(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 20 de octubre del 2021.)
Desde nuestra entonces miope perspectiva
tercermundista, en los 90s lucía hasta cierto punto normal que sellos
especializados en la vanguardia electrónica más rompe-esquemas del momento librasen
auténticas batallas para fichar a los estetas que daban la hora a nivel
internacional. Worm Interface (¡¡¡Squarepusher!!! ¡¡¡Solar X!!!), Mille Plateaux (¡¡¡Microstoria!!! ¡¡¡Thomas Köner!!!), Mego (¡¡¡Christian Fennesz!!!
¡¡¡Farmers Manual!!!), R & S (¡¡¡Ken Ishii!!! ¡¡¡Locust!!!), Warp Records (huelgan
mayores comentarios aquí)... La descomunal bronca entre estos dos últimos por apropiarse
de la rúbrica de Aphex Twin dejó de ser una leyenda urbana, por ejemplo, tras
el triunfo de los de Sheffield sobre los belgas. Hoy se oye hasta ridículo,
pero en aquellos tiempos -en que muchos llegamos a la primera adultez- le encontrábamos
sentido.
Pienso en esa extravagante situación al
verificar que Rupt + Flex 94 - 96, el cuádruple box
set que Seefeel dispensó este año, ha podido concretarse gracias a la
colaboración entre Warp y la ¿resucitada? Rephlex Records. Propiedad del Twin y
de Grant Wilson-Claridge, Rephlex había cerrado operaciones a inicios del 2015,
como parte de las actividades programadas por el primero para priorizar su
carrera. Relanzarla, puntualizaría yo: tras el doble Drukqs (2001), el
Gemelo no ha hecho sino recurrir a material almacenado en bóveda para soltar
EPs y singles desprovistos de la monumental trascendencia que lograba cada endiablado
lanzamiento suyo en la última década del siglo pasado. Un “has-been”, de algún
modo, como otros de idéntica estirpe.
También Seefeel puede entenderse de esa guisa.
Con la producción de sus mejores épocas desparramada entre Too Pure (Quique),
Rephlex ((Ch-Vox)), Warp (Succour) y Astralwerks (Polyfusia,
seminal recopilación tempranera de 7’’s y extendeds); el epónimo CD -Warp, 2011-
que testimoniaba el rejunte del otrora célebre grupo -adelantado el año
anterior con el Faults EP- no consiguió inaugurar nuevas direcciones en
el cosmos de la música electrónica, tal cual hiciesen los principales títulos
de entre los que he enumerado un par de líneas atrás. Y aunque luego la banda
siguió editando uno que otro sencillo interesante, amén de la sesión radial para el finado John Peel (2019), la sensación que exudaba este retorno era la
de haber perdido drásticamente el paso del Tiempo. Es más, si no fuera por Rupt
+ Flex..., ni idea de que Seefeel seguía existiendo como cuarteto -en el
que Sarah Peacock y Mark Clifford son los únicos miembros de la formación histórica
original, secundados ahora por los nipones Shigeru Ishihara y Kazuhisa Iida.
En las notas del BandCamp oficial, Seefeel afirma
que Rupt + Flex 94 - 96 antologa 22 temas rescatados
de sus archivos, nunca antes liberados. Sí y no. Los dos primeros volúmenes del
box set están reservados para la versión redux del umbroso ambientcore
de ciencia-ficción de Succour (1995), mientras que el tercero hace otro
tanto con el homólogo de (Ch-Vox) (1996), destinando el cuarto volumen a
los EPs Starethrough (1994), Fracture/Tied (1994) y Sp/Ga 19
(2019) -amén de otras piezas de difícil disponibilidad. El caso es que, a
diferencia de su par de Quique (1993), que obtuvo luz verde en el 2007,
la edición redux de Succour aparece por separado en triple vinilo
el mismo día que la caja recopilatoria (14 de mayo). Encima, parte de su
repertorio -“As One”, “Burned”- proviene del Reduct, extended eyectado
en abril pasado. De esa misma fuente se repesca “Starethrough (Transition Mx)”,
añadido al cuarto esférico del box set. De esa misma fuente procede también el
magnífico “Evio”, que pasa a engrosar la versión redux de (Ch-Vox)
-adivina qué día se pone a la venta el vinilo doble. Poco menos que agiotista esto
de sacar reduxes “exclusivos” la misma fecha en que disparas una colección
cuádruple que les abarca, ¿no?
Alguna vez los periodistas Víctor Lenore y Jesús
Llorente escribieron un canónico dossier sobre el post rock para la excelente
revista española Factory (número 10), en el que se decía de Seefeel que practicaba
“el sonido de Cocteau Twins para el siglo XXI”. Curioso que ni el trío escocés ni
los cuatro de Londres hayan llegado a voltear la esquina del milenio: los triates
Cocteau se desintegraron en 1997, sin posibilidades reales de rearmarse a día
de hoy, mientras Seefeel empezó a cocinar su reentré con el redux de Quique,
hace catorce años y después de diversos proyectos sucedáneos (Scala, Disjecta,
Sneakster, January). Igualmente curioso es que no se incorpore ningún LP de Mark
Clifford y compañía en la discografía recomendada por el informe de Factory,
como si el combo no encajase del todo en el “perfil” post rocker trazado, algo
insólito considerando que el reportaje avala la opinión que indica que “detrás de
cada grupo de post rock hay una etiqueta diferente por inventar”. Casual o voluntaria,
esa omisión confirma un dictamen que casi nunca he visto por escrito: más que
post rock, la de Clifford-Fletcher-Peacock-Seymour era una alineación híbrida
que partía del shoegazing para saltar del post rock al ambient binario de
avanzada, y viceversa.
