miércoles, 3 de diciembre de 2025

Codex Of Pleasure And Pain - A Sonic Tribute To Clive Barker's Hellraiser // Analog 2025 // Grecia Albán: Nubes Selva

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de noviembre de 2025.)

En la senda de títulos como Music For Alien Temples o Bio-Mechanik - Aural Tribute To The Art Of H.R. Giger, la postapocalíptica Eighth Tower Records publicó al promediar octubre un homenaje a la que tal vez sea la saga más fascinante concebida por el cine de terror en los 80s. Codex Of Pleasure And Pain - A Sonic Tribute To Clive Barker’s Hellraiser rinde pleitesía a esa demoníaca realidad sadomasoquista en la que imperan los Cenobitas, inspiración para films que comparten ese mismo universo como Event Horizon (‘97) y The Void (‘16).

Luego de iniciar más bien taciturno con Sílení y “Beyond The Veil Of Torment”, el plástico comienza en serio de la mano de “Echoes Of Ecstatic Pain”, a cargo de Vääristymä y Sonologyst. Los asfixiantes espacios retratados como en negativo/las varias desprolijidades intencionales/los pesados reflejos drónicos que caracterizan al dark ambient comienzan a menudear desde este episodio. Otras muestras evidentes son “Revelatory Signs From The Underworld” de Philippe Blache y “Demons To Some, Angels To Others” de Grey Frequency, repletas ambas de sombras omnívoras y repiques reluctantes al punto de desesperar -salvo por un segmento de musicalidad “convencional” hacia el minuto 3 en “Revelatory...”.

“A Score To Settle (For Stephen Thrower)” de 400 Lonely Things abre la porción más sustanciosa del esférico, misma que cierra la invencible protervia psicótica de “Sweet Flesh”, por cuenta de Nerthus. En todo este dilatado tramo, la voluntad admirativa de la placa adquiere especial relevancia: voces de horra deformidad que alientan el pánico, capas de organicidad industrial, pianos siniestros que irrumpen con el pulso insistente de una solitaria tecla, analógica expresividad oscura, macabros theremines fantasmales, malevolente minimalismo digital... Hasta un puntual flujo de percusión no programada e in crescendo -rasgo asaz inusual en los dominios del dark ambient- palpita espaciadamente en “A Score...”, abriendo portales hacia géneros convergentes (sin atreverse a cruzarlos).

A Codex Of Pleasure And Pain - A Sonic Tribute To Clive Barker’s Hellraiser le baja el telón Vääristymä y “Lord Of Labyrinths”, epílogo que no pasa de ser anecdótico. Para entonces, ya entraste y volviste a salir de ese averno de dolor y placer cuyo dios supremo es Leviathan, a quien observamos en la segunda película de una saga que se ha extendido por lo que sé 35 almanaques (y que haría las delicias del Divino Marqués). El trip ha sido completo. Sólo queda aferrarte a la débil esperanza de poder borrar de la memoria ese mundo adictivamente laberíntico -habitado por seres extradimensionales, por condenados/as eternos/as que pueden eventualmente escapar, por criaturas demoníacas más allá de la imaginación.

La edición física de tres cuerpos, que viene acompañada por un libro coral de relatos inspirados en la mitología de Hellraiser, ilustra en la portada la famosa Caja de Lemarchand; también llamada la Configuración del Lamento y más coloquialmente la Caja Negra. Resolver el enigma que encierra garantiza acceder a la dimensión paralela de los Cenobitas. Que sirva de advertencia por si llegas a toparte con ella.

En septiembre del ‘16, cuando contaba poco más de año y medio de actividades, Unexplained Sounds lanzó otra compilación que adicionar a las muchas ya eyectadas tempranamente. Bautizado como Analog 2020, si el muestrario contó con producción física, ésta ha debido ser doble. Si sólo estuvo disponible para descarga, debió ser en sí mismo una jornada agotadora, dada su copiosa selección de 20 canales y la magnitud -cuantitativa, cualitativa- de varios de éstos.

Hace muy pocos días la independiente azzurri relanzó este panorámico, rediseñándole para efectos de su fabricación en modo trigipack, y actualizando su nombre. Así, Analog 2020 ha pasado a ser Analog 2025, descartando diez de los cortes originalmente escogidos y agregando tres fechados con posterioridad a la primera toma. Movida bastante extraña, si se considera que las reediciones usualmente suman material inédito antes que restar del existente. Felizmente, la consabida remasterización sí ha tenido lugar.

Empiezo por los tres surcos aditados. Éstos son “Convergence Of Clouds” de Anasisana, “Allostasis” de Oubys y “XD” de Mario Lino Stancati. ¿Qué comparten? Poco o nada, más allá de las habituales coordenadas estilísticas de drone music, arte sonoro, landscaping y concrete ambient que suele repasar Unexplained Sounds. Eso sí, valiéndose de un estricto enfoque analógico improvisacional (concepto subyacente a la rodaja). Stancati, verbigracia, ensaya acercamientos ululantes y agudos a un dark ambient tenso y torvo. Oubys, de quien(es) el sello ha editado recientemente Holosphere, se sumerge trepidante en granuladas atmósferas de mórbida lobreguez como disparado(s) por el Gran Colisionador de Hadrones. Y Anasisana, que apertura Analog 2025, es el proyecto que más luz emite de todos los presentes (me animaría a decir que es el más radiante de todo el catálogo US).

