Mostrando las entradas con la etiqueta Sludge. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Sludge. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de mayo de 2025

R181: 霧 Niebla // Lesión: Más Allá Del Fin

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 21 de mayo de 2025.)

Me queda sin despejar una gran incógnita a propósito de R181, nuevo proyecto de Miguel Ángel Elescano, quien hace poco también se ha estrenado como Un Día En Venus. En relación a este último alias, tengo claros el dominio y el rango que cubre, haciéndoseme por ende sencillo asignarle una identidad más o menos delineada. No ocurre otro tanto con R181: lo mostrado en su primera referencia es, por un lado, demasiado disperso; y por otro, casi enteramente repasado al amparo de algunos de sus muchos marbetes.

Niebla es un artefacto de minutaje recortado (17 minutos y monedas), editado por Dorog Records en la quincena de enero de este año. Consta de cinco canciones, todas ellas producto de cruzas entre sonoridades como el industrial, el trip hop y sobre todo el techno; hibridajes realizados usando un enfoque experimental de abrasiva flexibilidad. O al menos ésa es la intención, manifiesta en las notas de BandCamp. El detalle es que todos esos códigos, como decía, ya han sido revisitados por Elescano usando preexistentes noms de guerre. ¿Para qué, entonces, uno más?

El único de estos lenguajes sónicos que no ha sido fagocitado anteriormente por el individualista es el mashup. Esta coartada estilística podría conferirle fisionomía a R181, si no encarnase sólo en “Latin Kraftwerk (Featuring José José)” y en “Black Star (Featuring Victoria Santa Cruz)”. Mientras que el primero cuaja en un techno de sabor latinoide, muestreando a capella la voz del dipsómano número 1 del México cebollón, el segundo se sirve de la voz de la cantante afroperuana para dar curso a una extraña pieza dub carente de ritmo mas no de compás, hasta que traspuesto el minuto y cuarenta segundos muta en un round de tech house.

La pieza epónima también consigna un “featuring”, el de la habitual nipona Coppé, pero en este caso se trata de una participación que va más allá del sampleo. “ Niebla” luce como un canal new beat hipervitaminizado o engrosado, aunque finalmente desnudo. Caso distinto al de “Godzilla En Mi Corazón (D.M.R.)”, armado a partir de ruidos/texturas/fragmentos que acaecen como implosionando debido a rayos láser, y en el que recién hacia el epílogo escuchamos el rugido del kaiju más famoso de la Historia -sólo exportado, sin llegar a ser mashup. “Woman”, por su parte, califica como un trip hop poco ortodoxo.

¿Entonces? No encuentro una manera fácil de catalogar el output de R181. Suena a muchas cosas, y esas muchas cosas bien podrían haberse acreditado a Lima Centro Project, Lutero o incluso a Maria Reiche. Lo justo que tiene de distinto no alcanza para acreditar tal o cual cariz, por lo que se hace imperioso esperar más lanzamientos y de mayor extensión, a fin de arriesgar una hipótesis más concreta sobre la constitución del nuevo rostro de Elescano.

Muchos años después de su debut bautizado Vacío (‘19), el terceto Lesión regresa con un álbum cientos de yardas más elaborado y maduro, que desde el nombre anuncia la singular experiencia que envolverá al/a la oyente durante más de cuarenta minutos. No es nada sencillo imaginar y luego expresar a través del arte cómo sería el apocalipsis último de la raza humana, creencias religiosas de por medio o no, pero es bastante más complicado describir lo que sucedería después -el agua corrompida precipitándose sobre los restos inertes de la civilización, en medio de una noche interminable, recordando con cada pluvioso golpe que cualquier esperanza de escape que se abrigue no pasa de ser sólo otra utopía irrealizable más...

Originarios del recóndito distrito chalaco de Mi Perú, Alfredo García (bajo), Renato Rosado (guitarra, voz) y Joao Orosco (batería) habían dado forma en Vacío a un volumen aceptable que no rebasaba estándares ni promedios ya testeados por grupos similares y/o afines de la escena local. Lesión edifica su puesta de largo desde la estética meta-stoner peruana, incidiendo repetidamente en el sludge y en el doom, y ya más ocasionalmente en el black metal. Sin ser mala o reiterativa, sólo le distinguía una cierta inclinación por evoluciones instrumentales más largas de lo acostumbrado -y esto únicamente en apertura (“Vacío”) y cierre (“Hasta Que Llegue La Muerte”). Quizá a ello se deba que el trío consignase como influencias el post rock o el shoegazing, aunque es menester enfatizar que no he encontrado el más mínimo indicio de ninguno de esos géneros.

Pese a habérsele concebido utilizando los mismos genomas, Más Allá Del Fin es notoriamente distinto de su antecesor, al que saca enorme ventaja. Sea por la experiencia ganada en esta media docena de años, sea por estar dotada de un fascinante concepto de fondo enraizado hasta la médula, la placa trasciende la rabiosa turbiedad de Vacío sin desentenderse del sludge. Menos del doom o del black. Lesión forja sus nuevos surcos subrayándoles el carácter instrumental con vocales (casi) imposibles de descifrar, extendiéndoles más allá de la decena de minutos, apelando a polifonías de acordes graves para preñarlas de melodías que evidencien decadencia y desaliento. A despecho de no hallarse Más Allá... exenta de violencia, ésta no es fragorosa, sino cultivada: aunque presta a abrillantar el dantesco escenario revelado, obedece las riendas antes que desbocarse.

La rodaja se compone de cinco actos catalogados así, como si se tratase de una épica obra de dramaturgia entrópica. Estos actos no son iguales unos a otros. “Acto I: Olokhaustos” acaso sea el único de ellos en que la fiereza y la brutalidad logran desbordarse, como para situar a quien se aventure en este fin del mundo en que somos ya un recuerdo, o estamos a punto de serlo. “Acto II: Abismo De Los Lamentos”, en cambio, tiene aires muy líricos a tenor de la monstruosa sinfonía stoner pletórica en imágenes de deterioro y ocaso -tornándose apagado/ahogado su registro tras casi ocho minutos. “Acto III: El Viejo Daño”, único tema de letra audible, es un breve suspiro de reposo ante tanta eléctrica mórbidamente distorsionada y tanto fatigar de un bajo cubierto por engrudo negro -sin declinar su hálito crepuscular.

