(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 7 de diciembre del 2022.)
El lance no es gratuito, por cierto. Tampoco sale de la nada. La tríada de títulos que ahora engrosa la discografía del santiaguino se ha moldeado en base a una ingente cantidad de grabaciones inéditas, banco amasado en todo este tiempo en que hemos convivido con el azote del COVID-19 -y que sirvió idénticamente de peana para sus demás trabajos lanzados durante el ‘20 y el ‘21. De ese background, pues, ha brotado la semilla que Arce modificó/cribó/molió/reprocesó a día de hoy en tres puntuales ocasiones.
La primera de ellas se da a fines de junio último. Fragmentos EP abroquela registros que el músico ha forjado/laminado prestando atención a la electrónica ambiental y al baggy -pese a que es un post rock hosco, esquivo y nudoso el principio medular que le rige. En números como “Parte Inconclusa”, “Parte Contigua”, “Donde El Final Nos Ocupa” o “De Una Historia Conocida”; esas etiquetas se alternan mientras la versión más correosa del “género” concebido por June Of 44 y Moonshake se niega a permanecer estática/a renunciar a la valiosa imperfección de su sístole y diástole. Oscilando estos últimos entre la imperturbable frialdad cósmica y el sofocante ardor sahariano, a su amparo toca Trampaluz el cielo en “Contenida En Fragmentos” (adelantada en Lego 15: Pulsos De Bosques) y sobre todo en “El Resto Faltante” (un yermo níveo que repentinamente ve potenciado su factor de luminiscencia a la n).
Dos son las instancias, aún así, que más fuerte marcan el sino de este Modulaciones y su estética de “lo sugerido”. Por una parte, el lo fi: las vocales procesadas hasta lo ininteligible, los filtros con que cada nota es (mal)tratada/deformada, las emociones congeladas y/o a cámara lenta; dan fe de ello. Por otra parte, el esplín: el tedio y la irascibilidad pululan en el plástico, no se concede reposo definitivo al repertorio, se impele brusca y ariscamente a los temas a atravesar diversos estadios sonoros, sólo para hacerles retornar al rato. Como evidencia palmaria, y a la vez expresión más acabada de lo conseguido por el álbum, queda “Quinto Círculo Ascendente”: del acusticismo a la distorsión, de ahí al ruido blanco, luego en reversa, y postreramente hacia adelante otra vez.
Es éste un opus más abierto a la improvisación, si bien carece de la vocación poliédrica de sus predecesores inmediatos. Me explico: el post rock del sureño camina aquí libre de las injerencias de otros estilos, sencillamente porque éstos han desaparecido. Aunque los surcos están lejos de ser breves (la media es de aproximadamente cinco minutos), no dejan de lucir concisos. “El Mundo Dividido En Partes”, “Dos Tipos De Personas”, “Cuerdas Alrededor Del Cuello”, “Los Que Cortan Las Cuerdas”, “Mi Enemigo Vela Por Mí”, “Mitad Y Mitad, Como En Los Viejos Tiempos”: introvertidas viñetas ambientales de acordes fragmentarios, obnubiladas empleando el Silencio, que por alguna razón que persiste subconsciente en mi psique me recuerdan los espectrales 23 minutos que bajo el nombre de “Scum” grabaron los Bark Psychosis en una vieja iglesia de Stratford (Inglaterra).
Queda sentado, entonces, que con distintos estados de ánimo seleccionó Fernando la materia prima para cada una de estas rodajas, proveniente toda ella de una sola fuente: lúdico en Fragmentos EP, cranky en Modulaciones, arriesgado en Donde Nacimos EP. Aparente contradicción resuelta.
Tengo por política no escribir sobre singles, salvo que sea en el contexto de un artículo más grande y abarcante. No es sólo ésa la razón por la que me decido a reseñar “La Deriva”, eyectado nada más empezar septiembre. Cuentan también su extensión (más de diecisiete minutos), que le ubica más cerca del marbete extended play, y su talante figurativo -por no decir “retratista”. A la vieja usanza de maestros como Hans-Joachim Roedelius o el amado Eno, “La Deriva” se asume una escultura sónica, de motivos que aparecen y desaparecen conforme es reproducida. Aquellos de ésos que comparten una naturaleza acuátil son los que abren el 45 virtual, en medio de pulsaciones abstractas. Este leit-motiv decrece ante la irrupción de las dóciles, benignas, soleadas melodías que Bahía Mansa ha convertido en “copyright”: sintetizadores que reverberan, texturas deliciosas, sosegadas emociones de gozo/distensión/quietud.
De pronto, el líquido elemento vuelve a manar. Casi imperceptible al principio, su ruta es tranquila, reposada. Ingresará por tercera vez en forma de tumbos siseantes hacia el final, luego de esa zona de figuras pianísticas/voces que musitan indescifrables en que desemboca “La Deriva”. Sucesivas escuchas sugieren el símil de una agradable caminata a campo traviesa en medio de territorios boscosos, siguiendo el curso de riachuelos que aparecen y desaparecen, cantando y saltando en el descenso hacia el fondo de vírgenes quebradas/valles.
