(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 18 de septiembre de 2024.)
Muy a destiempo -cuatro años, nada menos- me
doy por enterado de las existencia y puesta de largo de Mumrunner, alineación
finlandesa originaria de Tampere, en la zona sur de la nación escandinava. Aunque
sospecho que el cuarteto pervive, ya que su Facebook registra actividad hasta
fines del ‘23, con seguridad Valeriana ostenta todavía la condición de
última producción publicada. En físico, el esférico fue coproducido por la
estadounidense Shelflife (para América) y por la germánica Through Love (para
Europa).
Los inicios de Mumrunner se remontan a 2014,
cuando se lanza el single “Zit”, ocupando “Rut” el consabido lado B. Si bien ya
entonces eran cuatro, no son los mismos que llegarían a grabar el debut: en el
camino se uniría Michael Kloet a Kati Säger (bajo), Juuso Peltonen (batería) y
Sauli Hämäläinen (guitarra), en lugar de un tal Jukka; vocalista que abandonó
el combo después de editarse Gentle Slopes EP en el ‘16. Por fortuna, la
voz de Sauli se parece bastante a la de Jukka, generándose así una nada
desdeñable impresión de continuidad.
Desde el puntapié de largada del ‘14, quedó evidenciado
que lo de estos nórdicos se decantaba por enyuntar el indie y el shoegazing,
dos géneros que a mediados de los 90s comenzaran a sincronizarse y a converger
más de lo que las apariencias sugerían. Luego de un par de sencillos virtuales
y del extended play mencionado, Valeriana confirmaba las cualidades por
las que Mumrunner había decidido apostar. Si bien “Foe” era un aplicado
ejercicio de baggy bastante ágil para los paradigmas de estilo, no evitaba correr
sobre el pavimento del indie pop de principios de siglo.
A posteriori de la apertura, Mumrunner elige
bascular. En “Remember Me”, los fineses acentúan el filón de indie dulce y
doloroso adoptando los modos del solitario neoyorkino Nicholas Nicholas -el
vapor lo fi con que el grupo flirtea complota para viabilizar el símil. Sin
repetir influencia, la pesadumbre murriosa del instrumental “Valeriana” hunde
el dedo en la llaga, lo mismo que “Woe”. Por contraste, el dream pop desplegado
en “Mirage”, “Haven” o “Easy Life” se devela más cuajado: aunque los colores
predominantes dependan en mayor o menor grado del tempo -raudo en “Haven” y en
“Easy Life”, a media máquina en “Mirage”-, en el “peor” de los casos puede
el/la escucha paladear una nostalgia muy agradable.
El CD cierra con “Transient” como mordiéndose
la cola, pese a darle más protagonismo al soporte rítmico que a las vocales y
sobre todo a la eléctrica -aparece a cuentagotas en el epílogo. De todas
maneras, es suficiente para redondear el estreno cumplidor de una agrupación
que nos queda al otro lado del mundo. 31 minutos sin nada que sobre y con
algunas cosas faltantes. Desde entonces (‘20), de Mumrunner no se han vuelto a
tener noticias. Como subrayé al inicio, su página Facebook continuaba mostrando
actividad hace doce meses. El detalle es que ésta era mínima. ¿Habrá sido la
banda otra “víctima” del COVID-19?
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 11 de septiembre de 2024.)
Próximo a acabarse octubre del ‘23, Mario Villayzan
puso nuevamente en práctica aquello que condensa la sentencia “la rutina de lo imprevisible”.
En promedio, había trascurrido un año desde el lanzamiento de Banda Sonora Para Cometas Y Halos Lunares, pese a lo cual el único integrante fijo de la saga Silvania sometía a consideración todo un nuevo disco -con seguridad, el
más extenso en la voluminosa discografía del célebre alias. También, el que más
sutilmente contravenía los pronósticos sobre el derrotero a seguir en un futuro
inmediato.
