(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 17 de abril de 2024.)
Gracias al compa Elvis López Aroni, natural
de Huancayo que formara en Ayacucho el trío Post Galazer y que a principios de
mes regresó a la añorada querencia, me entero de la salida en marzo de Iris.
Se trata del disco debut de Zorzal, cuarteto juninense del que apenas sé ya cuenta
seis años de existencia. Dada la identificación de las escenas independientes centroandinas
con determinados géneros como el dark-gothic o la EBM, el heterodoxo output de
la banda me habría agarrado desprevenido, si no fuera por las compilaciones Underground Junín que produjese el colectivo Arte Sonoro -y que han revelado más de una
veta a cultivarse en los circuitos pop de esa determinada región.
No es Iris un álbum inaprensible. La
escucha se hace fluida y afectuosa toda vez que casi el íntegro de su menú se
halla tenuemente entrelazado, pero sobre todo debido a que éste irradia a
través de su musicalidad unas ciertas energía y espiritualidad, albas ambas. Es
en el terreno de las improntas que la cosa se vuelve imprecisa. Porque, pese a
lo escrito hace unos momentos, no he encontrado rastro de las connotaciones
psicotrópicas que reivindica el grupo -algún fan ha aludido incluso al alcaloide
triptamínico de la psilocibina, en sesgado e in extremis críptico comentario.
Aunque algunas letras parecen hacerse eco de los issues lisérgicos que eran
moneda corriente durante los días de esplendor de la psicodelia, la música de
Zorzal fatiga coordenadas muy distintas.
La primera parte del largo, que va de
“Somnolencia” a “Octubre Eterno”, está dominada por el lado más ortodoxamente
rock de los huancaínos. Tan es así, que transcurrido el primer minuto ya se
evidencia el magma que pinta hegemónico en esta jornada -el de la añosa big
music ochentera. Temas como “Aún No Dejes De Respirar”, “Octubre...”, el
instrumental semiacústico “Alba” o “Mariposas Blancas” lucen genéricos en
grados próximos al superlativo, si bien ello no oblitera su enraizada fibra
emocional ni impide disfrutarles. Sucede así porque las capacidades expresivas
de Zorzal son lo bastante recias como para sobreponerse a los clichés con que a
veces esta gente trastabilla -sampleos canoros pseudo new age en “Alba”, por
ejemplo-, al punto de relativizar el matiz rockero mismo (convirtiéndole en prácticamente
incidental).
Destaca un lunar en este primer segmento, y
ése es “Éter”. Llamó mucho mi atención la coda de inicio, cuando repiqueteó lo
que pregona ser un cajón afroperuano durante dos cincuentenas de segundos,
antes de mutar alternando el pop/rock de rounds precedentes con el diapasón
identitario del reggae y muy ocasionales reentrés del antedicho instrumento de
percusión. El mismo ejercicio de rítmica se manifiesta, sin plasmarse del todo,
en “Octubre Eterno”; lo que ya indica el cambio de dirección en el segundo tramo
de Iris. Allí encuentra mucho más espacio el mestizaje que también proclama
Zorzal, en melodías de aires tanto menos solemnes. De entrada nomás, los climas
festivos del track epónimo dan la bienvenida al charango, que imprime rasgos
altoandinos multiplicados hacia el ocaso de sus siete minutos mientras la voz
femenina le entra brevemente al spoken word. Una colorida y más reposada
prolongación del fervor de “Iris” toma forma en “Cedrón” y más especialmente en
“Mantita Multicolor”, rematada con una briosa y alegrona fuga de huaylarsh. El
pop/rock se inmiscuye en “Petricor”, prefiriendo llevar la fiesta en paz,
eclipsando progresiva y sólo parcialmente las tonalidades vernaculares que
prioriza durante estos episodios el combo.
Remata Zorzal su primer esfuerzo con
“Tranquila Mente”, que es cuando regresa a la palestra la big music del
arranque, sólo que ahora sin huella alguna de baquetas (o de síncopa, más allá
de la que proporciona el bajo). Dos guitarras, si no me equivoco, entretejen el
arrullo de cuna en que deviene el cierre de Iris. Como dije hace un
rato, CD algo complicado de resumir en pocas palabras, ya que su cromática pop
es harto indefinida -como lo es asimismo la de una etiqueta de cualidades tan indeterminadas
como la de “big music”. La emotividad puesta en juego mitiga en buena cuenta
algunos defectos -un trascendentalismo medio trucho, entre ellos-, y
probablemente contribuye a hacer más fácil de asimilar el repertorio con que se
estrenan Paola, Anderson, Antony y el esotérico Espectro Fractal. Para la
próxima, el grado de exigencia será mayor.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 10 de abril de 2024.)
