(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de marzo de 2025.)
Conforme lo pregona el nombre del extended que
funge como puesta de corto, de un tiempo a esta parte la gente de Desawe ha
empezado a pisar el acelerador hasta el fondo. Formado en el ‘16, el cuarteto
recién registra en mayo último la maqueta Sociedad Coprofágica, cassette
que le sirviera de bosquejo para la publicación hecha el pasado 10 de enero y
que motiva las presentes líneas: Grindattack EP. A su vez, ésta se ha difundido
como adelanto de lo que supongo vendría a ser su primer disco en regla, de
fecha de salida ignota y título desconocido.
¿Cuánto ha avanzado Desawe, entonces, entre
el demo y Grindattack EP? Aunque ha habido algunos cambios, yo dudaría
en tipificarles como avances antes que como retrocesos -y eso no sería
necesariamente un jalón de orejas. Porque el chiste del grindcore es el del
bajo malsanamente retorcido, el de la(s) guitarra(s) intencionalmente
desafinada(s) varios tonos cuesta abajo, el del doble pedal tejiendo
velocidades demoníacamente sobrehumanas. Y obvio, el de voces guturales cuando
no agudas -en el combo parece haber dos, una que gruñe y otra que grazna.
De Sociedad..., el grupo ha rescatado
“Destruir” y “Chapa Tu Choro Y Mátalo”. Las nuevas versiones suenan aún más chancrosas
que las tomas de la cinta, precisamente en el marco de un género para el que
“peor es mejor”. Esa peculiaridad en la grabación se propaga a casi todos los
tracks del EP -media docena, que en conjunto se quedan a las puertas de los
seis minutos. Arranca éste con “Intro”, que no es otra cosa que parte del
speech de Hades, muestreado del capítulo que a Orfeo dedica la recordada serie The
Storyteller (segunda temporada, denominada “Mitos Griegos”).
Mugre opacidad, uniforme continuidad,
ininteligibilidad, fugaz concisión. Algunos seguidores de la banda se han
quejado de lo poco o nada que se puede entender de sus letras, cuando en el
grind y afines la ira es el mensaje a transmitir/recabar. Esto se evidencia al
escuchar “Pueblo Elegido”, “Motor De Sangre” o “Caca Blanda” -las dos últimas
en una clave hardcore más reconocible-, siempre en la línea grind/crust/fast de
la que hay antecedentes por montones en estas comarcas. Vale el esfuerzo, si es
que estás habituado/a a este tipo de vejámenes sónicos. Si no, como dijese François
Quesnay tres siglos atrás, “dejar hacer, dejar pasar”.
A poco de acabar el primer mes del año, el inagotable
Miguel Ángel Burga liberó para descarga gratuita nuevo álbum acreditado con
nombre civil, que se ha convertido en una tremenda sorpresa dada la fractura
que implica respecto del devenir kosmische normalmente atribuible a su
discografía. Pese a ser cierto que en algunos EPs Burga explora direcciones más
periféricas, ninguna de esas producciones se adentra en ellas de la manera en
que lo ha hecho su más reciente trabajo.
Según el músico, la génesis de Tecnología
En La Religión Futura comienza un año atrás, cuando se propuso distenderse
ejercitando su talento con programaciones y sampleos que guardaba en la PC o en
la laptop. En cuanto a los sampleos, éstos habían sido creados a partir de
voces cantando o rezando plegarias, con lo que su cualidad litúrgica queda fuera
de discusión. Miguel Ángel no especifica si las piezas estuvieron perfilándose
conforme trascurrían los meses o si se retomaron hace poco para pulirles y
finalmente empacarles tras un mismo rótulo. Sea una cosa o la otra, el
resultado suscita la sensación de estar audicionando expresiones sonoras de un
credo teñido de orientalismo, en tiempos aún por venir.
Las programaciones recicladas postulan beats
corpulentos de tempo rebajado -son todo lo iterativas que cabe esperar de
composiciones pensadas para solemnes ceremonias en torno a un altar o tótem, sin
mutar en/acometer empellones. Las atmósferas están llenas de ruidosa estética
drone, pero su enérgica ominosidad no desciende hasta transfigurarse en lóbrega.
Y las voces que percibimos como tales se asemejan mucho a las de aquellos/as
hijos/as de los desiertos medio-orientales que llamaban/llaman a la oración,
cualesquiera sea o haya sido su religión abrahámica de procedencia: almuecines,
anacoretas, patriarcas. De ahí el aroma vagamente oriental y la invocación
subconsciente a esa extraña fascinación por los mares de arena.
Sin embargo, en algo difieren estas visiones
de Burga de las impuestas por las culturas judeocristiana y arábiga, y ello es
el rol que la Mujer desempeña en estos cánticos futuristas. La divergencia propugnada
calza a la perfección con el illbient escarpado que cincela áspero cada corte,
con el minimalista IDM oscuro que facilita la metamorfosis de cada surco en un
mantra, con el ambient dub ritual que adelanta su mirada cientos de años hacia
el remoto mañana. De esta guisa, Tecnología En La Religión Futura bien
puede plantearse como banda sonora alternativa de la fantástica Dune de Denis Villeneuve. Ignoro si el ex Espira la habrá visto o tenido en cuenta. De no ser
así, estaríamos hablando de un excepcional caso de poligénesis sónica -que
incluiría, cómo no, la ligeramente brutalista portada, soportal hiperbólico de
un templo enclavado en mitad de grisáceos yermos.
Es una opinión subjetiva, por supuesto. Pistas
como “Noth”, “iisaM”, “Shinto” o “Das” a mí se me hacen idóneas para vivir
junto a los fremen, cabalgar los gigantescos Shai-Hulud, meditar las palabras
de las Bene Gesserit. Números manantes de reverberaciones ritualistas con que
suspirar por el advenimiento del Kwisatz Haderach -que no llegaremos a ver.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 25 de diciembre de 2024.)
Cosa hará de unos tres años, volví a tener
noticias sobre Kiko Monzón, ex integrante de Nudo De Espejos. Reportándose
desde Bilbao (España), el sanmiguelino acababa de lanzar Huitlacoche,
debut de Visoki Napon junto a Jon Fernández -acompañados en la jornada por el
baterista mexica Esau Nava. Un estreno de inquieta versatilidad, cuya reseña
puedes leer aquí. El último 15 de octubre, Monzón publicó material inédito bajo
el bisoño rótulo de LoProfundo (sic). Lo curioso es que también aquí milita su
partner de Visoki Napon.
¿Cambios? Sí, muchos, todos en directa
relación con la(s) música(s) abordada(s) utilizando la nueva identidad. En
cuanto a ésta, LoProfundo ¿fue?/¿es? una suerte de alineación temporal, que
debe su ¿fugaz? existencia a las circunstancias. En octubre del ‘22, abrió puertas
la asociación cultural Obrador, en la capital de Vizcaya. Semanas antes de la
apertura, ambos músicos fueron comisionados para la presentación de aquella
tarde/noche. Después del respectivo brainstorming, Fernández y Monzón optaron
por la confección de una única pista epónima de 32 minutos, que mutase sin
sosiego.
