(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 23 de abril de 2025.)
Macerada en sustancias non-sanctas, una voz
rasposa y aguardentosa te lee la cartilla del blues callejero y faltoso, ése
que siempre te dirá que cuando no tienes ni dónde caerte muerto/a, todavía te
quedará el blues. Así comienza Medication 1 EP, el estreno en corto de
Brujo Mayor, power trío limeño nacido un año atrás y constituido por Ricardo
Rodríguez (voz y eléctrica), Julio César Araujo (batería) y Fernando Acosta
(bajo). Dos de ellos acreditan en su haber bandas de cierto renombre en las
escenas nacionales adscritas al stoner rock, Rifle (Araujo) y Stonearth
(Rodríguez), mientras que el tercero es compa del baterista desde hace muchos almanaques.
El extended play ha sido grabado en directo,
emulando las arrabaleras condiciones lo fi de grabación en una 4-track, tal cual
se hacía entre fines de los 60s y principios de los 70s. La idea era dotar de
este acabado a M1 EP, objetivo logrado con creces gracias no sólo a ese
proceso, sino también a las particularidades intrínsecas de la música que performa
el trinomio. Sucio blues rock de tiempos farragosos/pesados, de guitarra
psicodélica hasta la médula, de voz deliberadamente ininteligible. La impresión
final es, por ende, la de estar escuchando algún combo perdido de época -y antepasado
directo del stoner, a la vez.
Por supuesto, a ello suma asimismo que tres
de los cuatro surcos que integran el EP sean versiones de clásicos en todo el
sentido de la palabra. Abre la jornada “More Light”: único número firmado por
Brujo Mayor, es un interminable jammeo que rebasa la barrera de los 14 minutos
y medio, en el que la guitarra intercala trallazos inalterables con encendidos
solos de efusión lisérgica, y que las baquetas rematan multiplicándose en el
epílogo. De allí en más, desfilan las relecturas de gemas de la talla de “Fruit
And Iceburgs” de los usamericanos Blue Cheer (sindicados como el primer line up
heavy metal de la Historia), “Reberveration” de The 13th Floor Elevators
(extraído de su brillante debut, 1966) y “A Storyless Junkie” de nuestros Pax
(de su unigénito May God And Your Will Land You And Your Soul Miles Away From Evil, 1972).
Largas secciones instrumentales, cuerdas desbordantes
de fuzz descosiéndose en enérgicos y penetrantes riffs de ADN setentero, teba
de locomoción lenta -por momentos, también densa-, bajo distorsionado que
titubea entre ocupar el discreto lugar que siempre ha tenido en la dialéctica
rock y coger la antorcha para liderar la acometida. Todas características
propias del stoner, reunidas en torno a un proyecto que curiosamente resuella
más próximo al blues rock de Hendrix o The Fabulous Thunderbirds. Ello no ha
impedido que BM se codee con compañeros de armas de robusta stonura como
Satánicos Marihuanos o Reptil. Y es que la terna se muestra lo bastante
permeable como para asimilar heavy metal, hard rock y hasta resabios de doom. Cómo
se acomodan aquellas improntas en esta mancha de veteranos, para esclarecer
algo más su ascendencia, se verá con la salida de su primer largo (programado
para la segunda mitad del año).
Si lo tuyo es el blues de Eric Clapton o de Savoy
Brown, la gruesa película de Baja Fidelidad que envuelve esta placa no tardará
mucho en desanimarte. Por el contrario, si militas en la orilla opuesta, allí
está.
Hacía buen rato que no se sabía nada de
Gelatina Magma. Lo último de lo que se tuvo noticias fue Zapatos Ardientes
EP, allá por el ‘21. Desde entonces, el dúo ha estado inmerso en un hiato del
que nadie tiene certeza sobre si alguna vez terminará -por haber tomado
residencia Ángela Ruesta fuera del país, y orientado todos sus esfuerzos
Giancarlo Samamé a su propia aventura personal, Polvos Azules. Hoy, que existen
medios para componer a cuatro manos o más estando en lugares del globo muy
separados, vaya uno/a a saber qué conmina al tándem a permanecer en la
congeladora por tiempo indefinido.
No ha regresado al Perú Ruesta, ni Samamé le
ha dado el encuentro, entonces. Lo que ha visto la luz entre el 10 y el 11 de
marzo últimos es un mini-álbum que ¿compila? ¿recopila? primeras tomas, demos y
ensayos de tracks que no me queda claro si han salido antes o no, salvo por “El
Río”. Estuve repasando tanto lo publicado bajo los alias de Gelatina Magma y de
Polvos Azules, como lo editado por El Paso y por Soma, sin encontrar pistas que
se correspondan con lo liberado en Liminales. Debo deducir, pues, que se
trata de una pequeña colección de canales inéditos (descontando la excepción antedicha).
Con repertorio de ese cariz, Liminales
no podía llevar mejor nombre. El mismo hecho de describirle conformado por
maquetas, rehearsals y primeras tomas indica que éstas son pasos conducentes a
versiones definitivas que acaso todavía no se concretan. El “tránsito” sugerido
en ese concepto, y además en la portada, es identificable con la función de
aquellos espacios físicos que sólo sirven para movilizarse de un lugar a otro:
pasillos, escaleras, zaguanes, halls, etc. Es decir, liminales. Ergo, es
imperativo sopesar este puñado de temas como dibujos inacabados de canciones
futuras, que quién sabe cuándo se harán realidad.
En su cortedad, Liminales tiene de
todo un poco, y no siempre en modo convergente con el background de Gelatina
Magma. “Telúrica”, por ejemplo, es una inusual mezcolanza de dark ambient y
post rock. Sin antecedentes en la historia de la dupla, su atípico semblante
abstracto-espectral le posiciona traumáticamente alejada de los melodiosos
paisajes pop de Así De Simple (‘15) o de Una Nueva Era (‘18). El
mismo sino sigue “Corazones De Papel (Demo)”, sólo que sin el epatante pulso
oscuro de “Telúrica” -pero con un tic-tac a inicio y final de sus más de cuatro
minutos. Ídem “Recuerdos (Demo)”, sobreabundante en dub y dotado de un reloj
-éste sí presente a toda hora- que dicta tempos aún más pausados. Lástima que
aquí la voz de Ángela no llegue a las notas altas por más que se esfuerza.
Del post pop en plan electrónica trippy de
“El Río”, que utiliza patrones vocales de Ruesta remuestreados, no hay mucho
más que decir. Para más señas, repasar Lisergias (‘24), opus de Polvos
Azules donde se le incluye originalmente. Sí hay algo más de chicha en “A
Puerta Cerrada”, nueva expresión de ese mestizaje del que Gelatina Magma daba
señales en rounds como “Oda A Malanga” y “Caminante Nocturno”. “A Puerta...”
apela a la fusión de percusión afroperuana y de jazz en el mástil del bajo,
matizada por teclados lúdicos y una letra bastante sombría. Como para no
guardar muchas expectativas sobre el rejunte de la sociedad Ruesta-Samamé en un
futuro inmediato.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 24 de julio de 2016.)
Niños Del Cerro pertenece a esas nuevas
sangres del pop chileno que comenzaran a circular durante la segunda mitad de
la década pasada. De ahí en más, su ascendiente se ha agigantado, convirtiéndose
en una de las asociaciones que con mayor propiedad representan el estado actual
de las escenas ajenas al mainstream allende Tacna. Cuatro capítulos remarcables
entre el ‘16 y el ‘22, dos de ellos lanzados por el prestigioso sello
QuemaSuCabeza, dan cuenta de tal condición.
Precisamente tras el primero para la aludida
escudería, Lance (‘18), su vocalista Simón Campusano se animó a probar
suerte mientras compartía rodaja con Diego Lorenzini de VariosArtistas (Serotonina,
también ‘18). El resultado, Brillo (QuemaSuCabeza, ‘19), en cierto modo
complementa el psicodélico dream pop de su banda madre con pedestre simplicidad
e impresionismo cristalino. Cuatro años después, en septiembre último y ya en
la pujante discográfica Fisura (lo mismo que NDC), Campusano edita Sobre
Habitar La Depresión Intermedia; EP que refuerza la idea de ese pop
adlátere a la cotidianeidad y a la sencillez, moldeado según las lecciones que
el indie de entresiglo impartiera desde órbitas hispanohablantes.
