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viernes, 4 de mayo de 2018

Sexores

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de abril del 2018.)

Avanzadas ya casi dos décadas tras el Año Jubilar, de una centuria cuyo principal signo identitario es el de la Globalización a través de Internet; que cada tanto surja en el  horizonte de la música pop, desde coordenadas geográficas impensadas, un nombre cumplidor de prometedor potencial, ya no es sorprendente. Lo inquietante en todo caso es que haya permanecido oculto durante un tiempo que, atendiendo al ritmo de vida actual -cada día aparecen cientos de placas nuevas en todo el planeta-, puede ser percibido como larguísimo.

Mi primera vez con Sexores se dio en el 2014. Su esférico de ese año, Historias De Frío, me los presentaba como un grupo muy interesante. Por fortuna, lo siguen siendo cuatro años después. Averigüé entonces que se trataba de un combo ecuatoriano formado en el 2009, y que por esas fechas radicaba en Barcelona. En términos de música pop, Ecuador sigue siendo para mí un enigma aún hoy: alguna vez escuché trabajos de gente como Industria Masoquista, Paisanos (noise electrónico ambos, el segundo mucho menos tóxico que el primero), Manuel Núñez y una olvidada compilación de metal -Mortal Decisión, Ente, Chancro Duro, Basca y Total Death. También a los divertidos Cacería De Lagartos, y a Rocola Bacalao; conjuntos aparecidos en los 90s, si bien les presté oídos tardíamente -recién en el nuevo siglo. De todos los mencionados, ninguno guarda semejanzas estilísticas con Sexores.

Insular o no, un alias shoegazing ecuatoriano es motivo suficiente para despercudirse y dejar de lado prejuicios idiotas. Aunque, en el Principio, no fue el shoegazing la estrella que guiase los pasos versales. Durante éstos, hasta más o menos el 2012, Emilia Bahamonde y David Yepez no suscribían un estilo definido. Su música exhibía las trazas de un pop electrónico que se debatía entre Garbage y la versión más descafeinada del trip hop -el downtempo. En esa hesitación los muestran tanto el 001 EP (2010) como el mini-álbum Amok & Burnout (2011): Sexores tenía tanto de música electrónica ambiental lo suficientemente groovy (“Sodio”), como de unos Garbage con saturación (“Hxkshxknthx”) o sin ella (“Doser”). Intentos por mezclar ambas vetas, pocos, muy pocos (“Simios”).



Es en el 2013, con el lanzamiento del sencillo Titán (“Doppelgänger” como lado A), que se puede hablar de un viraje no sé qué tan impensado hacia el shoegazing. Y es que vale la pena recordar que muchas veces la prensa especializada sindicó a Garbage como la versión pop de Curve, el dúo baggy británico de Toni Halliday y Dean García. De hecho, Curve también tiene un tema bautizado como “Doppelgänger”, pero no es el de Sexores una relectura. Como fuere, este single, shoegazing más pop que dream; marcaría la pauta -sin agotar posibilidades ni mucho menos- de lo que debe considerarse el debut en regla de Sexores.

Mirados desde este preciso instante, los sucesos que rodearon la aparición de Historias De Frío podrían calificarse hasta de anecdóticos. En su momento, empero, fueron de lo más duros. Con una “primera versión” de HDF ya terminada, el binomio ecuatoriano fue presa de un robo que le privó de todo el material que componía este nuevo capítulo de largo aliento, obligándole a comenzar de nuevo desde cero y retrasando la salida originalmente planteada para el 2013. Lo que conocemos como Historias..., pues, es una segunda toma de un proceso creativo que ya había acabado, y cuya primera toma quién sabe si alguna vez se recuperará.

Pero el Tiempo ha de poner a esta “segunda versión” de HDF en el lugar que le corresponde. Se trata de uno de los mayores y más acabados esfuerzos que ha visto emerger la escena latinoamericana en lo que va del siglo XXI. Una joya. Cierto que Sexores no está descubriendo nada nuevo, pero tampoco creo que alguien se atreva a catalogar a Historias... de puramente epigónico. Plagado de arreglos angelicales, con mucho de misterio y de intriga, pero sobre todo de brumosa melancolía; cada track oscila entre la duermevela y el ensueño, a toda hora tributario de la mejor tradición shoegazing. Pale Saints, Chapterhouse, Silvania, el primer Bowery Electric, Swallow... Una orquestación electrónica a cuatro manos, fundamentada en controladores varios y secuenciadores, soporta la ejecución en guitarra de Bahamonde, cuyas vocales además te dan en el suelo hasta deslumbrarte; y el bateo eficaz/cómplice de Yepez.




Por encima de cualquier matiz, Historias De Frío es un preciosista manual shoegazing de arte y ensayo -un puñado de ocho temas que escuchar una, dos, diez, treinta veces; sin que el tímpano dé la menor señal de hastío o cansancio. Una jornada atemporal, a partir de la cual recrear un género completo en caso se perdiesen todas las demás referencias. No por las puras, fue HDF el artefacto que llamase la atención sobre Sexores, quienes a partir de ese momento ganarían una reputación en los circuitos independientes que han ido consolidando paulatinamente.

Dos años después del Historias..., la pareja regresó a las andadas con otro mini-álbum, Red Rooms (2016). Su sonido aquí luce muy reconcentrado, aún diríase más, macerado en extremo. Ese sentido de la melodía que reinaba en Historias..., con el que empatizabas instantáneamente, cosecha nuevas audiencias a través de este disco. La novedad se concreta gracias a interesantes acercamientos al lenguaje electrónico -lo cual podría interpretarse como un giro de 360 grados en la trayectoria de la dupla, de no ser porque ahora ésta se aproxima a sonoridades digitales con ambos pies firmes sobre el shoegazing. En tal sentido, “U.S.S.R. Girls” es tremendo salto hacia adelante, evocando una vez más la estela de Curve. No obstante, predominan las ambientaciones oceánicas plácidas, las programaciones que caracolean con el reverb como hacía tiempo no escuchaba. Y, coronando Red Rooms, del cierre se encarga un tema casi en onda slowcore: “Loner”.


