(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de junio de 2024.)
Habitualmente inclinada hacia sintetizadas
alofonías de resolución estándar o borrosa, no deja de ser insólito encontrar cada
tanto en la nómina de
Poxi Records un proyecto como Sacharias. Es cierto,
figura también allí
Talismán, pero ésa es otra de las contadas excepciones dispuestas
a refrendar la regla. De cualquier forma, y pese a divergencias de estilo, este
misterioso individualista observa el principal distintivo estético de la independiente
santiaguina -el lo fi.
Fin, al que todo sindica como debut del
acto, se construye a partir de guitarras y de sencillos patrones rítmicos
programados utilizando una drum machine. Las primeras tienden a ser acústicas,
lo que facilita dotarlas de texturas inmersas en consabidas transparencias
polucionadas, no comportando su electrificación mayor obstáculo para ello;
mientras que los segundos, sin ralentizarse hasta alcanzar marbetes tan “escabrosos”
como el de la balada, vagan pedestremente lejos del medio tiempo.
Una cosa no quita la otra, por supuesto.
Sacharias no prescinde de instrumentación más tradicional, como lo demuestran
las baterías de “Espejo”, “Puerta Roja”, “Dame” o el track titular. Eso, para
no explayarme en el concurso de bajos, pianos, armónicas o saxofones; también hallables
en la travesía. A decir verdad, dichas participaciones contribuyen a realzar el
excéntrico perfil insular del unipersonal -bastante inasible por cuanto el lo
fi determina el enfoque de su acercamiento, no los géneros revisitados.
Quizá sea eso lo que más llama mi atención en
Fin: blues primordial, enteogénesis rítmica, power chords noventeros revestidos
de delay... No son éstos los territorios que frecuenta la Baja Fidelidad. De
esta guisa, viñetas como “Fin”, “Seremos”, “Ritmo 77” o “El Viaje De Ali”
revelan fantasmales guitarras lisérgicas, picapedreras percusiones de tangencial
corporeidad rockera, vocalizaciones que franquean el dintel de lo puramente
ambiental. Extrañas fisionomías las que confiere el registro a sonoridades usualmente
embebidas de precisión y nitidez luminosas.
Una curiosidad de cassette. Dependiendo de
los oídos que seduzca, puede mostrarse fascinante y/o intoxicante. Que sienta
más lo primero, sin embargo, no significa que a ratos no experimente lo
segundo.
Dos años después de su adictivo Soul's Whisper (‘21),
The Slow Voyage entrega tercer esfuerzo en largo, bautizado
epónimamente. Eyectado en junio del ‘23, este nuevo álbum parece encaminado a
asentar definitivamente el polvo que levantara el cuarteto cuando su estreno
impactase el pétreo continente de venerables géneros rock soliviantados sobre recias
eléctricas y tormentas galvánicas de amperaje devastador.
¿Cómo así? Si en Time Lapse (‘17) había
lugar para discursos graníticos como el stoner o el space, entre otros, con Soul’s Whisper la cosa fue decantándose hacia los sonidos más cercanos al
psicodelismo sesentero y setentero. Para The Slow Voyage, ese proceso busca
cerrarse dando lugar a una rodaja cuyas raíces se hunden en la época dura del
rock ácido. A este respecto, la descripción provista por el grupo de Freddy
Lepe y Rodrigo Salamanca es más que reveladora: “...un magnífico impulso que se
asoma hacia el misterio de la existencia, el azar que palpita en cada ejercicio
musical, transita entre golpes y rasgueos que delatan cualquier intento fallido
de mantener la calma”.
Esa ascendencia psicodélica dice presente
desde “Mi Mente”, apertura del CD, y sobrevuela a éste incluso cuando
TSV
cambia de registro en la postrer “Eyes Dub”. Como sucedía asimismo en
Soul’s...,
la agrupación reserva la última tajada del pastel para delicias jamaiquinas,
aunque siempre en inquebrantable sintonía dubidélica. Añadiría que, esta vez,
también solar.
The Slow Voyage es psicodelia de carretera, de fortísimas
conexiones con inmensidades desérticas, diurna y sumamente distendida. Sea en
la resplandeciente laxitud de “Great Day” o de “Let Me”, sea en el trote
milimétricamente cuadrado de “No Control” o de “Don’t Forget”, la naturaleza
dispersamente apolínea de la banda baña de luz casi cada rincón de la placa.
Durante muchos minutos, este The Slow
Voyage me ha recordado varios pasajes de Vanishing Point (1971), clásico
de culto para el subgénero road movie que pone en entredicho muchos de
los conceptos sobre los que se suele construir la idea -aceptada, bendecida- de
“normalidad”. Por eso me irrita un poco “Moonless Night”, que considero la
canción menos lograda del disco. No sólo su nombre desentona con el aura del
esférico, sino que suena fundada sobre los exactos opuestos que dan vida a
éste. La única que pondría en alerta al héroe Kowalski.
Hákim de Merv
Yop. No entendí ni madres wey, pero ya pude ver tu blog porque ni me acordaba cómo se llamaba
ResponderBorrarSea cual fuere el caso, siempre eres bienvenida, amor mío.
Borrar