Da de lleno el extended en el blanco. Con
menos de veinte minutos, multiplica su efecto como lo hiciese el encantador post
pop de fines de los 90s, aupándose durante la acometida al hyperpop de nuestros
días. Ello, pese a que Campusano prioriza a la guitarra de palo o en todo caso a
la electroacústica en sus aventuras solistas. Así empieza “Polvo”, subrayando
el carácter artesanal e independiente del pop que cultiva el cantante de Niños
Del Cerro -su coloración plácidamente cansina acaso refulgiría si no fuera
porque la voz de Simón queda en debe tratándose de registros más “rudimentarios”.
De todas formas, la sazón slacker de sus vocales suma tanto aquí como en “Nunca
Estuvo En Ti El Litoral”.
“Compañía” nace burilada por reminiscentes reverberaciones
idílicas. Su grato/cálido acusticismo acaba transfigurándose, sin embargo,
debido a aquellos recursos pletóricos de electricidad de los que se vertebra el
hyperpop. Son éstos los que sirven de puente hacia “Esta Profunda Pena Me Va A
Dar De Comer”. Prontamente la pieza retorna a coordenadas acústicas, pero la
voz, que ha cantado dos estrofas en su habitual rango; se engrosa/agrava calzando
ahora sí perfecto con el cariz “deprimente intermedio” de track y versos como “Te
Amo En Mono Y En Stereo” y “Tengo Que Cantar Para Comer/Y No
Quiero”.
Campusano le baja el telón a Sobre Habitar... EP de la mano de “Viento Del Litoral”. De manufactura irresistiblemente doméstica,
“Viento...” rubrica la proximidad con que la música del autor suele enamorar a
quien le preste oídos sin expectativas fundadas en preconceptos. Basta una
sensibilidad altamente introspectiva, honesta, transparente, cómplice, sencilla
-las mejores cualidades que el indie pop hecho “a mano” tiene para chuntarla
cuando menos te lo esperas. Llevo ya alrededor de diez vueltas y contando.
Como acontecía con el ariqueño Víctor
Jeremías (a) ҚALA§A§AỴΛ, que estableció al inicio de su andadura interesantes
paralelismos con la génesis de la movida experimental perucha, el santiaguino
Arboretum tiende valiosos vasos comunicantes hacia los músicos experimentales
nacionales de tercera y cuarta generación gracias al que debe ser sin duda su
debut. En efecto, parapetado tras la label Medio Oriente, el individualista
extiende atractiva carta de presentación con Plan Obsesivo.
A modo de síntesis lineal, el plástico despliega
su repertorio de forma que propone una suerte de viaje iniciático, al tiempo
que historia en contados episodios y minutos el devenir del ambient cuando éste
se adentró sin regreso en el camino de las vanguardias. Al menos yo no
encuentro gratuito que los primeros canales, “Colosales Reflejos De Fuego Y Luz
Abrirán Tu Camino” y “Una Vida Solo Y Otra Acompañado”, discurran por
derroteros en que la melodía y una cierta cadencia brotan sin esfuerzo -esto,
pese a los no pocos escollos que en la ornamentación suponen principios
geométricos extractados del IDM circa el Autechre más pulento.
Esa tersura en la música de Arboretum vuelve
a aflorar más adelante, sólo que mixturada con otras esencias -porque, como se
ha dicho muchas veces a lo largo de la historia de la Humanidad, lo único
inmutable es el Cambio. De ello da cuenta “Si Te Ordeno Ser Bueno, ¿Sabrás Qué
Hacer?”, breve interludio de frecuencias semi-nocivas completamente distinto de
los anteriores, consecuencia de una atomización/erosión del intelligent techno en
clave hipnótico noise. Ídem “Siento Cómo El Mal Se Imbuye En El Mundo” y “Yo
Seré Un Pez, Tú Serás Dios”: el primero se mueve sobre telones de fondo
imbricados por sonidos graves y regordetes más que insinuados, a la vez que su
superficie padece un moderado cuadro de autechritis. El segundo, en tanto,
postula un ambient noise cuidadosamente fracturado y reconfigurado; que pace sobre
aleatorias crepitaciones digitales.
Igualmente reconfigurado, aunque en otro
sentido, es el ambient vanguardista de “Tres Golpes En La Puerta De Mi Corazón
(Aunque La Puerta Trasera Siempre Está Abierta)” y “He Visto El Centro
Del Mundo Y En Él No Hay Nada. La Luz Que Asoma Por Los Ventanales Es La Misma Que
Produce La Sombra De Los Abismos”. Laxo y algo uniforme, “He Visto...” recuerda
los pasajes más despojados/depurados de Naves Sin Puertos (‘98) de
Silvania. Acaso el número clave de Plan Obsesivo, “Tres Golpes...” es el
surco de más larga duración del debut: un muestreado speech antilaborista
converge sobre la tranquilidad casi shoegazing de los primeros momentos, para
luego sucumbir a mesmerizantes secuencias de bliss out gigadecibélicas. De in
crescendo oscilante, el final del corte es rematado por el mismo elemento que
orla sus primeras notas -el agua.
Glitch, drone, ambient, noise binario... Un
disco que ilustra las armas más evidentes de lo que desde hace un tiempo ya
largo se tilda/autopercibe de/como vanguardia, a la par que resalta sus
principales hándicaps -la estética del collage/bricolage electrónico no va a
durar indefinidamente. Cuántas batallas más le quedan, eso se verá en trabajos
como éste. O siguientes.
(Publicado originalmente el 31/12/09 en El Hexágono Carmesí. Una actualización del texto se colgó por primera vez en mi cuenta
Facebook el 23 de marzo del 2022.)
Aunque ninguno de los protagonistas parece
haber guardado memoria de la fecha exacta, por estos días han de cumplirse -si
es que no se han cumplido ya- 25 años desde que diose a conocer el célebre demo
Compilación I de Crisálida Sónica. Era mayo de 1997 y a través de las
páginas de la legendaria revista Caleta (decimoquinta edición), el crítico
Guido Peláez daba cuenta no sólo de la performance en directo de este frente de
bandas cuyo denominador común era una partisana vocación experimental; sino
también del lanzamiento dos meses antes de la maqueta en cuestión. Treinta días
después (junio), aparecía publicado en las mismas páginas el primer comentario
extenso de un registro que desde entonces permanece como la partida de
nacimiento del pop peruano de vanguardia.
Se dice rápido un cuarto de siglo, y no lo es.
En retrospectiva, sin embargo, da la impresión de haber transcurrido siglos
antes de que acaeciera ese memorable hiato. Antecedentes y precursores/as,
cuyas curiosidad e inquietud les empujaron a trajinar órbitas divergentes a las
del mainstream, no han faltado en el background de la música pop perucha. Eran,
con todo, esfuerzos tan espontáneos como esporádicos y aislados -visiones sonoras
que encendían una chispa tras otra, sin que bastase para incendiar la pradera. T De Cobre, Distorsión Desequilibrada o Ácidos Acme en los primeros 90s. Paisaje Electrónico, Yndeseables o el continuum Salón Dadá/Col Corazón en los 80s. La disgregada generación de compositores electroacústicos en los 60s y 70s (que
tan pop tampoco era, pero que participaba del mismo ímpetu avant garde que izaron
sus pares allende el mundo “académico”). Más atrás, quién sabe -lo mismo que
cuántos proyectos afines a los enumerados y por enumerar habrán germinado y desaparecido
sin legar producción artística alguna.
De ahí la significativa trascendencia de la
que se revisten tanto la -corta- existencia de Crisálida Sónica como el
manifiesto que plasmó, bien en el cassette, bien en las tocadas en que se
prodigó conjuntamente y/o sin aglutinar. Puede discutirse si el colectivo
consiguió articular una escena en torno suyo, si fue lo bastante estable como
para adjudicarle categoría de movimiento, o si de veras fue el primer grito de
renovación sonora al interior de una movida cuyas narices no iban más allá del gothic
o del hardcore ad portas del siglo XXI. Lo que no puede ponerse en tela de
juicio es su condición de catalizador de ese impulso trasgresor que latía en
quienes a la postre serían sus descendientes y le reivindicarían. Aún cuando
convengamos en que existían precedentes o coetáneos, CS fue el primer llamado a
la insurgencia en levantar el estandarte músico-experimental y en ser
reconocido por ello.
