jueves, 31 de octubre de 2019

Cholo Visceral: Sutilezas EP // Server: Server EP // Ricardo's Blue Shine: Matrix Cósmica EP // Specto Caligo: Distorsiones Óseas

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de octubre del 2019.)

Extrañísimo el viraje que implementa Cholo Visceral en su más reciente producción en estudio, empezando por la alineación. El Vol. II (2016) fue ejecutado por Israel Tenor (guitarra), Arturo Quispe (guitarras, teclado, voces), Joao Orozco (batería), Manuel Villavicencio (bajo, voces), Max Vega (saxo) y Silvana Tello (theremin, voz, percusión; aguardo paciente el debut tras haberle dado vueltas a las pistas adelantadas en su BandCamp). Para Sutilezas EP (mayo), la formación ha quedado reducida a Quispe (ocupándose de la batería) y Villavicencio, a quienes ahora acompañan el tecladista Beto Cerquera y el guitarrista Kevin Lara -quien co-firmó el homónimo paso inaugural (2013). Nótese, además, que es lo primero de ChV sin vientos y con puesto fijo para los teclados. Una y otra característica coadyuvan al tránsito -¿momentáneo?- del combo por la ruta que recorre este sucinto artefacto.

En el telón arriba de “Amanda”, que dura 32 segundos, el cuarteto necesita apenas los últimos 20 para borronear todo residuo de su distintivo sonido ‘power progresssive’. Sustituyéndole, se escucha un murmullo ininteligible como prólogo a trenzadas grecas eufónicas de origen retro -nunca tanto como para volver vista y oído hacia los 70s. Y si al fan promedio de Cholo Visceral puede no sorprenderle demasiado este fugaz intro, “Eros Vaporwave” de cajón lo pesca desprevenido, con su proclama de inédita síntesis entre el progresivo de raíces jazzy y el vaporwave. De este último recolecta su plástica exuberancia ensoñadora, la intensidad con que evoca apacibles sonoridades de antaño, mientras que del primero repesca el eficaz timing de su compulsa capacidad improvisacional. Altamente improbable, semejante unión deviene real gracias a que ChV potencia el swing tan smooth incubado en el filón muzak del vaporwave.

No tan corto como “Amanda”, lo único que hace “Fm” es rendirle honor a su nombre: el notorio dial salta de notas calcadas de “Eros...” a jirones en colisión de las primeras suites de la banda. El final llega de la mano de “Géminis”, casi ocho minutos donde vuelve a aparecer ese excéntrico balance entre prog jazz y vaporwave -si bien rato después de sobrepasada la mitad, el vaporwave se esfuma del todo, emergiendo el sonido clásico de ChV en un plan más liviano (scratch incluido).

Siento una gran curiosidad por saber si esto es sólo una extravagancia que el grupo se ha permitido, o si será la norma sobre la que trabajarán próximas entregas. Ahora, a aplicarle al acabadito de estrenar Live At Woodstaco (su primer álbum en vivo).


Hace siete días aplaudí la determinante colaboración de Antonio Ballester (Blue Velvet) en el nuevo disco de Culto Al Qondor (Electricidad). Me toca hablar de él otra vez, a propósito de Server y su epónimo EP -aunque, la verdad, el opus se prodiga bastante más que un extended.

Server es el alias que bautiza la asociación entre Ballester y Andrés Pérez. Al concretarse (2017), lo hace con el nombre de Videodrome, en inequívoco homenaje a la extraordinaria película (1983) del esteta canadiense David Cronenberg. Influenciados por la electrónica de viejo cuño, ambos músicos comienzan a grabar demos que desembocarán en un primer tema, rescatado como la apertura de su referencia debut.

Es ésta una curiosa mezcla de synthwave de principios de los 80s, de estética Hi-NRG de mediados de la misma década, y de ese sonido 4/4 anabolizado-con-graves-artificiales tan característico del único mago verdaderamente grande que tuvo la repugnante música disco -el maestro Giorgio Moroder.

