(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 17 de mayo del 2023.)
Trilce, la obra más
representativa de César Vallejo, catalogado como el mayor poeta de la
literatura peruana; ha cumplido un siglo de publicada en octubre del año pasado.
Escrita entre 1918 y 1922, fue ninguneada hasta 1930, año en que empieza su
revaloración gracias a la edición en España con prólogo de José Bergamín
Gutiérrez -dramaturgo y poeta adscrito por afinidad a la Generación del 27. Desde
entonces, se le ha considerado texto capital de las letras nacionales e integrado
en currículas escolares y universitarias durante décadas, extendiéndose así su
influencia más allá de las esferas meramente literarias.
Para los/as melómanos/as más avezados/as, Trilce
guarda un segundo significado, provisto por el track que abre En Cielo De Océano (‘93), debut en largo de Silvania y uno de los álbums más hermosos concebidos
en la lengua de Cervantes. De ello se hicieron visible eco Antonio Gutiérrez y
Fernando Gonzáles, fundadores de Trilce Discos, marca independiente que ya va
por los trece años de vida. La notoria alusión hecha por el legendario grupo cobra
especial relieve, pues, al conmemorar el poemario vallejiano su primer centenario:
de ahí que la reconocida plataforma se sume a la celebración de la efemérides con
el consabido volumen discográfico.
TrilceCien: Estruendo En El Silencio reúne a algunos grupos
y artistas locales, consagrados a reinterpretar once de los 77 poemas del libro
utilizando el idioma de la música -concretamente el del pop contemporáneo.
Hubiera sido interesante saber qué pensaría Vallejo de estas relecturas de su opus,
cosa del todo imposible pero no por ello menos digna de especulación. Ya que él
no puede emitir opinión al respecto, nos toca hacerlo a quienes estamos aquí.
Empecemos, entonces, por decir que hay de todo: jugadas vistosas, bloopers desafortunados
y experimentos horrorosos (por no decir monstruosos). Lástima que, entre las
primeras, ninguna alcance grado sustantivo.
En efecto, ubicadas sobre todo en la segunda
mitad de la jornada, las pistas que cosechan pulgares arriba se mueven entre el
pop acústico de buen paso (“Poema XLIII (Quién Sabe)” de NenaPop), que unas
veces suena algo rezongón (“Poema XXXII (999 Calorías)” de Dr. Didi) y que
otras se queda a medio arroparse de una aureola de crooner (“Poema LXXVII” de
Raúl Montañez). A las ya mencionadas hay que sumar la del alias arequipeño Reverb Chamber, cuyo “Poema VII” posee una elegancia entre cansina y melancólica, y las
de Alunaki (“Poema XLIV”) y de Darko Saric (“Poema LI (También He Sido Así)”).
Estas últimas, saliéndose del molde, en clave “plugged” -con su acostumbrado trote
tripgaze la aventura del mistiano Raúl Begazo, sorprendentemente bucólico el
frontman de Indigo.
Dejo el resto para el final. No precisamente “son
pocas pero son”, las versiones que no cuajan. “Poema XII” de Pawkarmayta y “Poema
XLI” de Muki Sabogal apelan a atmósferas bizarras, inspiradas al parecer en
cualquier cosa menos en la pluma del aedo liberteño. Oscuras, inexpresivas,
casi robóticas; considero que su estética no es definitivamente la mejor opción
para acercarse al corpus de Vallejo, aunque sí podrían funcionar alejándose de
esa fuente. No se puede decir lo mismo de “Poema XXX” de Sheila Guzmán ni de “Poema
XIII” de Dalmacia Ruiz, en la práctica declamaciones planas/lineales/romas que
no cumplen con el cometido del CD (sobre todo la propuesta de Ruiz). Menos aún
de “Poema IX (Canción 9)”, a cargo de Vrianch & Frido Martin, horripilante
entuerto de raggamuffin electro cuyas cacofónicas vocales terminan por hacerla merecedora
de muerte en la hoguera. Un muy mal chiste, totalmente fuera de lugar.