Moonshake, To Rococo Rot, Laika, Tarwater... Son
pesos pesados como éstos, entre quienes más a gusto se siente contado el alias
londinense. No obstante, nadie podría siquiera insinuar que alguno de ellos se
le parece. Como hiciera My Bloody Valentine, y en modo harto distinto del que encarase
Main, Seefeel creó una nueva poética de la guitarra procesando su
característico timbre a través de multitud de filtros digitales. Luego de una
jornada celestial como la de Quique, el perfecto equilibrio sónico entre
júbilo entusiasta, hermosura y noise dio pie al trip mitad tenebroso mitad
lúdico de Succour. Imagino que remasterizado en el primer compacto de la
tetralogía, su percusión minimal/seca/precisa explota las posibilidades
expresivas y rituales de tribus que habitarán futuros incalculablemente lejanos.
Sus texturas en cascada y su ambient borrascosamente febril parecen la banda
sonora ideal para observar en fast-forward la convulsa y cambiante transformación
de la geología de jóvenes planetas rocosos.
De cariz similar se revela la segunda rodaja del
compendio, bautizada Succour (+). Observando las excepciones hechas, se
nota por su acabado -o la falta de éste- que son outtakes de época. Pese a las
ambientaciones oscuras/opacas (“As Track“, “As Well”), los inéditos son en su
mayoría tanteos atmosféricos premunidos de la ingrávida placidez del ensueño (“Meol
2”, “Meol 3”). El que permanezca el impulso primitivo pero no el tribal/comunitario/gregario
parece señalar que se trata de un Succour en estado larval -uno en que
las programaciones recién retumban al paso de los tramos finales, como “Fractions
2”, “Rupt (Cut Mix)” y “Monastic”.
En entrevista concedida para la revista
peruana Freak Out! (número 3, ver foto al costado), nos contaba Mark Clifford que (Ch-Vox)
de póstumo no tiene sino la fama. Seefeel jamás tuvo una disolución formal (“sólo
paramos de grabar”), y la placa saldaba un compromiso de palabra con Rephlex Records,
compromiso pactado antes del contrato por cinco discos firmado con Warp. Al
comenzar a escindirse la cohesión grupal, Clifford asume conducción y desarrollo
del álbum, por lo que definir a (Ch-Vox) más como un ejercicio solista
del frontman que como un esfuerzo colectivo no está nada descaminado. De ahí la
brevedad de la edición primigenia, computable en 33 minutos. De ahí también
acaso ese velo de smog que amortaja no sólo los seis cortes originales, sino
además los seis adicionados en la correspondiente versión redux -con la excepción
ya enunciada de “Evio”. Lejos de anunciar las aislacionistas vibraciones filo-industriales
de la aventura personal de Mark (Disjecta), el desgarbo de (Ch-Vox) es
un “todavía más allá” respecto de ese ambient desolado de Succour. Forjada
al aire libre en desiertos helados, su intuitiva poiesis ofrece lacónicos
tapices de áspero, casi yermo minimalismo electrónico: “Ch-Vox”, “Avatar”, el
rework “complete” de “Utreat” (estrenado en Succour), la
resonante “Ashime”... Haikus de sonido melódico que de tanto loopearse acaban
generando suites apacibles/desapacibles como “E-Hix⁵”, “Net”, “E-Hix²”, “Ashdecon”.
(Ch-Vox) guarda incluso espacio, poco eso sí, para números que por su
rítmica hubieran podido inscribirse en el catálogo de Warp. Ése es el caso de
la hiperkinética “Hive”. Una fascinante obra de perspicaz exploración digital reñida
con el pop-como-género, ahora redondeada gracias al material extra.
Finalmente, el cuarto plástico del box set
recibe el chaplín de St / Fr / Sp, dizque por recopilar en su totalidad
los EPs Starethrough, Fracture/Tied y Sp/Ga 19. La información
es correcta en relación a los dos primeros, pero no en lo tocante al tercero,
ya que se insertan “extended live versions” de “Sp19” y “Ga19”. Seefeel
añade asimismo “Spangle (Autechre Remix)”, que se edita por primera vez en
abril del 2003 como single de Polyfusia Records (propiedad de Clifford), y “Starethrough
(Transition Mx)”, que ya se dijo fue obtenida del Reduct EP. Si cabe, éste
es el plástico más físico, más corporal de Rupt + Flex 94 - 96: música
evocadora y eminentemente rítmica, rotunda en su efectividad y de gran capacidad
viral. Todo en orden, salvo por el hecho de que bajo un rótulo similar -St/Fr/Sp-
apareció un vinilo doble con dos surcos menos... el 14 de mayo del presente.
Para quienes recién se adentran en el bursting-out
a cámara lenta de Seefeel, Rupt + Flex... funciona relativamente bien. Construye
una imagen fidedigna de lo que hizo la banda a partir de su ingreso en la nómina
Warp, con Starethrough EP, pero no ilustra la cristalina fase repleta de
enteógeno ambient líquido que surcó en Quique y en los singles
precedentes. Para quienes estamos bastante familiarizados con ese universo, la
caja tiene sensiblemente menos que ofrecer: el tomo extra de Succour, el
mapa total de (Ch-Vox) y la remasterización de rigor. Se echan en falta
las tomas originales del Sp/Ga 19 EP, así como el íntegro del Faults
EP. Es, con todo, un testimonio de los días en que Seefeel y afines daban una
vuelta de tuerca tras otra en el panorama de la música pop contemporánea de avanzada
-y un recordatorio de ese futuro a la altura del cual sólo estuvieron muy pocos
de los que arribaron después.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 13 de octubre del 2021.)
Apunta la sumilla que de Wichq’ana Ch’askanchapuede leerse en el
BandCamp de Chip Musik Records, que el debut de Alcaloidë fecha en julio del
2007, que responde al nombre de Gliese 581 y que es la referencia fundacional
de la label concebida en La Oroya. Con relación a Sensations (febrero
del 2009), pues, más de una década se ha desvanecido desde la última vez que
este nom de guerre de Alexander Fabián publicase material de estudio en largo.