Sexores presentó RR, producido en formato cassette por la independiente italiana Coypu Records, en Lima; en el marco del festival Integraciones del 2016. Ese año, la sociedad Bahamonde-Yepez coincidió con el acto nacional Cao (nuevo proyecto de Constanza Núñez-Melgar tras Panyoba) y los achorados chilenos electro-cósmicos de Föllakzoid. Tengo entendido que aquella era la cuarta vez que Sexores visitaba el Perú, si bien fue la primera vez que los disfruté en directo.


La afortunada confirmación de lo que dejaba entrever Red Rooms ha llegado este año de la mano del que es, hasta ahora, el proyecto más ambicioso del tándem norteño. East / West es el primer disco de Sexores que, bajo los viejos cánones del vinilo, se concibe en formato doble. La edición física corre por cuenta de la discográfica nacional Buh Records, de Luis Alvarado: esto le ha permitido a la banda y a su nuevo vástago tener mayor difusión por estos lares. Es decir, mayor difusión de la que ya tienen.

Como avisa su título, el díptico tiene un contraste de naturaleza conceptual muy enfatizado. La primera rodaja -‘West’, ocho temas- está constituida por las nuevas composiciones de ascendencia pop en que han trabajado Emilia y David durante los meses transcurridos desde Red Rooms. La segunda rodaja -‘East’, ocho temas-, por el contrario, ha sido reservada para pistas de carácter experimental, que no enganchan rápidamente con el consumidor promedio: la densidad en este tramo del viaje, en efecto, puede llegar a intimidarle -diablos, ¿cómo hace gente de la talla de Klaus Schulze o Lovesliescrushing para prolongar, transubstanciado, el impacto de su huella después de tanto tiempo?-.


Quizá por ello, ‘West’ es la rodaja que me permite hablar con largueza de esta fusión entre shoegazing y electrónica no precisamente downtempo o trip hop -a diferencia de lo practicado por los arequipeños Paisaje 3, que lograron una inusual y muy original mixtura entre estos géneros (tripgaze)-. Sexores, no es baladí subrayarlo, jamás se olvida de la guitarra durante sus sesudas exploraciones electropop: diseña ésta imponentes murallones de sonido por entre los nutridos tapices de sintetizadores que ahora integran el vocabulario del dueto, murallones cuya majestad pareciera desvanecerse al tacto. La prístina voz de Bahamonde, como antes, dota de emoción y belleza sutiles a estas composiciones que, dado el caso; incluso podrían inducir al trance hipnótico.

Por otra parte, ‘East’ es una inequívoca visión hasta cierto punto críptica del Lado Oscuro de la vida que nos rodea, sea ésta humana o de otra especie. Por suerte, en Sexores la experimentación no obvia ese filón emocional tan necesario cuando se pretende vertebrar una reflexión sombría sobre el futuro de la Tierra y los pequeños/personales apocalipsis que nos toca afrontar a diario: (no siempre) rehuyendo estructuras lineales, ‘East’ hace las veces de íntimo tour de force mental que penetra la insignificancia sideral de la Humanidad, la rutina cotidiana, la “soledad colectiva” a la que lleva una elección de vida rara avis...


Sin presentarlo aún en nuestro país oficialmente, pero ya con East / West en mano, Sexores regresó a Lima hace veintitrés días. Pese a que no me sentía nada bien de ánimo, fui a verlos, pues siempre he creído en el poder sanador que opera la magia de Euterpe sobre sus fieles e incondicionales devotos. Abrumado de lúgubres pensamientos como estaba, peregriné hasta el edificio de Fundación Telefónica. Abrieron esa noche los locales de Puna, que ofrecieron temas nuevos sin pausa, generando la impresión de un enorme “meta-tema” con el que el público no llegó a conectar del todo. Era previsible: el perfil de la asistencia era más pop, y había venido específicamente por el platillo de fondo. Allí quedó demostrado que Sexores ya cuenta con una feligresía peruana que les quiere y les sigue -por su música, claro que sí, pero también por su presencia constante bajo estos cielos.

(En el intermedio, comenzó a sonar por los parlantes el Sleeps With The Fishes (1987), gema de Pieter Nooten (Clan Of Xymox) y Michael Brook (This Mortal Coil, Brian Eno, etc). “Bendito DJ”, pensé en esos momentos, y me predispuse a sanar, aunque sea por un rato. Claro que luego, cuando el disco iba por “After The Call”, lo sacaron a la mala y encajaron el Spleen And Ideal (1985) de Dead Can Dance. “Maldito DJ”, pensé entonces, amo a DCD, pero el Sleeps... es una rareza de 24 kilates.)


Y saltaron a la cancha Emilia y David, acompañados por Felipe Meneses (bajo) y Jaime Murgueytio (sintetizadores). Y el jolgorio fue unánime. Tocaron temas del nuevo largo, incluyendo uno de “el lado difícil” (me reía por dentro de la reacción de algunos que no sabían si aplaudir o no), amén de otros clásicos del repertorio ya eran harto conocidos y consecuentemente vitoreados. La performance habrá durado cerca de una hora, mas, como suele pasar cuando disfrutas de algo con todas tus fuerzas; el tiempo fue tirano y se nos hizo cortísimo a todos allí. Importó poco. Al menos en mí, la tutela de la musa había cumplido su cometido. Y aunque después, caminando desde FT hacia Sucre con Bolívar, fantasmas y demonios volvían a atacar tratando de hacer presa en mí, sobrevivió un hálito de esperanza en el recuerdo del directo de Sexores, que me arrulló hasta que el Sueño borró todo vestigio del ingrato presente. Milagros secretos que algunos tenemos la suerte de presenciar/vivir.


Hákim de Merv

martes, 11 de julio de 2017

Silver Apples En Lima

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook 16 de noviembre del 2015.)

“Jack is in the house” solía ser el grito de guerra durante la primera edad de la house music (1985-1989). A través suyo, se aludía a “Jack” como la emoción imparable que en algún momento de las largas sesiones discotequeras brotaba en tu interior y te catapultaba al nirvana -y de paso al dancefloor.