Constituida durante la segunda mitad del ‘16,
Medio Oriente es una discográfica algo autárquica con la que recién tomo
contacto. La sede social queda en Santiago de Chile, si bien su radio de acción
asoma extendido por todo el país, como lo demuestra la edición en julio pasado de
5avory, debut del viñamarino C3ntell4. Tampoco parece haber fronteras
estilísticas (pese a definirse como “sello independiente de música
experimental”), ya que la escudería acaba de publicar Plan Obsesivo de
Arboretum, en las antípodas de lo que mostrase el individualista afincado en
Gran Valparaíso.
La única referencia disponible sobre el
background de C3ntell4 alude a un tal Team Yingo, colectivo del que no he
podido encontrar la menor seña. Ni falta que hace, ya que 5avory habla
por sí solo. Es éste un opus fundado en bpms de velocidades entre maníacas y
furibundas, con cuyos efectos “nocivos” Medio Oriente ha deslindado cualquier
responsabilidad. La sobreexposición de/a tales zarabandas rítmicas revela casi
de inmediato las tradiciones digitales de las que el porteño se alimenta, todas
ellas noventeras: el drum’n’bass, su variante caricaturesca conocida como happy
hardcore, una relectura demencialmente galopante de lo que se difundió en la
región como techno trax centroeuropeo (“909db”), e incluso el gabber tremendista
de Angerfist o de Rotterdam Terror Cops.
La abrumadora mayoría del repertorio que
dispone aquí C3ntell4 habla de una obsesión enfermiza por la celeridad, no
importando si para ello tiene que echar mano de sampleos cotizados a la baja
-“Mr. Vain” en “I N33d You”, “Gangnam Style” en “Jorge Wants To Be Hardcore But
His Own Mom Won't Let Him!!”- o servirse de
subgéneros de dudosa reputación como el eurobeat. Eso, por un lado. Por el
otro, el unipersonal satura frecuencias y estrangula pistas vocales para
redondear el pathos festivo de su música. Bien en concentraciones de frikis y/o
gamers, bien en discotecas retro de electrónica mainstream, 5avory cae
como pedrada en ojo tuerto -aunque niveles de ruido y distorsión sean demasiado
para oídos sin curtir.
En atención al concepto ofrecido por Nicolás Prado, se me ocurre que lo de C3ntell4 no se planta lejos del webcore. Temas
como “Jumping Between Cl00uds” o “City Of Nothing” podrían reclamar la etiqueta
sin sonrojos. Hay otras composiciones, sin embargo, que no se adhieren al
marbete; indicando tránsitos diametralmente opuestos. Una de ellas es
“Etherd034”, bastante más pausada que sus pares aunque igual de acerada. La
otra es “Night Of Cumbia Dreams”, suerte de cumbia ¿perreada? contundida por
astillas de chirriante noise digital. Digresiones que subrayan una saludable
ausencia de prejuicios cuando de testear caudales sonoros se trata. Otra cosa,
eso sí, es que me cuadre el material escogido -al menos no en el segundo caso
mencionado.
El contrapunto perfecto para “Night Of Cumbia
Dreams”, propuesto por el propio ex TY: “Sometimes You Just Have To Drink
Bolifruta And Keep Going”, que samplea el “drip drip drip drip drip drip” de
The Cure en “10.15 Saturday Night” (¿o metasamplea el muestreo super
deformed que de éstos hace Massive Attack en “Man Next Door”?).
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 27 de marzo de 2024.)
Por inusual, es bastante sorprendente que
haya decidido Anja Huwe debutar en solitario más de tres décadas después de Devils
(‘89), cierre discreto in extremis de la carrera que tan prometedoramente comenzase
nueve años atrás X-Mal Deutschland. Una de las bandas dark-gothic más
personales de la Historia, el quinteto se completaba con Fiona Sangster (teclados),
Wolfgang Ellerbrock (bajo), Manuela Zwingmann (batería) y Manuela Rickers (guitarra);
y en sus buenos tiempos firmó álbums memorables, provistos de enérgico soporte
rítmico y llenos de potencia y fibra imbricadas en guitarras poco menos que
lancinantes.
Finiquitada la existencia de los de Hamburgo,
la vocalista ni siquiera se planteó prolongar la aventura de haber participado por
cuenta propia en el larga duración colectivo The Idea Compendium 1988,
donde colase “The Girl In The Iron Mask”. Al parecer no estaba en sus planes
hacerlo a pie juntillas del desbande, o tras tomarse un sabático razonablemente
holgado. Se concentró entonces Huwe en su trabajo como editora y productora del
canal alemán Viva TV. Más recientemente, en exhibiciones de artes visuales que
la llevaron a Londres y a la Gran Manzana, lugar donde probablemente le picó el
bichito que resucitó su faceta sónica.