Lo primero que puede decirse de este Wichq’ana Ch’askancha es que confirma a Alcaloidë como la faceta más ruidosa/ruidista
de un músico que sostiene muchas identidades paralelas. En contraste, ni Siam
Liam ni Ozono, ni mucho menos Ban And Flap o Miyagi Pitcher; apelan a la cantidad
de capas fisionadas de noise digital que invoca de continuo Alcaloidë. Un rasgo
invariable que trasciende todos sus trabajos por igual -acaso con la única
excepción de Sassy Cat EP (2013), que al menos en mi memoria no ha
dejado una huella tan nublada por la barahúnda. El vapuleo decibélico que
despachan “Juno” y “Pak Al” pone de relieve esa estruendosa instancia nada más
comenzar Wichq’ana Ch’askancha.
“¿Todo en Alcaloidë es bulla y pandemónium,
entonces?”. Casi. Aunque un IDM matemáticamente asimétrico sea la médula de
la ¿música? registrada bajo la autoría del unipersonal, esa médula se halla rodeada
de toneladas de caótica información binaria, en una suerte de sobrenatural harsh
bliss elaborado por las máquinas -que copa sus 65 minutos y pico. Por suerte, “casi”
no es sinónimo absoluto de “todo/a”. Ocurre contadas veces que ese noise
abrumador se torna permeable. Sucede en “Nuragas”, sin que resigne su hegemonía.
Sucede en “Autobahn 2082”, primer guiño a los precursores Kraftwerk (y a
Florian Schneider, miembro original de la banda alemana fenecido el año pasado),
donde tras siete minutos el ruido es abandonado como si de un capullo se
tratase. Sucede también en “Wichq’ana”, engañoso punto de inflexión de la jornada
-de hecho, “Moray” parece consolidar esa transformación, sólo para revertirla y
volver al caos digital durante su segunda mitad. Y de hecho sucede en “Tanzmusik”,
estupenda versión en clave two-step del clásico de los Robots de Düsseldorf.
Queda claro, entonces, que el Ruido se
convierte en elemento preponderante y avasallador de Wichq’ana Ch’askancha. La ascesis ctónica que
conduce Fabián marcha sobre ruedas en las pistas aludidas, así como en la
síncopa metafísica de “Entelequia”. Pero el proceso flaquea durante los últimos
tramos, y el CD termina desdibujado. Más que en “Boing Boom Tschak”, redundante
tercer guiño a Kraftwerk, este descontrol se evidencia en “Del Fin” y “La Menat”:
se pasa aquí de la efectividad al efectismo, desembocando en el mismo callejón
sin salida en que cae la experimentación que es todo forma y cero contenido. Discreto
cierre para un título que pudo haber obtenido mejor puntaje con las clavijas
ajustadas hasta el final.
ADVERTENCIA: La edición física de Wichq’ana
Ch’askancha lista diez temas. Once, sin embargo, son los que reconoce el láser.
No se consigna debidamente acreditada la relectura de “Tanzmusik”, quizá por
problemas de copyright. Pero allí está, ocupando el octavo carril -los que
vienen después, corren una casilla.
A poco menos de tres meses para que finalice,
me puedo arriesgar a decir que ha sido un 2021 muy complicado para Giancarlo
Samamé, y por ende también para Dorog Records. En lo que va del año, la siempre
efervescente plataforma limeña ha rebotado el deleznable Cutrismo de
Sihuas Infuzzión y el interesante Memorias De Cuarentena de
Marmotasdebemorir, en realidad colgados ambos por sus autores en las respectivas
cuentas de BandCamp a lo largo del 2020. El único ingreso para el presente
calendario que Dorog ha puesto a consideración es Nuevas Anormalidades,
y corresponde sumarle a la enorme lista de (excelentes) compilaciones que cada
tanto prepara Samamé.
El pródigo muestrario juega socarronamente
con esa noción medio idiota de “nueva normalidad” que ha propuesto la mass
media. Como siempre, el ciudadano de a pie ha volteado con ingenio el sentido
de ese par de palabras, subvirtiendo el fenómeno de asimilación vocálica que
suele ser bastante frecuente en nuestro idioma. En este caso, se duplica la
vocal con que termina “nueva”, y se la añade al siguiente vocablo, cambiando
por completo el tenor de la frase.
Nuevas Anormalidades tiene dos mitades nítidamente
diferenciadas. Más ligera, la primera reúne a algunos habituales de la
discográfica con otros nombres bisoños -e incluso con otros que no lo son tanto,
como la chilena María Pía Navarrete (a) Pía Legonz, afincada en Lima hace muchísimos
almanaques. La cantante recicla de su Congénitamente Defectuosos EP
(2017) la apertura “Trasnoche”, testimonio de un pop con dosis justas de
sobriedad y brillo. Unos cuantos siguen esa estela: Morojo (de medios tempos darkie
a lo Interpol en “El Retrato”), El Cosmos (fogoso ímpetu en “Sol”),
Marmotasdebemorir (vehemente el arrojo que anega su “El Camino”), Zolar (synth
plastificado en “Distante”)...
Acompañan a estas canciones otras de manifiesta
ascendencia electrónica, no necesariamente ubicadas en la esquina opuesta. El desnudo
trip hop “étnico” a lo Portishead de “Tu Último Refugio”, donde Raydin se
asocia a Víctor Chang a.k.a.Vrianch, es un ejemplo de estas diferencias
estilísticas que no devienen en antagonismos gratuitos. El mismo Vrianch se
acompaña más adelante de Miguel Elescano/DJ Locopro en el house de “A
Principios De La Hipnosis” (un tanto melodramático debido al sampleo de -puajjj-
Lucila Campos). Por otra parte, amante de la distorsión y del sonido de combos
como The Notwist, El Enano Siniestro colude indie y dinámica post rock en la tal
vez demasiado larga “Bastardo Sónico”; mientras que el vaporwave lounge/glo-fi
de Viktor Torvik -“Problemas Psíquicos”- te hace pensar en la utilería de un
set mexicano de televisión en los 70s.