Obviamente, esta emoción -quién sabe sólo nos alcanza nuestra cultura para darle esa categorización por analogía, a algo que está por ahora más allá de la comprensión racional humana- no es privativa de la música house. “Jack” es sólo una forma de llamarla, pero la verdad es que se halla presente en todos lados, incluso en aquellas músicas que no se orientan al acto de bailar. Un ejemplo dance es ciertamente el hip hop, que llama groove al mismo ímpetu invocado a través de programaciones pastosas bien labradas y un fraseo emputado. Otro ejemplo, mucho más ligado a la danza, esta vez tradicional; ha quedado magníficamente retratado en el cuento “La Agonía De Rasu-Ñiti”, de nuestro José María Arguedas -remitirse al momento en que Atok’ sayku grita a voz en cuello mientras baila “¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, aleteando!”, al haber recibido el nuevo dansak’ el espíritu que guiase a su maestro como danzante de tijeras. Y otro ejemplo, esta vez no bailable y más cercano a las dinámicas tribales alrededor de una hoguera de homínidos, lo tuvimos en noviembre del 2015.


Silver Apples, la legendaria banda que se movía dribleando entre la psicodelia dura y la proto-electrónica a fines de los 60s, ofreció el 15/11/15 gratuitamente un concierto memorable en el marco de la clausura del festival Integraciones (quinta edición). Es de aplaudir que, a pesar de que en el cercano 2018 su álbum debut cumple medio siglo de publicado; Simon Coxe, miembro sobreviviente de la genial dupla -el recordado baterista Danny Taylor partió hacia lejanas Itacas en el 2005-, se mostró digno merecedor de su tremebundo currículum.

Estuve desde las 4 de la tarde en el recinto de Fundación Telefónica. Recién pasadas las 5.30 pm, comenzó a llegar público a cuentagotas. Uno de los primeros fue el amigo Fernando Rivera, con quien nos echamos una buena mano de charla y con quien fuimos testigos de la prueba de sonido de Silver Apples. Para “setear” los equipos, Coxe tocó “Lovefingers”, que no incluyó en su repertorio de fondo, y un fragmento de la inmortal “Oscillations”. Terminada la prueba de sonido, Coxe bajó y muy amablemente accedió a tomarse fotos con nosotros.

Conforme avanzaban las horas, la concurrencia se hizo más nutrida. A decir verdad, al margen de la oportunidad de ver a Silver Apples en vivo y en directo, fue una velada de reencuentro con muchos amigos, viejos y nuevos. Con muchos conversamos -Kamila Lunae, Luis Samanamud, Carlos Acevedo, Pedro Benavides, Víctor Chang, Jaime Alfaro, Alexander Fabián y Jorge Rivas O’Connor. Con algunos más, sólo fue un saludo de lejos -sorry José, sorry Arturo, no me llegué a acercar-. Con otros algo más solicitados, sólo fue verlos, saber que estaban allí -Roberto Ortigas, Wilder Gonzales Agreda-.

Bien jugado el set de Rapapay y su electrónica post IDM (el individualista ha vuelto tras muchos años de ausencia en la escena, hubiera sido un golazo que pusiera su disco Aymaraes a la venta). Bien jugado el set de Varsovia y su synth punk con marcada influencia D.A.F. (sorry Dante, sorry Fernando, no me llegué a acercar). Pero la atmósfera misma estalló cuando Silver Apples subió al escenario.


Después de un anti-clímax involuntario que fue tomado de la mejor forma -el sonido se cortó abruptamente al inicio de su set (“I Don't Care What People Say”, del recuperado The Garden)-, Coxe convirtió la noche en una burbuja de bruma química: repasando los dos clásicos discos del dúo, nos regaló cincuentaypico minutazos de indócil surrealismo que en más de una ocasión saltó desde el analógico pasado hasta nuestro presente -y viceversa. Casi una hora clavada -timing perfecto, ¿verdad, Pedro?- de oleaginosas psicoanomalías sónicas, de ir regresionando hasta la Edad de Piedra, hasta convertirnos en cavernícolas alrededor de una fogata primigenia. Coxe sabía lo que hacía, y por eso el clímax perfecto fue “Oscillations”, en una versión que no parecía tener fin, pues se renovaba incesantemente -al punto de transportarnos a todos a otro plano de la existencia. Previsiblemente, “Oscillations” se convirtió la rúbrica perfecta antes de bajarnos de la nube lisérgica en que nos habíamos trepado.


Un caballero, el músico. Y una foto/noche para el recuerdo.

PD: Amanecí tan alucinado con la performance del día anterior, que tuve que seguir pasteleándome, esta vez con la obra del cineasta Kenneth Anger: Fireworks (1947), Invocation Of My Demon Brother (1969) y Lucifer Rising (1972) al hilo.

Hákim de Merv

miércoles, 21 de junio de 2017

Slowdive En Lima

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de mayo del 2017. Pauteado en el blog tal cual fue escrito.)

SLOWDIVE: EL SUEÑO INALCANZABLE HECHO REALIDAD

Si hemos de apegarnos a la verdad, el concierto de mañana acaba con una espera cuantitativamente corta. Mal haríamos en hablar de los proclamados 22 años de los que medio mundo ha venido haciéndose eco. No. Hasta el 2014, ver en vivo a Slowdive en el Perú era una fantasía por la que se suspiraba sabiéndosela imposible. La banda se había disuelto entre 1995 y 1996, tras la salida del Pygmalion, e inmediatamente después Neil Halstead y Rachel Goswell formaron Mojave 3. A su tiempo -2007, probablemente-, M3 también había dicho adiós. Los miembros de la agrupación bandera del shoegazing andaban desperdigados y no había reconciliación a la vista.

Cuando Slowdive concreta su reunión en el 2014, la fantasía se condensa en una posibilidad remota. Quienes fuimos sus fans en los 90s hemos padecido taquicardia crónica desde entonces, ante la eventualidad no sólo de nuevo material, sino también la de una presentación aquí. No exagero: tres años atrás, se corrió el rumor de que empresarios locales planeaban juntar en un mismo concierto a Slowdive y a Pixies -estos últimos sí llegarían a tocar en el Perú, aunque sin Tanya Donelli. Por supuesto, hubieron voces que protestaron contra el cotilleo (“no se jueguen así con el corazón de la gente”).