Por separado, sin embargo, matiza cada uno el resto del volumen. Éste acopla segmentos de ruidismo aleatorio a la ejecución del theremin (“Contemplation” de Lars Bröndum), dispone pausadamente misteriosas cacofonías randomizadas yuxtaponiéndolas a latidos seteados con moderada distorsión (“Valvoo” de Vääristymä), imbrica frecuencias mientras experimenta con la forma misma del dark ambient (“Telescope” de Sonologyst), cuela vocalizaciones alienígenas en medio de ambiguos climas tímbricos (“Nekrospur” de Pharmakustik), o simplemente prefiere el misticismo antes que la calígine (“Annihilation” de Thierry Gauthier). ¿El denominador común? Un arsenal de herramientas analógicas, como sintetizadores o sistemas de modulación armónica.

Me quedo con “Rothko”, de Faustus, como el tema más aventajado de A2025. Desasosegado pero tranquilo, lúdico pero solemne, híbrido pero inmaculado, psicológicamente inquietante. Poco más se puede argumentar sin redundar en muchos de los aciertos ya detallados y atribuidos a sus compañeros de viaje.

Me ha sido sumamente difícil escribir sobre Nubes Selva de la ecuatoriana Grecia Albán. No era consciente de cuánto extrañaba y/o necesitaba un álbum así, sino hasta haberle escuchado y degustado. Siglos ha desde que la fusión noventera de Los Fabulosos Cadillacs, Del Pueblo Del Barrio o Maldita Vecindad Y Los Hijos Del Quinto Patio vio pasar sus días de esplendor; y otro tanto puede decirse de esa electrónica mestiza que le sucediese de la mano de alineaciones como Mákina Kandela, Bomba Estéreo o los primeros Novalima, en el nuevo milenio. Cierto, la cantante y activista norteña no tiene puesta la mira en mixturas equivalentes. No obstante, su crisol también se alimenta de las músicas originarias que manan de las venas (todavía) abiertas de América Latina.

Albán es natural de Latacunga (Cotopaxi), ciudad que se extiende al pie de los Andes e igualmente cercada por la jungla amazónica. Alcanza a día de hoy 39 abriles y acredita un previo LP, Mamahuaco (‘18), al que me falta pelarle oreja. No se trata, por ende, de una principiante. Las peculiaridades geográficas de su localidad, además, le han permitido estar en contacto con diversas manifestaciones folclóricas desde sus primeros años. Esta absorción se halla representada en la multiplicidad de sonidos de la que se sirve Nubes Selva, estableciendo paralelismos relativos con sus antecesores de los 90s y los 00s.

¿Qué impide reemplazar, entonces, el calificativo de “relativo” por el de “absoluto”? Comienza “Virgen Y Volcán”, y asoma claro el deseo no de reinterpretar clásicos del repertorio tradicional latinoamericano asociándolos a géneros del pop contemporáneo, sino de reposicionar resonancias vernaculares utilizando instrumentación moderna, en composiciones enteramente nuevas. Firmadas por Miguel Sevilla y Grecia, estas composiciones dejan en evidencia sus raíces andinas y selváticas bullendo entre Rhodes y sintetizadores, clarinetes y congas, órganos Wurlitzer y el ruido de la lluvia cayendo sobre la foresta. Conforme avanza la reproducción, surgirán otras improntas de músicas de similar procedencia.

Cantante y músicos de apoyo -una lista preliminar enumera quince, nada menos- acometen la faena logrando transmitirte esa sensación de regocijo popular que entendemos propia de comunidades rurales fuertes y muy cohesionadas. Por supuesto, hay lugar para la mirada serena -estoica, quizá me permitiría decir el Tayta Arguedas-, porque la experiencia humana en todos lados sabe de horas felices y de días grises. Curiosamente, las canciones que más se aproximan a esa contemplación crepuscular tienen nombres de mujer: “Anita” y “Manuela”.

Con todo, en la inmensa mayoría de asaltos de Nubes Selva ¿se siente? ¿se respira? ese “violento y magnífico impulso de la tierra” que según Ciro Alegría marca a fuego caseríos y poblados que intentan vivir en armonía con la Naturaleza. Naturaleza que comprendemos intuitiva y esencialmente de la misma manera de México a la Patagonia, incluso nosotros/as, obturados/as urbanitas. Antes de convertirse en el Che, Ernesto Guevara ya adivinaba que el de “nuestra mayúscula América” es un solo pueblo mestizo, dividido por nacionalidades inciertas y límites arbitrarios. Encontrarme en este redondo disco con sabrosas chacareras, imponentes candombes, pesarosos sanjuanitos, alegrones huaynos e inclusos calentones acercamientos a la música afroperuana -“Todo Pasa”, recordar que Ecuador y Bolivia integraron el antiguo Perú-; abona tanto como las letras en quechua a favor de esa tesis. Hermoso obsequio de Albán.

Hákim de Merv

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