domingo, 27 de diciembre de 2020

Les Replicants: Ser/Ver // Paruro: GeoMúsica // Juan Nolag: Soulmates EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de noviembre del 2020.)

Parando mientes sobre las muchas líneas dedicadas en los últimos doce meses a compilaciones de sellos no por distintos menos hermanados, tales como Dorog Records y Chip Musik, más de una vez me he detenido a subrayar las colaboraciones firmadas por Les Replicants. El grupo, que cobró vida en Huamanga (Ayacucho, 2018) y que actualmente animan Luz Cáceres y Walter Arellano, ciertamente se cuenta entre los más interesantes que las nuevas hornadas del pop independiente peruano han dado a conocer.

Junto a esa verdad de a kilo, otra igual de gruesa: Ser/Ver (septiembre) ha sido un mini-LP compuesto esencialmente por Arellano, encargado de las drónicas guitarras, del bajo secuenciado, de la batería y de las aniquiladas voces flamígeras. Esencialmente. No excluyentemente: “Garden Ov Lights” es en apariencia la toma definitiva -recortada en 20 segundos- del corte ofrendado a Panoramas: Una Visión A Los Horizontes De La Nueva Música Limeña (Dorog, 2019) con el nombre de “Huamanga Secret (Garden Ov Lights)”, donde sí participa Cáceres en vocales y sintetizadores.

Como fuere, Ser/Ver no se contenta con extractar las reinterpretaciones que de la psicodelia sus incursiones previas en muestrarios han efectuado -neopsicodélica a la usanza de los primeros Primal Scream en “Ilumíname”, pulsante onda alienígena a lo Loop y Spacemen 3 en “Huamanga...”. Sobre esas vetas, pues, el debut ha añadido fierrazos de ambient drone, inflexiones híbridas de lo que puede descifrarse como “synthgaze”, brochazos de un pop etéreo; todo ello galvanizado gracias al otro amor declarado de la dupla -el lo fi. Éste se impone desde “Into The Hive Mind”, centelleante apertura que apenas lleva velocidad de impulso, hasta “Unknown God”, telón abajo desgarrado por las resonantes suites gravimétricas de Pete Kember y Robert Hampson. En medio, números de un groove alucinado como el sidéreo “Iridiscense” (mi favorito del mini-álbum) y el empilado “Desert Open Sky”.

Cinco canciones influenciadas por Pessoa y Dick, por la tradición haiku y las voces de los daimons que alentasen a los antiguos griegos. Sucede igual con temas no incluidos aquí, como el citado “Ilumíname”, “Spirit Dance” y “Mercurial Waves” -sencillos virtuales los dos últimos, alumbrados respectivamente en abril y en agosto. Recomendaciones finales para Pris y Roy, quienes ya están pensando en editarse nuevo material, amén de dotar a Ser/Ver de formato físico: 1) Si van a ceder a la tentación de rescatar tracks ya difundidos, piénsenselo más veces al momento de elegir la versión final, porque la de “Huamanga...” en Panoramas... es superior, y 2) Cuadren bien los horarios, no sea que vuelvan a gestarse cruces entre la chamba de Luz Cáceres para LR y su faceta solista como Luxsie.

Hace tres meses, Paruro decidió mandar al archivo la pausa de dos bienios que se había tomado tras su resurrección con el fenomenal Remanentes. Lo extraño es que lo hizo por partida doble, liberando además del GeoMúsica (26/8/20) otro disco fechado en el 2017. La norma exige que se contabilice la existencia de un título desde la fecha de su aparición pública, por lo que Tecnología Sexual (15/8/20) debiera ser considerado un trabajo del año pandémico. Y aunque no me llevo bien con las convenciones, la producción nacional 2020 ha sobrepasado tanto las magras expectativas de marzo, que no he tenido respiro para escuchar ese otro volumen -así que me ciño estrictamente a la disección del GeoMúsica, por lo demás la placa que asocia a Danny Caballero y a SuperSpace Records.

Es éste un otro trip hacia los márgenes de los universos sonoros lindantes con el Ruido, considerándoseles ahora como la Última Frontera. No es que en realidad lo sean, sino que el Paruro que solía refocilarse en el noise quedose anclado en la década antepasada. Es entonces la versión correspondiente al regreso del 2016 la que estira su vigencia, una versión del unipersonal con la paciencia imprescindible no sólo para evitar sucumbir al Ruido, sino para convivir con él y tornarlo plenamente funcional.

