(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de abril del 2018.)
Avanzadas ya casi
dos décadas tras el Año Jubilar, de una centuria cuyo principal signo
identitario es el de la Globalización a través de Internet; que cada tanto surja
en elhorizonte de la música pop, desde
coordenadas geográficas impensadas, un nombre cumplidor de prometedor potencial,
ya no es sorprendente. Lo inquietante en todo caso es que haya permanecido
oculto durante un tiempo que, atendiendo al ritmo de vida actual -cada día
aparecen cientos de placas nuevas en todo el planeta-, puede ser percibido como
larguísimo.
Mi primera vez con
Sexores se dio en el 2014. Su esférico de ese año, Historias De Frío, me los presentaba como un grupo muy interesante.
Por fortuna, lo siguen siendo cuatro años después. Averigüé entonces que se
trataba de un combo ecuatoriano formado en el 2009, y que por esas fechas
radicaba en Barcelona. En términos de música pop, Ecuador sigue siendo para mí
un enigma aún hoy: alguna vez escuché trabajos de gente como Industria Masoquista, Paisanos (noise electrónico ambos, el segundo mucho menos tóxico
que el primero), Manuel Núñez y una olvidada compilación de metal -Mortal
Decisión, Ente, Chancro Duro, Basca y Total Death. También a los divertidos Cacería De Lagartos, y a Rocola Bacalao; conjuntos aparecidos en
los 90s, si bien les presté oídos tardíamente -recién en el nuevo siglo. De
todos los mencionados, ninguno guarda semejanzas estilísticas con Sexores.
Insular o no, un alias
shoegazing ecuatoriano es motivo suficiente para despercudirse y dejar de lado prejuicios
idiotas. Aunque, en el Principio, no fue el shoegazing la estrella que guiase
los pasos versales. Durante éstos, hasta más o menos el 2012, Emilia Bahamonde
y David Yepez no suscribían un estilo definido. Su música exhibía las trazas de
un pop electrónico que se debatía entre Garbage y la versión más descafeinada
del trip hop -el downtempo. En esa hesitación los muestran tanto el 001 EP (2010) como el mini-álbum Amok & Burnout (2011): Sexores tenía
tanto de música electrónica ambiental lo suficientemente groovy (“Sodio”), como
de unos Garbage con saturación (“Hxkshxknthx”) o sin ella (“Doser”). Intentos
por mezclar ambas vetas, pocos, muy pocos (“Simios”).
Es en el 2013, con
el lanzamiento del sencillo Titán (“Doppelgänger”
como lado A), que se puede hablar de un viraje no sé qué tan impensado hacia el
shoegazing. Y es que vale la pena recordar que muchas veces la prensa
especializada sindicó a Garbage como la versión pop de Curve, el dúo baggy británico
de Toni Halliday y Dean García. De hecho, Curve también tiene un tema bautizado
como “Doppelgänger”, pero no es el de Sexores una relectura. Como fuere, este
single, shoegazing más pop que dream; marcaría la pauta -sin agotar posibilidades
ni mucho menos- de lo que debe considerarse el debut en regla de Sexores.
Mirados desde este
preciso instante, los sucesos que rodearon la aparición de Historias De Frío podrían calificarse hasta de anecdóticos. En su
momento, empero, fueron de lo más duros. Con una “primera versión” de HDF ya terminada, el binomio ecuatoriano
fue presa de un robo que le privó de todo el material que componía este nuevo
capítulo de largo aliento, obligándole a comenzar de nuevo desde cero y
retrasando la salida originalmente planteada para el 2013. Lo que conocemos
como Historias..., pues, es una
segunda toma de un proceso creativo que ya había acabado, y cuya primera toma
quién sabe si alguna vez se recuperará.
Pero el Tiempo ha
de poner a esta “segunda versión” de HDF
en el lugar que le corresponde. Se trata de uno de los mayores y más acabados esfuerzos
que ha visto emerger la escena latinoamericana en lo que va del siglo XXI. Una
joya. Cierto que Sexores no está descubriendo nada nuevo, pero tampoco creo que
alguien se atreva a catalogar a Historias...
de puramente epigónico. Plagado de arreglos angelicales, con mucho de misterio
y de intriga, pero sobre todo de brumosa melancolía; cada track oscila entre la
duermevela y el ensueño, a toda hora tributario de la mejor tradición
shoegazing. Pale Saints, Chapterhouse, Silvania, el primer Bowery Electric,
Swallow... Una orquestación electrónica a cuatro manos, fundamentada en
controladores varios y secuenciadores, soporta la ejecución en guitarra de Bahamonde,
cuyas vocales además te dan en el suelo hasta deslumbrarte; y el bateo eficaz/cómplice
de Yepez.
Por encima de
cualquier matiz, Historias De Frío es
un preciosista manual shoegazing de arte y ensayo -un puñado de ocho temas que
escuchar una, dos, diez, treinta veces; sin que el tímpano dé la menor señal de
hastío o cansancio. Una jornada atemporal, a partir de la cual recrear un
género completo en caso se perdiesen todas las demás referencias. No por las
puras, fue HDF el artefacto que
llamase la atención sobre Sexores, quienes a partir de ese momento ganarían una
reputación en los circuitos independientes que han ido consolidando
paulatinamente.
Dos años después
del Historias..., la pareja regresó a
las andadas con otro mini-álbum, Red Rooms (2016). Su sonido aquí luce muy reconcentrado, aún diríase más,
macerado en extremo. Ese sentido de la melodía que reinaba en Historias..., con el que empatizabas
instantáneamente, cosecha nuevas audiencias a través de este disco. La novedad se
concreta gracias a interesantes acercamientos al lenguaje electrónico -lo cual
podría interpretarse como un giro de 360 grados en la trayectoria de la dupla,
de no ser porque ahora ésta se aproxima a sonoridades digitales con ambos pies
firmes sobre el shoegazing. En tal sentido, “U.S.S.R. Girls” es tremendo salto hacia
adelante, evocando una vez más la estela de Curve. No obstante, predominan las
ambientaciones oceánicas plácidas, las programaciones que caracolean con el
reverb como hacía tiempo no escuchaba. Y, coronando Red Rooms, del cierre se encarga un tema casi en onda slowcore:
“Loner”.
