jueves, 7 de febrero de 2019

Fukuyama: Fukuyama EP // Laikamorí: Persōna // Los Protones: Misión OA4 // Gelatina Magma: Una Nueva Era

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de enero del 2019.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2018 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (I)

Que tres muchachones de Villa El Salvador (cono sur de Lima), declarados admiradores de Einstürzende Neubauten, del hip hop -del bueno, espero-, del amado Nick Cave y del Ruido sobre todo asociado a la distorsión; hayan escogido como alias el apellido del servil politólogo estadounidense de ascendencia nipona funcional a los designios del malévolo George H. W. Bush, es para mí a simple vista un misterio, que supongo algún día me será develado. Mientras llega la hora, toca hacer la disección del urgente EP homónimo con que se presentasen en sociedad a fines de diciembre último Kenny (guitarra), Juan Pablo (también guitarra) y Gonzalo (batería). El bajo en las sesiones de grabación estuvo a cargo de un tal Dr. Benway. Secuencias, producción, mezcla y demás florituras; consignan la firma de otro tal Martín.

La de Fukuyama es una vehemente apuesta por el rock ruidoso e instrumental. En la medida en que éste pertenece a una tradición de larga data, se hace imperativo precisar que la filia de la terna luce bien 90s. Como corresponde al tránsito histórico de esa década, el detritus sonoro del que se alimenta Fukuyama yace entre el college (rock alternativo+grunge) y el indie usamericanos. Sonic Youth del Experimental Jet Set, Trash And No Star (1994) en adelante, los Sebadoh del Harmacy (1996, depurando cualquier indicio de Baja Fidelidad) y Fugazi en su mejor momento (el de Red Medicine, 1995); son asimismo algunas de las veladoras que me esperaría encontrar ardiendo en el santoral del terceto.

Este EP de largada se desparrama anegado de fragor. Aunque cuadraditos para la ejecución de un post-grunge que ilusiona enfilando -todavía tímidamente- hacia el audioextremismo, a estos desparpajados chicos les gana la soltura, la angurria decibélica y la sinvergüencería típicas de quienes debutan sin temor a la noviciada -finalmente, nada tienen que perder, y sí mucho que ganar. Es lo mínimo que siempre espero de quienes saltan a la cancha dispuestos a fatigarla de punta a punta.


En el primer larga duración firmado por Laikamorí se ha producido un cambio drástico respecto de lo ofrecido por el enigmático dúo en su vitoreado °°°°°°° EP (2014). Este último podía comportar un reto para oídos vírgenes, dadas sus composiciones nebulosamente lo-fi, por momentos irrespirables para tímpanos acostumbrados al pop. El momento actual de la dupla ha quiñado ese “tosco” acabado del extended, resquebrajándolo cual crisálida (sónica). Lo que ha emergido de allí, conforme a la idea de metamorfosis deslizada en la oración anterior, es algo ¿muy? distinto.

El único resabio sobreviviente del EP se relega a los turbios filtros que se ceban en las voces. La música de Laikamorí suena ahora límpida, numinosa, con un acercamiento pop que convierte cada parada en un salto de agua; sea éste largo o minúsculo, tumultuoso o pacífico. Preciosista y ensoñador, no sé decidir si Persōna (2018) brilla o palpita. O ambas cosas intercalándose. O al mismo tiempo.

Pese a no ser muy vasto, el disco constela una galaxia en la que se equilibran las dos facetas que los limeños han elegido priorizar: por un lado (el digital), la electrónica de beats subsumidos al ambient y ligada al folk; por el otro (el analógico), las fantasmagóricas guitarras melódicas del shoegazing en su primigenia fase dream pop. No es equivocado pensar que algunos de estos nuevos minutos evocan a Sigur Rós, pero la estela de los islandeses no agota las posibilidades que explora Laikamorí en su debut en largo: dream pop en “Saudade”, chillwave en “1957”, ambient synth pop en “Anonyma”, gospel futurista en “M111”...

Precisamente “Anonyma” entroniza junto a “100110” el lado electrónico sobre el que montan en gran medida los temas de este volumen, y empuja los niveles de velocidad/contundencia; si bien este viraje hacia el final no desdibuja en absoluto las inmaculadas cúspides que el dueto ha conquistado. Sobre todo cuando éste baja el telón con el cósmico “Endlos”, cuyo entramado de sintetizadores remembra a los Padres de la electrónica en la era pop -Kraftwerk.

Grabado en Lima y masterizado en Buenos Aires, Persōna ha sido producido por el gran Mario Silvania, quien ha cerrado un año inolvidable en estas lides -también se ocupó de producir el sensacional In Event Of Moon Disaster, de Blue Velvet, y anda voceado para hacer lo mismo con lo nuevo de los pasqueños Felyno.


Un breve sumario, una anécdota y una precisión acerca de Los Protones. Empiezo por esta última.

