(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 26 de enero del 2022.)
LOS DISCOS PERUANOS DEL 2021 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (I)
Desde que comentase su epónima puesta de
largo hace casi un lustro, he sabido de nuevas tan esporádicas como contradictorias
concernientes a los arequipeños de
La Terminal. Nada más publicar la reseña, de
hecho, José María Málaga -segunda guitarra y voz- anunciaba la disolución del
cuarteto. Si ésta se llegó a concretar, no duraría mucho, porque -bien como
banda, bien como asunto del mayor de los Málaga- La Terminal continuó apareciendo
en el scroll de las news feeds. A la muerte de un obispo, eso sí, presentando algún
desamparado sencillo virtual o anunciando su colaboración en uno que otro compi
(o eso creo recordar).
Hacia la veintena de octubre último, ese
bastión trujillano del ruido corajudo, barriobajero y guapo que es Rip Off Records rescató una de las primeras maquetas del grupo. Nunca editada a escala
masiva (lo mismo que Mala Práctica, demo del 2008 que completa el legado
“prehistórico” del combo), Acuérdate Que Morirás ha sido recuperada por
la escudería norteña en el hoy revalorado soporte del cassette. Perdió en el
camino fragmentos de su nombre -Acuérdate De Que Morirás (2007-2014), se
le denominó inicialmente-, pero ganó a cambio casi una cara completa de
material inédito (o, en todo caso, rascuachamente difundido).
La versión 2021 de Acuérdate...
respeta escrupulosamente el track list original, destinando cuatro de sus cinco
números al lado A. El quinto y último de la primera edición, “Besando El Suelo”,
encabeza el lado B seguido de una pista en la que se han encajado tomas en vivo
de “17 Golpes”, de “Estar Peor” y de la que sospecho es la forma primordial de “Mientes”.
Remata el side “La Fresa”, registro del 2007 en el que meten mano Málaga, Luis
Cueto y Raúl Guzmán. De ellos, es Cueto quien no participaría en el debut oficial.

El valor de
Acuérdate Que Morirás, que
ya se percibía en su primer alumbramiento, es el de mostrarnos cómo lucía el
repertorio de La Terminal en crudo -y, por supuesto, cómo sonaban los mistianos
en estado “puro”. Esto es, sin
Camilo Uriarte ni
José Javier Castro tras la
consola del estudio. Que
La Terminal (2017) fue un opus de rock concebido
en el corazón del Ruido no es un secreto para nadie que lo haya audicionado. Es
con
Acuérdate... que llegabas a ser consciente de cuánto de ese ruido
delirante y audiotóxico tuvo que ser encausado y mitigado/cercenado para que
pudiera brillar su pathos a través de encarnaciones algo menos informes -noise
rock usamericano de los 80s (“Los Surfistas Nazis Católicos Deben Morir”),
grunge (“NonXime”), rock alternativo (“17 Golpes”), tal vez punkgaze...
Consciente de ello, y de que no todo el
impulso creativo primario de los rojinegros se codificaba siempre en raspantes
(des)acoples y distorsiones mil. Ahí están “Besando El Suelo” o “La Fresa” para
atestiguarlo.
Encantadora sorpresa la de José Luis Arango
a.k.a.
Ayver. Al caballero no lo conozco de ningún lado, así que empiezo lo que se
dice tarde con quien ha venido labrándose una cumplidora reputación como músico
desde agosto del ’19, cuando se estrenó gracias a su mini-LP
Firmament. Última
de sus entregas a la fecha, en
Ayver (2021) muestra el proyecto un
elevadísimo nivel de composición y ejecución. Pese a no haber tenido la oportunidad
de escucharle anteriormente, pues, se me hace razonable suponer que dicho nivel
es fruto de una evolución acaecida a través de dos mini-álbums y dos largos.
Moneda de cambio harto difundida en las
músicas nacidas con posterioridad a 1977, Arango parece regirse por ese principio
estético (y vital) que consiste en dosificar lo que se tiene para usarlo con
sabiduría. Ello le mueve, ignoro si por vez primera, a hacer de su homónimo
paso menos un disco que una gigantesca suite de doce movimientos que frisa los 2/3
de hora. Los temas en Ayver figuran todos entrelazados, y esa
continuidad no sólo les hermana, sino que además tiende a asemejarles. Segmentos
como “Towards The Uncanny Shores”, “Imaginary Friends (Reunion)” o “Spherical
Abstraction In Progress” fluyen siempre orlados por vívidos y emotivamente solemnes
arreglos de preciosismo y paisajismo sonoros, como pocas veces se han oído en
la escena local -un plus que el limeño no resigna ni siquiera en sus momentos
de mayor contundencia percusiva, como el colofón “Yenifrontiers” (que flirtea a
la distancia con la indietrónica) o la sutil programación que asoma en la
segunda mitad de “Newpocity”.