En tal sentido, me tomo la propuesta del GeoMúsica como la de una galáctica ruta de vuelo zigzagueante entre las luces del firmamento celeste. Cuando éstas son estrellas de la misma naturaleza que la de nuestro Sol, Caballero se postra ante las mansas pero firmes corrientes del bliss: se mueve mejor a través de ellas, su acercamiento es lúdico, compensa los episodios de orgiástico warp valiéndose del post rock como catalizador. Esto sucede de continuo en las no-tan-despejadas vastedades abiertas que surcan “Dual”, la obertura “Interpolar” o “Embrión”.

Cuando, en cambio, los vectores de navegación le acercan a enanas blancas, cuásares, magnetares o púlsares; el músico norconeño se siente más a gusto en modo digital. La electrónica se encarama al puente de mando, toma el gobernalle y le saca lustre al reconcentrado zumo del arsenal Paruro: sintes y lap top, claro, pero también cualquier aparato sonoro de segunda mano para abajo, capaz de crear las oscilaciones indispensables para el enhebrado de vibrantes y cristalinas melodías como “Oleon”, “Rigel” y “Sustancias” -la última de las cuales, con sus 4 minutos y 36 segundos, es la más concisa de la travesía. En ellas y en las del párrafo anterior, Danny desdobla invisibles micronebulosas de Ruido, tan incesantes en su movimiento como sigilosas.

Sólo hacia el final del GeoMúsica, con “Hydras”, Caballero equilibra las dos facetas de su alter ego sónico. Ese arresto final, donde Apolo y Dionisos se funden en un abrazo, pone en perspectiva nuestra ínfima magnitud con relación al cosmos que habitamos -al tiempo que engrandece nuestra visión como especie. De pronto, nos volvemos en dirección a la vieja Tierra, a miles/millones de años-luz; y Jarre, ese Jarre tantas veces escarnecido, voltea a mirarnos, mientras levanta el brazo como saludándonos.

Soulmates EP señalizó, en octubre, la segunda parada en ese camino que el alias solista de Juan Esquivel -Mestizonic, músico invitado en Ultraviolet, tecladista de Catervas- trazase con el objetivo de sonorizar las propias vivencias. Por suerte feliz, el nuevo extended ha tenido el suficiente tino como para mantener la valla que Echoes EP (2018) dejase en alto, sin contentarse con prolongar resultonamente aquello mostrado por su predecesor.

Las diferencias, con todo, son de temperancia, de cromatismo, de redimensionamiento y proyección intersubjetivos. El dinamismo al que Nolag suscribía su synthwave, propio del traveling cámara en mano, elongaba dormitorios, distendía livings y patios traseros, elevaba techos a altitudes cósmicas... convirtiendo en espacios abiertos los escenarios de esos episodios personales que evocaba. Con Soulmates EP pasa otro tanto, sólo que ahora la música pareciera auscultar la vida de alguien más. Esa familiaridad que desprendía antes el repertorio de Esquivel tampoco hoy me es ajena, pero ya no la siento enteramente suya.

Otro rasgo a ensalzar es el relacionado a los colores. Las ambientaciones de la cinta recién estrenada se inclinan hacia la solemnidad, son casi surrealistas en su añoranza, reflejo inequívoco del retrofuturismo que desde un inicio abrazara Juan. Son éstos, síntomas del terreno que ha cedido el ambient frente al polivalente vocabulario synth ochentero, más hecho para las necesidades de Nolag, pero también lo son de los primeros pincelazos vaporwave que el proyecto se ha permitido (“Stand By Me”).

Me escudo en una visión simplista del Futuro, reduciendo a éste a dos posibilidades: o es para mejor o para peor. O es utópico o distópico. O es 2001: A Space Odyssey o es Blade Runner. No puedo afirmar que exista, en conciencia, un punto medio solvente entre ambas. Y aunque amo 2001..., y cultivo una enorme admiración por la obra de Stanley Kubrick, le tengo más cariño a la genial adaptación del libro de Philip Dick. Ésta, invocada desde el diseño utilizado para el nombre del cassette, ha sido declarada principal fuente de inspiración para los canales recogidos en Soulmates EP. ¿Cómo disentir, pues, cuando cada vez que se reproducen “The Moment Before You Go”, “What Kind Of Bird Are You?” o “Destiny Will Find Its Way”; soy presa fácil de esa derrotista nostalgia que embargaba a Rick Deckard, a solas en su piso, echando desde el balcón una turbia mirada al mundo exterior que se extiende más allá?

Hákim de Merv

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