Notoriamente distanciada de la primera, la
segunda mitad de Nuevas Anormalidades esgrime un fuerte denominador
común. Éste es el digitalismo de Jucsay (“Spiderdance”, de poso house), DJ
Locopro (“AndreA” supura tech house durante sus casi cinco minutos) y Triumvirs
(“Grief Ravine”, synth de vocalización EBM). Pero, sobre todo, es el de Chip
Musik. En un artículo del año anterior, hablaba de las buenas relaciones
existentes entre las dos escuderías. Esa hermandad asoma más fuerte que nunca
en este panorámico, cuyos seis últimos escaños están reservados para proyectos ChM.
Siendo el sello codirigido por Alexander Fabián y Jorge Rivas el depósito IDM
de la escena nacional, éste despliega para la ocasión todas las variedades que su
nómina cultiva, a través de surcos ya publicados: glitch y clicks’n’cuts (“Sekai
Isshü” de Yume Station), intelligent techno (“Say Hi, Say Bye” de El Otro Infinito),
digital ambient (“Musgo Del Tiempo” de Ionaxs), drone (“Sol Om On” de Xtredan)...
De yapa, se cuela también el shoegazing/bliss pop/post rock de Puna, con “Utopía
Del Ser Imaginario”.
Bien escogidos los ingredientes, pese a una
cierta ausencia de balance en el trackeo.
Nuevo artefacto compilatorio orquestado por
Trilce Discos, a propósito de sus 11 años de vida y dedicado exclusivamente al
pop articulado en torno a cantantes femeninas. El concepto termina siendo más
un hándicap que un plus, ya que excluye a las hijas de Eva que tocan
instrumentos y componen. Además, si bien es plausible la idea en que se basa Nubes Azul Plateado, después de un rato te quedas con la impresión de estar
escuchando el disco de un misma formación -en lugar de las trece que aquí
comparecen.
Hay excepciones, por supuesto. Una de ellas
es La Lauri Fire, cordobesa que define su estilo como mezcla de dream pop y
synth, aunque la tosca delicadeza de “Recuérdame” hace pensar más en un baggy
de baja fidelidad. Otra es la connacional Camila Salas, hoy radicada en Cataluña,
quien adorna a “La Noche Y El Sol” de efluvios que remiten al llamado ‘canto latinoamericano’.
Otra es Siempre Perdida, alias solista de la colombiana Ivanna Palacio (Cruel
Cruel, Encarta 98), que zambulle a su “Pienso En Ti” en una hormigueante marejada
de indie y folk. Otra más es Natalí Jiménez, joven cantautora peruana que cuenta
ya con dos LPs, y cuyo “Frío” luce por momentos dark. Y otra más es la del
novel cuarteto limeño Rawa (“Eterna”), colaboración de César Augusto Príncipe (Cardenales)
incluida.
El resto de Nubes Azul Plateado
transita las mismas coordenadas pop/rock moviéndose entre baladas, semi-baladas
y medios tiempos -los más abundantes- de moderado punche. Los nombres que aquí
calzan se arremolinan en torno a dos moldes. Uno responde al pop diseñado para
hacer las veces de acústico, el de Susana Fátima (“Canto”) o Andrea Martínez (“Lo Siento Todo
(Canción Corta)”). El otro, más celebrado, es ese pop lustroso lo suficientemente
flexible/elástico para abarcar mucho y apretar poco. A su vera se acomodan Las
Tetris (“Brincos”), la capitalina Alejaru (“Pura Luz”), los trujillanos Verano Del 83 (“Deja Que Tu Sonrisa Me Lleve”), el dúo Muchacha Punk (“Dudas Y Fallas”),
las uruguayas Niña Lobo (“Barcelona”) y el quinteto Nena Pop (“Mantra”).
No se trata, ergo, de si unos/as son mejores
que otros/as. O de tales o cuales merecimientos. Se trata de una carencia de
variedad, agudizada mientras más avanza la reproducción. Esta carencia podría
haberse mitigado prescindiendo de tres o cuatro nombres -o, por último,
reemplazándoles por otros que fatigasen caminos algo más diversos. Bonito
esfuerzo colectivo de Trilce, que acaba sonando algo monótono.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 6 de octubre del 2021.)
Inaudito y sobre todo excéntrico el
itinerario al que Dante Izaguirre Córdova se ha ceñido para la nueva rodaja
lumínica de su acto Xtredan, prácticamente cuatro años después del larguíííísimo
Conspiración. Este último sobrepasaba incluso la barrera de la hora y
media, lo que hubiese dificultado su producción en cassette, si bien habría
sido tremendo detallazo una edición limitada inaugurando la aún inexistente línea
de tapes de Chip Musik Records. Sol Om On, por el contrario, no llega a superar los
45 minutos. Su excentricidad, pues, es conceptual antes que formal.
A simple vista, resalta una demarcación
tácita y tripartita a través de los nueve canales agrupados en esta entrega.
Esa demarcación no conlleva escisión alguna de la personalidad del músico según
qué segmentos. Al contrario, ésta es única e indivisible: Xtredan se ha
convertido en el esteta que aprovecha los remanentes de la Ciudad Satélite a la
que cantaran El Aviador Dro y sus Obreros Especializados en Cromosomas
Salvajes (1985), se ha transformado en el reciclador omnipresente de la
megalópolis angelina de Blade Runner 2049 (2017). El excedente
energético que chorrean las venas de la urbe, la maquinaria automatizada
generadora de nuevos ruidos, la randomización de éstos que les convierte en
mantras tiznados de drone; son la carne y la sangre que usa Izaguirre al
modelar interiores y arquitectura visible de Sol Om On.
