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jueves, 16 de noviembre de 2023

Theremyn_4: Art, Noise + Speed // Aloysius Acker: Requiem Para Un Ave // Cholo Visceral: Quimera Huaycotrópica

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 8 de noviembre de 2023.)

Una de las primeras alusiones que se hicieron acerca del nuevo capítulo de Theremyn_4, alentada por la propia nota de prensa, es que tenía éste cierta ascendencia new wave. Por sí sola, esa frase comportaba una sorpresa mayúscula, al haberse alimentado el proyecto desde un inicio del big beat y de la rocktronia de actos como Underworld, Propellerheads o The Chemical Brothers. A lo mucho, esta faceta de José Gallo acaso se remontaba a los herederos de Chicago y Detroit, que se disputasen las discotecas de todo el mundo a inicios de los 90s. Desfilarían posteriormente, en comentarios y reseñas, referencias aún más insólitas a Japan, a Getting The Fear y a The Fixx -e incluso a Gang Of Four y a King Crimson (¡¡¡!!!).

La verdad ante todo, es que sí, pero mira por dónde. Dale 10, 500, 3000 vueltas a Art, Noise + Speed, y sólo asomará más o menos visible la impronta de la vetusta new wave ochentera. No niego que las demás hayan estado presentes durante el proceso compositivo cuyos resultados el ex Huelga De Hambre destinara a la confección de su décimo esfuerzo -doceavo, si contamos los artefactos de remixes dedicados al debut Fluorescente Verde En El Patio y al precedente Lost Moments. Las demás citas, no obstante, se hallan lo suficientemente sublimadas como para ser claramente identificables -y, por consiguiente, señaladas como influencias. Directas, al menos: nada en A, N + S remite de arranque ni a la agrupación de David Sylvian, ni a los estetas post punk de Leeds ni a la gótica facción disidente de The Southern Death Cult. Menos a la seminal escuadra prog del maestro Robert Fripp. Sólo tras mucho escuchar y escudriñar, emergen resonancias distantes señalando esas direcciones.

Luego de veintitrés años en ruta, ¿por qué considerar a Art, Noise + Speed un disco alentador?

Podría argumentar que desde “Nazca Cowboy”, single de adelanto y apertura de la placa, T_4 se plantea lograr diversificar su sonido sin comprometer su identidad estructural. Revestirse de nueva parafernalia sin traicionar en media pulgada los fundamentos, es uno de los modos más honestos  de  reinventarse, y también  de  los más difíciles. Contenido, con su eufonía new wave -más propiamente New Order circa Brotherhood/Technique- montada sobre basales programaciones de filigrana proto techno, “Nazca Cowboy” apunta a ese objetivo. Otros tracks que persisten exitosamente en ese sino son “Neon Sun / Neon Man” (cuyas baquetas están a cargo de Gallo), “Street Girl Ethos” (guiños fantasmales a Lima/Tokyo/Lima, de los mejores esféricos del seudónimo), “Notre-Dame Pt. I” (y su consabido big beat austero precedido de un brevísimo intro jazzístico) y “Art Stealers” (con el otro miembro más o menos estable de la entidad, Lu Falen, ¿para cuándo por fin el estreno en regla de Blind Dancers?). En el camino, ecos del groove angular de Gang Of Four, loopeos elaborados que replican la brisa art rock de Japan, siluetas de secuencias trasmutadas que rememoran las sombras chinescas de GTF...

Podría alegar igualmente que dichas características, también presentes en números como “Air Giants”, el nerviosamente sosegado “Dry Season” y el opiáceo “Notre-Dame Pt. II”; no impiden que éstos recorran gradaciones con que matizar/atemperar saludablemente las robustez y vivacidad de sus pares. En “Air Giants”, verbigracia, Theremyn_4 se vale del legado synth pop para crear un instrumental sobrio y templado. En tanto, los trazos de “...Pt. II” son sencillos y transparentes esbozos que cascabelean en medio de la oscuridad circundante, arropando melopeas de innegable parecido a la que identifica la serie Stranger Things (tangerinedreamescas, en tal sentido). Y “Dry Season” lucha por no despeinarse sin adelantar ni perder el paso.

Podría hacer una cosa y la otra, ciertamente, y no estaría pecando de insincero. Prefiero, con todo, alegrarme de que José Gallo haya recuperado la claridad anímica y la creatividad que le faltaron en Lost Moments (‘18); ausencias que hicieron de éste el episodio más discreto de su discografía. Un lustro después, este aplomado Art, Noise + Speed reestablece el prestigio de T_4 y su talento para concretar excelentes jornadas.

(Lástima que una buena tortilla no pueda hacerse sin quebrar algunos huevos.)

Fechado a inicios de octubre, con el mini-LP Requiem Para Un Ave confirma José Rodríguez -por enésima vez- que en modo Aloysius Acker va y viene según le plazca. Para efectos de este volumen, retrocede como nunca antes hacia los días en que la ethereal music de los 80s todavía iluminaba inmaculada los corazones de quienes le escuchaban y asimilaban merced a artistas y lanzamientos correspondientes a la legendaria primera etapa de 4AD.