En efecto, Banda Sonora... se enfocó
en las vertientes electrónicas alentadas por el otrora dúo, lo que inducía a especular
en torno a un cambio de dirección respecto de Todos Los Astronautas Dicen Que Pasaron Por La Luna (‘21). ¿Bajo qué parámetros? Se pensaba que los
mismos de Juniperfin (‘97), del Suprematiz EP (‘97), del Naves
Sin Puertos (‘98). Aeolian reposiciona a Silvania como notorio
habitante del planeta electro, sólo que afincado en el continente de donde es
oriundo el ambient pop. Basta con empezar la reproducción del plástico para
comprobarlo -el empuje vitalista de “Ella Es Un Arcoiris”, plasmado en
maretazos de almíbar digital.
De allí en más, son muy pocas las ocasiones
en que Mario prescinde del fuego que entregase The Blue Nile en los 80s, y que
aquí cuenta ya con una tradición de cierta antigüedad (de Jardín Solar a Aural
Noise, pasando por Dispositivo Sueños, Polvos Azules, Blind Dancers e incluso
Ciëlo según qué jornadas). Podría hablarse de la espartana austeridad de “A
Derek Jarman” (en memoria del recordado cineasta británico que filmase Jubilee
y rodara videos para artistas como los Pistols, Pet Shop Boys o los Smiths). Podría
sumársele asimismo la lírica ensoñación glacial que emana de “Felt (Saoirse)”.
No mucho más, por no decir nada más, salvo quizá “Julia Song” y su liviano tono
avant garde.
Utilizando elementos estéticos de otros
territorios (sendos guiños al hit de Salvatore Adamo “Es Mi Vida” y al
shoegazing en “Nuestra Historia”, al lado más diáfano de M83 en
“Constelaciones”), apelando a tinturas flemáticas con que pintar la melancolía
y la nostalgia invernales (“Canción Para Nadia”, “Elizabeth”), suprimiendo
criteriosamente el empleo de secuencias para abrillantar las vírgulas infinitas
del Cygnus Space o del Arp Solina (“Canción De Las Esferas”, “Aeolian (Aire
Song)”)... Así logra el músico limeño diversificar el cariz de Aeolian,
cuya duración rebasa los 79 minutos sin que el oído muestre signo alguno de
fatiga.
Todo lo contrario. Es de agradecer el ambient
pop facturado en esta entrega por Silvania, de plácidas ambrosías
etéreo-electrónicas (“Sinestesia-Oyendo Los Colores”), de prístinas
reverberaciones que arramblan el oscuro vacuus interestelar (“Celeste Dice”),
de melodiosos soundvenirs (“Felt...”) y sidéreas resonancias celestiales
(“Solina - Melancolía”). Resulta fútil arriesgar ahora pronósticos, por dos
razones. La primera es que Aeolian ya tiene sucesor, de más bien corto
minutaje. y la segunda, es que permite éste vislumbrar en Mario un pathos que prefiere
moverse priorizando el momento y la intuición por encima de la planificación y
la razón.
Para la quincena de mayo, Silvania da a
conocer a través de su cuenta en BandCamp un artefacto a medio camino entre mini-álbum
y largo. Igualmente por intercesión de Celeste Discos, la nueva rodaja presume
su naturaleza admirativa desde el título. Nazca (A Maria Reiche) es -como
también ocurre con la homónima identidad paralela de Miguel Ángel Elescano (DJ Locopro)- el homenaje personal de Villayzan a la fallecida científica alemana,
que consagró su vida al estudio de las famosas líneas prehispánicas sitas en
Ica.
En este conciso volumen (poco más de media
hora), Mario siembra y favorece una variedad de ambient pop a la que se le siente
bastante cercana a la IDM noventera. Algo así como un híbrido entre el mejor
Dreams On Board (el de Wishes, ‘15) y el intelligent techno de calado intermedio
(LFO, B-12, Locust). Bajo determinadas condiciones, la antedicha cruza puede
sentirse más cómoda acercándose a la accesibilidad melódica (“Reiche”) o
aproximándose a las geométricas complejidades de la electrónica post rave (“Otra
Luna . Desde El Cielo”). Una oscilación nunca lo suficientemente extrema como
para privarse de anclas que le retengan en campo contrario (“El Astronauta” incluso
se permite coquetear con la lúdica circular del drum’n’bass).