Éste abre con el delta que limitan “Marvas”, “Luz
Genética” e “Interferencias”. Tres canales, un solo tour de force -en que
abundan los flujos discontinuos de noise, los beats veleidosos y disparejos, el
ruido textural desestructurado en grados subatómicos... La premisa es el Caos,
y a ella se apegan los slaps descoyuntados, la sobrecarga voltaica, los
crujientes cracks perniciosos. El siguiente triángulo también es un tour de
force, sólo que abortado: aunque “Sol Om On”, “ADN Post Sapiens” y “Conjuro”
deberían poder empatar entre sí en fila horizontal, no consiguen hacerlo. El final
de uno está a nivel más alto/bajo/filtrado/limpio que el inicio del siguiente,
y así. En tal “intermezzo”, desaparece la dañina sobresaturación del primer
tercio. Taladros y destornilladores pneumáticos se proveen de un chip que les
proporciona inteligencia artificial, lo que les permite convivir con esos arpegios
drónicos de ciencia-ficción que parasitan en las profundidades IDM (“Sol Om On”
discurre sobre secuencias de relajado intelligent techno a lo Plaid), desembarazarse
de éstos para virar hacia el sonido Warp/Rephlex (“Conjuro”), o consentir en
que las melopeas drone se muestren en todo su tosco esplendor (“ADN Post Sapiens”).
El último tríptico, de componentes claramente
diferenciados, responde a posibles permutaciones de lo exhibido por los dos
primeros. En la tensa calma de “Goetia”, la adicción a la drone music se
contiene y el reciclaje apenas se insinúa, mientras pululan los reptantes
autechrismos del EP7 (que de EP no tenía nada, pues se quedaba cerca de
llegar a la hora y cuarto). El IDM de “Contacto 77”, por su parte, funge de
áspera reconversión del Aphex Twin degustado en el doble Drukqs (2001).
El colofón es asumido por “Baal”, tonada de luminoso despegue que después se
hunde en las fauces de la codificación iterativa.
Propone Dante una explicación un tanto
mística de la denominación usada y del concepto sublimado en Sol Om On. No
la recuso. ¿Se habrá dado cuenta, empero, de que por azar la unión de esas tres
sílabas también se corresponde con el nombre que en inglés recibe el no-muy-santo-que-digamos
segundo rey de Israel?
Retorna Carlos García (a) Zetangas, “secundado”
como siempre por los Monsters De Comida, luego de haber regalado con 22/09/1953 uno de los mejores
discos peruanos del 2019. La vuelta no es simple ni doble, sino triple: Vacuum
Phases es su sexto esfuerzo en nueve años -séptimo, si adicionas la
recopilación “no oficial” Zetangas 2000-2002 (2015)-, se para sobre los
hombros de su predecesor para gestar un nuevo salto mortal (esta vez) hacia coordenadas
no tan disímiles, y por fin -sospecho- alcanza esa forma definitiva que el muchachón
ha buscado solitario por casi una década. Aunque con lo inquieto que es, nunca
se sabe.
García consigue dar en Vacuum Phases con
el sonido que, alimentándose por igual del indie y de la electrónica, pone continentes
de por medio respecto de la llamada indietrónica. Ciertamente, aquello que la
retórica de Zetangas tiene de indie luce en VP una iridiscencia enfocada
hacia colores muy vivos y cálidos, matizada por efectos lo fi que le nimban de
un brillo tornasolado. En la otra esquina, aquello que de electrónica tiene su
música se aliviana librándose de muchos elementos identitarios, de modo tal que
casi ni se le percibe -y, cuando esto ocurre, rara vez supera los discretos (pero
imprescindibles) segundos planos a que se le ha confinado.
Como sucedía en 22/09/1953, diecisiete
rounds en tiempo inferior a cincuenta minutos evidencian la brevedad en que
incurre mucho del nuevo repertorio. Concisión idónea para viñetas cuyas pinceladas
normalmente las asesta una guitarra vaporosa antes que vaporizada, pulsada
durante cualquier ocaso estival y filtrada hasta convertirse en polaroid de
narcótico influjo. Así advierto piezas del tipo de “Espontaneidad Vegetal”, “Nunca
Vuelve A La Nada”, “The Yellow Monster”, la submarina “Mono Sobre El
Hombro/Hombre” o “Monogram” -ejemplo cabal esta última de cómo ensamblar un
instrumental en austero mood The Sea And Cake sin perder categoría ni esencia.
Bien visto, Vacuum Phases podría describirse
como un Sunkissed (2002) en tono menor, de rigurosa economía de medios
pero igual de precioso que el original de los alemanes Guitar: la digitación de
la eléctrica que surca el sistema límbico en “La Nostra Nada”, su prístino desenvolvimiento
cuasi acústico en la trilogía de cierre formada por “Sol De Otra Galaxia”, “501
Megaciclos” y “Solitarium”... Acaso en esta zona del globo lo sintamos más
próximo debido a la sobriedad y el saborcillo groso -infaltable en Zetangas- que
ha impregnado el proceso de mezcla.
Me olvidaba de los pasajes en que la
electrónica hállase acentuada. En algunos de éstos, como “Río Negro”, no tan manifiestamente.
En otros, como “Singularidad Artificial” o el sorprendente “Casa Tranquila” (que
se transforma tras 90 segundos en un tex-mex de frecuencias abarrotadas),
visiblemente. Los lunares en el contexto de un álbum que de todas maneras lleva
integrado al ADN material genético en clave binaria de primer orden.
¿Electrindie, entonces?
De los nuevos proyectos de los últimos años cuyas
puestas de largo se han hecho esperar, el que más expectativas ha provocado en
el seno de nuestras autárquicas escenas independientes ha sido Mongo No Stars.
Otros combos ya han adelantado EPs y aún mini-álbums muy buenos, mas de este
elusivo unipersonal han descollado el ingenio y la calidad de los cuatro cortes
cedidos desde el 2017, todos a través de lanzamientos cosecha Chip Musik. De ellos, sólo uno ha sido recuperado en el debut -“Early Morning Rain
& The Wolf” (dispensado previamente en la primera entrega de la saga Transmisores,
2020)-.
