jueves, 29 de abril de 2021

Transmisores II

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 21 de abril del 2021.)

Nueva serie hecha realidad, en la nómina Chip Musik. No ha cumplido todavía su primer aniversario Transmisores, faena mancomunada que proponía una estructura constitutiva distinta a la del “x”-way CD y del split, cuando en marzo último el ya anunciado segundo volumen recibiese luz verde. Transmisores se convierte así en la segunda línea de lanzamientos acuñada por la siempre inquieta escudería, después de la de los célebres Lego.

Con Transmisores II, van perfilándose algunos rasgos direccionales de la saga, como la constante renovación de la lista de participantes o la publicación de repertorio exclusivamente inédito. O la presentación de los nuevos proyectos que se van sumando al catálogo Chip -si antes fue Mongo No Stars, ahora es Astronauta Slow Dance. Podría reflexionar sobre los estrenos en ciernes como el criterio dirimente con que esas flamantes incorporaciones acceden a los compilatorios, si bien faltaría verificar esa aserción en la Realidad: aunque tanto MNS como ASD vienen chambeando sus respectivos debuts, el del primero lleva ya tiempo aguardando el visto bueno.

De su predecesor, ...II reitera asimismo la cantidad de colaboraciones por cabeza (dos) y su equidistante posicionamiento (1 y 6, 2 y 7, 3 y 8...). A diferencia de su hermano mayor, sin embargo, éste no describe una traslación circular. Lo suyo es más una suerte de desplazamiento hacia adelante que recorre el espectro de las vanguardias noventeras hasta alcanzar los 180 grados respecto del punto de partida. Una gambeta de largo aliento cuyo movimiento inicial está a cargo de Puna, podría decirse el grupo insignia de la independiente -por reunir a sus animadores más señeros: Alfonso Noriega, Jorge Rivas y Alexander Fabián, más el concurso en bombo y platillos de Leko López. Para “Al Sur De Los Párpados”, el cuarteto recupera la síncopa jazzy que en el excelente Sukha (2019) pringó su resonante mezcla de post rock, bliss pop, electrónica y baggy. Único track del esférico que tiene vocales, el desenlace de “Al Sur...” me recordó al de “Souvlaki Space Station” de los amados Slowdive (o al de “Moussaka Chaos”, según se estime). En coordenadas semejantes, prescindiendo de toda percusión y con los indicadores de distorsión decibélica en rojo, se asienta “Sierra”.

Diversificando ese maleable ambient electrónico que es componente capital de su sonido, la arequipeña Yume Station empieza el peregrinaje desentendiéndose del testigo que resguardase Puna. Enarbolando siempre bandera de concisión, en “Redfish” y “Greenfish” la individualista se balancea entre la indietrónica casera, dosificados clicks’n’cuts y casi invisibles brochazos glitch; enfatizando prólogo y epílogo de “Redfish” con sedante efecto acuoso. Proporciones idóneas cuyos niveles espero ver reeditados en su recientísimo 1991, que todavía no escucho. De otro lado, Gabriel Muñoz (a) Astronauta Slow Dance empuña un rollo asaz etéreo/angélico de shoegazing y ethos landscaping, rollo que no se resiente al encamarse con las programaciones de ascendencia IDM/post IDM (“En El Bosque”) o con las sencillas secuencias de que le provee el synth más sobrio (los dos últimos minutos y sencillo de “Mind”). Un prometedor mixtión todavía en pleno maridaje.

Penúltimo en el track list óseo de Transmisores II, Alcaloidë acomete sendos ejercicios de electrónica asida al Ruido. Asida, no fusionada. Son “Nube Molecular” y “Danakil” efigies de abstractas geometrías anómalas -post IDM “Danakil”, intelligent techno “Nube...”-, lo bastante afectas al cromosoma Warp de esta identidad de Alexander Fabián como para no abandonarse al puro Caos litografiado por el Ruido. Este último se erige preponderante en el corolario de la placa, en manos de Rolando Apolo, músico experimental de amplia trayectoria. Su taumatúrgica manipulación de frecuencias y texturas tan pronto funciona desnuda (“Ol Creh”) como caminando sobre una alfombra entretejida de beats colapsados y secuenciaciones deformes/desgarradas/rotas (“Litos Odra Lat”). En ambas instancias, las explosiones de noise binario adquieren un protagonismo estelar, pero no por fuerza excluyente. Concluye así el segundo capítulo de una serie cuyo siguiente paso aparentemente sale de todas maneras en el 2021.

Hákim de Merv

jueves, 22 de abril de 2021

Sajjra: Uchuraccay

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de abril del 2021.)

Especulo en estos momentos, al escribir sobre lo nuevo de Sajjra. No he conversado al respecto con quien maneja las riendas del unipersonal, Christian Galarreta, y en consecuencia no estoy al tanto de las circunstancias que signaron la (dilatada) concepción del reciente Uchuraccay. Normalmente, la obra debería hablar/contar por sí misma, pero no estoy disertando sobre un músico promedio de nuestra estupenda escena independiente -sino sobre uno de nuestros créditos más aventajados y talentosos.