Sexores presentó RR, producido en formato cassette por la
independiente italiana Coypu Records, en Lima; en el marco del festival Integraciones del 2016. Ese año, la
sociedad Bahamonde-Yepez coincidió con el acto nacional Cao (nuevo proyecto de
Constanza Núñez-Melgar tras Panyoba) y los achorados chilenos electro-cósmicos
de Föllakzoid. Tengo entendido que aquella era la cuarta vez que Sexores visitaba
el Perú, si bien fue la primera vez que los disfruté en directo.
La afortunada confirmación
de lo que dejaba entrever Red Rooms
ha llegado este año de la mano del que es, hasta ahora, el proyecto más
ambicioso del tándem norteño. East / West
es el primer disco de Sexores que, bajo los viejos cánones del vinilo, se
concibe en formato doble. La edición física corre por cuenta de la discográfica
nacional Buh Records, de Luis Alvarado: esto le ha permitido a la banda y a su nuevo
vástago tener mayor difusión por estos lares. Es decir, mayor difusión de la
que ya tienen.
Como avisa su
título, el díptico tiene un contraste de naturaleza conceptual muy enfatizado.
La primera rodaja -‘West’, ocho temas- está constituida por las nuevas
composiciones de ascendencia pop en que han trabajado Emilia y David durante
los meses transcurridos desde Red Rooms.
La segunda rodaja -‘East’, ocho temas-, por el contrario, ha sido reservada
para pistas de carácter experimental, que no enganchan rápidamente con el consumidor
promedio: la densidad en este tramo del viaje, en efecto, puede llegar a
intimidarle -diablos, ¿cómo hace gente de la talla de Klaus Schulze o
Lovesliescrushing para prolongar, transubstanciado, el impacto de su huella
después de tanto tiempo?-.
Quizá por ello, ‘West’
es la rodaja que me permite hablar con largueza de esta fusión entre shoegazing
y electrónica no precisamente downtempo o trip hop -a diferencia de lo practicado
por los arequipeños Paisaje 3, que lograron una inusual y muy original mixtura
entre estos géneros (tripgaze)-. Sexores, no es baladí subrayarlo, jamás se
olvida de la guitarra durante sus sesudas exploraciones electropop: diseña ésta
imponentes murallones de sonido por entre los nutridos tapices de
sintetizadores que ahora integran el vocabulario del dueto, murallones cuya
majestad pareciera desvanecerse al tacto. La prístina voz de Bahamonde, como
antes, dota de emoción y belleza sutiles a estas composiciones que, dado el
caso; incluso podrían inducir al trance hipnótico.
Por otra parte, ‘East’
es una inequívoca visión hasta cierto punto críptica del Lado Oscuro de la vida
que nos rodea, sea ésta humana o de otra especie. Por suerte, en Sexores la
experimentación no obvia ese filón emocional tan necesario cuando se pretende
vertebrar una reflexión sombría sobre el futuro de la Tierra y los
pequeños/personales apocalipsis que nos toca afrontar a diario: (no siempre)
rehuyendo estructuras lineales, ‘East’ hace las veces de íntimo tour de force
mental que penetra la insignificancia sideral de la Humanidad, la rutina
cotidiana, la “soledad colectiva” a la que lleva una elección de vida rara avis...
Sin presentarlo aún
en nuestro país oficialmente, pero ya con East
/ West en mano, Sexores regresó a Lima hace veintitrés días. Pese a
que no me sentía nada bien de ánimo, fui a verlos, pues siempre he creído en el
poder sanador que opera la magia de Euterpe sobre sus fieles e incondicionales devotos.
Abrumado de lúgubres pensamientos como estaba, peregriné hasta el edificio de
Fundación Telefónica. Abrieron esa noche los locales de Puna, que ofrecieron
temas nuevos sin pausa, generando la impresión de un enorme “meta-tema” con el
que el público no llegó a conectar del todo. Era previsible: el perfil de la
asistencia era más pop, y había venido específicamente por el platillo de
fondo. Allí quedó demostrado que Sexores ya cuenta con una feligresía peruana
que les quiere y les sigue -por su música, claro que sí, pero también por su
presencia constante bajo estos cielos.
(En el intermedio,
comenzó a sonar por los parlantes el Sleeps With The Fishes (1987), gema de Pieter Nooten (Clan Of Xymox) y Michael
Brook (This Mortal Coil, Brian Eno, etc). “Bendito DJ”, pensé en esos momentos,
y me predispuse a sanar, aunque sea por un rato. Claro que luego, cuando el
disco iba por “After The Call”, lo sacaron a la mala y encajaron el Spleen And Ideal (1985) de Dead Can
Dance. “Maldito DJ”, pensé entonces, amo a DCD, pero el Sleeps... es una rareza de 24 kilates.)
Y saltaron a la
cancha Emilia y David, acompañados por Felipe Meneses (bajo) y Jaime Murgueytio
(sintetizadores). Y el jolgorio fue unánime. Tocaron temas del nuevo largo,
incluyendo uno de “el lado difícil” (me reía por dentro de la reacción de
algunos que no sabían si aplaudir o no), amén de otros clásicos del repertorio ya
eran harto conocidos y consecuentemente vitoreados. La performance habrá durado
cerca de una hora, mas, como suele pasar cuando disfrutas de algo con todas tus
fuerzas; el tiempo fue tirano y se nos hizo cortísimo a todos allí. Importó
poco. Al menos en mí, la tutela de la musa había cumplido su cometido. Y aunque
después, caminando desde FT hacia Sucre con Bolívar, fantasmas y demonios
volvían a atacar tratando de hacer presa en mí, sobrevivió un hálito de
esperanza en el recuerdo del directo de Sexores, que me arrulló hasta que el
Sueño borró todo vestigio del ingrato presente. Milagros secretos que algunos
tenemos la suerte de presenciar/vivir.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook 16 de noviembre del 2015.)
“Jack is in the
house” solía ser el grito de guerra durante la primera edad de la house music
(1985-1989). A través suyo, se aludía a “Jack” como la emoción imparable que en
algún momento de las largas sesiones discotequeras brotaba en tu interior y te
catapultaba al nirvana -y de paso al dancefloor.
