jueves, 2 de febrero de 2023

Grita Lobos: Aínbo // RAJR: Vacuo EP / Dispersión EP // Titania: The Maverick // Santa Madero: Ya Tengo Nostalgia Por Conversaciones Que Tuve Ayer // Juan Nolag: Fragmentos // Marco Mora: Rayo Tercero

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de enero del 2023.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2022 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (I)

Por circunstancias totalmente involuntarias, nunca se me había dado la chance de reseñar un álbum de Grita Lobos. O éstos se me pasaban sin más, o me llegaban a los oídos noticias suyas demasiado tarde como para garrapatear algo al respecto. Ergo, ésta será la excepción (que espero trastoque la regla).

Grita Lobos es el seudónimo elegido por Mario Reggiardo para dar vida a su alter ego artístico en el ‘10. Tras ese chaplín, correspondiente al de una playa perdida en la costa ancashina, el limeño ha publicado dos volúmenes en estudio -Grita Lobos (2012), Katalaxia (2017)- y un artefacto de remixes a cuatro manos junto a Eniac51 -Katalaxia Remixes (2021)-. Ninguno de ellos maneja una noción conceptual tan nítidamente perfilada como la subyacente a Aínbo, rodaja eyectada el primer día de primavera del ‘22.

En shipibo-konibo, idioma del oriente peruano, “aínbo” significa “mujer”. El plástico así bautizado es un manifiesto que rehabilita a la Mujer y a sus incontables aportes, en los campos de las ciencias y de las artes, a la cultura humana; contribuciones muchas veces ignoradas o expropiadas. Integrado por nueve piezas, ocho de ellas reciben nombres de una científica/de una educadora/de una artista/de una activista que ha sido estigmatizada y rechazada -para ser, largo tiempo después, finalmente reivindicada. Desfilan así por los tímpanos creaciones sónicas ofrendadas a Katherine Johnson (afroamericana cuyos cálculos en mecánica orbital facilitaron los vuelos espaciales tripulados), a Miguelina Acosta (connacional activista anarcosindicalista, maestra que luchó por los derechos de las mujeres, la clase trabajadora y los pueblos amazónicos), a Utako Okamoto (científica nipona que descubrió el tratamiento para detener las hemorragias post parto) o a Funmilayo Ransome-Kuti (sufragista, educadora, activista por los derechos de las nigerianas).

En los hechos, Grita Lobos continúa alimentándose tanto del intelligent techno como de la electronic body music. Ese encontronazo de géneros a todas luces distintos no es tan dramático para Reggiardo. En todo caso, no luego de dos experiencias previas, suficiente banco de pruebas para emulsionar la respectiva sinergia. El detalle es que ahora la música del capitalino se desplaza hendiendo dimensiones abiertas: no trajina contenida, como sucedía antes, y ello es consecuencia de prescindir parcialmente de la síncopa. Recién en “Miguelina” hay un atisbo de programación, y la siguiente vez que ésta asoma (“Christine”), lo hace insinuada/discontinua.

Paradójicamente, esta suerte de “sublimación” anega a Aínbo de un hipnótico misticismo que me faculta a hablar de cierto talante tribal, sin estar omnipresente un elemento tan consustancial a ese cariz como el de las percusiones/programaciones. Grita Lobos echa mano del echo reverb y loopea sin descanso, gestando así atmósferas no por oscuras más recargadas. En ese equilibrio radica uno de los dos aciertos fácticos de la placa. El otro, a tono con la idea matriz, se fundamenta en el plus de colaboradoras con que el unipersonal ha contado para la ocasión: la thereminista Silvana Tello en “Katherine”, La Zorra Zapata en “Funmilayo” y la cantautora Ati Lane en “Christine”, entre otras.