Es con “Acto IV: Éxodo” y “Acto V: Más Allá Del Fin”, sin embargo, que llegamos al clímax de la trama. Las ambientaciones que evocan recuerdos marchitos, que suscitan alucinaciones horrendas y visiones tormentosas, que auguran la extinción absoluta de toda vida en el planeta; alcanzan niveles de acuciosidad encomiables, permitiéndole refulgir en todo su terrorífico esplendor a esa suerte de oscura energía mística que parece inspirar a la banda y guiar su viaje (cuando menos en la presente jornada). Tras de ello, no queda sino el vacío, la ausencia, el dolor, la muerte. Nada. Pedazo de disco que no se merece menos que verse cristalizado en vinilo. Repite el plato Renato Rosado en el arte de portada.

Hákim de Merv

jueves, 27 de julio de 2023

Humanotone: A Flourishing Fall In A Grain Of Sand // Cel Gris: El Cielo Sobre Nosotros

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de julio del 2023.)

He quedado algo sacudido por el segundo episodio de Humanotone, unipersonal de Jorge Cisternas, oriundo de Coquimbo que ya había hecho gala de no pocas virtudes en la epónima puesta de largo bajo ese marbete. Aparecida ésta en el ‘17, desde entonces poco fue lo que se supo del alias como tal -porque de Cisternas sí que llegaron noticias, gracias a la otra etiqueta que ha utilizado como nom de guerre: Sunvher y un unigénito esfuerzo del mismo nombre (‘20).

A Flourishing Fall In A Grain Of Sand renueva bríos y aires de cualidades ya exhibidas por Humanotone en la jornada precedente. Pese a ser el propio músico quien ejecuta la mayoría de instrumentos que se dejan escuchar en sus composiciones -guitarras, voces, bajo, batería, teclados, efectos-, el pedigrí y la destreza puestos en juego son tan enormes, que la sensación que transmite el esférico es la de estar frente a una banda completa. Y aunque Humanotone acentúa de continuo el ascendente metal de su música, ésta equilibra espontáneamente la balanza con espléndidas cuotas de psicodelia, de heavy psych, de prog rock y de stoner en modalidad sludge. La diversidad permite al chileno probar dos o más cambios de tiempo en una misma canción, con lo que el CD gana en maleabilidad -alejándose, por ende, de un discurso monocorde.

El coquimbano no se ha conformado con dar pie en bola a una versión corregida y aumentada del debut, empero. Como cuenta él mismo en las notas de BandCamp, si bien las ideas para la nueva entrega nacieron entre el ‘17 y el ‘19, éstas son grabadas recién entre mayo y octubre del ‘21. Mezcla y masterización se concretaron en los dos últimos meses de ese mismo almanaque. En cada fase conducente a la realización de AFFIAGOS pesó mucho lo que el propio Cisternas llegó a plasmar como Sunvher: una sublimación atmosférica del normalmente apabullante black metal nórdico, permeado/traspasado por flashbacks de la efectera que apuntan hacia el shoegazing/por una percusión neblinosa reciclada de lo que hoy se cataloga como post rock.

No es de extrañar, por ende, que A Flourishing Fall In A Grain Of Sand guarde ciertas similitudes con Sunvher. La adopción del formato tour de force (con todas las piezas entrelazadas), la descomunal dimensión de los tracks (sólo “Beyond The Machine” no rebasa la barrera de los ocho minutos), la desconcertante polirritmia, el insólito equilibrio de variables estilísticas únicamente hermanadas gracias a densos riffs fuzzeados... Todo ello hace más complicada la tarea de elegir sólo una de las cotas alcanzadas en el nuevo opus -pensar que apenas si son seis temas. Podría apelar a la gravedad instrumental de “Beyond...”, a la titánica épica de “A Flourishing Fall”, al fabuloso despliegue de la eléctrica en “Ephemeral”, al potente e incansable bramido del bajo en “Scrolls For The Blind” o “Light Antilogies”. Iré (otra vez) a lo seguro, apostando por los doce minutazos del ulterior “Even Though” y su naturaleza multipolar: sea rock pesado a secas, prog metal, sludge lisérgico o stoner doom; es de esas canciones -y, por extensión, de esos discos- con los que no te queda de otra que salir expelido/a hacia el espacio.

En circunstancias normales (es decir, no las del presente año), los otoños en Lima y en Santiago De Chile se parecen bastante. El mismo gris alternativamente blanquecino y plomizo cubre ambas capitales, bañándolas con precipitaciones pluviales cuyas temperaturas anuncian el frío que advendrá la siguiente estación. Las únicas diferencias climáticas que las separan entre la veintena de marzo y la veintena de junio son la frecuencia de las lluvias/lloviznas y la claridad del firmamento. Si en Lima las lloviznas rara vez logran despejar el cielo cenizo de la ciudad sumidero-jardín, en Santiago las lluvias ordeñan el colchón de nubes y permiten una razonablemente frecuente salida del sol.

Aún cuando suene pintoresco, el medio ambiente también es instancia a considerar al evaluar las influencias que repercuten sobre la creación artística, especialmente sobre aquellas que más modelan el aspecto ornamental. Así, mientras el húmedo otoño limense nos pone más en sintonía con una obra perfecta como 2106 EP de Maribel Tafur, el santiaguino predispone nuestra sensibilidad hacia un trabajo como El Cielo Sobre Nosotros, el mini-álbum debut de Cel Gris.

Operando tras ese a.k.a. de reciente data Edmundo Toloza, al parecer natural de Concepción pero afincado en Santiago De Chile desde hace algún tiempo, El Cielo... es un artefacto de corto kilometraje, como lo atestiguan sus cinco números y poco más de 26 minutos de duración. Lo primero que puede decirse de acto y rodaja es que la mira está puesta en el ambient -acaso la estética más susceptible al influjo del tiempo y del clima. No es, por fortuna, cualquier ambient el que cultiva Cel Gris. El suyo está polucionado por la Baja Fidelidad, lo que le confiere a su andar visos de correntada más que de tranquilo manantial. Incluso se podría hablar de accesos de harsh noise bien atemperados gracias al manejo ejemplarmente minimal de cintas y efectos varios.