Durante este trienio, nos han estado llegando noticias a granel sobre el resucitado quinteto: declaraciones, fotos y videos de sus lives, teasers, la aparición estelar en el documentalazo Beautiful Noise (2015)... Por lejos, la primera gran noticia llegó hace más o menos un año, cuando los ingleses revelaron que entrarían al estudio a grabar nuevo álbum, el primero en 22 años. La segunda: Rachel Goswell, diosa entre diosas, protagonizó el que para mí es el mejor disco del ejercicio 2016, el epónimo debut del “supergrupo” Minor Victories -al lado de músicos experimentados como James Lockey (Hand Held Cine Club), Stuart Braithwaite (Mogwai) y Justin Lockey (The Editors).

En marzo de este 2017, nuestros ojos y oídos se enteraron de que Slowdive tocaría en Santiago, sueño que se hizo realidad para los hermanos sureños el pasado sábado 13. Se supo entonces que Slowdive giraría por la región. A la par, el grupo programó la salida del nuevo trabajo discográfico para el 5 de mayo. Muchos pedimos que se aprovechara la coyuntura a fin de negociar su llegada a Lima. Pedimos, insistimos y, finalmente, exhortamos. No era para menos: fresca está aún en el recuerdo la desastrosa falta de reflejos de los organizadores nacionales para traer a Dead Can Dance, un dúo literalmente de otro planeta, que se presentó DOS VECES en Chile.

Esta vez, hubo humo blanco. La espera, por consiguiente, no ha sido muy larga que digamos. Si acaso tres años. Pero la emoción de poder tenerlos aquí, ésa sí que hizo sufrir horrores a la feligresía local, dolorosa duda que se desvaneció al confirmarse la buena nueva en la veintena de abril último. Hoy, ya sólo falta un día.

AMOR DE SEGUNDA JUVENTUD

En Kaze Tachinu (Se Levanta El Viento, 2013), de Hayao Miyazaki, Jiro conversa a través de sus sueños muchas veces con el diseñador italiano Giovanni Battista Caproni. En la penúltima de esas veces, Caproni le dice a Jiro: “Los artistas sólo son creativos por diez años. Los ingenieros no somos diferentes. Vive tus diez años al máximo”.

Desde que Slowdive se juntase otra vez, mucho se ha especulado sobre si sus capacidades, que los convirtieran en el máximo exponente del dream pop; se mantenían intactas. No han faltado quienes vean en este regreso sólo una oportunidad para exprimir su celebridad y hacer dinero. En tal sentido, el segundo testimonio homónimo de la banda -el primero fue el EP de debut absoluto, allá por 1990- parecía llamado a disipar esas dudas.

Pero no olvides la sentencia de Caproni. ¿Realmente era correcto esperar una obra maestra de músicos que han estado separados tanto tiempo? ¿Era imperioso que volviesen con una obra maestra completa quienes han empezado a dejar atrás la mitad de sus cuarentas? Extendiendo aún más el radio de la interrogante, ¿es conditio sine qua non que cualquier grupo o artista invente la sopa de ajo con cada nuevo disco que publica? Ciertamente, creo que eso deseábamos todos los fans.

No es una obligación, sin embargo. Alguna vez, el gran Eduardo Lenti escribió sobre “Let’s Go To Bed” de The Cure unas líneas que también son válidas para todo el período del Japanese Whispers (1983): “una canción tan conmovedora como los primeros pasos de un enfermo tras una larga convalecencia”. Slowdive es eso, el regreso de una agrupación como no ha existido otra al interior del shoegazing, el primer paso en la segunda vida de quienes serían el combo-escuela del género si éste no hubiera sido perfilado antes por el Loveless (1991) de My Bloody Valentine -Eduardo Lecca, de hecho, les considera el segundo nombre más grande de la nómina Creation Records, sólo por detrás de MBV (lástima que se equivoque en escoger al Pygmalion como su legado definitivo).

Sin olvidar los resultados artísticos, cualesquiera creas que éstos son, lo que puede decirse a priori del nuevo álbum es que poco le falta para ahogarse/ahogarte en emotividad. Los cinco de Reading, Berkshire, han tenido las emociones a flor de piel durante todo el proceso de creación y registro; como corresponde al hecho de experimentar una segunda (¿y también bisoña?) juventud. Bien es cierto que este factor no basta por sí solo para levantar un disco, pero tengámoslo siempre presente al momento de evaluar la recién estrenada placa -que se filtrase casi dos semanas antes de la fecha oficial de lanzamiento (en su cuenta Facebook, Rachell Goswell deploró amargamente el hecho).

En parte, pienso que esa desbordada emotividad le ha jugado un par de veces en contra a Slowdive. Cuando comienza a cantar en “Slomo”, la voz de Halstead le pone cabe a lo que debería haber sido un reentré glorioso. Y la Goswell lo hace apenas mejor al tomarle el relevo en este número de apertura. Por otro lado, y al final del plástico, “Falling Ashes” se queda a escasos milímetros de erigirse como gran cierre de jornada a-lo-Pygmalion, debido a que las vocales no consiguen elevar el tema a las alturas que la contraparte sonora reclamaba -se puede alegar, cómo no, el inevitable paso de los años.

Acabo de aludir a la música, ésa que era intensa experimentación y melodía pop irresistible a partes iguales, en la primera vida de Slowdive. Aquí, otra pregunta, no tan ligada al disco; encuentra espacio. Dentro de los hoy sincréticos lindes de la música pop/rock, ¿no es un poco ingenuo esperar algo nuevo, tras el cambio de milenio? Ojo, no inquiero por algo bien hecho, fresco, con gancho melódico que mate -sino por algo completamente nuevo, inédito. Se acusa a Slowdive de haberse convertido en otro grupo indie más del montón, sin tomarse en cuenta no sólo la cuestión que acaba de ser planteada, sino también el hecho de que casi la totalidad de actos shoegazing que se adueñó del relevo generacional entre 1996 y el año del Jubileo optó por derivar casi naturalmente hacia el indie. Los mismos sobrevivientes de Slowdive esculpieron desarmantes viñetas corta-venas bajo el alias de Mojave 3, y el propio Chris Saville siguió ese camino con Monster Movie. Por lo demás, a las mismas voces que sindican este golpe de timón como un desatino total, y que son abiertamente críticas con el indie de nuestros días; podría replicárseles si los argumentos les alcanzan para hacer lo mismo con el indie de los 90s (Flaming Lips, Pavement, Mercury Rev, Red House Painters y un inacabable etcétera).