Cedido para descarga gratuita a la nueva plataforma perucha Just Memories Records, que inició operaciones en diciembre del ‘22, el arranque de Requiem Para Un Ave podría confundir al buscador de sonidos exquisitamente labrados dada su naturaleza ambient a todas luces macerada en la Baja Fidelidad. “Entrada Del Otoño”, en efecto, posee acabados un tanto lluviosos -algo así como la idílica/sepia afectación mnemónica de recuerdos muy remotos, que convertía Maribel Tafur en herramienta central de su poética en el extraordinario 2106 EP (‘21). Es sólo cosa del canal en cuestión, empero.

Porque desde “Alguien Desordena Estas Rosas” hasta el cierre de “Mirada Podrida De Flor”, Aloysius Acker se ve embargado por una irrefrenable inspiración neoclásica. Las notas deliberadamente espaciadas (“Esta Sombra Que Cae Del Ruido De Tus Pasos”, “Mirada Podrida...”), los vastos desarrollos que apertrechados de volátil éter sonoro de éstas se derivan (“El Naufragio Es Dulce En Este Ocaso”), las donosas euritmias que de ésos nacen (“Alguien Desordena...”, “Aquel Aciago Día”)... Todo ello otorga consistencia a un exuberante registro, lleno de efusivos colores nostálgicos, que con la emotividad de un Satie reedita los pasajes más diáfanos de Filigree & Shadow (‘87) y el pop de cámara de Blood (‘91) -respectivamente segundo y tercer rounds de This Mortal Coil.

¿Significa esto que AA suena ahora como lo hizo en vida el célebre músico galo? Para nada. Lo que hace Rodríguez se asemeja a lo que hizo Satie, pero es evidente que la resultante no se mimetiza con la obra del europeo: uso de armonías sin función definida, refuerzos melódicos a través de octavas alternativas, melodías límpidas y nítidamente esbozadas, algunos “acompañamientos pedales” y algunos “acordes modales”. De esta manera el limeño acierta a acuarelizar por igual memorias y sueños que cualquiera puede atesorar, en un tremendo alarde de facultades empáticas, desplegadas invocando a la única musa que muchos reconocemos -la Música. Precioso.

Resurge finalmente Cholo Visceral luego de cuatro años, con optimizada formación y nuevo material de estudio bajo el brazo. Exceptuado por ende Live At Woodstaco (20/10/19), lo último del tremebundo grupo que al viejo prog injertaba recios ramalazos metálicos y stoner rock había sido bastante desorientador -Sutilezas EP le catapultaba a un terreno tan drásticamente opuesto como podía serlo el vaporwave. Entonces me preguntaba si el extended sería una curiosa extravagancia, o si por el contrario iba a redefinir poética y futuro de esta banda asociada a la insurrección “meta stoner” limeña de la década anterior.

Aconteció, según se sabe, lo primero. Del EP, no queda ni la alineación. No ha vuelto Cholo Visceral a convertirse en el combo que rubricase sus dos muy recomendables primeras entregas, pero el cuarteto responsable de Sutilezas es ya cosa del ayer. Kevin Lara en eléctrica y Beto Cerquera en teclados no son más parte del line up, que actualmente completan los guitarristas Sandro Zelaya y Mauricio Medina. De pasadita, la remozada entente pone de manifiesto que los responsables directos de ChV siempre han sido Manuel Villavicencio (bajo) y Arturo Quispe (multi-instrumentista que se ocupa de batería y sintetizadores).

Nada más verle, la primera interrogante que brota en la mente se relaciona con los motivos del tándem Quispe-Villavicencio para bautizar a Quimera Huaycotrópica así y nimbarle de un arte de portada tan surrealista como pesadillesco. Esa misma interrogante muere apenas comienzan a ser castigados los parlantes con el bramido omnipresente de “Daga De 7 Filos”. La alineación de dos guitarras de invencible musculatura coadyuva en la incesante transformación de casi cada uno de los seis surcos -antaño permanentemente transfigurado, el daimon que preside el espíritu colectivo de Cholo Visceral prefiere ahora mutar de acuerdo a su maleable estado de ánimo. Lo observas en el prog jazzy de “Eros II”, cuyos riffs le imprimen carices a lo cantar de gesta. Lo notas en el rabioso stoner correlón de “Algo Anda Mal...”, cuando la eléctrica esnifa los últimos resabios de prog químicamente puro que reservaba el alias. Lo percibes en el rock multipercusivo de “Génesis”, que bebe por igual de la psicodelia, del stoner y del metal; pero que nunca llega a mimetizarse del todo con alguna de aquellas estéticas.

No menos relevancia cobra ahora el sofisticado soporte rítmico de los capitalinos. Engrasados, prestos, atiborrados de una energía que saca chispas aún antes de ser liberada; cada componente del andamiaje montado por batería y bajo proporciona la movilidad necesaria para la incesante mutación a que se someten output y cuarteto. El mástil de Villavicencio se multiplica mejor que los cinco panes y dos peces del milagro jesuítico, enhebrando diversas secciones de tempo disparejo -como en “Daga...”. En “Pucusana 420”, por otro lado, mientras las baquetas alisan un medio tiempo perfecto sobre el que al inicio se luce el wah-wah, el bajo apuntala los postigos que soportan las densidad y solidez de un tema que bien podría merecer la etiqueta de metal progresivo. Y “Furiosa”, en idénticas coordenadas con algo más de velocidad, no sería un perenne bursting-out sin los crescendos, clímax y anticlímax varios que posibilitan las baquetas de Quispe y el puente de graves que amachimbra el bajo.