De otro lado, la coartada del audio verité a la que CG se adhiere remite por igual a espacios urbanos y rurales -dependiendo la inclinación hacia unos u otros del apego que Toloza escoja mostrar para con esa variable entre melancólica y nostálgica que circunnavega la melodiosidad de su música. Ésta -la variable- se patentiza en esencia al transcurrir la segunda mitad del mini-LP, en piezas como la preciosa “Aintzira”, “Madrugada” o la diminuta “Gris”. La movida deja en manos de las paisajistas “Lluvia” y “Cel”, pues, la mirada desapasionada, clínica, estoica, serena.

Aunque funciona como agradable carta de presentación, hay en este primer paso algunas cosas que pueden/deben mejorar en un futuro inmediato. Admirador de gente tan disímil como William Basinski, Flying Saucer Attack, The Fall y John Coltrane; contrariamente a lo que el músico señala, no es El Cielo Sobre Nosotros un puñado de miniaturas. Salvo “Gris”, la media no baja de los cinco minutos, lo que pone de relieve una cierta uniformidad que de todas formas es necesario desbancar en el subsiguiente plástico. Conviene recordar a propósito que los procesos creativos pueden ser ciertamente muy distintos entre sí, tanto como que, si los resultados tienden a asemejarse; de poco o nada sirve subrayar el cariz diverso de cada fecundación sonora. Hay talento y ganas, en cualquier caso.

Hákim de Merv

jueves, 22 de diciembre de 2022

Nuevas Formas De Hacer Política // Rifle: Repossessed // Miyagi Pitcher: Ikigai (生​き​が​い)

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de diciembre del 2022.)

Desde hace varios meses, la periodicidad editorial de Dorog Records ha experimentado altibajos, debido a circunstancias ajenas a la voluntad de su gestor; Giancarlo Samamé. Por suerte, la situación está revirtiéndose. La demostración más reciente de ello recibió el V.º B.º al promediar octubre, cuando se puso a consideración para descarga gratuita una nueva compilación que ilustra las delicias de la nómina de la disquera y de combos/artistas cercanos a su órbita.

(El título es muy sugerente, no así el rollo detrás. Somos innatos animales políticos, y por ende tenemos libertad para elaborar y expresar un juicio ad hoc sobre tal o cual incidencia. Pese a ello, mi opinión es que no debieran mezclarse de facto el arte y la política, a menos que se trate de cuestionar estructuras antes que a protagonistas coyunturales. Pero, bueno, por suerte vivimos en un país libre y democrático... aún.)

Nuevas Formas De Hacer Política retoma esa saludable costumbre de Samamé de armar panorámicos gigantescos, equivalentes a dos CDs físicos, que había sido algo arrumada tras una seguidilla de compis que no rebasaban el límite de los 80 minutos. De este modo, Nuevas Formas... se pone a la altura de Música Para La Ruta, Música Para Gimnasios, Dos Más y otras referencias del sello que sobresalían por su pantagruélica extensión. Como tal, me tomo la libertad de escindirle para postular un análisis tanto más ordenado.

El primer tramo del título va desde “Toda Tu Fuerza”, a cargo de Lábil, hasta el pop frugal que Pía Legonz despacha gracias a su “Infravuelo”. Tal vez no sea una división arbitraria la que he propuesto, después de todo, ya que las once canciones de esta mitad revolotean entre el pop/rock próximo a oídos pedestres -“Espacio Tiempo (Nada Nos Sorprende)” de Trazar Diamantes, “Refugio” de Teleférico- y el indie más accesible -“El Amante Del Disparo” de Fútbol En La Escuela, “Impertinencias” de La Muda-. Que esta sección irradie pop a toda hora, no la hace menos, ya que esa etiqueta no es intrínsecamente peyorativa: canciones bonitas, bien hechas, con potencial capacidad para entrar en la FM, tarareables. No todas, eso sí, están cortadas por la misma tijera. Las hay que suenan a rock/pop en vez de pop/rock, como “Lárgate” de Señorita Auri y “Sábana Gris” de Marmotasdebemorir. Las hay también de tonalidades contrastantes, como el lo fi de Ino Moxo y su versión en vivo de “Dunas”, o el dark pop a lo Danza Rota de Rawa y “Nubes Atravesadas”. Y no podía faltar la que, sin abandonar el formato preponderante, se da maña para colar estupendos efectos marcianos de teclado -“Arcoiris” de Lagartijacarlo.

El segundo tramo de NFDHP arranca con “Háblame” de Claudia Maúrtua y fenece a la par del ‘díptico’ con “Evv”, musculoso ejercicio IDM casi subsónico de El Otro Infinito. No está desterrado en este segmento el pop terso de fácil asimilación, pero es la heterogeneidad la que manda. Dicha versatilidad se manifiesta de distintas formas tras la participación de Maúrtua, muy lejos del nü metal que esgrimía su ex banda Ni Voz Ni Voto: destellante electropop de la mano de Ausangate Child (“On The Edge”) y Blupluk (“You Make Me Feel”), dark replicante inspirado en Xymox por cuenta de Synethz (exquisita “Night Body”) y de Neutro 1 (“Pulse 250 Hz” expele un tufillo al “Tonight” de los neerlandeses), excelente tech-house acerado a cargo de DJ Locopro (“Mil Años (Sin Ti)”), curioso trip pop bajo en serotonina firmado por Walter Cobos (“Triste Robot”), y hasta tontipop en “Por Petit Thouars”, original de Pestaña y remezclado para la ocasión -‘Antes Había Pelícanos Remix’- por Vrianch.

Dorog Records se acerca a su vigésimo aniversario en óptimas condiciones, recuperando el paso y refrendando su consabido hábito de presentar nuevas camadas de proyectos en clave pop -tomando de refilón la posta del ¿desaparecido? colectivo UnderPop. Bien por ello.

De acuerdo a lo que he leído a vuelo de pájaro, Rifle presume de ser un power trio bastante más antiguo que Kurandera, banda con la que comparte integrantes -César Araujo y Alejandro Suni-Álvarez. A diferencia del cuarteto, que debutó en largo hace dos años con escasa fortuna, Rifle ha hecho lo propio recién en septiembre pasado. El nombre escogido para el estreno es Repossessed, y en poco tiempo ya ha cosechado más repercusión que el primer paso del otro conjunto.