Ejemplo de esas raras asociaciones de las que
está plagada la historia de las escenas independientes peruanas, asociaciones nacidas
en la confluencia casual y breve de personalidades excéntricas, y que por ende
apenas si legan algún testimonio (difícilmente ubicable) de su existencia;
Tanuki Metal Yonin Plus fue un colectivo cuya técnica se fundaba en la
improvisación y en una libertad creativa desplegada más allá de los géneros.
Semejante praxis devendría pronto en parcela propia, visitada por vástagos no
reconocidos y coetáneos suyos como Ensamble Santos Matta, Doppelgänger, _BAS,
Nicotina Es Primavera, Mao Tse Tung, InDuo Antropomorfo y otros.
Se ha aludido a esta alineación comparándola
a la de un “dream team”. Razón no le falta al símil: en ella estuvieron Teté
Leguía (Space Bee), Bruno Sánchez (Turbopótamos) y Carlos French (El Jefazo). También
fue de aquella partida Pedro Fukuda, quien recién después de tres lustros
volvió a dar señales de vida mediante algunas grabaciones con Artaud, el notable
proyecto de Erick Baltodano, hermano de Boris (Ancestro). En marzo pasado, el
músico editó a través de Discos Astromelia el unigénito documento de una nueva
experiencia suya. Documento póstumo, por desgracia, ya que las líneas en BandCamp
hablan inequívocamente del carácter testamental de la placa. Paraíso Ambulante,
pues, se da a conocer cuando en el mejor de los casos inicia una prolongada temporada
en cuarteles de invierno -luego de 11 años de intermitente existencia, si hemos
de atender la información de los cortes más antiguos dispuestos en su cuenta SoundCloud.
Sí puede aseverarse, en cambio, que Ninja
es la primera rodaja concebido como tal por Fukuda valiéndose de un formato
grupal antes que de uno individualista. Además de Pedro, en el esférico
intervienen Enrique Trelles (Suma), Franz Núñez (Búho Ermitaño) y Alejandro
Haaker (Sabor Y Control); todos ellos específicamente convocados para las sesiones
conducentes a la elaboración del artefacto. Es éste una demostración no sólo de
cuánto marcaron a Pedro los días como TMYP, sino además la constatación del
desarrollo de la metodología aplicada en esa precedente experiencia.
Tal cual Tanuki Metal Yonin Plus, las cuatro
composiciones de Ninja encuentran cobijo en la experimentación a que dan
lugar los procesos compositivos basados en la improvisación. En permanente
diálogo, los integrantes de esta encarnación de Paraíso Ambulante orientan sus
esfuerzos sobre todo a la sección rítmica de los surcos. Ya sea que pongan en
práctica las lecciones de la última vanguardia de la música pop con derecho a llamarse
así -Excepter, Gang Gang Dance, Double Leopards, Sightings-, como en “Despedida
Del Teatro Ambulante”, o que no pierdan de vista la melodía pese a sonar como freejazzistas
del futuro, como en la deliciosa apertura “KASHF”; siempre están presentes en
primeros planos la indesmayable percusión polirrítmica y el pericoteo fragoroso
de un bajo mutante. ¿Las guitarras? Casi inexistentes, de tan dosificadas que
lucen.
Ninja viene provisto de un
hidden track sin título. En éste, Paraíso Ambulante pondera su lado más tribal,
sin apartarse de la austeridad que respira el resto de la rodaja. Debido a ese
minimalismo enfrentado entre lo exótico y lo ritual, espontáneamente surgen
conexiones inquietantes, pero sobre todo muy sugestivas con el after punk usamericano
que estalló en New York y alrededores a fines de los 70s. Imposible no acordarse
de Liquid Liquid o de Konk cuando el jazz dadaísta del bonus repta derramándose
canalizado en ángulos no previstos, preso de una neurosis hipnotizante. El
perfecto contrapunto para un tema como “SIHR”, dotado de una atonalidad
filo-industrial, cuyos polirritmos se ven aderezados con voces gritantes y fluctuaciones
caóticas. Algo así como escuchar los delirios de un Sun Ra en huiros, o a unos
Fluxus amancebados a los Residents.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 10 de mayo del 2023.)