¿Y por qué tanto rollo? Porque Uchuraccay petardea el bellamente ruidoso ersatz que Sajjra ha cincelado a través de una discografía ejemplar como pocas -integrada por el epónimo debut (2013), The҉ Śun ͟Rem̷ai̸ns ̛T̀he S͘am̀e̵ (2015) y Synthexcess (2019). Todas ellas, jornadas dignas de coronarse como las mejores de sus correspondientes años en el plano nacional, que pueden presentar más que suficiente batalla a nivel latinoamericano. De ahí mis dudas sobre si el nuevo álbum comporta un súbito cambio de dirección o si se trata de un exabrupto, digamos, coyuntural (debiendo evaluársele acorde).

Desde el nombre, de profundas repercusiones para la historia de la guerra interna de baja intensidad entre las organizaciones terroristas y el Estado peruano durante los 80s, Galarreta ya adelanta de qué va a ir esto. En enero de 1983, tuvo lugar en el pueblo homónimo -sito en Ayacucho, el departamento más castigado por la subversión armada- la masacre de Uchuraccay: previamente instruidos por los comandos sinchis de la Guardia Civil, de asesinar a cualquier persona sospechosa que llegase a sus linderos a pie, los campesinos de la localidad dieron muerte a ocho periodistas, su guía y el lugareño que salió en defensa de este último. Meses después, los terroristas de Sendero Luminoso erradicaron la comunidad, empujando a los sobrevivientes al éxodo en 1984. El pueblo no se refundaría sino hasta el ‘93.

En comparación con el conjunto de su obra previamente publicada, Sajjra ha practicado una drástica reconvención de su habitual pureza textural. No obstante el uso de grabaciones de archivo/de campo como materia prima es un recurso frecuente en la metodología compositiva del limeño, éstas se han acoplado en Uchuraccay a la usanza del primer industrial y su incordiante criticismo surrealistoide. De hecho, sorprendentemente el disco no golpea demasiado lejos de la tradición industrial que inaugurase la noventera subescena local de Sadomasters, Maximum Terrorem, Sangama, Error Genético y compañía.

Armado entre el 2015 y el 2017 con muestras que van del ‘04 al ‘16, el corte titular es una impecable alegoría sonora de la impotencia y desesperación internas que padeciesen los asesinados ante la inminencia de una muerte tan violenta como inexorable. Los austeramente opresivos climas de pesadilla que siguen a cada agudo alarido digital de angustia, secretados a través de un zumbante sintetizador en modalidad minimal, logran mimetizarse con los relevantes silencios con que se intercalan -el último de los cuales cae fugaz al transcurrir una decena de minutos. Tras desvanecerse, el dantesco sonido de la agonía en medio de la nada es todo lo que nos acompañará hasta el último de sus 1321 segundos.

La cacofónica “Sirinu Wayra Tanqanakuy (Otoacoustic Emissions From The Wind)” recupera algo del aire que había perdido “Uchuraccay” a muy poco de terminar. No renuncia al Ruido, sino que le modela a través de contornos más reconocibles, si bien no menos fantasmagóricos/tensionales. La mayor parte del surco, que el propio Galarreta define como “una experiencia psicoacústica”, carece de médula, o por lo menos de un componente que haga las veces de catalizador. ¿Catalizador de qué? Pues de los indispensables y deformes overtones con que verter al puro expresionismo auditivo la mirada de piedras, vegetación y nieves que a la distancia atestiguaron el sangriento suceso en Uchuraccay -overtones que la ecualización y posterior chamba de edición hicieron nacer del rumor de lo que parecen ollas y cacerolas azotadas sin cesar por el viento montañoso, acaso abandonadas al huir sus dueños. Cierto, hay cambios a lo largo del cuarto de hora que “Sirinu...” perdura, pero éstos son infinitesimales; como los de las olas que vienen a morir en cada costa o farallón.

Finalizo el comentario sin descifrar el lugar que ocupa Uchuraccay en el devenir de Sajjra. Por un lado, no creo que anuncie un giro en ese andar. Por el otro, no me termina de convencer que se trate de una excepción. Tal vez sea, después de todo, esto último: el volumen no figura en el BandCamp de Sajjra, sino en otro que su autor ha abierto bajo la denominación Sajjra Xhrs Galarreta (y donde se puede visionar un breve video de imágenes tratadas/intervenidas). Un trabajo harto interesante, de cualquier modo, plasmado en cassette por la discográfica húngara Blindblindblind y envuelto en un pequeño saco de paja -como los que usaron los pobladores de Uchuraccay cuando se produjo su diáspora.

Hákim de Merv

jueves, 15 de abril de 2021

Música Casual: Fluir // Los Fractales

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 7 de abril del 2021.)

#AguanteChile.

