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jueves, 10 de julio de 2025

Ballet Mecánico: Primera Secuencia // Ayarwhaska: Dendritas Oscilantes

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 2 de julio de 2025.)

Luego de un tiempo relativamente alejado de su faceta como músico, estrenó Fernando Pinzás durante el último trimestre del ‘24 Ballet Mecánico, proyecto donde él tiene la última palabra y en el que las colaboraciones son más que bienvenidas. Se establece así una diferencia clave respecto de grupos anteriores en los que participó, como Specto Caligo y los recordados Varsovia. A posteriori de los singles de adelanto “No Cederé” (10/24) y “Testamento” (1/25), BM libera su debut en marzo del presente a través de la discográfica Buh Records.

Mencioné hace un momento las colaboraciones. En esencia, éstas han tenido lugar a la fecha en el rubro de la voz, dándose el caso de tantas vocalistas invitadas -sí, todas ellas mujeres- como de episodios provee el largo, exceptuando la epilogal remezcla de “No Cederé”. La suerte es, en consecuencia, variopinta.

Pinzás ha erigido un opus de synth pop ochentero clásico con debilidad por la decoración Hi-NGR e italo-disco. No siempre es así, por cierto. En canciones como “Fábricas Del Miedo” y “La Memoria Es Un Acto Político”, Ballet Mecánico se enfunda en la piel de la ochentosa electronic body music. Monocordes, cortantes, airadas; las voces escogidas para ambos números -Anabhell y Kat Kathia, respectivamente- calzan de plácemes con la contundencia cuasi industrial y el agresivo synth punk para caderas que ellos encarnan. No es tan simple abordar el resto de Primera Secuencia, sin embargo.

Cuando las programaciones se adelantan un poco a la fecha de origen de su matriz (menos próximas a los 80s que a los 90s), las melodías se hacen más recordables, el delay se aposenta en los lugares correctos, las atmósferas se empañan de melancolía y los teclados se vitrifican hasta traslucirse. Ésa es la mejor performance para las vocales de Luz Cáceres (a) Luxsie (“Mascarilla”), Luminiscencia (“Testamento”) o Noelia Cabrera (“Como La Última Vez”). Emergen efluvios de O.M.D., de Yazoo, de Soft Cell e incluso del primer New Order. Cuando no ocurre tal cosa, sino que se prioriza el esteticismo/efectismo Hi-NRG/italo-disco, aunque los arrestos suenen bien elaborados, carecen de la chispa emotiva de sus pares -y en ese contexto, hacen lo mejor que pueden gentes como Susana Fátima (“No Cederé”) o Laura Rosales (“Rosa Era Inocente”). Por fortuna, esas oportunidades son las menos -para más inri, ubicadas al inicio de la jornada.

El grueso del álbum está, pues, a la altura de las circunstancias. Synth pop contenido de ingente carga emocional tratando simultáneamente de sonar lo más minimal que se pueda, bebiendo a veces del output de El Aviador Dro Y Sus Obreros Especializados (pero no de su divertida retórica). Cuando no, new beat de ecos a lo Front 242 o Neon Judgement, y hasta de unos Nitzer Ebb con las secuencias desmontadas.

El único rato en que se funden todas las variables puestas en juego a lo largo de poco más de 36 minutos es “La Ciudad De Los Incendios”. Su conjunción de Hi-NRG, marcialidad proto-EBM, teclados veleidosos como ellos solos y una voz que se afantasma sin disolverse (Angélica Carlos a.k.a. Elva Cío, camarada de Pinzás en Specto Caligo); le hace merecedor de un espacio insular. No digo que sea la mejor canción del vinilo, sino que es la de sonido como no tiene otra en éste.

Correcto primer paso. Muy artístico y entrañable, también. Para sortear hándicaps y superarse a sí mismo, Fernando debería: 1) equilibrar la balanza en cuanto a estilos de los que se nutre, y 2) pensar en una cantante estable, de registro amplio. Sólo así sacará todo el partido posible de sus potencialidades y conseguirá puntaje perfecto. El de Primera Secuencia va bien para un bergantín que recién zarpa.

Aún no tengo el gusto de conocer a Valentín Causillas. A riesgo de equivocarme, lo alucino alguien todavía con el pellejo verde, coetáneo de Nicolás Prado, de la tropa Haiti Bon Aire o de la mancha de Antibióticos. De todos ellos algo tiene su escueta primera entrega Dendritas Oscilantes, de apenas 26 minutos más sencillo, embebida en desparpajada conchudez con la cual rondar tendencias aglutinadas alrededor de dos cepas entrelazadas: el ruido fecundado por la actitud punk y la fascinación por la distorsión ominosa.

Comienza a sonar “XXX Rated Speed Grindcore” y piensas automáticamente en Leonardo Bacteria, fallecido frontman de Insumisión. No porque Ayarwhaska -alias de Causillas- sea un facsímil del u-ni-per-so-nal de Leo, sino porque la inspiración es clarísima. Mezcla de grindcore y gabber a velocidad supersónica, “XXX...” navega los mismos mares encrespados que el digital hardcore de Insumisión a partir de La Frustración Lo Cubre Todo (2000). Como éste hay varios surcos en la decena que integra el repertorio del cassette, si bien dotados de intros diversas: “Torturados Serán Los Alzados” (cuyo pistoletazo de salida parodia los viejos programas de variedades setenteros), “El Harsh Es Lo Único Que Me Excita” (que de harsh no tiene nada, con sus bpms fuera de control), “Desasosiego” (su engañoso preludio de rock grave y solemne experimenta un quiebre para aplastarte despachando avalanchas de drum’n’bass deforme), “Matas El Pueblo Por El Que Luchas” (sampleos de La Boca Del Lobo y del cleptócrata oriental Fujimori, colándose por en medio de frecuencias que colapsan ante la voluminosa carga que soportan).