Maquetado como tour de force (entiéndase tracks entrelazados) y modulado en ocho canales, Server EP es un registro de 32 minutos realizado de una sola toma. El extended sublima la herencia del genio italiano utilizando a tal fin sintetizadores que no cesan de implosionar y/o burbujear, sea que eleven los timbres hasta alcanzar notas que de puro chillonas se convierten en kitsch, sea que desciendan hasta bajo cero al revivir el glacial synth de los precursores británicos. De “Quema Todas Tus Cosas” a “Tecnocacerismo”, un desfile constante y triunfal de circuitería electro secuenciada, coloreada por pedaleras de guitarra. Produce Mario Silvania -Antonio se ha integrado a la nueva formación del célebre grupo-, quien se ha desenvuelto para esta jornada con la mano de un japonés: con profusa producción electrónica, le da al EP un acabado marcadamente austero.


Como asimismo Daniel Dávila (Taneli Lucis), Ricardo Agüero pertenece a las nuevas generaciones de músicos/no-músicos peruanos independientes, inscritas en los frentes de avanzada. En su caso particular, por ahora ha consagrado energías al shoegazing, al post rock y al Ruido; según lo paladeado en el estreno de su unipersonal, Ricardo's Blue Shine.

Aparecido en enero, Matrix Cósmica EP se compone de dos movimientos: “Atardecer” y “Puente”. Gestados ambos sobre palios ambarinos e índigos, son todo menos parecidos. En una esquina, “Puente” es un ejercicio de yuxtaposición abstracta entre reverberaciones de una psicodelia fantasmal y ruido punzante de lesiva sobrecarga, que sólo hacia el epílogo adquiere contornos más clementes en su melodiosidad. “Atardecer”, en la otra esquina, asoma como corolario de una mística sesión de ascesis psicosomática a través del Sonido: el dream pop en que encarna se alimenta de los Cocteau Twins circa Blue Bell Knoll (1988), pero debo decir que termina siendo bastante plano, o al menos así lo hace lucir su prolongado minutaje.

Pese a sentirme más cerca de “Atardecer”, prefiero destacar a “Puente”. Tarjeta de presentación con puntaje promedio, nomás. Veremos cómo evoluciona a partir de ahora.


Last but not least, la de Specto Caligo debe contarse entre las puestas de largo más auspiciosas del 2019. Formado hace relativamente poco (fines del 2017), la cara más reconocible del cuarteto es la de Herrmann Hamann, de los músicos más talentosos que habita la escena independiente peruana del nuevo milenio -colaborador del difunto Leo Bacteria en Insumisión, partícipe de las míticas Trigal Sessions, solista, impulsor de Hamann Y La Luna, miembro de los primeros Cinco Esquinas y de Jacko Wacko... Seguro se me pasa más de un nombre. Junto a Hamann, militan en SC Angélica Carlos, Raúl Vega y el ¿ex? Varsovia Fernando Pinzás. El mote del proyecto viene del latín -“vislumbrar la niebla”-.

Pero, honestamente, más que vislumbrarla es sentirla, olerla, penetrarla, adentrarse en ella. Y más que niebla, es oscuridad prácticamente material. De entrada, arte y título de Distorsiones Óseas -para no hablar de su BandCamp oficial, casi se te desprenden las retinas tratando de visualizar con nitidez el contenido del site- conjuran la morbosa sordidez del industrial de fines de los 70s, la apocalíptica malignidad del post industrial de principios de los 80s. No son, sin embargo, las influencias centrales del grupo; más allá de la angustiante apertura homónima del cassette (para la que Hamann y la Carlos acometen percusiones metálicas dignas de Einstürzende Neubauten). La porción mayoritaria en ese sentido la ocupa una exhibición nada pacata de climas tenebrosos, cortesía del dark-gothic ochentero (Fields Of The Nephilim, Bauhaus y -en menor medida- And Also The Trees), sólo que en clave más minimal y vigorosa.