Un debut que entra a la cancha y sale de ella
parapetado tras barricadas más propias de parajes como los de esos márgenes
cyberpunk en que se mueven Mad Max y Ghost In The Shell (el
anime, aclaro). Para mayores señas, “Pequeña Pista 01” y “Fucking Massacre”
retumban al filo del industrial más huidizo y cortante, entre S.P.K. y Coil -o
mejor, un maridaje draconiano de Leæther Strip y Nine Inch Nails. Decisión harto
inusual, porque si bien antes Mongo No Stars había hecho más que flirtear con
el EBM, todavía separan unos cuantos peldaños al discurso facturado por Front
242 y A Split Second del industrial a lo Skinny Puppy o Foetus.
Dicho esto, encuentro imperioso precisar que entre
la segunda pista y la duodécima transpira, salta, corre, trepa y vuela el MNS
que conozco. Ése que germina del encontronazo entre guitarras rockeras y el
esponjoso imaginario lisérgico del ambient house, entre orgiásticas drum
machines y la tenaz severidad de programaciones proto-EBM, entre el militante
pasotismo zippie y los veloces tempos del acid techno. Habilidad ponderable para
trasmutar riffs a través del sampleo, para anabolizar los bajos, para infectar
de dub los recovecos convertidos en refugios del IDM.
Fermentado en las composteras post-rave, el
groove de Neofhyte Miscellanea tiene de indesmayable lo que asimismo de extenso.
Puede ser relajante como un porro (“Hallucination REM”, “My Beloved Cat My Hand
And It Hurts Like Hell”), deliciosamente estelar (“Brain The Size Of A Planet”,
“ItemD 01”, “Bs Magic”), o festivo y pilerazo al más puro estilo 808 State (“Krack
It”, “Sueño De Opio”, la genialmente bautizada “Esta Pista No Tiene Título”). Poco
más se puede decir de un disco que se presta para el disfrute antes que para la
racionalización. Poco más que esto: suene o no raro ponerlo por escrito, parece
que ya se perfila un claro ganador de cara a los recuentos de diciembre.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 29 de septiembre del 2021.)
#AguanteChile.
Tal cual ha sucedido con todos/as (miente quien
diga que no), la vida en tiempos de pandemia impuso severas alteraciones a la
hoja de ruta de Lluvia Ácida. Meses antes del arribo del COVID-19 a Sudamérica,
el tándem que integran Héctor Aguilar y Rafael Cheuquelaf había colgado para libre
descarga la banda sonora del mediometraje El Camino De La Memoria, y se
hallaba presto a soltar su nuevo disco conceptual -adjetivo este último que desde
hace ocho años no es nada gratuito al hablar de ellos. La emergencia sanitaria
mundial se trajo abajo ese estreno, postergándole dos años, a la vez que generó
colaboraciones online invirtiendo el cronograma de lanzamientos que LlA tenía
esbozado. A (casi) todas ellas intento pasar revista en el presente texto.
Comienzo con El Camino De La Memoria
(septiembre del 2019). En modalidad mini-LP, se trata de la música con que la dupla
participase en el homónimo documental (2014) realizado por Rafael Cheuquelaf,
que presumo debe ser su debut formal tras la cámara. La película acompaña el peregrinaje
efectuado por los deudos que dejó la dictadura militar en la región de
Magallanes, agrupados en la asociación Hijos Y Nietos Por La Memoria (constituida
durante la primera mitad de ese mismo calendario). En calvinista blanco y
negro, la cinta expone los lugares que utilizase la administración pinochetista
y la milicia para detener/torturar/interrogar a quienes consideraban sospechosos/as de confabularse contra el tiránico régimen -locaciones algunas
de las cuales ya no existen como tales. La cámara no registra miedo, rencor, hesitación,
dolor; sino memoria, ésa que a los/as peruanos/as nos falta para evitar repetir
errores del pasado, ésa que debería mantenernos vigilantes ante la menor
fractura del orden democrático, ésa que también exalta jornadas heroicas -la
del Puntarenazo, por ejemplo.
Consonante con la mirada del mediometraje, Lluvia
Ácida crea cuatro piezas insufladas de atmósferas exclusivamente tonales. Incluso
“El Camino De La Memoria 3”, cuyo gordo redoble de bajo sintetizado parece adquirir
ribetes de leitmotiv, pero que sólo contrasta/potencia a los demás sonidos alrededor
suyo -el único momento del soundtrack comparable a lo hecho por Boards Of
Canada en el maravilloso Geogaddi (2002). La sencillez a que se apela en
modo alguno desmerece la elaboración de estos paisajes sonoros decorativos, que
tan pronto recrean una fría tarde ventosa del riguroso invierno puntarenense (“El
Camino De La Memoria 1”) como una mañanera resolana primaveral en Puerto
Williams (“El Camino De La Memoria 2”), y aún una veraniega noche estrellada en
compañía amical a orillas del océano (“El Camino De La Memoria 4”). Euritmias
que predisponen a la tranquilidad, al sosiego acaso alcanzado por aquellas
personas que abrazan la historia de las comunidades a que pertenecen, sin
dejarse afectar por sus páginas más negras -hete ahí el efecto sanador,
desestresante, conciliador que tantas veces se ha señalado posee la Música.
Muy distintos son el temple y la sustancia de
Antiviral (abril del 2020). Con la crisis del COVID-19 ya instalada en
nuestra cotidianeidad tercermundista y el nuevo álbum en suspenso indefinido, vocablos
como “cuarentena”, “contagio” y “mascarilla” se hicieron de uso común en
cuestión de semanas. Paralelamente, los gestores magallánicos concibieron este
título llevando a cabo el consabido brainstorming intercambiando avances a
través de Internet y puliendo nociones e imaginarios mediante el hilo telefónico.
Probablemente el primer material sonoro de la Historia en editarse declarada la
pandemia, Antiviral hace las veces de crónica distópica tanto como de tedeum
a las víctimas mortales arrebatadas por la enfermedad, y asimismo de agradecida
memorabilia al personal médico que se bate en la primera línea de defensa que
tenemos los pueblos de la Tierra contra el terrible virus. Es en sí mismo,
además, un testimonio de adaptación y supervivencia.