Por contraste, hay otros tantos cortes que asoman bastante más convencionales, pese a que Ayarwhaska se las arregla para preñarles de elementos bizarros con que tender vasos comunicantes hacia sus similares del párrafo anterior. El primer ejemplo de ello es “En Colono”, que suena a punk noise de sucio ruido ascendente. Por la misma trocha se desplazan “Memorias Gwiyomi Nyan Cat”, egg punk de desprolijidad absoluta que muta hacia el final en webcore (y cuyo bajo modélico es lo único que sostiene su caótica naturaleza), el inusualmente dilatado “Tres Gallos” (noise rock desestructurado de guitarra aporreada), el cierre “Psykodemia!! (Asko)” (que más parece una unión a la mala de distintos retazos).

Punk + noise + distorsión + gabber, entonces. Tal es la consigna hecha lema por el joven Valentín. Lema que, como suele suceder, no tiende a la uniformidad -y que tiene en Dendritas Oscilantes una excepción para confirmar la regla. Ésta es “Puti Jazz”, pista diminuta que así y todo se da maña para hacer sonar saxos ¿andinos? ¿afroperuanos?, por entre masas asesinas de abyecto noise. La exceptuación -a duras penas- de una experiencia frikeante que pone a prueba, una vez más, tu capacidad de aguante en relación a formas no convencionales de crear música/no-música. Como sucede con Ballet Mecánico, se porta asimismo Buh con la manufactura de la cinta.

Hákim de Merv

viernes, 18 de abril de 2025

Adelaida: Retrovisor // Rafael Cheuquelaf: Tiempo Profundo

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de abril de 2025.)

Pasó un tiempo más o menos considerable desde que Animita (‘20) hiciese brillar el nombre de Adelaida, tras la insólita gira que el entonces terceto realizó en países de Extremo Oriente. Tiempo que, es verdad, coincide con la fase más severa de la pandemia -cuatro años, nada menos. No fueron sólo las sanitarias, empero, las únicas circunstancias que intervinieron en este prolongado paréntesis. A la luz de lo exhibido en el subsiguiente Retrovisor (‘24), el grupo de Valpo tuvo que afrontar durante ese par de bienios drásticas transformaciones en su configuración, que repercutirían a la postre -si bien no de manera demasiado traumática- en su discurrir sónico.

En efecto, en algún punto entre el ‘21 y el ‘23, Adelaida dejó de ser un trío y reinventóse como cuarteto. El verbo no es exagerado, ya que no sólo se trató de adicionar un nuevo miembro. De Animita a Retrovisor, el alias prescindió tanto de las baquetas de Gabriel Holzapfel como del bajo y de las vocales de Naty Lane. En reemplazo del primero, cogió el relevo Tomás Pérez, mientras que Anke Steinhöfel sustituyó a la segunda en ambas funciones. El ingreso de Joaquín Roa en el puesto de guitarrista divide con Claudio Manríquez (a) Jurel Sónico, que sobrevive como único miembro original del acto, responsabilidades relativas a los desarrollos estelarizados por la eléctrica.

Desde un principio, Adelaida se decantó por las formas de crear/ejecutar música pop fundadas sobre la Distorsión. Con la solitaria excepción del shoegazing, la mayoría de ellas surgidas sobre suelo americano: el noise rock de Dinosaur Jr. y Sonic Youth, el “hype” del alternative rock, el indie rock de Sebadoh y Shellac, el grunge de Mudhoney y Alice In Chains... El balanceo de todos esos ingredientes le dio al combo su identidad constitutiva, de la que despachase sobrados ejemplos en discos del nivel de Paraíso (‘17) o Madre Culebra (‘15). Esos rumbos se ven magnificados en Retrovisor, al punto de poder catalogársele como la placa que refunda a la banda del ex Lisérgico.

Con los primeros acordes del corte homónimo retumbando en los headphones y disparando las guitarras salva tras salva de duras acometidas rockeras, queda en evidencia el anabolizado ascendiente de ruido y distorsión que presidirá de ahora en más el sino de Adelaida. Uno que, sin renunciar del todo a su herencia baggy (“La Montaña”, “12 Días”, “Mi Ventana”), transitará esencialmente por este lado del Atlántico. “Pólvora” es una excelente muestra de ello. Otras igualmente recomendables son “Espirales”, “Girasoles”, la psicodélica relectura de “Brilla” (original de los argentinos Suárez que venía como hidden track en Hora De No Ver), “Resplandor” y el farrellesco colofón de “Desdén”.

Un par de apuntes más acerca de Retrovisor. Por supuesto, tiene su lunar. A “Frutos De Otoño” se le siente muy inicios de los 90s, cosecha neopsicodélica, rasgo que se acentúa cuando al promediar la canción los valpeños rebajan el tempo y gana ésta un groove típico de esos ácidos días. Claro, la toma primigenia ya venía impregnada de esos aromas. Y es que Retrovisor se concede la libertad de reinterpretar algunos números antiguos de Adelaida, todos ellos provenientes de su ópera prima Monolito (‘14), subrayando ese hálito de “segundo debut” del que hablaba hace un momento. Pasa con “Frutos...”, con “Océano Mundial”, con “12 Días”.