Tomando posiciones en plazas fuertes del stoner, de las que absorbe su naturaleza bestial, la sociedad que completa Magno Mendoza hila siete temas sumergidos en una densidad descarnada, heredera del heavy psych de Black Sabbath y del hard blues de Robert Plant y collera. Los siete minutos finales del rebautizado por aclamación popular Led Zeppelin IV (“When The Leeve Breaks”) son, de hecho, materia prima para más de un género -como lo fuera “Amen Brother” de los Winstons para el drum’n’bass o “Funky Drummer” para el primer hip hop-. De ello ha tomado nota Rifle, que cuando escoge menguar revoluciones controla su energía amansándola a través de las baquetas, canalizándola gracias a dosificados pulsos emitidos sin tregua por el bajo, exorcizándola a cuentagotas por medio de la eléctrica. “Spirit Rise”, “Seven Thousand Demons” y la esforzada “Madness” observan esa profilaxis.

En contraposición, cuando coge la lanza y empuja a galope tendido hacia adelante, el terceto se hace eco del dinamismo y de la contundencia metálicos que QOTSA o Monster Magnet establecieron como rasgos identitarios del stoner en los albores del Tiempo. El groove circular del soporte rítmico es lo que más luce, dejando a la reverberante lead guitar la misión de encender la pradera en esos momentos en que más se necesita de una poca de luz. Esta prominencia de la rítmica libera espacios que a veces copan, mediante influencia subliminal, el doom (“Fiend”) o un sludge fuzzeado (“Sonic Rage”).

¿Cosas por mejorar? Cómo no. A las vocales les falta al menos media tonelada de fuerza y/o vehemencia, lo que esté más a tiro. Sería bueno, además, que la terna comience a soltar los frenos: las pistas de Repossessed no están mal, pero prácticamente nunca van más allá de los convencionalismos stoner -apenas si hay uno que otro chispazo de materia roja. Les toca izar velas y hacerse al riesgo en futuros movimientos, como lo han hecho en sus respectivas carreras Ancestro o El Jefazo. Finalmente, un punto en común con Kurandera: muchachos, prodúzcanse mejor. A pesar de la a veces agobiante turbiedad/viscosidad que epata, el stoner brilla no sólo por su pericia técnica, sino además por la impecabilidad de su registro.

Se tomó lo suyo Miyagi Pitcher para publicar nuevo LP. En efecto, tres años han pasado desde Abraxas, álbum que ponía orden en casa y paridad en cuanto a la multiplicidad de sonoridades a las que Alexander Fabián había dado luz verde usando esta chapa; en principio reservada para delirios vaporwave. Tras haberle escuchado muchas veces, puedo decir que en Ikigai () el individualista ha intentado o bien retornar a la esencia de su origen, o bien detenerse en un estadio en que pueda incorporar la brumosa tesitura al ralentí que desciende del witch house/del seapunk a un ambient pop electrónico que evoca por igual a Chicago y a Detroit. Si es lo primero, falla en esa tentativa. Si lo segundo, consigue pegarle de lleno al gordo.

En muchos de los episodios del disco, la síntesis opiácea que conocemos como vaporwave va aparejada a una estética electrónica melodiosa y nostálgica. El enyunte complementa, no subsume uno al otro. Ese estado de cosas se evidencia desde que “Supairaru (スパイラル)” inicia el viaje: el track se mueve envuelto en el radiante lo fi que es marca registrada del vaporwave, sin ser devorado por éste. En igualdad de condiciones se hallan otros ejemplos de semejante simbiosis, como “Shin No Tomodachi (しんのともだち)” y su quimérico sampleo SD de una voz femenina, “Gala (ねこ)”, “Minarai (見習い)”, “Sanmyaku (山脈)” o el crepuscular surco homónimo.

Otras pistas, como “Sen'nin (仙人)” o la mastodóntica “Sango (サンゴ)”, podrían haberse adscrito a la tipología desmenuzada en el párrafo anterior; de no ser por el cargamento de parsimonia con que pesadamente se desplazan. Lo curioso es que ese extra no alcanza a convertirlas completamente al credo vaporwave. Hay algo incómodo en la cinemática de sus ambientaciones que se niega a ser codificado. Sumadas a las consignadas líneas arriba, estas piezas dejan al subgénero nacido en Internet a inicios de los 10s en libertad de acción para respirar a través de canales que no comparten mucho entre sí, salvo los inidentificables sampleos ochentosos de rigor. Claramente inspirados por la estética de los últimos Cocteau Twins, rounds como “Daiyamondoai (ダイヤモンドアイ)” o “Hasai Sa Remashita (破砕 れました)” tienen ciertamente poco que ver con la hiper-laxa “Akiraka Ni Suru (を明らかにする)”, las ágiles “2 Tsuki 12-Nichi (2 12)” y “Koi No Koyan ( コヤン)”, o la insular “OM (おm)”. El uso extensivo del sampling en todos ellos es lo único que permite al hálito vaporwave hermanarles.

Quizá sea justamente “OM (おm)” el tema clave para entender a cabalidad una jornada tan inasible como ésta. Más allá de cualquier duda posible, la cepa es vaporwave. Por oposición, su nostalgia no es dulzona, sino acongojante. Con cada segundo que avanza, sientes ese espíritu de tristeza impersonal que vaga en los films del Wong Kar-Wai pre-Hollywood, y emergen variables pertenecientes a microgéneros como el dreampunk y el chillgaze. La conjunción termina erosionando la osamenta vaporwave, poniéndola a merced de otras más robustas cuando echas una mirada en derredor del largo.

Que Ikigai (生きがい) sea tan difícil de taxonomizar, por supuesto, no impide su disfrute. Poco más de una hora para sumergirte despierto/a en sueños surrealistas de ciencia-ficción, amor y soledad; escuchando el insistente rumor de fondo de una lluvia que en realidad nunca estuvo allí.

Hákim de Merv

domingo, 27 de diciembre de 2020

Cuarzo: Vol. 2

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 2 de diciembre del 2020.)