Con estética mutante que tiene de downtempo,
de lóbrego synth pop y hasta de dark ambient; la placa guarda ciertas similitudes
-¿conscientes? ¿involuntarias?- con el trabajo de Cliff Martínez. Es este
músico estadounidense un soundtracker competentísimo, de amplia trayectoria, que
ha forjado estrecha relación con su compatriota el cineasta Steven Soderbergh.
En OSTs como los de Traffic (2000) y The Underneath (1995), pero
sobre todo los de Solaris (2002) y la premonitoria Contagion
(2011), Martínez ha ofrecido exquisitas muestras de su talento para la música
electrónica de propagación instantánea y tintes intoxicantes -cf. “Is That What Everybody Wants”, “They're Calling My Flight” o “First Sleep”, tremebundos híbridos
de intelligent techno y sci-fi a una voz dramáticos y tensionales. Esos exactos
rasgos son los que aparecen in crescendo en la apertura “COVID-19”, mientras
escuchamos la explicación y recomendaciones que una especialista argentina
expone acerca del SARS-CoV-2.
Partiendo de una experiencia real y concreta,
Antiviral es todavía más dramático. Los capítulos del primer segmento son
dominados por estructuras rítmicas muy marcadas, si bien éstas no necesariamente
les acompañan de cabo a rabo. “Contagio”, verbigracia: comienza emponzoñado, y
casi de inmediato es invadido por un golpe sobrio de trip hop, que luego declina
frente a una dinámica secuencia de lo que parece ser el bajo pre-seteado de
algún sinte. En similar situación se hallan la nerviosidad IDM de “Cuarentena”,
el insistente downtempo de “Pandemia” y el ambient en combustión de “Confinamiento”
(cuyo embrión de síncopa es obliterado por las pesarosas líneas de teclado).
En el segundo tramo, la mayor presencia de
números abordados por un dark ambient anubarrado, zumbante, de escasa/nula
visibilidad; es notoria. Que no es lo mismo que decir excluyente. “Animales Que
Regresan” (toda una advertencia para la Humanidad hecha sonido), la minimal
no-percusión de “Necropolítica”, la tensa opacidad de “Respirador Artificial”
(g-e-n-i-a-l el detalle de samplear los borborigmos de la computadora de Alien,
1979); subrayan el lado denso, de turbio vaho, que exuda Antiviral. El
contrapunto a la severa gravedad de esas suites es aportado en esta segunda
mitad por el vigoroso ejercicio proto-industrial de “Primera Línea Sanitaria” y
la cadencia maníaca de “Postpandemia”, cierre del opus que sin embargo la deja
picando: esta plaga, con la que aún conviviremos años, debe tomarse como
apercibimiento y exhortación. Apercibimiento de lo que puede llegarnos en el
futuro si no enmendamos el rumbo como forma de vida dominante del planeta.
Exhortación a modificar nuestro modus vivendi hasta alcanzar el equilibrio con
el medio ambiente que toda especie animal busca de manera innata.
En 1578, el corsario inglés Francis Drake
descubrió una ínsula entre el Cabo De Hornos y la Antártida, a la que bautizó “Elizabeth”
homenajeando a la reina de Inglaterra. Perdióse su bitácora con la descripción
de la isla, a la cual nunca más se volvió a encontrar, lo que ha llevado a
suponer que ésta desapareció tragada por las profundidades oceánicas debido a
la actividad sísmica. La extraña historia inspiró al escritor magallánico Óscar
Barrientos Bradasic el cuento que la directora Tiziana Panizza adaptó en el corto
ficcional La Isla De Los Pájaros Sombra, estrenado en el 2017 con música
de Lluvia Ácida. Como sucediese con El Camino De La Memoria (5), la
banda sonora correspondiente al film de Panizza se subió al BandCamp del grupo
para free download años después (3).
De 16 minutos de extensión, la película fue
hecha con la técnica de las fantasmagóricas sombras chinescas (shadowplay),
derivada de la milenaria tradición oriental del Teatro de Sombras. Su utilización
sobre el ecran es tan añosa como Die Abenteuer Des Prinzen Achmed (1926),
el largo animado más antiguo que se conserva (dirigido por la alemana Lotte
Reiniger). La Isla... está acreditada como creación colectiva de
Panizza, Paula Sáenz, Niles Atallah y Francina Carbonell; habiéndose encargado Cristóbal
León del proceso de animación.
De nuevo en formato mini-LP, la dupla Aguilar-Cheuquelaf
compone ex profeso para el cortometraje seis de los siete surcos dispuestos en
el esférico. El séptimo es repescado de Insula In Albis, su plástico del
2013: “Biomarina”. Huelga decir que con buen tino, pues las rugosidades que
imitan/deforman el alucinado gorjeo de las aves empatan perfectamente con el
hálito de inquietante fábula que trashuma el film -y que se extiende a toda la
música incluida. Esas mismas texturas enrarecidas y surrealistas de “Biomarina”,
por ejemplo, son reeditadas en “El Lugar Sin Nombre” y en “La Tempestad”
-aunque en esta última se perciben más cercanas al rollo dark ambient.
No faltan, por supuesto, los canales en que
el dueto se exhibe menos luctuoso. Estando la historia de La Isla... inserta
en el marco de la expedición de Drake, no podía prescindirse de cierto guiño a
la intrepidez, como el que proporciona el lance epónimo. Igualmente, Lluvia
Ácida se aleja -no mucho- de las sombras a través de otras viñetas comparativamente
más convencionales, como el synth cosecha 80s a lo Ciencia Sur (2017) de
“Golden Hind” (nombre con que el corsario bautizó a su buque insignia), los
tintineantes fuegos de San Elmo en “Carta Náutica” o esa distendida coda epigónica
que es “Trazado De Rumbo”. No obstante algo distanciadas de los colores
predominantes en el relato, es justo remarcar que la (falta de) iluminación de
estas postales sónicas participa de la atmósfera entre onírica y surreal de tan
singular narración.