I
Como muchas de sus equivalentes
latinoamericanas, hasta promediar la última década de la pasada centuria la
escena independiente nacional siempre había visto mucho hacia afuera y poco
hacia dentro, cosa que en principio no asoma (tan) criticable. Increíblemente,
dicha escena mostró muy pocas veces reflejos de lince para el respectivo
update/calco, teniendo casi siempre la celeridad de una tortuga centenaria, lo
que tampoco es a priori (tan) causa de vilipendio. Esto se hizo más notorio
cuando se trató de decodificar la gigantesca supernova de las vanguardias que
implosionó en los 90s. Nuestros créditos nativos tardaron eras geológicas en
desviar su mirada hacia el shoegazing, el post rock, el trip hop, el slowcore,
el IDM, el drum’n’bass, el noise digital... Lo prueba el hecho de que, recién a
partir del año jubilar, estas expresiones underground se hicieron más habituales.
Por otro lado, y ésta debe ser una verdad en
casi todo campo de la creación y la ciencia humanas, las mutaciones son los
momentos claves de cualquier evolución. Dichos acontecimientos permiten progresar
desde formas primitivas/débiles/sencillas hasta formas complejas/fuertes/sofisticadas.
El proceso de estas transformaciones es normalmente lento -pero, cada cierto
tiempo, la evolución da un brinco impredecible... ¿Fue entonces el combinado
Crisálida Sónica, gestado allá por 1994, el salto cualitativo subsecuente de aquella
devoción que artistas locales profesaban hacia las nuevas músicas llegadas
desde los predios subterráneos de las metrópolis más activas en el panorama mundial?
Lo más seguro es que sí, pues no fue la suya una admiración inane, huérfana de
espíritu. Al contrario, ese fervor empataba con la actitud rupturista tatuada
en la piel de muchos de los involucrados. Al ser personas cuyos oídos y corazones
eran remecidos por grupos como Labradford, Disco Inferno, Pram, Insides, Main,
Bark Psychosis, Spacemen 3, Windy & Carl y Silvania; existía la natural
inquietud de difundir estas nacientes lenguas que se abrían promisorias al
porvenir. Un modo de lograrlo fue a través de las extensas sesiones grupales
que les descubrirían los fuegos de Slowdive, los clásicos del viejo kraut rock,
las glorias de Creation y 4AD, la bullente electrónica de culto que en el otro
hemisferio asaltaba los reproductores de audio...
Otro medio para predicar el novísimo evangelio,
no improbable debido a que este colectivo tenía madera para ello, era recrearlo
con las propias manos. Pero esto no se posibilita sólo con reunirse -acaso- unas
tres o cuatro horas a la semana. Aparte de la crucial centrífuga que fueron los
gustos en común, resulta sorprendente que la génesis de Crisálida Sónica
contara con el plus de individuos que también compartían (mal que bien) un
mismo espacio “físico”. Hace un rato mencionaba a Ácidos Acme. Idos los días de
esa experiencia punk-noise y su veintiúnico demo Estados De Ánimo (1993),
Miguel Ángel “Chino” Burga conoce a Wilder Gonzales Agreda en la sala de
Internet de la Universidad De Lima. En esas épocas, la Red era una veleidad
tecnológica, y quiso la suerte que Burga -a la sazón estudiante de ingeniería-
estuviera buscando sites de The Jesus And Mary Chain mientras Wilder se
encontraba cerca de allí. No es que la agrupación de los hermanos Reid fuera precisamente
una caletura por esas fechas, pero sí un símbolo (o mejor, un santo y seña). Un
breve cortocircuito de opiniones y los nuevos amigos pasaron a hablar de My
Bloody Valentine, Flying Saucer Attack, Füxa, Seefeel y un dilatado etcétera.
¿El año? 1994, como ya se dijo.
Wilder había estado participando de un proyecto
repartido entre los distritos de Independencia y Comas, con tintes neopsicodélicos
y apego por la saga post-Spacemen 3: Hipnoascención. Con el tiempo, Gonzales
Agreda deja a los hipnos para alumbrar al lado de Fernando Ponce Avalonia -que
editó póstumamente un epónimo EP en estudio y el en vivo Frutas Del País De Las Manzanas-, antes de crear Fractal junto al tecladista Wilmer Ruiz
(también estudiante este último, como Wilder, de comunicaciones en la De Lima).
Entonces radicado en Monterrico, Wilmer era vecino tanto de Burga como de los
hermanos Reyes, pero éstos no se conocían con aquél. Es después de las
presentaciones de rigor que Pedro, Raúl y Javier -quienes cocinaban la idea de
un combo (Ente) desde principios de los 90s (hoy ya se puede audicionar online
un tape del ’91 con tomas primigenias de “Raros Presentimientos”, “A Caminar” y
“Piedra Dormida”)- comienzan a manyarse con Burga. Con las relaciones amicales
e “ideológicas” afianzadas, se pasa de las palabras a los hechos en 1996. Pese
a traerse a Catervas entre manos, no son los Reyes quienes dan el play de
honor, sino el “Chino”. Tras descartar el seudónimo de Azul En Silencio en favor
del de Claroscuro, el ex Ácidos Acme cede un tema a Bichos Raros,
compilación con que Caleta celebra su primer aniversario. Noise rock y
etéreo en tajadas proporcionales, “Bajo Tus Sueños” concita cierto interés
entre los que llegaron a escuchar la cinta, mutando rápidamente Claroscuro en
Espira.
II
Luego de un concierto de presentación en
enero del ‘97, último que dio Wilder como Avalonia, el colectivo, bautizado
para entonces como Crisálida Sónica; prende la antorcha con el cassette Compilación
I. Harto generoso en ramificaciones sonoro-artísticas, el registro fue más
bien parco en mostrar nuevas caras debido a la insuficiencia de alineaciones
estables: cuando empieza a distribuirse el demo, a CS ya se habían acercado Antonio
Zelada (como grupo, Resplandor estaba en estado embrionario), Carlos Mariño (en
proceso de consolidar Girálea) y Christian Galarreta (grabando solo bajo el
edificante chaplín de DiosMeHaViolado); pero ninguno de ellos tenía todavía
tropa enlistada. Desde el vamos, Compilación I tiene todas las trazas de
una declaración de principios que convulsiona por igual mar y tierra. En sus sesenta
minutos, violenta el aire con resonancias vanguardistas, desafiando (casi)
cualquier predicción de parte del oyente -todo un uneasy listening trip. Para
obtener un sacudón de tales magnitudes, es indispensable el continuo ensayo, el
ajuste preciso, el entendimiento intuitivo, sacar todo el partido posible a los
equipos y efectos de que se dispone; pero también saber captar/aprovechar lo
que el Azar ofrece a cada instante, perennizándolo en el proceso de grabación. Un
axioma metodológico que esbozase por primera Jimi Hendrix, y que ha sido
aprehendido por gente tan dispar y genial como Miles Davis y Brian Eno.
Las dos caras del demo tienen un mismo orden
específico que va -según se mire- en espiral ascendente/descendente, más el
añadido de una coda que (nos) devuelve al mundo real: arranca el sideralismo
bliss de Catervas, luego el lánguido/etéreo discurrir ambiental de Espira, después
el cacofónico modus operandi de Fractal, y por último el simpaticón/cumplidor
output de Hipnoascención; a tema por testa en cada cara.
La anglófila consonancia shoegazing de Catervas
y Espira induce a un estado de tranquilidad en la primera parte de cada lado.
Si bien “A Caminar” ha sido catalogada alguna vez como el “She’s Lost Control”
de Catervas, la pieza no deja de nutrirse de cierta espacialidad atmosférica.
Ídem con “Espiral Mi Alma” de Espira, que está más cerca de su ágil etapa como
Claroscuro. De cualquier modo, sonando angélicos (“b-2ble-p”) o melancólicos
(“Cielo De Azul Ensueño”), ambos lados/grupos sorprenden al escucha por sus
planteamientos heterodoxos, experimentando con el sonido, envolviéndolo en
diáfanas sedas de ruido etéreo.