Muy pocas jornadas antes de la última Navidad, se subió a la cuenta BandCamp de la escudería independiente Eolo Producciones el último trabajo solista del músico magallánico Rafael Cheuquelaf. Integrante de Lluvia Ácida, dúo que justamente fundase Eolo en el ‘01 y que ha asumido la tarea de relanzarle hace algunos meses, éste es ya el tercer esfuerzo de largo aliento que el buen Rafael saca adelante -y el cuarto lanzamiento alejado de sus trajines junto a Héctor Aguilar. Sin embargo, para la ocasión no ha marcado el autor mucha distancia respecto del curso que navega actualmente la reconocida mancuerna puntarenense.

En Camino Interior (‘22), Cheuquelaf tomaba el sendero del trip hop enyuntándole a una narrativa conceptual proyectada como siempre sobre el fundamento de su experiencia vital, externa e interna. También se encumbra Tiempo Profundo desde un concepto de fondo, pero las sonoridades que le vertebran se hallan más cerca del urgente dark ambient empuñado por el binomio en Puntarenazo (‘24). Y cuando no ocurre de esta guisa, el esférico remite a los días oscuros y nerviosos de Antiviral (‘20), que LlA compusiera durante el periodo hardcore del COVID-19. Esta última conexión no es gratuita, ya que asimismo se cuela aquí una temática científica de por medio.

Ésta corresponde a un residenciado artístico y de investigación que el chileno cursó vía la Universidad de Magallanes. Consistió éste en exploraciones de la zona más austral del país, con el objeto de estudiar/especular-acerca-de una época de la región magallánica anterior a la llegada del Hombre. De ahí la chapa de “Tiempo Profundo”, frase acuñada bajo esos mismos parámetro por James Hutton, geólogo escocés del siglo XVIII. De ahí, también, muchas de las denominaciones utilizadas para bautizar los surcos que agrupa el plástico: “estromatolitos”, “ictiosauria”, “amonite”, “bloques erráticos”, etc (cada una explicada por Rafael en la sumilla de BandCamp).

Sonidos de enjambres binarios (“Amonite”), perfecta síncopa de precisión clínica (“El Ciclo De Las Rocas”, circa el Tecno de Daniel Melero), inexpugnable densidad vítrea (“Manto De Hielo Patagónico”), gélidos strings digitales (“Estromatolitos”), bronco dark ambient inoculado de chillones órganos eclesiásticos de pelaje sintético (“Bloques Erráticos”). Los climas sonoros en Tiempo Profundo recorren con ritmo sostenido comarcas ambientales pletóricas en incertidumbre y suspenso, apertrechándose de un synth completamente deconstruido -algo así como el lado Z de Chris & Cosey. Si hay momentos de reposo, éstos son devorados con celeridad por evoluciones ominosas, casi carpenterianas.

Inicio y epílogo del álbum sortean este modus operandi con desigual destino. Mientras que la pieza titular es una zarabanda de ruidos binarios generados aparentemente al azar, que acaba desbarrancándose hacia preternaturales abismos lovecraftianos (en sintonía con el sutil guiño de la portada), “Primer Fuego En Karukinka” es un tema solemne, que oscila entre crepuscular y angélico. La flama encendida por los primeros seres humanos habitantes del extremo sur en lo que tras cientos de años sería suelo Selk'nam, ciertamente, marca el final de una era y el inicio de otra. Por eso “Primer Fuego...” muta el cariz al aproximarse a sus cuatro minutos para derivar en un panegírico lleno de emotividad y vitalidad. Laudable.

Hákim de Merv

jueves, 13 de marzo de 2025

Christianes: Morriñoso Amor Ultravioleta

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 5 de marzo de 2025.)

Hace unos días cumplió tres décadas Ultrasol, unigénito documento discográfico legado por Christianes, entidad chilena que junto a otras coterráneas contribuyó a revolucionar durante los 90s el patio del pop chileno independiente. Tan notorio fue su impacto, como asimismo el de condiscípulos suyos (vg. Malcorazón o Congelador), que números de la talla de “Abril”, “Amapolas”, “Nunca Fui Más Que Dios”, “Tardío” y sobre todo el hitazo “Mírame Sólo Una Vez” aún hoy son tenidos por clásicos. Terceto del que emergería el enorme Cristián Heyne, considerado el Daniel Melero de Chile, bueno será a propósito de la efeméride repasar al vuelo las historias en torno a disco y a grupo.

NOCHE EN ESPIRAL

De facto, Christianes nació en 1989. Entonces lo integraban Heyne (bajo) y su amigo de barrio Christian Arenas (guitarra y voz). Una breve prehistoria tiene lugar a partir de 1986, cuando la dupla fundadora se ve fuertemente influenciada por estetas como The Jesus And Mary Chain, Cocteau Twins y The Cure. Acoplado en 1990, el tercio restante fue Juan Carlos Oyarzún, quien también cantaba y empuñaba la guitarra. Para el ‘92, el trío ya enarbolaba un sonido oscuro de etérea sofisticación, pero su actitud en escena tendía a ser un tanto hosca (si bien no a la manera de los hermanos Reid). Ante la imperiosa necesidad de ensayar más horas y el deseo de la mancuerna Arenas-Heyne de sonar más pop; fue estancados en esa suerte de callejón sin salida que Oyarzún, quien había asumido el rol de vocalista, deja tirando cintura a sus compinches.