El desolado lunar que he encontrado en este Aínbo es la epilogal “Utako”, al lado de Budapest, grupo en el que milita Maribel Tafur. Su condición de depurado ejercicio IDM, basculante la mayor parte del tiempo entre el Orbital pre-In Sides y el Speedy J de Ginger, le hace merecedor de esa interesante condición.

Las crónicas afirman que ROJO fue un proyecto multimedia impulsado por Rolando Apolo y Jorge Rivas (Ionaxs, Puna), extrapolado al mundo real en el ‘14. Con ese formato, se hicieron algunas presentaciones hacia el ‘16. Recientemente, ambos individualistas han retomado la actividad conjunta, sólo que ahora escudados tras el ¿acrónimo? de RAJR y reconduciendo esfuerzos al apartado estrictamente sónico. Corona dicho retorno la liberación, en dos meses, de sendas realizaciones discográficas de corto minutaje; naturalmente desde los bytes de Chip Musik Records.

La primera de ellas fecha a principios de octubre último. Vacuo EP consta de una solitaria toma que rebasa la media hora de amplitud. Ya disipado el fade-in de arranque, el tándem acomete una borrasca neblinosa de ruido digital que avanza pesada y caóticamente, por lo menos al principio. Al promediar su primera mano de minutos, ya el polvo va asentándose, dejando entrever jirones de concierto -entrever, nomás, porque para una mejor apreciación se precisa contar con audífonos. Otra mano de minutos y las limaduras se han asentado lo bastante como para percibir el orden en medio del galimatías: por el canal izquierdo, una perenne masa de estática que recorre sin pausa y en bloque diversas tonalidades tímbricas. Por el canal derecho, trombas de sobrecarga eléctrica en constante explosión. Por debajo de éstas identifico efectos, teclados, alguna guitarra. Un fade-out repentino, aunque algo tardío, pone fin a la hiperbólica travesía.

Aparecido a comienzos de diciembre, Dispersión EP maneja un formato comparativamente más convencional, un poco menos inasible. La apertura “Nauscopy” marca distancia de lo mostrado en el extended anterior, al postular un post rock rebosante de ese groove que repartía a destajo la rama más “funk” de Spacemen 3. “Outpart” aplica el contraste respectivo sumergiéndose de lleno en calmas aguas IDM -la sobriedad de la que hace gala me remite al ambient house de los primeros episodios facturados por el noruego Biosphere. Contradiciendo el significado del vocablo, “Ataraxia” corrige y aumenta la hosquedad de Vacuo EP transformándose en un alud de noise ácido y corrosivo, encaramado sobre subsónicos haces de luz negra. El ulterior “Mondo” tienta exitosamente un sinuoso/líquido morphing entre sus dos inmediatos predecesores.

Anuncian Rivas y Apolo -músico este último que ha protagonizado jornadas históricas para el background del avant garde independiente perucho- que estos EPs son parte de una serie de lanzamientos que RAJR tiene en agenda dar a conocer prestamente. Lo que no me queda claro es si se trata de material ya grabado o si el binomio está componiendo ex profeso para la nueva etapa de su existencia. Sea una cosa o la otra, bienvenidos de vuelta.

Hasta el ‘19, concretamente agosto, aún podía hablarse de la supervivencia (latente) de Reino Ermitaño. La conocida agrupación de heavy a lo Black Sabbath y doom metal había arribado activa al 2014, cuando alumbró su quinta entrega, Conjuros De Poder. Desde entonces, empero, no se tuvo noticias de sus pasos -salvo por la reedición vinílica del epónimo debut (‘03), que Necio Records solventó y que puso a la venta en la fecha indicada al inicio de este párrafo.

El estruendoso fogonazo con que se da a conocer Titania en diciembre del ‘22 se constituye, pues, en confirmación de la definitiva extinción de la recordada formación metal. El nuevo combo nace en el ‘20 de la mano de Tania Duarte, cuya voz identifica las andanzas de Reino Ermitaño, y de Eloy Arturo, ex guitarrista de Kranium que ingresase al pelotón eremita a partir de Veneración Del Fuego (2012). Completan el line up el percusionista Renato Bar y el bajista Mito Espíritu (también ex Kranium).