Fractal, autodefinido en esos años como “la
dinámica del caos”, marca el punto de inflexión -por contraste, es una experiencia
de visos pesadillescos. Moviéndose entre la psicodelia marca Silver Apples/Red
Krayola, el proto-industrial más denso, la música abstracta/concreta, todo presurizado
bajo enfoque aleatorio; Wilder y Wilmer -ayudados por Hugo Medina, de Hipnoascención-
entregan “Oh, Dios!” y los 11 minutos de “Etersónico” colgándose de las teorías
minimalistas/maximalistas de Sonic Boom (ícono indiscutido de WGA). Rebasada
esa cúspide/sima, Hipnoascención no puede apreciarse sino anecdóticamente. Más
tirado para el lado “melódico” de Spacemen 3 (léase Jason Pierce), lo suyo (“Alma
De Neón”, “Mística Creación”) revitaliza al oyente tras el fierrazo que implica
cada lado, sin llegar mucho más allá. A pesar de mis objeciones personales para
con estos “primerizos” Hipnoascención, he de admitir que los cuatro
destacamentos de Compilación I saltaron a la palestra varios cuerpos por
delante de lo que entonces se hacía aquí -con excepciones como las de El Aire o
Insumisión, aunque ése ya es otro rollo.
(Porque, si bien es más estéticamente interesante,
Crisálida Sónica no fue el único manchón que se aproximó entonces al Ruido.
Hubo otro igualmente importante, aupado por Leonardo Bacteria y los músicos
electrónicos abroquelados en derredor de otra interesante cinta de escaso
tiraje, Estudios Embriológicos De Deformaciones: Compilación
Ambient/Industrial/Noise Peruano. Para su justa reivindicación, se deberá esperar
a que el título aludido esté cuando menos disponible en formato digital.)
Las caras A y B no se agotaban en las
participaciones de cada protagonista, sino que eran rematadas con trozos
inacabados, restos de composiciones no finiquitadas, esquirlas de adelantos. El
primer fragmento del lado A, por ejemplo, exhibe una insólita veta de vaporosa
nostalgia en Fractal (“Mis Lágrimas En Tu Rostro”). El segundo fragmento
presenta el despegue -¿en directo?- de “Clave De Ángeles” de Catervas, que
aparecería más tarde en su maqueta del ‘98. El sexto fragmento, de los
desaparecidos Avalonia, se asemeja bastante a “Cíclica” de Catervas (una
extraordinaria toma live de esta última pista se publicó en Audición Radical -1997-, conmemorando el segundo aniversario de Caleta). Mención
aparte merecen el quinto fragmento del lado A, una escarapelante versión alterna
de “Oh, Dios!” de Fractal, y los dos fragmentos del lado B, cortesía de Espira
-un geiser de éter el primero, un océano de ambient enoidal el segundo.
Contrario a lo que pudiera suponerse, aún hoy
la estela de Crisálida Sónica no es mesurable en términos mediáticos, ya que su
propuesta misma dificultaba un acercamiento más -digamos- mayoritario. El guapeo
de su cachetadón debe medirse según las rutas que abrió y que, eventualmente, atravesaron
muchos de sus hijos -directos o indirectos, legítimos o bastardos. Ambos
componentes de su legado -caminos y proles- están indisolublemente ligados a la
movida independiente peruana, que siempre ha tenido cerrado el acceso a los
medios masivos de comunicación.
Compilación I levantó una oleada
independiente de grupos/proyectos que tuvieron mucha actividad en vivo, algunas
veces compartiendo tabladillo con la mancha crisálida, pero poco legado en
estudio. Acabado el sueño de Espira, Raúl Ochoa fundó M.A.R.U.J.A. al lado de
Manuel Rodríguez (homónimo del infame cura lavacocos que aspavientaba a fines
de los 90s por el canal del Estado). Derruida la utopía de Avalonia, Fernando
Ponce se enfrasca en el unipersonal Labioxina, que alcanzó a colar “Are You Foam?” en el recomendable recopilatorio Solutions & Remedies (1998, orquestado
en el exterior por la discográfica Claire Records). Ponce confirma la grabación
de un extended play del que ni siquiera él guarda copia ni archivos, y que
actualmente se considera perdido. De esa época también datan Bosques De Dios,
Gélida (formación más a lo Main, de la que emergería Transparente), Girálea,
Raúl P.R.I.V.A.T., Laiqa, X-Dios-0 (pronúnciese “pordiosero”), DiosMeHaViolado
(que derivase en Evamuss), Lunik y Polaroyd. Otros actos destacables son Ionaxs,
Triplex-B-Magnafusa (cuyo nombre César Alcázar reduciría a Magnafusa) y los
estupendos Jardín del período ’99-’03. De todos ellos, sólo la mitad entró al
estudio a grabar más de un par de canciones.
III
Paradojas de la vida, las virtudes más señera
de Crisálida Sónica fueron también sus mayores enemigos. La convivencia en
armonía no alcanzó a perdurar para unir a los componentes del colectivo por
encima de posiciones estilísticas encontradas. En el corto documental Espira: Una Conversación (2015), Miguel Ángel Burga y Aldo Castillejos coinciden en
señalar un viaje a la zona de Huaraz (Ancash) como punto culminante de la
experiencia en comunidad. A partir de ese episodio, las grietas comenzaron a aflorar
en la superficie. Por otra parte, el cariz inclusivo de la empresa, que le llevó
a moldear elongados tapices minimalistas de cambiante color, obligó a los
participantes a renovarse casi literalmente a diario -circunstancia que abortó
el proyectado Compilación II y disparó los pedazos en direcciones no
siempre coincidentes.
Hacia el 2009 empezó a difundirse en la
blogósfera Bajo Tus Sueños EP, debut de Espira que circuló entre los allegados
a Burga un año antes de Compilación I. Los primeros pasos que pueden
considerarse “oficiales” de Espira, empero, los dio el demo Electr-Om
(inicios de 1998), en una onda dramáticamente distinta a lo antes expuesto.
Kraut, post rock y hasta coqueteos con el prog; envasados al vacío y a
temperatura cero, en una hora que entierra el ensoñador feedback de las
jornadas en el capullo metamórfico (que sí documenta el EP). En años sucesivos,
la cosa se pondría más radical con La Ira De Dios, entente de psicodelia dura
que, de tan agresiva, suena a ratos a Motörhead; amén de declaraciones
estigmatizando la flama shoegazing de Espira como “mariconada jodida” (sic).
Miguel Ángel se ha mantenido activo desde entonces con infinidad de proyectos:
La Garúa, 3AM, Necromongo, Ande...
Fractal unió fuerzas con Evamuss para el
split Alustru(Bla)³ (1998), inquietante coctel de aridez y de punzante dub.
A poco de finalizar el año, Fractal se estrena con un demo epónimo que se
cuenta entre lo mejorcito que jamás se haya hecho en estos lares. Desafortunadamente,
fuera de “Mis Lágrimas En Tu Rostro”, que ya venía anticipada en Compilación
I y que aparece completa en el compilado Las Estrellas Están Tan Lejos
(SuperSpace Records, 2004), contados son los testimonios que dejó Wilder
enfundándose esa piel. La vida después de Fractal trajo a El Conejo De Gaia (3
producciones, de las que prescribimos Esperando Que La Luz Retorne,
2003), cuchumil proyectos/registros (Ultravelvet, Cono Norte 3, Martelenor, La Confitería Es La Mejor De Las Religiones) y a Wilder recuperando su nombre
civil.
Catervas abandonó el rígido encorsetamiento
avant garde para tentar un cómputo más cercano al rock independiente. La jugada,
precedida de un tape epónimo cuyo primer lado no ignoraba los 80s, le dio
copiosos frutos en una puesta de largo “oficial” asimismo epónima. Sin duda, Catervas
seguirá siendo para mis adentros la mejor placa peruana del ejercicio 2001.