Vertiginoso y cambiante como las experiencias oníricas más dadaístas, imparable y corpulento como un tren bala fabricado en titanio, contundente y a la vez dúctil en su filiación a las diversas influencias de que se alimenta; Cholo Visceral consigue en Quimera Huaycotrópica su mejor trabajo a la fecha. Sólido, fresco, fornido y frenético; el nirvana heavy al que cualquier headbanger de vieja escuela le gustaría acceder.

Hákim de Merv

jueves, 3 de febrero de 2022

La Terminal: Acuérdate Que Morirás // Ayver: Ayver // Earthwomb: Becoming Immanence EP // Territorio Del Eco: Experimentalismos Y Visiones De Lo Ancestral En El Perú (1975​-​1989)

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de enero del 2022.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2021 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (I)

Desde que comentase su epónima puesta de largo hace casi un lustro, he sabido de nuevas tan esporádicas como contradictorias concernientes a los arequipeños de La Terminal. Nada más publicar la reseña, de hecho, José María Málaga -segunda guitarra y voz- anunciaba la disolución del cuarteto. Si ésta se llegó a concretar, no duraría mucho, porque -bien como banda, bien como asunto del mayor de los Málaga- La Terminal continuó apareciendo en el scroll de las news feeds. A la muerte de un obispo, eso sí, presentando algún desamparado sencillo virtual o anunciando su colaboración en uno que otro compi (o eso creo recordar).

Hacia la veintena de octubre último, ese bastión trujillano del ruido corajudo, barriobajero y guapo que es Rip Off Records rescató una de las primeras maquetas del grupo. Nunca editada a escala masiva (lo mismo que Mala Práctica, demo del 2008 que completa el legado “prehistórico” del combo), Acuérdate Que Morirás ha sido recuperada por la escudería norteña en el hoy revalorado soporte del cassette. Perdió en el camino fragmentos de su nombre -Acuérdate De Que Morirás (2007-2014), se le denominó inicialmente-, pero ganó a cambio casi una cara completa de material inédito (o, en todo caso, rascuachamente difundido).

La versión 2021 de Acuérdate... respeta escrupulosamente el track list original, destinando cuatro de sus cinco números al lado A. El quinto y último de la primera edición, “Besando El Suelo”, encabeza el lado B seguido de una pista en la que se han encajado tomas en vivo de “17 Golpes”, de “Estar Peor” y de la que sospecho es la forma primordial de “Mientes”. Remata el side “La Fresa”, registro del 2007 en el que meten mano Málaga, Luis Cueto y Raúl Guzmán. De ellos, es Cueto quien no participaría en el debut oficial.

El valor de Acuérdate Que Morirás, que ya se percibía en su primer alumbramiento, es el de mostrarnos cómo lucía el repertorio de La Terminal en crudo -y, por supuesto, cómo sonaban los mistianos en estado “puro”. Esto es, sin Camilo Uriarte ni José Javier Castro tras la consola del estudio. Que La Terminal (2017) fue un opus de rock concebido en el corazón del Ruido no es un secreto para nadie que lo haya audicionado. Es con Acuérdate... que llegabas a ser consciente de cuánto de ese ruido delirante y audiotóxico tuvo que ser encausado y mitigado/cercenado para que pudiera brillar su pathos a través de encarnaciones algo menos informes -noise rock usamericano de los 80s (“Los Surfistas Nazis Católicos Deben Morir”), grunge (“NonXime”), rock alternativo (“17 Golpes”), tal vez punkgaze...

Consciente de ello, y de que no todo el impulso creativo primario de los rojinegros se codificaba siempre en raspantes (des)acoples y distorsiones mil. Ahí están “Besando El Suelo” o “La Fresa” para atestiguarlo.

Encantadora sorpresa la de José Luis Arango a.k.a. Ayver. Al caballero no lo conozco de ningún lado, así que empiezo lo que se dice tarde con quien ha venido labrándose una cumplidora reputación como músico desde agosto del ’19, cuando se estrenó gracias a su mini-LP Firmament. Última de sus entregas a la fecha, en Ayver (2021) muestra el proyecto un elevadísimo nivel de composición y ejecución. Pese a no haber tenido la oportunidad de escucharle anteriormente, pues, se me hace razonable suponer que dicho nivel es fruto de una evolución acaecida a través de dos mini-álbums y dos largos.

Moneda de cambio harto difundida en las músicas nacidas con posterioridad a 1977, Arango parece regirse por ese principio estético (y vital) que consiste en dosificar lo que se tiene para usarlo con sabiduría. Ello le mueve, ignoro si por vez primera, a hacer de su homónimo paso menos un disco que una gigantesca suite de doce movimientos que frisa los 2/3 de hora. Los temas en Ayver figuran todos entrelazados, y esa continuidad no sólo les hermana, sino que además tiende a asemejarles. Segmentos como “Towards The Uncanny Shores”, “Imaginary Friends (Reunion)” o “Spherical Abstraction In Progress” fluyen siempre orlados por vívidos y emotivamente solemnes arreglos de preciosismo y paisajismo sonoros, como pocas veces se han oído en la escena local -un plus que el limeño no resigna ni siquiera en sus momentos de mayor contundencia percusiva, como el colofón “Yenifrontiers” (que flirtea a la distancia con la indietrónica) o la sutil programación que asoma en la segunda mitad de “Newpocity”.

