jueves, 12 de marzo de 2020

Martia Pelepsi: Un Verano Silencioso

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 4 de marzo del 2020.)

#AguanteChile

Rubricando la honrosa tercera posición que viene sosteniendo desde los 90s la escena independiente chilena frente a sus pares latinoamericanas de habla hispana -y ya no es tan descabellado hablar de un segundo puesto, Argentina se ha dejado estar muchísimo tiempo-, hace por lo menos dos lustros se ha cimentado al sur de Arica una estirpe de creadores polifuncionales capaces tanto de articularse a uno o más grupos como de labrar interesantes carreras en solitario componiendo música y letra, acompañándose para los directos de colegas allegados cuando es menester. El inmenso Cristian Heyne -Christianes, Shogún, Tormenta- fue su precursor, cuando se extinguía el siglo pasado, y seguramente también es su figura mayor; lo que no obsta para elogiar otros ejemplos conspicuos de ese linaje, caso Alejandro Zahler o José Tomás Molina (de quienes ya he hablado antes en este espacio).

Sobre el papel, el músico Carlos Torrejón cumple con todos los requisitos conducentes a su adscripción a esta casta. Natural de Concepción, región tradicionalmente considerada cuna del rock chileno, el penquista hoy radicado en Santiago se ha enrolado en muchas bandas de diverso pelaje y duración dispar. De todas ellas -Fosfeno, aM BattOm, Cannguru, Analogic Disorder Attitude, Transistores, Lovecraft-, sólo he podido audicionar material completo de las dos últimas: de ahí, valga la aclaración, mi uso de la muletilla “sobre el papel”. Formaciones ambas oriundas de ‘Conce’, independientemente del género que cada una esgrime (post punk Lovecraft, rock alternativo Transistores), noto en el guitarrista una peculiar sensibilidad garagera -que se ha trasladado corregida y aumentada a su nuevo proyecto.


Martia Pelepsi nace en el 2018. Hacia noviembre de ese mismo año, y por espacio de doce meses, tienen lugar las sesiones de lo que a la larga será su debut en 33. El trío, que completan el baterista Gonzalo Jessen y el bajista Raúl Lorca (respectivamente a izquierda y derecha en la foto), manifiesta en redes practicar un post rock ‘somático’. Quizá justamente por eso, la arquitectura de Un Verano Silencioso (2019) tiene más de sencillo y honesto indie noventero que del post rock 2.0 de Mogwai y compinches. Porque lo de ‘somático’, ni planeado se evidencia mejor: las monocromáticas líneas espiraladas que bosqueja la eléctrica de Torrejón (a) Turk 182, la simplicidad de las formas que sombrea el bajo lorquiano, la descomplicada geometría apolínea que profesan la drum machine y las baquetas de Jessen; cuajan sonoridades profilácticas -cuando no efectivamente curativas- que ayudan a contener el estrés de la vida común y silvestre basculando entre el pop independiente y el de “vanguardia”.

Estas características, presentes en por lo menos cinco de los seis instrumentales que acoge el estreno, son enfatizadas por el registro de las cuerdas con el micrófono de un celular y por la edición de ese input con -digamos- software de bolsillo. A la vez, dicho proceso sitúa al álbum en territorio indie y subraya ese urgente minimalismo expresivo inherente a la poética del garage.

El estallido social que vive Chile desde octubre último no podía menos que dejar su marca en Un Verano Silencioso. Algunos de los temas han nacido producto de la conflictiva cotidianeidad que ahora palpita el hermano país austral, como el cierre “Sanar” -hay títulos que lo dicen todo-, “Hombre Caminando Bajo La Lluvia” o la apertura “Temporada De Luciérnagas”. Otros, como “Se Acerca El Invierno” o “Coma (Umma Song)” (que Carlos dedica a su querendona bull terrier), han obtenido su mezcla definitiva ya en el marco del diario convulsionar mapocho. Todo esto, es evidente, no se traduce en un LP sobrecogedor y doloroso -ni mucho menos. No son el post rock o el indie de los 90s demasiado proclives a la representación dantesca de realidades dramáticas/traumáticas -pero tal vez sí los primeros estilos que se me vienen a la cabeza si se trata de sublimar aquellas terribles experiencias. Gracias a la dilatada extensión de sus tracks y a la ¿“ciclicidad”? de sus motivos y estructuras, UVS le atina al doble cometido de disipar la tensión del Chile urbano sedimentada en la psique y descargarla con ejercicios sonoros de conducción casi zen.

La única excepción del disco: “Billy The Spleen”, corte dedicado a un héroe de juventud (Billy Corgan, de Smashing Pumpkins), único momento equidistante entre el post rock químicamente puro y la pleamar indie de décadas atrás.


Hákim de Merv

No hay comentarios.:

Publicar un comentario