Obviamente, esta
emoción -quién sabe sólo nos alcanza nuestra cultura para darle esa
categorización por analogía, a algo que está por ahora más allá de la
comprensión racional humana- no es privativa de la música house. “Jack” es sólo
una forma de llamarla, pero la verdad es que se halla presente en todos lados,
incluso en aquellas músicas que no se orientan al acto de bailar. Un ejemplo
dance es ciertamente el hip hop, que llama groove al mismo ímpetu invocado a
través de programaciones pastosas bien labradas y un fraseo emputado. Otro
ejemplo, mucho más ligado a la danza, esta vez tradicional; ha quedado
magníficamente retratado en el cuento “La Agonía De Rasu-Ñiti”, de nuestro José
María Arguedas -remitirse al momento en que Atok’ sayku grita a voz en cuello mientras
baila “¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, aleteando!”, al haber
recibido el nuevo dansak’ el espíritu que guiase a su maestro como danzante de
tijeras. Y otro ejemplo, esta vez no bailable y más cercano a las dinámicas
tribales alrededor de una hoguera de homínidos, lo tuvimos en noviembre del
2015.
Silver Apples, la
legendaria banda que se movía dribleando entre la psicodelia dura y la
proto-electrónica a fines de los 60s, ofreció el 15/11/15 gratuitamente un
concierto memorable en el marco de la clausura del festival Integraciones (quinta edición). Es de
aplaudir que, a pesar de que en el cercano 2018 su álbum debut cumple medio
siglo de publicado; Simon Coxe, miembro sobreviviente de la genial dupla -el
recordado baterista Danny Taylor partió hacia lejanas Itacas en el 2005-, se
mostró digno merecedor de su tremebundo currículum.
Estuve desde las 4
de la tarde en el recinto de Fundación Telefónica. Recién pasadas las 5.30 pm,
comenzó a llegar público a cuentagotas. Uno de los primeros fue el amigo
Fernando Rivera, con quien nos echamos una buena mano de charla y con quien
fuimos testigos de la prueba de sonido de Silver Apples. Para “setear” los
equipos, Coxe tocó “Lovefingers”, que no incluyó en su repertorio de fondo, y
un fragmento de la inmortal “Oscillations”. Terminada la prueba de sonido, Coxe
bajó y muy amablemente accedió a tomarse fotos con nosotros.
Conforme avanzaban
las horas, la concurrencia se hizo más nutrida. A decir verdad, al margen de la
oportunidad de ver a Silver Apples en vivo y en directo, fue una velada de
reencuentro con muchos amigos, viejos y nuevos. Con muchos conversamos -Kamila Lunae, Luis Samanamud, Carlos Acevedo, Pedro Benavides, Víctor Chang, Jaime
Alfaro, Alexander Fabián y Jorge Rivas O’Connor. Con algunos más, sólo fue un
saludo de lejos -sorry José, sorry Arturo, no me llegué a acercar-. Con otros
algo más solicitados, sólo fue verlos, saber que estaban allí -Roberto Ortigas,
Wilder Gonzales Agreda-.
Bien jugado el set
de Rapapay y su electrónica post IDM (el individualista ha vuelto tras muchos
años de ausencia en la escena, hubiera sido un golazo que pusiera su disco Aymaraes a la venta). Bien jugado el set
de Varsovia y su synth punk con marcada influencia D.A.F. (sorry Dante, sorry
Fernando, no me llegué a acercar). Pero la atmósfera misma estalló cuando
Silver Apples subió al escenario.
Después de un
anti-clímax involuntario que fue tomado de la mejor forma -el sonido se cortó
abruptamente al inicio de su set (“I Don't Care What People Say”, del
recuperado The Garden)-, Coxe
convirtió la noche en una burbuja de bruma química: repasando los dos clásicos
discos del dúo, nos regaló cincuentaypico minutazos de indócil surrealismo que
en más de una ocasión saltó desde el analógico pasado hasta nuestro presente -y
viceversa. Casi una hora clavada -timing perfecto, ¿verdad, Pedro?- de
oleaginosas psicoanomalías sónicas, de ir regresionando hasta la Edad de
Piedra, hasta convertirnos en cavernícolas alrededor de una fogata primigenia.
Coxe sabía lo que hacía, y por eso el clímax perfecto fue “Oscillations”, en
una versión que no parecía tener fin, pues se renovaba incesantemente -al punto
de transportarnos a todos a otro plano de la existencia. Previsiblemente, “Oscillations”
se convirtió la rúbrica perfecta antes de bajarnos de la nube lisérgica en que
nos habíamos trepado.
Un caballero, el
músico. Y una foto/noche para el recuerdo.
PD: Amanecí tan
alucinado con la performance del día anterior, que tuve que seguir
pasteleándome, esta vez con la obra del cineasta Kenneth Anger: Fireworks (1947), Invocation Of My Demon Brother (1969) y Lucifer Rising (1972) al hilo.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de mayo del 2017. Pauteado en el blog
tal cual fue escrito.)
SLOWDIVE: EL SUEÑO
INALCANZABLE HECHO REALIDAD
Si hemos de
apegarnos a la verdad, el concierto de mañana acaba con una espera cuantitativamente
corta. Mal haríamos en hablar de los proclamados 22 años de los que medio mundo
ha venido haciéndose eco. No. Hasta el 2014, ver en vivo a Slowdive en el Perú
era una fantasía por la que se suspiraba sabiéndosela imposible. La banda se
había disuelto entre 1995 y 1996, tras la salida del Pygmalion, e inmediatamente después Neil Halstead y Rachel Goswell
formaron Mojave 3. A su tiempo -2007, probablemente-, M3 también había dicho
adiós. Los miembros de la agrupación bandera del shoegazing andaban desperdigados
y no había reconciliación a la vista.
Cuando Slowdive concreta
su reunión en el 2014, la fantasía se condensa en una posibilidad remota. Quienes
fuimos sus fans en los 90s hemos padecido taquicardia crónica desde entonces,
ante la eventualidad no sólo de nuevo material, sino también la de una
presentación aquí. No exagero: tres años atrás, se corrió el rumor de que
empresarios locales planeaban juntar en un mismo concierto a Slowdive y a
Pixies -estos últimos sí llegarían a tocar en el Perú, aunque sin Tanya
Donelli. Por supuesto, hubieron voces que protestaron contra el cotilleo (“no
se jueguen así con el corazón de la gente”).
