LOS DISCOS PERUANOS
DEL 2018 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (I)
Que tres
muchachones de Villa El Salvador (cono sur de Lima), declarados admiradores de
Einstürzende Neubauten, del hip hop -del bueno, espero-, del amado Nick Cave y
del Ruido sobre todo asociado a la distorsión; hayan escogido como alias el
apellido del servil politólogo estadounidense de ascendencia nipona funcional a
los designios del malévolo George H. W. Bush, es para mí a simple vista un
misterio, que supongo algún día me será develado. Mientras llega la hora, toca
hacer la disección del urgente EP homónimo con que se presentasen en sociedad a
fines de diciembre último Kenny (guitarra), Juan Pablo (también guitarra) y Gonzalo
(batería). El bajo en las sesiones de grabación estuvo a cargo de un tal Dr.
Benway. Secuencias, producción, mezcla y demás florituras; consignan la firma
de otro tal Martín.
La de Fukuyama es una
vehemente apuesta por el rock ruidoso e instrumental. En la medida en que éste pertenece
a una tradición de larga data, se hace imperativo precisar que la filia de la
terna luce bien 90s. Como corresponde al tránsito histórico de esa década, el
detritus sonoro del que se alimenta Fukuyama yace entre el college (rock
alternativo+grunge) y el indie usamericanos. Sonic Youth del Experimental Jet Set, Trash And No Star
(1994) en adelante, los Sebadoh del Harmacy
(1996, depurando cualquier indicio de Baja Fidelidad) y Fugazi en su mejor
momento (el de Red Medicine, 1995);
son asimismo algunas de las veladoras que me esperaría encontrar ardiendo en el
santoral del terceto.
Este EP de largada se
desparrama anegado de fragor. Aunque cuadraditos para la ejecución de un
post-grunge que ilusiona enfilando -todavía tímidamente- hacia el
audioextremismo, a estos desparpajados chicos les gana la soltura, la angurria
decibélica y la sinvergüencería típicas de quienes debutan sin temor a la
noviciada -finalmente, nada tienen que perder, y sí mucho que ganar. Es lo
mínimo que siempre espero de quienes saltan a la cancha dispuestos a fatigarla
de punta a punta.
En el primer larga
duración firmado por Laikamorí se ha producido un cambio drástico respecto de
lo ofrecido por el enigmático dúo en su vitoreado °°°°°°° EP (2014). Este último podía comportar un reto para oídos
vírgenes, dadas sus composiciones nebulosamente lo-fi, por momentos
irrespirables para tímpanos acostumbrados al pop. El momento actual de la dupla
ha quiñado ese “tosco” acabado del extended, resquebrajándolo cual crisálida
(sónica). Lo que ha emergido de allí, conforme a la idea de metamorfosis
deslizada en la oración anterior, es algo ¿muy? distinto.
El único resabio sobreviviente
del EP se relega a los turbios filtros que se ceban en las voces. La música de
Laikamorí suena ahora límpida, numinosa, con un acercamiento pop que convierte cada
parada en un salto de agua; sea éste largo o minúsculo, tumultuoso o pacífico.
Preciosista y ensoñador, no sé decidir si Persōna
(2018) brilla o palpita. O ambas cosas intercalándose. O al mismo tiempo.
Pese a no ser muy vasto,
el disco constela una galaxia en la que se equilibran las dos facetas que los limeños han elegido
priorizar: por un lado (el digital), la electrónica de beats subsumidos al
ambient y ligada al folk; por el otro (el analógico), las fantasmagóricas
guitarras melódicas del shoegazing en su primigenia fase dream pop. No es
equivocado pensar que algunos de estos nuevos minutos evocan a Sigur Rós, pero
la estela de los islandeses no agota las posibilidades que explora Laikamorí en
su debut en largo: dream pop en “Saudade”, chillwave en “1957”, ambient synth
pop en “Anonyma”, gospel futurista en “M111”...
Precisamente
“Anonyma” entroniza junto a “100110” el lado electrónico sobre el que montan en
gran medida los temas de este volumen, y empuja los niveles de
velocidad/contundencia; si bien este viraje hacia el final no desdibuja en
absoluto las inmaculadas cúspides que el dueto ha conquistado. Sobre todo
cuando éste baja el telón con el cósmico “Endlos”, cuyo entramado de
sintetizadores remembra a los Padres de la electrónica en la era pop
-Kraftwerk.
Grabado en Lima y
masterizado en Buenos Aires, Persōna
ha sido producido por el gran Mario Silvania, quien ha cerrado un año
inolvidable en estas lides -también se ocupó de producir el sensacional In Event Of Moon Disaster, de Blue
Velvet, y anda voceado para hacer lo mismo con lo nuevo de los pasqueños
Felyno.
¡Maravilla! (2013) fue hasta hace poco lo último que
editase el quinteto capitalino. Me refiero a material de estudio. Aún no me he
agenciado la recopilación 20 Monstruos!