Por donde los mire, estos juicios me parecen exagerados. “Star Roving”, primer single del nuevo Slowdive, se afana en recuperar su sonido característico, que diera todo de sí en obras tan paporreteadas por mis neuronas como el Souvlaki (1993) y los EPs ad látere. Muy al margen de la polémica que pueda armarse en torno a la performance vocal de “Slomo” y “Falling Skies”, Slowdive es un disco dinámicamente balanceado. Se tiende a intercalar un tema de medio tempo con otro algo más acelerado y ruidoso, pero esa pauta no es inmutable. Así, mientras “Star Roving” debe tener el tempo más veloz en toda la discografía de los ingleses, y “Don’t Know Why” baja a niveles “normales” ese pulso; “Sugar For The Pill”, segundo single del disco, es en la práctica una semibalada.


No es muy evidente, pero hasta aquí se llega a percibir visos de una disputa entre lo que el grupo fue y lo que quiere ser ahora, una suerte de dialéctica entre la hora actual de Slowdive y su prontuario histórico. Convertido gracias a tres LPs maravillosos en una estupenda banda de culto -Just For A Day (1991), Souvlaki y Pygmalion-, el quinteto quiere romper un poco su propio molde. Lo consigue a medias. Porque a partir de “Everyone Knows”, Slowdive regresa a ese pasado con que más se le identifica. Lo que sí cambia es la participación de cada integrante en la ejecución colectiva. En todo el esférico, por ejemplo, juega importantísimo papel la sección rítmica: Nick Chaplin en el bajo y Simon Scott en la batería soportan el peso principal de las canciones. Es menester subrayar sobre todo al primero, que descolla por lo sorprendente de su técnica (mucho oído a lo suyo).

Otro tanto puede decirse de la voz cantante. Rachel se retira a un segundo plano para dejar a Neil cumplir el rol de vocalista principal, revelándose sólo en los momentos clave, cuando Halstead necesita una mano para hacer que el combo despegue. Ello, a pesar de las dos reservas puntuales que ya acoté en párrafos anteriores. Para más inri, la impresión global, grosso modo; es la de un disco in crescendo aupado por las voces.

De las ocho canciones incluidas en el álbum (nueve en la edición japonesa: el hermoso bonus track “30th June”), la única que no he mencionado en estas líneas es “No Longer Making Time”. En cierta forma, esta composición resume no sólo las virtudes del disco, sino todo aquello que ha estado detrás del regreso de Slowdive. Shoegazing en estado puro (“dulce como un caramelo aural, amargo como el recuerdo de la felicidad perdida”, escribí en el 2001): sin elevar demasiado el volumen, “No Longer...” revive los días del Souvlaki, cuando las voces hechas susurros nos acariciaban mientras la tormenta de sonido nos jaloneaba con violencia para llevarnos hacia atardeceres inalcanzables, interminables. Recuerda también lo mucho que se les ama (Slowdive es, de todas maneras, la banda más querida del baggy), lo mucho que se les extrañaba, lo emocionados que nos sentimos todos cuando supimos que volvían, y lo felices que nos pusimos cuando confirmaron su presencia en el Perú -ante la sola posibilidad, cuando todo eran rumores y ninguna certeza se tenía, me eché a llorar a lágrima viva de sólo pensar que podría escuchar en vivo genialidades como “Catch The Breeze”, “Alison”, “Crazy For Yoy”, “Dagger”, “Machine Gun” y “When The Sun Hits”.


El domingo pasado, en horas de la noche, Slowdive tocó en Brasil. Ayer ocurrió otro tanto en Argentina. Los muchos set lists que han estado circulando, pertenecientes a las tocadas realizadas durante las últimas semanas, esbozan un menú de más o menos diez a doce canciones fijas. Un tercio de ellas está centrado en el nuevo disco, mientras que el porcentaje restante pasa revista a toda su producción, con especial énfasis en el Souvlaki -pero también con sorpresas repescadas de los EPs, como “Avalyn” y “Golden Hair”, el cover de Syd Barrett que usan para cerrar (al menos de primera intención) las presentaciones. El encore es otra cosa.

Sound And Vision, el magnífico site mexicano especializado en músicas independientes, y que fuera de los primeros medios latinoamericanos en anunciar este retorno (hace dos días notició sobre Every Country’s Sun, nueva rodaja en ciernes de Mogwai, por siaca); ha advertido sobre lo difícil que es para cualquier fan de Slowdive no irse a ningún extremo. Slowdive no es una maravilla, ni tiene la obligación de serlo: es sólo el regreso de músicos legendarios tras una pausa de 22 años; que, sin querer ser exactamente los de antes, sí anhelan rejuvenecer para esta segunda vida que han decidido compartir con nosotros. Vamos, no peques de exigente, su obra anterior les otorga suficiente margen para que les perdonemos cualquier desfase en su vuelta al ruedo.

Como con Yo La Tengo, como con Los Planetas, como con !!! (Chk Chk Chk); mañana mato para estar en primera fila, a escasos metros de ellos, dispuesto a saltar como cualquier chibolo pulpín y a soltar moco contenido como cualquier viejo dencorub. Dispuesto a renovar el ritual.

Mañana, el Destino es nuestro aliado.

;)

PD: A la organización del evento, por favor, tengan al menos un par de ambulancias listas para cualquier emergencia, incluyendo sendos desfibriladores cardíacos. Vale más prevenir.

Hákim de Merv

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de mayo del 2017. Pauteado en el blog tal cual fue escrito.)


Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Pero si aquella va acompañada de unas cuantas líneas, queda todavía mejor.


Cuando te atragantas de emotividad hasta sentir que vas a reventar a partes iguales de tristeza y felicidad, todo lo que te rodea tiende a tornarse difuso. Las emociones empañan el juicio, y éste cede a los impulsos primarios que aún gobiernan la especie.