Modelado por grabaciones efectuadas entre el ‘20 y el ‘21, The Maverick privilegia los medios tiempos fermentados en esa metálica aura dantesca forjada sobre el yunque a tres martillos -el del heavy, el del doom, el del stoner. Ese ímpetu encarnado en “Burning Witches”, “Indigo Blues”, “Cintamani”, “Jaguarundi” o “Sorrow”; se mueve pesadamente, casi reptando, sin sacrificar la férrea contundencia que provee la base rítmica Bar/Espíritu. Lo demuestra su capacidad de metamorfosear ese mood con la imprescindible rapidez como para soltar mazazos dotados de una mayor vivacidad, apertrechándose de un wah-wah enfundado en terciopelo que permanentemente emite malignas pulsaciones nocivas in extremis: la tríada de ‘bienllegada’ que se despliega con la maléfica coda “Ghoul”, continúa con “Raven” y finaliza rozagante “Matrix Creatrix”; “In Your Eyes”...

El único momento en que Titania muda de piel casi del todo es “Shaman”, ¿semi-balada? electroacústica más propia de remotos espacios rurales que del submundo nocturno sito en periferia urbana en que se recrea el resto del repertorio del cuarteto. Hasta la instrumentación convencional cede protagonismo a quenas, zampoñas y charangos; en sintonía con el psicodelicósmico tripeo stoner que “Shaman” comporta.

Para ser alguien que normalmente no le entra al género metal (cf. la nota del año pasado sobre Matus), grupo y banda me han sorprendido mucho. Pese a las vibras oscuras y agobiantes, The Maverick exhibe un registro muy limpio, de altos estándares técnicos. Lo mismo puede asegurarse de la habilidad en la ejecución de cada asalto en que Titania se traba. Sólo una duda (menor): ¿seleccionaron el nom de guerre por el personaje de X-Men o por la reina consorte de Oberon? Me tinca que es lo segundo.

Cuando escuché a Santa Madero por primera vez, fue en vivo, tocando en un evento realizado en el Centro Cultural de España a fines de noviembre del ‘19. No sé decir si estaba en otra, o si simplemente no sintonicé con la música practicada por el entonces sexteto -una suerte de pop de juguete levantado sobre el rhythm’n’blues blanco. El caso es que no me gustó para nada. Decidí, a pesar de ello, no perderles el rastro. Condiciones tenían.

Sin ansiedades, Santa Madero debuta en largo a mediados del ’22. Si mi memoria se porta todavía como buena, este Ya Tengo Nostalgia Por Conversaciones Que Tuve Ayer supone para el conjunto una dramática reconversión respecto de lo exhibido aquella ocasión en que le conocí. Apenas despega el esférico (bastante más sucinto que su título), percibo un pop de semblante muy distinto. Porque sí, lo del hoy trío sigue sintiéndose pop, con la diferencia de ser ahora electrónica su raíz. Si bien ello es notorio sobre todo en el primer segmento, ese aspecto digital del  sonido  de  esta  jornada  llega  hasta  el  último segundo de sus 27 minutos y pico -aunque más disimulado, de todas maneras perceptible.

En ese primer segmento aludido, Santa Madero suena harto a Entre Ríos. La melodiosa indietrónica de la terna argentina fluye a través de las venas de “Puaj!”, “Piloto” y “Alguien Así Como Tú”; testimonios de una estética prístina, chisporroteante, que incluso se trasvasa pudorosamente hacia el drum’n’bass en “Algo  Así...”.  La  performance  vocal  de  Karina  Castillo es excelente -algunos de sus tonos e inflexiones me recuerdan a la Björk del Vespertine (‘01).

