(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de noviembre del 2022.)
Entre el ‘96 y el ‘97, como señala el crítico español Javier Blánquez en el capítulo dedicado al jungle escrito para Loops: Una Historia De La Música Electrónica (2002), muy pocos eran los nuevos artistas y grupos de ascendencia electro que no tenían cuando menos un track amparado en estándares rítmicos del drum’n’bass. Asistido por la notoriedad de las evidencias -de Aphex Twin a Underworld, de Orbital a Mouse On Mars, de Locust a Two Lone Swordsmen-, el peninsular afirma que el también llamado artcore era el ritmo que entonces dominaba el mundo. Habida cuenta de los nombres citados (por lo menos tres de ellos provenientes de las esferas IDM), no es precisamente argumentos lo que le falta a aquella declaración.
Naturalmente, la teoría propuesta no disminuye el papel/la relevancia del resto de músicas digitales que implosionaron los dos últimos lustros del siglo XX. No menos trascendentes fueron el trip hop, el ruidismo binario, la rocktronia de The Chemical Brothers y Propellerheads, el illbient... Ni qué decir, tampoco, del IDM; que durante toda esa increíble década vivió luengos años de gloria. Es sólo que resultaba casi imposible sustraerse al influjo de la mecánica del breakbeat, que tan bien podía simultáneamente embelesar al hombre-que-escucha como impeler al hombre-que-baila. Y, de paso, tronarle las neuronas al prójimo que es ambas cosas a la vez. Prueba irrefutable de ello es la imagen del individualista de muchos rostros, que esos mismos noventas entronizaron: si en los 80s James Thirwell (Foetus, The Flesh Volcano, Clint Ruin, Steroid Maximus) y Alain Jourgensen (Ministry, Pailhead, Revolting Cocks, Lard, 1000 Homo DJs) fueron precursores, los siguientes diez calendarios vieron consolidarse a figuras hiperprolíficas, multimórficas y geniales como el propio Aphex Twin (Polygon Window, The Dice Man, Blue Calx) o Luke Vibert (Plug, Visible Crater Funk, Wagon Christ).
Y es que, mientras sus colegas de armas replicaban la estética breakbeat para proyectar avances sobre los hombros de ésta, µ-Ziq siempre buscó estrechar la compenetración/mutua absorción entre el intelligent techno y el techstep. Tarea sumamente complicada, por no decir imposible. Paradinas dio con una fórmula para esa fusión en Lunatic Harness y sus complejas percusiones hiperkinéticas atravesadas por cabriolescas metrallas sonoras tupidas de acid jazz y neurótica tropicalia. El detalle es que le ha tomado literalmente años decantar/balancear esta fórmula. Una que recién tras RY30 Trax (‘16) y el denso Scurlage (‘21) se ha despojado al fin de toda abstracción oscura, empezando a brillar casi literalmente.
Aconteció en el ‘13, en el ‘16, en el ‘21. Vuelve a acontecer, en el ‘22, que el unipersonal firma dos trabajos -que lucen como sendas partes de un único díptico. El primero de ellos, Magic Pony Ride, es liberado a principios de junio. El segundo, Hello, sale a las calles cinco meses después. En ambos casos, crece y se robustece el patrón compositivo idóneo al que he aludido aspiró siempre µ-Ziq. En ambos, de igual modo, hay lugar para disentir de aquel modelo; bien parcialmente -los más-, bien por completo -los menos-. Éste (el modelo) se sublima aprovechando el timing y la espacialidad de un drum’n’bass de ligero octanaje, esto es, lo bastante sintetizado para convertir en funcional al breakbeat sin por ello obligarle a resignar su burbujeante frescor. Sobre esa ¿bífida? ¿trífida? espina dorsal, los tintineantes puntillazos melódicos y los maquinales rebotes angulares propios de la IDM son entretejidos con el propósito de dar cálida corporeidad a espesas marañas electrónicas de barroca arquitectura cubista.
Insular experiencia a que nos somete el individualista de la Rubia Albión, corresponsable de microgéneros como el honk’n’bass, el braindance o el drill’n’bass. Por rara, obvio, y además porque demuestra que el autor conserva creatividad, destreza, reciedumbre y vigencia indemnes. En grados suficientes como para despachar dos álbums prácticamente al hilo, si es que no se trata de un solo LP cuyos outtakes han sido empaquetados y lanzados como otro largo independiente. En niveles lo bastante inventivos como para matizar a MPR y a Hello con temas de un ambient capaz de condensarse en piezas de potente drum’n’bass e idéntica facilidad para volverse a vaporizar -“Don't Tell Me (It's Ending)”, “Pyramidal Mind Dispersion”, “Brown Chaos”, “Uncle Daddy”, la perfecta deconstrucción breakbeat planteada en “Pentagonal Antiprism”...
Nunca se fue Mike Paradinas, es cierto. Pero nunca tampoco lo había sentido tan cercano.
Hákim de Merv
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