Significativamente lanzado el 8 de marzo a
través de la neoyorkina Sacred Bones Records, no estaba por ende Codes en
los cálculos de nadie, excepto en los de la ex Deutschland y su círculo más
cercano. Porque este nuevo estreno habla a las claras de un retorno que venía
gestándose desde hace tiempo atrás, como retomando el hilo interrumpido de una
vida y queriendo cobrarse la revancha del descalabro post Viva (‘87) -luego
de editado, Sangster, Rickers y Peter Bellendir (reemplazo de Zwingmann en las
baquetas) dijeron adiós para siempre; obligando a Anja y a Ellerbrock a
convocar alineación de emergencia para el descaminado Devils.
La apertura “Skuggornas” es una suerte de guiño
a los mejores días de X-Mal Deutschland -los siniestros, obvio-. Solemne,
sorteando difícilmente el despeñadero de la melancolía, de luctuosa tesitura
que jamás desciende a las absolutas penumbras de los primeros 80s; el track es un
anuncio de las bondades por venir. Porque la idea no es repescar el sonido
clásico del mítico acto, que fuera durante los inicios una all-girl band en
regla, sino continuar la ruta grupal allí donde ésta quedara trunca. Con el
update de rigor, por supuesto.
Uno es el molde bajo el que se forja el vinilo.
Tres, sus resultados. La música que compone Anja Huwe corresponde a los cánones
del rock anglosajón, surtido de compartimentos diseñados ex profeso para
almacenar materia negra de alta concentración. Ésta unas pocas veces se diluye
(“Living In The Forest”, “Pariah”), las más asoma reconcentrada (“Zwischenwelt”,
el single “Rabenschwarz”), moviéndose siempre protegida por la liviana pero
resistente coraza de una electrónica que le tonifica/plastifica sobriamente.
Allí están la ominosidad de “Exit”, el pálpito urgente de “Sleep With One Eye
Open” o la densidad synth de “O Wand”; corroborando esto último.
Ya que la continuidad estilística de Codes
carece de fisuras del primer número al penúltimo -lo que convierte al postrer
“Hideaway” (“...Y Millas Que Recorrer/Antes De Dormir...”) en la
moderadamente luminosa excepción-, el factor que determina la diferenciación entre
los tres resultados a que aludía es el tempo. Cuando Anja contempla, se arropa
de melodías senescentes tipo “Skuggornas” o “Hideaway”. Cuando pasea, se
acompaña de solventes medios tiempos como “Exit” o “Zwischenwelt”. Cuando se
apura, lo hace al compás de “Rabenschwarz” o “Living In The Forest”. El tino de
la germana, que se vale por igual del inglés y de su lengua madre, radica en
saber cuándo hacer una cosa o la otra -a resguardo de sus compinches Sabine
Bredy (a) Mona Mur (alguna vez integrante de Einstürzende Neubauten) y Manuela
Rickers (cuya guitarra inconfundible irisa el prieto mate de la placa, como
ocurrió en sus días en X-Mal Deutschland). Veterano en lides similares para los
Neubauten, el androide Gary Numan y los legendarios Joy Division; la ampara asimismo
Jon Caffery en mezcla y masterización.
Bienvenida de vuelta, Anja. No éramos
conscientes de lo tanto que te extrañábamos.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 20 de marzo de 2024.)
No descifro la intención, en la portada de su
flamante debut, de seguirse mostrando Cometa A La Deriva como dúo. Es claro que
desde un principio el proyecto fue concebido por tres personas, y actualmente se
consolida como cuarteto. Alguien podría argüir que quizá Hoy Ya No Espero
Más De Ti es producto del esfuerzo de dos de sus integrantes, pero no es el
caso: a despecho de la (relativa) novedad del estreno, la existencia de CALD se
remonta a épocas prepandémicas (concretamente al ‘18), cuando no se decidían
aún entre los curiosos alias de La Pelota De Mi Perro y de Muerte Térmica.
Al amparo de LaFlor Records, Vanesa Angulo,
Gustavo Ampuero y Leandro Padilla publican sus primeros singles virtuales.
Éstos han sido repescados en Hoy Ya No Espero Más De Ti, cuya edición online
fecha en septiembre del ‘23 (vía BandCamp propio), estando su edición física a
la venta en cassette a través de Entes Anómicos a partir de febrero pasado. De
cualquier forma, a pesar de los seis años andando juntos, es notorio que
hablamos de sangre nueva proveniente de las escenas off-mainstream autóctonas
-que, como ha sucedido frecuentemente entre sus pares tras el COVID-19, ha
debido retrasar los planes grupales.
De apenas media hora de duración, este primer largo concreta una entusiasta circunnavegación sobre las aguas del indie y del
pop del nuevo siglo, así como bajo las improntas del rock alternativo noventoso
e incluso del new punk (aunque esto último casi ni se nota). Cometa A La Deriva
se constriñe a la simpleza en las letras, a la sencillez en el latir del diapasón
del bajo (ahora en manos de Mariano Saettone), a la llana espontaneidad en las
baquetas. Éstas pueden marcar tanto medios tempos -la agradable prolijidad
instrumental de “Luna Violeta”-, como auparse en trotes algo más acelerados -el
fugaz acceso punk hacia el epílogo de “Galileo”, el encantador indie pedestre
de “9:45” que se las ingenia para disponer de una sección en clave de bossa
nova-, e incluso 4/4s perfectos en su imperfección de pie quebrado -“Rosé”,
adelantado en la compilación Cualquiera Puede Hacer Esto (‘21), curada
por LaFlor.