Abriendo la segunda mitad de Nazca...,
“Colibrí” saca chapa de outtake repescado de las sesiones de grabación de Aeolian.
Aquí, sin embargo, lo que suena es un theremin vagabundeando sin cesar por
estratos superiores del pentagrama -casi cósmicos. En idénticas coordenadas se
plantea “Nazca Song”, que reemplaza al instrumento de origen ruso por los Arp
Odissey y los Ocean Swift, los Dx 7 y los Cs 80 Yamaha, habituales todos ellos en
el opus previo. De otro lado, ubícase “Maria Dice” bajo el mismo signo que “El
Astronauta”, volviendo al redil del ambient pop transfigurante. Diferente, pero
en cierto modo parecido: aunque el track no dispone de un soporte de estructura
secuenciada, el lugar de éste es ocupado por tintineantes teclados que hacen
levitar la melodía entera, suspendiéndola entre esos mundos que ahora surca Silvania.
Con Nazca (A Maria Reiche), cuyas composiciones
registradas el año pasado samplean a la erudita germana a destajo, conmemorando
así los 120 años de su nacimiento; queda manifiesto aquello del modus operandi
intuitivo, que obra a partir del temperamento y de la disposición anímica del
aquí y del ahora. Ésa es mi impresión final, concerniente cuando menos a estos
trabajos: como sucediera en su momento con los estetas Vinny Reilly (The
Durutti Column) y Michael Rother (ex Neu!), Mario parece haber encontrado su
propio espacio más allá del nombre de Silvania y el prestigio/peso que
comporta. En adelante, tal vez no hayan tantas novedades como antaño, cualitativamente
hablando, si bien eso no tiene por qué opacar el fulgor de cada nuevo parto por
acaecer.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 4 de septiembre de 2024.)
Por estos días, hace cuatro lustros Abrelatas
era un nombre harto conocido al interior de las escenas off-mainstream peruanas.
Su Hormigas Boca Arriba los confirmó como la grata revelación que
anunciaba “Concreto”, corte que aperturaba Verano Del 69, compilación
curada por la revista 69 en su cuarta edición. El plástico gozó de una
amplia cobertura en medios especializados de la época, en cuyas páginas se
ensalzaban el saturado(r) ludismo de unos teclados de fantasía y el distendido
candor de unas eléctricas en la mejor tradición indie de los 90s y años
inmediatamente posteriores.
Desafortunadamente, en diciembre del ‘06 el
trío se desbanda con su segundo y último esfuerzo, Inútilmente Románticos
-si bien en noviembre del ‘08 apareció vía Dorog Records una exigua
recopilación para descarga gratuita bautizada como Lecciones De Manejo
EP. Desde entonces, no han faltado los fans que recordaban con nostalgia estas
excelentes placas y suspiraban por la posibilidad de una reunión de Ronny Quiroz,
Christian Vargas y Jorge Páez -cada vez más lejana con el nacimiento a renglón
seguido de Teleférico, proyecto de Christian.
Con motivo del vigésimo aniversario de Hormigas
Boca Arriba, se han producido dos ocurrencias en las últimas semanas. Una
de ellas es el relanzamiento de la rodaja en cuestión, premunida de tres outtakes
más el añadido de “Concreto”. La otra es la publicación de un nuevo título en
la discografía de Abrelatas -si bien esa condición hay que tomarla con pinzas. Amplitud Negada es un extended apuntalado por canciones que permanecían inéditas
hasta el momento, y que recién se han registrado a partir de febrero del ‘24, pero
también por nuevas versiones de tracks que tiempo ha son de dominio público. Procesos
de grabación, mezcla y masterizado han corrido exclusivamente por cuenta del
multi-instrumentista Vargas, lo que significa que aún la terna está lejos de
volverse a juntar -cosa que, por otra parte y más allá de uno que otro rejunte
privado, quizá nunca suceda.