Durante este
trienio, nos han estado llegando noticias a granel sobre el resucitado
quinteto: declaraciones, fotos y videos de sus lives, teasers, la
aparición estelar en el documentalazo Beautiful Noise (2015)... Por lejos, la primera gran noticia llegó hace más o menos
un año, cuando los ingleses revelaron que entrarían al estudio a grabar nuevo álbum,
el primero en 22 años. La segunda: Rachel Goswell, diosa entre diosas,
protagonizó el que para mí es el mejor disco del ejercicio 2016, el epónimo
debut del “supergrupo” Minor Victories -al lado de músicos experimentados como James
Lockey (Hand Held Cine Club), Stuart Braithwaite (Mogwai) y Justin Lockey (The
Editors).
En marzo de este 2017,
nuestros ojos y oídos se enteraron de que Slowdive tocaría en Santiago, sueño
que se hizo realidad para los hermanos sureños el pasado sábado 13. Se supo
entonces que Slowdive giraría por la región. A la par, el grupo programó la
salida del nuevo trabajo discográfico para el 5 de mayo. Muchos pedimos que se
aprovechara la coyuntura a fin de negociar su llegada a Lima. Pedimos,
insistimos y, finalmente, exhortamos. No era para menos: fresca está aún en el
recuerdo la desastrosa falta de reflejos de los organizadores nacionales para
traer a Dead Can Dance, un dúo literalmente de otro planeta, que se presentó
DOS VECES en Chile.
Esta vez, hubo humo
blanco. La espera, por consiguiente, no ha sido muy larga que digamos. Si acaso
tres años. Pero la emoción de poder tenerlos aquí, ésa sí que hizo sufrir
horrores a la feligresía local, dolorosa duda que se desvaneció al confirmarse
la buena nueva en la veintena de abril último. Hoy, ya sólo falta un día.
AMOR DE SEGUNDA
JUVENTUD
En Kaze Tachinu (Se Levanta El Viento, 2013), de Hayao Miyazaki, Jiro conversa a través
de sus sueños muchas veces con el diseñador italiano Giovanni Battista Caproni.
En la penúltima de esas veces, Caproni le dice a Jiro: “Los artistas sólo son
creativos por diez años. Los ingenieros no somos diferentes. Vive tus diez años
al máximo”.
Desde que Slowdive
se juntase otra vez, mucho se ha especulado sobre si sus capacidades, que los
convirtieran en el máximo exponente del dream pop; se mantenían intactas. No
han faltado quienes vean en este regreso sólo una oportunidad para exprimir su
celebridad y hacer dinero. En tal sentido, el segundo testimonio homónimo de la
banda -el primero fue el EP de debut absoluto, allá por 1990- parecía llamado a
disipar esas dudas.
Pero no olvides la
sentencia de Caproni. ¿Realmente era correcto esperar una obra maestra de
músicos que han estado separados tanto tiempo? ¿Era imperioso que volviesen con
una obra maestra completa quienes han empezado a dejar atrás la mitad de sus
cuarentas? Extendiendo aún más el radio de la interrogante, ¿es conditio sine
qua non que cualquier grupo o artista invente la sopa de ajo con cada nuevo
disco que publica? Ciertamente, creo que eso deseábamos todos los fans.
No es una
obligación, sin embargo. Alguna vez, el gran Eduardo Lenti escribió sobre
“Let’s Go To Bed” de The Cure unas líneas que también son válidas para todo el
período del Japanese Whispers (1983):
“una canción tan conmovedora como los primeros pasos de un enfermo tras una
larga convalecencia”. Slowdive es eso,
el regreso de una agrupación como no ha existido otra al interior del
shoegazing, el primer paso en la segunda vida de quienes serían el
combo-escuela del género si éste no hubiera sido perfilado antes por el Loveless (1991) de My Bloody Valentine -Eduardo
Lecca, de hecho, les considera el segundo nombre más grande de la nómina Creation
Records, sólo por detrás de MBV (lástima que se equivoque en escoger al Pygmalion como su legado definitivo).
Sin olvidar los
resultados artísticos, cualesquiera creas que éstos son, lo que puede decirse a
priori del nuevo álbum es que poco le falta para ahogarse/ahogarte en emotividad.
Los cinco de Reading, Berkshire, han tenido las emociones a flor de piel durante
todo el proceso de creación y registro; como corresponde al hecho de
experimentar una segunda (¿y también bisoña?) juventud. Bien es cierto que este
factor no basta por sí solo para levantar un disco, pero tengámoslo siempre
presente al momento de evaluar la recién estrenada placa -que se filtrase casi dos
semanas antes de la fecha oficial de lanzamiento (en su cuenta Facebook,
Rachell Goswell deploró amargamente el hecho).
En parte, pienso
que esa desbordada emotividad le ha jugado un par de veces en contra a
Slowdive. Cuando comienza a cantar en “Slomo”, la voz de Halstead le pone cabe
a lo que debería haber sido un reentré glorioso. Y la Goswell lo hace apenas
mejor al tomarle el relevo en este número de apertura. Por otro lado, y al
final del plástico, “Falling Ashes” se queda a escasos milímetros de erigirse
como gran cierre de jornada a-lo-Pygmalion,
debido a que las vocales no consiguen elevar el tema a las alturas que la
contraparte sonora reclamaba -se puede alegar, cómo no, el inevitable paso de
los años.
Acabo de aludir a
la música, ésa que era intensa experimentación y melodía pop irresistible a
partes iguales, en la primera vida de Slowdive. Aquí, otra pregunta, no tan
ligada al disco; encuentra espacio. Dentro de los hoy sincréticos lindes de la
música pop/rock, ¿no es un poco ingenuo esperar algo nuevo, tras el cambio de
milenio? Ojo, no inquiero por algo bien hecho, fresco, con gancho melódico que
mate -sino por algo completamente nuevo, inédito. Se acusa a Slowdive de
haberse convertido en otro grupo indie más del montón, sin tomarse en cuenta no
sólo la cuestión que acaba de ser planteada, sino también el hecho de que casi
la totalidad de actos shoegazing que se adueñó del relevo generacional entre
1996 y el año del Jubileo optó por derivar casi naturalmente hacia el indie.