Slowdive, el grupo shoegazing que más amo y amaré toda mi vida, me llevó a una epifanía la noche del pasado jueves. Salté, lloré y grité las letras hasta quedarme afónico; como nunca antes lo he hecho. En circunstancias así, no tienes de otra sino de gritarlas, salvo que a medio camino te agarre “Dagger” y sólo te quede la opción de apenas balbucear, mientras un nudo se te forma en la garganta y otro se te deshace en el corazón -lo que hubiera dado por la mirada cómplice que en esta canción le echó la Goswell a Halstead.


A la porra la espera de horas, a la porra el cansancio y los gallos que en otras circunstancias causarían más de un rubor. Slowdive estaba ahí, tocando frente a mí, Rachel, Nick, Neil, Christian, Simon; mientras la envolvente correntada de noise y pop que salía desde los gigantescos parlantes hacía que se me remecieran hasta los calzoncillos -lo que va contra todas las leyes conocidas de la física, a menos que los causantes sean los cinco de Reading.


Fernando Rivera, Diego Ballón, Jaime Alfaro (mil disculpas, maestro, me ganó la emoción de abrazarme con mi causa Walter Rojas), Pedro Reyes, Marcelo Villanueva, Abdel De La Cruz, Raúl Begazo, Wilbert Estrada, Antonio Zelada, Jorge Rivas O’Connor y tantos otros que no alcancé a ver... Todos nos fundimos en la bruma de un concierto que en realidad no fue tal cosa -sino una excepcional experiencia ritual, de ésas que sanan las heridas del alma y que te reconcilian con la vida.

Adivina quién sale haciendo headbanging en 3.50, cuando la cámara gira a la derecha, en primera fila.

:')


Hákim de Merv

sábado, 17 de junio de 2017

!!! (Chk Chk Chk) En Lima

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 24 de abril del 2015.)

Mientras caminaba desde el Club Embassy (en Plaza San Martín) hasta el cruce de Uruguay y Alfonso Ugarte, bajando las revoluciones con el frío aire de la madrugada limeña, pensaba en lo complicado que sería escribir una reseña del concierto del 23/04/15. Y es que, a diferencia de TODOS los conciertos a los que había ido hasta esa fecha, lo de esa noche fue más una fiesta privada. Para bien y para mal. Para mal, porque fue el triste termómetro de nuestra realidad rockera/electrónica/pop: somos pocos en  un  país  con  el  gusto  atrofiado  por  la  desangelada papilla insípida  que  pregona la mass media como el supremo manjar -Romeo Santos no se merecería ni medio pedo en la cara, si no fuera porque tenemos los oídos llenos de caca-, pero ni siquiera esos pocos estuvimos completos la noche de ayer. En Chile, seguramente habrá sido otra la historia.

¿Y para bien? Pues porque la gente disfrutó enormemente de la velada sin estar apretujándonos unos contra otros, respetando el espacio personal de quien está al costado. Desde el live de Jaguares (abril del 2004), no veía algo semejante.

Como se esperaba, arrancó la noche Neon Dominik. No hay mucho que comentar al respecto. Su performance fue el fiel reflejo de lo realizado en el debut del año pasado, Lightness. Empezó bien y terminó mal: tanto, que no supo cuándo cortarla -a punto se quedó de completar la hora sobre el escenario, lo que es demasiado para un telonero. Para peor, hacia la mitad de su set ND se convirtió en un calco de Underworld, de New Order, de cualquier banda EBM centroeuropea promedio (¿sería por la proximidad del concierto de Front242?). Para no abrumarme, opté por cabecear un rato, cómodamente sentado.

Mis oídos se dieron cuenta del relevo sobre la tarima antes que mi conciencia. El cambio fue tan evidente, que me desperecé por completo y corrí al borde del dance floor. En efecto, ya estaban allí los !!! (Chk Chk Chk), el principal motivo por el que nos congregamos cuando mucho 150 almas en ese local del Centro Histórico.

Ya se sabía que Nic Offer suele brindar directos memorables. Sin embargo, una cosa es verle en pantalla y otra muy distinta estar ahí. Ni bien comenzaron a sonar las notas de “Get That Rhythm Right”, el frontman de !!! puso primera con el pie aplastando el acelerador e ipso facto se le vaciaron los frenos: no paró hasta terminar el set. Mejor aún, comprobamos que, en directo, Offer no es él ni ella -es un ello, a veces masculino, a veces femenino. Durante muchos pasajes, Nic emuló los pasos de Lady Miss Kier en el video de “Groove Is In The Heart” (el veintiúnico hit de Dee-Lite). Tal cual queda escrito: Nic Offer es una fuerza vital en calzoncillos que trasciende géneros.

Y mientras se sucedían sin descanso “Slyd”, “All My Heroes Are Weirdos” (todo un himno, ciertamente), “Except Death”, “One Girl/One Boy”, “Jamie, My Intentions Are Bass”, “Me And Giuliani Down By The School Yard (A True Story)”, “Even When The Water's Cold” y demás canciones del repertorio de los californianos; la onda expansiva encontraba multitud de ecos en la pista de baile y aledaños. Incluso entre los más reticentes... Lentamente la escarcha desapareció, y la savia corrió como en años mozos, imposibilitada de sustraerse a lo que estaba sucediendo delante de nuestras narices. Offer, contagiándose de la vitalidad de un público por completo entregado, se bajó del escenario en más de una ocasión para acompañar epilépticamente el baile tribal que !!! había conjurado. Entonces, hasta los más reservados comenzamos a caer en un trance, aupados por la guitarra de un espectacular Mario Andreoni.

Alguna vez alguien habló del “hombre que escucha” y del “hombre que baila”. Incluso aquellos que tenemos dos pies izquierdos por libre elección, y que sólo sabemos poguear, reconocemos este conflicto interno -imposible acallar del todo lo que nos habla desde la memoria genética de la Humanidad. Esa noche y al día siguiente, el “hombre que baila” adelantó al “hombre que escucha” de un violento testarazo, y aunque no logró hacerlo besar el piso, por un mágico momento equiparó su poder. Quizá no sea del todo coincidencia que esta situación tuviera lugar en una etapa de mi vida en la que he redescubierto cierta alegría y cierto goce puramente corpóreos, sí, pero tan necesarios para equilibrar el espíritu, de continuo entregado al placer intelectual.