Las simas del Tártaro quedan expuestas ni bien comienza a firuletear el bajo de Pinzás en “La Danza”, sensación subrayada en la perniciosa “Burden” (¿un guiño a The Wolfgang Press, otra banda clásica de aquellos ‘siniestros’ calendarios?). Y aunque luego el diástole de la cinta entra en una calma ominosa con “Sombras” y “Paralysis”, no más ligeras pero sí menos estremecedoras, Specto Caligo retoma la curva hacia el averno en “Séptimo Sello” y en “Camélidos Endemoniados”; broncos diminuendos donde la guitarra de Vega y las escalofriantes vocales de Angélica -preñada de ayes invisibles- acaban por hundirnos en las tinieblas, a merced de un terror ciego. Magnífico.


Hákim de Merv

jueves, 24 de octubre de 2019

Culto Al Qondor: Electricidad

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de octubre del 2019.)

Ha querido felizmente el Destino que sólo se esfumasen dos años -menos, en realidad- antes de volver a tener nuevas de Culto Al Qondor relativas a su discografía. Pese a lo borroso y “deliberadamente accidentado” del registro, aún se halla en pie el recuerdo de su debut Templos (2017) y el torrente de timbres enteogénico que manaba del repertorio. Escuchado el lanzamiento de este 2019, satisface comprobar que los cambios implementados en éste han redundado unánimemente en favor de la banda y el peculiar sonido que enarbola.


Como sucediese con los de Templos (en el desaparecido Hensley de Monterrico), los temas que dan forma a esta novel rodaja se grabaron en un bar, el Macchu Picchu. El proceso, que fue bien distinto del seguido para el estreno, corrió por cuenta de Joel Álvarez y culminó en agosto del 2018; antes de que el baterista Aldo Castillejos -¡cómo se está haciendo esperar lo último de Registros Akásicos!- abandone el país por circunstancias laborales. Las subsecuentes mezcla y masterización del álbum, respectivamente a cargo de Álvarez-Miguel Ángel Burga-José Antonio Flores-a.k.a.-Dolmo y de David Castillejos, postergaron su salida hasta mayo del presente año. La alineación de CAQ sigue siendo la misma: Burga en bajo y dronismos varios, Aldo en baquetas y loopeos, Dolmo en guitarra y delay. Se hace necesario, eso sí, remarcar la participación de Antonio Ballester -Blue Velvet, Silvania, Server- en algunos tramos del disco.

Sí, porque los sintes y demás florituras electrónicas del colaborador decididamente han sumado en la no demasiado perceptible irradiación a que el estilo de la terna ha sido sometido. Culto Al Qondor sigue alimentándose de/inspirándose en aquellas lecciones maestras que legasen el space rock y sus poderosos despliegues de infinita arquitectura hiperbólica, la psicodelia y sus incendiarios jammings de connotaciones surrealquímicas, el kraut rock y su francotiradora vocación experimental -incluso el oscuro heavy ‘tritónico’ de los primeros Black Sabbath. Pero, a diferencia de lo que se evidenciaba en Templos, en este Electricidad el cruce de influencias ya no se me acomoda equitativo. Algunas voces han apuntado al alza del elemento psicodélico de variedad floydiana. Sin menoscabo de tal valoración, advierto que el cambio neurálgico radica en que el magma del terceto sale expelido adoptando giros propios de la Berlin School, la rama más proyectadaza y electro del kraut rock -aquí no vale mencionar a Kraftwerk, que dejó de pertenecer a esta comunidad de adelantados alemanes en una fase muy temprana, para escribir su propia y gloriosa historia-.

