(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 14 de diciembre del 2022.)
Desde hace varios meses, la periodicidad
editorial de Dorog Records ha experimentado altibajos, debido a circunstancias
ajenas a la voluntad de su gestor; Giancarlo Samamé. Por suerte, la situación
está revirtiéndose. La demostración más reciente de ello recibió el V.º B.º al
promediar octubre, cuando se puso a consideración para descarga gratuita una
nueva compilación que ilustra las delicias de la nómina de la disquera y de
combos/artistas cercanos a su órbita.
(El título es muy sugerente, no así el rollo
detrás. Somos innatos animales políticos, y por ende tenemos libertad para
elaborar y expresar un juicio ad hoc sobre tal o cual incidencia. Pese a ello,
mi opinión es que no debieran mezclarse de facto el arte y la política, a menos
que se trate de cuestionar estructuras antes que a protagonistas coyunturales.
Pero, bueno, por suerte vivimos en un país libre y democrático... aún.)
Nuevas Formas De Hacer Política retoma esa saludable
costumbre de Samamé de armar panorámicos gigantescos, equivalentes a dos CDs
físicos, que había sido algo arrumada tras una seguidilla de compis que no
rebasaban el límite de los 80 minutos. De este modo,
Nuevas Formas... se
pone a la altura de
Música Para La Ruta,
Música Para Gimnasios,
Dos Más y otras referencias del sello que sobresalían por su pantagruélica
extensión. Como tal, me tomo la libertad de escindirle para postular un análisis
tanto más ordenado.
El primer tramo del título va desde “Toda Tu
Fuerza”, a cargo de Lábil, hasta el pop frugal que Pía Legonz despacha gracias
a su “Infravuelo”. Tal vez no sea una división arbitraria la que he propuesto,
después de todo, ya que las once canciones de esta mitad revolotean entre el
pop/rock próximo a oídos pedestres -“Espacio Tiempo (Nada Nos Sorprende)” de
Trazar Diamantes, “Refugio” de Teleférico- y el indie más accesible -“El Amante
Del Disparo” de Fútbol En La Escuela, “Impertinencias” de La Muda-. Que esta
sección irradie pop a toda hora, no la hace menos, ya que esa etiqueta no es intrínsecamente
peyorativa: canciones bonitas, bien hechas, con potencial capacidad para entrar
en la FM, tarareables. No todas, eso sí, están cortadas por la misma tijera. Las
hay que suenan a rock/pop en vez de pop/rock, como “Lárgate” de Señorita Auri y
“Sábana Gris” de Marmotasdebemorir. Las hay también de tonalidades
contrastantes, como el lo fi de Ino Moxo y su versión en vivo de “Dunas”, o el
dark pop a lo Danza Rota de Rawa y “Nubes Atravesadas”. Y no podía faltar la
que, sin abandonar el formato preponderante, se da maña para colar estupendos efectos
marcianos de teclado -“Arcoiris” de Lagartijacarlo.
El segundo tramo de NFDHP arranca con “Háblame”
de Claudia Maúrtua y fenece a la par del ‘díptico’ con “Evv”, musculoso
ejercicio IDM casi subsónico de El Otro Infinito. No está desterrado en este
segmento el pop terso de fácil asimilación, pero es la heterogeneidad la que manda.
Dicha versatilidad se manifiesta de distintas formas tras la participación de
Maúrtua, muy lejos del nü metal que esgrimía su ex banda Ni Voz Ni Voto:
destellante electropop de la mano de Ausangate Child (“On The Edge”) y Blupluk (“You
Make Me Feel”), dark replicante inspirado en Xymox por cuenta de Synethz (exquisita
“Night Body”) y de Neutro 1 (“Pulse 250 Hz” expele un tufillo al “Tonight” de
los neerlandeses), excelente tech-house acerado a cargo de DJ Locopro (“Mil
Años (Sin Ti)”), curioso trip pop bajo en serotonina firmado por Walter Cobos (“Triste
Robot”), y hasta tontipop en “Por Petit Thouars”, original de Pestaña y
remezclado para la ocasión -‘Antes Había Pelícanos Remix’- por Vrianch.
Dorog Records se acerca a su vigésimo
aniversario en óptimas condiciones, recuperando el paso y refrendando su
consabido hábito de presentar nuevas camadas de proyectos en clave pop -tomando
de refilón la posta del ¿desaparecido? colectivo UnderPop. Bien por ello.
De acuerdo a lo que he leído a vuelo de
pájaro, Rifle presume de ser un power trio bastante más antiguo que Kurandera, banda
con la que comparte integrantes -César Araujo y Alejandro Suni-Álvarez. A
diferencia del cuarteto,
que debutó en largo hace dos años con escasa fortuna,
Rifle ha hecho lo propio recién en septiembre pasado. El nombre escogido para
el estreno es
Repossessed, y en poco tiempo ya ha cosechado más repercusión
que el primer paso del otro conjunto.
Tomando posiciones en plazas fuertes del stoner,
de las que absorbe su naturaleza bestial, la sociedad que completa Magno
Mendoza hila siete temas sumergidos en una densidad descarnada, heredera del
heavy psych de Black Sabbath y del hard blues de Robert Plant y collera. Los
siete minutos finales del rebautizado por aclamación popular Led Zeppelin IV
(“When The Leeve Breaks”) son, de hecho, materia prima para más de un género -como
lo fuera “Amen Brother” de los Winstons para el drum’n’bass o “Funky Drummer”
para el primer hip hop-. De ello ha tomado nota Rifle, que cuando escoge menguar
revoluciones controla su energía amansándola a través de las baquetas, canalizándola
gracias a dosificados pulsos emitidos sin tregua por el bajo, exorcizándola a
cuentagotas por medio de la eléctrica. “Spirit Rise”, “Seven Thousand Demons” y
la esforzada “Madness” observan esa profilaxis.