Christianes capea el revés/coge un segundo aire y encara el reto de seguir adelante con la incorporación de Evelyn Fuentes, la enamorada de Christian Arenas y a la sazón estudiante de danza. Sería la última persona en ingresar al combo hasta su disolución, haciéndose cargo de la voz -decisión excluyente aprovechada para poner un poco de orden en la interna, clarificando responsabilidades. Desde ese momento, Arenas se ocupa del enfoque sonoro, mientras que Cristián Heyne hace lo propio con las letras. A juzgar por lo plasmado en Ultrasol, el curso de acción que posibilitó las renovaciones arrogadas en estos tres aspectos identificativos fue el correcto: menos de tres años después (verano del ‘95), la terna es fichada por la división mapocha de EMI, como sucediera también con los increíbles Pánico, Los Tetas y Lucybell (estos últimos siempre vilipendiados por Fuentes y compañía).

Ultrasol aparece un 2 de marzo, hace treinta años. Si sobreviven maquetas o demos anteriores al debut y despedida de Christianes, esas grabaciones se hallan en poder de sus autores -el otro testimonio de época es un CD single promocional con tres tomas de “Mírame Sólo Una Vez”, de las que sólo la acústica puede escucharse en YouTube. Por ende, no es posible establecer comparaciones verificables entre la fase precedente de los australes y la que ilustra el estreno. Éste despega en modo tour de force con “Planeta Luna”, “Remolinos De Fuego” y “Mírame Sólo Una Vez” sucediéndose sin pausa. Si las crónicas que describen las performances entre 1989 y 1992 son ciertas, es claro que el acto viró ¿(cuán) espontáneamente? tanto hacia el shoegazing como hacia la psicodelia más paradigmática.

VIAJE AL CENTRO DE LA MENTE

Signo inequívoco de la influencia que ejerciera el sonido patentado por My Bloody Valentine y similares, el uso de los pedales se torna extensivo en la placa -y con él, la distorsión y el murallón de ruido erigido a partir suyo. Cuando este último se desengruesa al punto de ganar cierta angélica transparencia, decreciendo así la presencia de teclados/mellotrones/campanas tubulares (cosa del músico invitado José Miguel Miranda), perfílase nítidamente la ascendencia de una ácida guitarra en generosas cantidades. Son adheridos a ésta textos entre oníricos y surrealistas, de los que abundan en “Sol” (primer éxito del trinomio), “Nunca Fui Más Que Dios”, “Amapolas” o “No Moriré Jamás (Como La Luz Del Sol)”. Es curioso el efecto que produce la conjunción de dos o más de los factores descritos -tórridas atmósferas de melódico noise, neblina lisérgica de síncopa impecable (cortesía de la batería electrónica de Arenas y de Juan Patricio Fuenzalida en percusiones varias), esbeltez distorsiva, nostalgia químicamente inducida. “Amor Ultravioleta”, “Por Qué”, “Remolinos De Fuego” o “Solté Mi Cuerpo Al Viento (Al “Viento Solar”)” se cuentan entre esas ocasiones irrepetibles.

Con todo, Ultrasol no habría llegado a dejar huella en las arenas del Tiempo de la manera en que lo logró si no fuese por su inconfundible cariz pop. Aunque los réditos de su fragua son compartido por Heyne y Arenas, cobran éstos especial relevancia gracias a la quebradiza, melancólica, emotiva interpretación de Evelyn Fuentes. No precisamente una cantante dotada, el susurrante registro ensoñador de la santiaguina -a quien se ha llegado a comparar más de una vez con Jeanette- abrillanta mucha de la chamba de sus compañeros. Esto se hace prominentemente visible en el tramo final del esférico, en canciones como “Abril”, la preciosa “Marfil”, “No Moriré Jamás...” y “Cuando Vuelvas De La Guerra (En El Viento)”. Al elevarse según los requerimientos de cada surco, su impronta “estrangulada” le permite ganar protagonismo casi exclusivo, tal cual ocurre en “Tardío”, en “Solté Mi Cuerpo Al Viento...” y en la arquetípica “Mírame Sólo Una Vez” -a cuyo conjuro se evoca incesante el recuerdo de Christianes.

Distribuido por EMI, el impacto de Ultrasol fue prácticamente instantáneo, tanto por méritos propios como por su atipicidad en el contexto del pop mapocho al promediar la última década del siglo XX. La baza, sin embargo, no fue capitalizada al máximo por la agrupación. Ésta tuvo siempre una relación distante con la prensa, por no decir tirante o abiertamente hostil, y no llegó a concretar sino escasos directos. Además, en el corto plazo comenzaron a divergir los intereses artísticos de cada miembro con respecto a los del resto, siendo el caso más evidente el de Heyne -quien dejó a medio mundo patitieso con Disconegro (1996), largada de su proyecto personal Shogún, que merece un artículo completo por separado debido a su insularidad. Así fue que Christianes se desintegra en 1997.