Los mismos sobrevivientes de Slowdive esculpieron desarmantes viñetas
corta-venas bajo el alias de Mojave 3, y el propio Chris Saville siguió ese
camino con Monster Movie. Por lo demás, a las mismas voces que sindican este golpe
de timón como un desatino total, y que son abiertamente críticas con el indie
de nuestros días; podría replicárseles si los argumentos les alcanzan para
hacer lo mismo con el indie de los 90s (Flaming Lips, Pavement, Mercury Rev,
Red House Painters y un inacabable etcétera).
Por donde los mire,
estos juicios me parecen exagerados. “Star Roving”, primer single del nuevo Slowdive,
se afana en recuperar su sonido característico, que diera todo de sí en obras
tan paporreteadas por mis neuronas como el Souvlaki
(1993) y los EPs ad látere. Muy al margen de la polémica que pueda armarse en
torno a la performance vocal de “Slomo” y “Falling Skies”, Slowdive es un disco dinámicamente balanceado. Se tiende a
intercalar un tema de medio tempo con otro algo más acelerado y ruidoso, pero
esa pauta no es inmutable. Así, mientras “Star Roving” debe tener el tempo más
veloz en toda la discografía de los ingleses, y “Don’t Know Why” baja a niveles
“normales” ese pulso; “Sugar For The Pill”, segundo single del disco, es en la
práctica una semibalada.
No es muy evidente,
pero hasta aquí se llega a percibir visos de una disputa entre lo que el grupo
fue y lo que quiere ser ahora, una suerte de dialéctica entre la hora actual de
Slowdive y su prontuario histórico. Convertido gracias a tres LPs maravillosos
en una estupenda banda de culto -Just For A Day (1991), Souvlaki y Pygmalion-, el quinteto quiere romper un
poco su propio molde. Lo consigue a medias. Porque a partir de “Everyone
Knows”, Slowdive regresa a ese pasado con que más se le identifica. Lo que sí
cambia es la participación de cada integrante en la ejecución colectiva. En
todo el esférico, por ejemplo, juega importantísimo papel la sección rítmica:
Nick Chaplin en el bajo y Simon Scott en la batería soportan el peso principal
de las canciones. Es menester subrayar sobre todo al primero, que descolla por
lo sorprendente de su técnica (mucho oído a lo suyo).
Otro tanto puede
decirse de la voz cantante. Rachel se retira a un segundo plano para dejar a
Neil cumplir el rol de vocalista principal, revelándose sólo en los momentos
clave, cuando Halstead necesita una mano para hacer que el combo despegue.
Ello, a pesar de las dos reservas puntuales que ya acoté en párrafos
anteriores. Para más inri, la impresión global, grosso modo; es la de un disco
in crescendo aupado por las voces.
De las ocho
canciones incluidas en el álbum (nueve en la edición japonesa: el hermoso bonus
track “30th June”), la única que no he mencionado en estas líneas es “No Longer
Making Time”. En cierta forma, esta composición resume no sólo las virtudes del
disco, sino todo aquello que ha estado detrás del regreso de Slowdive.
Shoegazing en estado puro (“dulce como un caramelo aural, amargo como el
recuerdo de la felicidad perdida”, escribí en el 2001): sin elevar demasiado el
volumen, “No Longer...” revive los días del Souvlaki,
cuando las voces hechas susurros nos acariciaban mientras la tormenta de sonido
nos jaloneaba con violencia para llevarnos hacia atardeceres inalcanzables,
interminables. Recuerda también lo mucho que se les ama (Slowdive es, de todas
maneras, la banda más querida del baggy), lo mucho que se les extrañaba, lo
emocionados que nos sentimos todos cuando supimos que volvían, y lo felices que
nos pusimos cuando confirmaron su presencia en el Perú -ante la sola
posibilidad, cuando todo eran rumores y ninguna certeza se tenía, me eché a
llorar a lágrima viva de sólo pensar que podría escuchar en vivo genialidades
como “Catch The Breeze”, “Alison”, “Crazy For Yoy”, “Dagger”, “Machine Gun” y
“When The Sun Hits”.
El domingo pasado,
en horas de la noche, Slowdive tocó en Brasil. Ayer ocurrió otro tanto en
Argentina. Los muchos set lists que han estado circulando, pertenecientes a las
tocadas realizadas durante las últimas semanas, esbozan un menú de más o menos diez
a doce canciones fijas. Un tercio de ellas está centrado en el nuevo disco,
mientras que el porcentaje restante pasa revista a toda su producción, con
especial énfasis en el Souvlaki -pero
también con sorpresas repescadas de los EPs, como “Avalyn” y “Golden Hair”, el
cover de Syd Barrett que usan para cerrar (al menos de primera intención) las
presentaciones. El encore es otra cosa.
Sound And Vision,
el magnífico site mexicano especializado en músicas independientes, y que fuera
de los primeros medios latinoamericanos en anunciar este retorno (hace dos días
notició sobre Every Country’s Sun, nueva
rodaja en ciernes de Mogwai, por siaca); ha advertido sobre lo difícil que es
para cualquier fan de Slowdive no irse a ningún extremo. Slowdive no es una maravilla, ni tiene la obligación de serlo: es
sólo el regreso de músicos legendarios tras una pausa de 22 años; que, sin
querer ser exactamente los de antes, sí anhelan rejuvenecer para esta segunda
vida que han decidido compartir con nosotros. Vamos, no peques de exigente, su
obra anterior les otorga suficiente margen para que les perdonemos cualquier
desfase en su vuelta al ruedo.
Como con Yo La Tengo, como con Los Planetas, como con !!! (Chk Chk Chk); mañana mato para
estar en primera fila, a escasos metros de ellos, dispuesto a saltar como
cualquier chibolo pulpín y a soltar moco contenido como cualquier viejo
dencorub. Dispuesto a renovar el ritual.
Mañana, el Destino
es nuestro aliado.
;)
PD: A la
organización del evento, por favor, tengan al menos un par de ambulancias
listas para cualquier emergencia, incluyendo sendos desfibriladores cardíacos. Vale
más prevenir.
Hákim de Merv
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de mayo del 2017. Pauteado en el blog
tal cual fue escrito.)
Dicen que una
imagen vale más que mil palabras. Pero si aquella va acompañada de unas cuantas
líneas, queda todavía mejor.
Cuando te
atragantas de emotividad hasta sentir que vas a reventar a partes iguales de
tristeza y felicidad, todo lo que te rodea tiende a tornarse difuso. Las
emociones empañan el juicio, y éste cede a los impulsos primarios que aún
gobiernan la especie.
