reberv mambo que acerca a Stereolab a las trombas rítmicas de epopeya que desatase Laika -otro ‘must’ indiscutible para la genealogía avant pop de los 90s- en su fabuloso Silver Apples Of The Moon (1994). El punzante medio tiempo ultrasónico de la magnífica “Puncture In The Radar Permutation” es eyectado hacia el infinito gracias a masivas inyecciones de dub narcótico, proporcionadas por una coquetona marimba y una seductora sección de cuerdas. El loopeo de lumínica fantasmagoría funk que dispara “Op Hop Detonation” le convierte en una lección de space age pop, a disfrutar mientras se viaja a través de la fibra óptica... Y así podríamos seguir con cada canción de este monumento sónico.


Dos canales me merecen una mención especial. “Blue Milk” fue muy criticada en su día debido a extensión -sobrepasa bastante los 11 minutos- y cariz -capas varias de ruido in crescendo que asfixian paulatinamente los vibrafónicos motivos iniciales, mismos que prometían una suite de pop sofisticado-. Hoy se pondera su semejanza, obviamente salvando las distancias, con las creaciones firmadas por Steve Reich y por los Sonic Youth post Washing Machine (Geffen, 1995). “The Emergency Kisses”, de otro lado, es mi favorita del CD: un tres cuartos de ensoñador clavinet (el equivalente a un clavicordio eléctrico), presto a introducir ingentes dosis de una melancolía como pocas veces se ha visto en la obra de Stereolab. Después de un tiempo hipnotizado por el embeleso francófono de Lætitia Sadier, el track vira hacia el funk de cuatro sobre cuatro, hasta que decide retomar la performance inicial dotándola de una suntuosidad épica, versallesca -genialidad pura.


Como se suele decir en estos casos, ¿qué queda más allá de la cumbre, sino la cuesta abajo? Todavía el sexteto tendría pólvora para dos largos bastante buenos como The First Of The Microbe Hunters y Sound-Dust (Elektra, 2001), aunque en modo alguno comparables a su consagrada trilogía de los 90s. Con menos suerte correrían los eventuales Margerine Eclipse (Elektra, 2004; puesto a la venta tras el lamentable deceso de Mary Hansen), Chemical Chords (4AD, 2008) y Not Music (Duophonic Ultra High Frequency Disks, 2010; lanzado tras la disolución de facto). Sin ser malos, estos últimos son bastante discretos en relación a los mejores discos de la banda. Sin embargo, la magnificencia de la terna ETK-DAL-CAPGPVITMN y el recuerdo de plásticos tan originales como Mars... y Transient Random-Noise... siempre es combustible para una segunda vida. Una en la que el ahora cuarteto -Sadier/Gane/Ramsay/Simon Johns, por fuera les sigue apoyando O’Hagan- pretende reverdecer laureles. Talento y oficio, la mancuerna creativa de Stereolab tiene de sobra: mientras Lætitia ha estrechado lazos artísticos con el italiano Giorgio Tuma (un par de singles brillantes y la colaboración “Maude Hope” inserta en el último disco del peninsular, This Life Denied Me Your Love), Tim ha logrado lo que nadie hasta ahora -llevar el viejo kraut rock al siguiente estadio evolutivo gracias al F-A-N-T-Á-S-T-I-C-O trío binacional Cavern Of Anti-Matter (junto al alemán Holger Zapf y al inglés Joe Dilworth).

POST-DATA

Mes y rotaciones atrás, perdí a mi viejo luego de una penosa y fulminante enfermedad. Para entonces, llevaba casi noventa días sin escribir por voluntad propia. En medio del desconsuelo por su deceso, mi hermano del alma Sebastián Pimentel me ofreció fortaleza y apoyo, y el acicate necesario para salir de mis cuarteles de invierno: “Honra a tu padre con el don de la palabra, que es tuyo”. Estas líneas, escritas tras cuatro meses de ausencia, van dedicadas a la memoria de papá, Edmundo Gárate Terrones (21/01/37 - 09/06/19).