“Refinamiento” y “madurez” fueron las primeras palabras que me acudieron a la mente ni bien comencé a familiarizarme con el segundo esfuerzo de Cuarzo, colgado en Internet desde finales de junio. Lo primero se hace manifiesto al comprobar que el terceto se ha afianzado en absorción y dominio de las estéticas que morphean su encrespado sonido. Lo segundo, cotejando la ingente pericia instrumental que ha cosechado respecto de su homónimo primer strike.

Parte de la brillantez que Cuarzo ha conseguido en Vol. 2 es resultado directo de alisar los segmentos indispensables para la consecución de su crossover. Porque el trío de Ademir Agurto (bajo), Renato Salmón (batería) y Edson Gutiérrez (guitarra reemplazante de Koko Cavani) tiene claro que lo suyo es esencialmente el stoner en modalidad sludge; pero no por ello se priva de integrar géneros de órbitas cercanas en magnitudes apreciables. Heavy (tremendista “Mortífago”) y doom metal (sobre todo en “Stonia”, pese a su anticlimática coda final), blues, drone music -se materializa por momentos el fantasma de Sun O)))-, space rock; se entreveran dando lugar a híbridos excepcionales como stoner doom metal o heavy psych rock. El mayor de estos ingredientes revulsivos, la psicodelia, sigue siendo el componente estimulador que tan buenos réditos reportó al terceto en el debut.

La solvencia en ejecución se justiprecia fidedigna desde que rompe fuegos la obertura “Titanomaquia”, la pista más corta del álbum (5:09), y su palpitar no flaquea sino hasta que éste se despide: temas de aliento alternativamente terrizo y nebuloso, henchidos de furia reconcentrada y extrema distorsión garagera, jalonados por una violencia fragorosa hasta lo artístico -el LSD-25 disparándose amenazante hasta la médula de cada nota, resonando en cada pliegue cortical, dinamitándole con un bilioso estallido psicotrópico tras otro... Muchos de estos vocablos, que también aplicaban para Cuarzo (2017), alcanzan aquí grados exponenciales.

A despecho de la sofocante densidad que trasudan los intratables riffs enteogénicos y la narcótica sección rítmica de este Vol. 2, el trinomio se las arregla para convertir los bruscos descerrajes de tempo y de registro -que muchas veces acomete a medio andar de tal o cual pieza- en el principal leitmotiv del nuevo repertorio. Metamorfosis, aceleración, evolución, transformación, desaceleración, de-evolución: el Cambio es la constante. Quizá los testimonios más ostensibles de ello son los dos cortes que despachan ácido por sus cuatro costados, “Hipnosis” y “Poetas Muertos”. En ambos casos, el minimal despegue lisérgico pasa de grácil y alucinado a trotón y brioso, antes de stonerizarse malhumoradamente para cabalgar hacia la orilla del Vacío Negro que le aguarda en la meta, presto a devorarle. Estremecedor.

En un año en el que Ancestro y El Jefazo reponen fuerzas tras dos magníficos documentos de stoner latinoamericano (Ancestro y Simbiosis, respectivamente), Cuarzo alcanza la apoteosis con esta pequeña obra maestra de polirrítmico doom psicodélico -y, de paso, completa mi terna de los mejores lanzamientos incas de este 2020 que comienza a decir adiós. La edición vinílica de la alemana Nasoni Records (300 ejemplares) ya se ha programado para el año entrante.

Hákim de Merv

jueves, 28 de noviembre de 2019

Miyagi Pitcher: Abraxas // Ancestro: Ancestro // Marfilia: Destellos EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 20 de noviembre del 2019.)

Azarosa, como mínimo, la ruta que viene trashumando Miyagi Pitcher. De todos los que sostiene Alexander Fabián, éste fue el alias escogido en un principio para dar luz verde a los devaneos vaporwave del oroíno, con encomiables resultados. Es a partir del Nymph EP (mayo del 2017) que los cambios introducidos desdibujan esa primigenia identificación, proceso acentuado todavía más en Okuraseru (noviembre del mismo año). Opino que, pese a estar lo ofrecido en estos títulos fuera de discusión, el músico debería haber persistido en la senda elegida al inicio. Total, para no hacer vaporwave -estilo sedimentado a nivel underground aún considerando sólo la escena independiente-, Fabián tiene otros proyectos individuales (Okuraseru y Nymph EP podrían haber salido tranquilamente acreditados a Ozono).

Aunque en junio del 2018 las nuevas composiciones de MP cedidas a la compilación Lego 11: Vaporwave Perú prometían una vuelta a los orígenes, el regreso sólo ha sido parcial, pero regreso al fin y al cabo. El novísimo Abraxas llama la atención desde sus singularidades mismas: es el primer esfuerzo del acto con temas sin entrelazar, y también el primero que no ha sido puesto para descarga gratuita en su totalidad, ya que un 25% del repertorio -tres pistas- sólo está disponible en formato físico. Es, finalmente, la primera referencia Pitcher que equilibra muchas variables sonoras; a diferencia de anteriores jornadas en que se exploraba el vaporwave u otros detritos -difícilmente, más de uno en simultáneo y en igualdad de rango.

El nombre del plástico, pues, ha sido bien escogido. “Abraxas” era el vocablo tallado en piedras que ciertas antiguas sectas gnósticas esgrimían como talismanes de una deidad bondadosa y perversa. A dicho ser se lo representaba con una balanza nivelada por sendas cabezas de águila. A lo largo de este Abraxas, Alexander ha balanceado una hibridación a la que contribuyen el harsh noise, el bliss pop, el shoegazing, la electrónica IDM en pequeñas gotas y por supuesto el vaporwave. Dicha ecuanimidad no se roba el protagonismo, ya que hay números en los que levemente predomina uno de estos ingredientes, como en “Bettie Davis Eyes” (vaporwave) o en “Nazco Desde Arriba” y “Dakini” (bliss pop). Pero sí es el origen de un lecho homogéneo que el perpetuo fluir de notas y frecuencias usa para exaltar tal o cual faceta, con la misma rapidez con que le eclipsa.