Lo del 23/04/15 fue más que una fiesta privada, más que una noche luminosa: fue una de esas jornadas que a uno lo marcan de por vida en direcciones insospechadas (nada más delectable que aquello que sobrepasa todas tus previsiones). Pero todo tiene su final. Sobre las 2.30 de la madrugada, se acabó el show de !!! -sin haber tocado “Heart Of Hearts” (...shit, scheisse, merde...)- y buena parte del público abandonó el establecimiento. Lástima por Danny M, que fue de fondo, aunque la noche ya había rebasado las más entusiastas expectativas. Piña por quienes se lo perdieron.

Lo único verdaderamente malo de la noche: en el Centro de Lima, 5 soles por una Coca-Cola personal ni siquiera es un abuso. Es un robo descarado. La próxima vez prefiero morirme de sed.


Hákim de Merv

Los Planetas En Lima

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de noviembre del 2014.)

CRÓNICA DE UN POBRE GRANAÍNO -QUE DE GRANAÍNO NO TIENE NI MEDIO CROMOSOMA (SALVAJE)

Debo admitir, para empezar, que al concierto ofrecido por Los Planetas​ el 13 de noviembre del 2014 los fans fuimos con las expectativas bien altas. Expectativas satisfechísimas, dicho sea de paso, al menos a nivel de la experiencia personal; porque el sonido les jugó en contra a los capitaneados por J Rodríguez durante varios pasajes de su primera vez con el público limeño. En más de una ocasión, en efecto, no se le escuchaba la voz al buen J, y la guitarra de Florent Muñoz también llegó a desaparecer un par de veces.


Culebrones técnicos a un lado, lo de Los Planetas fue espectacular de principio a fin. Llegué bordeando las 4.30 pm, y tuve la inmensa fortuna de que Jalo Nuñez Del Prado​, organizador del evento y viejo amigo; me permitiese pasar a escuchar la prueba de sonido de los granadinos -segunda del día, según uno de los plomo con quien conversé. Dicho sea de paso, antes de ingresar al local conversé con algunos miembros de la banda, todos ellos muy asequibles. Cuadraron equipos en aproximadamente cuarenta minutos, rematando con “Una Corona De Estrellas”. El que más demoró en hacerlo fue J: la logística en este aspecto ya empezaba a dar señales de alarma.

Recién a las 8 pm comenzó a caer gente en grandes cantidad. Esta vez, menos mal, sí cogimos buen lugar -en primera fila, rodeado de amigos tan devotos de Los Planetas como truly yours: Marco y David Rivarola​, Julio Marchena​ y su hermano Jorge​, Diego​ Ballón y Marcelo Villanueva​, y Diego​ López. Hicimos una buena previa con estos últimos, tanteando las posibilidades de un set list que diera gusto a todos y comentando los pormenores de mi acceso a la prueba de sonido. Justamente, Jalito me confiaba dirigiéndonos al escenario que el baterista Erick Jiménez era un bravo, y yo le decía que las semanas posteriores a la compra de la entrada al concierto había estado re-escuchando los discos del grupo con más detenimiento: ahí me di cuenta de que Erick era un animal a las baquetas, como se comprobaría con el correr de las horas.

Fuera de las deficiencias en los equipos, tuve dos cosas que reclamarle a la organización del concierto: 1) No es que Eva Y John me parezca un grupo maleta, pero sí inexperto, lo cual no tiene nada de malo, ya que se trata de una banda nueva. Lo que me incordia es que hay bandas aquí que iban mucho más en la línea de Los Planetas que pudieron ser seleccionadas para telonearles. Catervas​ y Kinder​, caballero, lo hubieran hecho mucho mejor. 2) Desde todo punto de vista, el concierto empezó DEMASIADO tarde. Se había anunciado la tocada para el 13/11/14: pues bien, con tantas dilaciones, los españoles subieron al escenario el 14/11/14, a las 00.30 am. Teniendo en cuenta que el día siguiente era laborable, se debió manejar mejor este tema.


Los Planetas se alinearon con el arranque soñado por muchos -me incluyo-: “Segundo Premio” rompió fuego con un público enfervorizado pero no totalmente suelto. No aún. El grupo sorprendió gratamente con “Rey Sombra”, “Toxicosmos” y “La Virgen De La Soledad​”, composiciones que pensamos difícilmente iban a ser incluidas en el set list. Sin embargo, el deshueve se produjo con “Corrientes Circulares En El Tiempo”: entonces el público arrancó el pogo con la intensidad que ameritaba la ocasión -y que alentaba Erick desde la batería. El tío simplemente destrozó: nos hizo leña una y otra vez, sin piedad, a veces incluso opacando al J y a Florent. Tres años después, sigo considerándolo el mejor baterista que he visto en vivo in situ. El público respondió a esa entrega con harto slam, mismo que ya no paró desde “Santos Que Yo Te Pinté” -en “Devuélveme La Pasta”, comenzó a arreciar la lluvia de cerveza.

(Sintomáticamente, después de que acabase “Corrientes...” me di la vuelta y me encontré con mi amigo El Adversario, tan emocionado que hasta me abrazó efusivamente -algo bien sui generis en él, jejejejeje.)

El primer encore, tras “Pesadilla En El Parque De Atracciones”, fue devastador: “De Viaje”, “Un Buen Día”, “David Y Claudia”, “Alegrías Del Incendio”... Si ya se me había quebrado varias veces la voz hasta ese momento, con estas cuatro gemas las estadísticas “quebradas” se dispararon hasta el cielo. El segundo y último encore de la noche lo protagonizó “La Copa De Europa”. En el set list que logramos ver, el concierto finalizaba con “Los Poetas”, aunque después del soberbio trip de “La Copa...” ya no se le echó de menos.

Sí se echó de menos, en cambio, a varios clásicos de la banda hispana: “Una Nueva Prensa Musical”, “Plan De Fuga” (favorita mía), “La Guerra De Las Galaxias” (favorita de Diego López), “Punk”, “Desaparecer”, “El Artista Madridista”, “Soy Un Pobre Granaíno”... Como suele pasar, cuando las luces del tabladillo se apagaron definitivamente y se abrieron las puertas de salida, el alargue estuvo lleno de comentarios e intercambio de impresiones -todo largamente positivo. Memorable concierto de Los Planetas. Sumamente intenso -a la distancia, recuerdo haber caído en un trance con “Romance De Juan De Osuna”- y revitalizante. Velada magnífica en la mejor compañía.