Las grabaciones de campo empleadas por Aguayo se acomodan entre los sintetizadores modulares de BM, de forma que irradian levedad. Esto es más perceptible al inicio del EP (en “Golfina” y sobre todo en “Verde”, donde el H₂O parece gotear desde estalactitas milenarias), pero ese concierto puede igualmente apreciarse en la segunda mitad de la placa, cuya dialéctica sonoridad ubica a Bahía Mansa en coordenadas IDM más cerca de lo que nunca ha estado. La programación patente en “Laúd”, por ejemplo, suena a ligero intelligent techno de ascendencia tribal. “Carey”, en tanto, se asienta sobre el “agrarismo tecnológico” de Boards Of Canada para ensayar una poética del echo-reverb.
Desconozco si Tortuga (EP) tiene correlato físico. En caso no, debiera Aguayo plantearse la alternativa de optar por el mini-disc insertado en una pequeña cajita plástica, formato que aquí en Perú han explorado antes creadores insulares como Quilluya, Polaroyd, Wilder Gonzales Agreda o Bajocero. El parco arte de portada, tomado de un catálogo de reptiles del siglo XIX, se presta para ello -la presentación soñada para estos pequeños ejercicios de confortante regeneración biomecánica...
En la cinta encuentran lugar porciones deconstruidas de esas memorias. Notas, acordes y estructuras troquelan cada una de las ocho viñetas sirviéndose de la misma tónica -nublados diálogos ambient que brotan, echan retoños, se desvanecen uno tras otro, reproduciendo el efecto del canto en canon. La dulce melancolía que exudan episodios como “Luciérnagas”, “Si Envejece Un Río”, “Cirros” o “...Y Nos Encontramos En Una Fuga De Luz”; no pide permiso para irrumpir en nuestro interior de la mano de un sedante rumor marino que evoca conmovidas imágenes idílicas, con el consecuente bajón desarmándonos/inundando cada célula de nuestras crudas carnes.
Armadas con una guitarra y el consabido arsenal de sintetizadores, las atmósferas de duermevela que cobija(n) el tape han sido correspondidas con el envoltorio diseñado por Justin Pape, músico y escultor canadiense para cuyo sello Costa Documental se ha licenciado (Colony Collapse). Sobre una pequeña base de madera de pino, que viene premunida de dos rieles enmarcando un sitial algo más grueso, se posiciona en vertical el cassette, envuelto en una capa flexible hecha de pino y algas marinas. El albo color de la cinta, agrega la sumilla de BandCamp, se inspira en la niebla marítima. No se me ocurre mejor regalo para un melómano a carta cabal en estas fiestas -como objeto, como fetiche, como contenido.
Colores, el estreno de Órdenes y compañía, es producido en comandita por Fisura y Sultán Discos. Es una puesta muy de largo (rebasa los 72 minutos), que repesca algunas de las canciones más antiguas de la agrupación -en versiones remozadas- lo mismo que los singles de adelanto, pero que también ofrece muchas composiciones nuevas. Entre las primeras, está casi el íntegro de su participación en el 50/50 con DYLT (sólo se obvió “Muerte En Mi Colchón”) y los sencillos digitales “La Risa Drilarisa” y “Celebración En Movimiento”. Entre las segundas, una colección de siete rounds de cero kilometraje, pulida y desbastada con mucha paciencia, en el curso de meses y aún años.
Precisamente “Fin De Primavera”, una de las nuevas piezas, levanta el telón de Colores. La pista anuncia las direcciones que seguirá el esférico de cabo a rabo: fricciones entre el indie de robusto abolengo noventero y el shoegazing más desenfadado, raspante psicodelia luctuosa, eventuales accesos de grunge y de noise rock... La síntesis de estos ingredientes es la que define, por ahora, el sonido del hoy cuarteto -sin limitarlo. Indicios de esta benéfica apertura son el pop electroacústico de dilatada intro oceánica de “Bienvenida Al Rey Sombra!”, o su gemelo slacker “Olvido”. También podría contarse entre las excepciones el laidback medio folkie de “Colores (Columpios Al Cielo)”, encargado de culminar el trip.
Remarcable comienzo, sí, acechado de continuo por el fantasma de la Baja Fidelidad. Quizá algo excesivo en cuanto a duración, pero ello es finalmente prerrogativa de Columpios Al Suelo -integrado actualmente por Órdenes en voz, guitarras varias, piano, sintes y mellotrón; Diego Bravo en la eléctrica, Felipe Villarubia en el bajo y Raúl Guzmán en baquetas, guitarras y pandereta. Las vocales femeninas de Colores pertenecen a Laurela, a Yanara Zarhi y a María José Ayarza (quien devuelve el favor de la colaboración de Desordenado para su faceta como Chini.png).
Hákim de Merv
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