Me desconcierta algo el empleo que el propio músico hace de ciertas etiquetas en su BandCamp. Quizá el dark ambient o la experimentación tengan cabida en otros episodios de su discografía (episodios que acometeré con prontitud). No aquí. Tampoco la propuesta artística de Ayver empata con el post rock, como sí con un ambient de ascendencia neoclásica. La artesanía de sus cuerdas es abundante en toda la placa: desde el piano, con el que Arango se ha compenetrado mucho (“Glow Metamorphosis”, “Mellifluousleep”), hasta el violín (“Heaven Abscene”, “Essence Of Ayver”). Esa generosidad, sumada a los ocasionales efectos acuosos de sonido -el arroyo que discurre entre “Restored Consciousness” y “Glow...”, el mar en la crepuscular “The Souvenirs Of Enma”-, se traduce en cinemáticos soundscapes de nostálgico/melancólico talante.

Emocionante hallazgo, que mana evocación y resiliencia por todos sus flancos. Inevitable compararle con lo que hiciera en su última etapa el colectivo This Mortal Coil (cf. Blood, 1991), pero también con el recordado dueto noruego Secret Garden.

Destacar un surco por encima de los otros no me parece justo, así que recomiendo la escucha del álbum completo vía BandCamp -o mejor aún, su adquisición física.

Emergiendo del fondo de ese bullente agujero negro que es en todas partes la escena metalera independiente, propina su primer zarpazo una agrupación capitalina relativamente nueva. Fundada hace unos cuatro años, Earthwomb, terna compuesta por los guitarristas Eduardo Yalán y Pedro Zamalloa (encargado este último de mezcla y masterización), así como por el vocalista Giancarlo Melgar; dispara en octubre pasado el pistoletazo de salida Becoming Immanence EP. 31 minutos y monedas enmarcados con el inconfundible mazazo opresivo y oscuro del black metal atmosférico que restallase a inicios de los 90s -y que, a diferencia de su precursor ochentero, integra el manejo de teclados, sintetizadores y secuenciadores según corresponda.

Apertura el extended “Cosmic Revelation”, planteando sin atosigar lo que se escuchará de allí en más. Pétreo, titánico, ominoso; el instrumental anuncia tempos y contornos épicos, tras los que se parapetan ambientaciones glaciares constantemente quebradas por los agudos/rasgados chillidos de Melgar. Y si bien las guitarras pueden hacer gala de agilidad o desplazarse cachazudas, dependiendo del timing, nunca abandonan la crispante densidad del género metálico. En efecto, de “Fractal Phenomenon” -cuya versión demo se diera a conocer en abril del ’19- a la postrer “Vital Flux”, el pugnaz murallón de azorante ruido no concede tregua, salvo quizá en el breve interludio de tenso reposo que ofrece en su ecuador “Trespassing The Paragons Of Consciousness” (otro instrumental), o en las notas finales al piano de “...Flux”.

¿El resto? Queda ya dicho: una sucesión de sacrílegas sonatas fúnebres que van del desaliento y la desolación más negros a la exaltación y a la efervescencia más vehementes; con apenas lo justo para el brochazo melódico que confiere a tracks como “Walkscapes” o “The Gathering” ribetes de gestas legendarias.

Palmas para el díptico que arman “Ulterior Revelation” y “Vital Flux”. El primero funciona como reptante crescendo para que el segundo explote en toda su extrema oscuridad y cósmica locura. El cierre perfecto de un volumen trabajado a consciencia, cuyas letras -créditos para Yalán y Melgar- se inscriben en la mejor tradición pagana/anticristiana de sus pa(d)res escandinavos. El tenebrismo de Wolves In The Throne Room, Burzum, Evilfeast y Summoning puede darse por satisfecho con la fresca cosecha que su maligna semilla ha propiciado en meridión: aquí están los jóvenes (turcos).

Douglas Tarnawiecki, Luis David Aguilar, Arturo Ruiz Del Pozo, Manongo Mujica, Julio “Chocolate” Algendones, Miguel Flores... ¿Qué tienen todos ellos en común? Lo más evidente es su proveniencia de inciertos circuitos sónicos concebidos tanto a la periferia del jazz y de músicas similares, como erigidos alrededor de determinadas teorizaciones propugnadas por el accionismo avant garde de mediados del siglo XX. Algunos de estos músicos se han conocido en décadas pasadas, y se ha dado el caso de haber colaborado entre ellos. No tomaron nunca, sin embargo, parte en ninguna escena articulada en torno a figuras señeras o a manifiestos culturales. La mendicidad que antaño padecía una escena pop tercermundista como la peruana hacía imposible siquiera contemplar la posibilidad.

Todos ellos, junto a Corina Bartra y a Omar Aramayo, han sido considerados en Territorio Del Eco: Experimentalismos Y Visiones De Lo Ancestral En El Perú (1975-1989). La rodaja pasa a engrosar en agosto del ’21 el catálogo de la línea de lanzamientos ‘Essential Sounds Collection’ que desde hace ya varios años cura Buh Records tenazmente. Diría que incluso de manera pertinaz -con la excepción de Aramayo y Bartra, el resto ya ha visto material propio editado por la misma disquera, lo que empieza a hacer un poquito quáker la insistente reiteración.