Después del baldazo de agua helada de Semáforos (2004), los mandos volvieron
a responder con Hoy Más Que Ayer (2008). Tras Aquella Luz Que Encendimos:
1990-2009, compendio de rarezas, inéditos y “digitalizaciones” que festejaba
sus dos decenios de existencia -y cuyo mayor atractivo es el de repescar varios
temas del demo del ’98-; y el cumplidor Lo Que Brilla En Tu Paisaje (2014),
la aventura de los hermanos Reyes completó del todo la metamorfosis con un
apoteósico Los Cielos Vuelan Otra Vez (2018).
Últimos en acribillar el sueño comunal, los
díscolos Hipnoascención dieron un primer paso que alargaba lo practicado en el
compilatorio del ‘97. A ese epónimo debut (1999), le sucedió una maqueta de
space rock que, sin llegar a logro concluyente, los mostraba depurando la
tutela de Jason Pierce: Mixtura (2000). La conversión a códigos
neopsicodélicos de marca Manchester se produjo -ya bajo formato CD- en UI-SEC/ÚltimaSecuencia (2005), y quedó refrendada con un nuevo epónimo (2008) que a día
de hoy sigue siendo su canto de cisne.
Como puede deducirse, Hipnoascención y
Catervas son los dos únicos grupos de Crisálida Sónica que aún respiran. Mas, a
diferencia de Catervas, que ha hecho meritoria carrera en los terrenos del
indie rock lejos de las coordenadas visitadas por Electro-Z, Abrelatas o
Kinder; el andar taciturno de los longevos Hipnoascención tiene un valor agregado
del que la banda de los Reyes carece: su persistencia los convirtió en el
avatar del psychedelic space rock patrio, inspirando a varios grupos -Leche
Plus, Pastizal, Transparente, Sounds Of Salomón Jedidías & Space Rock, lo
mejor de Les Replicants. Además, en sus filas batalló Danny Caballero, que luego
insuflase Audiogalaxia y Paruro, nombres básicos del ruidismo digital lorcho
más inclemente.
IV
El nuevo milenio ha resarcido la herencia de
Crisálida Sónica, proveyendo combos que apuestan por la más férrea heterodoxia.
De las cenizas de Girálea, Espira y H.A.L., Aldo Castillejos y Carlos Mariño
cuajaron primero Qondor y luego la excitante aventura ácida de Serpentina
Satélite. Qondor, es más, ha conocido una vigorosa segunda vida reconvenido
como Culto Al Qondor (con Miguel Ángel Burga y José Antonio Flores). César
Alcázar guardó en un cajón el marbete de Magnafusa y se reinventó como Las Vacas De Wisconsin en comandita con el ex Espira Renzo Lari, maravilloso
ensamble que nunca pudo concretar rodaja propia (“la banda que nunca fue”,
todavía la llaman algunos/as). Influenciados por la etapa post-Crisálida Sónica
de Espira, Carlos Torres y Ronald Sánchez propulsaron como Altiplano un excelente
La Corte Cósmica (2005). A la par de Altiplano, Sánchez ha desarrollado
una notable carrera como compositor de música para instalaciones/exposiciones
temporales y permanentes de índole cultural. Y Elegante e Ida abrazaron de lleno
los feudos IDM. Eso, para no explayarme con la camada electrónica de La Oroya (Huancayo),
hijos confesos de los pioneros sónicos: Xtredan, Colores En Espiral, Alcaloidë,
Corazones En El Espacio, Invisible Ambiente... -algunos de estos sucesores se trasladaron a Lima y
fundaron Chip Musik Records, principal proveedor de electrónica post rave para el
circuito independiente peruano. O con unidades como The Shego, Pez Plátano, Quilluya,
Piloto Copiloto, La Vie, The Electric Butterflies (primera referencia perucha
nada menos que en la impecable revista británica The Wire), Fiorella16, Nahunoise,
El Divino Juego Del Caos, Registros Akásicos (Castillejos), NRA Ruido, The Peruvian
Red Rockets, Metástasis, Sajjra (Galarreta), Kusama, Parahelio...
En el ocaso de los 00s, alguien habló de la
necesidad de una Crisálida Sónica 2.0. La idea no era descabellada, pero
tampoco instancia imprescindible. Las circunstancias han cambiado: ahora Internet
facilita un efecto viral a escala planetaria, público no falta, cualquiera
puede apertrecharse de equipos como Dios manda... Y si uno/a echa dos o tres
vistas al patio, siempre encontrará, en más de un lugar, a gente en constante
nado contra la corriente. Más que todas las anteriores, quizá sea ésa la mayor
consecuencia que provocó con su verbo y sus actos una estirpe de solitarios hace
25 años. Razón de sobra por la que siempre hemos de estarles agradecidos/as quienes
consideramos a la Música realidad primera y última de nuestras vidas.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 10 de marzo del 2021.)
Es posible que Cutrismo sea el
Waterloo que intuyo puede llegarme (diferido) el día menos pensado -la
constatación tangible/irrefutable de la validez de un imperativo biológico que impida
seguir asimilando músicas nuevas normalmente al promediar los treinta. No me
resistiré, de ser el caso, a la única salida digna que me quedaría por delante
-la del “retiro”. Sin embargo, ¿qué tan probable es? Ensayo un alegato, con la
esperanza de que tal vez no sea yo, después de todo.
Sihuas Infuzzión es el proyecto unipersonal
del joven músico Nelson Balta Bustamante, ancashino como los Desert Gang. Residente
en Huaraz, las canciones que integran su debut se gestaron en los varios
periodos de cuarentena sanitaria decretados durante el 2020. Concluido el
proceso a inicios de noviembre, Cutrismo es colgado en el BandCamp del individualista
el seis de enero, promocionado desde esa misma fecha por Dorog Records como su
primer lanzamiento del año.
Salvo que exista un “affaire” previo, siempre
reservo la mejor disposición para encarar las nuevas publicaciones que van
llegando a mis manos/a mis ojos/a mis oídos. No siendo distinta la figura en
relación a Sihuas Infuzzión, el estreno me ha provocado enorme desasosiego. Asentado
queda, tanto en la sumilla de BandCamp como en la nota promocional, que el
volumen refleja la confluencia de muchos y muy diversos géneros: hay, en
efecto, rastros de jazz, drum’n’bass, vaporwave, dub, harsh folk, electrónica,
prog rock, gotas de trip hop y de lounge... Estos lenguajes rara vez prevalecen
en tal o cual canal: Balta les mantiene en constante cubileteo, de modo que un
mismo número puede empezar en clave jazzera y electrónica, y terminar absorbido
por el progre barnizado de downtempo (“Otra Noche Bajo La Lluvia”).
Por este diletante zigzaguear, Cutrismo
debería hacerme recordar a un artefacto como Entroducing... (1996). Por
desgracia, SI no es DJ Shadow. Una cosa es ser versátil y otra harto distinta ser
superficial. Aunque algunos tracks tienen lo necesario para funcionar -“Recuerdos
De Una Rave” y su trance a punto de desbocarse que implosiona anticlimático en
un amasijo de ambient y new age, los deformados ecos andinos de “Tétrica Fiesta
Patronal”, el jungle de acústica guitarra de “Adheridos Estamos”-, la inmensa
mayoría de ellos no pasa de ser un rosario de frankensteins con los trozos
cosidos tan a la mala, que las suturas quedan expuestas. Entonces se resquebraja
el espejo en que aparecía el Entroducing... y ocupa su lugar Será
(2001), el desafortunado segundo y último disco de Asido Tubalius.
Cutrismo pudo quedar en “regular”
o en “discreto” no sólo debido a las excepciones enumeradas. El manejo de los
sampleos merece algo de crédito, lo mismo que ese reprocesamiento a través de
filtros y cribas que imposibilita determinar a ciencia cierta si estás paladeando
un sampleo, la voz de NBB o la del invitado Gustavo Ezequiel Almaraz. Lo que
pudo ser un álbum en extremo bizarro simplemente se queda en “malo” por esa licenciosa
cuota de (puaj) trap y sobre todo de (puajjjjjj) reggaetón con que el huaracino
demerita su primer esfuerzo. “Pacay (𝘌𝘯𝘦𝘭𝘮𝘰𝘯𝘵𝘦𝘥𝘦𝘭𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳)”, “Sencilla MIDI -
Fuga + D𝘦𝘮𝘣𝘰𝘸”, “Ocho Eucaliptos Y
Un Felino”, “Anhelos De Una Flauta Con Gallos”: cuatro ejemplos de cómo cagarla
grandiosamente, insertando mierda de subproductos prefabricados.