Hákim de Merv

jueves, 27 de diciembre de 2018

Nazca I - Interpretaciones Electrónicas Desde Las Arenas Del Tiempo MMXVIII // Juan Nolag: Echoes EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de diciembre del 2018.)

Uno de los detalles que omití destacar cuando diseccioné la muy recomendable compilación Tumi 1 - Música Electrónica Popular Del Perú MMXVIII, en marzo de este año, fue el ¿colectivo? ¿sello? ¿ambos? que estuvo tras su formulación. Pues bien, en septiembre último Caral Electrónica ha repetido el plato con otro título de aspiraciones equivalentes a las del primero en cuanto conceptuales: Nazca I - Interpretaciones Electrónicas Desde Las Arenas Del Tiempo MMXVIII.

Ambos artefactos comparten una ingente dosis de nombres -Matrix Operator, Dante Gonzáles, Nomenclaturah, Atomosynth y Hamann-. Ambos, también, citan una cultura preincaica desarrollada en territorio peruano. En el caso de Nazca I..., como se verá a continuación, la referencia salta a la vista a pesar del trastoque de consonantes (“z” por “s”); mientras que en el caso de Tumi 1..., que alude a un artefacto procedente del reino Chimú, el guiño permanece inaccesible a mis ojos/oídos.

Si el cometido de Tumi 1... era presentar a los proyectos de la casa y aliados/allegados, la intención de Nazca I... es proponer intuitivas lecturas contemporáneas procesadas a partir de las características que los escasos testimonios arqueológicos han conservado sobre las manifestaciones sonoras de la extinta civilización Nasca. No puedo certificar que este leit-motiv pulule a lo largo de los casi sesenta minutos del registro, pero sí que muchas veces da en el blanco, al punto de que medio disco va firmemente en esa dirección -el otro 50% no tanto.

En Nazca I..., desaparecen los invitados. Sólo quedan los que tienen puesta la camiseta de Caral Electrónica. De ellos, la mitad señalada concibe canales que sugieren una reelaboración de viejos motivos eufónicos, basados en escalas de 13 notas por octava. Esta “ascendencia nasca” se cuela esencialmente en una primera parte, a través del synth precolombino de “Kay Pacha” (Equinoxious), de “Terrenos Geométricos I” (Dante Gonzáles), de “Raga Nazca” (Matrix Operator) y de “Líneas” (Atomosynth). De igual modo se encarna en la resoplante “Totora”, de Vientos Del Norte (alias de Erik Bullón), casi al final del recorrido -pero la pista tiene muchos drops (que parecen todo menos voluntarios).

Aunque el resto de tracks pueda acaso beber de la misma fuente milenaria, sus resultados no tienen ese aire enigmático de antigüedad desértica que uno/a evoca contemplando los restos materiales -muebles y de sitio- de ese sorprendente y misterioso grupo humano que habitase Ica entre los siglos I y VII d.C. Ya que mencionamos a Bullón, su faltoso otro alias de Calla CTM firma uno de esos surcos, “Maas Terr”. Junto a “Inmutable Mind” (Nomenclaturah), a “Oda Al Prisma Y Las Penumbras” (Chateau VI) y a “Synthfónico” (Hamann), este puñado de temas se ubica en la segunda parte de Nazca I..., una mucho menos “retro” con respecto a la inspiración original declarada -si bien igual se construye a partir del synth 80s-90s y del ambient electrónico. Un segundo tramo al que hay que adicionar el cierre con “Think Tank”, de Estilo Tipográfico Internacional (¿debut? de un viejo camarada de las épocas de DeCajón.com, Renato Barzola -improvisación en plan piloto automático-).


