(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de enero del 2023.)
LOS DISCOS PERUANOS DEL 2022 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (I)
Grita Lobos es el seudónimo elegido por Mario Reggiardo para dar vida a su alter ego artístico en el ‘10. Tras ese chaplín, correspondiente al de una playa perdida en la costa ancashina, el limeño ha publicado dos volúmenes en estudio -Grita Lobos (2012), Katalaxia (2017)- y un artefacto de remixes a cuatro manos junto a Eniac51 -Katalaxia Remixes (2021)-. Ninguno de ellos maneja una noción conceptual tan nítidamente perfilada como la subyacente a Aínbo, rodaja eyectada el primer día de primavera del ‘22.
En shipibo-konibo, idioma del oriente peruano, “aínbo” significa “mujer”. El plástico así bautizado es un manifiesto que rehabilita a la Mujer y a sus incontables aportes, en los campos de las ciencias y de las artes, a la cultura humana; contribuciones muchas veces ignoradas o expropiadas. Integrado por nueve piezas, ocho de ellas reciben nombres de una científica/de una educadora/de una artista/de una activista que ha sido estigmatizada y rechazada -para ser, largo tiempo después, finalmente reivindicada. Desfilan así por los tímpanos creaciones sónicas ofrendadas a Katherine Johnson (afroamericana cuyos cálculos en mecánica orbital facilitaron los vuelos espaciales tripulados), a Miguelina Acosta (connacional activista anarcosindicalista, maestra que luchó por los derechos de las mujeres, la clase trabajadora y los pueblos amazónicos), a Utako Okamoto (científica nipona que descubrió el tratamiento para detener las hemorragias post parto) o a Funmilayo Ransome-Kuti (sufragista, educadora, activista por los derechos de las nigerianas).
Paradójicamente, esta suerte de “sublimación” anega a Aínbo de un hipnótico misticismo que me faculta a hablar de cierto talante tribal, sin estar omnipresente un elemento tan consustancial a ese cariz como el de las percusiones/programaciones. Grita Lobos echa mano del echo reverb y loopea sin descanso, gestando así atmósferas no por oscuras más recargadas. En ese equilibrio radica uno de los dos aciertos fácticos de la placa. El otro, a tono con la idea matriz, se fundamenta en el plus de colaboradoras con que el unipersonal ha contado para la ocasión: la thereminista Silvana Tello en “Katherine”, La Zorra Zapata en “Funmilayo” y la cantautora Ati Lane en “Christine”, entre otras.
El desolado lunar que he encontrado en este Aínbo es la epilogal “Utako”, al lado de Budapest, grupo en el que milita Maribel Tafur. Su condición de depurado ejercicio IDM, basculante la mayor parte del tiempo entre el Orbital pre-In Sides y el Speedy J de Ginger, le hace merecedor de esa interesante condición.
Anuncian Rivas y Apolo -músico este último que ha protagonizado jornadas históricas para el background del avant garde independiente perucho- que estos EPs son parte de una serie de lanzamientos que RAJR tiene en agenda dar a conocer prestamente. Lo que no me queda claro es si se trata de material ya grabado o si el binomio está componiendo ex profeso para la nueva etapa de su existencia. Sea una cosa o la otra, bienvenidos de vuelta.
Hasta el ‘19, concretamente agosto, aún podía hablarse de la supervivencia (latente) de Reino Ermitaño. La conocida agrupación de heavy a lo Black Sabbath y doom metal había arribado activa al 2014, cuando alumbró su quinta entrega, Conjuros De Poder. Desde entonces, empero, no se tuvo noticias de sus pasos -salvo por la reedición vinílica del epónimo debut (‘03), que Necio Records solventó y que puso a la venta en la fecha indicada al inicio de este párrafo.
Modelado por grabaciones efectuadas entre el ‘20 y el ‘21, The Maverick privilegia los medios tiempos fermentados en esa metálica aura dantesca forjada sobre el yunque a tres martillos -el del heavy, el del doom, el del stoner. Ese ímpetu encarnado en “Burning Witches”, “Indigo Blues”, “Cintamani”, “Jaguarundi” o “Sorrow”; se mueve pesadamente, casi reptando, sin sacrificar la férrea contundencia que provee la base rítmica Bar/Espíritu. Lo demuestra su capacidad de metamorfosear ese mood con la imprescindible rapidez como para soltar mazazos dotados de una mayor vivacidad, apertrechándose de un wah-wah enfundado en terciopelo que permanentemente emite malignas pulsaciones nocivas in extremis: la tríada de ‘bienllegada’ que se despliega con la maléfica coda “Ghoul”, continúa con “Raven” y finaliza rozagante “Matrix Creatrix”; “In Your Eyes”...
Para ser alguien que normalmente no le entra al género metal (cf. la nota del año pasado sobre Matus), grupo y banda me han sorprendido mucho. Pese a las vibras oscuras y agobiantes, The Maverick exhibe un registro muy limpio, de altos estándares técnicos. Lo mismo puede asegurarse de la habilidad en la ejecución de cada asalto en que Titania se traba. Sólo una duda (menor): ¿seleccionaron el nom de guerre por el personaje de X-Men o por la reina consorte de Oberon? Me tinca que es lo segundo.