Slowdive, el grupo
shoegazing que más amo y amaré toda mi vida, me llevó a una epifanía la noche
del pasado jueves. Salté, lloré y grité las letras hasta quedarme afónico; como
nunca antes lo he hecho. En circunstancias así, no tienes de otra sino de
gritarlas, salvo que a medio camino te agarre “Dagger” y sólo te quede la
opción de apenas balbucear, mientras un nudo se te forma en la garganta y otro
se te deshace en el corazón -lo que hubiera dado por la mirada cómplice que en
esta canción le echó la Goswell a Halstead.
A la porra la
espera de horas, a la porra el cansancio y los gallos que en otras
circunstancias causarían más de un rubor. Slowdive estaba ahí, tocando frente a
mí, Rachel, Nick, Neil, Christian, Simon; mientras la envolvente correntada de
noise y pop que salía desde los gigantescos parlantes hacía que se me
remecieran hasta los calzoncillos -lo que va contra todas las leyes conocidas
de la física, a menos que los causantes sean los cinco de Reading.
Fernando Rivera,
Diego Ballón, Jaime Alfaro (mil disculpas, maestro, me ganó la emoción de
abrazarme con mi causa Walter Rojas), Pedro Reyes, Marcelo Villanueva, Abdel De
La Cruz, Raúl Begazo, Wilbert Estrada, Antonio Zelada, Jorge Rivas O’Connor y
tantos otros que no alcancé a ver... Todos nos fundimos en la bruma de un
concierto que en realidad no fue tal cosa -sino una excepcional experiencia
ritual, de ésas que sanan las heridas del alma y que te reconcilian con la
vida.
Adivina quién sale
haciendo headbanging en 3.50, cuando la cámara gira a la derecha, en primera
fila.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 24 de abril del 2015.)
Mientras caminaba
desde el Club Embassy (en Plaza San Martín) hasta el cruce de Uruguay y Alfonso
Ugarte, bajando las revoluciones con el frío aire de la madrugada limeña,
pensaba en lo complicado que sería escribir una reseña del concierto del
23/04/15. Y es que, a diferencia de TODOS los conciertos a los que había ido
hasta esa fecha, lo de esa noche fue más una fiesta privada. Para bien y para
mal. Para mal, porque fue el triste termómetro de nuestra realidad
rockera/electrónica/pop: somos pocos en un país con el gusto atrofiado por la desangelada papilla insípida que pregona la mass media como el supremo manjar
-Romeo Santos no se merecería ni medio pedo en la cara, si no fuera porque
tenemos los oídos llenos de caca-, pero ni siquiera esos pocos estuvimos
completos la noche de ayer. En Chile, seguramente habrá sido otra la historia.
¿Y para bien? Pues
porque la gente disfrutó enormemente de la velada sin estar apretujándonos unos
contra otros, respetando el espacio personal de quien está al costado. Desde el
live de Jaguares (abril del 2004), no veía algo semejante.
Como se esperaba,
arrancó la noche Neon Dominik. No hay mucho que comentar al respecto. Su
performance fue el fiel reflejo de lo realizado en el debut del año pasado, Lightness. Empezó bien y terminó mal:
tanto, que no supo cuándo cortarla -a punto se quedó de completar la hora sobre
el escenario, lo que es demasiado para un telonero. Para peor, hacia la mitad
de su set ND se convirtió en un calco de Underworld, de New Order, de cualquier
banda EBM centroeuropea promedio (¿sería por la proximidad del concierto de
Front242?). Para no abrumarme, opté por cabecear un rato, cómodamente sentado.
Mis oídos se dieron
cuenta del relevo sobre la tarima antes que mi conciencia. El cambio fue tan
evidente, que me desperecé por completo y corrí al borde del dance floor. En
efecto, ya estaban allí los !!! (Chk Chk Chk), el principal motivo por el que
nos congregamos cuando mucho 150 almas en ese local del Centro Histórico.
Ya se sabía que Nic
Offer suele brindar directos memorables. Sin embargo, una cosa es verle en
pantalla y otra muy distinta estar ahí. Ni bien comenzaron a sonar las notas de
“Get That Rhythm Right”, el frontman de !!! puso primera con el pie aplastando
el acelerador e ipso facto se le vaciaron los frenos: no paró hasta terminar el
set. Mejor aún, comprobamos que, en directo, Offer no es él ni ella -es un
ello, a veces masculino, a veces femenino. Durante muchos pasajes, Nic emuló
los pasos de Lady Miss Kier en el video de “Groove Is In The Heart” (el
veintiúnico hit de Dee-Lite). Tal cual queda escrito: Nic Offer es una fuerza
vital en calzoncillos que trasciende géneros.
Y mientras se
sucedían sin descanso “Slyd”, “All My Heroes Are Weirdos” (todo un himno,
ciertamente), “Except Death”, “One Girl/One Boy”, “Jamie, My Intentions Are
Bass”, “Me And Giuliani Down By The School Yard (A True Story)”, “Even When The
Water's Cold” y demás canciones del repertorio de los californianos; la onda
expansiva encontraba multitud de ecos en la pista de baile y aledaños. Incluso
entre los más reticentes... Lentamente la escarcha desapareció, y la savia
corrió como en años mozos, imposibilitada de sustraerse a lo que estaba
sucediendo delante de nuestras narices. Offer, contagiándose de la vitalidad de
un público por completo entregado, se bajó del escenario en más de una ocasión
para acompañar epilépticamente el baile tribal que !!! había conjurado.
Entonces, hasta los más reservados comenzamos a caer en un trance, aupados por
la guitarra de un espectacular Mario Andreoni.
Alguna vez alguien habló
del “hombre que escucha” y del “hombre que baila”. Incluso aquellos que tenemos
dos pies izquierdos por libre elección, y que sólo sabemos poguear, reconocemos
este conflicto interno -imposible acallar del todo lo que nos habla desde la
memoria genética de la Humanidad. Esa noche y al día siguiente, el “hombre que
baila” adelantó al “hombre que escucha” de un violento testarazo, y aunque no
logró hacerlo besar el piso, por un mágico momento equiparó su poder. Quizá no
sea del todo coincidencia que esta situación tuviera lugar en una etapa de mi
vida en la que he redescubierto cierta alegría y cierto goce puramente
corpóreos, sí, pero tan necesarios para equilibrar el espíritu, de continuo
entregado al placer intelectual.