MIL CAMINOS

Pese a la sorpresa de una versión remasterizada de Ultrasol colgada hace un bienio en Spotify, las chances de una reunión de Christianes son computables en cero. De Christian Arenas, no se tienen noticias ni siquiera antiguas. En cuanto a Evelyn Fuentes, retomó sus estudios de danza, y desde el ‘08 cada tanto toca en vivo algunas de las canciones de su ex banda (la última oportunidad fue hace casi un año). Lanzó Sin Culpa en el ‘09 y Extravagante Azar en el ‘17. En España, Juan Carlos Oyarzún se sacó el clavo con Souvlaki, dueto junto a su compatriota pianista Carolina Mora que reportase un EP (This Sound A Bit Like Goodbye, ‘07), dos largos y una relectura de “Girl In Amber” de Nick Cave And The Bad Seeds lanzada como single virtual (‘20). A la par de consolidar una tremenda reputación como productor, Cristián Heyne eyectó a Shogún a la categoría de leyenda, y probó suerte en un formato más accesible gracias a Tormenta (sociedad al lado de Begoña Ortúzar).

Como puede inferirse, cada integrante de Christianes ha hecho camino propio dentro o fuera de la música pop contemporánea, y en esa senda han profundizado todos/as en el curso de lustros. Es altamente improbable, pues, que volvamos a verles codo a codo sobre la palestra. Nos queda el mitigado consuelo -que así y todo es mejor a no tener ninguno- de poder acceder ahora al íntegro de su debut desde cualquier parte del planeta. Y de, al amparo de sus sonidos, revivir esos tiempos mozos de entusiasta renovación en que los circuitos independientes latinoamericanos se vieron inmersos, previos al cambio de milenio.

Hákim de Merv

jueves, 28 de diciembre de 2023

Mongo No Stars: Lowlitio // Alunaki: Alunaki // Ionaxs: Antotipia EP / Portrait In The Postcard

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 20 de diciembre de 2023.)

Tras la impresionante entrada que le significó Neofhyte Miscellanea, coronándose en mi opinión como mejor largo nacional de 2021, le ha tomado un par de años a Mongo No Stars reintegrarse a la carrera en que participan las agrupaciones independientes de nuestro siempre vilipendiado Perú. No a esa carrera por competir entre sí para ver quién llega primero a diciembre, ciertamente, sino a una de mucho más largo aliento y complejidad -aquella en pos de la constancia y de la sostenibilidad estéticas. No se trata ahora, pues, de cortar nuevamente rabo y orejas.

Así las cosas, ¿qué ha pretendido hacer el anónimo músico parapetado tras las siglas MNS con Lowlitio? Lo primero que podría argüir es que ha pugnado por implementar una deconstrucción del propio debut. ¿Con qué propósito? Ni idea. Tal cual sucediese en ...Miscellanea, el prologal “Endless Fray” falla como antesala de aquello de lo que se ocupa este segundo capítulo: techno beat, ambient, avant garde en clave de new glitch, piano de inspiración clásica... No todos esos sonidos lograrán continuación en el resto del trip, y los que sí, verán constantemente trastocadas sus proporciones.

En consecuencia, Mongo No Stars vuelve a entonarse con una segunda pista. El acid house de “The Brain Of Our Species”, próximo a convertirse en IDM cristalino gracias a hardware de barroquismo Hi-NRG, recupera el output primigenio del proyecto (al cual todos/as éramos afectos/as). Este ímpetu, empero, se da de narices con el de “Untitled A”; construido sobre bases synth próximas a mutar en proto new beat o EBM, e inoculadas de house y de techno. No son extrañas al alias estas sonoridades, pero aquí lucen excesivamente esquematizadas, sin el protagonismo de las variables presentes durante Neofhyte... -y que hacían de éste un exquisito cóctel báquico.

A partir de “Shark”, Lowlitio encuentra un poco más de orden. Bifronte, qué remedio. En una esquina, canales que se apegan más a la EBM que a la IDM, sin adaptarse del todo a la consabida tímbrica distópica de la primera: el notorio acento tribal de “Shark”, el reverso que le supone el cerebral “La Mente Es Un Cubo”, el ulterior “Sad Ocean Song”, el ominoso maquinalismo de “Untitled 23”. En otra esquina, creaciones que se sienten más cómodas a la vera de la IDM que a la de la EBM, sin renunciar a la permisividad respecto de la segunda: la dionisíaca “Pill Time For Locos II Remix” (que emula los “riffs sintéticos” del soundtrack de The Terminator), la heterodoxia Warp de “Let Rat Eat Each Other” (con extra de sutil ¿techno trax?), la ya mencionada “The Brain...”.

Los dos vértices restantes del cuadrilátero se reservan para sendos surcos que no se ajustan a ninguno de los perfiles antes explicitados. El más atípico resulta siendo el de programaciones y tesitura claramente rocktrónicas, big beat en regla que ya podría haber firmado Theremyn_4: “Tigh Rope”. No menos sorprendente es el otro, el único de toda la travesía que obtiene plausible equilibrio oponiendo su herencia new beat a su contraparte intelligent techno: “Essen”, el híbrido soñado.

Artefacto extraño este Lowlitio. Aunque se robustece de los mismos nutrientes que NM, se le siente... No, ES más disperso y desordenado que su antecesor, del que se echa de menos la primorosa cohesión exhibida y el sentido del timing. Si le alcanza, débese principalmente a dos peculiaridades: la colección de sampleos que acredita Mongo No Stars (Reservoir Dogs en “Untitled 23” y Scarface en “Pill Time...” los más reconocibles, ambos curiosamente gansteriles referencias cinéfilas) y el hecho de tener todos los tracks un desenlace apresuradamente brumoso.

