Por decir lo menos,
es particularmente llamativa la rapidez con que la costa norte del país se está
consolidando como plaza fuerte de nuestra geografía rockera independiente. A los
de Fiesta Bizarra, Entre Asteroides y Ancestro; se hace ahora necesario sumar
el nombre de Desert Gang. Este trinomio comparte géneros con los dos últimos, pero,
a diferencia de ellos y de FB; no pertenece a la escena trujillana. Jonathan
Segura (bajo), Cristhian Sarmiento (batería) y Francisco Vascones (guitarra)
son naturales de Nuevo Chimbote (Provincia del Santa), Ancash -en el límite
departamental con La Libertad.
Como lo demuestra
su primer lanzamiento, Demo EP (2018),
a estos porteños les fascina cultivar una tremenda fijación por el clásico
sonido pesado de fines de los 60s y principios de los 70s. Desde el scratch que
le imprimen a “Sombras”, hasta la calculadamente avejentada carátula -ya un
lugar común entre los exponentes stoner rock y de territorios cercanos (los
extraordinarios colochos Red Sun Cult son un clarísimo ejemplo)-, se respira un
indiscutible saborcillo oldie. En
efecto, y por afinidad, lo más cerca que se halla DG de sonar stoner es “Set Me
Free”: el grupo prefiere imbuir a éste y al resto de temas de un embriagante feeling
heavy psych setentero -que evoca el debut epónimo de Black Sabbath, jirones del
mejor Hawkwind, el lado más blues de Led Zeppelin y Grandfunk...
Cuatro canciones concebidas
sobre la laboriosa performance de Vascones y Segura, digna de dragones de
silicio ocre enroscados en una danza/lucha elíptica. La mención honorífica va
para ellos en lo que atañe a este cumplidor ejercicio de power blues (lo otro
que de power tiene el trío). Un diligente inicio de gustillo añejo.
Otros que también
le entran al stoner rock y a la estética heavy psych son los capitalinos de
Rito Verdugo. Formados en el 2014 y bautizados así recién el año pasado, editaron
en julio de este 2018 su referencia discográfica inaugural, Cosmos. Oportunidad tuve de escucharles en
directo en el Hensley de Monterrico, la misma noche que tocaban Culto Al Qondor
y La Ira De Dios, y el nombre se me quedó pegadazo.
Llenas de un groove
ácido, las pistas de Cosmos
descienden de zappeos en clave de psicodelia garagera. A ese contexto
específico, la banda ha trasladado riffs hegemónicamente metálicos. Así, la
apariencia de RV es la de un imponente panzer, pero la inaudita agilidad de su
sección rítmica, que pisa a fondo el pedal a pesar del tonelaje de sus robustos
graves; le convierte en un tanque ligero de combate, adecuado para blitzkriegs
de pelaje doom y/o en LSD.
Nueve proyectiles a
cual más pulido y calibrado que el anterior -podría enumerar “Prisionero”,
“Cosmos”, “Esclavo”, “Inerte” y seguiría echando de menos el impacto y la
absorción atómica de los demás. Aniquilador estreno del cuarteto que componen Álvaro
Gonzales (segunda guitarra), Rodrigo Chávez Garcés (guitarra y voz), Luis
Rodríguez Chávez (batería) y Carlos Del Castillo (bajo); mismo que abrirá para
Earthless, tótem absoluto de la escena stoner mundial, en su visita de noviembre
próximo.
El perfecto revés del
extended de Desert Gang -como para escucharles uno tras otro, en una dirección
u otra.
Actualmente
residiendo en Lima, Erick Baltodano (guitarra) es originario de Trujillo. La
semilla de Artaud se plantó en la capital de La Libertad, y por lo tanto
adscrito a esa región debería considerarse el grupo que fundase al lado de su
hermano Boris (bajo).
En un inicio power
trío -completaba la alineación Jorge Ramírez (batería)-, Artaud, cuyo alias
homenajea al padre del teatro moderno, el francés Antonin Artaud; debe haberse
nucleado en un punto entre el 2012 y principios del 2013. En marzo de ese
último año se graba su single primerizo Triángulo,
autosindicado como demo, y para diciembre del mismo 2013 se redondea el espléndido
mini-álbum El Nuevo Evangelio De Artaud,
con Rhomán Urquizo reemplazando a Ramírez (catalogándosele asimismo de demo).