La asequibilidad y la naturalidad, entonces,
se cuentan como características mayores de la música compuesta por el terceto.
No menos importantes que éstas son las vocales de Angulo, quien siempre las
modula a fin de acoplarse eficazmente al rango elegido para tal o cual número.
Su color de voz puede parecer a algunos oídos un poco estrangulado, más que
nada cuando lidia con desacostumbrados tonos extremos, aunque ello es
susceptible de pulirse con la práctica. En última instancia, esa observación
pasa a segundos planos cuando la síncopa se reduce considerablemente,
circunstancia que menudea en el tramo final de la cinta.
Sin aplatanarse, CALD asoma más delectable
cuando se acoge al formato de la power ballad. En “Hoy Ya No Puedo Esperar Más
De Ti”, en “Tiempo Al Tiempo”, en “Tal Vez Así Es Mejor”; el trinomio Padilla-Angulo-Ampuero
se ase del desencanto y del desconsuelo intrínsecos al indie, tejiendo
introspectivos ambientes de pop lluvioso y gris que se llevan de plácemes con el
intimismo acústico (“Tal Vez...”, de teclados en plan string) y que hasta
logran mimetizarse con los Sundays más resignados (“Tiempo...”). Elemental,
sobrio, en definitiva campechano pistoletazo de salida para la sociedad que hoy
completa Saettone.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 13 de marzo de 2024.)
Unidad 4. Wow... Hace lustros que no pensaba
en ese específico alias, que en mi mente se asocia a ciertos recuerdos no muy
felices relacionados con la primera producción cajamarquina que llegó a Lima
-por ende, la referencia más antigua que se conoce conectada al rock cajacho.
Eran los días en que existían tanto Caleta
como su hermana menor Sub, y una breve reseña al respecto apareció en las
páginas de esta última. Retrospectivamente, el comentario es demasiado
indulgente: con un nombre como el suyo, nada sutil pero de todas maneras decidor,
El Primer Compilatorio Con Grupos De Cajamarca (1998) me causó mucho
curiosidad al primer golpe de vista. La maqueta presentaba en sociedad a cinco
bandas oriundas del departamento ubicado en la sierra norte del país: 3º No.
Club, Ruido Negro, Kaliko Y Los Kaliches (de accesos ska), Unidad 4 y Ácido
Instinto. Afines al hardcore y al punk las cuatro primeras, más “british” la
restante, no hay que pensárselo mucho al adivinar cuál de todas fue la que más
llamó mi atención.
Pero el hándicap del demo no sólo era
técnico, ya que la grabación había resultado espantosamente deficiente, sino
que los esfuerzos de las alineaciones cajachas herederas de la flama ‘77 eran
lamentables -cuando no patéticos. Abundantes en clichés, las letras se
construyeron terriblemente mal, y la música en líneas generales se iba derrumbando sobre sí misma dese dentro; pese a la inspiración -no declarada- en
el punk español y a las ganas que cada quien le echaba.
De esos cinco grupos, con el Tiempo me enteré
de los debuts por cuenta propia de Ruido Negro y de Kaliko Y Los Kaliches.
Ácido Instinto desapareció pronto, y su principal animador, Carlos Terán;
siguió adelante, permaneciendo aún activo bajo el seudónimo de Gredel, que ha
colado algunos temas en compilaciones pop limeñas. De todos ellos, Ruido Negro es
el que más pronto dejó atrás su prehistoria punkoide y evolucionó labrándose
una aceptable trayectoria en los predios del post punk inclinado al dark (por poco tiempo).
En cuanto a Unidad 4, ahora lo sé, su carrera
se ha desarrollado tras el cambio de milenio pese a un andar entrecortado -dos
largos y dos EPs entre el ‘03 y el ‘22. No les recordaba con mucho ahínco, ya
que el panorámico antedicho no forma parte de mi meloteca (por obvias razones).
Atemporal, sin embargo, me los trae de vuelta años-luz por delante de la
pobrísima primera impresión con que me quedé de ellos. Y esto, sin modificar
coordenadas.
