(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 28 de abril del 2021.)
Enchufar el artefacto, prenderlo, seleccionar la entrada USB con el puerto vacío y esperar a que la pantalla se ilumine con el mensaje “no device”. Luego, dejar pasar un rato -siempre superior al cuarto de hora- antes de por fin insertar el USB. A veces, creo que la opción “random” del microcomponente que heredé de mi viejo está medio conflictuada. Sólo tras el proceso descrito, funciona el algoritmo y el equipo randomiza con normalidad. De no llevarse a cabo, el aparato me repite la misma secuencia “aleatoria” del día anterior. Como que lo entendería si fuese Miray, pero es Sony.
Considerando un universo de 900 tracks, que renuevo parcialmente cada cierto tiempo, lo simpático es que por lo menos dos o tres veces a la semana el microcomponente reproduce alguna canción de Japan. Y el número de ellas incluido en esa selección personal no rebasa la media docena. Insólito, si adviertes que las posibles combinaciones entre nueve centenas de elementos son astronómicas.
¿Justicia poética? Es probable. Siempre me ha sabido a menesterosa la suerte que el combo de Mick Karn y David Sylvian ha obtenido en memorabilias y crónicas. Habiendo logrado no poca difusión “en vida”, esa celebridad no bastó para que el legado de Japan quedase grabado en el repertorio popular de todos los tiempos, como sí sucedió con Duran Duran (quienes les plagiaron look y sonido del Quiet Life, 1979), Ultravox o Talking Heads. Desde luego, ese repertorio también incluye gente de ingenio modesto como los llamados “one-hit wonders”, pero, ¿a que no sería fantástico escuchar de repente en el dial “The Art Of Parties” o “European Son”, para variar?
Por otra parte, la crítica especializada tiene en el mejor de los conceptos tanto la discografía del desaparecido grupo como el unigénito álbum de Dalis Car (The Waking Hour, 1984), proyecto en comandita del destroyer bajista Karn y Peter Murphy (Bauhaus); y la extensa carrera solista de Sylvian (quien se ha asociado con Ryuichi Sakamoto, Robert Fripp, Holger Czukay y Christian Fennesz, entre otros). Esa misma crítica especializada no suele enumerar a Japan, sin embargo, entre las bandas señeras del incombustible periodo post punk -quizá porque se forma en 1974, tres años antes del estallido punk, y sus dos primeros volúmenes se agitan bajo la impronta glam de David Bowie y Roxy Music. Afortunadamente, Simon Reynolds dedica a los británicos varias líneas en su categórico Post Punk: Romper Todo Y Empezar De Nuevo (2005), donde además sugiere tácitamente la potencial simbiosis cinematográfica de su música.
En concreto, el genial crítico inglés menciona que la bellísima “Nightporter” está directamente inspirada en una película del mismo nombre (1974). Hace unas semanas, por fin pude dar con ella en la Red (aunque ya bannearon el video subtitulado, conseguí descargarlo antes). Sexto de un total de diecisiete que rodase la ya retirada directora italiana Liliana Cavani (incluyendo cuatro telefilmes), el largometraje relata la historia de un oficial nazi de menor rango que ha escapado a los Juicios de Nuremberg. Refugiado en Viena, Maximilian Theo Aldorfer -ahora sólo “Max”- es todavía en 1957 el conserje nocturno de un lujoso hotel. Sus días transcurren tranquilos hasta que es reconocido por una mujer que llega a alojarse allí: Lucia Atherton, superviviente del holocausto judío -durante el cual, Max estableció una fuerte relación sadomasoquista con ella, transformándola paulatinamente en su sumisa. En tanto sus apetitos fueran satisfechos, el alemán mantenía protegida a la semita (él la manipulaba y Lucia se dejaba manipular con delectación).
Después de la hesitación inicial, el encuentro revive las pasiones e impulsos que ambos compartiesen en esos días del pasado. Por desgracia, Max pertenece a una partida de nazis refugiados, quienes tienen por norma desaparecer cualquier evidencia o testigo que pudiese descubrirles. Enganchado otra vez y sin remedio a la relación de poder y dependencia, el antiguo oficial decide romper filas, acto que arrastrará a la pareja a un trágico final. Lucia y Max son interpretados respectivamente por actores muy competentes, además de famosos en esa época: Charlotte Rampling (La Caduta Degli Dei de Luchino Visconti, Farewell, My Lovely, The Verdict, Swimming Pool) y Dirk Bogarde (Victim, Darling, Accident, la adaptación del clásico de Thomas Mann Morte A Venezia).