Un lustro después, Erick
Baltodano, único sobreviviente de la formación original -Boris pasó a las filas
de Ancestro, que ya ha merecido sendas reseñas en este blog-; recupera a Artaud
con el que debe considerarse su primer tomo en regla, elegido entre tres finiquitados
en el 2017, cada uno concebido por formaciones diferentes. Cábala, grabado en Lima en octubre pasado con Baltodano en guitarra
y theremin, el mexicano Martín Escalante encargado del saxo, Juan Francisco
Ortega en el teclado, el The Terrorist Collective y ex Cholo Visceral Israel
Tenor acreditado en “machete” y a las baquetas, y el reconocido músico Teté
Leguía (Gomas, Tanuki Metal Yonin Plus, Space Bee, Trío Nuna y un fantastillón de experiencias
más; incluso lleva adelante un proyecto asociado a Escalante que ya cuenta con
un registro epónimo) en el bajo; ha sido publicado en físico, lo mismo que el Cosmos de Rito Verdugo, por Necio
Records.
Álbum conceptual de
dos movimientos sin pausa, Cábala
“cuenta” en sus 27 minutos y tanto la historia de dos caballos: “Cábala” y
“Réplica”. El primero es una bestia joven, dueña de su destino y de su vida. El
segundo es un animal viejo, próximo a morir, resignado ante la certeza de su
desaparición y sereno ante la perspectiva de unirse a la tierra sobre la que
cabalgó toda su existencia. El disco no tiene voz ni letras, pero ambos relatos
no las necesitan.
Si antes Artaud se
valía del revival psicodélico impulsado por el stoner con el cambio de siglo,
ahora se ha liberado de esa constante para dar lugar a una jornada invadida de
improvisación. “Cábala” son 20 minutos y pico de un caos desbocado, como
corresponde a su protagonista, que en su galimatías no conoce de límites ni
restricciones. Esto no es jazz, ni psicodelia, ni space; sino los tres a la vez,
y más. Ya sea que galope enloquecido o se detenga brevemente para ramonear, el
saxo de Escalante siempre está ahí -alcanzando el paroxismo supremo cuando ulula
hasta emular el desesperante chirrido de un caballo relinchando.
“Réplica” son casi
7 minutos de improvisación más reposada, como corresponde a su protagonista, y abunda
en formas más reconociblemente rockeras. Sus medios tiempos se adaptan al trote
regular que cabe esperar aquí, o al menos así lo parecen después de la virulenta
intensidad de su predecesor. Las revoluciones bajan progresiva aunque
imperceptiblemente, hasta que el track se extingue en medio de sonidos
extraídos de la naturaleza -que, en realidad, lo han acompañado todo el tiempo:
el gorjeo de los pájaros, el sonido del viento, el golpeteo incesante de la
lluvia, el fragor del trueno, etc.
Sospecho que no ha
sido directa inspiración para Artaud, pero de todas maneras crucial, así que
apunto el hecho: tanto en su propio BandCamp como en el de Necio Records,
Baltodano consigna un fragmento del poema “Balada Para Un Caballo” de nuestro
aedo Jorge Pimentel, que rematará estas líneas. La glosa calza tanto con la
obra sonora como con la portada -ideada por Erick, quien produce junto a Camilo
Uriarte (El Aire). Tumultuoso y levantisco, pero sobre todo inusual debut.
“Yo sabía
lo que le sucede a
un caballo en la ciudad. Y
por ello me
mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede
lo que tiene que suceder. Pero si yo
me rebelo y
persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un
medio donde la civilización se mata
y permanecen odios,
prefiero ser caballo. Mojaré
la tierra con mis
orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y
me uniré a las manadas para galopar
hacia la vida, para
mantenernos unidos y vencer,
para no estar
solos, para volvernos verdes-azules-amarillos
anaranjados-rojos y
trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin
límites.
Seré libre así y al
menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco”.
Hákim de Merv
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