(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de noviembre de 2025.)
Luego de iniciar más bien taciturno con Sílení y “Beyond The Veil Of Torment”, el plástico comienza en serio de la mano de “Echoes Of Ecstatic Pain”, a cargo de Vääristymä y Sonologyst. Los asfixiantes espacios retratados como en negativo/las varias desprolijidades intencionales/los pesados reflejos drónicos que caracterizan al dark ambient comienzan a menudear desde este episodio. Otras muestras evidentes son “Revelatory Signs From The Underworld” de Philippe Blache y “Demons To Some, Angels To Others” de Grey Frequency, repletas ambas de sombras omnívoras y repiques reluctantes al punto de desesperar -salvo por un segmento de musicalidad “convencional” hacia el minuto 3 en “Revelatory...”.
“A Score To Settle (For Stephen Thrower)” de 400 Lonely Things abre la porción más sustanciosa del esférico, misma que cierra la invencible protervia psicótica de “Sweet Flesh”, por cuenta de Nerthus. En todo este dilatado tramo, la voluntad admirativa de la placa adquiere especial relevancia: voces de horra deformidad que alientan el pánico, capas de organicidad industrial, pianos siniestros que irrumpen con el pulso insistente de una solitaria tecla, analógica expresividad oscura, macabros theremines fantasmales, malevolente minimalismo digital... Hasta un puntual flujo de percusión no programada e in crescendo -rasgo asaz inusual en los dominios del dark ambient- palpita espaciadamente en “A Score...”, abriendo portales hacia géneros convergentes (sin atreverse a cruzarlos).
La edición física de tres cuerpos, que viene acompañada por un libro coral de relatos inspirados en la mitología de Hellraiser, ilustra en la portada la famosa Caja de Lemarchand; también llamada la Configuración del Lamento y más coloquialmente la Caja Negra. Resolver el enigma que encierra garantiza acceder a la dimensión paralela de los Cenobitas. Que sirva de advertencia por si llegas a toparte con ella.
En septiembre del ‘16, cuando contaba poco más de año y medio de actividades, Unexplained Sounds lanzó otra compilación que adicionar a las muchas ya eyectadas tempranamente. Bautizado como Analog 2020, si el muestrario contó con producción física, ésta ha debido ser doble. Si sólo estuvo disponible para descarga, debió ser en sí mismo una jornada agotadora, dada su copiosa selección de 20 canales y la magnitud -cuantitativa, cualitativa- de varios de éstos.
Hace muy pocos días la independiente azzurri relanzó este panorámico, rediseñándole para efectos de su fabricación en modo trigipack, y actualizando su nombre. Así, Analog 2020 ha pasado a ser Analog 2025, descartando diez de los cortes originalmente escogidos y agregando tres fechados con posterioridad a la primera toma. Movida bastante extraña, si se considera que las reediciones usualmente suman material inédito antes que restar del existente. Felizmente, la consabida remasterización sí ha tenido lugar.
Por separado, sin embargo, matiza cada uno el resto del volumen. Éste acopla segmentos de ruidismo aleatorio a la ejecución del theremin (“Contemplation” de Lars Bröndum), dispone pausadamente misteriosas cacofonías randomizadas yuxtaponiéndolas a latidos seteados con moderada distorsión (“Valvoo” de Vääristymä), imbrica frecuencias mientras experimenta con la forma misma del dark ambient (“Telescope” de Sonologyst), cuela vocalizaciones alienígenas en medio de ambiguos climas tímbricos (“Nekrospur” de Pharmakustik), o simplemente prefiere el misticismo antes que la calígine (“Annihilation” de Thierry Gauthier). ¿El denominador común? Un arsenal de herramientas analógicas, como sintetizadores o sistemas de modulación armónica.
Me quedo con “Rothko”, de Faustus, como el tema más aventajado de A2025. Desasosegado pero tranquilo, lúdico pero solemne, híbrido pero inmaculado, psicológicamente inquietante. Poco más se puede argumentar sin redundar en muchos de los aciertos ya detallados y atribuidos a sus compañeros de viaje.
Albán es natural de Latacunga (Cotopaxi), ciudad que se extiende al pie de los Andes e igualmente cercada por la jungla amazónica. Alcanza a día de hoy 39 abriles y acredita un previo LP, Mamahuaco (‘18), al que me falta pelarle oreja. No se trata, por ende, de una principiante. Las peculiaridades geográficas de su localidad, además, le han permitido estar en contacto con diversas manifestaciones folclóricas desde sus primeros años. Esta absorción se halla representada en la multiplicidad de sonidos de la que se sirve Nubes Selva, estableciendo paralelismos relativos con sus antecesores de los 90s y los 00s.
Cantante y músicos de apoyo -una lista preliminar enumera quince, nada menos- acometen la faena logrando transmitirte esa sensación de regocijo popular que entendemos propia de comunidades rurales fuertes y muy cohesionadas. Por supuesto, hay lugar para la mirada serena -estoica, quizá me permitiría decir el Tayta Arguedas-, porque la experiencia humana en todos lados sabe de horas felices y de días grises. Curiosamente, las canciones que más se aproximan a esa contemplación crepuscular tienen nombres de mujer: “Anita” y “Manuela”.
Con todo, en la inmensa mayoría de asaltos de Nubes Selva ¿se siente? ¿se respira? ese “violento y magnífico impulso de la tierra” que según Ciro Alegría marca a fuego caseríos y poblados que intentan vivir en armonía con la Naturaleza. Naturaleza que comprendemos intuitiva y esencialmente de la misma manera de México a la Patagonia, incluso nosotros/as, obturados/as urbanitas. Antes de convertirse en el Che, Ernesto Guevara ya adivinaba que el de “nuestra mayúscula América” es un solo pueblo mestizo, dividido por nacionalidades inciertas y límites arbitrarios. Encontrarme en este redondo disco con sabrosas chacareras, imponentes candombes, pesarosos sanjuanitos, alegrones huaynos e inclusos calentones acercamientos a la música afroperuana -“Todo Pasa”, recordar que Ecuador y Bolivia integraron el antiguo Perú-; abona tanto como las letras en quechua a favor de esa tesis. Hermoso obsequio de Albán.
Hákim de Merv





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