(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de septiembre del 2020.)
Hete aquí que, cerca ya de cumplir tres décadas de trayectoria, Miguel Ángel Burga decide debutar con nombre civil en el Año de la Pandemia. Adelantado vía Re-Psych-Led Records el 1ero de enero, el guitarrista de La Ira De Dios recién cuelga Letanías en su cuenta BandCamp a fines de mayo último. Por cuanto Burga siempre ha dejado notorias huellas de su temperamento en todos los proyectos de los que ha formado parte, algunos de los cuales califican como unipersonales (3AM, por ejemplo), era difícil no sentir mucha curiosidad sobre lo plasmado en este esférico lanzado a título individual.
Más que el nombre, lo primero que me jala el ojo de este Letanías no es tanto que se trate de dos larguísimos surcos, como sí sus denominaciones. “Espacio” y “Tiempo” figuran en el mismo orden en que la asociación Ash Ra Tempel-Timothy Leary trackease “Space” y “Time” para su unigénito Seven Up (1973). Más allá de esta singular coincidencia doble, no queda mucho que escudriñar. Mientras que -hoy se sabe- el rejunte entre los krautrockers germanos y el gurú del LSD generó magros frutos, que hubieron de ser profusamente maquillados por sesionistas para completar un LP apenas decente (la historia completa la pormenoriza David Stubbs en su tremendo libro Future Days: El Kraut Rock Y La Construcción De La Alemania Moderna, 2014), el músico peruano ha faenado a consciencia y en sutil modalidad crossover ambas suites -como se verá a continuación.
Cada pieza es un
palio enorme, de veinte minutos y sencillo. Diría que inacabable, porque los
fade-in y fade-out lucen un tanto arbitrarios. El color de fondo es el de la
Baja Fidelidad, o quizá me induce a creer en ello el que la totalidad de la
rodaja se haya compuesto en do menor, nota calibrada para trepidar en una
frecuencia de 396 Hertz. En ambos números, como si se tratase de esculturas de
superficies refractarias, Burga ha trenzado varias vetas. Una de ellas es esa
suerte de proto-shoegazing, sin asomo de distorsión fulgente, que se mantiene
en resuelto movimiento horizontal. Otra es el minimalismo precursor de la drone
music que firmasen Brian Eno y Robert Fripp en esa rara avis que fue (No Pussyfooting) (1973) -rumbo que,
para “Tiempo” y “Espacio”, persiste en un infinito loopeo; como sucede con el
output vertido por grabadoras Revox, sintetizadores y pedales en el estreno de
Fripp & Eno.
Discierno, asimismo, un tercer yacimiento pletórico de esa energía oscura y errante tan consustancial a la rama americana del post rock original. Su proceder intuitivo, telepático, se sincroniza además con un cuarto depósito: el del ambient anterior a su correspondiente avatar electrónico de los 90s, que purga al vinilo de cualquier lenidad dándole un acabado erosivo.
Lo extraño es que todas esas hebras sónicas -y otras más, que acaso no distingo o alcanzo a perfilar- confluyen en un manantial de templada psicodelia telúrica. Ésta hace de Letanías una jornada de sereno sosiego, pese al fragor de sus ingredientes y a los graves de que éstos se valen. Nada más escuchados los primeros acordes, te inclinas predispuesto/a al reposo y a la divagación. No son pocas las veces que vas a sentirte (re)mecido/a, sí, pero por la belleza imponente de la conjunción antes que por las salientes de las ariscas estéticas que se enyuntan durante dos tercios de hora. Pajísima.
Mientras aguardamos el regreso de Altiplano, Ronald Sánchez y Fred Clarke liberan para escucha su nuevo opus, sucesor del extraordinario Sonidos De Nasca: Ofrenda (concebido para la exhibición Nasca que organizase el Museo de Arte de Lima hace tres almanaques). A diferencia de este último, Sonidos De Pucllana: Ritual Y Ceremonia ha afrontado múltiples impasses en más de un nivel.