Permíteme alegar, antes de que empieces a juntar legumbres descompuestas y piedras filosas. No es que CAQ se haya deshecho de sus “instrumentos reales” (¿?) para financiar Hammonds, MiniMoogs, audiogeneradores o armóniums. Lo que digo es que las evoluciones picapedreras en ácido que produce el ballet entre bajo y batería, los ininterrumpidos devaneos del primero, los inalterables puntazos que dictan el imponente latir de la segunda, la atmosférico-minimalista performance de una guitarra tan iterativa en sus acordes como teleológica en sus riffs; cuajan en sinuosas/melancólicas/desbordantes zarabandas extrasensoriales que recuerdan mucho a la kosmische musik que Klaus Schulze y compañía firmase en los 70s. El aporte de Ballester en “E1” y en la coda que corona a “Catedral (E3)”, track de 24 minutos y monedas, le da a la jornada el psicotrónico acabado mate que la convierte en señera obra maestra a destacar en el contexto de la escena independiente nacional de todos los tiempos.

Pendular paisajismo sinfónico, hechicero psych post occidental, adictivo ambient-drone retrofuturista. Tres maneras, no excluyentes entre sí, de describir igual número de surcos dispuestos a lo largo de rotundas cinco decenas de minutos. La norma, por desgracia, dicta que escoja una de estas vastas gradaciones ‘afásicas’ como representativa de las múltiples virtudes de tan parejo vinilo. Me quedo con la obertura como perfecta invitación a degustar las psicoactivas delicias de lo nuevo de Culto Al Qondor.


PD: Recién hace un par de calendarios, me entero de la existencia de un revival en toda regla de la escuela berlinesa. Esta asonada, que arranca tímidamente durante la segunda mitad de los 90s, en esencia es protagonizada por músicos anglosajones. El germano Fastidious Android, los suecos Ved y Fontän, y el combo británico Redshift (1996 es el año del homónimo primer round); son algunos de sus principales adalides.

Hákim de Merv

jueves, 17 de octubre de 2019

Alejandro Zahler: Kassa // José Tomás Molina

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de octubre del 2019.)

Justo hace seis meses, el chileno Alejandro Zahler dio a conocer por fin su segundo esfuerzo a título personal, sucesor de la epónima puesta de largo que sorprendiese gratamente en el 2015. Cierto que a medio andar había liberado el sencillo virtual Pararrayos (2017) para descarga gratuita, pero éste se hizo insuficiente de cara a saldar las expectativas generadas.

Nacido en Santiago De Chile hace 43 abriles, Zahler cuenta entre sus antecedentes previos al debut haber producido el volumen Intoxicado, epílogo (2008) del cuarteto Ramires!; así como la musicalización de una serie de audiolibros en el 2013. Humanista que ha hecho carrera como ingeniero civil, y vinculado a diversas plataformas tecnológicas digitales, el capitalino ha sido alumno del compositor clásico irlandés Donnacha Dennehy y ha tocado con el músico y director de la longeva Radio Beethoven Adolfo Flores -con quien grabase, utilizando un sampler y el alias de Binarios la placa Rapsodia SCL (2017, una extraña lectura de la música de cámara desde las posibilidades que ofrece la electrónica del siglo XXI).

Sin descartar algunas de las variables proporcionadas por el neotonalismo, que es la corriente que más lo conecta al clásico contemporáneo, con Kassa se interna Zahler en las espesuras de aquella música electrónica que no requiere de voz. Incluso tomándosele como “incidental”, el cariz instrumental de disco y artista contribuye a refrendar un saludable desapego por cualquier subgénero: mal haría en hablar exclusivamente de “new age”, “ambient”, “proto house” o cualquier etiqueta; porque el individualista pica de aquí y allá sin traslucir prejuicios -de hecho, en tracks como “Seña” o “Prešov” advierto ecos distantes del Jarre más iluminado.

A propósito de Kassa, su creador ha declarado que éste recibe inspiración esencialmente de la historia de sus antepasados, quienes habitaron lo que hoy se conoce como Eslovaquia en tiempos del Imperio Austro-Húngaro. Ellos emigraron a Chile por causa de la Segunda Guerra Mundial, entre fines de los 30s y principios de los 40s. Zahler pudo visitar aquellas regiones lejanas en el 2018, experiencia que vivifica y da tonicidad a la evocación que estos 28 minutos trashuman -en lo que será una constante indesligable de su output: afirma el santiaguino que no se siente inclinado a elaborar esféricos más extensos de lo que está dispuesto a escuchar.

