(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 11 de junio del 2014.)
En la medida en que
la rutina tiende a devorarlo todo, incluso aquellas actividades que amamos y
con las que nos identificamos/autodefinimos, hube olvidado lo que significa ser
“joven” en todo el sentido de la palabra... hasta el 10 de junio del 2014 por
la noche.
Pensé en Yo La
Tengo como quizá
la última experiencia que pudiera servirme de referente en
años venideros -aunque las esperanzas de ver a otros grupos “must”, como suele
decir mi amigo Jonas García, son lo último que se
pierde-, cuando recordase (y añore) mi juventud.
Lo de The Cure, por supuesto, fue igualmente memorable, pero distinto: ni
mejor, ni peor; simplemente distinto. Aquella vez en el Estadio Nacional, el 17/04/13,
fue una deuda por décadas de ausencia que se saldó con creces a través de una
sagrada comunión entre feligresía y banda. Lo del 10/06/14, no creo exagerar,
fue una fusión: durante dos horas y media, todos los que estuvimos allí fuimos
Ira, Georgia y James. Fuimos unos y trinos.
Desconcertó que la
gente llegara sobre el filo de la hora anunciada: a las 8 de la noche habían
pocos asistentes dispersos, pero a las 8.30 la cola ya se perdía de vista. Esta
circunstancia, sin embargo, se vio mitigada por un problema que el grupo tuvo
en Aduanas para poder sacar sus instrumentos -y que dilató el inicio de la tocada
hasta las 11.30 pasado meridiano. Ignoro si cancelaron a los teloneros, pues no
supe que se anunciara alguno -y quizá por ello la emoción fue tan repentina
como mayúscula cuando vimos a los de Hoboken trepar al escenario y encarar a
sus seguidores peruanos con las canciones del Fade (2013).
¿El set list? Pues, la verdad, producto de muchas elecciones felices. Sorprendió bastante que tocaran “Autumn Sweater” y sobre todo “Moby Octopad”, ambas de su disco I Can Hear The Heart Beating As One (1997, uno de sus episodios más celebrados por la crítica especializada y los fans -aunque faltó “Green Arrow”, buuuuuuu-). Hubo maravillosos momentos de complicidad desbordante, como en “From A Motel 6”, en “Big Day Coming” o en “You Can Have It All” (ejecutada ésta en el encore). En líneas general, no se le puede hacer a la banda mayores reproches en ese sentido (aunque siempre sí: “Tom Courtenay” y “The Summer”, pe').
Pero lo de esa
noche se hizo irrepetible por esa fusión a nivel casi molecular de la que
hablaba hace unos minutos. El pogo no sólo fue salvajón y expansivo, sino
incandescente: como pocas veces, el público peruano conocía las canciones y las
coreaba por lo menos en el estribillo, mientras se desataba el slam. En el
escenario, esa refulgencia venía sobre todo de Georgia e Ira, unos capazos para
crear inmediatas conexiones empáticas con la audiencia. Georgia estuvo no pocas
veces a punto de hacernos cruzar al Otro Lado con su dionisíaco accionar a las
baquetas. Ira aporreó constantemente la guitarra como si fuera un demencial
avatar de Thurston Moore (Sonic Youth).
Gentileza insular del trío: de entre el público surgió
un vinilo del Popular Songs (2008)
que la banda al completo autografió. Reyes.
Para mí, el “tipping point” de la noche llegó antes del encore. Los triates comenzaron a tocar “Ohm”, canción que abre el Fade, y la explosión fue inmediata. El gancho perfecto a la mandíbula. Mejor aún, el mazazo directo a nuestros miocardios, que ya habían bajado la guardia. Al borde del moco, mi bobo comenzó a acelerarse aún más. Después de muchas lunas, me sentí vivo, libre -como un animal sobrecargado de energía que trasciende el propio ser, como un viejo guerrero que respira, que muge, que hiede desprecio hacia todo lo que se le ha inculcado bajo el rótulo de “buen vivir”; que brama desde el estómago, desde los poros de la piel, desde los ojos, desde los pies... DESDE TODAS LAS PUTAS PARTES DEL JODIDO CUERPO HUMANO. Felicidad plena, que Yo La Tengo rubricaría a renglón seguido con uno de los números más esperados/solicitados de la jornada: “Blue Line Swinger”, y el pogo más brutal en el que mi corazón participó hasta entonces. Inevitable no agradecerlo con lágrimas en los ojos (“tears are in youuur eyeeeees”).
Luego vendría el
encore de rigor con tres temas, el primero de los cuales fue a pedido -favor que
los YLT concedieron a mi amigo Diego Ballón (con quien nos reencontramos después
de ¡¡¡15 años!!!) por tener
bien puesto y en primera fila su polo con el nombre del grupo (lástima que el
terceto no estaba preparado para tocar lo que pidió, “Deeper Into Movies”).
Pero ya no se podía superar la æpogé de “Blue Line...”. Para entonces, yo ya
había abandonado las primeras filas, porque el cuerpo no me daba para más.
La noche me deparó
una última sorpresa. Muy cerca de donde me encontraba, una flaca bastante menor
que yo pogueaba a morir con sus sobrinas, obviamente unas niñas todas ellas.
Debió haber sido la mejor noche de sus cortas vidas. Aún diría más, debieron
haberse sentido vivas por primera vez desde que tienen uso de razón. Quién
sabe, tal vez sea merecedor del mismo privilegio en unos cuantos años, si este
achacoso cuerpo todavía aguanta la exigencia del slam y si mi querido Delfín
tiene la suerte de seguir -sólo parcialmente, ojo- el camino de su pobre tío.
Bendito sea el Destino
que en su infinita sabiduría me hizo rocker antes que cualquier otra cosa.
Bendito sea el Destino que me libró de esos otros caminos ignominiosos a los
que estaba condenado por ascendencia familiar. Bendito sea ese destino, carajo.
Hákim de Merv
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