2007-2015 (2015), curada por el sello griego Green Cookie Records, y por
ende no estoy seguro sobre si cobija algún inédito (como en ocasiones se estila
hacer).
Ahora el breve sumario.
Los Protones emergen de las cenizas de los recordadísimos Manganzoides, banda
que encendió en tierras peruanas la flama del revival garage surf a fines del
siglo pasado, premunida de ínfulas psicodélicas que encumbraron a un desmadrado
vocalista picapedrero como Rafo Komodo. En sus días de gloria, Manganzoides
llegó a cosechar los mayores elogios de la prensa independiente internacional
-hasta ahora se recuerda que la Rolling Stone les recomendó en su sección web
“MP3 Del Día”. Cuando en el 2007 Manganzoides se separa tras 11 años de agitada
existencia, todos sus integrantes salvo Komodo se reagruparon como Los Protones,
iniciando un nuevo capítulo en los anales del revival líneas atrás señalado.
Turno de la
anécdota, para ir entrando ya en materia. Armando una megacompilación de rock y
electrónica peruanos, extrapolé dos pistas del epónimo debut de Los Protones en
el segmento dedicado a la primera generación de la fundacional escena rockera
peruana, promoción dominada por el instro-garage-surf-beat. Más de una persona
que vivió esas épocas escuchó el segmento, y nunca ninguna de ellas se dio
cuenta de la extrapolación. De ello puede concluirse que la música de Los Protones nació en esencia revivalista, al punto de lograr una mímesis perfecta
con sus pares sesenteros, salvo por la calidad de la grabación. Esa situación comenzó
a cambiar con Hijas Del Diablo
(2011). El número clave de la placa es “Chichasurf”, que me hubiera gustado
incluir en la antedicha megacompilación -conseguí Hijas... recién dos años después-, porque su bipartita naturaleza
queda en evidencia desde el nombre con que se arropa.
El título de Misión OA4 (2018) guiña a ciertos
códigos usados por radioaficionados para identificarse. Lo más interesante viene
acomodado en la primera mitad, donde ese swing latino y sabrosón insinuado en
“Chichasurf” se hace un tanto más visible: “Infiernillo”, “Cráckula”, “Punta
Pánico”, “La Mancada”... Incluso en “Sal De Mi Huaca”, los ex-Manganzoides se
atreven un poco a incursionar en el mestizaje, incorporando para ello
instrumentos autóctonos como el charango.
El punto de
inflexión llega de la mano de la sorprendentemente melancólica “Presagio”. A partir
de allí, y con la excepción del cierre, que también participa de ese calenturiento
saborcillo antes descrito (“Olas Anómalas”); el resto de Misión OA4 se ubica en las mismas coordenadas que ya han visitado
Los Protones en esfuerzos precedentes. Frenético -pero ya levemente
extemporáneo- surf rock instrumental con debilidad por acabados vintage,
siempre persiguiendo ese paraíso (perdido) que fue la capital peruana a
mediados/fines de los 60s.
Apenas estrenado
noviembre pasado, salió el segundo episodio de Gelatina Magma. Algunos camaradas
podrán discutir sobre si en realidad es su segundo episodio, ya que el primero
tiene más de demo que de LP propiamente dicho. Algo de razón les asiste. Así De Simple (2015) es un primer
esfuerzo menos de canciones plenamente definidas que de bocetos. Más que en
resultados, el talento reside allí en potencia.
No tardarían, sin
embargo, Giancarlo Samamé y Ángela Ruesta en invertir aquella polaridad. Triada EP, lanzado en el 2017, otorga
carta blanca para hablar del excelente dominio de un electropop bailable lo
bastante elástico para asimilar arreglos que aparentan ir en sentido contrario;
lo mismo que de un clarísimo crecimiento de Ruesta en técnica y protagonismo
-se le siente mucho más cómoda en el extended.
Una Nueva Era (2018) es el notable paso hacia adelante que
le hacía falta a la mancuerna. A diferencia del Así De Simple, éste es un disco Ruesta/Samamé. La apertura “Comas”
arranca afianzando su estilo y haciéndole socializar/departir/interactuar con
el post pop y sobre todo la fusión. La bossa nova estilizada de “Caminante
Nocturno” y el candombé carioca anfetaminizado de “Oda A Malanga” son sendas certezas
de ello. Pero también hay lugar para efectivos medios tiempos como “Diadema”
(single virtual eyectado días después de publicado el album), canales
electropicales bajos en serotonina como el ‘original mix’ de “Reflejos”
(repescado del Triada EP), experimentos
psico-indies como “Epitafio En El Parque” o “La Piedra Alada” (que samplea la
voz del desaparecido poeta José Watanabe leyendo el texto que le bautiza), y
ejercicios herederos del ludismo del Así
De Simple (“Tome Aire”).
Opus a la altura de
una Lætitia Sadier o de un Tim Gane nacidos en
Latinoamérica, Una Nueva Era cierra
con el remix de “Reflejos” en clave drum’n’bass, a cargo del infaltable Luján
(recuperado del 3R3MIX3S EP, 2018).
Hákim de Merv
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