Vuelve Rodrigo Mardones a Chip Musik -plataforma que pusiese a consideración su arisco debut Untitled (2018)- tras la experiencia de dos trabajos autoeditados, Ensamblar y Vitalismos (los dos en el 2020). Dicho retorno, a despecho de las apariencias, involucra una exploración en el Sonido antes que en el Ruido.

Fluir consta de dos temas que, en conjunto, bordean los tres cuartos de hora. En la medida en que son perfilados como improvisaciones, y se han concebidos utilizando automatismos equivalentes a los de la escritura mediúmnica, se desprende de ellos un cierto sesgo surrealista; que tiene a maltraer cualquier atisbo melódico invocado por el yo vigil del individualista. Otro rasgo en común es el movimiento de sus ondas sonoras, aludido acaso inconscientemente al bautizar el disco: en “Subir Las Montañas” y “Bajada” no vislumbro, según corresponda, ascensos o descensos verticales -sino un desorientado(r) ejercicio de trekking que mana permeando/anegando etapas.

Predeterminada por una topografía anómala -de erráticos picachos imprevistos y glitcheadas mesetas deprimidas-, por una geometría difusa -de, como diría Lovecraft, “ángulos convexos que se comportan como cóncavos”-, por una geografía irregular -de voluminosos istmos lacunares y noisicas bahías drenadas-; la piedra filosofal del cuarto largo que firma Música Casual es el impromptus. Pueden identificarse decenas de ellos, loopeados discontinuamente o hasta el infinito, inalterablemente o hasta la deformidad, a lo largo del ejercicio. Enturbiada o prístina, su insistente presencia es la que cohesiona el conjunto.

Si es necesario ponderar algunas características particulares, diría de “Subir Las Montañas” que la tirantez que epata es consecuencia de los procesos que acomete Mardones -más sus secuaces de ocasión: César Tapia, Ricardo Guzmán, Karl Lihn- y los crispantes sonidos analógicos/digitales que de ello se derivan. De “Bajada”, en cambio, escribiría que potencia la sensación de incipiente onirismo sónico pese a comenzar mostrándose como un reprise de los instantes finales de “Subir...” -percepción que se desvanece antes de llegar al minuto. Obviando estas peculiaridades, lo que queda es un álbum electrónico de quimérica arquitectura e inquieto palpitar astral. El arte es de Marcelo Buscaglia.

Extraño caso el de Los Fractales. Las costas de Valpo les ven formarse como grupo a mediados del 2019. Excluyentemente instrumentales, debutan poco más de un año después con el mini-LP Vol. I (octubre). Luego de veinte días, ya en noviembre, aparece en el mismo formato el Vol. II. Tras dicha publicación, los portuarios cesan toda actividad en su página oficial de Facebook, que no consigna sino mendrugos de información. No pasaría mucho antes de que decidieran borrar de BandCamp su primera referencia, y por ende la opción de descarga gratuita que ésta dispensaba. Si todavía están en activo, es por ahora un enigma para quienes vivimos fuera de Chile.

En Vol. I, el combo ya esbozaba los lineamientos generales que ha escogido como input: un regato de sostenida vitalidad, que tan pronto suena a surf music como a dark de poso experimental y a jazz de despercudido groove. Los propios Fractales acuñaron los términos de “surfwave” y “no jazz” para identificar su propuesta -una que asimismo apela a técnicas lo fi para presumir de áspera/rústica, sin por ello dejar de sugestionar briosa, intensamente. Ejemplos prominentes de esta múltiple confluencia son “No Mar/No More” (con un swing no exento de arabescos), “NOJAZZ” (voluptuosa pista de tres tiempos) y la darkie “NO FUTURE”. El lunar de la cinta: “Malos Pasos”, entre punk y no wave.


Con diferencia de dos tercios de mes, previsiblemente Vol. II no hace sino reafirmar el itinerario trazado por su predecesor, corregido y aumentado. A una mayor duración en el promedio de tracks, se suma el uso de voces, si bien todas ellas ininteligibles -es probable que repescadas de productos audiovisuales, aunque no lo puedo asegurar. Sin apartarse del metodismo lo fi, la formación desarrolla composiciones como “Nina/Curo” y “YIN YIN” más sobre bosquejos divagantes y desparpajados. Por oposición, una síncopa mitad pop mitad jazzy atornilla al piso números como el enérgicamente circular “Perdón Japón” y el trippero/groovy “MYSTERIA” (de elogiable guitarra rítmica).


Manufacturados ambos títulos en cassette (o eso es lo que inducen a pensar las portadas), Poxi Records debería pugnar por fichar a Los Fractales -no confundir con los santiaguinos que tienen el mismo alias, pero prescindiendo del artículo-. Suponiendo que éstos sigan juntos, claro. Y es que LF poseen todo lo necesario para encajar en el catálogo de la independiente: su sonido, su estética y su ética hacen de ellos dignos pares de Talismán.

Hákim de Merv