¿Errores típicos de la noviciada? No necesariamente.
Mal que bien, la escena ha dado su buena cantidad de pasos hacia adelante desde
los 90s. Muchos debutantes demuestran que hoy no tienes por qué patinar en tu
primer intento, sino todo lo contrario -cf. Dafne Castañeda.
Por cuanto el material que proporcionan para
el comentario es bastante exiguo, no soy nada amigo de reseñar singles. Me
constriñen a hacerlo las excepciones, sí, pero para calificar tienes que ser un
Christian Galarreta, un JJ Castro o un Mario Silvania. O haber firmado un 45’’ jodidamente
macanudo.
Descontando la cadenciosa “Fotografía” incluida
en 4 EP, placa temática que reúne aventuras tanto de Ángela Ruesta como
de Giancarlo Samamé (al alimón y por separado), Gelatina Magma no se
manifestaba con título propio desde noviembre del 2018 (Una Nueva Era). Hace
poco más de un mes, el grupo inauguró cuenta en BandCamp anunciando la
inminente aparición de nuevo extended. La expectativa quedó un tanto desinflada
ante la comprobación de que en realidad era menos un EP que un single.
Formalismos a un costado, la relevancia de Zapatos
Ardientes EP radica en lo que podría considerarse un pequeño pero
importante cambio de dirección en el peregrinaje de la sociedad Samamé-Ruesta.
Y es que los ‘brasilerismos’, ésos en los que a veces se ensimismaba el dúo y
que adherían aún a “Fotografía” a la carta de navegación configurada por
trabajos precedentes, ahora han desaparecido casi del todo. Su lugar lo ha tomado
un pop de granítica lozanía, que literalmente refulge a cada nota que avanza.
Donde más queda en evidencia la sustitución es en “Lava”, la pieza que funge de
lado B -ejercicio de fino pop estilizado a golpe de hiperactivo medio tempo,
cuyo contagiante vigor hizo que me acordara de la mejor versión de The Sundays.
Con todo, es el lado A del “extended” el que cosecha
los mayores elogios. “Los Zapatos De César Vallejo” puede tomarse de distintas
maneras: homenaje al aedo de Santiago De Chuco (la voz masculina sampleada declama
con perfecta dicción un fragmento de “Los Pasos Lejanos”, poema del canónico Los Heraldos Negros, 1919), despedida ¿definitiva? a los sonidos de fragancia
carioca (revolotean brevemente hacia el cierre del tema, reemplazando los arreglos
pentafónicos del inicio), declaración de amor hacia un pop sedimentado a partir
del trip hop (no sería la primera vez)... Cualquier posibilidad tiene las
mismas chances de ser y no ser.
La única constante válida para ambas caras es
la cálida y dúctil voz de Ángela Ruesta, en seráfico estado de gracia. Su
registro en “Los Zapatos...”, entonando el poema de Haydee De Benavides
inmortalizado en el libro Presencia De La Mujer Peruana En La Poesía
(1971), es el contrapunto soñado para la performance vocal del vate sampleado. Corren
las apuestas con miras al próximo disco largo -que, presumo, será igualmente
producido por el capo Neto Pérez.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 7 de octubre del 2020.)
A pesar de haberlo puesto
por escrito antes, juzgo oportuno remarcar que de entre las varias labels
activas al interior de los circuitos peruanos independientes de música pop, Dorog Records es la que más ejercita el delicado arte de armar compilaciones/recopilaciones.
Su íngrimo factótum, Giancarlo Samamé, declaró a la sazón hace semanas en Facebook:
“Una de mis aficiones predilectas siempre fue crear recopilaciones musicales.
Las compilaciones son una forma de hacer música con otras músicas, además de
poder crear una narración sonora, como si de una historia se tratase. Con Dorog
Records he creado muchas de ellas...”. Y, como advierte el refrán, la práctica
hace al maestro: tiene listados DR tantos mosaicos colectivos, que pocas dudas
me quedan sobre quién es el que mejor maneja técnica y criterio al construirles.
Cumplidos 16 años
de existencia en este jodido 2020, el sello capitalino elaboró -en modo free
download, tal cual usa- dos títulos más que adicionar a la larga cadena de
muestrarios, con menos de veinte días mediando entre ambos: Hallazgos - Rock Peruano Del Siglo XXI
(agosto) y Premoniciones (septiembre).
Distintas en cada ocasión, las circunstancias pusieron lo suyo para que uno y
otro llegasen a puerto.
En el caso de Hallazgos..., el bautizo es harto indiciario.
Su track list procede de un universo de canciones no necesariamente inéditas que
el animador de Polvos Azules preservaba archivadas -si bien no ordenadas y en
diverso formato-, de las que en su momento se prescindió por razones dispares. ¿El
menú? Apegado a la costumbre de la Casa -de todo un poco, sin ningunear nada. Están
los artistas amigos de la escudería, como El Aire (“3:49”, pop de rítmica
mestiza, enésima confirmación de lo versátil que toda la vida ha sabido ser el
gran JJ Castro) o Alejandro Susti (cuyo “Salvavidas”, de estilizado pop’n’soul,
es extraído de Underwood, 2010).
También, bandas que fueron aupadas por Dorog Records y partieron después (los punk
de Anormal y “Una Canción Sin Inspiración”, Andrógenes y el synth pop de “Entre
Miedos”), aunque algunas de ellas nunca se fueron del todo -La Molicie
(“Lanzando”), El Vals De Lucy Smith (“El Canto Del Gallo”), Los Insecticidas
(“Ya Lo Sabemos”); coincidentemente las tres de composta indie.
No han faltado
habituales en la nómina, como Carlos Compson (“El Mejor Tiempo”). Mucho menos,
los descubrimientos propios de cualquier exhumación, casi fijos en jornadas de
este jaez: ubico entre éstos a Lado S (derivativos pero agradables climas
pop/rock en “Hada Nocturna”), al trote alternativo de Fitzcarraldo (“A Tres
Rounds Del K.O.”) y al indie pop lo fi de La Mujer Tortuga Anuncia El Fin
(“Cantábamos O Niño Coleta”). Aunque carezco de la certeza sobre si Nimbo (“Seducción”)
o Migajas (“Saltan Los Muebles”) deben asimismo contabilizarse en este rubro,
en última instancia su sonido genérico les acomoda junto a Lado S.
Quince episodios
descartados para troquelar ahora el artefacto que devela la cara B de una plataforma
que nunca se ha esforzado en cultivar semejante cosa.
En el caso de Premoniciones, el buen Giancarlo parece
haberse favorecido de una alineación planetaria total. La mitad de los 20 conjurados
tiene en su haber un cierto camino trajinado. De ellos, la aplastante mayoría cede
material fresco -bien porque es inédito o adelanto de entregas por aparecer,
bien porque acaba de publicársele en las correspondientes nuevas producciones.
Norvasc, verbigracia,
masajea conductos auditivos con el morphing entre shoegazing y post rock de
“Marchas Sanmarquinas”; incorporado en su epónima puesta de largo oficial. Otro
ejemplo es “Mierda!”, de Polvos Azules: por primera vez, Samamé inyecta al luminoso
ambient pop de su faceta solista el spoken word que cada tanto despacha en
Gelatina Magma -pero, como sucede a veces, ese recurso termina haciendo una de
más-. De otro lado, Ionaxs libera el segundo adelanto de su próximo volumen, a
punto de aparecer en físico:Amuki -el
ocre IDM descoyuntado de “Flux”.
En similar
situación se hallan Paruro (“Leticia”, mismas coordenadas que trashuma Danny
Caballero luego de la resurrección con Remanentes),
Miyagi Pitcher (“Yuki”), el arequipeño La Vie (“Volver A Empezar” asoma como
retorno al indie folk acústico de su primera etapa), 27 U H F (“128RAM”),
Vrianch (en el que de todas maneras ha sido el calendario más activo para Víctor
Chang, un manto de electrónica líquida en reposo abriga a su “Brief, Cruel And
Anonymous”) e Isocaos -cuyo “Distrito De Pueblo Libre” me ha convencido de
darle una nueva oportunidad, superado el susto de su yermo debut, Pichiatta (2015). De la excepción a la
regla se ocupa Zetangas (“El Todo Y Su Lugar” cerró su último parto a la fecha,
el maravilloso 22/09/1953).