Podría decirse a vuelo de pájaro que tanto
los nuevos números como las nuevas versiones de los antiguos recuperan fervientes
el espíritu naif y pedestre del estreno, salvo por “Canalizarlo”, al que se
siente más cerca del hálito crepuscular de Inútilmente Románticos. Performance
esforzada: la “pared de sonido” que se erigía en HBA sigue incólume,
dialogando e interactuando los instrumentos como si dos decenios no fueran sino
una veintena de jornadas. En lo tocante a “Vitamina” (antes “Vitamina En
Digital”), a “Gramática” y a “Tangible”, estas relecturas se descubren
respectivamente más ágiles, potentes y entusiastas que sus moldes originales. Dichas
cualidades se propagan a “Repeticiones”, que abre el CD, y a “Amplitud”; por lo
que no es erróneo asegurar que el EP actualiza la promesa del debut -a saber,
la de un sonido refrescante que abraza la emotividad pop ateniéndose a cánones
más rock, la de un divertido non-sense letrístico con que hablar por igual de
la noche que pausada cae y del paquete de galletas a punto de desbarrancarse hacia
el piso.
Dejo para el párrafo postrer el round que
despide el extended, el “distinto” -cosa curiosa, porque, como “Amplitud”; se
trata de un inédito fechado en el ‘03, siendo “Repeticiones” la única pieza
verdaderamente nueva. “Canalizarlo” posee una tónica más orgánica, menos
recargada, como saliéndose del paradigma de saturación que impuso Hormigas...
y asumiendo al 100% su esencia pop. Delicado y a la vez firme, si éste es el
acabado que siempre se le quiso dar, entiendo por qué no fue incluido en el
primer largo y tampoco en el segundo (que tiene extra de serotonina). Se
revalida, así, la vigencia de las “leyendas urbanas” que corren sobre Abrelatas.
A punto de fenecer febrero del presente, el
incansable Miguel Ángel Burga editó el que hasta ahora se mantiene como su único
trabajo de este 2024 que ya empieza a declinar. El artefacto en cuestión es un
EP cuyo punto focal se precipita sobre Maryann Amacher, y ya venía siendo
anunciado en estos bytes desde fines del ‘23. Alumna de Karlheinz Stockhausen, ciertamente
la compositora usamericana que se especializase en psicoacústica y colaborase
con John Cage asoma como la principal fuente de inspiración para el músico desde
su anterior Down In The Valley EP (‘23).
En efecto, ya entonces Burga había comenzado
a materializar un creciente interés por el dub y cómo éste lograba asimilar su
ADN a otros géneros no necesariamente cercanos, aunque sí fecundos en
digitalismos lisérgicos y en frecuencias subsónicas. A este crisol, el limeño
añadía una guitarra cada vez más difuminada, al punto de convertirse en la
reverberación de aquello que no se halla realmente tangible en las grabaciones
(¿o sí lo está?). Esa práctica se mantiene, pero el minimal ambient dub que
puebla ahora Amacher93 EP ha mutado incorporando cepas de origen drone y
techno -lo que, por definición, debería convertirle en extraterrestre.
Sea acercándose, a través de “Synaptic”, a la
cara electrónica que comenzó a mostrar Slowdive en el insospechado 5 EP
(‘93); sea produciendo, gracias a “Intercepter Dub”, un inextinguible bursting
out al que alimentan multitud de fractales pulverizándose a escala molecular;
el illbient alienígena de Amacher93 EP se arroga el mérito de inaugurar,
ahora sí con todas las de la ley, un nuevo campo de acción en el universo del
experimentado ex Espira. Aunque no debería sorprender mucho este nuevo giro,
considerando la naturalidad con que el background del frontman de La Ira De
Dios le ha guiado subrepticiamente hasta allí -excepción hecha por los sonidos
de tonelaje pesado.
