Tras algunos meses
arropados por consecutivos singles de adelanto, en marzo recibe luz verde lo
nuevo de Nax, banda con sede bonaerense en un inicio acto unipersonal de
Nicolás Castello. Por la trinchera gaucha han desfilado muchos músicos, lo que
dificulta tener clara la alineación de estos días: Gabriel Hernández, Juan
Marcos Hernández (desconozco si existe parentesco), Pablo Bugueiro Bertier, Jonathan
Sansone, Nicolás Garimano, Christian Bocon... Si debo hacerle caso a la info
consignada en BandCamp, los tres últimos y Castello son quienes actualmente dan
forman al line up.

Congelado, además, rescata surcos que llegan a
fecharse tres años atrás -lo cual le ayuda a dar pie en bola. “Celebrar
Aniversarios” y “Noche” rompen fuegos en accesible y correlona clave shoegazing,
empapada de cierta retórica indie (“Ya No
Andas En Patineta/Y No Querés Salir A
Visitar A Tus Amigos/Ya No Festejas
Tus Cumpleaños/Sólo Querés Quedarte
Componiendo Tus Canciones”). La mezcla de estudio premia a las quebradizas
guitarras, cuyos arpegios combustionan encerrados en un iglú. Mas fuera de su
vitalidad, y del hecho de adscribir al romanticismo melódico en forma y
contenido, no queda mucho por decir.
El verdadero inicio
de Congelado es “Haceme Olvidar”, número
más reflexivo y agridulce que sube los rangos noisicos y trastoca en sofocante
la indómita caricia del vendaval. Es éste, de otro lado, el punto de apoyo
sobre el que Nax se aviene a crecer. Verbigracia “Hechos De Agua”, que retoma
la fórmula inicial, sólo que volcándola de lleno hacia la senescente murria de
los días otoñales. Algo similar ocurre con la sucinta “Luna”, mientras que
“Ángeles De Hielo” opta por tempos más serenos.

Por su
caleidoscópico talante, los arreglos ambientales remiten veladamente a gente
como Glaare (darkgaze), Nicholas Nicholas (indie) o Catch The Breeze
(postpunkgaze). Lustre para un plástico al que, es justo explicitarlo, debes
darle un par de oportunidades. Por ahora, Nax consigue aprobar con una jornada
ácida... amarga... triste...
Acicateado tal vez
por el redescubrimiento y nuevo boom del minimal synth, el pop underground empieza
a rastrear con desesperación entre subgéneros aparecidos tras la erupción punk,
esperando encontrar vetas que insuflar de nueva vida; con el consiguiente
aumento estadísticamente improbable de aquello que en paleontología se denomina
“lazarus taxon” -en cristiano, especies (estilos) que se desvanecen durante x
intervalos geológicos (eras mediáticas), y bruscamente reaparecen después.

Wounds (marzo del año en curso) se balancea entre
el EP y el mini-álbum. Dada la naturaleza esencialmente sintética de la
artillería que desdobla el músico, el registro desprende desde su efímera
apertura “Purcell” un sabor similar al del electrodark de The Shroud o The
Electric Hellfire Club. Similar, no idéntico: conforme se suceden composiciones
como “Blood”, “Absinthe Drunk” o “Once Again I Sacrifice”; Das Leiden incorpora
la herencia de ese gothic cosecha 90s que, teniendo como principal referente a
The Sisters Of Mercy, se dejaba seducir por el metal y el industrial.

Estimo que Wounds debe ser de las primeras placas minimal
goth que nos reservan los calendarios venideros. Pese a las incógnitas
penumbras que rasgan las gélidas coreografías maquinales propuestas por Das
Leiden, el camino todavía es largo, de cualquier modo -aún le falta evitar
resbalones como “In The Distance”, cliché a más no poder.
Sólo ha
transcurrido un bienio y Sexores vuelve con nuevo episodio discográfico, quinto
de su caminar si se contabilizan los mini-LPs Amok & Burnout (2011) y Red Rooms (2016). Todavía resuena en estos tímpanos East / West (2018), díptico en formato vinilo que explorase
respectivamente las facetas experimental y pop de la querida agrupación
ecuatoriana afincada en México. Este contraste de perspectivas no desaparece en
Salamanca, pero sí es sublimado
debido a varios factores. El más evidente de éstos es su extensión, pues la
nueva criatura no es doble.

Otro factor
determinante ha sido el de la tecnología. Sabido es que la dupla siempre se ha
apoyado en ella. En Salamanca, la
aborda empleando software libre, lo que imprime en el largo una técnica más cerca
del ingenio y la creatividad que de la disponibilidad tecnológica de avanzada.
Más punk -una arista que suma al momento de encarar el contenido polisémico de Salamanca, esférico que también acusa
trazas de bipolar.
Sí, porque la
disparidad de temas se sucede sin tregua, pese a estar el viaje dominado por
innegables matices oscuros. La faceta experimental del binomio se materializa
desde el fugaz intro de “Aqueronte” (el más conocido de los ríos que atraviesan
el inframundo helénico), y se robustece en piezas como la pesadillesca “Death
By Burning” (calando la turba que ocasionaba cualquier ajusticiamiento
medieval), “Posism + Tiraclaurism” (retorcida programación sintética que inserta
a modo de coda un fragmento de “El Beso Que Te Di”, del dueto uruguayo Los
Olimareños), la densa “Crapaud” (oscura y monocorde, agregaría) o la canción
titular (un genuino aquelarre babélico).

La travesía ofrece dos
ocasiones en que ambas facetas se cruzan, produciendo ambientes de tensión
épica. Tanto en “Decretism” como en “Lámpades” (consagrada a las deidades que
acompañaban el séquito de la triforme Hécate), el shoegazing, el dark, la
electrónica y la atonalidad chocan frontalmente. La colisión provoca prodigios:
la luz, lo experimental, el pop, la lobreguez; conviven e interactúan por escasos
minutos. Poesía enajenante ahogada en saudade, que sólo en uno y otro caso
resiste ser filtrada y refractada.
Espero que Salamanca traiga a Sexores otra
vez por estas tierras, y nos permita disfrutar de su consabida presentación en
directo, cuando todo este chongo pandémico sea un mal recuerdo. Siempre es un
placer verles.
Hákim de Merv
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