Subrayo en primera instancia aquellas piezas consecuencia de extrañas mutaciones: “Chos Sku” (deviene casi en angelical explosión de ruido blanco), “Piscis” (¿bliss digital?), la suite epónima (urgente pulso binario). En segunda instancia, aquellas insufladas del género-pastiche por antonomasia de lo que va del siglo: “La Luz Del Sol Siempre Llega Demasiado Pronto” (gestada sobre líneas de la letra de “Nothing Natural”, de Lush), “El Fuego De La Musa” (erigida en torno a un sampleo de “Just Because I Love You”, de BC Camplight), “Bettie Davis...” (el homónimo hit de Kim Carnes) y la insólita vaporcumbiagaze de “Mom”.


Coincidencias como ésta son las que te exhortan a reflexionar en si será verdad aquello de la energía astral/espiritual/de-cualquier-otro-tipo que la Música es capaz de captar. Hace tres años, El Jefazo y Ancestro debutaban emplazando expectantemente y de golpe a la escena peruana stoner en el panorama latinoamericano. Hoy, la coyuntura es casi la misma: la única divergencia radica en que El Jefazo ha publicado su segundo opus, mientras que Ancestro va por el tercero.

Marcando distancias con el sino de su par limeño, el power trio trujillano ha experimentado nuevas modificaciones: Diego Cartulín ha pasado de las seis cuerdas a la batería, posición esta última que dejó libre Víctor García (reemplazo a su vez de Rodrigo Rodríguez). Ahora la eléctrica está en manos de Jorge Quevedo, bisoño integrante del terceto, mientras que el bajo sigue siendo cosa de Boris Baltodano. Repite en los teclados Cartulín, cuya flamante discográfica -Man In The Box Records (¿Layne Staley, presente?)- puso sus estudios a disposición para darle forma a este epónimo episodio.

¿Cuán relevantes han sido las rotaciones en los puestos? Yo diría que se asemejan más a lo que en el fútbol suele catalogarse como “cambio técnico”. La performance de Quevedo no desentona con lo que ha mostrado su antecesor en los dos primeros registros de la banda: hay una fijación hipnótica con el riff, que ahora se ha vuelto notablemente más metálico y pesado. En cuanto a las baquetas, el timing permanece perfecto: distendidas y espaciosas cuando lo amerita el surco, estruendosas y trepidantes cuando éste se pone intratable.

Más allá del rollo conceptual -entre rúnico, pagano, celtíbero y/o chamánico (ver arte interno del CD en BandCamp)-, Ancestro arranca emulando los ‘blueprints’ de El Gran Altar (2017). El fragoroso y fugaz crescendo de los teclados en “I” es el prólogo que los norteños redactan para invitarte a degustar un álbum tan memorable como lo fueran sus predecesores. “II”, sin embargo, no es “Mareación”: medio tempo donde el oleaje hechicero de atmósferas post metal es rasgado cada tanto, cuando la eléctrica restalla firme y suavemente. Por su parte, “III” invierte las proporciones del track anterior: la crecida de stoner y metal se desparrama en breves interludios de reposo, concedidos por la furiosa y crispante guitarra de Quevedo, que es quien lleva ahora la batuta -careciendo de solos, ulula muchas veces en el desenlace.

Constantes en su discografía, las lúgubres ambientaciones de Ancestro se aprecian reptantes y maléficas en todo su aciago esplendor gracias a “IV”, a pesar de ser un número contenido, acechante. Con ligero aumento en el sístole percusivo, éstas repiten el plato en “V” hasta que irrumpen unos teclados en genial modo “On The Run” de Pink Floyd (fase The Dark Side Of The Moon, 1973), que despeñan al instrumental hacia una zarabanda de sórdida lascivia. Cerrando el menú, “VI” ocupa en la práctica casi la tercera parte de Ancestro. Como corresponde a sus dimensiones, es el canal que sintetiza todas las virtudes de disco y trinomio. Su construcción es admirable, no pocas veces virtuosa, llena de arbotantes que modulan la iracundia y de contrafuertes con que direccionar la enceguecedora hebefrenia innata a las tradiciones sónicas de las que se alimenta -el prog más lúcido, la psicodelia, las ordalías glorificadas por el heavy metal, el doom...

Crédito intacto el de Ancestro. Muchísimo más valorados en el exterior que en el propio terruño, lo mismo que los de El Jefazo, sus largos hasta ahora mantienen la promesa de todavía mejores tiempos por venir. La edición física, que incluirá dos pistas adicionales, correrá por cuenta del sello usamericano Forbidden Place Records. Fecha aún por confirmar.


Unas pocas palabras dedicadas a Marfilia.


A raíz del fichaje por Catenaria Discos, el combo de Sofía Araya relanza el artefacto que en su momento distribuyese UnderPop y que le revelase como uno de los gratos hallazgos del 2017. La totalidad del Luces De Neón Y Otras Oscuridades EP ha pasado por la remasterización de rigor, y para la ocasión se ha añadido una nueva canción, que bautiza esta versión reconfigurada del extended de estreno. Personalmente no soy hincha de este tipo de jugadas: pienso que el track list de una obra ya publicada no debería estar sujeto a modificación, pero el grupo o artista es libre de obrar según propio parecer.

Poco que decir, entonces, sobre este EP. En esencia, se trata de hablar de “Destellos”: jubiloso pop de espíritu taciturno, cuando no acicateado por la desazón, cuyo lustroso sonido remite al The Ocean Blue de los 90s; década que ya había revisitado profusamente el conjunto en su previa incursión.

Dos cosas me quedan claras:

1) Araya debe seguir creciendo. La expresividad de su voz goza de energía y aptitud a las que no le vislumbro límites. Ídem su pluma, lúcidamente atribulada de saudade.
2) Si hubiera algo de justicia para con el talento artístico en nuestra sociedad, Marfilia hace tiempo debería estar sonando en todas las radios que dicen ser “rock & pop”.

Lo mismo vale para el resto del repertorio del extended, al que ya me referí en una oportunidad anterior.

Por cierto, la formación se ha convertido en quinteto. Del line up que grabó Luces De Neón... EP -Araya, Dennis Chang, Marvin Gálvez y Jazhiel Benítes-, la única baja es la de Gálvez. Marfilia ahora son Araya (voz y bajo), Benítes (batería), Chang (guitarra), Omar Oré (teclados) y Rubén Valencia (guitarra).


