(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 18 de abril del 2013.)
Algo de
reconciliación hubo el 17 de abril del 2013 entre mi ciudad y yo. Lima -y ese
perfil se extiende a casi todo el Perú, país aplastantemente tropical-andino-
no es una ciudad rockera. Alguna vez lo fue, con una escena undeground vivificante
que tomaba por asalto las calles e intervenía incluso peñas criollas (ajjjj
para estas últimas). Hoy Lima es más un refugio de enajenados mentales, que se
enganchan a esperpentos televisivos a cual más estupidizante que el anterior,
que se esclavizan con horarios de trabajo inmisericordes impuestos por los
abusivos empleadores, y que -por ende- no tienen tiempo para cultivarse y se
dejan arrastrar por los dictados de la mass media.
Pero el 17/04/13,
al menos por unas horas, Lima volvió a ser la de hace dos décadas y media. Lima
volvió a ser rockera, a poguear como en sus buenos años, a resucitar y mantener
los sueños ardiendo para siempre (como dice una gran canción de Silvania). Ese
día, tras décadas de espera, The Cure se presentó en Lima. Fueron más de tres
horas y media de una Magia flamígera, que nos hizo sentir como si fuéramos
jóvenes de nuevo -físicamente, claro, porque los rockers de corazón lo seremos
hasta el postrer aliento (y al que no le gusta, que se vaya al carajo en one).
No podía ser de otra manera, teniendo en cuenta el repaso in situ a los grandes
clásicos que Robert Smith nos ha regalado desde 1979.
Es verdad, Smith ya
no es el mismo de antes, porque tarde o temprano el Tiempo nos pasa factura a
todos. Pero el solo hecho de verlo aquí en Lima, y, en el caso de los que
estuvimos al pie del escenario, a 15 metros de distancia; tocando sin pausa por
dos horas y cuarto, secundado por el histórico Simon Gallup y Reeves Gabrels
(casi un mito viviente de la música rock), se carga las reservas, dudas y
temores de cualquiera.
Fue una paciente y
dilatada vigilia -en mi caso, desde las 10 de la mañana, conversando con los
demás fans de la banda que estaban en la cola, almorzando al paso, contando los
minutos para la apertura de las puertas. Fue un estoico compás de espera hasta
el filo de las 9 pm, después de ver las performances de Kinder (excelente, con
un sonido que mezcla la impronta de The Sea And Cake y la guitarra más afilada
de Mogwai) y Resplandor (pobrísima, porque en realidad no era Resplandor, sino
Stereonoiz). A esas alturas, el cuerpo ya no jalaba, tras horas de natural
cansancio y el inmisericorde calor de las primeras filas. Todo eso quedó
desestimado cuando finalmente el sueño se hizo realidad: temón tras temón, The
Cure encendió la noche limeña convirtiéndonos en teas humanas.
No tiene precio ver
a doscientas, trescientas, cuatrocientas puntas saltando como la super puta
madre con “Love Song”, “Push”, “In Between Days” (aquí casi me voy al suelo,
pero qué chucha), “Just Like Heaven”, “Lullaby”... Acabada la primera parte del
show, a las 11 pm, vino el primer encore con temas del Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me (1987), el segundo encore con canciones
del Disintegration (1989, se tocaron
7 temas de ese portentoso disco -pero faltó “The Same Deep Water As You”-), y
el tercero, al borde de la medianoche, donde el pogo se desató brutalazo con un
repertorio marcadamente ochentero -“Let's Go To Bed”, “The Caterpillar”, “Why
Can't I Be You?”, “The Lovecats”...
El remate vino con “Boys
Don't Cry”, “10.15 Saturday Night” y “Killing An Arab”. La audiencia ya estaba
rendida y se intensificó aún más el pogo de la gran puta entre las primeras
filas de Campo A. Fue el clímax perfecto para una noche cuyo recuerdo más de 40
mil puntas nos llevaremos a la tumba. Sí, faltaron “Charlotte Sometimes”, “Primary”,
“Last Dance”, “Grinding Halt”... Tranquilamente, los fans podríamos ponernos a
discutir sobre las grandes ausencias de la noche, y no acabaríamos nunca. El
caso es que la inmensa mayoría terminó más que satisfecha.
A riesgo de sonar
anticlimático, estaría de acuerdo con que después de lo de anoche ya podemos
morir en paz... excepto por un nombre -uno que empieza con K de Kraftwerk y
termina con K de Kraftwerk. Seguro ya sabes a quiénes me refiero... Pero no
seamos tan aguafiestas. The Cure nos dio esa noche suficiente fe para seguir
creyendo por varios años más, y eso es algo que no puede cuantificarse cuando
hablamos del necesario combustible para la vida misma.
Hákim de Merv
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