(https://ok.ru/video/1206139685616)
Considerando el referente de la película, la letra de “Nightporter” de Japan es más que explícita. “¿Podría Alguna Vez Explicar/Este Sentimiento De Amor?/Simplemente Persiste/El Miedo En Mi Corazón Que Sigue Diciéndome/Qué Camino Tomar”, reza la primera estrofa, y ahora es imposible descifrar si lo que sobrevive es esa peculiar forma de amor o el miedo que yace en el fondo del ser. Dispara el doliente en el coro: “Aquí Estoy Solo Otra Vez/Una Ciudad Tranquila Donde La Vida Capitula/Aquí Estoy, Preguntándome/(A Dónde) Se Van Los Porteros De Noche/(A Donde) Se Escapan Los Porteros De Noche”. Gestor de casi todo el disco (Gentlemen Take Polaroids, 1980), David Sylvian se luce con esta joya de vals deconstruido, cuya maravillosa melancolía cansina -casi crepuscular- es un auténtico tributo a su numen fílmico.
Static es el debut de Mark Romanek, quien a día de hoy sólo ha dirigido dos films más, One Hour Photo (2002, de los contados títulos rescatables protagonizados por el finado Robin Williams) y la distópica Never Let Me Go (2010, con la Rampling y los “chiquillos” Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield). Al momento de su estreno, Romanek contaba 26 abriles, y no tenía la menor idea de que su trayectoria estaría más ligada a los videos de grupos y solistas -de Teenage Fanclub a R.E.M., de David Bowie a Weezer, de Sonic Youth a The The, de Johnny Cash a Jay-Z, de Thirty Seconds To Mars a Beck- que a la gran pantalla.
Static cuenta los avatares de Ernie Blick (cumplidor Keith Gordon, lo recordarás de pelas como Christine del maestro Carpenter y Dressed To Kill del maestro De Palma), weirdo que descubre la manera de ver y comunicarse con las almas que han tenido la ¿dicha? de morar en el Paraíso. El único inconveniente es que su invento sólo funciona para él, ya que el resto sólo percibe estática. Ni la decepción de su primo Frank (el chinche de Bob Gunton) ni las súplicas de su amor platónico Julia Purcell (una joven Amanda Plummer, que se consagraría nueve años después en Pulp Fiction -la “Honey-Bunny” que asalta la cafetería junto a Tim Roth-) alcanzan para hacerle entender a Blick que en realidad su obsesión lo ha desequilibrado un poco, lo que eventualmente le lleva a fingir el secuestro de un bus de transporte interestatal (con resultados devastadores).
(https://ok.ru/video/1384713030345)
Visionado el film, me queda clarísimo que el tono macondesco/onírico de la historia y la fotografía arena/miel de muchos de sus momentos/encuadres fueron concebidos a partir de la reiterada escucha del tema de Japan que suena más de una vez durante el metraje: “The Experience Of Swimming”. Rubrica esa certeza el hecho de ser éste un instrumental editado por primera vez como B-side en el single doble “Gentlemen Take Polaroids”, un mes antes de la salida del LP homónimo. En la segunda mitad del siglo pasado, había que disponer incluso de los 45s originales a fin de acceder a estas rarezas, o cruzar los dedos para que éstas fuesen incluidas en algún recopilatorio de amplia difusión. Gracias al cielo, hoy basta con seleccionar la reedición digital adecuada, que suele aditar los consabidos demos, outtakes y lados B. De manera que la elección de Romanek no sólo indica conocimiento de causa, sino una sensibilidad muy particular para conectar con una de las gemas escondidas del temario Japan.
(Dicho sea de paso, a fines de la década antepasada me sorprendía encontrar cortes no precisamente rankeados de diversidad de bandas que, no obstante esa condición, habían sido subidos a YouTube por iluminados en el otro hemisferio del orbe. Lo que antaño pusiese en duda la condición de “secreto bien guardado” de estas piezas hoy sólo reafirma el hecho de que, estadísticamente, somos pocos los que a veces reparamos en estas melodías obviadas por audiencias masivas -sin duda nos contamos por cientos, y acaso miles, mas a escala planetaria seguimos siendo pocos.)
“The Experience...” hace las veces de leit-motiv en Static -sus notas reverberan en dos pasajes clave. El primero: cuando la cámara incursiona en el mini-apartamento que alquila Ernie, con una pared decorada por los crucifijos malformados que descarta/chorea de la fabrica de cruces en serie donde chambea. El segundo, en el que el instrumental es reproducido completamente: cuando Blick le revela a Julia, en medio de una carretera cercada por el desierto y factorías que parecen abandonadas, que el trabajo por fin ha terminado y su creación “opera a la perfección”.
Lo último que recibió “The Experience Of Swimming”, estoy seguro de ello, fue su nombre. Atiborrado de una poderosamente perturbad(or)a carga de irrealidad, el track es de un cerúleo casi celeste, por lo que difícilmente remite al acto de nadar en el mar/en un lago/en un río. Una piscina luce más pertinente. Muy en la onda del Eno padre del ambient, Richard Barbieri compone una pieza no por minimal menos emotiva, premunido de sus habituales Polymoog, Roland Jupiter 4 y Oberheim OB-X. El complemento perfecto del otro lado B del señalado single doble, “The Width Of A Room”, única composición que firmó Rob Dean para Japan.
A ver si los nuevos autores cinematográficos se atreven a insuflar de nueva vida la sublime, modélica obra de una de las formaciones más personales de la Rubia Albión.
Hákim de Merv
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