La sobriedad antes que la solemnidad. El acto
de repentizar antes que el de “florear”. LoProfundo inicia su ¿unigénito? viaje
echando mano de un audio de trazos ambientales, donde ruidos pedestres como el
de la lluvia, el de las campanas o el del zumbido del servicio eléctrico son
menos notorios que sus correspondientes ecos. Al ingreso de la primera
guitarra, emerge una música de incómoda opacidad, como la del post punk de
corte clásico. Al de la voz, cierto dramatismo de ribetes post rock, masajeado
por percusiones minimales. Éstas se irán apagando al aproximarnos a los 8
minutos.
Una ominosa, adictiva fusión de dark rock y reverberación
dub asienta sus reales hasta que, sin aviso, el uppercut de una insólita
marejada neopsicodélica le manda a la lona. Lejos de desbocarse, el agitado
oleaje va deconstruyéndose con mesura hasta transformarse “LoProfundo” en un cocktail
de trip hop sublimado, orlado otra vez de dub. Traspuesta la barrera de los 25
minutos, el registro salta hacia la electrónica de fisionomía rave -levemente
frenética, sí, aunque a cientos de kilómetros del hedonismo trance o goa. Pocos
minutos después, sampleos de ladridos reconducen el track hacia la calma, esta
vez en clave pseudo litúrgica; para finalmente acabar mordiéndose la cola.
Escaso, pues, es el detritus sonoro que tienen
en común LoProfundo y Visoki Napon. Esta última entidad prefería/prefiere el
space rock y los tintes psicodélicos de vieja escuela, además de una
inocultable tendencia hacia el noise rock. Acaso sea el post de Labradford o de
Windsor For The Derby lo único de lo que ambos integrantes apertrechan una y
otra faceta. Por otro lado, y más allá del acentuado rush final, no encuentro
mayor parecido entre lo etiquetado como LoProfundo -tremenda proteicidad susceptible
de encomio- y lo que se entiende por “evento rave” (quizá en algunos puntos
determinados, nunca duraderamente). Produce el vizcaíno Unai Mimenza, quien ya
había hecho lo propio con Huitlacoche.
Tantos calendarios se han quemado desde Panza De Burro Thunder Blues (‘13), de La Garúa, que ya se había dejado de esperar
sucesor. El entusiasmo por la continuidad de grupo y obra se fue diluyendo con
el discurrir del tiempo, no así el recuerdo de su elogiado e inmenso debut. Pero
está visto que, en la escena independiente peruana, todavía las cosas se dan
cuando lo dictan los condicionantes antes que cuando éstas son planificadas.
Para ejemplo, el reciente Motor De Sombras (Mönte Paganö/Tóxico Records): grabados/mezclados/masterizados sus ocho surcos en el ‘18, tuvo que
esperar 72 meses para verse por fin editado en físico, añadiéndose para la
ocasión dos piezas más -que por ello son descritas como “bonus tracks”.
Si hay que resumir las razones por las que Panza
De Burro... es aplaudido hasta ahora, éstas se abroquelan alrededor de dos
frentes, el técnico y el sónico. Con respecto al primero, sobran mayores
comentarios ante el background de los músicos: Marcos Coifman (Reino Ermitaño,
El Cuy, Necromongo), Miguel Ángel Burga (3AM, Espira, Ácidos Acme, Culto Al Qondor, tropecientas mil referencias más) y Alonso Guerrero Camuzzo (Argul).
Todos ellos duchos en lo concerniente a géneros pesados entre los que se pueden
contar la psicodelia, el heavy psych, el doom metal o el stoner.
Con respecto al segundo frente, PDBTB
enhebraba discursos de la misma manera que lo hace Motor De Sombras,
casi todos enumerados en el párrafo anterior: secciones enteras de lisergia sesentera/setentera se trenzan con un blues que es simultáneamente pericia y aconchasumadramiento.
Tercia un stoner de alta densidad y de construcción monolítica, e incluso
ramalazos de un subversivo psych punk garagero. Constreñidos a un mismo espacio
bajo presiones dignas del núcleo interno sólido de la Tierra, en Motor...
estos ingredientes dan forma a un magma sónico que no sólo reedita los picos de
su predecesor, sino que además supera la valla impuesta por éste.
Aún no consigo mapear la geografía completa
de la placa. Durante sus primeros 24 minutos y sencillo, describe ésta una
cierta estructura cíclica: del callejero y achuchado blues psicodélico
no-hendrixiano, la terna salta a terrenos que casan heavy en fase psicótica y
punk rock contundente, para luego entregarse a acrisoladas y báquicas sesiones donde
son aún más favorecidas las improntas desértica y de carretera inherentes a tal
amancebamiento de estilos. Siendo “Conductor Oscuro” y “El Gusano” exponentes del
primer tramo de esa estructura, lo son del segundo “Llévame” y “Ciudad Motor”,
y del tercero “El Mar” Y “Comebrea”. El ciclo se rompe con “Acelerador”:
exceptuándole, es el blues enteógeno en mayor o menor variante el que se
posesiona de la restante “El Viaje”, así como de los “bonus tracks” (“Quiero
Más” y “Veredas”).
Considerando tanto Panza De Burro Thunder
Blues como este Motor De Sombras, creo que ya me puedo arriesgar a
afirmar que la íntima razón por la que me engancha La Garúa es su magnífica
reinvención de la totalidad del legado de La Ira De Dios. Otro de los proyectos
de Burga, LIDD pasó por diferentes etapas entre Hacia El Sol Rojo (‘03)
y Perú No Existe (‘12), como testimonian los EPs editados extemporáneamente en el ‘20. Decir que LG las condensa todas es una opinión
subjetiva y absolutamente discutible. Como fuere, lo que queda claro es que
quienes disfrutaron del primer álbum quedarán ahítos/as con el segundo. Y que,
donde esté, al viejo Kowalski le arrancará más de una sonrisa escuchar a estos
granujas.
Me ha dejado pensando el último largo en
estudio de Ionaxs. Precedido por NUBSTAR: Selecciones Vol. 1, esférico
que inaugura nueva línea de lanzamientos Chip Musik consistente en panorámicos
de nombres que acreditan amplio prontuario editorial, Jorge Rivas O’Connor parece
haber sobrellevado una drástica metamorfosis; más que cualquier otra sufrida
durante sus 21 años de labor artística -pero acaso no del todo inesperada.