Tras “Mocedades (Aviones)”, la intensidad va decreciendo progresivamente, dando lugar a canales donde la saudade va embebiendo las ambientaciones sonoras -“Todo Bien”, “Un Pequeño Desastre Planeado”, “Cruzar La Pista”, “En Nombre De Todos Mis Encantos”. Ahí caigo en la cuenta de que Ya Tengo Nostalgia... alberga dentro de sí una historia. La primera palabra que me viene a la boca es “transición”. No un LP de transición, sino una historia de transición. De la mocedad a la adultez. De la exaltación y la jovialidad de la primera a la melancolía y la serenidad de la segunda. Sólo  entendido  de  ese  modo,  tiene sentido el descenso de adrenalina -o mejor dicho, el aumento de estamina.

Así aquietado el concepto implícito a las ocho primeras canciones, llego a la postrera, que desde el nombre me revela cierta ironía. A despecho de tener el mismo envoltorio sónico que el resto de YTNPCQTA, la esencia de “No Puedo Creer Que Hayas Llegado Aquí” es la de una balada esculpida en los antediluvianos 60s, a orillas del mar mientras el Sol termina de morir. Acabo sentado, mecido por sus notas finales, sin poder evitar una comparación a tanto trasversal con “When You’re Gone” de The Cranberries, añeja melodía de mi noventera juventud. Concurro sin reservas: el estreno de Santa Madero está muy bien elaborado, tiene un output asaz empático, se vertebra en torno a una lacerante y poderosa idea. Pero no puedo evitar odiar el hecho de que me haya bajoneado un toque.

Fundado en Chaclacayo en el ‘16, Santa Madero era en principio Karina Castillo (voz), Dan Joe Salazar (teclados) y Aura Buntinx (coros). Para fines de ese año, el trinomio se duplica gracias a José Luis Gonzales (guitarra), a Rodolfo Rueda (bajo) y a Francisco Zaragoza (batería). Actualmente, y debido al nuevo escenario dictaminado por la emergencia sanitaria, el combo vuelve al formato de terceto -siendo los “sobrevivientes” Castillo, Gonzales y Salazar.

Fiel al objetivo de utilizar la Música para plasmar las emociones, las vivencias y las impresiones que le proporciona su experiencia vital; Juan Esquivel a.k.a. Juan Nolag ha dado curso libre en Fragmentos -noviembre del ‘22- a un manojo de temas ensamblados durante los dilatados periodos de encierro pandémico que hemos debido afrontar como sociedad. Algunos de éstos han sido liberados vía la cuenta Instagram del autor en los meses precedentes, e incluso en octubre apareció “Beyond Life” como single de adelanto de la nueva faena (video incluido).

Tenía la sospecha de que éste sería el estreno largo de la aventura solista de Esquivel, tras los recomendables EPs Echoes (2018) y Soulmates (2020). Dada la cantidad de rounds consignados (15), ésa parecía ser la situación. Sin embargo, Fragmentos no llega a los veinte minutos. Como su denominación apunta, estas paradas son más esbozos fugaces que bocetos acabados, el más extenso de los cuales apenas si araña el minuto y 50 segundos. Con propiedad, podría hablarse incluso de retazos, de semillas de instrumentales congeladas en pleno crecimiento. Lo que no puede discutirse, de cualquier modo, es lo bien que consigue este artefacto burilar la gama de emociones que ha atravesado el autor durante el azote del virus de origen asiático -y que, bien visto, también hemos atravesado sus coterráneos.

En los primeros pasos (“Alarma”, “(Des)información”, “Moléculas”), la mirada de Fragmentos rememora los días posteriores a la llegada del COVID-19. Mediante la integración del primigenio synth y del segundo industrial, Nolag cincela el ominoso pánico silente que nos invadió al declararse la pandemia, un poco a la manera de Cliff Martinez en el memorable soundtrack de la profética Contagion (2011). A renglón seguido, en “Contra El Tiempo” y “Vértigo” percibo la incertidumbre y la confusión que se sucedieron a la primera oleada, tejidas usando aquello que se podría catalogar como el lado B de la new wave usamericana (¿alguien dijo Tahnee Cain & Tryanglz?).