Era un reto tomado de manera muy personal por Raúl Begazo publicar, antes de que acabe el ‘23, un tercer episodio de su unipersonal Alunaki. Contra viento y marea, éste aparece disponible online el 11 de noviembre, exponiendo algunos puntos flacos en cuanto a forma y a contenido. De lo último puede dar fe la performance del arequipeño como cantante: siendo “Flores De Cáctus” (sic) el prototipo más acabado de la modulación vocal a que debe aspirar, en el resto de sus pares no-instrumentales la voz trasgrede el canon que a ella reserva el shoegazing.

Y en lo que atañe a la forma, la fotografía del álbum luce un tanto opaca. No es éste, impecable, el que presenta problemas, sino su aspecto: por mucho que los números hayan sido esmeradamente construidos, e insuflados de un brillo augusto, no puedo evitar sentir un tamiz entre ellos y yo -como si se hubiese añadido interpuesta una capa de jaspe, que impide a la epónima rodaja refulgir como debiera.

Finalicé el penúltimo párrafo aludiendo al género de Slowdive y de Medicine. Formulados ya mis reparos para con Alunaki, debo añadir que éste se zurra en todas las predicciones habidas y por haber. A inicios del año, en comentario algo tardío dedicado a Sueño Ameba, descartaba cualquier posible vuelta en U para esta faceta de Raúl. Nueve meses después, el mistiano me cierra la boca regresando a las cuencas que recorriese en su primerísimo Telescopio. O mejor dicho, a la principal de ellas. Queda de lado, entonces, el tripgaze que momentáneamente rozó SA.

Plus: es en el dream pop donde al pundonoroso guitarrista se le siente como pez en el agua. Abre la carrera “Misantropía”, con una eléctrica incandescente y ululante que inequívocamente remite al baggy clásico -y en muchísima menor medida al post punk. Aunque otros rounds del CD van en la misma senda, en ninguno de ellos reeditan las seis cuerdas la brutal intensidad del arranque, si bien consiguen éstos emulsionar apropiadamente la fórmula ruido + melodía. Uno de ellos es “WiGa”, de tesitura bastante más reposada debido a la implementación de dosis precisas de templanza y de melancolía: sus facciones cogitabundas me hacen pensar en Half String y el arte que éstos cultivaron gracias a la cualidad espectral que emanaba de sus puentes. Otro arquetipo de aplicado apego al ruido angélico de arte y ensayo es “Tu Luz”, viñeta de resplandecientes crepúsculos ensangrentados. Y una tercera muestra es “Flores De Cáctus”, apacible euritmia de calculados vendavales distorsivos.

Bajo estos patrones “modélicos”, se encuadran los demás temas de Alunaki. A veces, forzando los límites hacia capas atmosféricas dominadas por el bliss (el seráfico “1978”), a veces priorizando las artificiales secuencias sintetizadas (“Puertas Cerradas”), a veces burilando faenas perfectas en ejecución y método (“Recuerdos Olvidados”). Pese a poder equipararse el recorrido en-constante-cambio de este trabajo al de los quiebres de ángulo que ofrece una montaña rusa, lo concreto es que no abandona ni un minuto el formato ethereal noise -apelando en tal sentido a las vertientes de sus diferentes avatares: Seely, Pale Saints, Kitchens Of Distinction, Mellonta Tauta, Chimera, Guitar...

Como no podía ser de otro modo, el colofón lo rubrica un corte plácido, nostálgico, de percusiones mínimas. En “Calma”, la eléctrica se desliza elegante, sobria, taciturna. Ello no impide que su epílogo suba decibeles hasta convertirle en iterativo arrebato noise de intempestivo KO. Instrumental, para más señas.

A título de adelanto a lo que sería su nuevo plástico, sexto en una andadura que ya ha cumplido las dos décadas, el 28 de septiembre pasado Ionaxs edita el Antotipia EP. Empacados para descarga gratuita, sus cuatro asaltos pueden tomarse ahora como zona ecuatorial entre la obra solista anterior de Jorge Rivas O’Connor y la más reciente placa. ¿Acercándose o alejándose de ésta? Muy buena pregunta, ya que existen argumentos tanto para afirmar una cosa como la otra.

El propio extended describe una suerte de loop, ya que el telón arriba que supone “Estamos Jugando En El Jardín” y la postrera luz de “Antotipia” despliegan sendas manifestaciones de una ars electronica suspendida entre el ambient encrespado de ruido y el drone digital desgajado a partes iguales por la abstracción y la eufonía. Uno y otro por igual me dejan pensando cuánto pesa todavía sobre las huestes de avanzada la influencia del que fuera considerado el mejor disco electrónico de los 90s gestado en España: Naves Sin Puertos (‘98), de nuestros amados Silvania.

No hay loop, por supuesto, sin movimiento orbicular; y éste corre por cuenta de “Con Los Restos De La Lumbrera” y “Mientras Florece En El Invierno”. Sin evitar participar de la génesis descrita en líneas anteriores, toman cierta distancia para acercarse al multicolor electrogaze de estos tiempos: mucho ludismo, reflejado en el aliento entrecortado de sus patrones texturales, abriendo las puertas de la distorsión sin renunciar a los bpms. El agraciado efecto conjura rizadas/onduladas imágenes teñidas de tonos burdeos, como desenfocadas a través de algún filtro líquido.

¿Sería otra mi perspectiva si hubiera escuchado antes el EP y semanas después el novísimo Portrait In The Postcard? Imposible adivinarlo ya. De ahí la necesidad de recurrir a la figura de un “territorio neutral” para esbozar la anatomía de este Antotipia. Funciona, eso sí, como apropiado entremés de cara al siguiente paso en la carrera de Ionaxs; con el literario guiño extra del breve cuarteto poético que proponen los nombres del menú si se les lee juntos: “Estamos Jugando En El Jardín”, “Con Los Restos De La Lumbrera”, “Mientras Florece En El Invierno", “Antotipia” -o la técnica fotográfica fundamentada en la capacidad fotosensible de algunos pigmentos vegetales, responsables de la coloración de las plantas.