Tal cual apunta el subtítulo, este artefacto documenta la creatividad de los/as mencionados/as durante el período ‘75-‘89, un lapso de tiempo especialmente complicado en nuestra reciente historia nacional. El punto focal de convergencia para estas piezas repescadas es su diversa/múltiple aproximación hacia las distintas vetas del acervo autóctono peruano. Así, se postulan revitalizaciones de las tradiciones amazónicas, altoandinas y afroperuana; incorporando instrumentos vernaculares característicos de cada una. En el caso de las primeras, no pueden estar mejor representadas que por la tríada de inicio: “Nocturno” de Aramayo, “Invocación” de Mujica y “Jungle” de Bartra.

En lo tocante a la fusión afroperuana, sólo podemos contar el sabroso “Eleegua” de Algendones. Y refiriéndonos a los registros de filiación altoandina, figuran “La Tarkeada” de Aguilar (bautizada así debido al rol estelar de la tarka, flauta de seis orificios frontales y uno adicional en la zona inferior) y un resultón/fintero “Bosques Girando Al Ritmo Del Sol” (Espíritus, seudónimo de Tarnawiecki). Un poco más de méritos hacen el urbanita surrealismo jazzy de “Indio En La Ciudad” y el peculiar visionado caótico que el espacio citadino filtra a los vientos de “Llegué A Lima Al Atardecer”, visionado impuesto al migrante recién llegado. El detalle es que ambos cortes son protagonizados por Miguel Flores -a título personal el primero, como miembro de Ave Acústica el segundo. Ello me remite de nuevo al rollo de estar insistiendo constantemente con los mismos apellidos.

Y no sólo eso. Más allá de su valor arqueológico y testimonial, el menú de Territorio Del Eco... tiene muy poco que resaltar per se. Novedades respecto a lo que anteriormente la disquera ha rescatado, apenas. Quizá lo de Bartra (devenida con los años en cantante de jazz afroperuano que para las últimas elecciones presidenciales decidió apoyar la candidatura de la mendaz primogénita de los Fujimori), de todas maneras lo de Algendones, y de cabeza lo de Mujica -al lado de Paracas Ritual (2020), en comandita con el noruego Terje Evensen, lo más rescatable de un músico excesivamente inflado para mi gusto.

Hákim de Merv

viernes, 4 de mayo de 2018

Sexores

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de abril del 2018.)

Avanzadas ya casi dos décadas tras el Año Jubilar, de una centuria cuyo principal signo identitario es el de la Globalización a través de Internet; que cada tanto surja en el  horizonte de la música pop, desde coordenadas geográficas impensadas, un nombre cumplidor de prometedor potencial, ya no es sorprendente. Lo inquietante en todo caso es que haya permanecido oculto durante un tiempo que, atendiendo al ritmo de vida actual -cada día aparecen cientos de placas nuevas en todo el planeta-, puede ser percibido como larguísimo.

Mi primera vez con Sexores se dio en el 2014. Su esférico de ese año, Historias De Frío, me los presentaba como un grupo muy interesante. Por fortuna, lo siguen siendo cuatro años después. Averigüé entonces que se trataba de un combo ecuatoriano formado en el 2009, y que por esas fechas radicaba en Barcelona. En términos de música pop, Ecuador sigue siendo para mí un enigma aún hoy: alguna vez escuché trabajos de gente como Industria Masoquista, Paisanos (noise electrónico ambos, el segundo mucho menos tóxico que el primero), Manuel Núñez y una olvidada compilación de metal -Mortal Decisión, Ente, Chancro Duro, Basca y Total Death. También a los divertidos Cacería De Lagartos, y a Rocola Bacalao; conjuntos aparecidos en los 90s, si bien les presté oídos tardíamente -recién en el nuevo siglo. De todos los mencionados, ninguno guarda semejanzas estilísticas con Sexores.

Insular o no, un alias shoegazing ecuatoriano es motivo suficiente para despercudirse y dejar de lado prejuicios idiotas. Aunque, en el Principio, no fue el shoegazing la estrella que guiase los pasos versales. Durante éstos, hasta más o menos el 2012, Emilia Bahamonde y David Yepez no suscribían un estilo definido. Su música exhibía las trazas de un pop electrónico que se debatía entre Garbage y la versión más descafeinada del trip hop -el downtempo. En esa hesitación los muestran tanto el 001 EP (2010) como el mini-álbum Amok & Burnout (2011): Sexores tenía tanto de música electrónica ambiental lo suficientemente groovy (“Sodio”), como de unos Garbage con saturación (“Hxkshxknthx”) o sin ella (“Doser”). Intentos por mezclar ambas vetas, pocos, muy pocos (“Simios”).



Es en el 2013, con el lanzamiento del sencillo Titán (“Doppelgänger” como lado A), que se puede hablar de un viraje no sé qué tan impensado hacia el shoegazing. Y es que vale la pena recordar que muchas veces la prensa especializada sindicó a Garbage como la versión pop de Curve, el dúo baggy británico de Toni Halliday y Dean García. De hecho, Curve también tiene un tema bautizado como “Doppelgänger”, pero no es el de Sexores una relectura. Como fuere, este single, shoegazing más pop que dream; marcaría la pauta -sin agotar posibilidades ni mucho menos- de lo que debe considerarse el debut en regla de Sexores.