Hákim de Merv

jueves, 7 de noviembre de 2019

Galactic Seed: Nazca // El Jefazo: Simbiosis // Dom Dimadoom: Dom Dimadoom

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de octubre del 2019.)

Salvo aquellas empapadas en estulticia, que nunca faltan, no muchas personas dudan del crecimiento sostenido que atraviesa nuestra escena independiente desde hace un lustro. Con mayor razón en este 2019, que prácticamente hasta el final está deparando lanzamientos y retornos a granel, al punto de reclamar con justicia el título de nuevo 2014.

Prestando atención a otras perspectivas, sin embargo, no han dejado de ser doce meses duros. Si bien la movida no ha sufrido tragedias, algunos de sus personajes han padecido luctuosos dramas personales. Es el caso de Josué Vásquez, animador principal del movimiento UnderPop y uno de los músicos más carismáticos del circuito, quien ha perdido a su padre semanas atrás. Situación similar atravesó Óscar Cirineo, músico conocido como Galactic Seed, cuyo progenitor falleció en junio. El oroíno no dejó pasar mucho tiempo, empero, para publicar nuevo álbum.

Que no es exactamente lo mismo que nuevo material. Nazca consta de nueve composiciones inéditas, las cuales permanecían sin pulir en los discos duros de Cirineo. Aunque no se ha especificado si éstas cubren un periodo de tiempo definido, bien puede arriesgarse la cifra de dos años: quizá desde la primera parte del 2019 en reversa hasta 2017 como máximo -dato este último que sí confirma el autor en las notas de su BandCamp.

Poco puede afirmarse sobre el proceso afrontado por el buen Óscar para terminar, empaquetar y publicar estas pistas bajo el presente título. Vertebrado por bleeps acrimoniosos y beats de techno diluido, Nazca resuelve gran parte de las dudas estilísticas que había regado su predecesor, Sonidos Del Sol (como dije en su momento, mal paso tampoco era). El juninense ha tenido a bien repescar carcasas geométricas construidas sobre aquellos continentes emergidos gracias a la electrónica posterior al auge rave, sobre todo el IDM y el ambient-techno. Consciente o no, esta decisión implica un regreso al modus operandi que cultivase entre Tecnología Desconocida (2012) y el Trascendental EP (2015, última de sus producciones para Chip Musik y con el nombre de Semilla Galáctica).

Con todo, el giro de 180° no ha significado sólo volver. “Poco puede afirmarse sobre el proceso afrontado por el buen Óscar...”, escribí en el párrafo anterior. Al escuchar Nazca, no puedo evitar pensar en la portada del -esperamos los fans que ahora sí- último disco de Pink Floyd (The Endless River, 2014). Galactic Seed conjura efluvios estelares en este trip más allá de las estrellas y del Tiempo, a la par de recuerdos ancestrales. Similares a las del filón apolíneo de cualquier cosmovisión andina, las imágenes evocadas también indican la búsqueda de un fin en el origen y viceversa. Es allí donde puede entreverse la doble funcionalidad de Nazca: actividad o ejercicio con que disipar el dolor por la pérdida de un ser querido, y catarsis estética con que hacer frente al duelo. Cuando te ha tocado pasar por una experiencia semejante, lo menos que te interesa es calificar...


El Jefazo retorna con un esférico de aura tan perniciosa como la que blandía su debut hace tres años.

Sin modificaciones en el line up (Renán Monzón en batería, Carlos French en bajo, Bruno Sánchez en guitarra), el power trio limeño se ha transformado en un Pulso Gravitacional devastador, capaz de dar cuenta de todo lo que le salga al paso/se le ponga enfrente. La veteranía ganada ha afilado las salientes doom y stoner de su sonido sludge, descargando en poco más de media hora siete cachiporrazos atestados de riffs de atronadora contundencia, de ejemplares blast beats que deben ser la envidia para cualquier banda menor del ¿género?, de la gravidez sangrante de un bajo que parece haber estado acondicionado en Júpiter...

Todo arropado tras un volumen que, en vivo, debe ser potencialmente dañino. Por eso prefiero no asistir a un directo del terceto, aunque me lo piense para constatar qué tanta producción puede rastrearse en sus trabajos. Este Simbiosis tiene todos los visos de haber prescindido de ella, lo cual habla de una terna que se acomoda muchísimo mejor sobre la tarima de un evento que entre las cuatro paredes de un estudio. En todo caso, la falta de mayor producción no hace mella en el impacto de la mortífera compactadora en que se ha convertido El Jefazo.

Ésta incluso se traga el menor intento de conducirla por parte de cualquiera de sus integrantes -o de los tres a la vez. Si las opresivas revoluciones de “Serpiente” dan la impresión de ir a media máquina, a partir de “El Hedonista” la adrenalina se apodera del trinomio, empujándole hasta niveles de monstruosos riffs ensordecedores. La iracundia no cede en “Pulsión De Muerte”, si bien se matiza en “El Daño Está Hecho”, que se convierte en el punto de inflexión del plástico. Tras él, sólo queda una seguidilla de paradas -“Uranai Baba!”, “Poltergeist”, “Drone Gato”- que adoptan cada una las múltiples formas y estados de ánimo posibles contemplados en el espectro del sludge, alternada e indistintamente.

Asfixiantes ráfagas de materia oscura, pasajes subterráneos de maligna texturización nebulosa, ambientes abisales que te aovillan hasta combustionar o lograr que cruja todo tu armazón óseo -lo primero que suceda... Lo de Simbiosis es una (otra) rotunda piedra de toque con que adornar el mosaico del stoner de sabor nacional y encarar la agobiante oligofrenia diaria causada por la neurótica vida urbanita en el Perú. A Candlemass y a Josh Homme les han de brillar los ojos cuando le escuchen.


Heredero de ese thrash que viniese al mundo durante los agonizantes 70s, el fastcore o speed punk ya ha cosechado sus primeros adeptos entre los millennials incas. A pesar de no conocerles y de la exánime información disponible en Internet, se me ocurre que la gente de Dom Dimadoom pertenece a esa categoría generacional debido a su alias, creativa deformación del nombre que en Latinoamérica -Don Dimadon- recibe el insoportable multimillonario ¿texano? de Los Padrinos Mágicos (The Fairly OddParents, dibujo animado emitido en el 2001 y que alcanzó diez temporadas).

