lunes, 31 de diciembre de 2018

Pierre Cueto: Space Surfer // Kananki: Kananki

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de diciembre del 2018.)

Nunca tuve la oportunidad de escuchar a los indie pop de Supersónicos. En medio de la resaca post-Jubileo, y ad-portas de alumbrar la revista independiente Freak Out! (marzo del 2004), su epónimo debut fue de los (¿pocos?) títulos que el radar no pudo detectar a tiempo. Aunque he leído en su página Facebook que el grupo sigue activo, habiéndose producido su último lanzamiento en el 2015 -el extended promocional 4X4-, sus signos vitales son exiguos por ahora.

Quien ha decidido salir del marasmo por cuenta propia es el bajista, Pierre Cueto. El estreno en solitario Space Surfer es un mini-álbum que arranca cómodamente instalado en el surf oriundo de los 60s, pero cuyas olas están lejos de romper sólo en esa playa. El surf instrumental y garagero es la base pivotal que capitaliza Cueto para desperdigar su violáceo smog sobre géneros coetáneos ad-látere, como la psicodelia, el rockabilly y el funk; e incluso otros menos próximos, como el jazz y el blues. Quizá sea este denominador común el que le confiere a Space Surfer peso y consistencia de obra conceptual, camuflando el hecho de que recopila composiciones antiguas del autor, escogidas a cuatro manos entre él y Eloy Calle -de Los Stomias, co-responsable de Mosquito Records, escudería que publica a uno y a otros.

Registro de veinte minutos y descuentos, el inaugural corte homónimo de Space Surfer es una contundente demostración del surf hemostático y brioso al que es afecto el bassman. Sobre esa trepidante plataforma, “Verano Púrpura” ensaya un primer acercamiento al jazz bajando las revoluciones, si bien el marcado contraste con la apertura no lo ayuda. Siendo “Tres” de esa misma naturaleza, aquí funcionan los sincopados guiños vagamente psicodélicos que alimentarán los principales motivos de la lisérgica “Anubis En La Luna”, rotunda y ácida incursión en los dominios del garage.

El pétreo latir de las cuerdas en “Blues Space”, de acrimonia bermeja hasta niveles alarmantes de oxidación, extingue el sosiego inicial que proponía este instrumental; al punto de arrinconarte contra el caos nuclear. A esa experiencia le sucede “Apocalipsis Nibiru”, que tiene las secciones más punk de todo el disco, o en todo caso proto-punk -acicateándote a un slam evolucionado a partir del famoso “ritmo enfermedad” que infectó Lima a fines de los 60s. Los efectos de la eléctrica favoritos en esas remotas épocas se dan un festín en “Reloj Lunar”, donde el surf vuelve a primeros planos, antes del desenlace con “Enki Swing”. Haciendo honor a su nombre, ésta es la pieza más sólidamente funk de Space Surfer: melodiosa hasta permitir accesos de jazz y ska tradicional, “Enki...” cierra con punche mezcalero un primer trabajo muy interesante de Cueto.

Para SS, el bajista ha convocado a Jack Bastante (batería), a Alejandro Malpartida, a Stefano Obregón (ambos en guitarra) y a Luciano Cárdenas (saxofón). Merece este último una alta mención honorífica. El plástico es 100% sonido, pero si un instrumento pudiera ocupar la voz, ése es el saxo. Y aunque la performance de Cueto sea realmente impecable -el sinuoso bajo llega a dictar el rumbo tonal de cada tema-, el saxo se roba el show, tecleado por un fauno en plena combustión espontánea. Hipnotiza al oído, lo mismo que al ojo esa coqueta nereida en el arte del CD.


Siempre inquieto, Ronald Sánchez me jugó amablemente a fines de septiembre último el link hacia el testimonio de uno de los recientes proyectos en que ha participado -proyectos que, para su suerte y la nuestra, le permiten vivir y seguir desarrollándose como músico al margen de su chamba en Altiplano. Ahora que lo pienso, el hombre va en racha tres años ya: al Sueños Saparas (2016) de Altiplano y al Sonidos De Nasca: Ofrenda (2017) al lado de Fred Clarke, debe sumarse el legado epónimo de Kananki. Es éste el resultado de la residencia artístico-creativa “Cabañas Oscilantes”, que, gracias al colectivo Central Dogma; nuestro compatriota dirigió en el cantón de Pujili (Cotopaxi, Ecuador), bastión tradicional de alfareros y ceramistas en la vecina nación del norte. Allí y por espacio de nueve días, Sánchez interactuó con seis artistas provenientes de distintos países latinoamericanos. Culminada la residencia, se grabó el disco materia de este comentario.

Puedo entender a quienes se sientan inclinados a catalogar la música de esta rodaja como “world music”. Yo no concuerdo. Ese término se acuñó para aludir grosso modo a músicas tradicionales y/o vernaculares, pertenecientes a todos los pueblos del planeta, y éste no es el caso. Las raíces que extiende Kananki, muy cercanas todas a nuestro espíritu comunal latinoamericano, son ciertamente milenarias. La presencia de pinkullos y zampoñas, así como la implementación de una sección percusiva en paralelo al uso de recursos rítmicos más modernos, apunta a una recuperación del mosaico sonoro desplegado por las poblaciones originarias de las Américas al sur de Estados Unidos; que existieron antes de la llegada de los europeos al Nuevo Mundo y que miraban hacia el Pacífico, haya sido su hábitat la costa, la sierra o la selva. Esto no es algo nuevo en relación a las jornadas en que ha estampado su firma el integrante de Altiplano.

Pero también es verdad que Kananki no se atiene a la mera recreación. Todos esos fragmentos que la arqueología sonora de nuestros días ha arrebatado de las garras del Olvido, resucitan al ser manipulados por la tecnología contemporánea -y quedar anexados a aquello que les ha insuflado nueva vida: la experimentación de metodología entre chamánica y futurista.

Por forma y disposición, Kananki me ha hecho recordar al Sunchu Tiquitay EP de Quilluya. Ojo que no estoy ofreciendo aquí un juicio de valor, sino una sencilla impresión comparativa. Es un volumen corto, de 33 minutos y tanto, que tiene diez capítulos. Sin embargo, apenas un poco más de la mitad son temas propiamente dichos. Los demás funcionan como interludios -tres de ellos no superan los 120 segundos-, o si se prefiere como vasos comunicantes entre aquellos canales favorecidos por un desarrollo (digamos) “narrativo” más abundante.

En cuanto al valor de la obra, cabe agregar a esta parrafada que se trata de un esférico muy intenso a pesar de su brevedad. El mexicano Rodrigo Gallegos, la colombiana Natalia Montoya, los ecuatorianos Martín Matilla, Luis Umberto Conejo y Edgar Castellanos Molina, y los peruanos Ivanka Cotrina y Ronald Sánchez; han concretado una obra sin pausa desde el primer minuto hasta el último. Ésta a veces puede describirse simplemente como IDM prehispánico. Otras tantas veces, como puro onirismo líquido que amplifica digital y surrealistamente precolombinos patrones sonoros estilizados. En ambos casos, los ecos de siglos desvanecidos que desgarran las eras a velocidades transónicas son los que hacen del sample, los efectos y el estudio de grabación; cinceles con que esculpir este magma audiomántrico que no sólo debe existir en el hoy -sino en todo estado vibracional que ocupe el mismo espacio en el tejido del Tiempo. Pasado, presente y probablemente también futuro; en un licuado de mestizaje avant garde con que soñar la omnisciencia, desde nuestra condición de míseros mortales.


Hákim de Merv

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