Acrónimo imperfecto de “out of place artifact”
(¡ajá!), Oopart (22/11) abandona casi por completo esas zonas francas
que el individualista visitase continuamente desde que saltara al ruedo con 0.05 MG (‘03), y que han sido exploradas sin cesar por la escudería Chip a lo
largo de sus 17 años de vida: a saber, las electrónicas post IDM y post rave.
Que el álbum inicie con “Hipernova”, gaseoso ambient de 60 segundos de
extensión, es revelador a este respecto. Durante los siguientes nueve surcos
menudearán los intros aquietados de similar ascendencia, rasgo que asoma largamente
meditado.
Por supuesto, ello no quiere decir que Ionaxs
haya dado luz verde a un disco rebosante de ambient. Lo que sí ocurre es que
esa estética se convierte en el compacto estrato sobre el cual cada número es levantado.
Tras la obertura, “Anticitera” se ve recargado de programaciones y decorados
que guiñan al primer Seefeel (el más volátil), dirección que no llega hasta el
final del canal -vira éste hacia un post rock más corpóreo, en sintonía con
Sigur Rós o Explosions In The Sky. Los motivos melodiosos e intimistas que
libera “Ecopoiesis” en su tramo postrer ven extendida esa estela en la robusta “Numen”,
pero ni aquí ni en su precedente son éstos los que dominan las subacuáticas
atmósferas, pues ambas composiciones se hallan montadas sobre endoesqueletos de
pulcras secuencias downtempo.
Podría afirmar también que la segunda variedad
más cultivada en Oopart es la del post rock, y que tanto ésta como la
del ambient suben sus bonos cuando más se echan de menos las programaciones. Si
bien lo segundo es corroborable, no necesariamente lo primero. Aunque
“Inmarcesible” incide de nuevo en las tersuras hídricas y se prodiga en
ornamentación, y “Flor Lunar” posee una naturaleza oceánica/abisal/azul,
“Panspermia” luce atributos jazzy de refrescante asincronía. De modo que no es
una regla estricta. La epilogal y deliciosa “Desde El Cielo Más Pálido”, por su
parte, debe ser lo más ambient synth/lo más 80s-en-clave-sci-fi/lo más
dreampunk que alguna vez haya firmado Rivas O’Connor.
Sólo en la dupla de temas “Aetherium” y
“Paralaje Estelar”, siento todavía vivito y coleando al viejo Ionaxs -el de armazones
brillosos, el de ángulos y rebotes imposibles, el de pulsiones digitales copiosas
en color. Si fue un guiño de despedida o no, sólo Jorge puede esclarecerlo. De
cualquier modo, el binomio -que debiera tal vez haber quedado en un único tema
equivalente a la extensión de ambos- sólo matiza/contrasta este extraño LP de
Ionaxs (¡qué manera de exprimir el diccionario a la hora de los bautizos!).
Ignoro si es una excepción, y tampoco sé si será a partir de ahora la regla en el
universo creativo del limeño. No es mal CD, pero acusa ausencia de una mayor firmeza,
o bien de una mayor fermentación. Muchas de las dudas que Oopart planta,
se despejarán con la siguiente entrega.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 4 de septiembre de 2024.)
Por estos días, hace cuatro lustros Abrelatas
era un nombre harto conocido al interior de las escenas off-mainstream peruanas.
Su Hormigas Boca Arriba los confirmó como la grata revelación que
anunciaba “Concreto”, corte que aperturaba Verano Del 69, compilación
curada por la revista 69 en su cuarta edición. El plástico gozó de una
amplia cobertura en medios especializados de la época, en cuyas páginas se
ensalzaban el saturado(r) ludismo de unos teclados de fantasía y el distendido
candor de unas eléctricas en la mejor tradición indie de los 90s y años
inmediatamente posteriores.
Desafortunadamente, en diciembre del ‘06 el
trío se desbanda con su segundo y último esfuerzo, Inútilmente Románticos
-si bien en noviembre del ‘08 apareció vía Dorog Records una exigua
recopilación para descarga gratuita bautizada como Lecciones De Manejo
EP. Desde entonces, no han faltado los fans que recordaban con nostalgia estas
excelentes placas y suspiraban por la posibilidad de una reunión de Ronny Quiroz,
Christian Vargas y Jorge Páez -cada vez más lejana con el nacimiento a renglón
seguido de Teleférico, proyecto de Christian.
Con motivo del vigésimo aniversario de Hormigas
Boca Arriba, se han producido dos ocurrencias en las últimas semanas. Una
de ellas es el relanzamiento de la rodaja en cuestión, premunida de tres outtakes
más el añadido de “Concreto”. La otra es la publicación de un nuevo título en
la discografía de Abrelatas -si bien esa condición hay que tomarla con pinzas. Amplitud Negada es un extended apuntalado por canciones que permanecían inéditas
hasta el momento, y que recién se han registrado a partir de febrero del ‘24, pero
también por nuevas versiones de tracks que tiempo ha son de dominio público. Procesos
de grabación, mezcla y masterizado han corrido exclusivamente por cuenta del
multi-instrumentista Vargas, lo que significa que aún la terna está lejos de
volverse a juntar -cosa que, por otra parte y más allá de uno que otro rejunte
privado, quizá nunca suceda.
Podría decirse a vuelo de pájaro que tanto
los nuevos números como las nuevas versiones de los antiguos recuperan fervientes
el espíritu naif y pedestre del estreno, salvo por “Canalizarlo”, al que se
siente más cerca del hálito crepuscular de Inútilmente Románticos. Performance
esforzada: la “pared de sonido” que se erigía en HBA sigue incólume,
dialogando e interactuando los instrumentos como si dos decenios no fueran sino
una veintena de jornadas. En lo tocante a “Vitamina” (antes “Vitamina En
Digital”), a “Gramática” y a “Tangible”, estas relecturas se descubren
respectivamente más ágiles, potentes y entusiastas que sus moldes originales. Dichas
cualidades se propagan a “Repeticiones”, que abre el CD, y a “Amplitud”; por lo
que no es erróneo asegurar que el EP actualiza la promesa del debut -a saber,
la de un sonido refrescante que abraza la emotividad pop ateniéndose a cánones
más rock, la de un divertido non-sense letrístico con que hablar por igual de
la noche que pausada cae y del paquete de galletas a punto de desbarrancarse hacia
el piso.
Dejo para el párrafo postrer el round que
despide el extended, el “distinto” -cosa curiosa, porque, como “Amplitud”; se
trata de un inédito fechado en el ‘03, siendo “Repeticiones” la única pieza
verdaderamente nueva. “Canalizarlo” posee una tónica más orgánica, menos
recargada, como saliéndose del paradigma de saturación que impuso Hormigas...
y asumiendo al 100% su esencia pop. Delicado y a la vez firme, si éste es el
acabado que siempre se le quiso dar, entiendo por qué no fue incluido en el
primer largo y tampoco en el segundo (que tiene extra de serotonina). Se
revalida, así, la vigencia de las “leyendas urbanas” que corren sobre Abrelatas.