Y hete aquí que un día volvió Rivas a tamaño 33 rpm. La última movida similar había sido Amuki (‘20), inasible y compleja dado su leitmoiv fúnebre y conmemorativo. Tras pausa de tres años y muchas colaboraciones estelares, Ionaxs da un paso adelante en su devenir como acto individualista, lo que no necesariamente le posiciona en nivel inédito. Al menos no en un 100%.

Me explico. Con el antecedente inmediato de Antotipia aún fresco, estaba listo para que Portrait In The Postcard sacara lote en cualquiera de tres escenarios posibles: el similar al del extended, el que ahondase en lo que éste prometía, el que virase en redondo de vuelta al clásico Ionaxs. Pero mentiría si dijera que no estaba predispuesto a esperar que aconteciera lo segundo -una consolidación/profundización en la ruta sindicada por el EP. Eso fue lo que finalmente encontré (¿o quise encontrar?).

Con denominación tan indiciaria como la suya, desde el primer minuto “Arrebol” me hizo recordar la acuosa serenidad de Sukha, el mejor disco del colectivo Puna -que Rivas integra- y uno de los hitos independientes de 2019. En el mismo sino que el segundo esfuerzo conceptual de la mancha “puneña”, su enyunte de sintetizadores, efectos y software anuncia mezclas más volátiles y copiosas de paradigmas como los representados por Main y My Bloody Valentine. Subraya asimismo “Arrebol” las obvias diferencias con Sukha: la falta del pulso percusivo inconfundible que confiere un baterista real (Leko López) y su pigmentación de otro orden. Ambas características se ven confirmadas por “Nublar”, de espaciosas/oceánicas atmósferas que optan por tintes granates y cuya distendida programación soslaya medianamente esa ausencia. También “Aquí Quedan Tus Postales” confirma dicha apuesta, con su calmosa aura 50/50 electrogaze y ethereal glitch, y su invocación de matices enraizados en el rojo.

Sin obviar el talante general del volumen, entre “Bromo” y “Líquido Digital” se ensimisma Jorge en viajes más arduos, desprovistos de la deliciosa miel bermeja/bermellón que colmaba la primera parte. Aquí ganan el pulseo la electrónica contemplativa, el ambient aguzado, los beats menguantes (o la falta de ellos). Una terna en que las calologías se dispersan/disocian, dando paso a resonantes pasajes senescentes que así y todo cuentan historias de arroyos y de escarlatas, de puquios y de carmesíes. Posteriormente, llegamos a “Donde Nace Brillo”, que podría catalogarse como el lunar pero también como el “área de descanso” del acetato; por cuanto implica un regreso del Ionaxs netamente digital, IDM, post rave, rep(l)icante -con todo, conectado a la nueva aventura.

Para “Cueva De Ánimas”, retornan renovados a escena esos beats del primer segmento que se esforzaban en reemplazar a las baquetas “orgánicas”, por lo que se trata de la parada más jazzy de Portrait In The Postcard. Finaliza éste regresando a sus primeros estadios, donde el shoegazing “binario” y el glitcheo de celestial bienaventuranza convivían en líquida y sosegada comunión. Primero, con la perenne declinación del fugaz “Perfecto Error”. Luego, con la imponente “Infusa”, de épicos ribetes: secuencias invencibles de rossos tiznes, salpicadas de guitarras etereoespaciales, invadidas de ruido hecho glitch y de distorsión domeñada a propósitos afiligranados. El corolario idóneo para un opus que reinterpreta los descubrimientos del Puna más interesante a través de cárdenas lumbres, el último candidato a mejor larga duración del ‘23.

Hákim de Merv

jueves, 9 de noviembre de 2023

Brown Sur: Histeria Del Mundo // Asia Menor: Enola Gay

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 1ero de noviembre de 2023.)

Tras 24 horas de haber sido disparado en YouTube, tuve conocimiento del dúo Brown Sur y de su pistoletazo de salida Histeria Del Mundo gracias a uno de los implicados, Francisco Lillo Ortega. Al cantautor lo tengo referenciado desde hace mucho por su protagónico desempeño en Nubosidad Parcial, La Oficina Del Sueño y Tripulante De Soma; notables formaciones de la escena independiente mapocha todas ellas. La apuesta, entonces, podía razonablemente jugarse hacia la “bisoña” mancuerna -que de tal no tiene sino el tiempo de creada.

Brown Sur, que completa Claudio Lavin, guitarrista de ilustración ambient en Antonio Kulumi y en Lasavia; se ha definido a prima facie como una banda de pretensiones cósmicas, e incluso ha subrayado sutilmente cierta orientación psicodélica. Desde fuera, puedo dar fe de una indefinida orla lisérgica ni bien permean el éter las primeras notas de “Andares”. La enteogénesis propuesta, pese a ello, tiene menos que ver con un sonido histórico determinado que con una envolvente estética de texturas sedantes y relucientes -una que puede acoplarse a distintos géneros.