Por cierto, La Isla De Los Pájaros Sombra
es el tercer soundtrack firmado por LlA, tras Arte Y Shamanismo Paleoindio
(2011) y el ya comentado El Camino De La Memoria.
Luego de dos años de espera, el 5 de agosto
de este 2021 vio la luz por fin el opus que Rafael y Héctor habían planificado para
el 2019. Previsiblemente, son muchas las circunstancias que hacen de Archipiélago Coloane el primer trabajo que rompe los moldes usados por la dupla en los
últimos tiempos para encausar sus publicaciones. La más evidente: el eje
temático ha dejado de ser Magallanes y las vastas proximidades antárticas. En
efecto, el mentado archipiélago no es un espacio geográfico, sino uno
metafórico -vertebrado por algunas de las obras del escritor chilote Francisco Coloane Cárdenas (1910-2002), ganador del Premio de la Sociedad de Escritores (1957)
y del Premio Nacional de Literatura (1964). Libros como El Guanaco Blanco,
Cabo De Hornos o El Camino De La Ballena, y cuentos como “El Témpano
de Kanasaka” o “Perros, Caballos, Hombres”; bautizan las esculturas sonoras que
Lluvia Ácida ha cincelado para la nueva rodaja.
Derivado del anterior, el segundo cambio que
salta a la vista es la ausencia de correlato visual. Insula In Albis, Zonas De Silencio (2015) y Ciencia Sur fueron discos y también películas
-en todos los casos, cada pareja abordaba el mismo tópico. Al estar enfocado Archipiélago
Coloane en la producción literaria del fallecido escritor, prescinde de su
respectiva contraparte visual, si bien Cheuquelaf afirma que sólo
temporalmente. Un ensayo del mexicano Jaime Valdivieso -La Épica Del Mar En La Obra De Francisco Coloane, 2002- señala la fuerte relación que existió entre
el autor y el océano, algo que se evidencia en el telón arriba “Cabo De Hornos”,
donde se lo escuchamos decir al propio literato (en entrevista concedida al
programa Off The Record, el mismo año de su deceso).
El tercer rasgo que distingue a Archipiélago...
de sus predecesores inmediatos es la fórmula de producción física. Se trata del
primer largo de LlA que aparece planchado en poliacetato de vinilo. No sólo calza
que ni soñado en AC, de ocho pistas y cerca de dos tercios de hora, con
una media de 4 minutos y medio (a la usanza de la mayoría de LPs de antaño).
También es el soporte que mejor se acomoda a su eufónica narrativa -llena de referencias
tan cercanas a la experiencia vital del binomio puntarenense como las propias
vivencias de Coloane, oriundo del archipiélago de Chiloé, circundado por brazos
de mar y donde aún hoy sus habitantes residen en palafitos.
Archipiélago Coloane está imbuido de esa
electrónica de sesgo naturalista que tan bien ha sabido modelar Lluvia Ácida
durante su andadura discográfica en el presente siglo. El arrullo de las olas y
el vocerío de las gaviotas hacia el término de “Cabo De Hornos” sintoniza con
ese downtempo reducido a su mínima expresión que los sureños han ido refinando
desde Hotel Kosmos (2004). De hecho, casi todos los tracks se adhieren a
ese código rítmico, algunas veces tanto más acelerado -“Perros, Caballos, Hombres”,
sublimes strings de tesitura celestial- que otras -“El Guanaco Blanco”, donde
el mismo efecto string abrillanta esa cualidad épica aludida anteriormente, o “Cinco Marineros Y Un Ataúd Verde”-.
Desaparece así cualquier atisbo de conflicto
entre la médula percusiva y el ornato cuasi biológico con que los australes
arropan este puñado de melodías. Los tumbos de agua que te dan la bienvenida en
“Golfo De Penas” no entran en conflicto con el pulsante synth que domina el número,
del mismo modo en que los vientos magallánicos no hacen sino destacar la
majestuosidad de “Los Conquistadores De La Antártica”, trip hop instrumental en
el más amplio sentido de la etiqueta. O la tranquilidad del mar abierto que no
se ve tocada por la digitación ominosa del hardware análogo en “El Témpano De
Kanasaka”, la pieza más corta de la entrega. Cabe aquí acreditar tanto en “Los
Conquistadores...” como en “El Templo...” a Paula Barouh, la airada performer de
Descargo Y Maleficio, que se porta con sendas vocalizaciones preverbales.
Repiques galácticos, palpitantes oscilaciones,
timing en sintonía con el que observa siempre Madre Natura... Sería necio negar
esto último. El énfasis en la literatura de Coloane recae sobre la presencia
del Hombre en un ecosistema tan duro, incluso hostil, para la existencia humana.
Énfasis que secundan Héctor y Rafael, pues mientras más al sur de Chile uno/a
se adentra, más evidente se hace la degradación progresiva que el ecosistema viene
soportando desde hace décadas. En tal sentido, el potencial artístico-didáctico
de un registro como el de Archipiélago Coloane es innegable.
Con ilustraciones, diseño gráfico y prólogo a
cargo respectivamente de Iñaki Muñoz, Mika Martini y Óscar Barrientos (sí, el de
La Isla De Los Pájaros Sombra); Archipiélago Coloane se encuentra
por ahora sólo disponible en vinilo. Para los próximos meses se ha planeado la
venta de CDs y el upload en las plataformas oficiales del grupo.
PD: Queda en el tintero el single virtual “Kenčenák”
(“latido del corazón” en el idioma de la etnia kawésqar), fondo sonoro del
corto documental de Vanessa Álvarez estrenado en julio. Pese a la política que
sostengo en torno a los 45s online, pude haberme dado un tiempo para reseñarlo
en el marco de esta revisión. Para otra vez será.