Lleva a no poca confusión la de menciones al
rock progresivo que encuentras en medios independientes a propósito de Fases,
quinteto santiaguino formado en el ‘14. No es que la música nada tenga de prog,
pero esa tendencia sonora no precisamente abunda en las enérgicas melodías inscritas en su repertorio -al menos no en las que vertebran el segundo largo, El
Camino Del Selk'nam (8/22). El debut, por cierto, data de octubre del ‘16 -Introspección,
al que a no mucho tardar daré curso.
Con un nombre como ése, era difícil que El Camino Del Selk’nam se me pasase desapercibido. Lo que no tenía cómo prever
era que el camino aludido no asomaba evidente. Empiezo a recorrerle y no percibo
mayores signos de fusión o mestizaje, lo que me hace preguntarme si no habrá ocurrido
algún error de naturaleza cuántica. Para quien no lo sepa, selk’nam es la
denominación de una etnia originaria del sur chileno que fue víctima de
genocidio y que se consideró extinta hasta hace unos años. Hoy, los/as
descendientes del grupo amerindio están en franco proceso de recuperación cultural -cerca de cuatro mil personas, dispersas en las zonas australes de
Chile y Argentina, están volviendo a usar la lengua de sus antepasados, a
estudiar sus costumbres y su cosmogonía.
Entonces se me ocurre prestar más atención a
las letras. Es un efecto surreal el que produce escuchar esa voz que funge de
coral, pues hace las veces de narrador testimonial en primera persona, proveniente
de ese extraviado pueblo. Algo así como cantar poniéndose bajo la piel de un/a selk’nam,
utilizar la poesía -¿se puede calificar de otro modo la letra de “Herencia”?-
que usaba el individuo promedio de esa comunidad racial para explicar/expresar aquello
que veía y sentía. Es, en ese sentido, que el disco recibe tal bautizo: el
manifiesto que denuncia el exterminio de una cultura, de la mejor forma en que
puede -darle voz sin agriarse en lo más mínimo.
Para alcanzar una apreciación de este calado,
no obstante, primero tienes que enamorarte del sonido de Fases. Y no te la pone
nada difícil la banda. Su chamba instrumental es encomiable, de un timing
estupendo: la avasalladora batería y el bajo angular de resolutas líneas isócronas
sostienen un pulso firme, imperturbable, sobre el que las eléctricas se trepan mugiendo
para descargar invencibles riffs en el momento justo, ni antes ni después,
mientras se alternan segmentos en los que la alineación sureña literalmente
contiene la respiración, antes de saltar hacia el cielo abierto de par en par.
Entonces, ¿rock progresivo? Tal vez -sólo tal
vez- la rítmica circularidad a la que a veces apela el conjunto, que más
propiamente invoca a la distancia al hibridaje folk de sus paisanos Los Jaivas.
En orden ascendente, mayor presencia tienen en este episodio de Fases el rock alternativo
más urgente de los 90s, el math rock de ejecución impecable, el post rock trasmutado
en género delimitado gracias a Mogwai, Explosions In The Sky, etc. Un esférico magnífico,
caro al oído, lleno de pasajes muy líricos y de potencia desbordante/expansiva.
Tras varias temporadas en sus cuarteles de
invierno, regresa a la cancha el inacabable Carlos Cabezas, en lo que se ha
considerado su primera grabación solista desde que dobleteara en el ‘10 con Has
Sabido Sufrir y Desamanecer. La verdad, ese status es asaz inexacto,
si bien el músico siempre se ha tomado dilatados intervalos sabáticos.
En Antes Del Sol EP el mapocho es
acompañado por la alineación completa de La Banda Del Dolor, entidad que parece
tener tres décadas de vida y con quien ya trabajase Cabezas antes -en el ‘12, el
largo Dejá Vù lo reunía con La Orquesta Del Dolor, que debe ser una
variación en la nomenclatura del mismo alias. Aún cuando no se hubiera
producido hace once años esa confluencia, el autor grabó y publicó en el ‘15 un
álbum epónimo. Lo que sí sería correcto es afirmar que el extended es la primera
muestra del oficio de Carlos después del que hasta hoy es el último esfuerzo de
su banda madre, Electrodomésticos (el directo Público, ‘17).
