martes, 11 de julio de 2017

Silver Apples En Lima

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook 16 de noviembre del 2015.)

“Jack is in the house” solía ser el grito de guerra durante la primera edad de la house music (1985-1989). A través suyo, se aludía a “Jack” como la emoción imparable que en algún momento de las largas sesiones discotequeras brotaba en tu interior y te catapultaba al nirvana -y de paso al dancefloor.

Obviamente, esta emoción -quién sabe sólo nos alcanza nuestra cultura para darle esa categorización por analogía, a algo que está por ahora más allá de la comprensión racional humana- no es privativa de la música house. “Jack” es sólo una forma de llamarla, pero la verdad es que se halla presente en todos lados, incluso en aquellas músicas que no se orientan al acto de bailar. Un ejemplo dance es ciertamente el hip hop, que llama groove al mismo ímpetu invocado a través de programaciones pastosas bien labradas y un fraseo emputado. Otro ejemplo, mucho más ligado a la danza, esta vez tradicional; ha quedado magníficamente retratado en el cuento “La Agonía De Rasu-Ñiti”, de nuestro José María Arguedas -remitirse al momento en que Atok’ sayku grita a voz en cuello mientras baila “¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, aleteando!”, al haber recibido el nuevo dansak’ el espíritu que guiase a su maestro como danzante de tijeras. Y otro ejemplo, esta vez no bailable y más cercano a las dinámicas tribales alrededor de una hoguera de homínidos, lo tuvimos en noviembre del 2015.


Silver Apples, la legendaria banda que se movía dribleando entre la psicodelia dura y la proto-electrónica a fines de los 60s, ofreció el 15/11/15 gratuitamente un concierto memorable en el marco de la clausura del festival Integraciones (quinta edición). Es de aplaudir que, a pesar de que en el cercano 2018 su álbum debut cumple medio siglo de publicado; Simon Coxe, miembro sobreviviente de la genial dupla -el recordado baterista Danny Taylor partió hacia lejanas Itacas en el 2005-, se mostró digno merecedor de su tremebundo currículum.

Estuve desde las 4 de la tarde en el recinto de Fundación Telefónica. Recién pasadas las 5.30 pm, comenzó a llegar público a cuentagotas. Uno de los primeros fue el amigo Fernando Rivera, con quien nos echamos una buena mano de charla y con quien fuimos testigos de la prueba de sonido de Silver Apples. Para “setear” los equipos, Coxe tocó “Lovefingers”, que no incluyó en su repertorio de fondo, y un fragmento de la inmortal “Oscillations”. Terminada la prueba de sonido, Coxe bajó y muy amablemente accedió a tomarse fotos con nosotros.

Conforme avanzaban las horas, la concurrencia se hizo más nutrida. A decir verdad, al margen de la oportunidad de ver a Silver Apples en vivo y en directo, fue una velada de reencuentro con muchos amigos, viejos y nuevos. Con muchos conversamos -Kamila Lunae, Luis Samanamud, Carlos Acevedo, Pedro Benavides, Víctor Chang, Jaime Alfaro, Alexander Fabián y Jorge Rivas O’Connor. Con algunos más, sólo fue un saludo de lejos -sorry José, sorry Arturo, no me llegué a acercar-. Con otros algo más solicitados, sólo fue verlos, saber que estaban allí -Roberto Ortigas, Wilder Gonzales Agreda-.

Bien jugado el set de Rapapay y su electrónica post IDM (el individualista ha vuelto tras muchos años de ausencia en la escena, hubiera sido un golazo que pusiera su disco Aymaraes a la venta). Bien jugado el set de Varsovia y su synth punk con marcada influencia D.A.F. (sorry Dante, sorry Fernando, no me llegué a acercar). Pero la atmósfera misma estalló cuando Silver Apples subió al escenario.


Después de un anti-clímax involuntario que fue tomado de la mejor forma -el sonido se cortó abruptamente al inicio de su set (“I Don't Care What People Say”, del recuperado The Garden)-, Coxe convirtió la noche en una burbuja de bruma química: repasando los dos clásicos discos del dúo, nos regaló cincuentaypico minutazos de indócil surrealismo que en más de una ocasión saltó desde el analógico pasado hasta nuestro presente -y viceversa. Casi una hora clavada -timing perfecto, ¿verdad, Pedro?- de oleaginosas psicoanomalías sónicas, de ir regresionando hasta la Edad de Piedra, hasta convertirnos en cavernícolas alrededor de una fogata primigenia. Coxe sabía lo que hacía, y por eso el clímax perfecto fue “Oscillations”, en una versión que no parecía tener fin, pues se renovaba incesantemente -al punto de transportarnos a todos a otro plano de la existencia. Previsiblemente, “Oscillations” se convirtió la rúbrica perfecta antes de bajarnos de la nube lisérgica en que nos habíamos trepado.


Un caballero, el músico. Y una foto/noche para el recuerdo.

PD: Amanecí tan alucinado con la performance del día anterior, que tuve que seguir pasteleándome, esta vez con la obra del cineasta Kenneth Anger: Fireworks (1947), Invocation Of My Demon Brother (1969) y Lucifer Rising (1972) al hilo.

Hákim de Merv

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