jueves, 29 de noviembre de 2018

Theremyn_4: Lost Moments

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 21 de noviembre del 2018.)

No hay, me temo, una única aproximación a los Momentos Perdidos de Theremyn_4; acto (otra vez) individual que eyectase hace pocas semanas nueva rodaja cuatro años después de The Next Wave. Ésta -la aproximación- que deslizo aquí seguro es la menos simpática de todas las posibles.

Para quienes no le conocen, y a modo de fugaz memorabilia, Theremyn_4 es el alias de José Gallo. Otrora baterista del combo de rock alternativo Huelga De Hambre, el músico se embarca en esta travesía personal en 1999, apareciendo su ópera prima en el año 2000: Fluorescente Verde En El Patio renovó drásticamente las credenciales del capitalino, posicionándole en el planeta electro como alumno de Propellerheads, de The Chemical Brothers y del dúo nipón Boom Boom Satellites; entre otros.

Casi dos décadas y nueve títulos después, lo que le da la envidiable media de un álbum cada bienio, es claro que el unipersonal ha atravesado por dos etapas muy marcadas. La primera va desde Fluorescente Verde... hasta Spacetimebomb (2006), caracterizada por proveer a cada lanzamiento de un concepto abierto que se evidencia desde que lo tienes entre las manos. En tanto, la segunda etapa arranca con Inflamable (Cut-Up Sessions) (2009) y podría aducirse que aún no termina, mucho más generosa ésta en aquello que se suele catalogar como “disco de canciones” -sería más justo decir, en este caso, “de temas”.


La división entre estos períodos, vale la pena aclararlo, no presupone forzosamente ningún tamiz peyorativo o excluyente. Gallo ha redondeado jornadas muy buenas tanto en uno (Lima/Tokio/Lima, 2004) como en otro (Fiction Beats, 2011), si bien es notorio que éstas abundan en el primero. Idénticamente, capítulos menos logrados pueden encontrarse en uno (Spacetimebomb) y en otro segmento temporal (Inflamable...).

Es verificable, sin embargo, la existencia de una circunstancia que subraya consistentes diferencias entre el primer y el segundo T_4: el brutal descenso de esos bpms que, en albums como Fluorescente Verde... y L/T/L, eran el acero/cemento/ladrillo sobre el que se erigía la cautivante mezcla de pop/rock, hip hop, acid house, breakbeat en fase doppler y electrónica para llenos de estadio. Dicha mezcolanza, que responde al marbete de big beat, ha constituido durante luengos años el 75% -tal vez más- del ADN del proyecto; pero sin los bpms de alto octanaje (180 a más), Theremyn_4 no ha vuelto a alcanzar en pletóricas dosis los niveles de poderosa y febril emotividad que ostentaban incluso sus números más heterodoxos (“Panasonic Jazz Suite”, “Apu”, “Carmín Ciclón”).


¿Cómo evaluar, entonces, una obra con los atributos de Lost Moments? Difícil decidirlo. Por empaque y bautizo(s), opinaría que encaja junto a sus pares de esa primera etapa de la que hablé hace un rato. Pero LM está a años-luz de ello. Otra distancia muy grande también lo separa de volúmenes como Fiction Beats o The Next Wave -para este último, T_4 se convirtió en un trío, con el ingreso de Lu Falen (de mis amados Blind Dancers, ¿para cuándo el esperado debut en largo?) y de José Mendocilla (de Neon Dominik)-.

Y es que este disco, por sonido, se inclina a sugerir nuevas lontananzas para Theremyn_4. Si con mil y una transiciones a cuestas el big beat aún era el alma y el nervio de Gallo en solitario, hoy el limeño dirige su mirada hacia la electrónica de inclinación laidback, creando un híbrido entre ésta y el background del segundo T_4. Temas que prescriben el sosiego, apacibles -que no inertes- bocetos digitales, composiciones de una ambientación/calidez/proximidad imprecisa y extraña para el escucha: la semblanza describe piezas como el cierre “Gone, Like A Real Girl”, “Dignity Of An Iceberg” o la abdicada “Oleaje De Ligera Intensidad” (entre trip blues y lo que podría denominarse “balada cibernética”). También se acomodan a esta receta el single “Walking With You”, “Uchronia” y “Diamond Glory” (José, que no se sentaba al piano desde la magnífica “Noir”, lo hace en estas dos últimas). Con ellas, ya he mencionado las dos terceras partes del título.