El epónimo estreno -vía Entes Anómikos- ha sido grabado entre octubre del 2018 y enero del 2019, y publicado a fines del pasado marzo. Créditos de BandCamp hablan de mezcla y masterización, pero la estruendosa bulla que ahoga los canales de audio, la velocidad casi inhumana que asesina al conjunto y la brevedad del vinilo -ocho temas en menos de diez minutos, un metrónomo debe estar marcándoles como mínimo 250 bpms- dan pie para cuestionar tamañas afirmaciones.

Las consecuencias de un sonido tan infame como el de DD se materializan en puro terrorismo del Ruido, mismo que depara infiernos maravillosos a quienes aún hoy niegan las evidentes virtudes de cualquier forma de “música” que no haya salido del conservatorio -la mayoría de ellos tiene una estaca clavada en el culo, que con mucho gusto estos chicos empujarán hasta que salga por delante arrancando cuanta entraña encuentre en el camino, cual alien irracional. Las borrascas ferrosas de fecunda y proterva ira con que Dom Dimadoom azota refrescantes guiños a la cultura pop, tales como el nombre del cuarteto, el falso cover de “Come Out And Play” de The Offspring (“Rptr”), el guiño de las cuatro cuerdas a “Hot Stuff” de Donna Summer (“Producto2”), o el uso de la voz original de Homero Simpson para nuestra región (“Pesménos”); constituyen signo inequívoco de que no es precisamente perspicacia lo que le falta a chibolos y chibolas de hoy, a quienes a veces pulpineamos tan fácilmente. Se agradece el baño de vitalidad, Rodrigo (bajo y voz), Mijel (guitarra y voz), Álvaro (batería) y Eros (guitarra y voz).


Hákim de Merv

miércoles, 4 de abril de 2018

Doomed & Stoned Latinoamérica Vol. I

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 28 de marzo del 2018.)

Pese a su casi pavorosa extensión, equivalente a unos seis CDs físicos, los réditos llamémosles “artísticos” de Doomed & Stoned Latinoamérica Vol. I (2018) no son precisamente igual de dilatados.

Esta titánica compilación es producto del trabajo conjunto realizado por la gente del bilingüe blog homónimo, afanosamente dedicado al stoner rock y matices afines/confluyentes -psicodelia, sludge, doom metal, prog, psych, etc. Efectivamente, nada más entrar a la susodicha bitácora, puedes acceder a info correspondiente a casi todas las escenas latinoamericanas adscritas a tales “géneros”: informes, entrevistas, noticias, dossieres geográfico-temáticos, etc. Siempre que me topo con esfuerzos como éste, creo conveniente subrayar la persistencia en la lucha, el tesón puesto en juego, la independencia exhibida como bandera, el amor con que se lleva a cabo esta laudabilísima labor...

Pero estaba hablando del Doomed & Stoned... Vol. I. Repasando el track list orquestado por Paul Bracamonte (Perú), Matheus Jacques (Brasil), Roman Tamayo (México) y Gonzalo Brunelli (Argentina); veo incidencia más que recurrente en los países de nuestras latitudes con mayor vastedad. Están, aparte de los cuatro que acabo de consignar entre paréntesis, Colombia, Uruguay, Chile, Venezuela, y Paraguay. Aparecen además USA, cuyo único representante -Youngblood Supercult- figura en calidad de invitado especial, y Puerto Rico. Las ausencias más notorias son las de Bolivia y Ecuador.

Cualquier compilación de semejantes características tiene la difícil misión de ilustrar las múltiples aristas del género al que se consagra, de repescar a sus principales exponentes, y de cumplir además con una mínima cuota histórica -entiéndase antologar los eventuales hitos del género, los precursores, etc. Equilibrar todas estas variables en un único disco es empresa en la que se debe hilar finísimo. Hacer lo propio en dos y hasta en tres, sería mucho menos complicado, pero entiendo los obstáculos de logística y de financiación que un proyecto así involucraría.

Se puede pecar por exceso, sin embargo, y ése es el principal hándicap de Doomed & Stoned... Vol. I; lo que demuestra que más, por fuerza, no es siempre mejor. Lo hecho por un tercio de estas bandas bien podría haberse suprimido de esta masiva compilación, y los resultados hubieran permanecido inalterables: output compacto, denso, descomunalmente estruendoso; el bajo grávido, el tempo pasando del ralentí a la velocidad supersónica y viceversa; agujeros negros implosionando metagalaxias en permanente ebullición sonora... “Meta stoner”, como propuse una vez.

Así, pues, la falla del Doomed... no es tanto su calidad como su extensión. Cincuenta y nueve voces hablando cada una su propio dialecto no termina siendo tan desgastante como cincuenta y nueve voces de las que al menos una tercera parte repite lo que las otras dos ya han dicho. Quizá reemplazar ese tercio iterante por grupos precursores del género en cada país de la región hubiera hecho más llevadera la inacabable jornada. Quizá no. Cuando menos, habríamos accedido a ese conocimiento -Matus en Perú, Supercaos en Paraguay, Hielo Negro en Chile, etc.

Naturalmente, hablo desde la perspectiva del lego en la materia. Si me tocase hacerlo desde la perspectiva del fan del stoner y derivados, no existe ningún motivo de queja -en cuyo caso, más siempre será mejor: IAH, Mano De Gloria, Demonauta, HighGüey, Bruto, nuestros Ayahuasca Dark Trip, Vinnum Sabbathi, Psiconauta, Knei, Necro... así, hasta llegar a cincuenta y nueve.

Aunque quién sabe sí: Fuzzkrank (Paraguay) no figura, lo mismo que Color Horror, Las Cobras (ambos representantes de Uruguay) o Vago Sagrado (Chile). Por lo menos a los tres últimos se los pudo ver junto a IAH e Hijo De La Tormenta, en el marco del Festival Undercaos III -el pasado 30 de marzo, en Lima, al lado de Liquidarlo Celuloide, Satánicos Marihuanos, La Ira De Dios, Mutant Geisha y Cholo Visceral; entre otros.


Hákim de Merv