(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de noviembre del 2022.)
Qué peculiar es, en ocasiones, el cúmulo de
circunstancias que apuntalan la concepción de un documento sonoro y que a su vez
se derivan de él. Puede éste rubricar más de un lapso significativo de tiempo,
y también cerrar en estado de gracia un trayecto irreprochable en cuanto a
actitud y evolución artísticas. En retrospectiva, su aparición puede vislumbrarse
esperada/contenida hasta que las estrellas -o los cielos- ocupasen el justo lugar
presidiendo la madurez compositiva del autor/de los autores, e igualmente mirar
hacia el ayer para despedirse definitivamente de él. O abrazarlo para retornar
a la semilla. Éstas y otras ideas, concurrentes o digresoras, pueden brotar sin
tregua de una placa cuyas propiedades tan especiales le hagan merecedora de
interpretaciones sin fin; no importando el o los géneros en los cuales quede
inscrita.
Más que obtener una victoria unánime en la
categoría “mejor lanzamiento nacional del año”,
Los Cielos Vuelan Otra Vez
consiguió hace cuatro años que
Catervas pusiera a todos sus fans de acuerdo, amén
de extender esa concordancia a buena parte de la feligresía rockera independiente.
Con el novísimo
Laberinto, es posible que dicho consenso se haya
fracturado, pero de ningún modo para peor. Elaborado durante la encerrona
pandémica, el álbum supera con creces a su predecesor en aquello que concierne
a la pura ejecución instrumental -salto sobre todo perceptible a partir de “Desvío
Nocturno”, tras el que menudean las composiciones que prescinden de voz: “Pléyades”,
“Cañihuarac”, “Ecos Del Atlántico”... Es en ellas donde mejor se luce la
artesanía del encargado de los teclados desde
LCVOV, Juan Esquivel, quien
imprime en (todo) el nuevo repertorio catervesco la polícroma estética de synthwave
retrofuturista que suele emulsionar bajo el
a.k.a. de
Juan Nolag.
Acabo de invocar una etiqueta, la del synthwave.
¿Estilísticamente hablando, transita Laberinto esa avenida? No en rigor,
pero sí gasta el pavimento de otras que corren cerca y en paralelo. Detalle nada
menor, harto indiciario: cumplidas ya las bodas de plata desde que nuestra
escena independiente les conociese a través de Crisálida Sónica: Compilación I (1997), y las de ébano desde que quedasen constituidos como grupo (1991),
los Catervas deciden desentenderse del indie y del shoegazing para obrar un
giro de 135º en dirección hacia firmamentos post punk y dark. No es que el
cuarteto reniegue de las constantes que signasen su crecimiento entre Semáforos
(2004) y Los Cielos... -algunos pasajes puntuales aquí y allá conservan
esos sabores-. Ocurre que son ahora el post punk ‘77-‘84 y el rock oscuro ochentero
los que dominan platea y mezanine. Y así como antes el indie y el baggy eran
matizados por la neopsicodelia y el pop, hoy los ingredientes de mayor presencia
son matizados por la new wave y el synth. O el enlace de ambos.
A veces, escribía hace un rato, se regresa al pasado para saldar cuentas
pendientes. O para completar el círculo. Eso es lo que, a mi entender, comporta
la existencia de este
Laberinto: un retorno solemne-en-las-formas y
emocionalmente sublime a la última gran edad dorada de la música pop en que
galán todavía mataba billetera, en que la Música avanzaba alimentada por el
fervor y el idealismo de sus estetas, antes que por los fajos de las majors y del
mainstream. Porque los 90s tuvieron asimismo una magia única e incomparable, claro
que sí, pero la gestualidad cínica y desengañada les copaba casi siempre. La
majestuosidad de canciones como “Aura”, “A Través Del Silencio” (de indescifrable
anclaje rítmico) o “El Sonido” remite a lo más selecto que ofrendasen las
vanguardias de
negra cosecha 80s. Cocteau Twins, The Durutti Column,
Dif Juz,
The Cure... Por lo menos hasta “Cañihuarac”, el plástico despide ese cálido
brillo mate que comparten la cerámica en frío y el mobiliario de madera añeja cuando
han sido objeto de una cuidadosa restauración, incluso en un número tan new wave
como “Espejismos”. Añadiría al rosario de nombres, además, el de Pieter Nooten.
Algo del ambient rock de avanzada que el neerlandés despachase junto a Michael
Brook en
Sleeps With The Fishes (1988) palpita en “Aura” (coproducida
con Jason Fashe), de idéntica manera que la impronta del europeo estampada en los
LPs definitivos de Clan Of Xymox. Y aquí es imperioso conceder puntaje adicional
a Esquivel -aunque no descuelle tanto como en la segunda parte, es evidente que
la chamba de mi tocayo deviene en esencial para la solidez del dédalo en
conjunto, tanto como la del bajo indesmayable de Raúl Reyes.
No se trata de que, durante la segunda mitad
de Laberinto, la banda de los hermanos Reyes se sienta menos a gusto
emplazada en los 80s. Pasa que, sin dejarles atrás, de “Cañihuarac” en adelante
se ensaya una somera remembranza del camino fatigado en el período ‘97-‘01.
Recalco: somera. En el esférico, no existe el menor rastro de shoegazing
como tal -sino en fase dream pop, y sugerido más que explícito (a través, sobre
todo pero no excluyentemente, de la performance vocal de Pedro Reyes). “Cañihuarac”,
por ejemplo, es lo más post rock que sonará Catervas en esta entrega; con su ejemplar
bateo a lo Tortoise y su epílogo ambient. “Melomaniac”, claramente 90s, evoca la
flama de esa neopsicodelia de la que Happy Mondays y The Stone Roses fueron
adalides indiscutibles. Y “Mírame” les va a las dos un poco a la saga, dejándose
ganar lenta y firmemente por el espíritu de la década anterior. El opus, de
hecho, baja el telón con “Ecos Del Atlántico”; volviendo a sintonizar las senescentes
sonoridades lúgubres del penúltimo decenio del siglo pasado, y exhalando sus
últimos alientos con una seguidilla de lo que parece ser feedback transmutado
en estado gaseoso.
La restitución modal hacia los 80s que supone
“Ecos...” no sólo le otorga un plus de cohesión a la jornada. También acaba por
darle una aureola muy particular, semejante a la de uno de los hitos mayores en
la historia de la música pop, de referencia obligada para el ethos melómano de
estos limeños: el Disintegration (1989) de The Cure. Ojo, no estoy
aseverando que Laberinto suene a Disintegration. Lo que digo es
que Laberinto puede leerse/escucharse como el Disintegration de
Catervas, con todo lo que esa afirmación implica. Ello plantea dos preguntas:
1) ¿Significa que el combo optará en lo sucesivo por recrear los viejos 80s?, y
2) Tal cual se especulase a fines de 1989 con el grupo de Robert Smith, ¿será
ésta la última función para Catervas? No lo sé. Yo espero que las respuestas
sean: 1) No, y 2) No. Por ahora, sigo deleitándome con la monumental
consistencia y el magnífico nivel que acredita el sexto capítulo que han lanzado
estos Reyes (sin contar maquetas, compilaciones ni rarezas). Y secretamente, disfruto
de la coartada de la que este Laberinto, que el enorme Mario Silvania produce
y Automatic edita digitalmente, me provee: clarísimo candidato a disco nacional
del año.
Hákim de Merv
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