Sin desterrar del todo las sonoridades y las mixturas descritas, el resto del mini-álbum tiene una emotividad distinta. Es manifiesto el baño de entereza que copa efímeros paisajes desde “Desolación”, desde “No Humans” y las bandadas de gaviotas que le clausuran, acompañadas por un acogedor oleaje. En surcos como “Oscuridad Y Luz”, “Amanecer”, “Elegía” o “Shine Again”; la electrónica que conjura el tecladista de Catervas paulatinamente se transparenta/se torna cálida. Y aunque la brevedad sigue sugiriendo el símil del desarrollo interrumpido, no oblitera algunos acercamientos a una new age tipo Vangelis o Jarre, premunida de sentimientos tanto más esperanzadores conforme la gravedad del virus ha decrecido hasta casi desaparecer.

Cerrando su arco narrativo, Fragmentos dispone una ruta de escape con que volver al punto de inicio. “Are You Sure To Continue (Y/N)?” aborda hipotéticos escenarios equivalentes al del COVID-19, una advertencia sobre la posibilidad de que sea ésta la primera de muchas pandemias por venir. Ingrato recordatorio de que no siempre la Humanidad aprende de sus pasados errores.

Para haber sido lo primero que he escuchado de Marco Mora, Rayo Tercero no logró convencerme en absoluto. El infinitivo compuesto no es gratuito: después de esa audición, busqué más referencias del trujillano en Internet, que no estén en Spotify. Descubro así que Mora salta al ruedo el 31 de octubre del ’18 con un extended previsiblemente bautizado Halloween. El EP, no obstante, es lo único firmado por Mora que se me hace digerible -por participar de un funk rock envuelto en baja fidelidad. Tras él, empieza Mora a andar y (a veces) desandar hacia el destino que redondo rubrica en Rayo Tercero.

“¿Y ese destino es...?”. Buena pregunta. “Streching Out (Intro)” no es indiciario, ya que se trata de un sampleo a lo película B, deformado y lo-fi, sin norte definido. Mucho más se vislumbra con “Bloody Roar II”, suerte de hip hop diletante que pretenciosamente busca sustituir “hip” por “trip”. La travesía adquiere contornos francamente penosos con “Mansiche”, excesivamente cerca del trap para mi gusto -busca en su segunda mitad lucir más hip hop, pero el daño ya está hecho, gracias a la intervención de un tal Zavu C que se va en consabida verborrea trappera.

No cambia gran cosa el panorama en el resto del mini-LP. De “Light Like Sound (Intermedio)” a “XXXholic”, Mora prueba transmutarse alejándose del paradigma Bristol. Siempre ligeros, sus resultados son torrejamente pop en “0.3” y en “XXXholic”, y algo más sesudos en “Light Like Sound (Intermedio)” y “Las Flores”. No alcanza, así y todo, para otorgarle el aprobado.

Tan es así, que “S4nt4” es el solitario arrebato en que el liberteño arriesga más, y consigue sonar menos derivativo que en toda su obra publicada a la fecha. Con no poca brusquedad, el bajo saca la casta para mugir en plan jazzy. “S4nt4” se zambulle en abstracciones trippy estrellándose de cabeza con un cajón afroperuano filtrado/reprocesado, obteniendo una reciedumbre digna de esfuerzos más serios. Tras el scanneo en BandCamp propio y en el de Anti Rudo Records, volví a escuchar por última vez este Rayo Tercero pensando en recomendarle a Mora regresar al funk. “S4nt4” me convence de no hacerlo. Acaso todavía es posible que el músico persevere en su camino actual, pero debe jugar las cartas que este numerazo le proporciona.

Hákim de Merv

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