Escuchando su producción anterior, me queda
claro que los de Cajamarca nunca se han apartado del punk ni del hardcore,
abordados ambos bajo un enfoque rigurosamente melódico. En canciones como
“Regresar”, “Atrapados”, “Equis” y “Momentos”; juegan todas las cartas a la
ortodoxia punkera de altas cotas de energía y de líricas, por apolíticas,
bastante personales. Otro ejemplo es “Corazón”, ejecución en directo del surco
con que cerrasen su largo del ‘07, Fuerza Para Seguir. Debido al golpe
inalterable de la teba (responsabilidad de Herman Cubas), difícilmente las
composiciones enumeradas pueden mutar hacia la variante hardcore, cosa que sí
sucede -y viceversa- en “Ahora” y en la apertura “Calma”. Reticencia que no
deja de extrañarme, ya que punk y hardcore son ramas de un mismo tallo, y en
consecuencia asaz compatibles.
Por otra parte, en “Temor” -también del Fuerza...-
y en “Refugio”, Unidad 4 se acomoda mejor sobre posiciones hardcoreanas de
tempo acelerado sin diluir la melodiosidad antes suscrita. Con sencillez y
naturalidad, el combo esculpe letras amenas de nivel más que aceptable para los
normalmente chatos estándares de ambos géneros, no alcanzando la explosividad
de su guitarrero output ni la virulencia del D-beat ni la denodada agresividad
del crust punk. Diez temas que se miran en el espejo de BBs Paranoicos y de
Ataque Zero, sin remordimientos ni paltas. Completan el line up ¿de toda la
vida? Alan Grosso (guitarra), Aníbal Narro (bajo) y Héctor Pérez (voz).
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 6 de marzo de 2024.)
Retorna a esta palestra uno de los proyectos
más cálidos y queridos que surgiese en los circuitos independientes mapochos afines
a la experimentación sonora con posterioridad al cambio de siglo. Me refiero a
Bahía Mansa, que tras el breve aperitivo de Atavismos (4/23) confeccionó
en esa misma línea el mini-álbum Patagonia, estrenado en la recta final
de diciembre pasado.
Una de las características que ha ribeteado
los esfuerzos del alias de Iván Aguayo, acaso la más identitaria, es su
singular conexión casi devocional con el Agua. A tenor del uso prácticamente
exclusivo de instrumentación digital, la música de BM se las ha ingeniado para
mantener un alto nivel de cohesión en su tersa duermevela, sin renunciar a
lienzos que se dilataban tanto como sus propiedades hipnagógicas. Las cotas de
ionización exhibidas en Botánica Del Olvido o Boyas + Monolitos manteníanse
bajas a despecho de la emotividad que estas obras transmitían, y su capacidad
reactiva era contenida por la líquida densidad de su estética ensoñadora.
Este rasgo distintivo se ve matizado en Patagonia.
El sureño asevera que el principal combustible del trip es su interrelación con
la Naturaleza en los viajes realizados a la Patagonia chilena, leitmotiv análogo
al de Costa Documental (‘22). La fascinación por mares, océanos,
ensenadas, glaciares; se sostiene en el mini-LP, sólo que en cantidades más
mesuradas. “Aves Imaginarias”, por ejemplo, evoluciona en derredor de un
minimal efecto de iterativo goteo tintineante. Algo similar ocurre con
“Bocatoma”, donde la lluvia es más perceptible, entre texturas dub y ecos de reminiscencia
precolombina.
Por contraste, “Efecto Rayleigh”, “Calafate”
y “Muelles” son cifradas manifestaciones de un ambient que tiende a concretarse
mejor al vagabundear sin la prisión que comporta la gravedad. En ese sentido, a
estos surcos y a sus pares se les siente más próximos a un estado gaseoso que a
uno líquido -los blips & clips de “Muelles”, el cardíaco latido de
“Efecto...”. Producto de esta conjunción de elementos, la síntesis de Patagonia
da vida a una pluviosa electrónica “easy-listening”, tanto por impresión acuosa
como por falta de nitidez -lo último me faculta a mencionar la otra gran constante
sonora devenida aliada de Bahía Mansa: la Baja Fidelidad.
El título cierra con un díptico que condensa los
descubrimientos centrales de la interacción entre las diversas instancias que
Aguayo cubiletea. Mientras que “Nodal” invisibiliza la síncopa gracias a
atmósferas neblinosas atravesadas por arreglos muy bonitos de
teclados/sintetizadores, “Nodal II” controla el géiser de ruido binario
convirtiéndole en mullido colchón sobre el que contemplar sedantes paisajes de
una irreal sublimidad. Aunque me siga gustando más la fase de Bahía Mansa en
que se creaba a imagen y semejanza del H₂O, esta nueva etapa no deja de lucir,
por distinta, menos prometedora.
Después de algún tiempo, revisito los bytes
de Poxi Records, hogar de actos como Hablemos Del Alma, Estriba, Talismán y
Laktik. El aluvión de combos independientes latinoamericanos aparecidos en el
último lustro no me ha permitido darme espacio para revisar la nómina de esta
interesante label santiaguina, y de a pocos son ya varios los calendarios que
llevo sin acopiar noticias suyas.