Me desconcierta algo el empleo que el propio
músico hace de ciertas etiquetas
en su BandCamp. Quizá el dark ambient o la
experimentación tengan cabida en otros episodios de su discografía (episodios
que acometeré con prontitud). No aquí. Tampoco la propuesta artística de
Ayver
empata con el post rock, como sí con un ambient de ascendencia neoclásica. La
artesanía de sus cuerdas es abundante en toda la placa: desde el piano, con el
que Arango se ha compenetrado mucho (“Glow Metamorphosis”, “Mellifluousleep”),
hasta el violín (“Heaven Abscene”, “Essence Of Ayver”). Esa generosidad, sumada
a los ocasionales efectos acuosos de sonido -el arroyo que discurre entre “Restored
Consciousness” y “Glow...”, el mar en la crepuscular “The Souvenirs Of Enma”-,
se traduce en cinemáticos soundscapes de nostálgico/melancólico talante.
Emocionante hallazgo, que mana evocación y
resiliencia por todos sus flancos. Inevitable compararle con lo que hiciera en
su última etapa el colectivo This Mortal Coil (cf. Blood, 1991), pero
también con el recordado dueto noruego Secret Garden.
Destacar un surco por encima de los otros no
me parece justo, así que recomiendo la escucha del álbum completo vía BandCamp
-o mejor aún, su adquisición física.
Emergiendo del fondo de ese bullente agujero
negro que es en todas partes la escena metalera independiente, propina su
primer zarpazo una agrupación capitalina relativamente nueva. Fundada hace unos
cuatro años,
Earthwomb, terna compuesta por los guitarristas Eduardo Yalán y Pedro
Zamalloa (encargado este último de mezcla y masterización), así como por el
vocalista Giancarlo Melgar; dispara en octubre pasado el pistoletazo de salida
Becoming
Immanence EP. 31 minutos y monedas enmarcados con el inconfundible mazazo
opresivo y oscuro del black metal atmosférico que restallase a inicios de los 90s
-y que, a diferencia de su precursor ochentero, integra el manejo de teclados,
sintetizadores y secuenciadores según corresponda.
Apertura el extended “Cosmic Revelation”, planteando
sin atosigar lo que se escuchará de allí en más. Pétreo, titánico, ominoso; el
instrumental anuncia tempos y contornos épicos, tras los que se parapetan ambientaciones
glaciares constantemente quebradas por los agudos/rasgados chillidos de Melgar.
Y si bien las guitarras pueden hacer gala de agilidad o desplazarse cachazudas,
dependiendo del timing, nunca abandonan la crispante densidad del género metálico.
En efecto, de “Fractal Phenomenon” -cuya versión demo se diera a conocer en
abril del ’19- a la postrer “Vital Flux”, el pugnaz murallón de azorante ruido
no concede tregua, salvo quizá en el breve interludio de tenso reposo que
ofrece en su ecuador “Trespassing The Paragons Of Consciousness” (otro
instrumental), o en las notas finales al piano de “...Flux”.