Desde hace algún tiempo, Juan Esquivel ha de tener una agenda bastante agitada. Músico autodidacta, su faceta como productor viene respaldada por estudios en la Berklee College Of Music. Figura como músico invitado en Ultraviolet, identidad abierta de Josué Vásquez (UltraPop) consagrada a versionear en vivo canciones de U2. En simultáneo, el limeño se ha estrenado como nuevo tecladista de Catervas, a propósito del reciente Los Cielos Vuelan Otra Vez. Por una cuando menos curiosa coincidencia, el mismo día que sale a la luz el nuevo esférico de la banda de los hermanos Reyes, Buh Records despacha su debut solista con el seudónimo de Juan Nolag, el EP Echoes.

En el BandCamp de Buh, donde se ha colgado el extended, se afirma que éste es el primero de una serie de muchos EPs, por medio de la cual Esquivel busca musicalizar lo que podría sintetizarse como su experiencia vital -“sensaciones, percepciones y experiencias que ocurren en diferentes momentos en la vida de un ser humano”. Para una empresa de tal calado, que sobre el papel no es poca cosa (menos aún en el “mundo real”), el productor se vale de un arsenal en el que abundan sintetizadores, teclados y secuenciadores.

La estética del traveling no es privativa de ningún idioma sónico, pero sólo desde los “gélidos” altares de la música electrónica se le puede sacar el máximo partido posible. Nolag se ha acuartelado en la vanguardia electro de los primeros 80s, no para ser digerido por ella, sino con el fin de servirse de la misma. Y si Echoes EP podría ser catalogado sin más como retrowaver, habida cuenta de los lustros que nos separan de esos paraísos analógicos siempre verdes, con más propiedad calza ubicarle entre el synthwave y el ambient de tintes retrofuturistas.

Cinco temas en menos de dieciocho minutos, suficiente para la primera parada del viaje invocado por Esquivel. Un viaje en el que la morriña depreda tiempo antes que espacio. Es casi lo único que se siente durante la audición de los números: miradas a las tragedias cotidianas, a las íntimas cobardías, incluso a las quimeras pueriles. Empiezas todo/a serio/a a escuchar la epónima apertura, y de repente ya estás remitiéndote a ese episodio medio bochornoso de tu pasado, a despecho de los crípticos teclados y las melodiosamente dramáticas secuencias.

Sucede así con los demás temas: “Long Journey”, “Homecoming”, “First Breathe”, “The Ocean Around”... Pese a trabajar usando el Pasado como telón de fondo, hay cierta incertidumbre (natural en tanto la obra conserve el brillo de lo novedoso). También cierto espesor en el cincelado de las primorosas ambientaciones. Y una rigidez que lacera, recurriendo no pocas veces a los pads. Lejos de sentirme repelido por esa reconcentración, por esta falta de elasticidad, por aquella carestía de certezas en torno a un pasado que se sabe fijo; opino que todo ello afianza por un lado la nostalgia y por el otro la esperanza (fatua) de ser cada vez mejores protagonistas de nuestras propias historias pretéritas.

No quiero relegar al tintero la principal influencia que percibo en el Esquivel músico. La mayoría enfilará reflectores hacia O.M.D., el primer The Human League, los Ultravox del Vienna en adelante, incluso el mejor Visage... Yo prefiero pensar (otra vez) en Michael Rother, autor de una obra solista exquisita posterior a Neu!, y que ha significado para la new age más válida lo que The Durutti Column para el post punk más vaporoso (el símil no es mío, sino de Daniel Stubbs).

Suerte para los coleccionistas en físico: el extended ha sido editado sólo en cassette, y en una tirada de 25 ejemplares. El cómplice arte es de Paloma Pizarro.


POST DATA:

Nada más cerrar el año, Caral Electrónica añadió dos bonus tracks a Nazca I..., convirtiéndole en una compilación de al menos hora y cuarto. Ambos surcos se hallan en el mismo enlace que el resto.

Hákim de Merv