Las cosas van muy bien para los principales
animadores del catálogo, algunos de los cuales serán objeto de comentario más
adelante. Por ahora, me limito a escribir sobre Laktik, que se tomó un
prudencial sabático entre Isopropyl (‘20) y Magnetismos (‘22),
siendo este último registro acreditado al seudónimo inexistente de Prácticas
Magnéticas y subido efímeramente durante el año de la Pandemia. También es el
cassette en el que Laktik comenzó a metamorfosearse: si antes el rollo del
unipersonal de Lucas Soffia se alimentaba principalmente del synth pop,
dosificándole hasta llegar a drásticos mínimos históricos, a partir de Magnetismos
se patentiza un creciente interés por el ambient pop y por el vaporwave. Ambas
variables, además, se llevan de maravillas con el perfil más asociado a la
factoría Poxi -otra vez, el lo fi.
Liberado en enero, Astra se concibe
dentro de la crisálida que construyera en torno suyo Magnetismos. En cortes
como el excelente “Fantasía” (single adelantado a fines de octubre último con
“Derrumbe” como lado B), “Cuerpo Sintético” o “Restricción Vehicular”,
compruebo que el synth y variantes -synthwave, minimal synth- aún integran
parte considerable de la retórica Laktik. Ésta, sin embargo, se halla inequívocamente
enfilada hacia el ambient de pedestres espirales y cascadas, hacia el
cromatismo glo fi consustancial al vaporwave. “Chant Down Babylon”, “Derrumbes”,
“Hypnotizado” y “Techumbres” son elaboradas muestras de ese muzakcore nebuloso,
de esa radiación infrarroja típica del género que llegó a la mayoría de edad de
la mano de Macintosh Plus.
De otro lado, que en piezas como “Fantasía”, “Restricción
Vehicular”, “Galáktica” y “Cuerpo Sintético” haya un mayor énfasis synth no las
hace inmunes al influjo del omnipresente vaporwave. La bruma brillosa, el
crepúsculo perenne, los ecos fantasmales de otros pasajes de la cinta, los
empantanados tremores semiacústicos; acaban por darle homogeneidad a esta
jornada -si la memoria no me falla, la primera en que Soffia se decide a coger
el micro para ofrecernos las primeras canciones en el repertorio de Laktik, e
igualmente las primeras veces en que utiliza sonidos vocálicos no sintagmáticos
a guisa de fragmentos insertados en números netamente instrumentales.
Muy relevante experiencia del individualista
austral. Parece quebrarle y esparcirle en varias dimensiones más o menos equivalentes
entre sí, pero reunificarle también al hacerle vibrar a una misma intensidad, a
un mismo toque de diana, en un mismo espacio.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 21 de febrero de 2024.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2023 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (IV)
Al aproximarse la quincena de noviembre, se
colgó en Internet el estreno absoluto de Qoa Bock, alias ayacuchano de raigambre
copada por la electrónica noventera. En concreto, la de esa IDM que rezumaba
abundante al promediar una década tan cara a las vanguardias analógico-digitales.
Tras el chaplín toma posiciones Joaquín Bock Falconi, joven músico que como
buen melómano invoca referentes para nada cercanos a lo que deja entrever su puesta
de largo -Joy Division, El Aviador Dro Y Sus Obreros Especializados, Quarteto
Jobim Morelebaum, el Cerati solista (el más interesante, pese a/precisamente
por ser en suma un esteta del muestreo); entre otros.
Ni bien comienzas a reproducir QATQE,
con la obertura hermosamente titulada “Futuro Del Ayer”, las evidencias asoman incontrovertibles.
El muchacho es un artesano de melopeas cimentadas sobre lienzos de futurista abstraccionismo,
paños que no rehúyen las rugosidades ni los contornos angulosos de éstas, y que
aún así se desborda vertiéndose sobre pliegues y asperezas con la ductibilidad
del metal líquido. La irreal musicalidad del largo ha sido preñada de una belleza
misteriosa mas no impenetrable. “Causa Y Esperanza” se la juega decididamente
por el camino que dicta “Futuro...”, aunque se encabrite su poco.
“Concha Toro” padece un cuadro agudo de
supresión de pulsos percusivos, quedándose en trazados puramente texturales, lo
mismo que “Dios Ocular”. Sin embargo, este último y “Palpa Ser” esconden en sus
sobrecejos de “techno al glasé” la pentafónica emotividad azul característica
de las infinitas soledades andinas. Es la última vez en QATQE que ese áurico
efecto palpita, porque a partir de “Algendoso” Qoa Bock escoge adentrarse en
territorios etereogeométricos, trastocándose levemente la fisionomía del debut.
