(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de noviembre del 2022.)
En múltiples ocasiones, he dejado sentada mi escasa afinidad con los estilos de genética metalera. Hay bandas, por supuesto, de las que soy devoto; como Pantera, Megadeth, Anthrax o Slayer. No muchas más, sin embargo -pueden contabilizarse con los dedos de que dispone un ser humano común y corriente. Aquello que de valioso ha aportado el metal al vocabulario pop contemporáneo, lo encuentro más que nada en los crossovers que ha coprotagonizado. Tres ejemplos, de entre muchos otros: el post metal (llamado también meta-metal, asociado a la decoración drone), el metal industrial (preñado de EBM y/o techno) y el black metal de escuela nórdica (injertado con ambient).
Matus, por cierto, no es un nombre nuevo. Aunque lo parezca a ojos y oídos de audiencias masivas obturadas por la hedionda papilla a-cultural que les embute por todos lados/a todas horas la mass media, y que les convierte en impermeables a cualquier manifestación artística que pretende ir más allá de sus culiestrechos esquematismos. El grupo se condensa a fines del ‘05, por iniciativa del baterista Joaquín Cuadra y del guitarrista Richard Nossar. Es éste último un histórico de la movida nacional, cabeza visible del holocausto grindcore que asoló estas tierras entre fines de los 80s y principios de los 90s, a través de las recordadas entidades Descarga Nociva y Atrofia Cerebral. Tras una temporada en los Espirales de Fernando “Cachorro” Vial, Nossar se dedica a la producción, a la fotografía y a la escritura; antes de la nucleación del trío original, que completa el también guitarrista Manuel Garfias (ocupándose Nossar del bajo).
Cuatro LPs, un extended play -Intronauta, ‘17- susceptible de ser sindicado como la cruza entre Quicksilver Messenger Service y Led Zeppelin, dos sencillos virtuales, dos splits de 7’’ (con los alemanes Angel Of Damnation y con los resurrectos coterráneos de Óxido). Suficiente de dónde escoger -en material y en años, estos últimos ya próximos a sumar 20- para urdir más de una muestra recopilatoria que haga las veces de introducción a la obra del combo. Tal cual su contraparte del ‘14 (Espejismos), el nuevo panorámico cumple una triple función: antologar parte del repertorio difundido en los álbums, ofrecer versiones alternativas de esa selección, y añadir algún/algunos inédito(s). Preparado y lanzado en julio del ‘21 en el ciberespacio, realizada su versión física en este 2022 que ya se va (coproducida por los sellos independientes patrios Espíritus Inmundos y Catrina Records), en todas esas instancias obtiene Espejismos II nota azul.
De las 10 tomas publicadas en Espejismos II, la mitad ofrece una nueva mezcla con la pista de la batería sustituida. Si a ello le agregamos la incorporación del theremin en dos cortes, puedes darte una idea de lo sinuoso que ha sido el camino para Matus: de terna a cuarteto, y luego a quinteto, recién estable tras la salida de Alfonso Vargas (Liquidarlo Celuloide) y su reemplazo por el hijo homónimo de otro histórico de la escena perucha, el maestro Walo Carrillo (Los Holy’s, Telegraph Avenue, Tarkus, Tlön). Actualmente, Matus son Nossar (bajo, chequea su desempeño en TRIBU), Véronique Miró Quesada a.k.a. Veronik (voz, flauta, theremin), Garfias (guitarra), Alex Rojas (voz) y Carrillo (batería). Con dos generosos compendios a cuestas, ya es cosa tuya si sigues chantándoles la cuestionable distinción de no ser profetas en la propia tierra.
Audicionado Ciudadana Inseguridad, queda claro que esos canales de adelanto sólo fueron ilusorios cantos de sirena. No porque el nuevo largo sea calco o prolongación de su predecesor, sino porque entresaca un derrotero equidistante de éste y de las dos primeras rodajas. De Movimientos, escoge la vocación por experimentar con los textos: armados con la técnica burroughsiana del cut-and-paste a partir de decenas de fuentes, éstos son expelidos de la mano de una cuando menos incómoda verborrea. Dependiendo del lugar que ocupen en el track list, la voz de Samamé es sometida a diferente tratamiento -procesada/desfigurada en el primer sector (“Grabaciones A Ciegas”, “Ensayo De Dictadura”, “Con Mi Cerebro De Cera Derretido Por Tus Años”), infestada de lo fi en el segundo (“Lunático”, “Melibea Al Azar”, “Mierda!”), inmaculada en “Río Rímac” (sorprendente composición inficionada de cadencia 50/50 rasta y hip hop).
De Acuática e Instrumentales, el acto reutiliza el ambient pop la mayor parte del tiempo sólo como carcasa, como un armazón exterior. Un exoesqueleto que casi siempre cobra vida sujecionado a la voluntad del ocupante interno. Contadas son las oportunidades en que Polvos Azules vuelve por completo al sonido que le distinguiese antaño, como en el tercer sector de Ciudadana Inseguridad: “Naturaleza Humana”, el breve instrumental minimalista “Inundación”, el excelente número “Interludio” (incordiado por el insistente sampleo de una risa sardónica y un coro responsorial), incluso el electro-pop jazzeado de “Yo Visité Ganímedes” (que recicla parte de la entrevista en un medio español a Sixto Paz Wells -cómo ha dejado huella este tipo en algunos estratos de la escena independiente, cf. “Ganímedes” de Manganzoides y “En Chilca Quieren A Sixto Paz” de Eléctrica De Lima”).
Pensé con Movimientos que no era éste el mejor camino para el proyecto. A lo largo de los años, y a través de diversas instancias -Polvos Azules, El Paso, Gelatina Magma, las sustanciosas compilaciones orquestadas en Dorog Records-, Samamé se ha adentrado en el formato pop con exquisito criterio. Con esto, no quiero decir que el devenir que confirma CI le sea adverso a PA. Mucho menos, que sea éste un paso en falso/hacia atrás. Sólo que, después de escudriñarlo varias veces, sigo pensando que no es ésta la mejor forma de explotar las habilidades con las que Giancarlo ha sido favorecido por Natura.
Hákim de Merv
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