(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 28 de junio del 2023.)
La puesta en corto del quinteto se da finalmente en mayo del presente, recuperándose para la ocasión algunas de las canciones que ya habían visto la luz -obligando, de paso, a reconsiderar algunos juicios vertidos en comentarios previos. Esto porque, con una producción impecable como la que ha concretado el gran Mario Silvania (con la asistencia de Juan Esquivel a.k.a. Juan Nolag), firme y sobre todo límpida; queda en evidencia que los limeños nunca han pretendido ni adentrarse en las pantanosas aguas de la Baja Fidelidad, ni situarse en un contexto post baggy a fin de tentar acercamientos al cajón de sastre indie.
No. Lo de Solenoide es, sin reservas ni ambages, shoegazing de constitución química impoluta. Después de mucho audicionarle, no consigo distinguir en Casa De Islandia EP tintes de otras gamas. Ese supuesto matiz lo fi de “Centinela” debe, entonces, atribuirse a desfavorables condiciones de grabación -sería interesante chequear una versión más pulida del tema, que no ha sido motivo de repesca aquí. Puede afirmarse, además, que en el extended se siente la banda a sus anchas con el medio tiempo. No es necesario apresurarse -y cuando sí, como en “Tiananman” y su “tempo de pie quebrado”, la estructura del opus no se resiente. Fuelle de sobra el que poseen los capitalinos, consecuencia -me arriesgo a suponerlo- del aplicado estudio de los principales referentes de época: Slowdive en primer lugar, Chapterhouse, Swallow, el Bowery Electric anterior al Beat (‘96)...
El esférico se apaga con la recitación de Laura Rosales, bajista y vocalista, de un fragmento de La Hora De La Estrella (‘77), último libro de la célebre literata pernambucana Clarice Lispector. Valga esta acotación para subrayar la poderosa impronta literaria que domina actualmente el proceso creativo del grupo. Cierto, es tentador pensar que la palabra “solenoide” es una variación del neologismo “solineide”, que inventase Támira Basallo (Salón Dadá/Col Corazón) y que fuese convertido en melodía por Cocó Revilla para el primer capítulo vinílico de Silvania (Miel Nube Hiel EP). Sin embargo, “solenoide” no es sólo una palabra que existe, sino que asimismo titula la que se considera la obra cumbre del escritor rumano Mircea Cărtărescu. De ahí la denominación de otro de sus cortes señeros, que ha sido oído por el propio autor europeo y recibido su aprobación. Auspicioso inicio, editado por Catenaria Discos, el de la mancha que completan Óscar Chávez (guitarra), Héctor Espinoza (bajo, voz) y Óscar Contreras (guitarra).
Puesto a considerar la larga travesía sostenida hasta aquí, encuentro curiosa la mezcla de sensaciones que me produce reseñar trabajos de congéneres que vinieran al mundo cuando ya quemaba mi primera juventud. Generaciones que sucediesen a la mía han habido muchas, y de ellas han surgido multitud de artistas que han perfilado propuestas interesantes. Pero la diferencia no era toda una vida. Por un lado, si ya con creativos/as de la talla de Silvana Tello me siento bruscamente envejecido, con gente como Attaraxis o Reducidos ese sentimiento se triplica. Por otro lado, atestiguar esas nuevas experiencias y dar fe de sus aportes al desarrollo de las escenas independientes peruanas, me permite ver el futuro mediato con optimismo: quedan leguas por andar sin sentir todavía el cansancio de quien ya se sabe próximo/a a concluir el viaje.
Casi puedo aseverar que Nicolás Prado aún no llega al cuarto de siglo. Machines EP, su lanzamiento de noviembre del ‘22, lo presenta como un neto nativo digital. Techno, ambient, EBM abstracto, ruido, IDM espástico, drum’n’bass expresionista, et. al; se fusionan con violencia y efectividad durante los 9 canales que delinean el extended -corpus multiforme que no implosiona gracias a la piel tatuada de estética gamer que le recubre, y que el músico ha bautizado con un término terriblemente buenísimo: webcore. Esa elección simboliza mejor que cualquier otra cosa el saludable arrebato y la genial conchudez que aún se puede permitir un mocoso de veintipocos abriles.
No obstante, esto no es un catálogo de taxonomías, sino una reseña de música. Así que bien podemos pasar a examinar esta entrega de Prado, tercera según fuentes fidedignas, para constatar si el ingenio lingüístico tiene correlato auditivo. Y sí, el hijo mayor de Paloma La Hoz (12 Garras, Mitad Humana, Thank You Lord For Satan) y del jazzista Andrés Prado ha debido tener buenos profesores. No lo digo por su formación de guitarrista que ha experimentado con el jazz y con el rock, ya que ello no se nota en Machines EP. Lo digo por esos dieciocho minutos y pico donde el mozalbete salta del avant garde de octanaje promedio (“Unsafe”) al sonido de la ciencia-ficción Z que se precipita hacia el new beat (“Digital Hell”). O de una tierra de nadie entre el IDM a lo lado-B de Plaid y trip hop de beat espacioso (“Collapsed System”), a cepas benignas del virus aislacionista (“Invasión”). O de la opacidad apocalíptica de un jungle a lo Ed Rush o DJ Gunshot (“Virus”), al 2-step (“Hedeache”, sic). Viñetas pequeñas (“Error”), rotundas (“Fuel”), imparables (“Chemical Waste”)... Jodidamente convulsas.
Hákim de Merv
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