Lo del 23/04/15 fue
más que una fiesta privada, más que una noche luminosa: fue una de esas
jornadas que a uno lo marcan de por vida en direcciones insospechadas (nada más
delectable que aquello que sobrepasa todas tus previsiones). Pero todo tiene su
final. Sobre las 2.30 de la madrugada, se acabó el show de !!! -sin haber
tocado “Heart Of Hearts” (...shit, scheisse, merde...)- y buena parte del
público abandonó el establecimiento. Lástima por Danny M, que fue de fondo,
aunque la noche ya había rebasado las más entusiastas expectativas. Piña por
quienes se lo perdieron.
Lo único
verdaderamente malo de la noche: en el Centro de Lima, 5 soles por una
Coca-Cola personal ni siquiera es un abuso. Es un robo descarado. La próxima
vez prefiero morirme de sed.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de noviembre del 2014.)
CRÓNICA DE UN POBRE
GRANAÍNO -QUE DE GRANAÍNO NO TIENE NI MEDIO CROMOSOMA (SALVAJE)
Debo admitir, para
empezar, que al concierto ofrecido por Los Planetas el 13 de noviembre
del 2014 los fans fuimos con las expectativas bien altas. Expectativas
satisfechísimas, dicho sea de paso, al menos a nivel de la experiencia
personal; porque el sonido les jugó en contra a los capitaneados por J
Rodríguez durante varios pasajes de su primera vez con el público limeño. En
más de una ocasión, en efecto, no se le escuchaba la voz al buen J, y la
guitarra de Florent Muñoz también llegó a desaparecer un par de veces.
Culebrones técnicos
a un lado, lo de Los Planetas fue espectacular de principio a fin. Llegué
bordeando las 4.30 pm, y tuve la inmensa fortuna de que Jalo Nuñez Del Prado, organizador del
evento y viejo amigo; me permitiese pasar a escuchar la prueba de sonido de los
granadinos -segunda del día, según uno de los plomo
con quien conversé. Dicho sea de paso, antes de ingresar al local conversé con
algunos miembros de la banda, todos ellos muy asequibles. Cuadraron equipos en
aproximadamente cuarenta minutos, rematando con “Una Corona De Estrellas”. El
que más demoró en hacerlo fue J: la logística en este aspecto ya empezaba a dar
señales de alarma.
Recién a las 8 pm
comenzó a caer gente en grandes cantidad. Esta vez, menos mal, sí cogimos buen
lugar -en primera fila, rodeado de amigos tan devotos de Los Planetas como
truly yours: Marco y David Rivarola, Julio Marchena y su hermano Jorge, Diego Ballón y Marcelo
Villanueva, y Diego López.
Hicimos una buena previa con estos últimos, tanteando
las posibilidades de un set list que diera gusto a todos y comentando los
pormenores de mi acceso a la prueba de sonido. Justamente, Jalito me confiaba
dirigiéndonos al escenario que el baterista Erick Jiménez era un bravo, y yo le
decía que las semanas posteriores a la compra de la entrada al concierto había
estado re-escuchando los discos del grupo con más detenimiento: ahí me di
cuenta de que Erick era un animal a las baquetas, como se comprobaría con el
correr de las horas.
Fuera de las
deficiencias en los equipos, tuve dos cosas que reclamarle a la organización
del concierto: 1) No es que Eva Y John me parezca un grupo maleta, pero sí
inexperto, lo cual no tiene nada de malo, ya que se trata de una banda nueva.
Lo que me incordia es que hay bandas aquí que iban mucho más en la línea de Los
Planetas que pudieron ser seleccionadas para telonearles. Catervas y Kinder, caballero, lo
hubieran hecho mucho mejor. 2) Desde todo punto de vista, el concierto empezó
DEMASIADO tarde. Se había anunciado la tocada para el 13/11/14: pues bien, con
tantas dilaciones, los españoles subieron al escenario el 14/11/14, a las 00.30
am. Teniendo en cuenta que el día siguiente era laborable, se debió manejar
mejor este tema.
Los Planetas se
alinearon con el arranque soñado por muchos -me incluyo-: “Segundo Premio”
rompió fuego con un público enfervorizado pero no totalmente suelto. No aún. El
grupo sorprendió gratamente con “Rey Sombra”, “Toxicosmos” y “La Virgen De La
Soledad”, composiciones
que pensamos difícilmente iban a ser incluidas en el set list. Sin
embargo, el deshueve se produjo con “Corrientes Circulares En El Tiempo”:
entonces el público arrancó el pogo con la
intensidad que ameritaba la ocasión -y que alentaba Erick desde la batería. El
tío simplemente destrozó: nos hizo leña una y otra vez, sin piedad, a veces
incluso opacando al J y a Florent. Tres años después, sigo considerándolo el
mejor baterista que he visto en vivo in situ. El público respondió a esa entrega
con harto slam, mismo que ya no paró desde “Santos Que Yo Te Pinté” -en “Devuélveme
La Pasta”, comenzó a arreciar la lluvia de cerveza.
(Sintomáticamente,
después de que acabase “Corrientes...” me di la vuelta y me encontré con mi
amigo El Adversario, tan emocionado que hasta me abrazó efusivamente -algo bien
sui generis en él, jejejejeje.)
El primer encore,
tras “Pesadilla En El Parque De Atracciones”, fue devastador: “De Viaje”, “Un
Buen Día”, “David Y Claudia”, “Alegrías Del Incendio”... Si ya se me había
quebrado varias veces la voz hasta ese momento, con estas cuatro gemas las
estadísticas “quebradas” se dispararon hasta el cielo. El segundo y último
encore de la noche lo protagonizó “La Copa De Europa”. En el set list que
logramos ver, el concierto finalizaba con “Los Poetas”, aunque después del
soberbio trip de “La Copa...” ya no se le echó de menos.
Sí se echó de
menos, en cambio, a varios clásicos de la banda hispana: “Una Nueva Prensa Musical”,
“Plan De Fuga” (favorita mía), “La Guerra De Las Galaxias” (favorita de Diego
López), “Punk”, “Desaparecer”, “El Artista Madridista”, “Soy Un Pobre Granaíno”...