Sin ansiedades, Santa Madero debuta en largo a mediados del ’22. Si mi memoria se porta todavía como buena, este Ya Tengo Nostalgia Por Conversaciones Que Tuve Ayer supone para el conjunto una dramática reconversión respecto de lo exhibido aquella ocasión en que le conocí. Apenas despega el esférico (bastante más sucinto que su título), percibo un pop de semblante muy distinto. Porque sí, lo del hoy trío sigue sintiéndose pop, con la diferencia de ser ahora electrónica su raíz. Si bien ello es notorio sobre todo en el primer segmento, ese aspecto digital del sonido de esta jornada llega hasta el último segundo de sus 27 minutos y pico -aunque más disimulado, de todas maneras perceptible.
En ese primer segmento aludido, Santa Madero suena harto a Entre Ríos. La melodiosa indietrónica de la terna argentina fluye a través de las venas de “Puaj!”, “Piloto” y “Alguien Así Como Tú”; testimonios de una estética prístina, chisporroteante, que incluso se trasvasa pudorosamente hacia el drum’n’bass en “Algo Así...”. La performance vocal de Karina Castillo es excelente -algunos de sus tonos e inflexiones me recuerdan a la Björk del Vespertine (‘01).
Así aquietado el concepto implícito a las ocho primeras canciones, llego a la postrera, que desde el nombre me revela cierta ironía. A despecho de tener el mismo envoltorio sónico que el resto de YTNPCQTA, la esencia de “No Puedo Creer Que Hayas Llegado Aquí” es la de una balada esculpida en los antediluvianos 60s, a orillas del mar mientras el Sol termina de morir. Acabo sentado, mecido por sus notas finales, sin poder evitar una comparación a tanto trasversal con “When You’re Gone” de The Cranberries, añeja melodía de mi noventera juventud. Concurro sin reservas: el estreno de Santa Madero está muy bien elaborado, tiene un output asaz empático, se vertebra en torno a una lacerante y poderosa idea. Pero no puedo evitar odiar el hecho de que me haya bajoneado un toque.
Fundado en Chaclacayo en el ‘16, Santa Madero era en principio Karina Castillo (voz), Dan Joe Salazar (teclados) y Aura Buntinx (coros). Para fines de ese año, el trinomio se duplica gracias a José Luis Gonzales (guitarra), a Rodolfo Rueda (bajo) y a Francisco Zaragoza (batería). Actualmente, y debido al nuevo escenario dictaminado por la emergencia sanitaria, el combo vuelve al formato de terceto -siendo los “sobrevivientes” Castillo, Gonzales y Salazar.
Tenía la sospecha de que éste sería el estreno largo de la aventura solista de Esquivel, tras los recomendables EPs Echoes (2018) y Soulmates (2020). Dada la cantidad de rounds consignados (15), ésa parecía ser la situación. Sin embargo, Fragmentos no llega a los veinte minutos. Como su denominación apunta, estas paradas son más esbozos fugaces que bocetos acabados, el más extenso de los cuales apenas si araña el minuto y 50 segundos. Con propiedad, podría hablarse incluso de retazos, de semillas de instrumentales congeladas en pleno crecimiento. Lo que no puede discutirse, de cualquier modo, es lo bien que consigue este artefacto burilar la gama de emociones que ha atravesado el autor durante el azote del virus de origen asiático -y que, bien visto, también hemos atravesado sus coterráneos.
En los primeros pasos (“Alarma”, “(Des)información”, “Moléculas”), la mirada de Fragmentos rememora los días posteriores a la llegada del COVID-19. Mediante la integración del primigenio synth y del segundo industrial, Nolag cincela el ominoso pánico silente que nos invadió al declararse la pandemia, un poco a la manera de Cliff Martinez en el memorable soundtrack de la profética Contagion (2011). A renglón seguido, en “Contra El Tiempo” y “Vértigo” percibo la incertidumbre y la confusión que se sucedieron a la primera oleada, tejidas usando aquello que se podría catalogar como el lado B de la new wave usamericana (¿alguien dijo Tahnee Cain & Tryanglz?).
Cerrando su arco narrativo, Fragmentos dispone una ruta de escape con que volver al punto de inicio. “Are You Sure To Continue (Y/N)?” aborda hipotéticos escenarios equivalentes al del COVID-19, una advertencia sobre la posibilidad de que sea ésta la primera de muchas pandemias por venir. Ingrato recordatorio de que no siempre la Humanidad aprende de sus pasados errores.
“¿Y ese destino es...?”. Buena pregunta. “Streching Out (Intro)” no es indiciario, ya que se trata de un sampleo a lo película B, deformado y lo-fi, sin norte definido. Mucho más se vislumbra con “Bloody Roar II”, suerte de hip hop diletante que pretenciosamente busca sustituir “hip” por “trip”. La travesía adquiere contornos francamente penosos con “Mansiche”, excesivamente cerca del trap para mi gusto -busca en su segunda mitad lucir más hip hop, pero el daño ya está hecho, gracias a la intervención de un tal Zavu C que se va en consabida verborrea trappera.
Tan es así, que “S4nt4” es el solitario arrebato en que el liberteño arriesga más, y consigue sonar menos derivativo que en toda su obra publicada a la fecha. Con no poca brusquedad, el bajo saca la casta para mugir en plan jazzy. “S4nt4” se zambulle en abstracciones trippy estrellándose de cabeza con un cajón afroperuano filtrado/reprocesado, obteniendo una reciedumbre digna de esfuerzos más serios. Tras el scanneo en BandCamp propio y en el de Anti Rudo Records, volví a escuchar por última vez este Rayo Tercero pensando en recomendarle a Mora regresar al funk. “S4nt4” me convence de no hacerlo. Acaso todavía es posible que el músico persevere en su camino actual, pero debe jugar las cartas que este numerazo le proporciona.
Hákim de Merv
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