De cualquier modo, la info deviene en
anecdótica cuando empiezas a pelarle oreja a Antes Del Sol EP. Cierto que,
al iniciar su carrera individual con El Resplandor (‘97), Cabezas había
dejado claro que lo suyo iba a caminar en direcciones distintas a las que
trajinase el seminal cuarteto de new wave y synth pop. En el extended, sin
embargo, no queda ya absolutamente ningún vestigio de acercamiento alguno a
cualquiera de las tendencias electrónicas fatigadas por Electrodomésticos -cero
ambientaciones electropop.
Cuatro piezas que tienen al pop/rock y/o al
modern rock de la última década del siglo XX como norma sin excepción. El
código es abierto: tan pronto los participantes suenan marcialmente gravosos y adustos,
de una contundencia casi tridimensional (“Empapado En El Calor”, el corte titular),
como vulnerables/otoñales/cuasi baladescos (“No Estás”, “Cegar La Mañana”). Hay
diferencias de grado, obviamente: “Empapado...” suena más liviana que “Antes
Del Sol”, y a “Cegar...” se le piensa más cómoda en los días grises que han comenzado
a menudear en Lima, a diferencia de la dolorosamente nostálgica “No Estás”. Pese
a ello, cada pareja de pistas comparte características formales -batería de
encuadre perfecto, hálito autumnal, guitarras siempre en elusivos segundos
planos.
No he escuchado el resultado de la anterior
convergencia entre el veterano precursor meridional y LBDD. Si he de juzgar por
la presente ocasión, diría que Cabezas se entiende muy bien con los músicos que
ha escogido como apoyo -Mauricio Melo, Nicolás Quinteros, Edita Rojas, Paolo
Murillo y Gonzalo López. Un aperitivo que, espero, sea el anuncio de nuevo
material preparado por el capitalino, bien en solitario, bien al frente de
Electrodomésticos.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 3 de mayo del 2023.)
Ad portas de la última Nochebuena, me llegó a
través de Facebook el anuncio de un nuevo lanzamiento de la británica Cherry Red Records -no confundir con su homónima usamericana-, disquera fundada en 1978
que ha sobrevivido hasta la actualidad y que acredita un catálogo cercano ya a
los tres millares de códigos. Una raya más al tigre, pensarás, quizá no suena
precisamente a notición. La relevancia de éste se trastoca, empero, al conocerse
que es un cuádruple box set programado para marzo; orientado hacia el
shoegazing, antecedentes y derivados.
Considerando que últimamente a la plataforma
independiente le ha dado por apostar fuerte a mega-compilaciones temáticas muy
completas, las expectativas en torno a la proclama tenían asidero. Ya en el ‘16,
la escudería había manufacturado la pentalogía Still In A Dream: A Story Of
Shoegaze 1988-1995, por lo que una nueva entrega incidiendo en el sonido
que concibiese My Bloody Valentine a inicios de los 90s para ahondar en sus
raíces y prole generó mucho entusiasmo. Máxime si tras Still In A Dream...
el sello no vaciló en meter la mano al bolsillo para financiar empresas
similares. Así, a Close To The Noise Floor (Formative UK Electronica
1975-1984) (también ‘16) le han seguido cajas mastodónticas como Close
To The Noise Floor Presents... Noise Reduction System (Formative European
Electronica 1974-1984) (‘17), el triple Further Perspectives &
Distortion - An Encyclopedia Of British Experimental And Avant-Garde Music 1976
- 1984 (‘19) y Close To The Noise Floor Presents... Third Noise
Principle (Formative North American Electronica 1975-1984) (también ‘19). Detalle
no menor es que, en estos titanescos muestrarios, la puntería de la label se
enfoca en una sólida y exhaustiva documentación de los estetas electrónicos anglosajones
en sus respectivos tiempos y espacios. Por lo mismo, el regreso a coordenadas baggy
fomentó grandes esperanzas ante las perspectivas de una macro-antología que fuese
de “consulta obligada” para principiantes y veteranos devotos al culto del ruido
etéreo.