“Algendoso” y “Torcaza”, entonces, se enfocan
en el abstract techno ilustrado a pincelazos sueltos, generoso en euritmias insinuadas
que consiguen dulcificar la electrónica de matemática rigurosidad. No rebasan,
pues, los límites de lo decorativo; a diferencia de “Danzaq”, que media entre
ambos y que oscurece grandemente las atmósferas del CD merced a la recurrencia
de rasgos mucho más rudimentarios que los hasta aquí empleados. Epiloga Bock
Falconi su prometedor viaje inaugural con la inmaculada melancolía de “Taytaky
Azulado”, dejando atrás esa poética de la precisión artificial al micrón, que
así y todo empieza a invadirle al promediar el tema: primero muy sutilmente, luego
en abierta trasgresión para hacerse de las riendas y volverle al redil. Bonito escarceo
inicial, lleno de posibilidades, publicado en el BandCamp de QB y en el de SuperSpace Records, que ha contado con los buenos oficios de Brageiki Vega y Carlos Mancha.
Rastreando información sobre Inzul a
propósito de las denuncias que por estos días se han hecho públicas contra Ángelo Grijalva, músico de apoyo en directo y otrora integrante de los extintos
Incendios Forestales Del Viejo Continente, descubro que Subterráneo data
en realidad del año 2014. Al leer algunas declaraciones de Stefano Cedeño
Vidal, fundador de la banda, me entero del profundo trabajo de reingeniería que
Subterráneo hubo de atravesar para que el grupo quedase satisfecho,
antes de lanzarle oficialmente (‘17). En su momento, no pude escuchar el debut
del acto, que a posteriori me pareció cumplidor en grado casi excelso.
Medio horóscopo chino después, Inzul da luz verde
a su segundo esfuerzo, cuyo resultado es dramáticamente distinto del ofrecido
por el predecesor. Si Subterráneo versión ‘17 bebía con fruición y sin complejos
del rock alternativo de los 90s y del indie de los 00s, enmarcando el maridaje
bajo estrictos parámetros pop y posicionándole paralelamente a algunas cuadras
de distancia de gente como Gelatina Magma, Radiopostales o Moldes; Las Cosas Que Nunca Te Dije no se desvía de la ruta sino ocasionalmente, como en los postreros
segundos de “Historia De Amor” y sobre todo en el pseudo bolero “Tutorial Para
Olvidarme De Ti”. El problema es que aún cuando el paradigma de edificación es
el mismo, pierde éste mucho de su fuelle toda vez que en el rubro letrístico y
en el de la voz se han abierto las puertas -de par en par, parece- a
influencias que no tienen un carajo que ver con las coordenadas que el hoy dúo ha
venido fatigando desde hace diez años.
En lo concerniente a las letras, éstas hacen
gala de un sentido de la rima a la altura del odioso trap e incluso del repugnante
reggaetón. O sea, una mierda. En lo tocante a las vocales, no he encontrado
señas que indiquen cambios en el puesto de cantante, por lo que cabe especular acerca
de un gravísimo caso de involución respecto de Subterráneo. ¿Retrocediendo
hacia dónde? Exacto: hacia los sospechosos ya enunciados. Tenemos un álbum, por
ende, que trata de no bajar la guardia en cuanto al sonido: medios tiempos,
pop/rock de concepción esmerada, complexión sencilla... Ese mismo tesón, sin
embargo, es víctima de un sabotaje que proviene del propio tándem: letras
francamente vergonzosas (“...Como Drake Sin Josh/Separados Los Dos...”
en “Alma Rota”, “...Tu Amor No Tiene Indicaciones/Y Yo Aquí
Escribiéndote Canciones...” en “La Duda”) y una performance vocal cuando
menos deleznable, salvo quizá en “Nadie Quiere Como Tú” y en los primeros dos
minutos y cuarenta segundos de “Historia De Amor”.
Habría que ponerse a conjeturar cuánto ha incidido
en este pésimo movimiento, curiosamente autodenominado como de “migración”, el
cambio de alineación de Inzul desde su nacimiento hasta la hora actual. Algo de
eso debe haber, porque una cosa es tomar decisiones entre cinco y otra muy
distinta hacerlo entre dos -los sobrevivientes son Cedeño Vidal y Renzo Romani.
Por cierto, Grijalva sí fue miembro activo de Inzul en su fase quinteto. Posteriormente,
se quedó sólo como músico de soporte en vivo. Por fortuna, el binomio se ha desvinculado
inmediata y definitivamente de él, ante las acusaciones de misoginia y de
violencia contra la mujer.
Fallecida en el ‘21 a la longeva edad de 85 inviernos,
Burga estudió arquitectura en la Universidad Nacional de Ingeniería, carrera
que abandonó dos años después para entrar a la facultad de Arte de la PUCP. Su
formación básica fue, pues, visual -dibujo y pintura, en esencia. Desde allí
dio el salto a los predios del sound art con Arte Nuevo, frente artístico avant
garde que empezó a inyectar en el medio peruano las entonces nuevas tendencias
vanguardistas. La artista era, además, una pionera en lo relativo a intervenciones
multidisciplinarias que interrogasen el rol/la condición/el sentir de la mujer
en una sociedad que aún estaba lejos de incluirla seriamente.