Mirados desde este preciso instante, los sucesos que rodearon la aparición de Historias De Frío podrían calificarse hasta de anecdóticos. En su momento, empero, fueron de lo más duros. Con una “primera versión” de HDF ya terminada, el binomio ecuatoriano fue presa de un robo que le privó de todo el material que componía este nuevo capítulo de largo aliento, obligándole a comenzar de nuevo desde cero y retrasando la salida originalmente planteada para el 2013. Lo que conocemos como Historias..., pues, es una segunda toma de un proceso creativo que ya había acabado, y cuya primera toma quién sabe si alguna vez se recuperará.

Pero el Tiempo ha de poner a esta “segunda versión” de HDF en el lugar que le corresponde. Se trata de uno de los mayores y más acabados esfuerzos que ha visto emerger la escena latinoamericana en lo que va del siglo XXI. Una joya. Cierto que Sexores no está descubriendo nada nuevo, pero tampoco creo que alguien se atreva a catalogar a Historias... de puramente epigónico. Plagado de arreglos angelicales, con mucho de misterio y de intriga, pero sobre todo de brumosa melancolía; cada track oscila entre la duermevela y el ensueño, a toda hora tributario de la mejor tradición shoegazing. Pale Saints, Chapterhouse, Silvania, el primer Bowery Electric, Swallow... Una orquestación electrónica a cuatro manos, fundamentada en controladores varios y secuenciadores, soporta la ejecución en guitarra de Bahamonde, cuyas vocales además te dan en el suelo hasta deslumbrarte; y el bateo eficaz/cómplice de Yepez.




Por encima de cualquier matiz, Historias De Frío es un preciosista manual shoegazing de arte y ensayo -un puñado de ocho temas que escuchar una, dos, diez, treinta veces; sin que el tímpano dé la menor señal de hastío o cansancio. Una jornada atemporal, a partir de la cual recrear un género completo en caso se perdiesen todas las demás referencias. No por las puras, fue HDF el artefacto que llamase la atención sobre Sexores, quienes a partir de ese momento ganarían una reputación en los circuitos independientes que han ido consolidando paulatinamente.

Dos años después del Historias..., la pareja regresó a las andadas con otro mini-álbum, Red Rooms (2016). Su sonido aquí luce muy reconcentrado, aún diríase más, macerado en extremo. Ese sentido de la melodía que reinaba en Historias..., con el que empatizabas instantáneamente, cosecha nuevas audiencias a través de este disco. La novedad se concreta gracias a interesantes acercamientos al lenguaje electrónico -lo cual podría interpretarse como un giro de 360 grados en la trayectoria de la dupla, de no ser porque ahora ésta se aproxima a sonoridades digitales con ambos pies firmes sobre el shoegazing. En tal sentido, “U.S.S.R. Girls” es tremendo salto hacia adelante, evocando una vez más la estela de Curve. No obstante, predominan las ambientaciones oceánicas plácidas, las programaciones que caracolean con el reverb como hacía tiempo no escuchaba. Y, coronando Red Rooms, del cierre se encarga un tema casi en onda slowcore: “Loner”.


Sexores presentó RR, producido en formato cassette por la independiente italiana Coypu Records, en Lima; en el marco del festival Integraciones del 2016. Ese año, la sociedad Bahamonde-Yepez coincidió con el acto nacional Cao (nuevo proyecto de Constanza Núñez-Melgar tras Panyoba) y los achorados chilenos electro-cósmicos de Föllakzoid. Tengo entendido que aquella era la cuarta vez que Sexores visitaba el Perú, si bien fue la primera vez que los disfruté en directo.


La afortunada confirmación de lo que dejaba entrever Red Rooms ha llegado este año de la mano del que es, hasta ahora, el proyecto más ambicioso del tándem norteño. East / West es el primer disco de Sexores que, bajo los viejos cánones del vinilo, se concibe en formato doble. La edición física corre por cuenta de la discográfica nacional Buh Records, de Luis Alvarado: esto le ha permitido a la banda y a su nuevo vástago tener mayor difusión por estos lares. Es decir, mayor difusión de la que ya tienen.

Como avisa su título, el díptico tiene un contraste de naturaleza conceptual muy enfatizado. La primera rodaja -‘West’, ocho temas- está constituida por las nuevas composiciones de ascendencia pop en que han trabajado Emilia y David durante los meses transcurridos desde Red Rooms. La segunda rodaja -‘East’, ocho temas-, por el contrario, ha sido reservada para pistas de carácter experimental, que no enganchan rápidamente con el consumidor promedio: la densidad en este tramo del viaje, en efecto, puede llegar a intimidarle -diablos, ¿cómo hace gente de la talla de Klaus Schulze o Lovesliescrushing para prolongar, transubstanciado, el impacto de su huella después de tanto tiempo?-.


Quizá por ello, ‘West’ es la rodaja que me permite hablar con largueza de esta fusión entre shoegazing y electrónica no precisamente downtempo o trip hop -a diferencia de lo practicado por los arequipeños Paisaje 3, que lograron una inusual y muy original mixtura entre estos géneros (tripgaze)-. Sexores, no es baladí subrayarlo, jamás se olvida de la guitarra durante sus sesudas exploraciones electropop: diseña ésta imponentes murallones de sonido por entre los nutridos tapices de sintetizadores que ahora integran el vocabulario del dueto, murallones cuya majestad pareciera desvanecerse al tacto. La prístina voz de Bahamonde, como antes, dota de emoción y belleza sutiles a estas composiciones que, dado el caso; incluso podrían inducir al trance hipnótico.