Sin ir muy lejos, “Andares” es pop de guante blanco y de tiento firme, que remite a la big music de los 80s. Si bien con registro más áspero y mixto, en esos mismos dominio y rango se ubica “Indistinguibles”, el dilatado cierre de esta entrega. También “No Es Nada Personal”, canal más decididamente rockero desde la violenta irrupción de la teba y su inusual giro de tuerca a mitad de recorrido -grandilocuente punteo de eléctrica incluido. “No Es...”, sin embargo, ya lleva adheridos elementos identificables con el indie.

HDM echa mano de más colores, así y todo. Al escuchar los latidos iniciales de “Lejos De Lo Mundanal”, uno/a se siente tentado/a a hablar de mestizaje. Felizmente, la subsiguiente “Histeria Del Mundo” muestra que eso sería un error garrafal, y que es más correcto hablar de una fusión ceñida a la rítmica de algunas de las canciones. En efecto, el surco epónimo mueve la proa hacia regiones de un estilizado dub que no empaña el cariz semi-tribal que penetra ambos números.

Y asimismo está presente una mesurada vocación experimental, en temas como “Es El Resto” y “En La Neblina”, a la sazón los más breves de la placa. Parece haber además cierta fijación de parte de Brown Sur hacia collages de diálogos fragmentados, no excluyentemente en nuestro idioma, enmarcados por tenues pálpitos del bombo/improvisaciones de guitarra/ruido acumulativo. Ni aquí se desvanece esa atmósfera de ensoñación entre onírica y psicotrópica, ni mucho menos en el surco psicodélico/cósmico por antonomasia de Histeria Del Mundo -“Angelita Huenuman”, suerte de cuento geórgico arrullado por el murmullo del mar y por una guitarra en perfecta ascesis cannábica.

Aceptable puntapié inicial, que la sociedad Lavin/Lillo ha encarado como banco de pruebas para testear múltiples escenarios. El siguiente paso ha de ser dado con mayor firmeza.

De pigmentación abrumadoramente indie y tinturas equivalentes, Fisura ha engrosado su catálogo en agosto con el debut de Asia Menor, cuarteto temucano donde militan Diego Seguel (eléctrica, sintetizador, voz), Cristóbal Mora (baquetas), Jorge Scheuermann (eléctrica, voz principal) y Aníbal Vergara (bajo). El sello santiaguino ya había soltado dos singles virtuales a modo de adelanto, “Doce” y “Patio”, que fomentaron cierta expectativa en torno a lo que pudiese ofrecer un desarrollo más extenso de la propuesta enarbolada por los sureños.

Después de escucharle varias veces, encuentro lícito afirmar que Enola Gay es un primer esfuerzo animoso, sacudido entre el math rock y el post hardcore, unas veces arrojada y otras delicadamente. Las primeras son norma desde la apertura “Patio” hasta “La Naturaleza”, mientras las segundas proliferan entre “Flores Del Naranjo” y “Buenas Noches”. En medio de ambas porciones, el breve “Instrumental” supone la justa línea ecuatorial para hacer una pausa, recargar pilas y encarar con renovados bríos el resto del viaje -como si hubieran vuelto los días de esplendor del cassette, y aprovechases el cambio de lado para aprovisionamientos/recalibraciones de último minuto.

Bien sea una faceta o la otra, a los muchachos de Asia Menor les encanta la distorsión en exceso. Pese a ser por lejos su canción más pausada a la fecha, “Buenas Noches” no deja pasar dos minutos sin empezar a flirtear con el ruido en estado indómito -la medianera de noise amplificado sólo desaparece una treintena de segundos antes del final. Lo mismo sucede con “Lento”, medio tiempo cuasibaladesco que se vale de puentes de guitarra para conectarse con su antecesor y con su sucesor, y que atiza crescendos y diminuendos para hacer entrar y salir de sí mismo una agobiante deformación decibélica. Otros ejemplos, mitigados merced a drásticos cambios de pulso sincopado, son “Flores Del Naranjo” y “Estrés”.

Las composiciones de Scheuermann y compañía suelen estar empantanadas de texto, pero ello no necesariamente indica una fascinación verborréica. Generalmente, la letra está dosificada, de tal manera que no ataranta ni asusta al/a la escucha. El exceso, empero, ocurre más veces en la primera mitad que en la segunda (“Buenas Noches”). Tal vez sea porque los colores de este 50% son más festivos, o se precipitan vehementemente -no por nada, se enseñorea aquí un exultante espíritu de alcurnia punk. A ratos con menos revoluciones (“Defensa/Cortar”), a ratos apelando al quiebre y rearme de la percusión (“Tesela”, “La Naturaleza”), a ratos con más revoluciones (las demoledoras tomas de “Patio” y “Doce”); la incombustible huella del Año Cero ’77 acicatea las notas con que los chilenos entretejen el tramo inicial de este grato repertorio de 11 tracks.

Mundaka, la cara menos agresiva de Fiesta Bizarra, Almirante Ackbar y sobre todo Plug-Plug son equivalencias patrias que pueden servirte para que te hagas una idea más precisa del rollo a que se adscribe Asia Menor. Por cierto, esta denominación y la del estreno me han hecho pensar en Waltz With Bashir (2008), por asociación de ideas. La portada del disco muestra interiores de una edificación en ruinas, dolorosa imagen que en estos aciagos días se ha vuelto común justamente en Asia Menor, y la enorme película-testimonio del gran Ari Folman utiliza en una escena el clásico de O.M.D. “Enola Gay”, nombre que de por sí acoge funestas connotaciones bélico-atómicas. ¿A que sí?

Hákim de Merv