A punto de fenecer febrero del presente, el
incansable Miguel Ángel Burga editó el que hasta ahora se mantiene como su único
trabajo de este 2024 que ya empieza a declinar. El artefacto en cuestión es un
EP cuyo punto focal se precipita sobre Maryann Amacher, y ya venía siendo
anunciado en estos bytes desde fines del ‘23. Alumna de Karlheinz Stockhausen, ciertamente
la compositora usamericana que se especializase en psicoacústica y colaborase
con John Cage asoma como la principal fuente de inspiración para el músico desde
su anterior Down In The Valley EP (‘23).
En efecto, ya entonces Burga había comenzado
a materializar un creciente interés por el dub y cómo éste lograba asimilar su
ADN a otros géneros no necesariamente cercanos, aunque sí fecundos en
digitalismos lisérgicos y en frecuencias subsónicas. A este crisol, el limeño
añadía una guitarra cada vez más difuminada, al punto de convertirse en la
reverberación de aquello que no se halla realmente tangible en las grabaciones
(¿o sí lo está?). Esa práctica se mantiene, pero el minimal ambient dub que
puebla ahora Amacher93 EP ha mutado incorporando cepas de origen drone y
techno -lo que, por definición, debería convertirle en extraterrestre.
Sea acercándose, a través de “Synaptic”, a la
cara electrónica que comenzó a mostrar Slowdive en el insospechado 5 EP
(‘93); sea produciendo, gracias a “Intercepter Dub”, un inextinguible bursting
out al que alimentan multitud de fractales pulverizándose a escala molecular;
el illbient alienígena de Amacher93 EP se arroga el mérito de inaugurar,
ahora sí con todas las de la ley, un nuevo campo de acción en el universo del
experimentado ex Espira. Aunque no debería sorprender mucho este nuevo giro,
considerando la naturalidad con que el background del frontman de La Ira De
Dios le ha guiado subrepticiamente hasta allí -excepción hecha por los sonidos
de tonelaje pesado.
Capas electrodélicas fértiles en graves
abisales, generosas en lo que parecen ser ecualizaciones droppeadas, pletóricas
en secuencias de armónicos sin modular... Produce en transparente formato
vinílico de 8’’ la británica Sleep Fuse, subsidiaria de Reverb Worship, que
asimismo se ha portado con el “subatómico” video de “Synaptic”.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de junio de 2024.)
Habitualmente inclinada hacia sintetizadas
alofonías de resolución estándar o borrosa, no deja de ser insólito encontrar cada
tanto en la nómina de Poxi Records un proyecto como Sacharias. Es cierto,
figura también allí Talismán, pero ésa es otra de las contadas excepciones dispuestas
a refrendar la regla. De cualquier forma, y pese a divergencias de estilo, este
misterioso individualista observa el principal distintivo estético de la independiente
santiaguina -el lo fi.
Fin, al que todo sindica como debut del
acto, se construye a partir de guitarras y de sencillos patrones rítmicos
programados utilizando una drum machine. Las primeras tienden a ser acústicas,
lo que facilita dotarlas de texturas inmersas en consabidas transparencias
polucionadas, no comportando su electrificación mayor obstáculo para ello;
mientras que los segundos, sin ralentizarse hasta alcanzar marbetes tan “escabrosos”
como el de la balada, vagan pedestremente lejos del medio tiempo.
Una cosa no quita la otra, por supuesto.
Sacharias no prescinde de instrumentación más tradicional, como lo demuestran
las baterías de “Espejo”, “Puerta Roja”, “Dame” o el track titular. Eso, para
no explayarme en el concurso de bajos, pianos, armónicas o saxofones; también hallables
en la travesía. A decir verdad, dichas participaciones contribuyen a realzar el
excéntrico perfil insular del unipersonal -bastante inasible por cuanto el lo
fi determina el enfoque de su acercamiento, no los géneros revisitados.
Quizá sea eso lo que más llama mi atención en
Fin: blues primordial, enteogénesis rítmica, power chords noventeros revestidos
de delay... No son éstos los territorios que frecuenta la Baja Fidelidad. De
esta guisa, viñetas como “Fin”, “Seremos”, “Ritmo 77” o “El Viaje De Ali”
revelan fantasmales guitarras lisérgicas, picapedreras percusiones de tangencial
corporeidad rockera, vocalizaciones que franquean el dintel de lo puramente
ambiental. Extrañas fisionomías las que confiere el registro a sonoridades usualmente
embebidas de precisión y nitidez luminosas.
Una curiosidad de cassette. Dependiendo de
los oídos que seduzca, puede mostrarse fascinante y/o intoxicante. Que sienta
más lo primero, sin embargo, no significa que a ratos no experimente lo
segundo.
Dos años después de su adictivo Soul's Whisper (‘21), The Slow Voyage entrega tercer esfuerzo en largo, bautizado
epónimamente. Eyectado en junio del ‘23, este nuevo álbum parece encaminado a
asentar definitivamente el polvo que levantara el cuarteto cuando su estreno
impactase el pétreo continente de venerables géneros rock soliviantados sobre recias
eléctricas y tormentas galvánicas de amperaje devastador.
¿Cómo así? Si en Time Lapse (‘17) había
lugar para discursos graníticos como el stoner o el space, entre otros, con Soul’s Whisper la cosa fue decantándose hacia los sonidos más cercanos al
psicodelismo sesentero y setentero. Para The Slow Voyage, ese proceso busca
cerrarse dando lugar a una rodaja cuyas raíces se hunden en la época dura del
rock ácido. A este respecto, la descripción provista por el grupo de Freddy
Lepe y Rodrigo Salamanca es más que reveladora: “...un magnífico impulso que se
asoma hacia el misterio de la existencia, el azar que palpita en cada ejercicio
musical, transita entre golpes y rasgueos que delatan cualquier intento fallido
de mantener la calma”.
Esa ascendencia psicodélica dice presente
desde “Mi Mente”, apertura del CD, y sobrevuela a éste incluso cuando TSV
cambia de registro en la postrer “Eyes Dub”. Como sucedía asimismo en Soul’s...,
la agrupación reserva la última tajada del pastel para delicias jamaiquinas,
aunque siempre en inquebrantable sintonía dubidélica. Añadiría que, esta vez,
también solar. The Slow Voyage es psicodelia de carretera, de fortísimas
conexiones con inmensidades desérticas, diurna y sumamente distendida. Sea en
la resplandeciente laxitud de “Great Day” o de “Let Me”, sea en el trote
milimétricamente cuadrado de “No Control” o de “Don’t Forget”, la naturaleza
dispersamente apolínea de la banda baña de luz casi cada rincón de la placa.
