(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 6 de diciembre de 2023.)
Uno de los proyectos más veteranos e hiperprolíficos que agitan constantemente los circuitos underground allende Tacna, Thanatoloop es obra de Michel Leroy-Valdés. El gallo permanece en activo desde los 90s, cuando integró Las Tentaciones, y posee un conocimiento casi enciclopédico de galaxias sónicas no siempre colindantes -como pueden serlas el free jazz y el indie noventero. O el art rock y el sórdido no wave cancerígeno de los primeros Swans. Para más inri, esa sabiduría melómana también encarna en Fiesta De Holobiontes y en Un Festín Sagital, identidad que asocia a Michel con Horacio Ferro y que acaso sea la más antigua de la que puede jactarse el hoy serenense -como que en el fanzine rancagüino Faxxion ya podían leerse algunos comentarios de trabajos acreditados a este último alias circa ‘05.
Evitando prudentemente considerarle muestra representativa de toda su fecunda discografía, mis primeras impresiones sobre Bioanarquía se anudan al concepto de metamorfosis irrestrictas/caóticas. O, más propiamente, mutaciones. Estilísticas, se entiende: improvisaciones liberadas que casan noise psicodélico, vitalidad post rock, shoegazing experimental, ambient post industrial, urgencia no waver, R.I.O. (rock in opposition), demencia post punk... Aunque podría seguir todavía buen rato detallando una posología que parece infinita, basten estos marbetes para redondear la noción de un sonido cuya hélice genética le adscribe al crossover, y cuyas diversas manifestaciones le tornan como mínimo atípico.
Empuña Bioanarquía dos constantes. Una es el flirteo con la opacidad inherente a grabaciones correspondientes a la primera época del combo de Michael Gira. Pensaba que era cosa mía, hasta que comprobé no ser el único en haberlo notado. Si bien no he vuelto a escuchar a Swans tras el regreso del ‘10, toda su obra anterior merece una justísima reivindicación como background a invocar. En cuanto a la otra constante, se relaciona con la voz de Leroy-Valdés. Yo creo que es admirable la disciplinada seriedad con que Michel elude tomarse en serio al coger el micrófono. Ello, por supuesto, es una percepción. El disco está allí y basta darle un par de escuchas para concurrir o disentir. En cualquier caso, la placa finaliza con “Mutaciones (Bioanarquía)”, mastodóntico instro de dieciocho minutos en clave ambient que con el correr de los segundos es atravesado por percusiones industriales y efectos colindantes -como el enorme moscardón que zumba al trasponer el minuto 4.
La descarga incluye el correcto video de “Nada Es De Nadie (No Acallarán La Rabia)”.
Pruebas al canto. Por principio de cuentas, Irreales Del Monte incide otra vez en un registro lo más limpio y fidedigno respecto de la ejecución en las tomas definitivas. En lo tocante a las guitarras, sean de palo o electroacústicas, las cuerdas literalmente chispean una energía entre voraz y beatífica, oscilando entre la parsimoniosa sobriedad y la inquieta armonía. En lo concerniente a sampleos, sintetizadores y grabaciones de campo; se abroquelan alrededor de notas y/o estructuras pedales para su omnipresente discurrir. No es de esperarse, pues, saltos imprevistos o bruscos virajes a lo largo de la jornada.
En segunda instancia, Antonio Aldunate y Cristian Sánchez persisten en fusionar las fuentes digital y acústica (o electroacústica). Tal cual sucediese en el estreno en largo, la tecnología proporciona los telones de fondo en cada surco de Los Refugios Insulares. Iterativos y (muy) ocasionalmente cacofónicos, la continuidad de estos colchones sonoros ofrece el soporte indispensable sobre el que deambulan una o más guitarras, las más de las veces pletóricas en imágenes de evocación urbana y campestre. Los resultados justifican con creces el uso de las etiquetas a que se suele recurrir en experiencias similares: alt folk, ambient drone, laidback, post rock, y sobre todo la de psicodelia rural.
Encargando por segunda vez consecutiva mezcla y masterización al penquista Pedro Antivil, a quien ya debería considerársele tercer miembro estable del acto, Irreales Del Monte consolida su todavía corta existencia con un opus de nivel equivalente al de su excepcional estreno. No sólo por sus valiosos réditos artísticos, sino también por una portada que comunica sutil a la vez que poderosamente la idea de movimiento, a despecho de representar una carretera sin transitar. El (vibrante) gol es de Cristóbal Correa.
Hákim de Merv
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