La tesitura de este episodio -que parece guiñar en su nombre a la segunda ciudad más populosa de la actual Eslovaquia- es delicada, sosegada. Su energía se desdobla elegante, serenamente. No pocos de sus arreglos son de una exquisitez geórgica, y la temperatura emocional promedio en ningún caso baja de los 36 grados. Perfectos representantes de los climas introspectivos que emanan de este contemplativo Kassa, escuchar en la FM temas como “Telefon 454” y “J7 For All Sections” sería un auténtico milagro, que honestamente no esperamos ver realizado nunca: no es ése el medio más idóneo para difundir un arte de público y nicho claramente delimitados.

Braceando siempre en las aguas de la electrónica, Zahler remata la jornada aproximándose al clásico en “Podhorany” y “Cintorín”. Algo que ya se había anticipado en “J7...”, el tramo postrer del CD se arrellana en la tradición culta mucho más de lo que jamás el músico se había permitido antes. Este giro no resiente el balance final, pues todas las cualidades que más allá de las formas posee Kassa se ven adecuadamente trasladadas a las nuevas coordenadas. Acompañamiento inmejorable para rematar un largo feriado de meditación sin tener que marcharse de la ciudad.


Todavía más ha discurrido -un año- desde que reseñé en este mismo espacio O, magnífico estreno de los igualmente santiaguinos Sistemas Inestables, quienes llegaran a presentarse en Lima en marzo pasado para la décima edición de la Feria De Discos Y Sellos Independientes. Deploro no haber podido asistir, porque el trío es tremendo exponente de la escena de bandas mapochas contemporáneas que se nutren del math rock y del segundo post rock. Más aún por desatender la oportunidad de conocer en persona a José Tomás Molina, guitarrista excepcional y toda una figura en los predios independientes de la movida chilena.

Si bien se ocupa de la guitarra en SI, las habilidades de José Tomás no se limitan a un solo instrumento o a un único género (por híbrido que éste sea), del mismo modo en que su nombre se ha vuelto frecuente en los proyectos más incógnitos que pululan al sur de Tacna. Empuñando por igual el bajo, los sintetizadores, las baquetas, los teclados o el piano; se prestigia asimismo con una faceta como productor, que desconozco cuándo empieza y que sólo he admirado a partir de sus aventuras solistas. Todo ello eleva a Molina, sin temor a exagerar, a la categoría de un Jim O’Rourke del Pacífico más austral.

Colaboraciones para la serie sobre deportes extremos Malos Pasos, para el videojuego de rol Long Gone Days, para la excelente serie de cortos documentales Manufactura (que reivindica el diseño artesanal artístico-funcional y de oficios manuales en Chile)... Bandas sonoras creadas para obras de teatro (La Muerte Del Príncipe, En Lugar De Nada, El Crimen De Layo) o de danza contemporánea (Vortex, Amasijo), para documentales (Pastene, El Último Cinema), o guiones de films por realizar (La Increíble Metamorfosis De Juan Pérez, 2016)... Éstas son sólo algunas de las participaciones firmadas por el músico, referencias que no agotan ni su fertilidad creativa ni los caminos por donde ella se conduce -en el plano estrictamente sonoro, falta enumerar sus trabajos junto a Presente Inexacto, Santropía, Nueva Noventa, Inverness (con quienes grabó sendos soundtracks para las películas La Vida De Los Peces y La Memoria Del Agua), Macrosónica...

