(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 1ero de noviembre del 2017.)
Usualmente, te
acomodas a escuchar un disco nunca antes degustado teniendo entre ceja y ceja
dos perspectivas. Por un lado, la de las habilidades, logística y técnica que
el músico/los músicos ha/n puesto allí en juego. Por el otro lado, la
concerniente a la capacidad del artefacto para remecerte el mundo: desde
sacudirte con un tremendo cachetadón hasta arrancarte de la Realidad. Las permutaciones
de instancias que estos dos considerandos ofrecen, posibilitan discos
marcianazos, tiernos, malditos y pedestremente pop; incluyendo las distintas combinaciones
entre todos ellos -bueno, salvo quizá la de un disco marcianazo que a la vez
sea pop (y viceversa). Aunque nunca se sabe.
Usualmente,
también, te dispones a escribir sobre un disco teniendo en mente dos criterios:
originalidad y autenticidad. La primera se asocia más al potencial creativo de
la música, a la renovación de su lenguaje mismo -mientras que la segunda conecta
espontáneamente con la interpretación, con la fuerza, con la pasión. Las permutaciones
de instancias que estos dos considerandos ofrecen, posibilitan discos
históricos, cerebrales, urgentes e inanes; incluyendo las distintas combinaciones
entre todos ellos -bueno, salvo quizá la de un disco histórico que a la vez sea
inane (y viceversa). Aunque nunca se sabe.
A partir de Insula In Albis, Lluvia Ácida ha tratado
de reacomodar/reordenar/¿sortear? tanto criterios como perspectivas, instancias
y considerandos alegados en los párrafos precedentes de este comentario. Su
lanzamiento del 2013 inauguró, en efecto, la plausible costumbre de ilustrar un
concepto específico trabajando a la par disco y mediometraje llamémosle
“documental” -el entrecomillado tiene razón de ser, pues muchos pasajes del
film no están exentos de cierto hálito poético, lo cual pone en entredicho cualquier
categorización reduccionista. Jugada por demás interesante: hubiera sido
mostrísimo saber qué podrían haber hecho las bandas de la época de oro del
“álbum-concepto”, de haber contado con idénticas posibilidades tecnológicas en
sus días.
Esta dicotomía de
formatos funcionó a la perfección en Insula
In Albis. La diferencia con Zonas De
Silencio (2015) radicó en que la película de este último título integraba
segmentos varios en los que Héctor Aguilar y Rafael Cheuquelaf tomaban la
palabra para esclarecer diversos aspectos de aquello que veríamos a
continuación. Así, en tanto IIA
exponía con fluidez al oyente/espectador al puro estímulo audiovisual, ZDS introducía una oralidad tal vez
necesaria pero que no calzaba del todo en el método propuesto por el disco-film
del 2013.
(Aclaro que, al
mencionar el ZDS, me estoy refiriendo
al mediometraje y no al disco. Queda hecha y explícita la salvedad.)
Hace poco más de
una semana, Lluvia Ácida liberó para descarga gratuita su más reciente obra, Ciencia Sur. Nuevamente disco y
película, esta última retoma el aliento narrativo de Insula In Albis. Desde las primeras imágenes, una sucesión de
gráficos que arranca con la maravillosa Pangea para explicar la evolución
geológica y climática que han padecido tanto la Antártida como el extremo
meridional de Sudamérica, otrora conectados por una cadena de islas e islotes; la
música sonoriza armoniosamente el mediometraje. Tras la breve introducción, la
pantalla nos deja librados al diáfano goce estético que los fieros landscapes
de las zonas magallánica y antártica proporcionan al foráneo. Inevitablemente,
la música cede el primer plano. Esta “suerte de fin del mundo”, de “última
tierra”, de la que hablaban los también chilenos Arteknnia; aparece ante los
ojos del extranjero en todo su majestuoso y terrible esplendor -otra vez despojada
de todo verbalismo mediato. Es un viaje distinto, sin duda, al de ZDS (circunscrito a Magallanes) y al de IIA (que mostraba el antes-durante-y-después
de la presentación del dúo en la Isla Rey Jorge, una de varias que el tándem ha
concretado en el Continente Helado).
“¿Y la música? Mejor dicho, ¿y Ciencia Sur, el disco?”. Pues verás, en ZDS, ésta tendía a una sobriedad bastante rigurosa; y también -o precisamente por ello- a los márgenes de la experimentación, toda vez que las sesiones para el plástico se grabaron en espacios urbanos y rurales magallánicos solitarios o abandonados. En Ciencia Sur, el sonido recupera esa activa corporeidad que se echaba de menos en el esfuerzo anterior. La electrónica va en el mismo camino que transita el naturalismo abrazado por el grupo hace ya varios años (Kuluana en el 2009, Arte Y Shamanismo Paleoindio en el 2011 -banda sonora para el documental homónimo de Carlos Vega Cacabelos, sobre la mística de la etnia Selk’ nam-, El Saqueo en el 2012).
No hablo de mero
decorado, sin embargo. Hablo de arte sonoro electrónico vivo, que interactúa
con su propio medio ambiente, modificándolo y siendo modificado por éste, en el
Tiempo y en el Espacio. Si quieres un símil en cuanto a pathos, podrías
emparejar a la dupla con Nigel Stanford (curioso que ambos nombres pertenezcan
al hemisferio austral), con la diferencia de que el neozelandés es más pretencioso,
ligeramente volcado a la ampulosidad. Lo de Lluvia Ácida es, por lejos, mucho
más austero que lo del “kiwi”. No hay track de este Ciencia Sur que discurra plácidamente. Acre (“Antropoceno”,
“Cretácico”), marcial (“Búsqueda De Fósiles”), alienígena (“Ciencia Sur”,
“Bentos”); CS jamás incita el menor
bostezo -un largo sorprendentemente dinámico en su ¿ensimismamiento?/¿cavilación?/contemplación.
Muy de acuerdo con
el ¿single? escogido por Rafael y Héctor, “Expedición Científica Antártica”:
minimal synthwave, con ese efecto vintage que guiña a los 80s de eternos mutantes
futuristas e inmaculados paraísos glaciales.
PD: "¿Y entre Zonas De Silencio y este Ciencia Sur, Lluvia Ácida no publicó nada?". Clickea aquí para saberlo.
Hákim de Merv
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