El plástico se confeccionó
ad-hoc para cinco puntos específicos del recorrido museográfico de la huaca Pucllana, ubicada en Miraflores. La propuesta recibió el auspicio de la municipalidad
del distrito durante la gestión de Jorge Muñoz, y llegó a terminarse en el 2018
contando con la aprobación del alcalde en funciones. Sin embargo, al ganar el
político las elecciones al sillón de Lima, Clarke y Sánchez tuvieron que
esperar el visto bueno de la nueva administración edil miraflorina. Ésta
programó el relanzamiento del circuito turístico de la huaca para el presente
año, evento frustrado por la llegada del COVID-19. Como probablemente la reapertura
se lleve a cabo entre el 2021 y el 2022, el dueto ha optado por colgar en BandCamp
los réditos de su trabajo.
Un trabajo en el que la participación de Clarke, quien actualmente reside en Twain Harte (California), se halla ligada esencialmente al diseño sonoro y a la producción; y en menor grado a la ejecución de antaras y sintetizadores. Descontando el concurso de músicos invitados -Dante Ayala Poma y Guillermo Gómez en vasos silbadores y antaras-, y la inestimable ayuda de Jorge King para la logística y el estudio acústico de las locaciones, Sánchez hubo de implementar un espacio de grabación en la propia huaca. Esto, porque el Ministerio de Cultura -bajo cuya jurisdicción se halla el sitio arqueológico- no consintió en dejar salir los milenarios instrumentos de música recuperados en la excavación, y permitió el empleo de esas invaluables reliquias únicamente seis horas.
Equivalente a una
marcha forzada contrarreloj, ante panorama tan complicado Ronald y compañía sacaron
el máximo de ventaja posible. La (buena) suerte finalmente apareció al entrar
el proceso en su recta final, pues debido a las adversas circunstancias se impregnó
el registro de un saborcillo lo fi que suma a su naturaleza de por sí
apaciguadora, onírica, tranquilizante. Sonidos De Pucllana... consigue provocar en el oyente la inconfundible emoción de
atestiguar en persona el advenimiento del mensaje -a través de los siglos- de
un pasado inalcanzable (e/por ignorado). Tal y como lo consiguiera su predecesor.
Las vibraciones nacidas de la percusión palpitan como cubiertas por gasa, en tanto los pentatónicos tañidos de silbadores, quenas y sonajas son tratados con filtros y efectos sedativos; obteniendo así el mismo acabado añejo que el sepia infunde aún en fotos recientes. Se erige de este modo la banda sonora con que echar una mirada tanto a la vida cotidiana dentro/fuera de la huaca Pucllana -la comunidad, los ágapes ceremoniales, los ritos funerarios y sacrificiales (“Ritual Ychsma”), el comercio- como a -más importante todavía- su devenir en el Tiempo. Originalmente construida por la cultura Lima y de una profunda significación para las poblaciones del valle del Rímac, la huaca fue posteriormente reivindicada por los conquistadores Wari: de allí la presencia de silbadores e incluso una quenilla de hueso pertenecientes a dicha cultura.
Música que arrulla
(“Antara (Original-Solo)”), acuna (“Pucllana Presente, Pasado Y Futuro”), mece
(“Ofrenda”); pero que igualmente estimula los sentidos y el intelecto (“Vaso
Sonaja (Original-Solo)”). Que acecha (“Construyendo El Centro Ceremonial”) y
cobija (“El Centro Ceremonial Pucllana”), desde más allá del horizonte y desde
atrás de la nuca. Que funde el simún del desierto y el céfiro de las olas que la
playa desmenuza. Que hace de los vientos emitidos por antaras y silbatos, su
principal motivo sonoro. Que susurra al oído el rol central que desempeña la
Música en cualquier sociedad humana, aquí o en las antípodas, hace diez mil
años o dentro de quince siglos. Que es en sí misma el coctel imposible de litio
y serotonina -la Piedra Filosofal para cualquier melómano.
Hákim de Merv
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