¡Maravilla! (2013) fue hasta hace poco lo último que editase el quinteto capitalino. Me refiero a material de estudio. Aún no me he agenciado la recopilación 20 Monstruos! 2007-2015 (2015), curada por el sello griego Green Cookie Records, y por ende no estoy seguro sobre si cobija algún inédito (como en ocasiones se estila hacer).

Ahora el breve sumario. Los Protones emergen de las cenizas de los recordadísimos Manganzoides, banda que encendió en tierras peruanas la flama del revival garage surf a fines del siglo pasado, premunida de ínfulas psicodélicas que encumbraron a un desmadrado vocalista picapedrero como Rafo Komodo. En sus días de gloria, Manganzoides llegó a cosechar los mayores elogios de la prensa independiente internacional -hasta ahora se recuerda que la Rolling Stone les recomendó en su sección web “MP3 Del Día”. Cuando en el 2007 Manganzoides se separa tras 11 años de agitada existencia, todos sus integrantes salvo Komodo se reagruparon como Los Protones, iniciando un nuevo capítulo en los anales del revival líneas atrás señalado.

Turno de la anécdota, para ir entrando ya en materia. Armando una megacompilación de rock y electrónica peruanos, extrapolé dos pistas del epónimo debut de Los Protones en el segmento dedicado a la primera generación de la fundacional escena rockera peruana, promoción dominada por el instro-garage-surf-beat. Más de una persona que vivió esas épocas escuchó el segmento, y nunca ninguna de ellas se dio cuenta de la extrapolación. De ello puede concluirse que la música de Los Protones nació en esencia revivalista, al punto de lograr una mímesis perfecta con sus pares sesenteros, salvo por la calidad de la grabación. Esa situación comenzó a cambiar con Hijas Del Diablo (2011). El número clave de la placa es “Chichasurf”, que me hubiera gustado incluir en la antedicha megacompilación -conseguí Hijas... recién dos años después-, porque su bipartita naturaleza queda en evidencia desde el nombre con que se arropa.

El título de Misión OA4 (2018) guiña a ciertos códigos usados por radioaficionados para identificarse. Lo más interesante viene acomodado en la primera mitad, donde ese swing latino y sabrosón insinuado en “Chichasurf” se hace un tanto más visible: “Infiernillo”, “Cráckula”, “Punta Pánico”, “La Mancada”... Incluso en “Sal De Mi Huaca”, los ex-Manganzoides se atreven un poco a incursionar en el mestizaje, incorporando para ello instrumentos autóctonos como el charango.

El punto de inflexión llega de la mano de la sorprendentemente melancólica “Presagio”. A partir de allí, y con la excepción del cierre, que también participa de ese calenturiento saborcillo antes descrito (“Olas Anómalas”); el resto de Misión OA4 se ubica en las mismas coordenadas que ya han visitado Los Protones en esfuerzos precedentes. Frenético -pero ya levemente extemporáneo- surf rock instrumental con debilidad por acabados vintage, siempre persiguiendo ese paraíso (perdido) que fue la capital peruana a mediados/fines de los 60s.


Apenas estrenado noviembre pasado, salió el segundo episodio de Gelatina Magma. Algunos camaradas podrán discutir sobre si en realidad es su segundo episodio, ya que el primero tiene más de demo que de LP propiamente dicho. Algo de razón les asiste. Así De Simple (2015) es un primer esfuerzo menos de canciones plenamente definidas que de bocetos. Más que en resultados, el talento reside allí en potencia.

No tardarían, sin embargo, Giancarlo Samamé y Ángela Ruesta en invertir aquella polaridad. Triada EP, lanzado en el 2017, otorga carta blanca para hablar del excelente dominio de un electropop bailable lo bastante elástico para asimilar arreglos que aparentan ir en sentido contrario; lo mismo que de un clarísimo crecimiento de Ruesta en técnica y protagonismo -se le siente mucho más cómoda en el extended.

Una Nueva Era (2018) es el notable paso hacia adelante que le hacía falta a la mancuerna. A diferencia del Así De Simple, éste es un disco Ruesta/Samamé. La apertura “Comas” arranca afianzando su estilo y haciéndole socializar/departir/interactuar con el post pop y sobre todo la fusión. La bossa nova estilizada de “Caminante Nocturno” y el candombé carioca anfetaminizado de “Oda A Malanga” son sendas certezas de ello. Pero también hay lugar para efectivos medios tiempos como “Diadema” (single virtual eyectado días después de publicado el album), canales electropicales bajos en serotonina como el ‘original mix’ de “Reflejos” (repescado del Triada EP), experimentos psico-indies como “Epitafio En El Parque” o “La Piedra Alada” (que samplea la voz del desaparecido poeta José Watanabe leyendo el texto que le bautiza), y ejercicios herederos del ludismo del Así De Simple (“Tome Aire”).

Opus a la altura de una Lætitia Sadier o de un Tim Gane nacidos en Latinoamérica, Una Nueva Era cierra con el remix de “Reflejos” en clave drum’n’bass, a cargo del infaltable Luján (recuperado del 3R3MIX3S EP, 2018).


Hákim de Merv

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