(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de noviembre del 2017.)
Provenga de cualquier
álbum/grupo-o-artista/canción, en ciertas ocasiones, un nombre bien escogido es
la mejor invitación a adentrarte en territorio virgen. Y si bien pocas son las
veces que tal cosa sucede, valgan verdades su ascendencia deviene en perdurable.
Tal vez por eso, recuerdo todas las que me han sucedido, como la que motiva
este encabezado. Cuando Rock Achorao’ recomendó el extended debut de Incendios Forestales Del Viejo Continente, admito que más me jaló el alias que cualquier
referencia subrayada por la reconocida página face. El dichoso IFDVC EP, lanzado en diciembre del 2015,
era en realidad un single de dos temas -“Archipiélagos De Revillavigencio”, “Haru
Ora Ora”- que no alcanzaba a deslumbrar (aunque sí alentaba a seguir la carrera
de la novel banda).
Año y medio
después, por el mismo conducto me enteré de la aparición de Principios Y Fundamentos De La Fauna Moderna,
colgado en Internet para su escucha desde el BandCamp del combo limeño y
distribuido en físico por LaFlor Records. El estreno corroboró que, afortunadamente,
los instintos de este escriba todavía se mantienen afilados.
El debut en largo
es una gratísima, sorprendente confirmación de lo que anunciaban tanto el “extended”
como dos singles posteriores. Verdad que las cuatro pistas previas se han
sumado a Principios Y Fundamentos...,
pero también es verdad que en versiones masterizadas y mejor calibradas. Y si
en el pasado IFDVC se presentaba como cultor del math rock, el presente disco
tiene además una fuerte dosis de post-hardcore: por separado (“Himalajazz”) y en
colusión con la vertiente math (“Oso Tripolar”, “Monty”).
Quizá son las
mixturas de esta guisa las que ejemplifiquen las mejores cualidades que el
cuarteto ha puesto en juego para este trabajo. Pese a que los ritmos pueden ser
vertiginosos, sobre todo cuando el post-hardcore toma el timón, las melodías
tienden a la depresión y a la melancolía. Así, los contrastes resultantes
producen combinaciones instrumentales bastante complejas, ricas en matices.
Podrían ser hasta elegantes sino fuera porque la batería constantemente echa a
correr de manera casi desbocada, mientras la voz arremete con gritos
destemplados, desencajando frescos punteos y toscos arpegios. ¿Coincidencia que
el baterista también colabore con las vocales? No lo creo.
Incendios
Forestales Del Viejo Continente está integrado por Ángelo Grijalva (batería, voces;
hijo de Pedro Grijalva, bajista del grupo subte ochentero Sociedad De Mierda), Bruno
Languasco (bajo), Andrés Izquierdo (guitarra, voces) y José Sandoval (guitarra).
El hecho de sostenerse en una instrumentación distanciada de cualquier matiz electrónico les da una sonoridad cálida y urgente -plus que añadir al ruido
austero y al fragor angular de ocho temas desbordados por la vitalidad, entre
Millones De Colores y Kinder, entre Radiación Selenita y Pilotocopiloto, entre Buh
y Tony Danza.
Cambio de
coordenadas. Mismo bando.
Hay palabras que
nunca usas al escribir, bien porque te desagradan aún cuando no sepas
exactamente dar razón de ello, bien porque ya no se corresponden con su
significado original, bien porque éste ha sido puerilizado por el habla. Idénticamente,
hay palabras que usas rara vez, porque, aunque te gusten; temes que se
interpreten en sentido erróneo, dado su mal uso generalizado.
Por Facebook, conocí
a José Rodríguez antes de que fundase Puna junto a Jorge Rivas (Philkophillips,
Ionaxs). Cuando por fin nos reunimos, a propósito de un breve reportaje para El Hexágono Carmesí al entonces trío (que completaba Rolando Apolo), tal
encuentro me confirmó lo que me comunicaban sus posteos: José pertenece a esa estirpe
de artistas autodidactas de avanzada a los que el circuito sonoro independiente
nacional les debe sus episodios más insulares -como ejemplos señeros, Ronald
Sánchez de Altiplano y el ubicuo Christian Galarreta de Evamuss/Tica/Sajjra. No
recuerdo que José y yo nos hayamos vuelto a ver, pero en redes me sigue
pareciendo una persona con las ideas muy claras (estemos o no de acuerdo al
100%).
Hace ya sus buenos
meses, Rodríguez comenzó carrera solista como Aloysius Acker. Para mis amigos y
conocidos que me siguen fuera del Perú, el nombre pertenece a un poema de nuestro Martín Adán cuyo borrador destruyese el propio autor en 1933, en medio
de una crisis depresiva mientras vivía una temporada en Arequipa. Los amigos
del autor conservaron versiones no-sé-hasta-qué-punto-válidas-o-apócrifas del
poema: en el texto sobreviviente, muchas personas creen ver una sutil ¿declaración?/¿confesión?
cuando menos homoerótica del vate.
Descargué
inmediatamente el homónimo mini-álbum de Aloysius Acker, pero no lo escuché
sino hasta hace poco. Dilación innecesaria. No tenía conciencia de lo que me
estaba perdiendo.
No suelo usar muy
seguido el calificativo “hermoso/a”. Recurro a él cuando es inevitable, porque en
la pobreza de mi lenguaje no tengo más a la mano otro adjetivo del mismo grado
que permanezca incontaminado. El sinónimo válido más cercano, que tiene una mucha
mayor intensidad, no lo uso sino en grado superlativo y en oportunidades
especiales. Ésta es una de ellas. Así, pues; como he dicho antes que el En Cielo De Océano (1992) de Silvania es
un disco bellísimo, y otro tanto he dicho del capítulo que el crítico catalán Half
Nelson le dedica a Kraftwerk en Loops:
Una Historia De La Música Electrónica 1900-2002 (2002), lo mismo puedo
decir de este Aloysius Acker.
Cinco composiciones
a un tiempo enceguecedoras y nubladas por la cuita, que me hablan de una
recreación/evocación honesta de los tótems constituyentes de las vanguardias sónicas
en los 90s. Shoegazing, ethereal music, post-rock, bliss: el cofundador de Puna
ha decidido posicionarse a inicios de aquella década, pero la mirada va
sutilmente hacia adelante y también hacia el pasado inmediato anterior (últimos
años de la 4AD clásica, sobre todo). Su delicado preciosismo pop me hace pensar
en discos de los primerísimos Silvania concebidos por un Mark Hollis -no en
vano, el cerebro de Talk Talk es siempre reverenciado por la crítica
especializada, y su legado estético fue la plataforma desde la que Bark Psychosis
despegase en el glorificado Hex
(1994). Con harto esmero en los detalles -¡¡¡qué tal muñeca, José!!!-, el
también pintor y fotógrafo consigue cristalizar la noche límpida del alma en veinticuatro
minutos má-gi-cos.
Descarga gratuita
desde la netlabel mexicana Bifronte Records.
Hákim de Merv
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