En contraposición, cuando coge la lanza y
empuja a galope tendido hacia adelante, el terceto se hace eco del dinamismo y de
la contundencia metálicos que QOTSA o Monster Magnet establecieron como rasgos identitarios
del stoner en los albores del Tiempo. El groove circular del soporte rítmico es
lo que más luce, dejando a la reverberante lead guitar la misión de encender la
pradera en esos momentos en que más se necesita de una poca de luz. Esta prominencia
de la rítmica libera espacios que a veces copan, mediante influencia subliminal,
el doom (“Fiend”) o un sludge fuzzeado (“Sonic Rage”).
¿Cosas por mejorar? Cómo no. A las vocales
les falta al menos media tonelada de fuerza y/o vehemencia, lo que esté más a tiro.
Sería bueno, además, que la terna comience a soltar los frenos: las pistas de Repossessed
no están mal, pero prácticamente nunca van más allá de los convencionalismos stoner
-apenas si hay uno que otro chispazo de materia roja. Les toca izar velas y
hacerse al riesgo en futuros movimientos, como lo han hecho en sus respectivas
carreras Ancestro o El Jefazo. Finalmente, un punto en común con Kurandera:
muchachos, prodúzcanse mejor. A pesar de la a veces agobiante turbiedad/viscosidad
que epata, el stoner brilla no sólo por su pericia técnica, sino además por la
impecabilidad de su registro.
Se tomó lo suyo Miyagi Pitcher para publicar
nuevo LP. En efecto, tres años han pasado desde Abraxas, álbum que ponía
orden en casa y paridad en cuanto a la multiplicidad de sonoridades a las que
Alexander Fabián había dado luz verde usando esta chapa; en principio reservada
para delirios vaporwave. Tras haberle escuchado muchas veces, puedo decir que en
Ikigai (生きがい) el individualista ha intentado o
bien retornar a la esencia de su origen, o bien detenerse en un estadio en que
pueda incorporar la brumosa tesitura al ralentí que desciende del witch house/del
seapunk a un ambient pop electrónico que evoca por igual a Chicago y a Detroit.
Si es lo primero, falla en esa tentativa. Si lo segundo, consigue pegarle de
lleno al gordo.
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En muchos de los episodios del disco, la síntesis
opiácea que conocemos como vaporwave va aparejada a una estética electrónica melodiosa
y nostálgica. El enyunte complementa, no subsume uno al otro. Ese estado de
cosas se evidencia desde que “Supairaru (スパイラル)” inicia el viaje: el track se
mueve envuelto en el radiante lo fi que es marca registrada del vaporwave, sin
ser devorado por éste. En igualdad de condiciones se hallan otros ejemplos de semejante
simbiosis, como “Shin No Tomodachi (しんのともだち)” y su quimérico sampleo SD de una voz
femenina, “Gala (ねこ)”, “Minarai (見習い)”, “Sanmyaku (山脈)” o el crepuscular surco
homónimo.
Otras pistas, como “Sen'nin (仙人)” o la mastodóntica “Sango (サンゴ)”, podrían haberse adscrito a la
tipología desmenuzada en el párrafo anterior; de no ser por el cargamento de
parsimonia con que pesadamente se desplazan. Lo curioso es que ese extra no alcanza
a convertirlas completamente al credo vaporwave. Hay algo incómodo en la
cinemática de sus ambientaciones que se niega a ser codificado. Sumadas a las
consignadas líneas arriba, estas piezas dejan al subgénero nacido en Internet a
inicios de los 10s en libertad de acción para respirar a través de canales que
no comparten mucho entre sí, salvo los inidentificables sampleos ochentosos de rigor.
Claramente inspirados por la estética de los últimos Cocteau Twins, rounds como
“Daiyamondoai (ダイヤモンドアイ)” o “Hasai Sa Remashita (破砕 差 れました)” tienen ciertamente poco que
ver con la hiper-laxa “Akiraka Ni Suru (を明らかにする)”, las ágiles “2 Tsuki 12-Nichi (2
月12日)” y “Koi No Koyan (恋 の コヤン)”, o la insular “OM (おm)”. El uso extensivo del sampling
en todos ellos es lo único que permite al hálito vaporwave hermanarles.
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Quizá sea justamente “OM (おm)” el tema clave para entender a
cabalidad una jornada tan inasible como ésta. Más allá de cualquier duda
posible, la cepa es vaporwave. Por oposición, su nostalgia no es dulzona, sino
acongojante. Con cada segundo que avanza, sientes ese espíritu de tristeza
impersonal que vaga en los films del Wong Kar-Wai pre-Hollywood, y emergen variables
pertenecientes a microgéneros como el dreampunk y el chillgaze. La conjunción
termina erosionando la osamenta vaporwave, poniéndola a merced de otras más
robustas cuando echas una mirada en derredor del largo.
Que Ikigai (生きがい) sea tan difícil de taxonomizar,
por supuesto, no impide su disfrute. Poco más de una hora para sumergirte
despierto/a en sueños surrealistas de ciencia-ficción, amor y soledad;
escuchando el insistente rumor de fondo de una lluvia que en realidad nunca estuvo
allí.
Hákim de Merv