Como suele pasar, cuando las luces del tabladillo se apagaron definitivamente y
se abrieron las puertas de salida, el alargue estuvo lleno de comentarios e
intercambio de impresiones -todo largamente positivo. Memorable concierto de
Los Planetas. Sumamente intenso -a la distancia, recuerdo haber caído en un
trance con “Romance De Juan De Osuna”- y revitalizante. Velada magnífica en la
mejor compañía.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 11 de junio del 2014.)
En la medida en que
la rutina tiende a devorarlo todo, incluso aquellas actividades que amamos y
con las que nos identificamos/autodefinimos, hube olvidado lo que significa ser
“joven” en todo el sentido de la palabra... hasta el 10 de junio del 2014 por
la noche.
Pensé en Yo La
Tengo como quizá
la última experiencia que pudiera servirme de referente en
años venideros -aunque las esperanzas de ver a otros grupos “must”, como suele
decir mi amigo Jonas García, son lo último que se
pierde-, cuando recordase (y añore) mi juventud.
Lo de The Cure, por supuesto, fue igualmente memorable, pero distinto: ni
mejor, ni peor; simplemente distinto. Aquella vez en el Estadio Nacional, el 17/04/13,
fue una deuda por décadas de ausencia que se saldó con creces a través de una
sagrada comunión entre feligresía y banda. Lo del 10/06/14, no creo exagerar,
fue una fusión: durante dos horas y media, todos los que estuvimos allí fuimos
Ira, Georgia y James. Fuimos unos y trinos.
Desconcertó que la
gente llegara sobre el filo de la hora anunciada: a las 8 de la noche habían
pocos asistentes dispersos, pero a las 8.30 la cola ya se perdía de vista. Esta
circunstancia, sin embargo, se vio mitigada por un problema que el grupo tuvo
en Aduanas para poder sacar sus instrumentos -y que dilató el inicio de la tocada
hasta las 11.30 pasado meridiano. Ignoro si cancelaron a los teloneros, pues no
supe que se anunciara alguno -y quizá por ello la emoción fue tan repentina
como mayúscula cuando vimos a los de Hoboken trepar al escenario y encarar a
sus seguidores peruanos con las canciones del Fade (2013).
¿El set list? Pues,
la verdad, producto de muchas elecciones felices. Sorprendió bastante que
tocaran “Autumn Sweater” y sobre todo “Moby Octopad”, ambas de su disco I Can Hear The Heart Beating As One
(1997, uno de sus episodios más celebrados por la crítica especializada y los
fans -aunque faltó “Green Arrow”, buuuuuuu-). Hubo maravillosos momentos de
complicidad desbordante, como en “From A Motel 6”, en “Big Day Coming” o en “You
Can Have It All” (ejecutada ésta en el encore). En líneas general, no se le
puede hacer a la banda mayores reproches en ese sentido (aunque siempre sí: “Tom
Courtenay” y “The Summer”, pe').
Pero lo de esa
noche se hizo irrepetible por esa fusión a nivel casi molecular de la que
hablaba hace unos minutos. El pogo no sólo fue salvajón y expansivo, sino
incandescente: como pocas veces, el público peruano conocía las canciones y las
coreaba por lo menos en el estribillo, mientras se desataba el slam. En el
escenario, esa refulgencia venía sobre todo de Georgia e Ira, unos capazos para
crear inmediatas conexiones empáticas con la audiencia. Georgia estuvo no pocas
veces a punto de hacernos cruzar al Otro Lado con su dionisíaco accionar a las
baquetas. Ira aporreó constantemente la guitarra como si fuera un demencial
avatar de Thurston Moore (Sonic Youth).
Gentileza insular del trío: de entre el público surgió
un vinilo del Popular Songs (2008)
que la banda al completo autografió. Reyes.
Para mí, el “tipping
point” de la noche llegó antes del encore. Los triates comenzaron a tocar “Ohm”,
canción que abre el Fade, y la
explosión fue inmediata. El gancho perfecto a la mandíbula. Mejor aún, el
mazazo directo a nuestros miocardios, que ya habían bajado la guardia. Al borde del moco, mi bobo comenzó a acelerarse aún más. Después de muchas lunas, me
sentí vivo, libre -como un animal sobrecargado de energía que trasciende el
propio ser, como un viejo guerrero que respira, que muge, que hiede desprecio
hacia todo lo que se le ha inculcado bajo el rótulo de “buen vivir”; que brama
desde el estómago, desde los poros de la piel, desde los ojos, desde los
pies... DESDE TODAS LAS PUTAS PARTES DEL JODIDO CUERPO HUMANO. Felicidad plena,
que Yo La Tengo rubricaría a renglón seguido con uno de los números más
esperados/solicitados de la jornada: “Blue Line Swinger”, y el pogo más brutal
en el que mi corazón participó hasta entonces. Inevitable no agradecerlo con
lágrimas en los ojos (“tears are in youuur eyeeeees”).
Luego vendría el
encore de rigor con tres temas, el primero de los cuales fue a pedido -favor que
los YLT concedieron a mi amigo Diego Ballón (con quien nos reencontramos después
de ¡¡¡15 años!!!) por tener
bien puesto y en primera fila su polo con el nombre del grupo (lástima que el
terceto no estaba preparado para tocar lo que pidió, “Deeper Into Movies”).
Pero ya no se podía superar la æpogé de “Blue Line...”. Para entonces, yo ya
había abandonado las primeras filas, porque el cuerpo no me daba para más.
La noche me deparó
una última sorpresa. Muy cerca de donde me encontraba, una flaca bastante menor
que yo pogueaba a morir con sus sobrinas, obviamente unas niñas todas ellas.
Debió haber sido la mejor noche de sus cortas vidas. Aún diría más, debieron
haberse sentido vivas por primera vez desde que tienen uso de razón. Quién
sabe, tal vez sea merecedor del mismo privilegio en unos cuantos años, si este
achacoso cuerpo todavía aguanta la exigencia del slam y si mi querido Delfín
tiene la suerte de seguir -sólo parcialmente, ojo- el camino de su pobre tío.
Bendito sea el Destino
que en su infinita sabiduría me hizo rocker antes que cualquier otra cosa.
Bendito sea el Destino que me libró de esos otros caminos ignominiosos a los
que estaba condenado por ascendencia familiar. Bendito sea ese destino, carajo.