Capas electrodélicas fértiles en graves
abisales, generosas en lo que parecen ser ecualizaciones droppeadas, pletóricas
en secuencias de armónicos sin modular... Produce en transparente formato
vinílico de 8’’ la británica Sleep Fuse, subsidiaria de Reverb Worship, que
asimismo se ha portado con el “subatómico” video de “Synaptic”.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 28 de agosto de 2024.)
Estaba por ponerme a hacer el brainstorming
respectivo en mi cuaderno de notas a propósito de La Náusea, del trío
mapocho Burdo, cuando descubro todo un pasado a cuestas con ese alias. Sabía
que tenía vela en ese entierro Nick Vayolence, el puncherazo baterista de Vago Sagrado, pero no que Burdo era anterior a la forja de los maravillosos bigardos.
En efecto, La Náusea es el documento que rubrica la primera década de
existencia de estos airados chilenos.
Tampoco entonces me hallaba al tanto del
epónimo debut (‘14), lanzado online de manera independiente por la propia terna,
lo que desbarata todo intento de ponderar a La Náusea como estreno. Cierto
que, normalmente, una banda salda diez años de vida con al menos dos largos y
algunos sencillos, pero también es verdad que las excepciones a la regla no son
precisamente contadas. Lo interesante, en cualquier caso, es haber podido
constatar a posteriori la notable evolución concienzudamente direccionada de un
paso al otro. En Burdo podía hablarse de post hardcore y hasta de garage
stoner, según uno u otro asalto. En el nuevo álbum, estos ingredientes o bien
quedan relegados a estratos muy inferiores, o bien desaparecen del todo -como pasa
con el segundo.
A partir de discos como La Náusea,
podría reconstruirse una época -en este caso, la del after punk, a ambos lados
del Atlántico. Burdo no pretende ensayar fórmulas revivalistas, sino que
asombrosamente logra calzarse ese exacto par de chuzos. Pese a posicionarse lo
más lejos posible de una categorización análoga a la de “stainless steel”, la eléctrica
literalmente rebana el ambiente en que los tracks sean reproducidos, y cuando
tiene que moverse en llamas, se inflama sin la menor dilación (“Isla Decepción
(El Peso)”). El minimal accionar de un bajo mugiente y apisonador (“Timo”) establece
inequívocos vasos comunicantes con la contundencia y aspereza del post punk disparado
por gente de la talla de This Heat, Mission Of Burma o Killing Joke -la corrosiva
brutalidad decibélica de éste, la marcianaza visceralidad caótica de ése y la
inasequible obsesión iterativa de aquel aparecen aquí recreadas. Ello, sumado
al cúmulo de descargas percusivas que se hace eco de las aristas más
crispantemente cacofónicas escu(l)pidas por el punk (“Bajo Cero”), sitúa a
Burdo en una suerte de limbo asaz incómodo para las taxonomías -pero desafiantemente
fascinante.
Las sorpresas no acaban llegados/as a este
punto. Con “Parque Industrial”, el terceto finalmente convierte en notoria esa
concepción del Ruido que desde la música rock se esgrimiera durante los 80s, y
que ha estado sobrevolando La Náusea a lo ancho de su primera parte. Es
en ése su mejor momento, que Burdo comienza a desacelerar. De “Punto Muerto” en
adelante, la intensidad y la trepidación que habían llevado las riendas
comienzan a menguar. No es forzosamente un demérito, ya que pistas como
“Tormenta” y “Resfrío Común” conservan sus ominosas atmósferas y evitan hacer
mayores concesiones a la melodiosidad. Sin embargo, sí coadyuvan a que se
desvanezca la impresión de haber estado siendo atropellado/a o arrastrado/a por
una imparable locomotora prehistórica. Esa misma sensación que “La Náusea”
recupera a punta de subversivo galope incendiario, en el crepúsculo del LP.
Autoeditado tal cual su homónimo predecesor, La
Náusea ha pasado a engrosar el catálogo de Poxi Records, dándole de paso
una formidable pincelada de variedad a la nómina. Insurrecta y sorpresiva
estocada la de Vayolence, Ignacio Mejías (bajo, voz) y Gastón Sánchez
(guitarra, voz). Exactamente como nos gusta.