(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de junio de 2024.)
Fin, al que todo sindica como debut del acto, se construye a partir de guitarras y de sencillos patrones rítmicos programados utilizando una drum machine. Las primeras tienden a ser acústicas, lo que facilita dotarlas de texturas inmersas en consabidas transparencias polucionadas, no comportando su electrificación mayor obstáculo para ello; mientras que los segundos, sin ralentizarse hasta alcanzar marbetes tan “escabrosos” como el de la balada, vagan pedestremente lejos del medio tiempo.
Una curiosidad de cassette. Dependiendo de los oídos que seduzca, puede mostrarse fascinante y/o intoxicante. Que sienta más lo primero, sin embargo, no significa que a ratos no experimente lo segundo.
¿Cómo así? Si en Time Lapse (‘17) había lugar para discursos graníticos como el stoner o el space, entre otros, con Soul’s Whisper la cosa fue decantándose hacia los sonidos más cercanos al psicodelismo sesentero y setentero. Para The Slow Voyage, ese proceso busca cerrarse dando lugar a una rodaja cuyas raíces se hunden en la época dura del rock ácido. A este respecto, la descripción provista por el grupo de Freddy Lepe y Rodrigo Salamanca es más que reveladora: “...un magnífico impulso que se asoma hacia el misterio de la existencia, el azar que palpita en cada ejercicio musical, transita entre golpes y rasgueos que delatan cualquier intento fallido de mantener la calma”.
Durante muchos minutos, este The Slow Voyage me ha recordado varios pasajes de Vanishing Point (1971), clásico de culto para el subgénero road movie que pone en entredicho muchos de los conceptos sobre los que se suele construir la idea -aceptada, bendecida- de “normalidad”. Por eso me irrita un poco “Moonless Night”, que considero la canción menos lograda del disco. No sólo su nombre desentona con el aura del esférico, sino que suena fundada sobre los exactos opuestos que dan vida a éste. La única que pondría en alerta al héroe Kowalski.
Hákim de Merv