Durante muchos minutos, este The Slow
Voyage me ha recordado varios pasajes de Vanishing Point (1971), clásico
de culto para el subgénero road movie que pone en entredicho muchos de
los conceptos sobre los que se suele construir la idea -aceptada, bendecida- de
“normalidad”. Por eso me irrita un poco “Moonless Night”, que considero la
canción menos lograda del disco. No sólo su nombre desentona con el aura del
esférico, sino que suena fundada sobre los exactos opuestos que dan vida a
éste. La única que pondría en alerta al héroe Kowalski.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 13 de diciembre de 2023.)
Con el reloj a galope tendido rumbo a 2024, van
quedando en limpio algunas certezas relativas a determinados grupos y álbums de
los circuitos peruanos independientes. Una de ellas va asida al presente de Les Replicants, que ha decidido abandonar quién-sabe-si-definitivamente el
psicodelismo eterdrónico de su primera fase, en favor del trayecto iniciado a
tropezones por el excesivamente plano s l e e p / p a r a l y s i s / d ae m
o n 金縛り鬼(‘21).
Conforme dictamina la info disponible en
BandCamp, Buy, Get Sick & Buy, Then Die es un LP grabado el año
pasado. Su osamenta se nutre de un corpus de grabaciones de campo que el
individualista Walter Arellano realizara desde el ‘21, durante los largos viajes
que implican atravesar de un extremo al otro la megalópolis monstruosa que hoy es
Lima. Perpetuados en cinta, estos registros se han deformado/sublimado para
convertirles en arcilla a modelar/mezclar con un input expelido desde Korgs,
sintes ARP y guitarras tratadas. Respecto de estas últimas fuentes, todas
cosidas al esteticismo drone y al onirismo que favorecen el post rock y el
bliss pop.
Salvo por el empleo de la materia prima que
comportan los cassettes, hasta aquí no existen mayores diferencias entre este Buy,
Get Sick... y su antecesor. Es decir, si bien ha habido una conmutación de procedimientos,
ésta no se traduce en sonoridades total o parcialmente distintas. De hecho, si
no tienes un oído lo bastante fino/entrenado, no consigues distinguir del resto
los sonidos proporcionados por las “field recordings”. En cristiano, si estás
desinformado/a, ni te enteras de los alegados “cambios en los procesos” -y es
éste el talón de Aquiles que más difícil se les hace fortalecer a proyectos y
artistas empecinados en enarbolar la bandera de la “vanguardia del Sonido” (tanto
más complicado si pertenecen éstos al Tercer Mundo).
Éste, no obstante, es un esférico más logrado
que s l e e p / p a r a l y s i s / d ae m o n 金縛り鬼.
Esencialmente, Buy, Get Sick & Buy, Then Die es un único tema
dividido en cuatro secciones no equitativas. Cuando la apertura “I - Buy” comienza
a rasgar el aire que te circunda, el ambiente es inundado por una correntada de
ruido magmático, esparcido alrededor de un rango determinado de notas con
variaciones infinitesimales. Consecuentemente, mientras que en “III - & Buy”
el caudal se torna asaz tumultuoso, en “II - Get Sick” la riada es bañada por
matices más vívidos e incluso celestiales, aunque también ocasionalmente melancólicos;
y sólo rompe los armónicos cuando intenta hacer vibrar la propia atmósfera.
Súmese a ello lo redondo del canal de cierre,
“IV - Then Die”, cuya decena de minutos obra como síntesis intensificada de lo
expuesto en los tres anteriores: bliss, post, harsh... Sobre todo éter, mucho
éter. Esto último se evidencia en lo llevadera que se hace la jornada, de sólo
cuatro pistas y perduración equivalente a la del precedente capítulo -lo que comporta
una extensión promedio mucho más alta por track, y a despecho de ello una narrativa
sonora más atinada y ágil. De este modo, el aislacionismo asistólico de Buy,
Get Sick... concede nuevo crédito a Les Replicants en su actual discurrir.
Por ahora.
Desde los idus de octubre, se halla
disponible para su escucha en Internet el segundo volumen de las Geografías
Geométricas que el incansable Miguel Ángel Burga viene cocinando asociado a la germánica
Midira Records. Segunda parada de una trinidad a culminar pronto, la placa sucede
al gaseoso/fluido post rock formulado en Landing, revelando de paso una templada
alternancia entre dos de las facetas cultivadas por el ex Ácidos Acme -adviértase
que antes de Geografías Geométricas Vol. 1 aparecía Lass Dich Leiten, 7’’ que homenajeaba en plan
space drone a la desaparecida cantautora alemana Nico.
Geografías Geométricas Vol. 2 trepa la misma
cuesta que su mayor, esto es, la de drónicos omniacordes cuya pertinaz repetición
genera resultados opuestos a los que cabe esperar en circunstancias idénticas.
No en vano, la drone music es la heredera más representativa del histórico kraut
rock, afirmación con carácter de tautología hace lustros. Premunido de la misma
tenacidad que le amparaba en ...Vol. 1, Burga esculpe incorpóreas panorámicas
de una vastedad más allá de cualquier cualificación posible: lo bastante
uniformes para permanecer dentro de los linderos trazados por el credo drone, y
con los suficientes accidentes orográficos para rehuir la planitud o chatura en
que resbalan similares empresas mal dirigidas.
Si antes la inspiración provino del apu Arín
(2916 m.s.n.m.), ahora la provee el apu Charán (2950 m.s.n.m.). Si en el
principio fueron cuatro piezas, ahora son tres -aunque su naturaleza unitaria nunca
queda en entredicho, diferenciándose éstas sólo por la numeración otorgada. Sin
embarcarse en progresiones específicas, las vibraciones y resonancias de “Templos
Y Portales I” plasman sobre el dronismo sobresaturado brochazos de musicalidad,
que no es lo mismo que melodiosidad. Con todo, se muestran intactas la
fascinación cósmica y la línea orbital dura de la experiencia preliminar. Quizá
debido a su “corta” extensión (siete minutos y monedas), “Templos Y Portales II”
siembra sospechas sobre si efectivamente no está Miguel Ángel apostándolo todo
a una musicalidad iterativa. Esas dudas quedan planteadas a pesar de los retumbantes
trece minutos y pico de “Templos Y Portales III”, que no sólo subrayan los rasgos
supremos de “...I”, sino que asimismo les magnifican al punto de ofrecer una furibunda y escarpada tempestad de noise drone -suspendida muy arriba de nuestras cabezas,
felizmente.
Marzo del ‘24 es el mes previsto para la
salida de Geografías Geométricas Vol. 3, a la par de un 8’’ en plan
tributo a la artista estadounidense Maryanne Amacher. Hasta entonces, quienes
no se sacien con los sísmicos zumbidos de ...Vol. 2 pueden hincarle el
diente al aperitivo que supone Down In The Valley EP, breve artefacto con
el que el también ex Espira da rienda suelta a su melómana pasión por interrogar
otros horizontes estilísticos -concretamente, los que florecen a la sombra del
dub.
