jueves, 5 de agosto de 2021

Chino Burga: Invokaciones

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 28 de julio del 2021.)

En entrevista reciente, Miguel Ángel Burga hablaba de su nuevo lanzamiento a título personal clasificándole como el decimoséptimo que saca en formato vinílico, mencionando de paso que no está seguro sobre cuántos trabajos ha publicado como CDs y dejando la cifra de cassettes en tres (aseveración esta última acerca de la cual me quedan dudas). En circunstancias similares -un artista o una agrupación que pierde la cuenta de la cantidad de documentos sonoros editados, bajo una o más denominaciones-, los seguidores pueden revisar la info disponible en la Red, o bien consultar a quienes nos dedicamos pertinazmente a historiar los avatares de las escenas independientes nacionales/extranjeras. Concedo que es bastante rara una situación semejante en un país como el nuestro. Y todavía más raro es que, frente a tal interrogante, no tengamos quienes debemos todas las respuestas a la mano.

Conocer al dedillo la discografía/maquetología completa de una personalidad tan ubérrima como la de Burga, es materia que aún me queda pendiente. Enumerar su extenso curriculum vitæ -del cual destaco apenas tres nombres: La Garúa, Espira, Culto Al Qondor- vendría a cuento si escribiese sobre él por primera vez. No es el caso. Sí lo es afirmar que el ex Ácidos Acme se ha mantenido en envidiable forma por lo menos durante los últimos tres almanaques, cosa que viene a confirmar el novísimo Invokaciones.

Registrado entre el último día del año pasado y el primero del presente, el esférico guarda algunas semejanzas con su antecesor Letanías (2020). Ambos títulos se dieron a conocer primero a través de BandCamp, programándose luego su manufactura física (la de Invokaciones aparece a mediados de septiembre). Ambos, también, fueron concebidos de un tirón y sin posteriores arreglos bajo especificaciones técnicas muy detalladas: do menor calibrado a 396 Hertz el primero, sol calibrado a 384 Hertz el segundo. Ambos, finalmente, bucean en las mismas profundidades -las de una kosmische music que apaña ambient pre-digital, shoegazing en estado embrionario, post rock de este lado del charco, psicodelia de viejo cuño, drone music de baja fidelidad...

¿Es Invokaciones, pues, una segunda versión/parte de Letanías? En modo alguno. Para este último, la psicotrópica emotividad del limeño entraba en contacto con la mística distensión intuitiva del kraut rock. En Invokaciones, esa singular majestad cósmica cede terreno ante imaginarios más dantescos y cercanos, si bien menos probables. Pienso en un tornado enclaustrado dentro de una geoda, que lleva siglos girando con inverosímil impulso propio. Golpe de zapapico mediante, la tempestuosa masa de dislocada distorsión eléctrica se precipita hacia afuera, desocupando la cavidad y convirtiéndose en simún. Bajo esta forma es que recorre la placa de principio a fin, cohesionándola en idéntica dirección en que el Ruido hace lo propio con Metal Machine Music (1975) de Lou Reed.

Da la impresión, entonces, de que al acetato lo habita una única composición dividida en cuatro segmentos -un único tema enfermo de caótica densidad, distanciado de los parámetros que suelen ofrecer las etiquetas. Una escucha más meticulosa revela cierta progresión, sin embargo. No existe en Invokaciones percusión o elemento sustitutorio alguno, pero sí ritmo. En “Iniciación”, apertura y la pista más larga de la rodaja, el huracán es sacudido periódicamente por trallazos que propina la guitarra. Esos mismos trallazos sugieren insistentemente la noción de síncopa en “Meditación”, aunque nunca cuajan lo suficiente para volver tangible ese concepto en medio del vendaval. Sólo en el crepúsculo de “Transmutación” -concretamente sus últimos dieciséis segundos-, el horizonte escampa, tras una docena de minutos en que la eléctrica solista consigue algo de nitidez y parece querer redirigir la tromba hacia una psicodelia dura tipo la primera época de La Ira De Dios (cf. “A Tres Mil Años Blues”). Una ilusión efímera de orden, nada más, porque la epilogal “Ascensión” pone las cosas como al principio -esto es, paisajes de improvisación que basculan entre la sapiencia y la locura, atiborrados de vibraciones que reflejan el sobresaliente estado psíquico-espiritual en que se encuentra Miguel Ángel.

Hákim de Merv

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