Escuchado y degustado, debo decir que el
contenido de la novísima tetralogía panorámica no sacia del todo las ilusiones que
suscitara a priori. La evidencia más notoria: Cherry Stars Collide: Dream Pop, Shoegaze & Ethereal Rock 1986-1995 no exhibe la consabida prodigalidad de
la discográfica a la hora de licenciar material de otras casas, prodigalidad de
la que ha habido sobradas muestras antes. Ello se traduce en omisiones imperdonables
-no se adjunta una sola pista de MBV, como tampoco de Chimera, Bowery Electric,
Catherine Wheel o Medicine. Acaso no repescar nada de las últimas cuatro bandas
mencionadas puede ser motivo de debate. Que suceda lo propio con el seminal grupo
de Bilinda Butcher y Kevin Shields, por el contrario, tiene rango de pecado
mortal.
No menos evidente es el generoso lugar
dispensado a line-ups y solistas que no se identifican ni de lejos con el shoegazing.
¿Cómo podría ser el caso de David Sylvian, de The Cranberries, de All About Eve
o de Low? Esto, sin embargo, no es necesariamente un demérito; ya que el
criterio seleccionador de Cherry Stars Collide... parece guiarse por una
idea clara y desprejuiciada. Ésta es: trascender el perfil de un determinado
proyecto para evaluar si en su repertorio el dream pop encontró alguna vez
acogida. Ejecutar esta directriz tiene doble efecto. Por un lado, se adicionan
artistas que nunca veríamos citados en un artículo sobre el género, pero que
efectivamente han firmado por lo menos una composición con características
compatibles. Por otro lado, a esa saludable apertura se le pasa a veces la
mano, y termina rescatando canciones que de ethereal noise tienen poco o nada.
La dualidad podría absolverse si se alega que la del box set es una cierta mirada
acompañada/premunida de contexto, si no fuese por la inequívoca claridad de su subtítulo:
...Dream Pop, Shoegaze & Ethereal Rock 1986-1995. Aunque se respeten
los límites cronológicos, los de estilo quedan en fuera de juego con Mojave 3, Dead
Can Dance, Mazzy Star o Saint Etienne. Como asimismo los anteriores, todos
ellos merecedores de panegíricos y laudatorios -pero no es ése el punto.
Independientemente de los resbalones hasta
aquí enumerados, y como sucede de continuo, la principal fortaleza de
colecciones de similar vastedad radica en la “sección perdidos”. Esto es, en aquellas
canciones y/o instrumentales de combos que 1) no alcanzaron la consagración durante
o después de los días de esplendor supersónico, 2) cuyo periodo de vida estuvo
condicionado por colaboraciones extraordinariamente circunstanciales, 3) tuvieron
una breve existencia debido a factores internos. En promedio, un tercio de los
65 surcos que integran el reciente esfuerzo de Cherry Red Records pertenece a
ilustres desconocidos, cumpliéndose así con uno de los requisitos formales para
que valga la pena adquirirle -ya que, si sólo se van a compilar los “greatest
hits” del shoegazing, en vez de hacer el gasto ahora se puede rippear tal o
cual CD para armar una carpeta equivalente/buscar en YouTube los temas y crear
una lista de reproducción en cuenta propia conforme indican los créditos del
box set.
Contrariamente a lo ocurrido en otras cajas,
el problema de Cherry Stars Collide... es que ese porcentaje no sólo está
conformado más por hueso que por carne, sino que igualmente no es del todo encuadrable
dentro de parámetros dream pop. En lo concerniente al primer disco, por
ejemplo, el único nombre ignoto que merece pulgares arriba es el de Shelleyan
Orphan. Y tan ignoto tampoco es, pues se trata de la primera experiencia
conjunta de Caroline Crowley (voz en algunas melodías del Blood de This
Mortal Coil), Porl Thompson y Boris Williams (respectivamente
multi-instrumentista y baterista en algunas etapas de The Cure). “Tar Baby”,
además, se halla más cerca del indie que del baggy. Los tres tendrían un
segundo aire al declinar los noventas con Babacar.