Hákim de Merv

Yo La Tengo En Lima

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 11 de junio del 2014.)

En la medida en que la rutina tiende a devorarlo todo, incluso aquellas actividades que amamos y con las que nos identificamos/autodefinimos, hube olvidado lo que significa ser “joven” en todo el sentido de la palabra... hasta el 10 de junio del 2014 por la noche.

Pensé en Yo La Tengo​ como quizá la última experiencia que pudiera servirme de referente en años venideros -aunque las esperanzas de ver a otros grupos “must”, como suele decir mi amigo Jonas García, son lo último que se pierde-, cuando recordase (y añore) mi juventud. Lo de The Cure, por supuesto, fue igualmente memorable, pero distinto: ni mejor, ni peor; simplemente distinto. Aquella vez en el Estadio Nacional, el 17/04/13, fue una deuda por décadas de ausencia que se saldó con creces a través de una sagrada comunión entre feligresía y banda. Lo del 10/06/14, no creo exagerar, fue una fusión: durante dos horas y media, todos los que estuvimos allí fuimos Ira, Georgia y James. Fuimos unos y trinos.

Desconcertó que la gente llegara sobre el filo de la hora anunciada: a las 8 de la noche habían pocos asistentes dispersos, pero a las 8.30 la cola ya se perdía de vista. Esta circunstancia, sin embargo, se vio mitigada por un problema que el grupo tuvo en Aduanas para poder sacar sus instrumentos -y que dilató el inicio de la tocada hasta las 11.30 pasado meridiano. Ignoro si cancelaron a los teloneros, pues no supe que se anunciara alguno -y quizá por ello la emoción fue tan repentina como mayúscula cuando vimos a los de Hoboken trepar al escenario y encarar a sus seguidores peruanos con las canciones del Fade (2013).


¿El set list? Pues, la verdad, producto de muchas elecciones felices. Sorprendió bastante que tocaran “Autumn Sweater” y sobre todo “Moby Octopad”, ambas de su disco I Can Hear The Heart Beating As One (1997, uno de sus episodios más celebrados por la crítica especializada y los fans -aunque faltó “Green Arrow”, buuuuuuu-). Hubo maravillosos momentos de complicidad desbordante, como en “From A Motel 6”, en “Big Day Coming” o en “You Can Have It All” (ejecutada ésta en el encore). En líneas general, no se le puede hacer a la banda mayores reproches en ese sentido (aunque siempre sí: “Tom Courtenay” y “The Summer”, pe').


Pero lo de esa noche se hizo irrepetible por esa fusión a nivel casi molecular de la que hablaba hace unos minutos. El pogo no sólo fue salvajón y expansivo, sino incandescente: como pocas veces, el público peruano conocía las canciones y las coreaba por lo menos en el estribillo, mientras se desataba el slam. En el escenario, esa refulgencia venía sobre todo de Georgia e Ira, unos capazos para crear inmediatas conexiones empáticas con la audiencia. Georgia estuvo no pocas veces a punto de hacernos cruzar al Otro Lado con su dionisíaco accionar a las baquetas. Ira aporreó constantemente la guitarra como si fuera un demencial avatar de Thurston Moore​ (Sonic Youth). Gentileza insular del trío: de entre el público surgió un vinilo del Popular Songs (2008) que la banda al completo autografió. Reyes.


Para mí, el “tipping point” de la noche llegó antes del encore. Los triates comenzaron a tocar “Ohm”, canción que abre el Fade, y la explosión fue inmediata. El gancho perfecto a la mandíbula. Mejor aún, el mazazo directo a nuestros miocardios, que ya habían bajado  la  guardia.  Al  borde  del moco, mi bobo comenzó a acelerarse aún más. Después de muchas lunas, me sentí vivo, libre -como un animal sobrecargado de energía que trasciende el propio ser, como un viejo guerrero que respira, que muge, que hiede desprecio hacia todo lo que se le ha inculcado bajo el rótulo de “buen vivir”; que brama desde el estómago, desde los poros de la piel, desde los ojos, desde los pies... DESDE TODAS LAS PUTAS PARTES DEL JODIDO CUERPO HUMANO. Felicidad plena, que Yo La Tengo rubricaría a renglón seguido con uno de los números más esperados/solicitados de la jornada: “Blue Line Swinger”, y el pogo más brutal en el que mi corazón participó hasta entonces. Inevitable no agradecerlo con lágrimas en los ojos (“tears are in youuur eyeeeees”).

Luego vendría el encore de rigor con tres temas, el primero de los cuales fue a pedido -favor que los YLT concedieron a mi amigo Diego Ballón​ (con quien nos reencontramos después de ¡¡¡15 años!!!) por tener bien puesto y en primera fila su polo con el nombre del grupo (lástima que el terceto no estaba preparado para tocar lo que pidió, “Deeper Into Movies”). Pero ya no se podía superar la æpogé de “Blue Line...”. Para entonces, yo ya había abandonado las primeras filas, porque el cuerpo no me daba para más.

La noche me deparó una última sorpresa. Muy cerca de donde me encontraba, una flaca bastante menor que yo pogueaba a morir con sus sobrinas, obviamente unas niñas todas ellas. Debió haber sido la mejor noche de sus cortas vidas. Aún diría más, debieron haberse sentido vivas por primera vez desde que tienen uso de razón. Quién sabe, tal vez sea merecedor del mismo privilegio en unos cuantos años, si este achacoso cuerpo todavía aguanta la exigencia del slam y si mi querido Delfín tiene la suerte de seguir -sólo parcialmente, ojo- el camino de su pobre tío.


Bendito sea el Destino que en su infinita sabiduría me hizo rocker antes que cualquier otra cosa. Bendito sea el Destino que me libró de esos otros caminos ignominiosos a los que estaba condenado por ascendencia familiar. Bendito sea ese destino, carajo.

Hákim de Merv