Lost Moments tiene dos excepciones. Una de ellas es la apertura, “Decoherence Process”, interesante transmutación futurista de lo que alguna vez fue la new age más brava -o también, melodía burilada por un enfoque entre techno y étnico, que recuerda las primeras grabaciones de The Future Sound Of London y Ultramarine circa United Kingdoms. La otra excepción es “The Speed Of Dark”, de pulsaciones que pareciese van a dispararse en cualquier segundo hasta convertirse en martilleantes. Sendas golondrinas que, no obstante, no son suficientes para hacer un verano. Sonar relajado, casi jammero, en modo alguno es un demérito. Sólo que Lost Moments carece de mayúsculas/auténticas sorpresas en el rubro. Lejos de discutir la calidad de lo ofrecido por Gallo aquí, reconozco que a mí el CD no me transmite todo lo que antes uno de Theremyn_4 solía transmitirme.


Hákim de Merv

jueves, 22 de noviembre de 2018

Catervas: Los Cielos Vuelan Otra Vez

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de noviembre del 2018.)

Conocido ahora el antecedente de una fase embrionaria allá por 1991 previa al bautizo oficial, de la que sobreviviese un cassette de ensayos hoy paladeable a través de su cuenta BandCamp, toda una vida se ha desmadejado desde que se fundase Catervas en 1996. Una vida que acabó de hacerse pública en 1997, año en que se difunde la seminal maqueta colectiva Crisálida Sónica: Compilación I, al lado de Hipnoascención, Espira y Fractal. Una vida que ha atravesado sucesivos periodos de realineación y refinamiento hasta alcanzar el presente, con las bodas de plata destacándose ya en el horizonte y con un plástico que le tomó tiempo moldear.

El camino, que también fuese transmigración, no se lo puso fácil a nadie. Ni a la banda, ni a los fans. Fue un proceso de años, concretamente para cierto sector de la parcialidad de Catervas, en el que me incluyo. Me refiero a sus primeros seguidores, para quienes Los Cielos Vuelan Otra Vez marca el punto de inflexión que necesitaban a fin de convencerse de que no hay vuelta atrás posible hacia la etapa fundacional de los limeños, ésa que balanceaba con habilidad zen la experimentación sonora de escuela post rock y la brillantez de sus sólidas incursiones en territorios del pop independiente.

Y es que, como ha ocurrido tantas veces antes y seguirá ocurriendo tantas veces más en el futuro, en ocasiones somos los fans quienes no podemos -o nos resistimos a- asimilar decisiones y rumbos con que un grupo afronta su devenir en el Tiempo. Debe aparecer un album lo suficientemente especial como para que los nostálgicos remisos no sólo nos avengamos a fumar la pipa de la paz, sino además reevaluemos a la luz de éste los esfuerzos que “desengañados” hemos desdeñado. De ese espejismo de fan ecuménico -el que inicialmente no quería saber nada de Mojave 3 mientras lloraba sobre la tumba de Slowdive, el que amó el estreno de Gus Gus pero se decepcionó con cada siguiente entrega de los islandeses, el que bregó para aceptar la reconversión de Joy Division en New Order-, incluso una persona curtida en la escucha de literalmente miles de títulos puede quedar presa.

Nunca he olvidado la exquisitez del epónimo debut formal en largo, al que todavía me refiero como el mejor trabajo peruano del calendario 2001 -existe, para quien no lo sepa, una maqueta también homónima editada tres años antes-. Sólo ahora comprendo que el recuerdo de ese logro mayúsculo me ha impedido avalar la metamorfosis propuesta por los capitalinos tres años después con Semáforos, cimentada por los posteriores Hoy Más Que Ayer (2008) y Lo Que Brilla En Tu Paisaje (2014). No me entraba en la cabeza que, para entonces, Catervas había dejado de ser la banda que se nucleó hace 22 años y que alcanzó su culmen hace 17. Alguna vez, Pedro Reyes opinó que la reseña de Semáforos pauteada en la revista Freak Out! era la que más justicia le hacía -prueba palmaria de la democracia que se respiraba en FO!, si me disculpas la digresión: a mí el disco no me gustó, considerando los ilustres antecedentes de Catervas, pero el texto estaba bien escrito y exponía con solvencia un punto de vista, razón suficiente para darle el visto bueno-. Catorce años después, entiendo el Semáforos como la primera de una serie de transformaciones con las que el cuarteto de los hermanos Reyes renunció a sus raíces avant garde y se entregó a las delicias de un indie pop que hoy se muestra generoso en la cosecha.


