Necesitaría una
dilatada conversa-entrevista a fin de determinar si estos últimos nueve meses
han sido de cambios decisivos e inexorables para el universo/tiempo paralelo que
habita el no-músico Wilder Gonzales Agreda. De internarme en tal escenario,
llegue a la respuesta que llegue, lo que sí puedo asegurar es que han sido
meses inusualmente prolíficos y de profundas y muy marcadas contraposiciones.
Desde el Lima Norte Metamúsica (2014), el avezado
norconeño ha venido mostrando una laudable regularidad en la edición
autogestionada de material, tanto a niveles cuantitativos como cualitativos. Cuatro
discos en cinco años, sin contar EPs, dieron cuenta del sustancial período productivo
que el ¿ex? Fractal ha protagonizado durante su historia reciente -consiguiendo
reinventarse y de paso vivificar, en coincidencia con otros pocos pares
(Sajjra, Paruro), la escena capitalina más fiel a la electrónica experimental ruidista.
A la sazón, la más ferozmente intransigente al mainstream, valgan verdades.
Para el sexto año
de este ciclo, Gonzales Agreda equipara esa cifra a la de sus lanzamientos
largos con dos nuevos títulos. En ambos, se percibe un interés por respirar
otros aires redimensionando el empleo de la Distorsión -domeñándola en vez de
dejarse arrastrar por ella-, aplicando a su obra samples por primera vez
reconocibles a simple escucha -ruidos provenientes de la cotidianeidad- y
tratando de borrar la más mínima huella de hipsterismo -aunque cabría
preguntarse aquí si un músico/no-músico de avant garde puede calificar como
hipster, dado el inflexible sesgo de su colección de discos-. Más allá de
cualquier juicio que puedas adelantar, debes admitir que es un giro extraño y
bastante sorprendente, tanto como la desigual suerte con que ha corrido cada
CD.
A fines de marzo se
publicó Terrorista!, y apenas la
semana pasada aconteció lo propio con Music
For Dreamers. La cronología dicta que se le pase revista antes al más
antiguo, pero también lo hace la estructura que abraza esta nota. Porque, en su
momento, Terrorista! dio la sensación
de bajarle el telón al quinquenio aludido de la manera más insospechada posible.
Abre el álbum la proclama de “¡Me Llegas Al Pincho!”, decisión -la de ubicarle
a la cabeza del listado- que será decisiva para los pareceres que aflorarán
durante la primera mitad de esta rodaja -decepcionantes, la verdad.
Hasta “Huamanga
3001”, se faja cierto minimalismo que diverge de aquello que usualmente ofrecía
el mundo interior de un creador vanguardista con más de dos décadas en la
brega. Este minimalismo busca ser válvula de escape del pasado inmediato, en
que el Ruido imponía su naturaleza estremecedora, cuando no escarapelante. No
obstante, dicho recurso sólo en contadas ocasiones se hace acreedor del
calificativo de “naif”, y aún así éste le queda grande. Las falencias son evidentes
en “La Nueva Atlántida” -lo cual es una pena, porque el texto de sir Francis
Bacon se desdibuja al interior de este marco- y sobre todo en la nada
afortunada “¡Me Llegas Al Pincho!”. Quisiera extenderme sobre esta última
pista, cuyas peculiaridades también son patentes en “La Nueva Atlántida”, si
bien en menor grado.
No discuto la
justicia de la denuncia diseminada en “¡Me Llegas...”. Lo que discuto es esa
encarnación tan facilista, espetada desde lo que parece ser un IDM
caricaturizado de punta a punta. Tampoco ayuda la robotización a la que WGA ha
sometido su voz: en vez de vocoderizarla, debió optar por vaporizarla como lo
hiciera en “Supermenta” (LNM), o en
todo caso recargarla al extremo para dotarla del rango ominoso que exigía la
ocasión tanto en uno como en otro corte. Por otra parte, la técnica de sampleo
no es prefijada por el talante de la muestra sampleada, sino por el contexto en
que ésta queda inserta. Ese cepillarse los dientes, ese mover muebles de
madera, no funcionan no por su naturaleza (cf. “Alberto Balsam” de Aphex Twin),
sino por el contexto al que se adhieren. Tristemente, esta apreciación se
extiende a “Mil Mesetas”, e incluso afecta parcialmente a “Huamanga 3001”.