Tamaña feracidad impele a dirigir la mirada, por ahora, únicamente hacia las incursiones en solitario del multi-instrumentista. La Orquesta Errante, debut en estas lides que aparece en el 2014, es el inicio de una carrera ascendente estelarizada por sonidos neoclásicos a granel. Los mantos que hila el chileno con esta pima sonora de ascendente inspiración académica ocasionalmente son rasgados por coqueteos jazzy y la aún más eventual irrupción de bases secuenciadas -adiciones que, lejos de alterarla, abrillantan cualidad primordial y fuente principal de su música: el neoclasicismo. Esto, susceptible de tomar cuerpo en dañino hándicap en otros casos, se convierte a través de registros como Bilanciare (2018), Manufactura Soundtrack (2015) o el mini-LP Hijos De... (2018) en el mármol con que labrar impecables esculturas de bucólico ambient -o en los carboncillo y paleta pictórica con que respectivamente dibujar y teñir las misteriosas atmósferas de experimentación y dramatismo abundantes en el repertorio del compositor.

Mérito tan suyo, por lo demás, como de los músicos de sesión que han llegado a serle habituales en la andadura solista y en varias de las colaboraciones audiovisuales y para performances: Carmen Rodríguez en clarinete, Andrés Moreno en violín, Claudio Corvalán en cello, Sebastián Lizana en corno francés... Resultante de esta sumatoria de pericias y técnicas, cohesionada por el enorme talento del autor, la música de Molina puede lucir un sonido enjundioso o seco, plácido o doloroso. Mayormente acústica, sus certeras dosis de electricidad le proveen de lánguidos armónicos transversales. El carácter fragmentario de la mayoría de piezas es consecuencia de un desenvolvimiento intuitivo/no-narrativo de las mismas, virtud que le hace acreedor al calificativo de sound-maker tremendamente orgánico.

Lo último que JTM ha publicado por cuenta propia es el mini-álbum El Hombre De La Multitud (2019), hace ya algunos meses. Aunque no el primero en ese formato, sí es el primero cuya desaparición se ha forzado por decisión del capitalino. En su lugar, ya figuran cual singles tres de los cuatro surcos que originalmente fueron empacados bajo ese título, acaso con la intención de replantear su extensión y a la vez dotarle de un concepto -como sucedió en La Orquesta Errante (la historia del inquietante romance entre un profesor en sus cincuentas y su estudiante adolescente) o en Bilanciare (el estudio de las emociones crudas y primitivas que nos gobiernan, dividido en los lados ‘Fecondo’ y ‘Deserto’ de un eventual vinilo). Sea que reciba luz verde vía corto o largo aliento, los adelantos de este nuevo opus ya lo sitúan a la altura de lo hecho por Molina, otro de los secretos (por ahora) mejor guardados de la escena sureña.


Hákim de Merv

miércoles, 2 de octubre de 2019

Sajjra: Synthexcess

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de septiembre del 2019.)

Millennial o no, ¿recuerdas ese gag recurrente en los dibujos animados de antaño, musicalizados por Raymond Scott, en los que el/la protagonista/antagonista de turno -Sylvester, Will.E Coyote, escoge a quien prefieras- doblaba la esquina y palidecía ante el ineluctable impacto de algún objeto lanzado a mil kilómetros por hora? Pues eso: escuchar Synthexcess, el más reciente álbum de Sajjra, te pone en el lugar de esos/as desdichados/as... con el agravante de verle venir desde bien lejos sin por ello lograr eludir la colisión.

Lo nuevo de Christian Galarreta representa la culminación de una tríada de registros con que ha acabado por reinventarse y a la vez asegurado la altísima calidad del material que cursa bajo el alias de Sajjra. Más allá del lugar común del que este hat trick me permite aprovecharme, hablo de “culminación” porque Synthexcess es el cenit -momentáneo, así lo espero- de una progresión en que el músico/no-músico ha ido probando e integrando/descartando caminos según procediese o no. A saber: de las noisicas elongaciones post pop del epónimo debut (2013) al lo-fi épico y lírico de The҉ Śun ͟Rem̷ai̸ns ̛T̀he S͘am̀e̵ (2015), y de éste a la depredadora voracidad viral del episodio estrenado en julio pasado -mecánica que recuerda a algunas de las piezas que recibieron luz verde en los primeros días posteriores a Evamuss.

