jueves, 11 de agosto de 2022

Chino Burga: Aero / Ouro // Resplandor: Tristeza

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 3 de agosto del 2022.)

Cotejando información para las presentes líneas, caigo recién en la cuenta de que, entre mayo del ‘21 y mayo del ‘22, se ha diluido un año íntegro sin haber recibido nuevas de un opus de Miguel Ángel Burga. El primer año en mutis casi perfecto del ¿ex? 3AM, después de mucho tiempo. Y digo “casi” porque sí existe referencia que le malogra parcialmente el récord, sólo que ésta no califica como aventura en solitario -estoy hablando de Panamerican Sonic Prayers, split entre el dueto canadiense Anunnaki y nuestro inquieto connacional. Si bien el vinilo es puesto a la venta el pasado 22 de mayo por la georgiana Echodelick Records, Miguel Ángel cuelga su parte del 50/50 horas antes de la última navidad.

Doce meses -y algunos días- han transcurrido entonces tras el recomendable Invokaciones. Una vuelta alrededor del Sol, hasta que el material de que se compone Aero / Ouro se hiciera público, añadiendo así un peldaño más en la ascendiente del experimentado músico. La disposición de la placa estrenada me hace pensar en Letanías (2020). El contenido, por otra parte, difiere no pocos grados.

Sí. Porque pese a tratarse de dos laaaaaaargos temas, que ocuparían sendas caras de un LP, éste es otro Burga. Sin calibraciones ni escalas específicas, el frontman de Culto Al Qondor se prodiga en el uso de loops, de recursos drónicos, de ornamentaciones tejidas a partir del Eco. Estilísticamente hablando, se podría decir que el limeño prefiere situarse ahora equidistante entre el ambient cuya principal fuente de combustión es el drone, la kosmische musik y el post rock. La diferencia estriba en que MAB encara su quehacer sonoro con muchas más seriedad y disciplina que antes, utilizándole como reconcentrado medio abstracto de expresión artística. A despecho de la austeridad reinante en su interior, el álbum consigue transmitir la misma energía emotiva que destilan las influencias que le presiden. Tanto “Ouro” como “Aero” ofrecen abundantes pruebas de ello.

Los fade-in y fade-out en las pistas, no obstante, para nada son gratuitos o arbitrarios. Cada una de ellas tiene su propia personalidad. Y si “Aero” es el viaje interestelar, prescindiendo de cualquier viso de andamiaje rítmico, conteniendo sin sobresaltos las eventuales ¿explosiones? decibélicas de la eléctrica empuñada por el guitarrista principal de La Ira De Dios; “Ouro” es el tour a través de guarderías de estrellas -las pulsaciones cósmicas, que al promediar el track asumen el rol de oleajes galácticos, mecen con pudor y cada tanto al viajero/escucha, sosegando su espíritu e invitándole a resignar la propia personalidad para fundirse con el entorno/el ideario/la alucinación que le circunda.

Distintos y a la vez parecidos, los números que bajo nuevo rótulo ha estrenado Burga este 2022. El mismo Burga de siempre y a la vez uno sutilmente nuevo. “The devil is in the details”, como se suele decir en lengua inglesa.

Parando mientes sobre la edición cassette de Sol De Hiel, extended play con que debutó un día de 1998, y retrocediendo un par de años más conforme al testimonio de amigos y terceros; sin mucha alharaca se halla Resplandor rumbo a las tres décadas de existencia. Considerable lapso de tiempo que no se ha visto adecuadamente reflejado en su producción discográfica: en efecto, la etapa más fructífera del combo se da entre la salida del antedicho EP y la irrupción de Ámbar (2002), siendo su siguiente paso lanzado en  el  ’08 (Pleamar).  Desde entonces, sólo  se  supo  del proyecto de Antonio Zelada a través de contadas presentaciones -las más de ellas teloneando a las bandas extranjeras que traía Automatic Entertainment al Perú (así como abriendo junto a Kinder el concierto para The Cure en Lima, aunque aquella vez se le anunciase como Stereonoiz).

Median pues 14 años entre el ya lejano Pleamar, reeditado en vinilo hace un lustro por Saint Marie Records, y la nueva entrega del grupo -de formación abierta: Zelada, Tatiana Balaburkina, Darko Saric, Naama Bengtsson, Joeri Gydé, Christopher Farfán, Henry Gates, Arianna Hume...-. Precedida de los singles digitales “Bocanada”, “Sensitive”/“Until She Comes” y “Adore (Robin Guthrie Mix)”; todos subidos durante el ’20, Tristeza trae de vuelta a unos Resplandor sumergidos en el mismo dilema en que les mostrase su episodio anterior. Sumergidos, que no es lo mismo que decir empantanados. Me explico. La naturaleza primordial del acto es y-sospecho-que-siempre-será la del shoegazing, aserción evidente para quienes han escuchado los esfuerzos de su primera época. Y aunque Ámbar todavía mostraba un fuerte enraizamiento en el baggy, también exhibía algunas señales de pretender evolucionar más allá del género (“Desolación”), sin por eso abandonarle. Con los lustros, la hesitación nunca absuelta por Zelada -único miembro original de Resplandor, hoy establecido en Holanda- se ha convertido en su principal rasgo identitario, para bien y para mal.

“Ser un autor purista es lo más difícil”, escribía el intelectual Sebastián Pimentel a fines de los 90s. Se refería al aluvión de fusiones/mixturas que se venía con el cambio de milenio, como también a la fidelidad principista que debe arriesgarse al abrazar un modelo o ideal estético. Un cuarto de siglo después, y mucho más que riesgos, todo purismo comporta desafíos y retos. Enormes. No creo que actualmente sobrevivan puristas absolutos, pero sí creadores/as guarecidos/as bajo normas que han tomado de una o dos fuentes, observadas inflexiblemente.

Ése es el caso de Resplandor. En un sentido similar al del postpunkgaze de escuela danesa (Catch The Breeze, Me & Munich), la agrupación enhebra la vivacidad de los colores festivos que pueblan ahora su catálogo timbral con la sobria base rítmica de un bajo herencia del vetusto post punk ‘77-‘84. Bastante menos abstracta que su contraparte en el mástil de cuatro cuerdas, la batería también aprehende las enseñanzas de esas eras, sólo que traduciendo los pulsos con una ductibilidad de la que antes Resplandor carecía. El grueso del repertorio de Tristeza está formado por canciones ágiles (“Rêverie”, “Blue”), no doblegadas por la adustez ni del shoegazing más bala, ni del post punk más ensimismado. Cuando tienen que desacelerar para cambiar el tempo, las baquetas no se hacen el menor problema (la excelente “Feel”, el corte epónimo del disco). Y si es imperioso entregarle la hegemonía al Ruido hasta que la medición de los armónicos se salga de las gráficas, como en “Océano”, “Adore” y “Silencio”; pues se hace sin chistar.

Hay en Tristeza una persistente evocación al Disintegration de The Cure. ¿Inconsciente? ¿Voluntaria? Sería interesante convertir esa interrogante en una certeza. Como me encuentro falto de ella, lo asumo un side-effect producto de buscar el equilibrio en la ecuación que vertebra el plástico. Otras prominencias sónicas, como la coda de travestido bliss pop hacia la declinación de “Feel”, parecen darme la razón. Así se mantiene en la brega Resplandor. Sumergido en un dilema permanente, pero intacto, escudado en una impenetrable pared de melódicas guitarras ahogadas en feedback.

Hákim de Merv

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