El mencionado extended consta de dos surcos. El
primero es una ácida versión -‘(CC Remix)’- del clásico de Ike & Tina “Proud Mary”, enterrada bajo innumerables telarañas de reverb ecodélico y dotada de
una vaporizada eléctrica de ascendencia neopsicotrópica (me imagino que los ex
esposos habrán sonreído cómplices al escucharla, donde quiera que estén). El segundo
se asume ‘Alternative Dub’ de “N Dub”, originalmente empacado para Landing
en toma mucho menos acelerada y tridimensional. Gracias a ambos, Down In The
Valley EP se posiciona en un curso mucho más próximo al de Lass Dich
Leiten 7’’, pese a que no se asimila completamente a éste.
Hacía buen rato que no audicionaba trabajos recientes
de Wilder Gonzales Agreda. El último que degusté, Contracultura (No Al Arte Falso) (11/21), alcanzó a coronar una trilogía que también integraron Rojo
(8/21) y Patrocinado Por El Gobierno (4/21). Dicha tríada desvirtuó mi
hipótesis inicial -expuesta en la reseña de Patrocinado...- sobre una tetralogía
editada durante el primer año y medio de la Pandemia. A la par, la mencionada
terna consolidó su formato como la media que viene sosteniendo el experimentado
músico/no-músico de Los Olivos por espacio de al menos 36 meses.
El problema no reside en la dificultad para
seguir tan vigoroso paso editorial, sin embargo, sino en las ganas para hacerlo.
¿Por qué? Porque desde Terrorista! (‘19) y Real Music For Real People
(‘20), comenzaba a ser notorio que Gonzales Agreda necesitaba mesurarse en
cuanto a sus lanzamientos de hálito extendido. Descontando la excepción de Patrocinado
Por El Gobierno, los últimos títulos del norconeño incluyen dos/tres
composiciones logradas y mucho material que 1) necesita más tiempo para
fermentar, o 2) se merece hacer efectiva la opción “vaciar la papelera de
reciclaje”. Nueve discos en un trienio califica como desaforado despliegue de
creatividad, algo que nada tendría de malo si al menos tres cuartas partes de
cada uno de ellos fuesen aventajadas exploraciones sónicas más allá de las
fronteras habituales -la conditio sine qua non a observar siempre por la música
que se asume de avanzada.
Durante el ‘22, Wilder subió a Internet un
trío de nuevas entregas: No Me Importa Lo Que Diga La Gente (abril), Volador
(mayo) y Perdido (agosto). Ya que Contracultura... me había
dejado completamente exánime (en el mal sentido del término), no las escuché, y
por eso les concedo el beneficio de la duda. Entonces, a inicios de este ‘23 que
ya se muere, oí en calidad de adelanto exclusivo lo nuevo del olivense. “Sirenas”
me sonó insólitamente kraftwerkiano, como deslizándose entre el Computer
World (1981) y el Electric Cafe (1986), sólo que abstrayendo las
secuencias hasta hacerlas resonar en el Vacío. Un soplo de frescura que así y
todo no me bastó para adentrarme en los vericuetos del CD estrenado hace ocho
meses. Hasta ahora.
Anti Argolla Peruana podría catalogarse
como un intento serio de reinvención. El puzzle de “Post Huayno”, que se
adhiere al sonido vernacular de la zona central altoandina, acaba sugiriendo por-no-sé-qué-cortocircuitos-mentales
conexiones con aquello susceptible de describirse como mutante “post free jazz
digital”. Ciertamente una creación insular, si bien el resto del repertorio contiende
por sortear todos los lugares comunes en que ha incurrido el otrora Fractal en
años posteriores a Paraísos, Revoluciones Y Tú (‘17). Ahí figura “Rave
En Mi Alma” y su paulatino engrosamiento IDM, tras un despegue estilizado y
mistérico. También “Tenjira”, en la línea del intelligent techno clásico de
inicios de los 90s, sesudo sin cruzar el puente hacia intrincamientos gratuitos
y contenido a fin de evitar dar el salto a las músicas de aspiraciones pélvicas.
Otro tanto podría asegurarse de “Quiero Ser Una Haba”, sólido ambient noise
aislacionista que estimula los desarrollos sinápticos consagrados al ocio -los
más delectables.
Como es claro, Gonzales Agreda no abandona la
liza. Se mantiene en las mismas coordenadas estilísticas que fatiga desde hace
decenios. Lo interesante es que se ha afanado en mover su flama a través de éstas,
utilizando vectores que dibujan todo un proceso de convección. Hubiera logrado
completarlo, dando paso así a una nueva reinvención, sino fuera porque el
epílogo de Anti Argolla Peruana le lastra. Y sí, es verdad que “1994” y “En
Este País Todo Es Mafia” no empañan la buena performance antes descrita, mas sí
le impiden quedar redonda. Y una reinvención, como la de Lima Norte Metamúsica
por ejemplo (‘14), no puede ser menos que perfecta.
Se suele confiar en que a cada gran luchador
siempre le queda una última pelea dentro. AAP, probablemente el mejor
disco del buen Wilder desde el ‘19, me cura del susto y hace que renazcan mis
expectativas en que el man todavía tenga música/no-música valiosa que ofrecer
como artista avant garde. Que ello suceda después de muchos años de vacas
flacas, acaso en el balance sea puramente anecdótico. Pero de todas formas, alguien
se lo tenía que decir.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 30 de agosto del 2023.)
Afirmaba hace un par de años que los últimos
lanzamientos de Carlos García le aterrizaban en el lugar exacto al que éste
parecía haber aspirado llegar siempre, si bien hacía la salvedad de realmente
no tener el 100% de certeza acerca de ese destino (“...con lo inquieto que es...”).
En buena hora incluí la atingencia.
Sin el apañe de sus ¿reales? ¿imaginarios?
Monsters De Comida, Zetangas ha publicado pasada la quincena de junio su séptimo
álbum de estudio, que constituye una sorpresa por cuanto no guarda relación
alguna con aquello mostrado en Vacuum Phases (‘21) o en el mayúsculo 22/09/1953
(‘19). Tamaña circunstancia se anuncia desde la carátula de estas Sesiones
Intangibles, elaborada a la antigua montando diversas imágenes -dibujos,
motivos geométricos modificados, una añeja foto- a la usanza del formato
collage, que invoca estados de ánimo simultáneamente placenteros/recreativos/juguetones
(cf. los créditos de apertura de Juno).