Otra porción más
pequeña de Premoniciones ha sido poblada
por asiduos a los bytes de Dorog. Allí se encuentran Fabeiro (“Vive Y
Decisions”), Los Insecticidas (“Saliendo Por Ti”), unos redivivos Shakunautas
(“Ciclos” se cimbrea entre el mestizaje y la new age), Soma (“Día Triste”) y Cashiari
(“La Última Vez”). De los contados nuevos cultores dark que han surgido en el
Perú durante los últimos años, Cashiari aún no salta al ruedo por cuenta propia
pese al tiempo que lleva en brega. Aquí juega en pared con Triumvirs, que suena
más oscuro aún (el electro-gothic de “Osiris Torches Eden”).
Un segmento
adicional del esférico se ocupa de quienes llevan por vez primera las enseñas
de la disquera. A la del mencionado Triumvirs hay que sumar las colaboraciones
del ‘supergrupo’ MiDi Time (“Melancolía” une a DJ Locopro, Vrianch y un tal Rob
Avatar), Marmotasdebemorir (“Aislado”), Luxsie y Jucsay. Son estos últimos quienes
merecen mención aparte. Luxsie es el nom
de guerre de Luz Cáceres, miembro de Les Replicants. Ya ha moldeado suficientes
surcos para un mini-álbum -uno de los cuales es, precisamente, “Robot (Ouh
Wow)”. Al igual que el resto de sus creaciones, “Robot...” comparte la
fascinación por la Baja Fidelidad de Les Replicants; mas, a diferencia de éstos,
la mira de Luxsie aplica sobrecargado tratamiento synth e inhóspita emotividad
genésica al ethereal noise y al dark ambient fluorescente de Projekt Records.
En lo tocante a Jucsay, tampoco es un novato: ya sus lienzos sacramentales de sonidos
manipulados por instrumentación/instrumentalización analógica y digital han
sido testeados a través de dos mini-LPs (Muda en 2013, Pétalo De Plata en 2014) y un single (Vesania, 2015);
todos para descarga gratuita. Ninguno de ellos incluye ese asalto de intelligent
techno minimal y lúdico que es “Girasoles Tricolor”.
Lo macanudo es que
este Premoniciones discurre de
principio a fin sin tumbos, como si hubiera algo que hermanase todos los temas.
No la preeminencia de un sonido determinado, sino un trazo pop -o compatible
con el pop- que permea cada minuto de la placa. Ésa es la sabiduría que la
experiencia de Giancarlo ha cosechado.
Termino esta nota
con unas líneas dedicadas a 4, suerte
de “four-way EP” que colecta los nuevos números de vocativos encarados por GSP
y Ángela Ruesta: El Paso, Soma, Gelatina Magma y Polvos Azules. Si me atengo a criterios
de antigüedad y rescate, el más valioso es “Realidad Virtual” de El Paso. Grabado
por el desaparecido tándem Samamé-Otayza en el 2010 y remezclado/re-arreglado
para el extended por el primero, el track se conduce levemente tributario del
trip hop.
Sin embargo, los
demás canales descuellan por méritos intrínsecos, en especial el de Soma. Gracias
a este acto semi-estable, y antes que a una filiación hacia las tradiciones
sonoras brasileras, Ruesta da rienda suelta al veneno y medicina de la saudade
que atesora sedimentada en su fuero interno. Una nostalgia dulce por los muchos
meses que vivió en Brasil, percibida desde el brillo mate de los colores de las
portadas de sus singles, los nombres que les dio (“No Fuegues”, “Dizer Que Não”),
los tramos de éstos en que canta utilizando la voluptuosa lengua de lusos y cariocas.
De hecho, el exótico indie pop de “Voz Insonora” es entonado completamente en
portugués, a diferencia del arrullo electrónico de “Día Triste”.
El ágil
instrumental de Polvos Azules -“Épica”, remite a sus dos primeros pasos- y el
dúctil post pop de Gelatina Magma que picotea entre gallos y medianoche de la
bossa nova brasuca (novísimo “Fotografía”) redondean 4 EP, delectable aperitivo con que acompasar la espera de los
nuevos trabajos de cada proyecto (salvo el primero).
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 3 de julio del 2019.)
Algunas lunas han navegado
el firmamento desde que se anunciara -febrero del año en curso- la reunión de
uno de los más grandes actos aparecidos en los 90s. Ello aunque, valgan verdades,
nunca hubo separación oficial. Stereolab, la mítica formación capitaneada por
el inglés Tim Gane y la francesa Lætitia Sadier, da por concluido el hiato que
observó a partir del 2009; con una serie de presentaciones que ha arrancado el
10 de mayo en Bruselas y terminará los días 18 y 19 de octubre en San Francisco.
Si bien de momento no se insinúan intenciones de volver al estudio, ni planes
de seguir tocando en vivo más allá de las fechas señaladas, tampoco se ha negado
esa posibilidad.
En cambio, se ha
anunciado en el site oficial la reedición doble y limitada (250 ejemplares en
CD, el doble en vinilo) de siete de sus trabajos en estudio, reedición que ya
ha empezado con Transient Random-Noise Burst With Announcements (Elektra, 1993) y Mars Audiac Quintet (Elektra, 1994). Crucemos los dedos, entonces,
esperando que alguien se apiade y les proponga tocar a posteriori en
Latinoamérica -mientras aprovechamos la buena nueva redactando la memorabilia
de rigor: Cobra And Phases Group Play
Voltage In The Milky Night (Elektra, 1999), el pico más alto de su seminal
tríada noventera, cumplirá en pocas semanas 20 años de editado.
Para quienes nunca
tuvieron el gusto, que asumo son los menos, Stereolab se nuclea alboreando la
última década de la pasada centuria. En un inicio quinteto, el alias parecía
destinado a engrosar el pelotón de alineaciones que, aupadas por la
consagración del noise melódico que supuso el espaldarazo del dream pop y del
shoegazing; tomaban nota de lo hecho por demiurgos como The Jesus And Mary
Chain y My Bloody Valentine a fin de probar suerte con su propia lectura del
Ruido. Las primeras escaramuzas del grupo, guarecidas por la égida de Too Pure
y repescadas en la compilación Switched On Stereolab (1992), están marcadas por una guitarra cuya presencia
insistente durará hasta el debut en regla (Peng!,
mismos año y sello). Lo interesante del combo mayoritariamente británico radica
en que abandona más o menos rápido el manual de estilo y experimenta amalgamando
a éste efluvios de tesitura pop que se llevan bien con la Distorsión siempre
que ésta no los devore. El indie que germina entre fines de los 80s y
principios de los 90s, por ejemplo, es un elemento en activo desde el
nacimiento de Stereolab cuyo peso molecular irá creciendo en sucesivas entregas;
permitiendo el ingreso del pop frambuesa a la retórica del conjunto. Mucho más
adelante, lo mismo ocurrirá con el binomio easy listening/batchelor pad,
paladeado precisamente en el mini-album The
Groop Played ‘Spage Age Batchelor Pad Music’ (Duophonic Ultra High
Frequency Disks, 1993).
En subsiguientes esfuerzos
-Transient Random-Noise Burst With
Announcements, Mars Audiac Quintet,
Music For The Amorphous Study Body Center
(1995)-, la banda simultáneamente asimila y fisiona ecos de Can, el pop hi fi
de los 70s, el timing de John Cage para el Silencio, el ubicuo “Hallogallo” de
Neu! -materia prima de muchos géneros y miles de composiciones-, el exotismo easy listening
de Juan García Esquivel... Placas todas que le reditúan a los cinco residentes
de Londres inusual notoriedad en un contexto que empieza a desgarrarse producto
de la fractura de aquella dialéctica que ¿Brian Eno?/¿Peter Gabriel? resumiera(n)
magistralmente en el aforismo “la vanguardia de hoy es el pop del mañana”. Bancos
de pruebas donde ensayar un sinnúmero de ideas sonoras, Stereolab queda fogueado/expedito
para las hazañas que le convertirán en una de las sociedades más dúctiles en el
panorama pop de fin de siglo.