Por otra parte, ‘East’ es una inequívoca visión hasta cierto punto críptica del Lado Oscuro de la vida que nos rodea, sea ésta humana o de otra especie. Por suerte, en Sexores la experimentación no obvia ese filón emocional tan necesario cuando se pretende vertebrar una reflexión sombría sobre el futuro de la Tierra y los pequeños/personales apocalipsis que nos toca afrontar a diario: (no siempre) rehuyendo estructuras lineales, ‘East’ hace las veces de íntimo tour de force mental que penetra la insignificancia sideral de la Humanidad, la rutina cotidiana, la “soledad colectiva” a la que lleva una elección de vida rara avis...


Sin presentarlo aún en nuestro país oficialmente, pero ya con East / West en mano, Sexores regresó a Lima hace veintitrés días. Pese a que no me sentía nada bien de ánimo, fui a verlos, pues siempre he creído en el poder sanador que opera la magia de Euterpe sobre sus fieles e incondicionales devotos. Abrumado de lúgubres pensamientos como estaba, peregriné hasta el edificio de Fundación Telefónica. Abrieron esa noche los locales de Puna, que ofrecieron temas nuevos sin pausa, generando la impresión de un enorme “meta-tema” con el que el público no llegó a conectar del todo. Era previsible: el perfil de la asistencia era más pop, y había venido específicamente por el platillo de fondo. Allí quedó demostrado que Sexores ya cuenta con una feligresía peruana que les quiere y les sigue -por su música, claro que sí, pero también por su presencia constante bajo estos cielos.

(En el intermedio, comenzó a sonar por los parlantes el Sleeps With The Fishes (1987), gema de Pieter Nooten (Clan Of Xymox) y Michael Brook (This Mortal Coil, Brian Eno, etc). “Bendito DJ”, pensé en esos momentos, y me predispuse a sanar, aunque sea por un rato. Claro que luego, cuando el disco iba por “After The Call”, lo sacaron a la mala y encajaron el Spleen And Ideal (1985) de Dead Can Dance. “Maldito DJ”, pensé entonces, amo a DCD, pero el Sleeps... es una rareza de 24 kilates.)


Y saltaron a la cancha Emilia y David, acompañados por Felipe Meneses (bajo) y Jaime Murgueytio (sintetizadores). Y el jolgorio fue unánime. Tocaron temas del nuevo largo, incluyendo uno de “el lado difícil” (me reía por dentro de la reacción de algunos que no sabían si aplaudir o no), amén de otros clásicos del repertorio ya eran harto conocidos y consecuentemente vitoreados. La performance habrá durado cerca de una hora, mas, como suele pasar cuando disfrutas de algo con todas tus fuerzas; el tiempo fue tirano y se nos hizo cortísimo a todos allí. Importó poco. Al menos en mí, la tutela de la musa había cumplido su cometido. Y aunque después, caminando desde FT hacia Sucre con Bolívar, fantasmas y demonios volvían a atacar tratando de hacer presa en mí, sobrevivió un hálito de esperanza en el recuerdo del directo de Sexores, que me arrulló hasta que el Sueño borró todo vestigio del ingrato presente. Milagros secretos que algunos tenemos la suerte de presenciar/vivir.


Hákim de Merv

viernes, 24 de noviembre de 2017

Incendios Forestales Del Viejo Continente: Principios Y Fundamentos De La Fauna Moderna // Aloysius Acker: Aloysius Acker

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de noviembre del 2017.)

Provenga de cualquier álbum/grupo-o-artista/canción, en ciertas ocasiones, un nombre bien escogido es la mejor invitación a adentrarte en territorio virgen. Y si bien pocas son las veces que tal cosa sucede, valgan verdades su ascendencia deviene en perdurable. Tal vez por eso, recuerdo todas las que me han sucedido, como la que motiva este encabezado. Cuando Rock Achorao’ recomendó el extended debut de Incendios Forestales Del Viejo Continente, admito que más me jaló el alias que cualquier referencia subrayada por la reconocida página face. El dichoso IFDVC EP, lanzado en diciembre del 2015, era en realidad un single de dos temas -“Archipiélagos De Revillavigencio”, “Haru Ora Ora”- que no alcanzaba a deslumbrar (aunque sí alentaba a seguir la carrera de la novel banda).

Año y medio después, por el mismo conducto me enteré de la aparición de Principios Y Fundamentos De La Fauna Moderna, colgado en Internet para su escucha desde el BandCamp del combo limeño y distribuido en físico por LaFlor Records. El estreno corroboró que, afortunadamente, los instintos de este escriba todavía se mantienen afilados.

El debut en largo es una gratísima, sorprendente confirmación de lo que anunciaban tanto el “extended” como dos singles posteriores. Verdad que las cuatro pistas previas se han sumado a Principios Y Fundamentos..., pero también es verdad que en versiones masterizadas y mejor calibradas. Y si en el pasado IFDVC se presentaba como cultor del math rock, el presente disco tiene además una fuerte dosis de post-hardcore: por separado (“Himalajazz”) y en colusión con la vertiente math (“Oso Tripolar”, “Monty”).