¿Cuánto de esto se ve reflejado en el
contenido del nuevo artefacto? Bastante. Con quince pistas y apenas 31 minutos,
Sesiones Intangibles empieza su andar de la mano de un track marcado por
la estética del dub y por el backbeat consustancial al género que hizo famoso
(a) papá Marley. Es “Natura Concreto”, entonces, un inicio impensado. Tanto
como la dirección del subsiguiente “Pepino De Mar”, de osario pop y de guitarra
cuya digitación límpida y fluida remite instantáneamente al maestro/genio Vini
Reilly (The Durutti Column). Lo curioso es que, por lo menos hasta casi el
final del segundo tercio del CD, el guitarrista hoy radicado en Suecia trenza
ambos filones con precisión y regularidad infalibles.
Tenemos de un lado, pues, ecos del 4/4
jamaiquino que se presentan diluidos (“Abisal”), tribalizados (“Fantoche”), marinados
en la tradición afroperuana (“Altitud De Crucero”). De otro lado, pop no
precisamente inmaculado pero sí circunspecto (“Asta”), fibroso y ligeramente
experimental (“Carnaval Rojo”), que guiña a las acuarelas del legendario mancuniano
(“Emérita Análoga” tiene toda la pinta de corte firmado por TDC). En medio, un Zetangas
devoto del miniaturismo, que a veces confunde las proporciones y se acuerda de
sus viejos tiempos (“Estilo Turco”), y que para la ocasión flirtea
apasionadamente con el wah-wah.
“Lo Sigo Buscando. Ya Lo Encontré!” funciona
como cuña que rompe la incesante oscilación de Sesiones Intangibles. La
claridad del registro se ve empañada por la voz filtrada de García, extendiendo
ese manto lo fi hacia el resto de la composición, de remolona melodía indie.
Esto vuelve a ocurrir en el divertido “Y Es Que Los Dioses!”, número de
despedida del disco, quedando los canales entre éste y “Lo Sigo...” exiliados a
un limbo donde por fin desaparecen las tranqueras estilísticas de cada ingrediente
empleado (excepto el rasta, que ya no vuelve a figurar). Pop sesudo, que se
vale del wah-wah (“Rayo Geométrico”) lo mismo que del didgeridoo (“Shuri”), y
que nos regala otra vuelta de tuerca con el mestizaje acogedor/demoledor de “Viringo”.
Dejo sentada mi protesta: difícil adivinar, de esta guisa, qué hará Zetangas para
su próximo larga duración.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de agosto del 2023.)
Mi primera vez con La Mode sabiendo que lo
que estaba sonando era La Mode, no fue realmente mi primera vez. Como supongo
le sucedió a mis demás coetáneos/as, a punto de cumplir nueve recién comenzaba
a descubrir la radio, y ésta rara vez emitía el single más exitoso de esos españoles.
Curioso, ya que entonces -primera mitad de los 80s- se vivía en Latinoamérica el
“boom del rock en castellano”. Me estoy refiriendo, claro está, al 45 rpm “Enfermera
De Noche”.
Pasó mucho tiempo antes de que la legendaria
formación de Fernando “El Zurdo” Márquez se me revelase en todo su esplendor. Era
1992, y en casa de un amigo que por esos años vivía ilusionado con la “trova latinoamericana”
di con un mixtape confeccionado en La Colmena. A la cinta la escoltaba la llana
denominación de Post Punk Españoles, e incluía abriendo el lado B “El
Único Juego En La Ciudad”. Fue un amor a primera escucha, que se fundió con mi
piel en Cuzco durante el verano del ‘94, y el inicio de un culto entre algunos/as
de quienes hasta ahora son compas muy cercanos/as. No faltarían, después, más
instancias decisivas: el redescubrimiento de “Enfermera De Noche”, la
adquisición de la obra íntegra de La Mode registrada junto a Márquez a través de
la recopilación triple Todas Sus Grabaciones 1982-1984 (se editaría un
LP más sin él, antes de la ineluctable disolución), la certeza de no ser la mía
la única colectividad de weirdos que se había enamorado del terceto (Cocó Revilla
de Silvania y Ciëlo les reivindica en entrevista concedida a Freak Out!,
publicada en el cuarto número), etc.
De manera que, cuando me llegaron nuevas
fresquitas relacionadas a la confección de un homenaje doble dedicado a La Mode
y a Paraíso -primera experiencia de Fernando posterior a Kaka De Luxe, este
último-, me lancé a averiguar de inmediato si las noticias tenían fundamento. Y
pues sí. Canciones De Verano Y Costa: Un Tributo Del Pop Español A Paraíso Y
La Mode ha sido orquestado desde Valencia por Vicente Ribas, y contiene
versiones variopintas de veintidós clásicos pertenecientes a ambas alineaciones.
Previsiblemente, la mayoría de participantes es valenciana, aunque también los
hay de otras regiones -y hasta uno que otro ilustre contemporáneo del
entrañable combo, responsable de las canciones acaso más sofisticadas de su
época, producto de su afición por la new wave y la estética new romantic, y de su
pasión por el synth pop y el talento de Brian Ferry.
Precisamente es la recordada Casilda
Fernández, vocalista de Estación Victoria, quien rompe los fuegos de la primera
rodaja con una enérgica relectura de “Aquella Canción De Roxy”. Basándose en la
versión LP del tema, cuya contraparte 7’’ era bastante distinta, la madrileña
hoy radicada en Jávea -Alicante- cierra flancos reagrupándose con sus excompañeros.
Rebautizados para la ocasión como Casilda Y Victoria, su excelente toma
prescinde del grueso de la ornamentación filo-electrónica del original, entregándose
a una performance mucho más rockera -que flirtea con la letra de uno de los éxitos
más memorables de EV (“Cita En La Embajada Francesa En Saigón/Oh, Mon
Dieu! C'est La Mousson”).
Muchas de las interpretaciones que encuentran
cabida en Canciones De Verano Y Costa... se hallan fundamentadas en un
pop/rock atemporal y en las variantes mínimas que de esta asociación se desprenden.
Ese rasgo tiende a nimbar al díptico de una impresión de uniformidad, impresión
si bien varias veces corroborada, nunca al 100%. En efecto, no son Los Viernes
(“Y Al Final Carolina”), Arcanodia (“La Teoría De La Relatividad”), Scrig (“El
Eterno Femenino”), Sauna Bytes (“Mi Dulce Geisha”), Última Emoción (“Cita En
Hawaii”) o Los Inhumanos (una jubilosa “Las Chicas De La Inter”); lo mismo que
Jon Dove (“Amor En Taxi”), Falsa Pasión (“Wild Puppets (We Love You So)”), El Aviador
Dro Y Sus Obreros Especializados (“La Estrella De La Radio”), Los Radiadores (“Makoki”),
Amiga Mala Suerte (“No Te Equivoques”) o Uve Eme (“Aquella Chica”). Si bien ninguno
de ellos consigue poner de vuelta y media las brillantes creaciones de La Mode,
los primeros por empeño y ganas no quedan, mientras que los últimos no ensayan
mayores variaciones respecto de los modelos (o dan peligrosos pasos en falso).