¿El resto? Queda ya dicho: una sucesión de sacrílegas
sonatas fúnebres que van del desaliento y la desolación más negros a la
exaltación y a la efervescencia más vehementes; con apenas lo justo para el
brochazo melódico que confiere a tracks como “Walkscapes” o “The Gathering” ribetes
de gestas legendarias.
Palmas para el díptico que arman “Ulterior Revelation” y “Vital Flux”. El
primero funciona como reptante crescendo para que el segundo explote en toda su
extrema oscuridad y cósmica locura. El cierre perfecto de un volumen trabajado
a consciencia, cuyas letras -créditos para Yalán y Melgar- se inscriben en la mejor
tradición pagana/anticristiana de sus pa(d)res escandinavos. El tenebrismo de
Wolves In The Throne Room, Burzum, Evilfeast y Summoning puede darse por
satisfecho con la fresca cosecha que su maligna semilla ha propiciado en
meridión: aquí están los jóvenes (turcos).
Douglas Tarnawiecki,
Luis David Aguilar, Arturo Ruiz Del Pozo, Manongo Mujica, Julio “Chocolate” Algendones, Miguel Flores... ¿Qué tienen todos ellos en común? Lo más evidente
es su proveniencia de inciertos circuitos sónicos concebidos tanto a la periferia
del jazz y de músicas similares, como erigidos alrededor de determinadas teorizaciones
propugnadas por el accionismo avant garde de mediados del siglo XX. Algunos de
estos músicos se han conocido en décadas pasadas, y se ha dado el caso de haber
colaborado entre ellos. No tomaron nunca, sin embargo, parte en ninguna escena articulada
en torno a figuras señeras o a manifiestos culturales. La mendicidad que antaño
padecía una escena pop tercermundista como la peruana hacía imposible siquiera contemplar
la posibilidad.

Todos ellos, junto a Corina Bartra y a Omar
Aramayo, han sido considerados en
Territorio Del Eco: Experimentalismos Y Visiones
De Lo Ancestral En El Perú (1975-1989). La rodaja pasa a engrosar en agosto del ’21
el catálogo de la línea de lanzamientos ‘
Essential Sounds Collection’ que
desde hace ya varios años cura
Buh Records tenazmente. Diría que incluso de manera
pertinaz -con la excepción de Aramayo y Bartra, el resto ya ha visto material
propio editado por la misma disquera, lo que empieza a hacer un poquito quáker la
insistente reiteración.
Tal cual apunta el subtítulo, este artefacto
documenta la creatividad de los/as mencionados/as durante el período ‘75-‘89,
un lapso de tiempo especialmente complicado en nuestra reciente historia nacional.
El punto focal de convergencia para estas piezas repescadas es su diversa/múltiple
aproximación hacia las distintas vetas del acervo autóctono peruano. Así, se
postulan revitalizaciones de las tradiciones amazónicas, altoandinas y
afroperuana; incorporando instrumentos vernaculares característicos de cada
una. En el caso de las primeras, no pueden estar mejor representadas que por la
tríada de inicio: “Nocturno” de Aramayo, “Invocación” de Mujica y “Jungle” de Bartra.

En lo tocante a la fusión afroperuana, sólo
podemos contar el sabroso “Eleegua” de Algendones. Y refiriéndonos a los
registros de filiación altoandina, figuran “La Tarkeada” de Aguilar (bautizada
así debido al rol estelar de la tarka, flauta de seis orificios frontales y uno
adicional en la zona inferior) y un resultón/fintero “Bosques Girando Al Ritmo
Del Sol” (Espíritus, seudónimo de Tarnawiecki). Un poco más de méritos hacen el
urbanita surrealismo jazzy de “Indio En La Ciudad” y el peculiar visionado caótico
que el espacio citadino filtra a los vientos de “Llegué A Lima Al Atardecer”,
visionado impuesto al migrante recién llegado. El detalle es que ambos cortes
son protagonizados por Miguel Flores -a título personal el primero, como
miembro de Ave Acústica el segundo. Ello me remite de nuevo al rollo de estar insistiendo
constantemente con los mismos apellidos.
Y no sólo eso. Más allá de su valor
arqueológico y testimonial, el menú de Territorio Del Eco... tiene muy
poco que resaltar per se. Novedades respecto a lo que anteriormente la
disquera ha rescatado, apenas. Quizá lo de Bartra (devenida con los años en
cantante de jazz afroperuano que para las últimas elecciones presidenciales
decidió apoyar la candidatura de la mendaz primogénita de los Fujimori), de
todas maneras lo de Algendones, y de cabeza lo de Mujica -al lado de Paracas Ritual (2020), en comandita con el noruego Terje Evensen, lo más rescatable
de un músico excesivamente inflado para mi gusto.
Hákim de Merv