(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 15 de febrero del 2017.)
Meses atrás, Ronald
Sanchez publicó para su escucha en SoundCloud el resultado de un taller
realizado en Ecuador bajo el alias de Arquitectura Sonora. La pieza,
“Vestigios”, se compuso en colusión con los asistentes a dicha experiencia.
Entonces me preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que el músico retomase su
faceta como Altiplano, acto peruano que le diera a conocer y que fijó las
coordenadas desde las que se ha trabajado casi la totalidad de títulos firmados
por él.
No transcurrió
mucho desde Arquitectura Sonora, pero sí desde Caral (2012). Inevitablemente. Tras el debut La Corte Cósmica (2005), los efluvios kraut rock/post rock de las
primeras composiciones altiplánicas fueron sublimándose en sincronía con el
creciente interés del dúo por las músicas vernaculares prehispánicas
-especialmente, aquellas anteriores al advenimiento del Tahuantinsuyo. En esa
senda, Sánchez comenzó a participar en instalaciones solventadas por museos,
asociaciones culturales, entidades gubernamentales y no gubernamentales; dentro
y fuera del país. Esta suerte de dinámica simbiótica produjo un efecto de
retroalimentación en la música de Altiplano -al punto de que, a día de hoy, ya
no se ajusta a la realidad seguir definiéndole como “pop de vanguardia”.
Y es que Altiplano
ha terminado de transmutarse en un organismo capaz de bucear entre los
alfabetos sonoros del pasado preincaico, para darles nueva vida en el presente
y acercarlos reinventándolos, investigando constantemente las pocas fuentes de
las que se dispone. Para Sueños Saparas
(Antaras, 2016), la cosa ha debido ser castaño oscuro, ya que su eje temático
es la cultura de la etnia sapara -que habita en las selvas limítrofes de Perú y
Ecuador.
En el caso de las
poblaciones aborígenes de la selva, parece más difícil hurgar en la memoria
sonora. No es que sea ni tan fácil en el caso de los pueblos cuyo hábitat se
situara en la costa, pero al menos éstos han dejado testimonios de sus músicas
y hasta de cómo entendían el Sonido empleando representaciones gráficas que han
llegado hasta nosotros a través de ceramios, de telares, de murales dispuestos
en sus construcciones... De estas tres expresiones artísticas, los pueblos
originarios de la selva no han cultivado ninguna -aunque sí tienen una
equivalente a la de la cerámica en frío: el mate burilado. Con ellos, pues, no
sólo se debe recurrir a la arqueología para interrogar las melodías de sus
ancestros; sino también a una antropología del Sonido.
Sueños Saparas es el disco que Altiplano ha orquestado
gracias al financiamiento de una ONG ecuatoriana, y que acompaña al libro La Cultura Sapara En Peligro. ¿Otro Mundo Es
Posible? -o viceversa, claro: el libro acompaña al disco. Tanto uno como
otro reivindican la denominación correcta de la etnia sapara, pues si bien
googleando se encuentra no poca información sobre ella, se la consigna siempre
como “zápara”. Ignoro si sólo para SS
o si se quedará así al menos durante un tiempo, el hecho es que Sánchez ha convertido
a Altiplano de nuevo en un grupo. Eloy Uribe y Fred Clarke se ocupan de los
vientos, Carlos M. Torres -el otro miembro en la fase dual de Altiplano- se
encarga de la guitarra y los efectos, y el propio Sánchez va en teclados y
arreglos (además de colaborar en los vientos). Mezcla y masterización han
corrido por cuenta de Rodrigo Bravo.
“Vientos...
¿Podrías ser más específico? ¿Y la rítmica? ¿Dónde está la batería?”. No
habida. Sueños Saparas se ha armado
usando esencialmente instrumentos oriundos de la Amazonía: un tablasiku de
caña, una antara de hueso, tambores de madera y cuero, una trompeta cerámica
(¡¡¡¡!!!!), un sonajero con semillas y mostacillas... La logística
contemporánea se ha limitado a la guitarra, a los teclados, a los
sintetizadores. Todo lo demás tiene orígenes que, aunque aceptan el
calificativo de pre-incaicos, es más acertado catalogar como ajenos a la
influencia del incanato -incluyendo las voces registradas para el álbum, todas
ellas pertenecientes a personas de la etnia en cuestión.
No es Altiplano el
único en haberse planteado una jugada parecida. Ahí está también Apeiron 432,
banda mexicana de propuesta similar, que incluso se concibe como proyecto de
“ambient electrónico con instrumentos étnicos y prehispánicos”. La diferencia
radica en que los cuates son algo pretenciosos y teatrales, tienden
inconscientemente a la new age más convencional, mientras que lo de los
peruchos es un intento serio por “re-mostrar” esta música precolombina. Sueños Saparas habla de un mundo
antiquísimo que poco o nada ha cambiado desde sus raíces. Es una mística
lujuriosa la que guía su viaje -mística, en tanto evoca un mundo virgen para el
ignorante urbanita promedio; lujuriosa, como la inextricable selva misma. El
plástico está abarrotado de una espiritualidad avasallante, anterior a todas
las religiones reveladas, obviamente animista. Esta cualidad, aunada a los
sonidos cristalinos y serenos propuestos por Altiplano, induce a una suerte de
clímax trascendental -su justo nicho debe encontrarse a medio camino entre
Popol Vüh y Deep Forest. Sueños Saparas
reformula así un legado sonoro intuitivo que musicaliza desde tiempos
inmemoriales los sentimientos, impulsos e ideas de un grupo humano -que, de
otro modo, estaría condenado a ver perder su memoria colectiva.
Linkeo el tema
“Nujiña (Path)”, que me parece el más logrado de esta entrega.
Hákim de Merv
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