Aunque no evidentes, de esto ya había ciertos indicios en The҉ Śun ͟Rem̷ai̸ns... Y si aquella vez escribí una reseña en la que cité el Primavera Lap Top (2003), hoy invoco el extended Ruid On/Huay No (2006) para subrayar método y objetivo-a-contaminar en este tercer capítulo: la estrategia de Sajjra es amalgamar el Ruido de coloración electrónica a expresiones populosas del Perú. Y si en el tomo dos la mira apuntaba a un comistrajo de salsa y cumbia -o su repelente variable urbana, la chicha-, lo que dejaban entrever “Á͠u͞r̛oŕ̵͝a͟” y especialmente “M̕eta̴̢̛m̀orf̶os̀i̵s҉̛ ”, en el sucedáneo volumen el cañón de plasma sobre-ionizado se enfoca en la impetuosa música vernacular de nuestra zona central alto-andina. Tal es el delta en que finaliza uno de los caminos abrazados por Galarreta en cuanto a “contenidos”.

Otra de esas direcciones se refiere a los “continentes” -en concreto, a forma y magnitud de título y números. En The҉ Śun ͟Rem̷ai̸ns ̛T̀he S͘am̀e̵ todavía persistían algunos resabios de esos tour de forces a los que el rimense radicado en Europa era tan afecto durante sus años como Evamuss: discos extensos, con segmentos grandes o pequeños, casi siempre ligados unos a otros e indiscernibles sin echar una ojeada al reproductor. En Synthexcess (no llega a cuarenta minutos), el formato de tema promedio queda consolidado, aunque algunos de entre ellos vayan pegados (ocurre con “Maldita Kolmena” y “Falsía”, “Huaykoloro” y “Tarish”).


Volvamos al contenido. Synthexcess, ilustrado por el músico electrónico Jonathan Castro y cuyas grabaciones terminasen en el 2017, acredita todas las trazas de haber sido concebido por alguien cuya consciencia se ha visto permanentemente ¿alterada? ¿dañada? El encontronazo que plantea entre modernidad y tradición oriunda de nuestras serranías -los distorsionados loopeos post industriales y la estruendosa psicodelia de su harsh electroacústico, frente a la ceremonial visceralidad del Ande arraigada en melodías de autóctonas reminiscencias ancestrales-, las rotaciones pendulares con que flirtea con las dicotomías suavidad-dureza y delicadeza-tosquedad, la enloquecedora obsesión por el contrapunto entre acordes apenas audibles y pa(i)sajes de volumen extremo; son extraordinarias cualidades que contribuyen a bruñir un trabajo perfecto desde donde se le aborde.

Pero lo que definitivamente glorifica la jornada es su inmersión en las sonoridades tectónicas del folklore nacional. Que pistas inclasificables como “Huaykoloro” y “Falsía” sean reelaboraciones electro-blissoidales de “Aguas Del Río Rímac” (de Víctor Alberto Gil Mallma aka El Picaflor De Los Andes) y la homónima “Falsía” (de Emilio Alanya Carhuamaca), habla de la frenética pasión que ese sonido eyecta desde las entrañas mismas de la Pachamama, efusión transmitida más allá del continuum tiempo-espacio que se propaga hacia tracks como “Synthetism & Excess” y “Maldita Kolmena” para bañar al disco de una estética erosiva -si bien acaso perturbadora para el neófito, irresistible para el melómano curtido y siempre hambriento de novedades.

Hace más de medio mes, se han realizado varios lanzamientos en los circuitos de la escena independiente peruana. Salvo que alguno de ellos, o de los de este mismo 2019 que aún no escucho, logre la hazaña de superar esta proeza; creo que el recuento anual de producciones nacionales ya tiene un claro ganador.

PD: No sé si sea casualidad que la construcción “synthexcess” suene bastante a “sintaxis del exceso”, un concepto doblemente interesante si se aplica al vinilo -Synthexcess o cómo se combinan los constituyentes sintagmáticos de la música de Sajjra por sobrecarga decibélica y dualidades contrastantes. Ni planeado salía mejor el tiro de carambola.


Hákim de Merv