La situación se alivia un poco en la segunda
rodaja con Blow-Up (“Heaven Tonight”) y The Heart Throbs (“Kiss Me When I’m Starving”),
dos conjuntos incógnitos que, a juzgar por lo escuchado en ChSC..., merecían
mucha mejor suerte que el olvido a que se vieron confinados. Partícipes de
equivalente reivindicación son Blind Mr. Jones (“Hey”) y An April March (“All
The Flowery”), alineaciones ubicadas en el cuarto esférico. En cuanto al
tercero, que es donde empiezan a menudear los himnos de talante shoegazer, no
encuentro nada que sea especialmente relevante. Si bien viñetas como “Rosemary
Jones” (Levitation), “If I Could Shine” (The Sweetest Ache), “One Thing Leads
To Another” (The Darling Buds) o “Strange Young Girls” (Smashing Orange) pueden
resultar agradables al oído y fáciles de asimilar; no consiguen aportar gran
cosa al vocabulario ethereal noise. O al del indie noventero.
Vamos ahora con los consagrados. Exceptuando
a los que se citan en el tercer párrafo de esta nota, con el añadido de dos o
tres actos más (Lovesliescrushing, The Boo Radleys, el primer Ride), están
todos los que deberían. Otro cantar es que figuren merced a sus momentos más
inspirados. Slowdive, verbigracia, es de la partida con la versión single de “In
Mind”. Una genialidad, pero adscrita a la época en que los de Reading sostuvieron
un breve romance con la electrónica cosecha 90s. ¿No era mejor elegir algún
track del celebérrimo Souvlaki (‘93)? Ídem con Cocteau Twins, terna precursora
del dream pop cuyas bondades la disquera retrata valiéndose del lugar común que
a estas alturas es ya “Iceblink Luck”, cuando pudo haberle favorecido más con algún
otro corte del mismo álbum, Heaven Or Las Vegas (“I Wear Your Ring”, “Cherry-Coloured
Funk”). O simplemente escoger de otro LP (el majestuoso Milk & Kisses).
Muchos de los “must” del baggy adolecen del mismo hándicap: This Mortal Coil (“Drugs”),
Pale Saints (“Fine Friend”), Kitchens Of Distinction (“Hypnogogic”), His Name Is Alive
(“As We Could Ever”), The Ecstasy Of Saint Theresa (“Fluidum”), The Telescopes
(“Celeste”), Chapterhouse (“Mesmerise”)...
¿Qué se puede sacar en limpio? Cherry
Stars Collide: Dream Pop, Shoegaze & Ethereal Rock 1986-1995 es una guía
de referencia de nivel elemental para el/la escucha que no ha tenido una
primera vez con el shoegazing, antepasados y derivados. La siguiente parada
debiera ser Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995. Para el/la
escucha curtido/a en estas lides y enamorado/a de la sofocante caricia del
huracán que supuso la primavera baggy de los primeros 90s, en cambio, este box
set funciona como bonito recordatorio de los días en que la flama incombustible
del ethereal noise capturaba para nuestras memorias los colores irrecuperables
del crepúsculo sobre la Tierra. Hasta se puede disfrutar escuchar a los
clásicos acompañados para la ocasión de otros coetáneos que transitaban
direcciones paralelas -Talk Talk (“Eden (Edit)”), Red House Painters (“Japanese
To English”), Bel Canto (“Unicorn”), Julee Cruise (“Falling”), The Sundays (“God
Made Me”), Spiritualized (“Feel So Sad Glides And Chimes”), The Wake (UK, “English
Rain”), Insides (“Yes”), The Ocean Blue (“Ballerina Out Of Control”)... Habida cuenta
de la preexistencia del Still In A Dream..., no obstante, se esperaba un
poco más de profundidad en los vericuetos del género.
En última instancia, ChSC... es una apetitosa
invitación a repasar tantos discos maravillosos que atesoramos en el espíritu,
al amparo del único sentido humano que el Alzheimer es incapaz todavía de vencer.