“Los Olivos”, pieza
recuperada del extended homónimo editado en enero y rara avis en el repertorio
del coneño (bien Warp en status libre), hace las veces de corte de mangas para
que Terrorista! empiece de nuevo desde
casi cero. Quizá sean las percusiones minimales de “Utopía” y “Transgresión Y
Revolución”, quizá sus oscilaciones asincrónicas precipitadas desde
sintetizadores inmersos en éter, que he echado en falta desde que empezó el plástico;
lo cierto es que aquí sí escucho algo logrado, sentido, que va más allá del ingenuo
amago, del solo simulacro. El daño, empero, ya está hecho: si coincidiera con
el autor en que es Freedom (2006) y
no Cantos Electrónicos Para Mamá EP
(2006) el inicio de la andadura con nombre civil, Terrorista! debe ser señalado como su trabajo más flojo. Un indefendible
traspié...
...del que el
olivense se ha levantado con el recientísimo Music For Dreamers. Toda la lucidez, todo el ludismo, que brillaban
por su ausencia en Terrorista!; los encuentro
a manos llenas en la nueva entrega. Estas virtudes no han de verse como menores.
Por el contrario: si bien han sido abandonados algunos elementos del desastre
de marzo, el resto regresa recargado debido justamente a un cambio de actitud
resumible en esas dos exactas palabras: “lucidez” y “ludismo”. La Intuición,
cualidad acrisolada por/que acrisolase las lecciones que impartiesen decenas de
referencias de pop vanguardista, asimiladas por generaciones de
músicos/no-músicos autodidactas; es, pienso, la principal responsable de esta metamorfosis
espírita.
Pese a que algunos
no trascienden la mera fase de deconstrucción, los temas del MFD ganan intimismo y personalidad, cimentando
una visión del Error no ya como patrón que direcciona el devenir de los surcos,
sino como fuente burbujeante de masa sonora propiamente dicha. Habiendo sido ya
la estética glitch codificada en software, éste es usado para generar los loops
que por sumatoria confieren nueva identidad futurista a lo que antes era sólo
ruido. “All The Times Lost Between Normies”, “Kromosapiens”, “When Music Was
Hotter Than Girls”... Music For Dreamers
es la banda sonora para una sociedad humana cuyo modus vivendi está presidido
por la creación artística exenta de cualquier otra intencionalidad, el viaje
metafísico de sonoridades intraplanetarias que también son post-capitalistas (lo
sé, lo sé, pero déjame soñar un poco).
De otro lado, la rítmica
excéntrica de algunas composiciones -“Men Are Only Children”, una pitagórica
“Música De Las Esferas”- las convierte en explosiones astral-sónicas que
reconstruyen desde perspectivas distintas los paisajes imaginarios de John Cage. A este respecto, destaco el magnífico “Pasión 33”, el ejercicio de
psicodélico IDM y sensibilidad acuática que faltaba adosar a la obra del
capitalino.
Es posible, cómo
no, que la sinusoide presupuesta en estos párrafos sólo sea fruto de una
impresión equivocada y harto discutible. Puede que no se haya tratado más que
de movimientos y emociones que flotaran simultáneamente, y sea sólo su edición
la que difiere en el Tiempo, con lo que hablar de un “antes” y un “después”
está fuera de lugar. Si estuviese en lo correcto, entonces debo decir que
felizmente Gonzales Agreda ¿cierra? el 2019 con un artefacto a la altura de lo
que siempre se aguarda saque. También, que la ha costado mucho reconducir todo
el esfuerzo invertido en Terrorista!
para completar exitosamente la transmutación en Music For Dreamers. En dilucidar si es una situación o la otra, por
supuesto, la última palabra es suya.
Hákim de Merv