Tracks como “Moonset” y “Mentalizar” permiten constatar lo esencial que fue proponer en el esférico del 2004 un corte de mangas lo suficientemente bestia -producción austera, historias embebidas en saudade, filiación indie urbanita- como para empezar a construir desde (casi) cero una nueva identidad, una que fue floreciendo a posteriori en cortes como “Tantos Pasos” y “Las Mismas Calles” (pertenecientes a Hoy Más Que Ayer).

Catervas vuelve con cambios en la alineación. A los Reyes -Raúl (bajo), Pedro (guitarra y voz), Javier (batería)-, que siempre han mantenido móvil el cuarto integrante -César Alcázar de Triplex-b-Macnafusa y Las Vacas De Wisconsin, Wilmer Ruiz de Resplandor y Fractal- o han prescindido de él, se suma en este largo el tecladista Juan Esquivel (de cuya chamba solista hablaré en una próxima oportunidad). Producido por el grupo en pleno, el nuevo disco ha sido grabado por Christian Vargas, de Teleférico y los recordados Abrelatas. Una parte de la mezcla ha sido responsabilidad de este último, en tanto la otra fue cosa de Esquivel: lejos de procrear esta división de labores un volumen bicéfalo, ambos unificaron conceptos en la fase de masterización, que ha dotado a Los Cielos Vuelan Otra Vez de un registro robusto e intenso.


No concuerdo con las voces que proclaman a Los Cielos... como seria candidata a mejor placa nacional del año. Catervas no tiene por qué aspirar a ello. Ni los fans. Prefiero detenerme en el descollante nivel instrumental que despliega el cuarteto: cohesionado, preciso, con la química fluyendo en modo géiser... El pop/rock de Reyes/Reyes/Reyes/Esquivel apunta al indie, como desde hace años, sólo que honrando esta vez tanto al shoegazing como a la neopsicodelia e incluso al dark que alguna vez practicase (“Piedra Dormida”). La mixtura es de sencillo envoltorio y consumo accesible, pero equilibrada, homogénea, muy bien proporcionada. Esto se percibe en muchos de los pasajes del album: “¡Boomerang!”, “Sinfín”, “El Desorden Perfecto”, “Soltar”, “Cristales” (lástima de letra, nomás)... Todos ellos remiten en primera a esa melancolía pop de la que hablaban los arequipeños Fobya hace casi tres lustros, a climas lunares donde el moco está presto lo mismo que la serenidad de la resignación ante lo inevitable, a escenas de la vida diaria reinterpretadas con una lucidez a la que describiría correctamente si dijese de ella que es invernal.

Los Cielos... es la rodaja que necesitaba Catervas para, ahora sí, ponernos de acuerdo a todos los fans. No creo que los recuentos anuales le premien unánimemente por fuerza con el puesto de honor. No hace falta, pues es lo suficientemente buena como para considerarle especial. Las nuevas canciones han ganado mucho en relevancia respecto de las anteriores, y establecen con prontitud múltiples conexiones con el oyente. Incluso sus soberbios instrumentales (“Porcón”, “Fugaz”) y sus momentos más heterodoxos -si la memoria no me falla, “Metrópolis” y “Vértigo En Saturno” deben ser los dos temas más extensos firmados por Catervas- comparten esas cualidades. El momento que tantas veces postergaste de abrazar otra vez a la banda de los hermanos Reyes.

(Pero aún le tengo alguito de ojeriza al Semáforos.)


Hákim de Merv

lunes, 19 de noviembre de 2018

Cola De Zorro: Soma

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 7 de noviembre del 2018.)

Estrenando en esta oportunidad sello propio (Casa De Reposo Records), los chilenos Cola De Zorro publicaron a mediados de abril pasado su tercer largo, bautizado escuetamente Soma. Celebro la doble buena nueva -y, como ya antes he ahondado en la trayectoria y la producción discográfica de los sureños, te remito a ellas haciendo click aquí.