Y si con Emperor Tomato Ketchup (Elektra, 1996) pasaron
de quinteto a sexteto -mismos integrantes desde el Transient... a excepción del bajo, pero a la sazón el line up
clásico de Stereolab: Lætitia Sadier y Mary Hansen en voz, Tim Gane (guitarra y
sintetizadores, entre otros), Andy Ramsay (batería), Richard Harrison (en
reemplazo de Duncan Brown) y el multi-instrumentista Sean O’Hagan (Microdisney,
The High Llamas, Turn On)-, reduciendo a mínimos históricos su veta noise gracias
al indesmayable funk futurista desplegado por el mugiente bajo acrobático de
Harrison...
Y si con Dots And Loops (Duophonic Ultra High
Frequency Disks, 1997) giran en redondo hacia la electrónica más exquisita y los
soundtracks cosecha 70s, accediendo a que se cuelen de paso el free jazz, el
lounge, la bossa nova (influencias con que ya se habían atrevido en el The Groop Played...); variables
acrisoladas en un retrofuturismo de primer orden...
...pues con Cobra And Phases Group Play Voltage In The Milky Night, producido 50/50 por dos monstruos de la música contemporánea
(John McEntire y Jim O’Rourke, nada menos), la música de la agrupación alcanza
su punto culminante en una jornada cuyo lustre todavía refulge veinte años
después.
A propósito de The First Of The Microbe Hunters
(Elektra, 2000), un año más tarde condensé en el dossier de rigor para la
legendaria revista Caleta todo lo que
representaba el Cobra And Phases... con
la frase “...el morphing como una de las bellas artes”. Dieciocho calendarios después,
aquella unidad sintáctica permanece vigente. CAPGPVITMN es en la práctica un lúdico e inmenso tour de force,
exquisito, vigorizante, lleno de color y desparpajo. Difícil trazarle una
cartografía: bebe tanto del indie como del post pop, del easy listening como de
la electrónica (si bien ésta aparece calculadamente racionada), de la
tropicalia como del muzak de vanguardia. La apertura “Fuses”, para más señas, se
vislumbra concebida por un Esquivel del siglo XXI -bronces que se atropellan
tratando de emular la pulsante y deliciosa glosolalia que nos procura Lætitia Sadier.
15 pistas
distribuidas en casi 76 minutos. Mientras éstos se desgranan, ésas se suceden
cambiando de registro sin concederte reposo. La ambientación de “People Do It
All The Time”, segunda parada del esférico, está presidida por un groove
trópico-erótico. Acaso “People...” tenga en común con “The Spiracles”,
“Infinity Girl”, “Strobo Acceleration” o “Blips Drips And Strips”; una índole
pop que les aproxima al oyente mucho más que el resto de tracks, pero cada uno
posee su propia sorprendente coloración, para la que cabría aventurar nuevas etiquetas
híbridas -el picoteante swing tapatío de “Infinity Girl”, el minimalismo
carioca de “Blips...”, el sprinter motorik de “Strobo...”, la bossa
exoplanetaria de “The Spiracles”.
La rodaja, pues,
fluye en un inacabable morphing de herraje analógico y registro digital; quién
sabe si acicateada por un bajo que asciende a medular, convertido en tren-bala
negro cual noche sin estrellas. Este proceso no sólo se da de canción en
canción, sino incluso dentro de una misma canción. En efecto, determinados números
devienen materialmente distintos. Otros no permiten hablar de trasmutación,
sino de reemplazo por aquello que venía gestándose en el subsuelo del tema y que
de pronto emerge hacia la superficie, haciendo más justo utilizar la palabra “anamorfosis”
antes que el vocablo “metamorfosis”. Muestras evidentes de una y otra mecánica
hay varias. Los vientos de la samba transdimensional “The Free Design” le
convierten en un emotivo guiño a “Dancing Queen” de ABBA. El atmosférico soul
al ralentí de “Italian Shoes Continuum” se transforma a los dos minutos y
medio, gracias a una efímera descarga noise, en un stonazo reberv mambo que
acerca a Stereolab a las trombas rítmicas de epopeya que desatase Laika -otro ‘must’
indiscutible para la genealogía avant pop de los 90s- en su fabuloso Silver Apples Of The Moon (1994). El
punzante medio tiempo ultrasónico de la magnífica “Puncture In The Radar
Permutation” es eyectado hacia el infinito gracias a masivas inyecciones de dub
narcótico, proporcionadas por una coquetona marimba y una seductora sección de
cuerdas. El loopeo de lumínica fantasmagoría funk que dispara “Op Hop
Detonation” le convierte en una lección de space age pop, a disfrutar mientras
se viaja a través de la fibra óptica... Y así podríamos seguir con cada canción
de este monumento sónico.
Dos canales me
merecen una mención especial. “Blue Milk” fue muy criticada en su día debido a extensión
-sobrepasa bastante los 11 minutos- y cariz -capas varias de ruido in crescendo que asfixian paulatinamente
los vibrafónicos motivos iniciales, mismos que prometían una suite de pop
sofisticado-. Hoy se pondera su semejanza, obviamente salvando las distancias,
con las creaciones firmadas por Steve Reich y por los Sonic Youth post Washing Machine (Geffen, 1995). “The
Emergency Kisses”, de otro lado, es mi favorita del CD: un tres cuartos de ensoñador
clavinet (el equivalente a un clavicordio eléctrico), presto a introducir
ingentes dosis de una melancolía como pocas veces se ha visto en la obra de
Stereolab. Después de un tiempo hipnotizado por el embeleso francófono de Lætitia
Sadier, el track vira hacia el funk de cuatro sobre cuatro, hasta que decide retomar
la performance inicial dotándola de una suntuosidad épica, versallesca -genialidad
pura.
Como se suele decir
en estos casos, ¿qué queda más allá de la cumbre, sino la cuesta abajo? Todavía
el sexteto tendría pólvora para dos largos bastante buenos como The First Of The Microbe Hunters y Sound-Dust (Elektra, 2001), aunque en
modo alguno comparables a su consagrada trilogía de los 90s. Con menos suerte
correrían los eventuales Margerine Eclipse (Elektra, 2004; puesto a la venta tras el lamentable deceso de Mary
Hansen), Chemical Chords (4AD, 2008)
y Not Music (Duophonic Ultra High
Frequency Disks, 2010; lanzado tras la disolución de facto). Sin ser malos, estos
últimos son bastante discretos en relación a los mejores discos de la banda.
Sin embargo, la magnificencia de la terna ETK-DAL-CAPGPVITMN
y el recuerdo de plásticos tan originales como Mars... y Transient
Random-Noise... siempre es combustible para una segunda vida. Una en la que
el ahora cuarteto -Sadier/Gane/Ramsay/Simon Johns, por fuera les sigue apoyando
O’Hagan- pretende reverdecer laureles. Talento y oficio, la mancuerna creativa
de Stereolab tiene de sobra: mientras Lætitia ha estrechado lazos artísticos
con el italiano Giorgio Tuma (un par de singles brillantes y la colaboración “Maude Hope” inserta en el último disco del peninsular, This Life Denied Me Your Love), Tim ha logrado lo que nadie hasta
ahora -llevar el viejo kraut rock al siguiente estadio evolutivo gracias al
F-A-N-T-Á-S-T-I-C-O trío binacional Cavern Of Anti-Matter (junto al alemán Holger
Zapf y al inglés Joe Dilworth).
POST-DATA
Mes y rotaciones
atrás, perdí a mi viejo luego de una penosa y fulminante enfermedad. Para
entonces, llevaba casi noventa días sin escribir por voluntad propia. En medio
del desconsuelo por su deceso, mi hermano del alma Sebastián Pimentel me
ofreció fortaleza y apoyo, y el acicate necesario para salir de mis cuarteles
de invierno: “Honra a tu padre con el don de la palabra, que es tuyo”. Estas
líneas, escritas tras cuatro meses de ausencia, van dedicadas a la memoria de
papá, Edmundo Gárate Terrones (21/01/37 - 09/06/19).