Sorprende, para mal, que sea justo en este segundo grupo donde se sitúan dos
históricos de la movida española de hace cuatro décadas: El Aviador Dro... y Falsa
Pasión.
Salvo excepciones como la de Casilda Y
Victoria, son las versiones que se salen del molde las que mejores resultados
obtienen, pese a que ello no comporta una regla. Sí es el caso de Mist3rfly, cuya
relectura de “Enfermera De Noche” se vuelca completamente al electro. También es
el de Los Detectives, el otro ensamble que nace tras la desintegración de
Paraíso, quienes perpetran una ejecución punk de “Sé Una Chica De Hoy” con guiños
al fundacional EP de Kaka De Luxe (y menos sutilmente a los Ramones). Y es el
de Víctor Eme y SERCH. (sendas fantásticas reinvenciones electrónicas de “La
Evolución De Las Costumbres - Radio Edit” y “En Cualquier Fiesta”), así como el
de Matamala (lúdica revisión punk de “Para Ti”).
El premio gordo, sin embargo, se lo lleva
Juegos Nocturnos. Este proyecto, que une a dos referentes imprescindibles de la
movida ibérica (Per Mertanen de Décima Víctima y Jesús Amodia de P.V.P.), deconstruye
la magnífica “El Único Juego En La Ciudad”; rearmándola a punta de generosas
dosis de espacioso dub y de un tridimensional reggae en clave roots. Quién
hubiera pensado que tal cosa sería posible. Ni el mismísimo “Zurdo”, creo,
cuyas maravillosas composiciones al lado de Mario Gil y Antonio Zancajo permanecen
como uno de los picos a los que llegara la escena independiente ochentera, hija
desafiante de la España liberada de la tiranía franquista.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de marzo del 2022.)
Casi una singularidad cuántica la
resurrección de Tech Vibes. Más allá de testimoniar su chamba mediante registros
sonoros, el último de los cuales vio la luz en el ’10, parece ser que la
aventura solista de Eduardo Otayza alargó la existencia performando en fiestas
underground, premunida de sintes y tornamesas. Lo de “resurrección” queda,
pues, relativizado -mas no del todo en offside: prácticamente ninguna de estas raides llegó
nunca a mi conocimiento.
En rigor, no sé en qué momento da inicio a
este proyecto Otayza, 50% del recordado dúo El Paso, uno de los nombres que
aparece a prima facie en los anales del ambient pop peruano. Sí tengo claro,
por otro lado, que su referencia fundacional aparece en el ’09: fue ésta el
single virtual “Telepathy”, que además del tema titular contenía un remix de “Sleepers”,
composición de Ghosts And Strings a.k.a. Los Veneremos -olvidada alineación
de indie enteogénico que mereció mayores suerte y repercusión que las cosechadas
(∅) por su unigénito Como
El Agua Que Desaparece De Mis Manos EP (2008). Tanto el 7’’ como el
extended aludidos se editaron a través del BandCamp de Dorog Records, propiedad
de Giancarlo Samamé, el otro fifty de El Paso. Desgraciadamente, ni uno ni
otro se encuentran ya disponibles para su deguste online.
En la dirección adjudicada a Dorog en Internet Archive, en cambio, todavía puede escucharse/descargarse el opus mencionado
en el primer párrafo. Aunque Otayza le considera EP, lo único que le relaciona
a ese formato es la inclusión de “Telepathy” en diversas mezclas (4). Con el
añadido del remix de “Sleepers” y de una reconstrucción de “Llévame” de El
Paso, los más de dos tercios de hora de Telepathy se hallan lejos de
adaptarse a la duración promedio de un extended. Tras de sí, el silencio rodeó esta
faceta del músico. Verdad que siguió creando y tocando, primero como parte de los
neopsicodélicos Transparente y después facturando electrónica mestiza bajo las
enseñas de Sonidos Profundos De La Cumbia -reducido posteriormente a Sonidos Profundos. Pero de Tech Vibes, no se volvió a saber nada. El último 18 de
enero, Chip Musik colgó para libre descarga el debut en largo oficial del alias,
clausurando así una espera de doce calendarios que no sabía era tal -ya que, en
mi opinión, TV era otro acto de tantos que han pululado efímeramente en la escena
independiente perucha. Celebro haberme equivocado.
Es arriesgado afirmar que ha habido una metamorfosis
completa entre el individualista cuyo sonido quedase asentado antes en “Telepathy”
y demás, y el que ahora detona beats a discreción en Escape. Auscultados
ambos de cerca, el mapeo genético arroja el mismo resultado: un ejecutor de
tech house lo bastante curtido como para saber/intuir cuándo y -sobre todo- cuánto
tirar de las riendas/expandirse cual gigante roja rodeada de audiogalaxias. No
obstante, sí puede asegurarse que se ha producido una transformación
significativa en el perfil con que actualmente se identifica dicho ejecutor. La
vibra del primer Tech Vibes conectaba espontáneamente con artífices de ese dance
rock forjado en la resaca posterior a los días de gloria de Madchester: en su
interior, palpitó alguna vez el big beat de Underworld, Propellerheads, The
Crystal Method y Leftfield.
En una esquina distinta, el groove del
segundo Tech Vibes opta por apertrecharse de una robusta stonura dub. El terso
grosor con que el wobble bass hila dédalos de ingrávidas texturas tridimensionales
alrededor de “Revelation” o de “The Light” ejemplifica con fecundas dosis de
reverb la arista acaso más evidente del credo que hoy abraza la técnica del
músico limeño -sobrios contrapuntos de esos números vendrían a ser las melodías
gemelas “Skull And Bones” y “Unknown Love”. Por contraste, en tracks como “Stay”
o “Ghost Love”, y en menor medida “Vibración Solar” (remezcla del corte de
Transparente que figura en su esférico del ’09, Nova); las
programaciones abandonan la acompasada voluptuosidad de sus pares en favor de una
impetuosa y enérgica cinemática espacial que acerca al solista a la línea de
geométrico intelligent techno líquido en torno a la que rota el grueso del
catálogo Chip Musik.
La mayoría de estos rasgos -dub, sabrosas secuencias
de étnica mimesis, velocidad IDM, ragga estilizado, médula tech house- converge
en el remate de Escape. Distinguido con el sampleo de una femenina voz de
prosapia soul, “Lately” es el sueño húmedo que auguraba el cruce ni-tan-imposible
entre un trío de tribal techno como los británicos Bandulu y un iluminado esteta
de la Ciudad Motor como el afroamericano Carl Craig (cf. “Better Nation” del estreno
de los ingleses, Guidance). En el caso de Tech Vibes, la manera más
apropiada de cerrar un disco con que volver al ruedo, de encarar esa afrocentrista
utopía futurista que tantas veces prometieron los 90s -y que jamás llegó.