Tres años atrás yace Khaikha. En este intervalo algunas cosas han cambiado, algunas otras se mantienen, y de algunas más se puede afirmar lo uno como lo otro. La alineación, por ejemplo, es la misma que se armó en el 2005 y que debutase siete años después con Can-Can: César Bernal (sintetizador, bajo), Felipe Medina (sintetizador, guitarra eléctrica) y Pablo Rivera (batería). Pero CDZ de momento ha dejado de ser un trío. En los créditos se consigna como músico invitado a Carlos Soutullo, encargado de una segunda eléctrica y de la drum machine. Su participación ha sido tan decisiva para potenciar de manera extraordinaria la naturaleza casi telepática del proceso compositivo comunal, que yo no dudaría en incorporarle permanentemente.

La composición, por otra parte, persiste en sus trece. Automática, no programada, instintiva, subconsciente; proviene más de las tripas que del encéfalo. Este proceder intuitivo se condice con la abdicación a toda pretensión estético-unitaria que desde su conformación misma asumieran los valpeños. La materia prima nutriente es, en efecto, de lo más diversa: jazz, folklore, prog, indie, psicodelia... A su vez, el modus operandi se hace eco del minimalismo y de un cierto enfoque experimental. Sin embargo, el soplo del viento cambia de dirección en Soma: si en el pasado Cola De Zorro se sentía más cómodo cerca del post rock, hoy se despacha a sus anchas bajo las enseñas del (“nuevo”) rock progresivo.

“Overtura”, distendido número rockdélico que le hace honor a su nombre, anticipa sólo a través de brochazos la nueva distribución en el pantone de la banda. A partir de “Litre”, el jazz, el post rock más tosco y el progre de corazón atómico no sólo se hacen presentes; sino que además compiten por obtener el papel principal de la obra. Esto se hace evidente sobre todo en el segmento final de “Litre”, donde el post gana el round en medio de farragosas tormentas de distorsión. La extensa introducción de “Savia”, single de adelanto, da paso a otro duelo, esta vez entre el prog y el post. Detalle nada circunstancial, porque a partir de este punto en la rodaja, el resto de géneros que alimentan el conglomerado sonoro de CDZ quedará mayormente relegado a planos secundarios.

Hay un par de cosas adicionales que enumerar, sobrepasados los tres primeros tracks de Soma. La primera, relacionada a una característica inmutable del ¿terceto?/¿cuarteto? porteño, es que por el momento no tiene pensado modificar su status de proyecto instrumental. La segunda, nuevo atributo del grupo reforzado hasta el último minuto del CD, es que ahora le desborda cierta propensión a las construcciones cíclicas no lineales o correlativas. “Elefante” -tan hercúleo y paquidérmico como su título- y “La Importancia De No Tener Nombre” se adentran en las espesuras de un progre tremendista, con equivalente intensidad bartokiana a la de unos Van Der Graaf Generator o del King Crimson 73-75, si bien lejos de semejantes registros. Atenuando tamaños niveles de grandilocuencia, ímpetu y nervio; por debajo de todo ello evoluciona sostenidamente esa circularidad de la que hablaba, y que por momentos me recuerda a The Sea And Cake.

Declina Soma con “Danza” y el tema epónimo. El primero condensa todas las virtudes antes enumeradas del disco: intrepidez, convulsión, escritura/performance cuasirrefleja... Tiene además un sutil loop digital, una creciente filiación folklórica latinoamericana, y los primeros solos llameantes de guitarra de toda la placa (claro que sucesivos, no consecutivos). Así, “Danza” se convierte en la perfecta coda para el corte final: “Soma” acentúa aires tribales en sus primeros minutos, virando luego hacia trances electro-psicodélicos de aliento interminable, de ascendencia cerebral y texturas abigarradas. Resulta revelador que sean precisamente los dos surcos más largos de este Soma los que le despidan -más concretamente la pieza homónima, una manera de dejar la pelota picando, como si se insinuara que no pasarán otros tres años antes de tener a Cola De Zorro de vuelta. Bienaventuranza plena.


Hákim de Merv