Cada uno de los cinco surcos considerados en
el esférico curado en comandita con Buh Records procede de algún registro,
alguna exhibición museográfica, algún encargo de/a terceros -como es el caso de
“Borges”, readaptado como score por Jan Diego Malachowski en el ‘15 e
interpretado para la ocasión (‘17) por los argentinos Alan Courtis y Alma
Laprida. Cada uno atestigua no sólo la asimilación teórica de las “nuevas direcciones”
propugnadas por colectivos como Fluxus o por las hornadas de compositores
electroacústicos de avanzada que el siglo XX vio germinar entre los 40s y los
70s, sino principalmente su efectiva puesta en práctica. “Estructura Informe
Corazón” y “Mensaje 4”, por ejemplo, se sirven de latidos cardíacos pregrabados
y la agreste estática televisiva. Por otra parte, aunque las dos versiones de “Estructura
Propuesta Sonido I” se han visto reelaboradas a partir de guitarras acústicas, evaden
caer en melodías convencionales aproximándose a la atonalidad de unos, digamos,
Gastr Del Sol. Lo mismo vale para la voz en el caso de la fechada en 2015.
Sonidos trastocados interviniendo soportes
físicos y medios de reproducción, sí, pero también experimentos asimétricos y
síntesis performativas con las reverberación y modulación que prometían formatos
entonces no lo suficientemente explorados (como la cinta magnética). Las
grabaciones salvaguardadas por Estructura Propuesta Sonido... son, dada
su antigüedad, muy adelantadas a su época. Por desgracia, yo, habitante de un
presente muchos decenios posterior; no puedo evitar sentir cierto tedio al escuchar
una vez más el contenido de la rodaja, que ya me suena a repetición, a coartada
fácil, a cliché (así y todo la info me indique lo contrario). Ése es el
principal hándicap de la arqueología sonora: en su afán por repescar
grabaciones valiosas, rara vez sabe cuándo detenerse y acaba recuperándolo todo,
incluso lo malo -cf. el Anthology beatlesco.
Me imagino que Teresa Burga tiene todavía una obra extensa esperando a ser
adecuadamente restaurada y reeditada. Y no sé qué tan representativa de sus
virtudes sea esta compilación. Aún en el caso de que lo fuera, se me hace
imposible dejar de fruncir el ceño y detener la mueca de hastío que aflora en
la comisura de mis labios.
Paradigmas Frecuenciales (I) había dejado
irresoluta la cuestión sobre si la serie de Chip Musik que aperturaba se volcaría
hacia incursiones cortas o hacia las de largo recorrido. Eyectado el 14 de
diciembre, Paradigmas Frecuenciales II mantiene abierta la interrogante,
si bien el fiel de la balanza lo desnivela en favor de las primeras -sus cerca
de 13 minutos confirman la clasificación de single, o en todo caso la de “three-way
single”, bajo la que se le ha liberado.
El sencillo se arma con el concurso de Yume
Station, Galactic Seed y Alcaloidë. Abre fuego la arequipeña Karen Huacasi, que
con Yume Station ha dado sobradas pruebas de una mano exquisita para la
estética glitch y el uso de clicks’n’cuts. El ambient minimal de “Torner
Vermell” se atempera emulsionando ritmos microscópicos y quebradizas armonías
de music boxes, lo que facilita su trasvase hacia la indietrónica. Un camino
interesante, que la mistiana podría explorar -y que llevaría eventualmente a
Yume Station a elevar la media de su producción editada.
En los últimos años, el post IDM de Galactic Seed venía recorriendo en paralelo los senderos del braindance, subgénero de hardcore breakbeat anterior a la génesis del modelo drum’n’bass -algo así como
breaks doblados en velocidad y fermentados al amparo del techno detroitino. De
ahí que “Eclipse De Sonido” haya sorprendido a propios y extraños: carente de
cualquier rastro de espina dorsal/secuencial, Oscar Cirineo propone aquí emocionados
bocetos de ambient digital aupando una senescente melodía que apunta al
futurismo distópico. Si bien el color es distinto del utilizado por Yume
Station, las rutas confluyen.
Lo de Alcaloidë, en cambio, va en la línea de
lo ya mostrado por este a.k.a. de Alexander Fabián. Posicionado en las
entrañas de las máquinas, Alcaloidë se dedica a disparar ruido binario
aleatorio, ¿interpelado? por dropeos y castigado por borborigmos cuasi
industriosos. Pudiera parecer que este tumultuoso huayco de caóticos fárragos dirime
al arribar a su ecuador, cuando asoma cierto orden, pero después de un rato a
lo único que se asemeja este pandemónium de ritmos crujientes y ensordecedores
es a una improbable superposición de koans dionisíacos y surrealistas. Para
libre descarga desde el parterre de la discográfica emblema del shoegazing y de la IDM peruchos.