Ah, me olvidaba: se agradece, eso sí, tener por fin “Sleep” de The Eternal con
una calidad de sonido superior a la de versiones anteriores.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 26 de abril del 2023.)
¿Cuántas veces te has topado con músicas cuyas
substancia y fragancia brotan y se derraman entre el moho y el éter, cuyas
esencias irradian incandescentes luminosidades a pesar de yacer encerradas en capullos
de cardenillo, cuyos pathê fluctúan entre el amour fou por la borrasca más impenetrable
y la devoción en grado summum hacia la transparencia más inmaculada? Pocas, seguramente.
Experiencias así no han sido frecuentes en el devenir de la música pop. Ni
antes, ni ahora, ni -al paso que vamos- en el futuro.
Desde que empezó su existencia a inicios de
la década pasada, el dueto Laikamorí se ha ido aproximando paulatinamente a ese
¿estatus? ¿limbo? ¿feudo aporético? Basta escuchar con algo de interés sus dos
referencias anteriores al presente año para confirmar evoluciones sostenidas rumbo
a esa zona liberada donde pocos se atreven a poner pie. No obstante, la ruta
recorrida hasta ahora no había experimentado un salto dialéctico de la magnitud
que el registrado por el recientísimo △△△.
Valgan verdades, qué travesía tan excéntrica
la que propone Laikamorí con el output contenido en su segundo álbum, que se hizo esperar por espacio de un
lustro tras el muy recomendable debut en largo. Música excéntrica y
maravillosa, observando la costumbre del dúo de firmar canciones como extraídas
de una realidad paralela millas distante -y también, como ya subrayé, la de realizar
gambetas sustantivas respecto de discos anteriores. Pasó con Persōna
respecto de °°°°°°° EP, y acaba de pasar con △△△ respecto de Persōna.
Música excéntrica
y coherente. Es como si la obra del misterioso tándem peruano afincado en New
York ganase mayor nitidez tras cada nueva entrega, sin abandonar las claves del
esteticismo que abrazase tras su nacimiento. La consistencia/el espesor casi
material del tejido que envuelve las creaciones de Laikamorí encuentra sólida
refrendación en los diez temas de △△△. Lo mismo le acontece a la debilidad por el lo fi, sólo que este
último se halla ahora esmaltado por una pátina de baja resolución que produce
efecto similar a aquello que en el vaporwave se conoce como “glo fi” -un fulgor
emocional más que real, cual si estuviera atrapado en ámbar.
El símil
del renglón precedente no debe llevar a pensar en estatismo o quietud, empero.
El Ritmo está más presente que nunca en la fragua del enigmático binomio, basculante
entre la ascesis industrial (“Proto”, “Saqra”), el vendaval IDM (“Kháos”, “Codex”)
y la gélida calidez synth (“Arka”) -aunque en última instancia tenga siempre al
ambient por todo norte (“Oscurana”, “Replika”). Ello no contradice la adopción
temporal que Laikamorí realiza de otros colores, destinados al acabado antes
que a la columna vertebral de △△△. Así, “Replika” tiene de ambient, pero también de solemnidad darkie.
“△△△” posee tanto
de videojuego ochentero como de ethereal wave. Y el IDM de “Codex” comparte
plaza con una indómita hibridación “psych” del vetusto post punk.
El saldo de este △△△ renueva, pues, la imagen de la ya célebre
mancuerna. Es otra, y a la vez sigue siendo la misma. Con sus voces filtradas (“Kháos”
es el único track en el que se escuchan vocales más o menos limpias), con sus escaladas
y desaceleraciones de velocidad afinada, con sus secuencias fogosas (“Amok”),
con el dulce florilegio de sus teclados, con sus arrullos y sus asperezas en
constante reverberación (“Hypno”). Drone pop chisporroteante nimbado por la
producción artística, como sucedía asimismo con Persōna, del inmenso
Mario Silvania.
Este 2023,
la carrera hacia diciembre ha empezado sin reservarse nada.