Quizá son las mixturas de esta guisa las que ejemplifiquen las mejores cualidades que el cuarteto ha puesto en juego para este trabajo. Pese a que los ritmos pueden ser vertiginosos, sobre todo cuando el post-hardcore toma el timón, las melodías tienden a la depresión y a la melancolía. Así, los contrastes resultantes producen combinaciones instrumentales bastante complejas, ricas en matices. Podrían ser hasta elegantes sino fuera porque la batería constantemente echa a correr de manera casi desbocada, mientras la voz arremete con gritos destemplados, desencajando frescos punteos y toscos arpegios. ¿Coincidencia que el baterista también colabore con las vocales? No lo creo.

Incendios Forestales Del Viejo Continente está integrado por Ángelo Grijalva (batería, voces; hijo de Pedro Grijalva, bajista del grupo subte ochentero Sociedad De Mierda), Bruno Languasco (bajo), Andrés Izquierdo (guitarra, voces) y José Sandoval (guitarra). El hecho de sostenerse en una instrumentación  distanciada de cualquier  matiz  electrónico  les  da una sonoridad cálida y urgente -plus que añadir al ruido austero y al fragor angular de ocho temas desbordados por la vitalidad, entre Millones De Colores y Kinder, entre Radiación Selenita y Pilotocopiloto, entre Buh y Tony Danza.


Cambio de coordenadas. Mismo bando.

Hay palabras que nunca usas al escribir, bien porque te desagradan aún cuando no sepas exactamente dar razón de ello, bien porque ya no se corresponden con su significado original, bien porque éste ha sido puerilizado por el habla. Idénticamente, hay palabras que usas rara vez, porque, aunque te gusten; temes que se interpreten en sentido erróneo, dado su mal uso generalizado.

Por Facebook, conocí a José Rodríguez antes de que fundase Puna junto a Jorge Rivas (Philkophillips, Ionaxs). Cuando por fin nos reunimos, a propósito de un breve reportaje para El Hexágono Carmesí al entonces trío (que completaba Rolando Apolo), tal encuentro me confirmó lo que me comunicaban sus posteos: José pertenece a esa estirpe de artistas autodidactas de avanzada a los que el circuito sonoro independiente nacional les debe sus episodios más insulares -como ejemplos señeros, Ronald Sánchez de Altiplano y el ubicuo Christian Galarreta de Evamuss/Tica/Sajjra. No recuerdo que José y yo nos hayamos vuelto a ver, pero en redes me sigue pareciendo una persona con las ideas muy claras (estemos o no de acuerdo al 100%).

Hace ya sus buenos meses, Rodríguez comenzó carrera solista como Aloysius Acker. Para mis amigos y conocidos que me siguen fuera del Perú, el nombre pertenece a un poema de nuestro Martín Adán cuyo borrador destruyese el propio autor en 1933, en medio de una crisis depresiva mientras vivía una temporada en Arequipa. Los amigos del autor conservaron versiones no-sé-hasta-qué-punto-válidas-o-apócrifas del poema: en el texto sobreviviente, muchas personas creen ver una sutil ¿declaración?/¿confesión? cuando menos homoerótica del vate.

Descargué inmediatamente el homónimo mini-álbum de Aloysius Acker, pero no lo escuché sino hasta hace poco. Dilación innecesaria. No tenía conciencia de lo que me estaba perdiendo.

No suelo usar muy seguido el calificativo “hermoso/a”. Recurro a él cuando es inevitable, porque en la pobreza de mi lenguaje no tengo más a la mano otro adjetivo del mismo grado que permanezca incontaminado. El sinónimo válido más cercano, que tiene una mucha mayor intensidad, no lo uso sino en grado superlativo y en oportunidades especiales. Ésta es una de ellas. Así, pues; como he dicho antes que el En Cielo De Océano (1992) de Silvania es un disco bellísimo, y otro tanto he dicho del capítulo que el crítico catalán Half Nelson le dedica a Kraftwerk en Loops: Una Historia De La Música Electrónica 1900-2002 (2002), lo mismo puedo decir de este Aloysius Acker.

Cinco composiciones a un tiempo enceguecedoras y nubladas por la cuita, que me hablan de una recreación/evocación honesta de los tótems constituyentes de las vanguardias sónicas en los 90s. Shoegazing, ethereal music, post-rock, bliss: el cofundador de Puna ha decidido posicionarse a inicios de aquella década, pero la mirada va sutilmente hacia adelante y también hacia el pasado inmediato anterior (últimos años de la 4AD clásica, sobre todo). Su delicado preciosismo pop me hace pensar en discos de los primerísimos Silvania concebidos por un Mark Hollis -no en vano, el cerebro de Talk Talk es siempre reverenciado por la crítica especializada, y su legado estético fue la plataforma desde la que Bark Psychosis despegase en el glorificado Hex (1994). Con harto esmero en los detalles -¡¡¡qué tal muñeca, José!!!-, el también pintor y fotógrafo consigue cristalizar la noche límpida del alma en veinticuatro minutos má-gi-cos.

Descarga gratuita desde la netlabel mexicana Bifronte Records.


Hákim de Merv